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Carmen González Díaz de Villegas
TA
MAKUENDE
YAYA
Y LAS RELAS DE PALO MONTE
MAYOMBE
BRlLLUMBA
KIMBISA
SHAMALONGO
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Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
Lydía Cabrera, Karl Laman:
Nyanda Lagué Ndundu
Ifá Omí, Danny Dawson, Robert
Farrís Thompson, Padre Raúl Rodriguez
Dago, Nyanda Logué Moana buriri.
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Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
ORACIÓN
AL ESPÍRITU CONGO
Oh, divino redentor Congo, oh, divino redentor Congo, oh, divino
redentor Congo, tú que has pasado por todas las justicias del mundo,
yo fe ruego que no me dejes pasar lo que tú pasaste. Te pido que mi
esposo o novio no me desamparen, que no me abandonen. A Ti Te
pongo, de protector de mis causas para que no me ti/den de brujerías y
todo lo malo que a mi paso se me presente. Sea mi guía en todos mis
asuntos y que las cosas malas se aparten de mí y que nadie me odie y
dame dicha en cualquier negocio que yo emprenda. En mi trabajo me
des paz y tranquilidad y me guíes mi familia por el buen camino.
DOS AVE MARÍA
Para mayor dicha y suerte en la lotería, prenda una vela de cera
Virgen, frente al Congo Mongolló AMÉN.
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TA MAKUENDE YAYA
Y LAS REGLAS DE PALO MONTE
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INTRODUCCIÓN
Originarios de la región de los grandes lagos del este de África ecuatorial.
muchos pueblos bantúes emigraron hacia otras regiones para escapar de los
embates y la influencia de los pueblos hamitas, empeñados en sus guerras
religiosas de conquista y expansión. Tras cruzar el continente en penosa
marcha, una de esas oleadas migratorias bantúes se esparció en el área de
forestas tropicales y sabanas que se extendía hasta el estuario del río Congo y
las partes altas de los ríos Cunene, Cubango, Cuito, Chobe y Kasai.
Entre esos grupos estaba parte de nuestros ancestros africanos, quienes se
radicaron, en algún momento de finales del siglo XIII o principios del XIV, en la
región costera de lo que se corresponde aproximadamente con lo que hoy se
conoce como Angola, desde el estuario del río Congo hasta casi llegar a la
desembocadura del río Kwanza, y en un pequeño territorio junto al estuario,
que abarcaba la franja del actual Zaire con salida al Atlántico y el enclave de
Cabinda, así como una porción de la costa de lo que posteriormente fuera el
Congo Brazzaville.
Esas comunidades dieron vida a una serie de formaciones estatales
embrionarias, las cuales, con el decursar del tiempo, se fundieron bajo una
autoridad central, si bien relativamente laxa: la del Manikongo.
La tradición oral bakonga —nombre genérico de los inmigrantes bantúes que
se asentaron en esa zona— cuenta diferentes historias acerca de la
constitución de su reino. Una afirma que 9 de los sobrinos del Manikongo
abandonaron el clan de su tío y cruzaron el río Zaire para asentarse en tierras
ribereñas, fundando los 9 clanes descendientes directos del monarca. Otra, en
cambio, dice que Mtinu Wene, el primer Manikongo, después de mucho
guerrear, logro asentarse al sur del río Congo. Entonces distribuyó las tierras
conquistadas entre sus capitanes más corajudos, que eran 9.
Nueve fue, a partir de entonces, un número sagrado para esos pueblos. En el
momento en que recibían el legado real, cada uno de ellos describiría así su
lealtad al rey y sus hazañas en la guerra y en la paz:
-Yo soy Ndumbu a Nzinga, planta trepadora que se enrolla en espiral. Mis
ramas se anudan alrededor de todo el país.
-Yo soy Manianga, el que está sentado. Me siento en la silla y en la estera. Yo
he hecho nacer a los mvembas y a los nlazas.
-Yo soy Nanga, el cojo, pero voy muy lejos. Las piedras de mi estufa son
cabezas de hombres. Mi cuchara de comer es la costilla de un gran pez.
-Yo soy el jefe Mankunku, aquél que todo lo derrumba Yo acometí a los
ndembos, a los tambores de los poderosos. Que no venga nadie a molestarme
ni con el timbal ngongie ni con e! tambor ngoma.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 9
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
-Yo soy Ngimbi, aquél que hace crecer abundantemente todo lo que nutre y
alimenta. Las madiadias o falsas cañas de azúcar que se cortan por la mañana,
al mediodía nuevamente se mecen al sol.
-Yo soy Mbenza, aquél que rompe, que corta, que hiende. No corto las cabezas
de los ratones, sino de los hombres.
-Yo soy Mpudi a Nzinga, un gran pez, pero además un halcón que, pese al
fuego, caza por encima de la hierba en llamas.
-Yo soy Mboma Ndongo, la serpiente jiboia que deja huellas a su paso. Se
arrastra por todo el Congo, por Loango. Madre que hace bien a todos los otros
clanes.
-Yo soy Makaba, el que reparte las tierras, pero las leyes de esas tierras
quedan en mis manos, en mi poder.
El núcleo del reino del Manikongo, incluyendo la porción administrada
directamente por él a través de una compleja red de jefaturas, estaba al sur del
estuario del río Congo, circundado por el Atlántico y los ríos Congo, Cuango y
Dande. Su capital era Mbanzakongo, el moderno San Salvador del norte de
Angola. Acotamos que mbanza es el término que designa la tumba del
ancestro fundador de una aldea. Equivale, por derivación, a aldea principal y
toma el nombre de su fundador. Mbanzakongo debe ser, pues, el sitio de
enterramiento del fundador de la primera aldea que se asentó en el área.
Alrededor de ese núcleo había grupos de estados más pequeños, parte del
mismo complejo en el sentido de que habían sido sometidos por los bakongos,
pero cuya lejanía del centro les permitía un grado no desdeñable de
autonomía, si bien acataban la supremacía del Manikongo. Los tratadistas del
siglo XVII coinciden en que los más importantes entre esos estados eran los de
Ngoyo, Kakongo y Loango, en la costa atlántica al norte del estuario del río
Congo, agrupados mucho más tarde bajo el nombre de Cabinda; el área
conocida como Matamba, a caballo sobre el valle del río Cubango al sureste, y
la región de Ngola, que abarcaba ambas riberas del Kwanza, y que hoy es la
mayor parte de la porción central de Angola. Diremos, de paso, que Angola
deriva de Ngola, nombre de uno de los principales clanes de la región, el cual,
en cierto modo, es un nombre dinástico.
Los pobladores del dominio del Manikongo ascendían, según estimados de los
misioneros del siglo XVII, a unos dos millones y medio antes de la llegada de
los portugueses en 1482. Los hombres eran formidables herreros, cazadores y
guerreros. Las mujeres se dedicaban a la agricultura. Lo que encontró Diego
Cao al desembarcar en esas tierras fue descrito, no sin cierta admiración y
sorpresa, como un reino grande y poderoso, muy poblado y con muchos
vasallos.
No obstante la centralización del poder, por laxa que fuera, ese reino poderoso
preservaba numerosos rasgos de la sociedad matriarcal tanto en su
ordenamiento social como en sus creencias, basados ambos en el sistema de
mvila o kanda, términos sinónimos que pueden ser traducidos libremente como
clan.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 10
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
El kanda es el colectivo en que vive el hombre y que, a su vez, garantiza la vida
de éste. Se establece sobre la base del llamado parentesco uterino. Un niño
pertenece al clan de su madre quien, a su vez, pertenece al de su tío materno.
Es un conjunto orgánico y místico de todos cuantos han sido paridos por mujer
incluyendo, naturalmente, a los ancestros, cuyos nombres llevan los diferentes
clanes. Los ancestros eran, en ese contexto, la clase, por así llamarla,
preponderante. Eran los maestros dotados de un poder sobrehumano, capaces
de transmitir parte de su sabiduría a sus descendientes; eran los verdaderos
propietarios de la tierra, de la cual sus descendientes son los usufructuarios.
Los habitantes de las tierras ancestrales ocupaban el segundo peldaño de la
escala social. El clan —que en puridad ya había dejado de ser tal, puesto que
estaba subordinado a un poder central— ocupaba muchas aldeas según las
líneas de descendencia que se hubieran constituido a través de los tiempos. La
jefatura de cada aldea pertenecía por derecho de herencia al descendiente
más directo de la primera mujer de la primera línea. Ese jefe era también el
sacerdote principal del culto a los antepasados, de cuya estricta observancia
dependía la prosperidad del clan y sus miembros. Él era, pues, el heredero y
representante de los ancestros en la tierra y, a la inversa, era también el
representante de los miembros del clan ante los antepasados.
Ese culto, sin embargo, está cimentado en la autoridad que se adjudicaba al
padre con respecto a sus hijos, a los cuales no gobernaba —a diferencia de la
madre—, pero de cuyo respeto vitalicio era acreedor por el solo hecho de haber
contribuido a su concepción. La autoridad paterna sobrevivía al padre fallecido.
Y sus hijos le rendían tributo después de muerto, de la misma manera que
reverenciaban a los ancestros, de los cuales el padre pasaba a formar parte al
morir.
La existencia de un poder político central se reflejó más en la jerarquización de
la divinidad y sus características funcionales que en el ordenamiento social
dentro de los clanes. Y aunque la descripción y análisis de esa divinidad han
llegado a nosotros por medio de los misioneros que intentaran la catequización
de los bakongos, con la inevitable identificación de una deidad única con el
Dios de la Iglesia Católica, lo que resulta incuestionable es que los bakongos sí
tenían una deidad única: Nzambi, que puede, efectivamente, parangonarse con
el Supremo Hacedor. El misionero belga R. P. J. Van Wing, quien vivió algunos
años entre los bakongos a principios de este siglo, describe esa entidad divina
suprema de la siguiente manera:
Nzambi creó el cielo y todos los astros, y también a la primera pareja humana,
de la cual desciende la humanidad entera. Nzambi interviene en la creación de
cada individuo. Cuando un niño está a punto de nacer, el alma material entra
por una de sus orejas, indicando que ha ocurrido el nacimiento "verdadero". Al
morir el hombre, el alma material regresa a Nzambi. Acotamos como dato
curioso que numerosos científicos sostienen que el sentido auditivo es lo último
que se pierde en el momento de la muerte. Nzambi dispone de la vida y la
muerte de todo lo existente, y castiga a los transgresores de sus leyes. Entre
éstas, la principal es el respeto a los padres. Nzambi es veraz y omnisciente,
está en todas partes, pero no se le representa en cosa material alguna, ni
siquiera en imágenes.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 11
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
Sin embargo, Karl Laman, quien viviera largo tiempo entre los bakongos y cuya
obra es material obligado de referencia para todos cuantos se interesan por las
manifestaciones religiosas en el reino del Manikongo, cuenta otra historia.
Es ésta:
Nzambi es idéntico a Chambi, deidad cuyo culto preservaron los ancestros de
los bakongos cuando abandonaron su región de origen. El concepto de Nzambi
entre los bakongos probablemente debe mucho a la influencia de las primeras
misiones católicas que abrieron sus puertas en el dominio del Manikongo.
Según la concepción autóctona, Nzambi otorgó la vida al hombre en el
momento de la Creación. Es más grande (más poderoso) que todas las demás
categorías de espíritus de los muertos. Esto es importante, señala Laman,
porque en las tradiciones populares bakongas los nkisi (espíritus de los
difuntos) tienen una relevancia particular, especialmente Funza, creador del
feto en la matriz, y Bunzi, dios tutelar del clan, de cuyo bienestar y felicidad es
responsable. Los ancianos, sigue Laman, confieren a Nzambi un poder casi
universal, considerándolo el dueño de todo y de todos. Nzambi no se muestra,
sin embargo, a los vivos. Habita en el cielo y no baja a la Tierra, pero lo ve
todo. Las líneas de la palma de la mano y los profundos surcos de la columna
vertebral se conocen como la escritura de Nzambi y también como sus
caminos, por los cuales penetra al cuerpo de los hombres. Pero como Nzambi
dejó que la muerte reinara sobre la humanidad, su relación con ésta no es de
confianza o intimidad. Por ello, Nzambi no es objeto de culto. Puesto que no se
le puede conmover con ruegos, arrepentimientos u ofrendas, ocupa un lugar
secundario en la imaginación popular.
Algunos creen, continúa diciendo Laman, que el hombre y la mujer fueron
creados en el cielo y bajados a la Tierra por un hilo de araña. También creen
que una persona llamada Tuuka Zulu (el que vino del cielo) visitaba la Tierra
cabalgando sobre un relámpago en calidad de enviado de Nzambi, para curar a
los enfermos y resucitar a los muertos. Tuuka Zulu se convirtió más tarde en
Mukulu o Nkulu, el ancestro de la humanidad, que también trajo semillas de
todas las plantas útiles y en quien se originaron todos los usos y costumbres,
incluso la muerte.
El nombre Nzambi tiene múltiples significados, precisa Laman. Se le puede
atribuir a un animal de grandes proporciones; a un cadáver, porque cuando
alguien muere se transforma en un ser invisible con poderes semejantes a los
de Nzambi. Como dueño del trueno y del relámpago, se le ha dado el nombre
de Mpungu Bidumu, ser celestial superior que despierta a los habitantes del
cielo de su sueño, parecido a la muerte. Pero también se llama Mpungo al
nganga que puede ver a los muertos y a los ancestros.
Esa concatenación conceptual reproducida por Laman parece más propia del
pensamiento mágico bantú que la explicación de Van Wing, mediatizada a
todas luces por los preceptos de su fe; explicación en la que figura, no
obstante, el elemento del alma material y su forma de entrada al cuerpo
humano, que también aparece en Laman. Y también refleja de manera
adecuada la realidad política y social del clan: alejado físicamente del centro
del poder, en términos espirituales se distancia del Ser Supremo quien, una vez
que crea a sus hijos, los abandona a sus propios recursos, y permite que la
muerte los arrebate de este mundo.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 12
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
¿Y cuáles eran esos recursos? Los elementos de la naturaleza: las plantas que
sirvieron de sustento, cobija y medicina a los fundadores de los clanes en su
peregrinación a lo ancho del continente; los animales de pelo y pluma que
cazaban; las aguas que calmaron su sed y aliviaron su cansancio: la tierra que
contenía las plantas y las aguas benefactoras y que, al término del largo
trayecto, fue sembrada y rindió sus frutos. De ahí que las creencias venidas a
Cuba desde el reino del Manikongo giren alrededor de estos elementos, en vez
de haberse concentrado en la creación de un panteón politeísta, propio de las
sociedades descentralizadas y secularmente sedentarias, como fuera el caso
de los yorubas, por citar sólo uno de esa parte del continente trasplantado a
Cuba.
Los astros, y los elementos y fenómenos de la naturaleza también poseen
poderes y atributos propios. El remolino, por ejemplo, tiene poderes semejantes
a los de los nkisi que traen la desgracia y la desolación, quienes se trasladan
de un sitio a otro valiéndose de los remolinos y las tormentas El cielo, y no
Nzambi, es el dueño de la lluvia : la produce y la retiene. La lluvia gobierna a
los seres humanos porque de ella depende el sustento y la buena salud de
éstos. El rayo es sagrado y sirve para castigar las transgresiones humanas. La
luna, y no el sol, es para los bakongos el más notable de los cuerpos celestes.
Cuando hay luna nueva, la tierra tiembla porque ella se lleva las almas de las
personas y los animales para ganar fuerza y "llenarse". Para ellos la luna es
masculina. Su esposa es, según la región de que se trate, el lucero de la tarde
o la estrella de la mañana. El sol, en cambio, es una mujer muy trabajadora que
descansa poco. El y la luna están en constante conflicto. Si la luna
prevaleciera, el mundo languidecería hasta extinguirse bajo su hechizo. El día
en que choquen, la humanidad perecerá. Cada estrella está asociada a una
actividad humana particular. Pero los cometas sólo predicen sequías
prolongadas y grandes hambrunas. El río Congo es muy respetado por su
inmenso poder sobre la vida de los hombres. Los ancianos cuentan que en los
viejos tiempos, el río era un ser viviente que podía castigar crímenes y leer los
secretos del corazón. Por eso, antes de cruzarlo, se le hacían oraciones y
ruegos.
Es comprensible, pues, que la base de las Reglas de Palo Monte sean los
nkisi, las prendas —también llamadas, certeramente, fundamentos—, resumen
de los dos sujetos de veneración de los pueblos del reino del Manikongo: los
ancestros y la naturaleza y sus espíritus.
Las prendas son receptáculos de formas diversas que contienen lo que Robert
Farris Thompson describe como un universo en miniatura, tal y como lo
perciben esos pueblos. Ellas encierran aguas, hojas, hierbas, piedras y tierras
tomadas de distintos sitios; dientes, picos, garras de variados animales, junto
con pequeños fragmentos de sus huesos o de un ser humano cuyo espíritu
pasa a vivir en ese nkisi o receptáculo. Éste puede físicamente ser una
calabaza, un atado de corteza de árbol o de tela basta, un caldero de hierro o
de barro y hasta un caracol. En ocasiones especiales era también una
escultura de una o más figuras humanas. Cuando alguno de los muertos
ilustres del clan deseaba manifestarse para ayudar o dañar a los vivos, explica
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 13
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
Laman, se "fijaba" el espíritu con resina y bilongo (medicina) a una escultura. Al
incorporársele el espíritu, la estatua / receptáculo y el espíritu que había
pasado a habitar en ella recibían el apelativo genérico de nkuyu.
Wyatt MacGaffey en su catálogo de las prendas recogidas por Laman en el
Congo, presenta múltiples tipos de estos receptáculos, entre los cuales
sobresalen los siguientes por su originalidad:
Mbongo Nsimba es una prenda/estatua proveniente del área que Laman llama
Mayombe, ubicada al oeste de Kingoyi y Kinkenge. Sirve para la adivinación y
la curación. Londa es un nkisi para las mujeres y los niños. Es muy complejo e
incluye amuletos que deben usar quienes están protegidos por este nkisi, que
pone énfasis en la armonía familiar. Ndundu es el nombre de una prenda que
significa albino. Los bakongos creen que los albinos, como los jimaguas, son la
reencamación de los espíritus del agua. Aunque este nkisi ataca a todo
organismo humano, también cura muchas enfermedades.
Mbundu es un nkisi hecho en forma de atado de corteza y sirve para "decir" la
verdad sobre disputas locales serias. Mbundu es una de las plantas que se
usan para componer este nkisi, y que le da su nombre. Mbenza es, a todas
luces, un tipo de prenda muy antiguo que adopta muchas formas. En Mayombe
es también el más alto de los títulos jerárquicos y el nombre de un importante
clan de la región. Algunos estudiosos, según MacGaffey, la describen como
objeto de un culto comunitario para abrir la matriz a una larga progenie. Por
último, está el Nkisi a babonsono, o nkisi de todos. No es en realidad una
prenda, sino una especie de botánica en miniatura que muchas aldeas ponen a
disposición de sus moradores para proporcionarles los ingredientes básicos
para componer una prenda a quienes la necesiten.
Nkisi es un término que se presta a confusión, y tal vez sea el concepto de los
bakongos orientales el que con mayor claridad resume su significado. Para
ellos, nkisi es un objeto artificial habitado o influenciado por un espíritu y dotado
por él de un poder sobrehumano. Por espíritu se debe entender, en este caso,
no un alma descarnada, sino el alma de un difunto que ha tomado, por voluntad
propia, después de su muerte, un cuerpo adaptado a su nuevo modo de "ser".
De ahí que el término nkisi designe al espíritu y al objeto material en el cual tal
espíritu "es" y puede ser dominado por un hombre. Ese objeto o receptáculo es
compuesto, fabricado, por un nganga, quien es el vínculo, por así decirlo, entre
los vivos y los muertos. El vocablo nganga, por sí solo, significa hacedor, pero
siempre se le añade una suerte de apellido que indica su función. Así, está el
nganga nkisi, término genérico comúnmente especificado por el nombre del
nkisi, como ocurre en los casos del nganga ngombo (el adivino), el nganga lufu
(el forjador, función muy especial y apreciada), el nganga kuka (el curandero), y
el nganga bankulu, el mayor que guarda el receptáculo de los ancestros y es
ministro de su culto, por mencionar sólo algunos. Todo hombre o mujer que
posea un nkisi es, por lo tanto, su nganga.
Dice la leyenda que el primer nkisi fue compuesto por Mukulu, un antiguo
ancestro. Pero fue Mentete, el primer ser humano que descendió del cielo,
quien enseñó a los hombres cómo fabricar o componer un nkisi. Los nkisi
tienen aliento, pero no igual que las personas. Escuchan al nganga y hacen lo
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 14
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
que éste les ordena. La vida del nkisi no termina, sino que se transmite para
formar una especie de linaje. Según la tradición popular congolesa, el primer
nkisi fue hecho en el agua, origen de todos los seres vivientes, e inauguró la
línea de Nkosi, el destructor. Después se compusieron los nkisi de la línea de
Kyere, la alegría.
Así, de cada nkisi pueden "nacer" tantos otros como estime su nganga. Pero
cada uno de ellos debe ser igual que el primero, cuyo nombre adoptan. El
nganga mayor es quien transmite el arte de componer un nkisi a los novicios, a
quienes también informa sobre sus propiedades y prohibiciones.
Para poder comprender mejor la naturaleza de los espíritus ancestrales y de la
naturaleza, es preciso conocer primero cómo se percibían los bakongos en
tanto que seres vivos. Laman ofrece de esto una explicación detallada, que
permite llegar a conclusiones sobre tal percepción mediante el significado de
palabras claves que designan cada uno de los diversos componentes, visibles
o no, del ser humano. Optamos por ella, pues la explicación de Van Wing, más
sintética, carece de los matices que enriquecen la exposición de Laman.
El hombre, dice Laman, es considerado como un ser dual, compuesto por una
entidad exterior: el cuerpo físico, que se entierra y se descompone, y una
entidad interna: la esencia misma del hombre. Ésta, a su vez, está compuesta
por dos entidades separadas: la nsala y el mwela.
Nsala es la parte del hombre que no es visible en el cuerpo exterior : es su
alma o mejor, el principio de la vida. Es considerada como un ser viviente que
actúa como la adivina del hombre, al cual puede abandonar momentáneamente
para vagar por el mundo y conocer los acontecimientos que afectarán a su
dueño en el futuro. Al norte del Congo, donde la palabra nsala no se emplea,
se usa kiini (sombra), de lo cual se infiere que alli la sombra es conceptual y
funcionalmente igual al alma o principio de la vida. En Mayombe y otras
regiones sureñas, nsala equivale a sentido: lunzi, que podría describirse como
la imagen del hombre interior, de la esencia del hombre. Para los ngangas, la
nsala es visible en forma de sombra. Igual que el cuerpo físico tiene su sombra,
el alma también tiene la suya. La nsala no abandona el cuerpo físico sino hasta
que el hombre muere, v la sombra se separa de él. Por eso los muertos
mantienen el alma de un enfermo virtualmente cautiva, obligándola a no
alejarse del cuerpo físico; si no hicieran esto, toda enfermedad tendría un
desenlace inmediatamente fatal.
Mwela es el aliento, el órgano a través del cual el hombre vive y respira. Si
abandona el cuerpo, el hombre muere. El mwela puede posesionarse de
cualquier animal. Para prolongar la vida de un ser humano, se mezclan unas
gotas de su sangre con las de un animal determinado para que ambos
compartan el mismo aliento y la vida se prolongue. Cuando un hombre duerme,
el aliento deja el cuerpo físico y vaga por otros lugares para conocer y predecir
el futuro de su poseedor, actuando así en forma parecida a la nsala. Cuando el
hombre muere, su aliento va al mundo de los muertos o a Kalunga, las
regiones "infernales" de la Tierra.
En la tierra de los muertos, la vida continúa de manera semejante a la vida
terrenal, si bien carente de penas y enfermedades. La muerte, dicen los
bakongos, sólo ocurre una vez y es como una recompensa. Los habitantes de
la tierra de los muertos están, por lo general, divididos en dos grandes grupos:
los nkuyu y los nyumba, divididos a su vez en numerosos subgrupos de
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 15
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
distintas funciones, imposibles de enumerar aquí sin hacer de esta introducción
un tratado. Nkuyu significa espectro, visión y también cambio, transformación.
No tienen los nkuyu un lugar definido en el mundo de los muertos, sino que
andan errantes por el mundo de los vivos y son susceptibles de ser capturados
por un nganga. Los nyumba son aquellos que, al pasar a la tierra de los
muertos, no adquieren una apariencia diferente a la que tuvieron en vida,
porque no deben pagar por hechos censurables, por eso se mezclan con los
vivos y muchas veces se confunden con ellos.
También existen los simbi, a los que, a menudo, se confunden con los espíritus
de los muertos, aunque para nada se parecen a éstos. Los simbi se
manifiestan en torrentes o inundaciones súbitas que arrasan con chozas y
cosechas. Un simbi no puede ser capturado y encerrado en una nganga, sino
tras muchas dificultades y peligros. Alguien que, a riesgo de su vida, su salud y
su razón, capture a un simbi, se convierte automáticamente en nganga, sin
necesitar de otra iniciación. Al sur del Congo, el jefe de los simbi es llamado
Mpulu Bunzi, pero en otras regiones se le llama Ndoona Bidi y se cree que es
mujer. Anuncia la llegada de la estación seca cuando pasa por la tierra con sus
huestes. El agua -salobre o dulce- es el hábitat de los simbi y sus lagunas
tienen la reputación de ser muy peligrosas para quienes se acerquen a ellas.
Nkadi Mpemba es una de las figuras más misteriosas de la mitología de los
bakongos. Los cronistas-misioneros lo encontraron en Loango y en
Mbanzakongo, y se sirvieron de él para designar a Satanás, aunque no existen
evidencias de parecido entre uno y otro. Nkadi Mpemba, relata Van Wing, a
partir de los testimonios recogidos entre los bakongos, es una entidad cruel y
dictatorial en cuya tierra el sol nunca alumbra y desde la cual los muertos no
pueden visitar a los vivos en sueños.
Igualmente enigmático es Mbumba Loango, poderoso espíritu reverenciado en
la zona de Mayombe, quien ocultaba su verdadera apariencia bajo el disfraz de
una enorme serpiente que vivía junto al agua.
En el reino del Manikongo, el término ndoki no designaba ni a un espectro, ni a
un espíritu, sino a un poder, a una fuerza, transmisible por consanguinidad, que
permitía a quienes la poseyeran o recibieran dominar a los espíritus de sus
parientes muertos sin precisar de objeto mágico alguno. Las personas que
detentaban este poder eran también llamadas ndoki. De ellas se decía que
tenían la facultad de convertirse en animales de conocida ferocidad: cocodrilos,
leopardos o serpientes de gran tamaño. El único objeto mágico que
necesitaban esas personas era un amuleto que las ayudaban a operar tal
metamorfosis.
Si bien los clanes de pescadores bakongos del territorio que hoy se conoce
como Cabinda rendían igual culto a los antepasados, la mayoría de sus
divinidades era femenina, símbolo de la proliferación, y estaban directamente
asociadas a la naturaleza. Eran llamadas "espíritus madres" y su origen parece
ser muy remoto. No pocos estudiosos sostienen que se trata de deidades
traídas por los primeros bantúes que se asentaron en la zona, cuya devoción
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 16
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
ha sobrevivido allí hasta nuestros días, aunque nos parece que mejor podría
describírselas como espíritus de la naturaleza divinizados. No habitan esas
deidades ni nkuyu ni nkisi, sino la tierra, las lagunas, las rocas y los bosques.
La presencia en las Américas de un crecido número de esclavos
pertenecientes a los diversos clanes bakongos bajo la égida del Manikongo, se
debe a un cúmulo de circunstancias, entre las cuales no fue la de menor
importancia la rápida catequización del Manikongo de la época, bautizado
como Alfonso apenas nueve años después de la llegada de Diego Cao a la
zona. Accedería al trono con el nombre de Alfonso I en 1507, ocupándolo
ininterrumpidamente hasta su muerte en 1543. Fue él quien estableció las
primeras relaciones con los portugueses, cuyas costumbres adoptó, y quien les
suministró los primeros esclavos con destino a la colonia de Brasil. Pero
cuando las exigencias de mano de obra para esa posesión portuguesa
crecieron, como para que resultara imposible satisfacerlas por otra vía que no
fuera la guerra, Alfonso I y sus sucesores no estuvieron dispuestos a ello. En
1575 al Congo llegó Paulo Dias de Nováis, inaugurando una nueva era en las
relaciones de Portugal con el reino del Manikongo. Dias plantó su cuartel
general al sur del río Congo e inició la guerra de conquista contra los bakongos
de Ngola, entrenando, al propio tiempo, a bandas de nativos para la captura de
prisioneros de guerra, embarcados después, como esclavos, y para la
expansión de las fronteras coloniales.
Para 1591, el dominio efectivo del Manikongo se había reducido a seis
provincias: Bamba, Sonho, Naundi, Pango, Bata y Pemba. Casi setenta años
resistió el reino del Manikongo las depredaciones portuguesas y los conflictos
internos que la expansión colonial trajo consigo, antes de decidirse a presentar
batalla. Los resultados fueron desastrosos. La unidad del reino se resquebrajó
con enorme rapidez y para fines del siglo XVIII el dominio del Manikongo sólo
alcanzaba unas pocas aldeas en la periferia de Mbanzakongo.
Demasiado cercano al ojo de la tormenta colonial, el reino del Manikongo fue
devastado por ella.
No fue exclusivamente a Brasil adonde fueron a parar los bakongos capturados
en e! reino del Manikongo. También arribaron, entre otras islas del Caribe, a
Cuba, transportados a la fuerza en los navíos de cuatro empresas europeas,
que fueron las encargadas de este infame comercio transatlántico entre 1696 y
1763. Tales empresas eran la Real Compañía de Guinea del Reino de
Portugal, que operó la ruta a Cuba entre 1696 y 1701; la Real Compañía
Francesa de Guinea, cuyo "negocio" se mantuvo vigente entre 1702 y 1712, y
cuya "mercancía" consistía, principalmente, de esclavos oriundos de Angola; la
Compañía del Mar del Sur, que puso la trata de las Indias españolas en manos
británicas entre 1713 y 1750, excepto en períodos de guerra, y la Real
Compañía de Comercio de La Habana, a la cual se le concedieron permisos
para conducir esclavos a Cuba.
Durante el año que duró la ocupación de La Habana por los ingleses (1762-
1763), los británicos también realizaron numerosas ventas de esclavos. A los
entrados "legalmente" se añadían los llamados esclavos de "mala entrada",
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 17
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
producto de un floreciente contrabando de seres humanos. Se conoce que de
tal forma llegaron a las zonas de Holguín, Santiago de Cuba, Bayamo y
Baracoa, en 1749 solamente, 33 esclavos del Congo y uno de Cabinda, entre
los provenientes de otros puntos de África. Diez años más tarde, y en La
Habana, se realizó la venta de otros 36 hombres y mujeres traídos de la zona
que abarcara el reino del Manikongo.
Para finales del siglo XVI, dice Leví Marrero," la población negra en Cuba era
mayoritaria. Los cronistas de la época calculaban que un 60% de la población
total —la cual fluctuaba entre los 15 000 y los 20 000—, estaba constituida por
africanos traídos a la Isla en calidad de esclavos y sus descendientes criollos.
Entre los esclavos vendidos en el mercado cubano durante la segunda mitad
de ese siglo, algunos fueron identificados como congos y ngolas. En un lapso
de diez años (1578-1588), consta la venta, en el mercado habanero, de 16
congos y 25 ngolas de ambos sexos. En los primeros treinta y nueve años del
siglo XVII, y en virtud de la Real Cédula, salieron de Angola 385 barcos
negreros, muchos con destino a Cuba. La media de esclavos transportada en
cada uno de ellos ha sido calculada en 139, y las pérdidas durante la travesía
entre el 20 y el 25 de esos pasajeros forzosos en cada viaje.
Desembarcados en diferentes puntos de Cuba, cientos de congos, ngolas y
cabindas fueron destinados a plantaciones de caña, café y tabaco esparcidas
por toda la Isla. Fueron ellos los que compusieron, en honor a los 9 reinos
sagrados del dominio del Manikongo, los primeros 9 nkisi, de los cuales
nacieron otros muchos. Estos, a su vez, procrearon los que, junto con aquellas
prendas originales, llegarían a ser los fundamentos de las Reglas de Palo
Monte en Cuba. Dos de ellas fueron hechas en Pinar del Río; una, en La
Habana; dos, en Matanzas; una, en Santa Clara; una, en Camagüey, y las dos
últimas en Oriente.
Nómbrense las de Pinar del Río, Ndumbo a Nzinga y Mananga. Ndumbo a
Nzinga fue compuesta a finales del siglo XIX y pertenecía a Saturnino Gómez,
descendiente de algún esclavo de la dotación del ingenio "Santa Teresa",
fundado en 1827, en el Partido de San Diego de Núñez, Bahía Honda. Con el
tiempo el nombre de esta prenda devino en Ngundu Batalla Sacara Empeño.
El nkisi Mananga servía a los esclavos congos de la hacienda "Candelaria" de
don Francisco Javier Pedroso, alrededor de 1806. La hacienda lindaba con la
Sierra del Cuzco, y en sus terrenos, donde hoy se ubica el pueblo de
Candelaria, está la loma de Juan Ganga, famoso cimarrón que montó la
prenda. Esta recibió el nombre de Manawanga o Mariwanga, que corresponde
a Oyá, dueña de centellas y remolinos, identificada con la Virgen de la
Candelaria.
Mboma Ndongo fue el nkisi compuesto por los bakongos en La Habana, por el
año 1812, en el antiguo caserío de Guanabo, en Guanabacoa. En esa localidad
de la provincia habanera ocurrió un importante levantamiento de esclavos
congos y yorubas de la dotación del ingenio "Peñas Altas". Casi todos los
insumisos fueron masacrados por el mayoral Antonio Orihuela. El reducido
grupo de sobrevivientes pudo escapar llevándose la krillumba de una de sus
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 18
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
compañeras asesinadas llamada Regla Ngola. En lengua, Mboma es la Virgen
de Regla.
Los nkisi Nanga y Mankunku fueron compuestos en la provincia de Matanzas.
Nanga recibió el nombre de Mundo Catalina, Manga o Nanga Nsaya. Su dueña
era la familia de los Melgarez, que radicara, a finales del siglo XIX, junto a la
laguna sagrada de San Agustín de Ibáñez en "Pedro Betancourt". Fue montada
por esclavos del ingenio "Diana de Soler", propiedad del potentado español
Juan Soler. El ingenio fue quemado poco después. Mankunku se convirtió en
Mayimbe Nkunku Sacara Empeño, y procede de las lomas de Quimbámbilas,
en Perico. Fue fundamentada por cimarrones, huidos del ingenio "Tinguaro" en
esa jurisdicción. De esta prenda, famosa por su movilidad, nacieron otras
muchas que, a su vez, se propagaron por toda la Isla. Come gallo negro y
hierbas en forma peculiar.
En Santa Clara los esclavos cimarrones del ingenio "Buena Vista", propiedad
de Justo Germán Cantero, prepararon una prenda con el nombre de Makaba,
Mbuniba Kuaba o Kaba. Esos cimarrones deambulaban por las montañas de
Trinidad y las Alturas del Muerto, hasta el río Ay de los Negros, e identificaban
su fundamento en la Ocha con Yewá. Makaba es una prenda de extrema
sensibilidad, hecha con la krillumba de una joven negra que fuera atacada y
descuartizada por las jaurías de los rancheadores durante su fuga.
Ngumbi o Nkindi es oriunda de Camagüey, y encierra el espíritu de Ngumbi,
nombrado en vida Ciriaco. Era éste un negro bozal cuyo cimarronaje tuvo como
escenario la periferia del poblado camagüeyano de Santa Cruz del Sur. Los
negros entrados por las costas de esa provincia aun después de suprimida la
trata, pronto formaron grupos cimarrones los cuales, según las crónicas de la
época, atacaron a Santa Cruz varias veces en el año 1851, ocasionando
pérdidas humanas y materiales nada desdeñables.
Las prendas de la antigua provincia de Oriente son particularmente
interesantes. La que responde al nombre de Mbudi Yamboaki Nzinga fue
preparada en el pueblo de Yara. La importancia histórica de esa localidad
radica, entre otros hechos no menos trascendentes, en que allí se asentó el
cacicazgo indio de Macaca donde fue quemado vivo el indio Hatuey el 10 de
octubre de 1513. Yara fue fundada alrededor de 1730. Para 1871, su población
no blanca estaba integrada por 182 libres de color v 44 esclavos. El esclavo
dueño de esta prenda era Baltasar Yamboaki, de quien se dice era así llamado
porque su prenda contenía la krillumba de un Yamboaki, que en congo significa
indio.
En el punto conocido por Peralejo, situado entre Manzanillo y Bayamo, se libró
una de las más cruentas batallas de la guerra de 1895-1898. Allí fue
emboscada por las fuerzas mambisas al mando de Antonio Maceo la columna
del brigadier Fidel Alonso de Santocildes, quien escoltaba al general en jefe del
ejército español en Cuba, Capitán General Arsenio Martínez Campos. Éste
logró a duras penas romper el cerco insurrecto y dirigirse hacia Bayamo,
dejando pertrechos y heridos en poder de los mambises. Pero Santocildes y
muchos de sus hombres cayeron en combate. En reconocimiento al coraje de
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 19
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
las huestes españolas, mambises descendientes de congos y ngolas que
blandieron sus machetes en esa batalla, fundamentaron sus prendas, a fines
del siglo XIX, nombradas Mbenza-Bana por su guía, en recuerdo de
Santocildes y sus hombres.
Una advertencia al lector antes de adentrarnos en el mundo mágico de las
Reglas de Palo Monte. Hasta aquí hemos utilizado las palabras claves de estas
agrupaciones religiosas a la manera en que fueron recogidas por los
estudiosos que vivieron dentro de los pueblos del reino del Manikongo entre los
siglos XVII y XIX. Esos vocablos adquirieron significados ligeramente distintos
en Cuba, y serán éstos los que emplearemos a lo largo del resto de nuestro
trabajo, y los que se incluirán en el glosario que cierra estas páginas.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 20
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
TA MAKUENDE YAYA
José R. Peón Márquez describe a Quiebra Hacha como el más extenso,
poblado y rico barrio del término municipal del Mariel. Su tierra, dice, era buena
para la caña, para la cría de ganado y para los frutos menores, variadísimos,
sustanciosos y de una exuberancia incomparable. La fundación del barrio data,
por lo menos, de 1780, y dentro de sus límites estaban enclavados los ingenios
"Balbanera" (en los terrenos de la finca "Pinillos", propiedad de don Claudio
Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva), "San Felipe", "Begoña",
"Tinajas" (escenario de parte de la obra cumbre de Cirilo Villaverde: Cecilia
Valdés), "Angosta" y "Menocal". El primero fue levantado a fines del siglo XVIII
y los otros, a principios del XIX .
De la población de Quiebra Hacha a principios del siglo XIX, dice Peón
Márquez que estaba compuesta por individuos de raza blanca o caucásica y
negra o etiópica, habiendo, además, algo de raza amarilla. Y añade que
descendientes de razas africanas de los tiempos de la esclavitud quedaban
muchos aún: carabalíes, congos, lucumíes, ararás, mandingas, gangas,
macuás y popós.
No faltaba en Quiebra Hacha una iglesia parroquial, originalmente construida
de madera y tejas, la cual, no obstante su buena factura, fue derribada por un
ciclón en 1871. Sus imágenes fueron a parar a las casas de numerosos fieles,
quienes las conservaron amorosamente hasta que pudieron ser expuestas en
un nuevo templo, esta vez de mampostería, terminado en 1885. Un año
después fue destruido, cuando el ejército mambí quemó el lugar en la campaña
de la Invasión. Reconstruida nuevamente, otro ciclón —el de 1906— la echó al
suelo. Finalmente, en mayo de 1911, el entonces párroco del Mariel, Balbino
Ocarin Jáuregui, emprendió su reconstrucción, e inauguró la nueva parroquia el
24 de septiembre de 1912, para honrar a Nuestra Señora de las Mercedes,
patrona de la localidad, cuya imagen ocupó el altar mayor, flanqueado por otros
cuatro altares, destinados a la Caridad del Cobre, a Nuestra Señora del
Carmen, a Santa Lucía y a San José.
Sin embargo, hay otra deidad en Quiebra Hacha que Peón Márquez no
menciona, pero que ocupa un sitio prominente en la devoción popular, y que
cuenta con su propio lugar de adoración.
Se trata del San Antonio africano, rarísima talla de madera negra, de 37
centímetros de alto Sus devotos lo han vestido con finas ropas blancas o
moradas y han cubierto su cabeza con un turbante. Carece de ojos, en su
lugar, el escultor hizo dos pequeños agujeros. Su nariz es más bien alargada.
Una vez al año —en la madrugada del 13 de junio— un devoto lo baña con
aceite. Que se sepa, esta tarea nunca ha sido realizada por una mujer a pesar
de que han sido mujeres las que tradicionalmente han cuidado el templo y de
que sobre todo una, María Pedro, puso extraordinario empeño en "cristianizar",
por así decirlo, a este santo africano no canonizado por la Iglesia Católica, y
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 21
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
por extender su culto, cosa que logró sin mucho esfuerzo, pues la imagen
venía acompañada de antaño por las anécdotas de sus numerosos milagros.
La capilla dedicada a él fue edificada a finales de los años cincuenta, en virtud
del esfuerzo del pueblo de Quiebra Hacha. El trabajo de construcción duró casi
un año. Cientos de peregrinos de todo el país concurrían a ella el 13 de junio.
Especialmente bien recibidos eran los niños, a quienes agasajaban con todo
género de regalos. Ese mismo día se servía la que llegó a conocerse
popularmente como la comida de San Antonio, colocada sobre hojas de
plátano en el piso de la capilla. Los niños, privilegiados por el favor de este
santo negro, comían primero; los adultos se servían de lo que sobrara. Todos
los platos eran cocidos o fritos en aceite. El arroz no figuraba entre ellos,
sustituyéndolo la harina de maíz.
Ese día se efectuaba también una imponente procesión, que salía de la capilla
con la imagen en andas, acompañada del estandarte de San Antonio de
Padua, santo franciscano cuya devoción llevaron consigo los portugueses que
colonizaron el reino del Manikongo, cuya identificación con esta talla de ébano
María Pedro se encargó de reforzar tras visitar Roma y entrevistarse, según
dicen las crónicas de Quiebra Hacha, con e) papa Pío XII, a quien mostró una
foto de la pequeña escultura. A todas luces, la señora Pedro realizó
indagaciones sobre el santo católico con los frailes de la orden franciscana que
fuera la que emprendió la misión evangelizadora en aquellas tierras. Los frailes
convencieron a la piadosa mujer de que, al marcharse los misioneros, sus
catequizados congos decidieron sincretizar al personaje del santoral católico
con un dios propio, llamado Yaya, y tallaron la imagen surgida de su
imaginación.
El relato contado a la señora Pedro permite suponer que la estatuilla fue
esculpida en el Congo, y esto debe haber ocurrido forzosamente antes de la
prohibición de la trata en Cuba. En los años cuarenta, don Fernando Ortiz,
después de examinarla minuciosamente, gracias a la gentileza de María Pedro,
pudo comprobar que la talla era de una antigüedad asombrosa. ¿Cómo fue
trasladada entonces a la Isla por aquellos hombres que viajaban sin equipaje?
Ese es un dato que tal vez nunca sea esclarecido, pero los ancianos
descendientes de esclavos congos y ngolas relatan que, en época de la trata,
fueron atrapados y embarcados hacia Cuba siete congos reales y sus séquitos.
Durante la larga travesía, enfermos de mareo y nostalgia, pidieron a Nsambi el
castigo para quienes se dedicaban a tan cruel comercio. Su rey, llamado Taino,
cayó al agua en el transcurso de una tormenta y murió. Las mareas se
contorsionaron y los rayos se proyectaron sobre la proa del barco, sembrando
el pánico entre la tripulación. Los otros congos reales: Babusa, Saluma,
Botambi, Sunambiser, Tasinillen y Bakuende, lograron llegar a Cuba con vida y
fueron vendidos a diversas familias, casi todas de la zona de Pinar del Río. Al
morir, cada una de sus brillumbas se utilizaron para montar prestigiosas
ngangas, que todavía se veneran y dan mucho que hacer en el inundo
sacromágico cubano.
Los informantes de la zona afirman que ya en 1800, en el antiguo ingenio de
"Las Mercedes", también conocido como "Menocal", apellido de sus dueños
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 22
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
don Francisco y don Pedro García Menocal, la imagen tenía su propio "templo"
-una pequeña construcción de cujes y guano revestida de arcilla blanca- y una
pléyade de devotos: los esclavos congos (mayoritarios en la dotación del
ingenio) que venían a buscar consuelo y a llorar sus desventuras ante Ta
Makuende Yaya.
Cuenta la tradición oral de la zona que al ser abolida la esclavitud en Cuba, los
congos fueron a refugiarse en lo que después se conoció como el Pueblo Viejo
de Quiebra Hacha, llevándose consigo su imagen. La casa número 195 de la
antigua calle Maceo fue su nuevo hogar, donde permaneció hasta la edificación
de la capilla en la que ahora reside.
¿Cuál es, pues, la verdadera naturaleza de este San Antonio negro que tiene
un nombre en Palo Monte? Más que la imagen africana de un santo católico -
sería muy difícil reconocer en esta rudimentaria escultura al santo varón
paduano, venerado y seguramente descrito a sus discípulos africanos por los
misioneros que ejercieron su labor en el dominio del Manikongo-, recuerda a
las ngangas encontradas por Laman en esa zona: a las prendas más
especiales y elaboradas, las que semejaban figuras humanas y escondían el
bilongo en una oquedad de su base o de su cuerpo. Poca importancia tiene,
creemos, que se le llame indistintamente San Antonio o Ta Makuende. La
historia —y no sólo la cubana— abunda en ejemplos de identificación de las
deidades de culturas autóctonas o trasplantadas con los sujetos del culto de la
potencia colonizadora o dominante. Tal identificación se circunscribía a
conferirles un mismo nombre en público, y en aprovechar las celebraciones
oficiales para festejar también a sus deidades. Éstas y las de la Iglesia Católica
podían compartir algún atributo, a más del nombre (la espada y las vestiduras
rojas y blancas de Santa Bárbara y Changó, por citar el caso tal vez más
conocido), pero unas y oirás nunca llegaron a fundirse, ni conceptual ni
litúrgicamente.
Corren infinidad de leyendas no sólo acerca de los milagros de este santo
africano, sino también de su mal talante. Una de las más simpáticas cuenta
que, en tiempos de la república mediatizada, un sargento de la policía, la
máxima autoridad en Quiebra Hacha, negó su permiso para celebrar la
procesión anual. Tarde en la noche, en víspera de la festividad y durante su
recorrido de rutina, el uniformado después juraba que al pasar frente a la
iglesia del pueblo se le había aparecido un negrito muy chiquito y muy bravo,
quien le había increpado diciéndole: "¿Tú no va deja que la gente toca a mi?"
El sargento pasó tal susto, que se apresuró a autorizar la festividad no sólo ese
año, sino también en años sucesivos
Cuentan asimismo los creyentes más ancianos de Quiebra Hacha. que hace
mucho tiempo, a principios de este siglo, Ta Makuende se encolerizó v le viró la
espalda a sus fieles Los congos que lo cuidaban, desesperados, trataron de
hablarle y convencerlo, sin resultado alguno. Recurrieron entonces a los cantos
y oraciones en lengua y al familiar sonido del kinfuiti hasta que Ta Makuende
olvidó su enfado y volvió a darles la cara.
Kinfuiti, dice don Fernando Ortiz es el nombre de un instrumento y de su toque,
y también del baile que se ejecutaba con su música. Su sonido, afirma, zumba
y ronca. Fue originalmente un instrumento sagrado para liturgias especiales y
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 23
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
ceremonias evocadoras de los muertos, para sus funerales o para convocarlos
al trabajo. Se le tiene, asimismo, como tambor de fundamento. Se tocaba en
los cabildos congos hasta principios de este siglo en una habitación a la que
nadie tenía acceso —como el Ekue de los abakuá— ante la prenda del Tata de
la casa. A su toque, afirman muchos creyentes, "se jala muerto".
Don Femando lo califica como un instrumento membranófono de fricción.
En Cuba, dice Stéfano Ventura, se fabricaba ahuecando un tronco de cedro o
de palma hasta dejarlo del grueso de una pulgada. Uno de sus extremos se
forraba con cuero de buey, al cual se le practicaba un agujero en el centro. Por
él se pasaba una tira fina del mismo cuero, con un nudo en la parte exterior. En
el interior del tambor, la tira ata un trozo de caña brava que sobresale dos o
tres pulgadas de la parte inferior del instrumento. Quien lo toca, debe
humedecerse las manos con agua clara para poder friccionar adecuadamente
la caña brava, cuya vibración se transmite a la tira de cuero, y de ésta, al
cuerpo del tambor.
Ésa es la vibración que llama a los espíritus de los difuntos. En ciertas
ocasiones, el kinfuiti es acompañado por otros dos tambores y una guataca.
En sus peregrinaciones a lo largo y ancho de la Isla en busca de las raíces
africanas de la cultura nacional, don Fernando Ortiz localizó algunos kinfuiti en
cabildos congos en las ciudades de Remedios y Placetas, en el central
"Manatí" en Oriente, en las cercanías del batey del central "Orozco" en Pinar
del Río y, por supuesto, en Quiebra Hacha, donde hoy los hacen zumbar y
roncar los jóvenes descendientes de los esclavos congos y otros que, como
ellos, se han adentrado en el mágico universo de las Reglas de Palo Monte.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 24
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
COFRADÍAS, CABILDOS,
CIMARRONES Y PALENQUES
En la página 34 del tomo 5 de su obra Cuba: Economía y Sociedad, el
historiador Leví Marrero inserta el siguiente fragmento de un documento
mediante el cual la vecina María Bergaza, de Santiago de Cuba, solicitaba del
Cabildo, en 1566, "un solar en el Barrio de Santo Thomas, que linda con el
solar del Rey Congo". Si el cabildo al que María pedía ese pedazo de tierra era
la autoridad colonial española, sobre lo que presidía el Rey Congo al que alude
el documento era un cabildo africano.
La historia de esas cofradías comienza poco después de la introducción de
negros esclavos en nuestras islas del Caribe. Fueron cofradías y cabildos la
expresión de un creciente sentido de identidad y solidaridad. Muchos esclavos,
después de haber comprado su libertad, o de ser liberados por sus amos, los
fundaron sobre bases de procedencia étnica. Eran entidades similares a las
que existían en su región de origen. Buscaban preservar tanto sus tradiciones
como lo único otro que pudieron traer consigo en el obligado viaje
transoceánico: su dignidad, puesta a prueba por la depravación de sus amos,
quienes a toda costa trataron de doblegar el carácter independiente de esos
hombres y mujeres habituados a vivir en constante comunión con la naturaleza
y sensibles a las vibraciones del mágico mundo que los rodeaba.
Su español chapurreado —el manawa— que tan simpático sonaba al oído, y el
constante y profundo eco de sus tambores, hicieron que el medio de
comunicación de esos hombres entre sí pareciera, a quien le era ajeno, una
especie de amalgama del lenguaje gestual y hablado, cuyo sonido no se
diferenciaba mucho del canto. Ese habla, parido por la necesidad en Cuba,
estaba —y está— salpimentado de agudas frases y refranes que mucho
enseñaron a conquistadores y criollos.
Desde fecha tan temprana como el siglo XVI, aparecen acaudalados vecinos,
preocupados y molestos por las reuniones "de negros" en fiestas para elegir a
sus reyes y reinas, y formar sus propias organizaciones sociales.
Las cofradías, formadas por negros y mulatos libres, artesanos o poseedores
de oficios diversos, que pudieran compararse en cierto sentido con los primeros
gremios, dieron pie al surgimiento de los cabildos, basados en procedencia
étnica y comunidad lingüística, con el propósito de mantener vivos sus hábitos
alimentarios, sus costumbres, sus códigos éticos y sus prácticas religiosas. Fue
la voluntad colectiva de esos asentamientos la que fundió su propia realidad
cotidiana de maltrato y discriminación con la otra cultura traída por el
colonizador. De esa convivencia de 400 años surgió nuestra identidad nacional.
Las cofradías estaban bajo el amparo de alguna iglesia o de un santo patrón.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 25
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
A modo de ejemplo, los patronos de los zapateros eran San Crispín y San
Crispiniano, mientras que la cofradía de los carpinteros radicaba en la capilla
de San José, en el convento de San Francisco. Se sabe que en 1680, el obispo
García de Palacios mandó suspender varias cofradías por discusiones y
problemas internos, dejando sólo las más antiguas. En ese tiempo en La
Habana había 18 cofradías y 6 hermandades, organizaciones funcionalmente
similares a las cofradías, pero que existían sin amparo eclesiástico.
Con el paso del tiempo, las cofradías se fundieron con o se transformaron en
cabildos. El inteligente obispo Morell de Santa Cruz, al analizar la vida de los
esclavos y de los negros y mulatos libertos, decidió en 1755, a partir de una
posición innovadora, oficializar los cabildos negros, cuyas reuniones y fiestas
celebradas en chozas habilitadas a esos efectos tantas quejas motivaran por
parte de vecinos prejuiciados.
Estos cabildos fueron colocados bajo la advocación de la Virgen, de Cristo o de
algún santo particularmente popular en la época. Supervisarlos corría a cargo
del sacerdote designado para ello. Los cabildos africanos que interesan a los
efectos de la proliferación de las Reglas de Palo Monte en Cuba son,
naturalmente, los organizados por congos y ngolas. En el barrio santiaguero de
Matachín, el Cabildo español había hecho merced a un grupo de negros
congos, aunque sin especificar el propósito, de un solar por el cual pagaron
media annata el 22 de julio de 1731.
De la lista de cabildos africanos convertidos en ermitas por el obispo Morell de
Santa Cruz hemos seleccionado los siguientes, ubicados en La Habana:
- Dos cabildos de congos, radicado el primero junto a la Iglesia del Santo
Cristo, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Ángeles y atendido por el
capellán don José Sobrado; el segundo, localizado en La Sabana, bajo la
advocación de Nuestra Señora de la Piedad y atendido por el capellán don
Francisco Velasco.
- Dos cabildos de mondongos, uno junto a la iglesia de San Francisco de
Paula, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Altagracia, cuyo capellán
era don Antonio de Mora; y otro, en La Sabana, bajo la advocación de Nuestra
Señora del Consuelo, atendido por el capellán don José Antonio López.
- Un cabildo de luangos junto a la Iglesia del Santo Cristo (en una casa
techada de tejas, mientras que los otros radicaban en bohíos), bajo la
advocación de Nuestra Señora del Pilar, atendido por el capellán don Juan de
Dios Rodríguez.
Durante los siglos XVIII y XIX los cabildos adquirieron una importancia vital en
la vida de los negros esclavos y los mulatos libertos en las zonas urbanas. Las
crónicas y anales los mencionan a todo lo ancho y largo de la Isla y sus datos
particulares se conservan en archivos y bibliotecas.
En los listados de los cabildos formados por los descendientes de congos y
ngolas en la provincia de Matanzas, se destacaron:
- El de Nuestra Señora del Rosario, cuyos miembros eran congos reales, y
cuya enseña —una bandera casi idéntica a la de la real familia española— era
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 26
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
desplegada en días festivos. Se estima que los congos reales procedían de la
región donde estaba ubicada la capital del reino del Manikongo. Pertenecían a
la "nobleza" del clan, condición que hicieron valer pese a estar esclavizados.
Este cabildo radicaba en la calle Velarde no. 212, donde fue organizado. En
1864 se mudó al no. 215 de esa misma calle, donde permaneció hasta su
disolución en 1890. Sus sucesivos reyes eran representantes de cinco de los
principales clanes del Congo.
- El de los congos masimboi, organizado en 1816. Radicó en el no. 220 de la
calle Manzano hasta que se disolvió en 1890.
- El de los congos masinga, fundado en 1847. Para esa fecha había tal
cantidad de masingas en Matanzas, que se decidió integrar otro cabildo,
ubicado en la calle Mercedes no. 182, en el barrio de Pueblo Nuevo, donde
permaneció hasta su clausura en 1891.
- El de Nuestra Señora de la Merced, formado por mondongos, e inaugurado
en 1846 en Las Mercedes, en el mismo barrio de Pueblo Nuevo. Se tienen
noticias de que funcionó hasta 1893.
- El de la Virgen de Belén, el más importante de los creados por los
mondongos matanceros. Abierto en 1846 y radicado en la calle Velarde entre
Manzaneda y Zaragoza, permaneció allí hasta 1864, año en que se trasladó a
Salamanca no. 78. Se supone que se cerró en 1902.
No parece existir entre los etnólogos y antropólogos consultados —y otros que
ellos citan— unidad de criterios con respecto a la región exacta de Africa de la
que procedía la etnia ganga (si bien todos coinciden en que es oriunda de
África Occidental), y el tipo de formación socio-económica que allí tuvieron. Sin
embargo, en Cuba, tanto ellos como los mandingas estuvieron muy vinculados
a los congos, celebrando conjuntamente fiestas y ritos. Es por ello que hemos
incluido aquí algunos de los cabildos organizados por estos otros dos grupos
africanos en Matanzas.
Los principales cabildos gangas en la ciudad de Matanzas fueron:
- El Ganga Quiri (1816-1889), sito en la calle Manzaneda sin número Según
los documentos, tuvo un solo capataz, llamado Antonio González (1840-1878)
-El de la Purísima Concepción (1816-1889). Primero radicó en la calle Daoiz
(?) no. 204, mudándose para la calle Velarde sin número en 1864 Alli radicó
hasta 1 878, trasladándose entonces a la calle Santa Isabel no 110, donde
permaneció hasta su extinción en 1 891. Sus últimos capataces fueron Pedro
Tellerfa (1864-1876), Feliciano Ángulo (1876-1894) y Sahá Sastianeía
(1894-1899).
- El de San Fracisco (1816-1890). ubicado en la calle Daoiz (?) no. 207. Sus
últimos capataces fueron Sebastián Madruga (1864-1878) y Jacobo
Hernández (1878-1890).
- El de la Virgen de Regla (1850-1890). Estuvo en la calle Santa Isabel no. 71
hasta su desaparición. Sus capataces fueron Juan Vidal (1850-1878) y
Ricardo Noal (1878-1890).
- El de San Pedro (1847-1891). Radicó en la calle Velarde sin número hasta
1864, cuando fue trasladado a la calle Santa Isabel no. 194.
Documentalmente se menciona a un solo capataz: Ignacio
Álvarez( 1864-1878).
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Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
Los cabildos mandingas de la ciudad de Matanzas, mencionados en los
documentos de la época, fueron los siguientes:
- El de San Cayetano (1816-1900). Primero estuvo en la calle Velarde sin
número, posteriormente en Manzaneda no 73, y finalmente en la calle
Salamanca sin número hasta su disolución. Sus últimos capataces fueron
Crispín Rey (1850-1878), Mariano Numboa (1878-1890) y Nano Numboa
(1890-1900).
- El de Nuestra Señora de Monserrate (1870-1899), que fue prácticamente el
último en ser fundado en esa ciudad. Radicó en la calle América no. 60 y su
capataz fue Domingo Rodríguez.
La ciudad de Trinidad, en la provincia de Las Villas, fue sede de otro cabildo de
congos reales bajo el patronato de San Antonio de Padua: el Ta Makuende
Yaya que encontramos en el pueblo de Quiebra Hacha en Pinar del Río. Este
cabildo fue fundado en 1845 y existe todavía. Celebra sus fiestas el 14 de junio.
En su casa-templo se guarda con esmero la nganga enterrada en el patio, a la
cual se le ofrenda anualmente una comida ritual.
En Guanajay, provincia de Pinar del Río, también existió un cabildo de congos
reales. Se tienen noticias de que su fundación ocurrió alrededor del año 1880.
Nueve años después apareció un artículo en el periódico La Lucha, recogiendo
quejas del vecindario por los "toques y bailes de los negros". Güines conoció
un cabildo de congos reales verdaderamente original: cuenta la historia oral del
pueblo, recogida por el investigador Félix Horta,16 que salían en comparsas,
elegantemente vestidos, pero descalzos.
En San José de las Lajas existía, en vez de cabildos, una sociedad de socorros
mutuos: Nuestra Señora de los Dolores, fundada en 1881, que pervivió, según
Horta, hasta 1925. Fue, a todas luces, la primera sociedad negra de este tipo.
Cuando sus miembros salían en procesión, portaban estandartes, banderas y
bastones de mando y marchaban al son de sus tambores, saludando a todos a
la usanza de los descendientes de congos y ngolas: Salaam Alekum, Alekum
Salaam.
En Santiago de Cuba, donde la población negra alcanzó una elevada
proporción, el cabildo del cual se conserva más información es justamente el
de los congos. El rey congo José Trinidad XXV murió en Santiago en octubre
de 1848 y le fueron rendidos honores póstumos solemnes por los miembros de
su cabildo. Agrega el cronista don Emilio Bacardí,17 como dato curioso, que en
su entierro se hizo una salva de artillería.
Esas instituciones, de carácter humanitario y piadoso, procuraban la curación
de los paisanos enfermos y la manumisión de aquellos de sus asociados
quienes, por su moralidad y buen comportamiento, fueran considerados dignos
de conseguirla a costa de los fondos aportados por las limosnas del colectivo.
Además de esos actos de caridad, los cabildos, con sus festividades
tradicionales, también mitigaban las penas derivadas de la triste condición de
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 28
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
sus asociados, pero siempre observando un comportamiento social ordenado,
pues sus reuniones raras veces dieron motivo a conductas impropias.
Rogelio Martínez Furé recoge en su libro Diálogos Imaginarios'" la
inauguración, en 1892, de una muy curiosa asociación llamada "La Unión
Africana y sus descendientes". Su reglamento revelaba criterios modernos y
cierta cultura. El objetivo de la asociación era la unión en Cuba de los
africanos, el establecimiento de escuelas, pago de atención médica, y otros
beneficios sociales. Y entra los propósitos mutualistas de la sociedad se incluye
el de sostener el "tráfico de vapores entre África y Cuba". Entre las normas a
observar por los miembros de tan pintoresca sociedad, estaba una disponiendo
que "en caso de luto las señoras asistirán vestidas de blanco con cabos
negros".
En 1893 la asociación solicitó hacer uso de la bandera africana, ¡de su
bandera!, azul, con una estrella dorada en el centro, de acuerdo con el tratado
entre España y la "Asociación Internacional del Congo" (sic) del 7 de enero de
1885. El gobernador español les negó el permiso, afirmando que "no eran
extranjeros los africanos en Cuba, sino que se les venía considerando como
españoles".
En 1894 la sociedad nombró a Williams George Emanuel "único representante
de la raza africana ante el Gobierno", y en 1895 la sociedad cambió su nombre,
adoptando el de "Aurora de la Esperanza". Extendió asimismo su radio legal a
toda la Isla, adoptando la advocación del Santo Rey Mago Melchor.
Emanuel, fundador y, según se dice, pastor protestante, proponíase refundir los
diversos cabildos en una poderosa sociedad de finalidades fantásticas, que con
el pago de cuotas y adjudicación de las diferentes casas de los cabildos
pudiera acometer la mutualidad a gran escala, amén de monopolizar la
representación de los centenares de miles de afrocubanos. Tal propósito no
pasó de infeliz tentativa. En 1896 se celebró junta asistiendo representantes de
los cabildos dahomé, gabalú, mina, carabalí, mandinga, mundukuka, masinga,
mubanque, mundamba luamú numbara y Santa Efígenia de Guanabacoa; y
después de vivas protestas resultó expulsado de la "Aurora de la Esperanza",
el moreno Emanuel. No cesó ahí la "Aurora", pues el 18 de abril de 1897
reunidos Juan Sifré, presidente de los mandingas, Eusebio Zayas, presidente
de los carabalíes y Federico Rencurell, presidente de los minas, acordaron un
nuevo reglamento con escasas variantes.
Después, la actuación de esa extraña asociación no deja rastro; pero, todavía
en 1910, Emanuel dio señales de no haber abandonado sus ideas,
presentándose al gobierno cómo representante de los africanos oriundos, para
su civilización en el país, ante el Gobierno, y como apoderado y liquidador de
los cabildos africanos, pidiendo certificados de las disoluciones de algunos
cabildos.
Ya en el siglo xvi se registraba la huida, individual o en grupos, de los
descendientes de los pocos indios cubanos que lograron sobrevivir al régimen
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 29
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
de esclavitud al que los sometió el colonizador, y de los africanos traídos a la
Isla para sustituirlos como mano de obra. Los que se encontraban cerca de
lomas y montañas escapaban para ponerse al amparo de los montes. Y en
este empeño por emanciparse se unieron los descendientes de la población
autóctona de Cuba —grandes conocedores de la tierra, de los escondites que
proporcionaba, y de la forma de extraer de ella sustento y curación—, los
africanos fugitivos y, según don Femando Ortiz, algunos blancos perseguidos
por la justicia. Juntos, y con un solo objetivo: la libertad, lograron dar grandes
dolores de cabeza al gobierno colonial y a sus antiguos amos, temerosos
siempre de una revuelta por parte de un sector de la población que los
superaba numéricamente.
A los grupos de menos de siete fugitivos se llamaban cimarrones. Cuando
éstos lograban establecer pequeños caseríos, huertos y crías de animales, y
además compartían creencias religiosas, constituyendo así una organización
social y económica de base, recibían el nombre de apalencados.
En el siglo XIX aparecen palenques en las zonas de Pinar del Río, La Habana,
Matanzas, Las Villas y Oriente. Camagüey, tierra de vastas llanuras, no era el
lugar más adecuado para establecer una comunidad clandestina. Sin embargo,
se sabe que las hubo en Santa Cruz del Sur.
Nos atreveríamos a señalar como el más controvertido de los palenques de
Oriente al de los matiabos o matiaberos. Dice de ellos don Fernando Ortiz que
eran cimarrones belicosos, que estuvieron muy en contacto con las fuerzas
mambisas a lo largo de la Guerra de los Diez Años. Si damos crédito al artículo
de López Leiva aparecido en La Discusión de La Habana, el 13 de agosto de
1903, y que cita don Fernando, el palenque, y los apalencados tomaban su
nombre de Matiabo, deidad protectora del campamento, que, por la
descripción, debe haberse tratado de una prenda cubierta por un pellejo de
chivo y rodeada de elementos mágicos propios de las Reglas de Palo Monte:
espuelas de gallo, cuernos y tarros, collares de semillas y caracoles.
El escritor mambí Ramón Roa, cuyo juicio también reproduce don Fernando,
calificó a esa agrupación de secta endiablada y misteriosa. Sin el desconcierto
que por desconocimiento causara la devoción de aquellos esclavos insumisos
en López Leiva y en Roa, Ortiz aclara que los matiabos eran, obviamente, una
secta bantú, y se inclinaba por ubicarlos como provenientes de Angola,
argumentando que los hombres traídos de esa porción del reino del Manikongo
fueron famosos hacedores de desórdenes dondequiera que fueron llevados en
América hispana. Los matiabos, añade, debieron organizarse, como solían
hacer los Tatas Ngangas en África y después en Cuba, como una cofradía o
sociedad secreta de juramentados para fines, en aquellas circunstancias, tanto
de defensa como de agresión.
Pero los más grandes y poderosos palenques orientales estaban ubicados en
la Sierra Maestra, en las alturas de Mayan, en las montañas que rodean a
Guantánamo y en las alturas de Baracoa. Llamábanse Sigua, Limones, Toa,
Bumba, Maluala, To's Tenemo, Bruto, Yagruama, Caujerí y Nkimba. Tenemos
razones para creer que el palenque Nkimba fue organizado por negros sacados
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 30
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
del Congo, donde existía una sociedad secreta exclusivamente masculina, para
la defensa del clan y sus miembros, que llevaba ese mismo nombre. Pero el
más temido y respetado entre ellos lo fue, sin duda, el Palenque del Frijol,
ubicado en la sierra de ese nombre.
Al otro extremo de la Isla, en la loma del Cuzco, en Arroyo Grande, en las
sierras del Rosario y de los Órganos en Pinar del Río —en las zonas que se
corresponden con las jurisdicciones de Guanajay, Bahía Honda, San Cristóbal
y Pinar del Río— hubo asentamientos de negros de diferentes etnias que se
acomodaron a una unidad religiosa bajo un solo guía o jefe. Es posible
encontrar en los anales históricos y en la tradición oral, que algunas de las
grandes familias de mayomberos quienes adoraban, a la usanza de su país, a
los espíritus de los ancestros, y cuyas ngangas llevaban nombres de reyes del
Congo y Angola, habían incorporado a sus ritos reminiscencias de la cultura
arará. Ése fue el caso de las prendas con el nombre de Akaró, en tributo al rey
de los rayos y los truenos reverenciado ayer y hoy en el territorio que ocupa la
actual República de Benin.
Cuentan documentos de la época que en la noche del 14 de julio de 1822 bajó
de la Sierra de las Ánimas hasta la hacienda de Cabañas —donde se
apalencaba un número grande de negros—, propiedad de José Ramón de
Rojas, una cuadrilla del palenque de Pascual y Pancho Mina, célebre por sus
acciones en toda la zona. Constaba esa cuadrilla de 21 hombres y 10 mujeres.
Asaltaron el potrero de la hacienda e hirieron al mayoral con el fuego de los
fusiles que llevaban, haciéndolo huir. Incendiaron todas las fábricas, mataron
todos los animales que pudieron, y habrían hecho mayores destrozos si no se
hubiera reunido un número considerable de vecinos para rechazarlos.
El 20 de marzo de 1839, el rancheador Francisco Estévez informaba a la Junta
de Fomento que todos los cimarrones de un palenque próximo al río San
Francisco, en la jurisdicción de Santa Cruz de los Pinos habían logrado
escapar, "dejando atrás armas, ropas, calderos y brujerías".
El propio Estévez, en sus correrías por Vuelta Abajo, mencionaba con
frecuencia el hallazgo de "hasta diez o doce bolsas de cuero llenas de
brujerías".
La reiteración de este hecho revela, decía, "la regresión hacia las viejas
prácticas culturales africanas, facilitada por la ausencia, prácticamente total, de
educación religiosa entre los esclavos, aun en el área de Vuelta Abajo, tan
inmediata a La Habana".
En la región central de Cuba, en lo que se conoce como el triángulo
Cienfuegos-Trinidad-Sagua la Grande, ubicado en las montañas de Trinidad,
se registró la existencia de palenques de esclavos que huían del Valle de los
Ingenios y de las haciendas vecinas. La actividad de esos palenques fue
relevante sobre todo en el siglo XIX, con el auge de la industria azucarera en
Cuba.
Hemos logrado ubicar uno llamado Ndembo, suponemos que en homenaje a la
sociedad secreta de ese mismo nombre fundada por los ancestros en el Bajo
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Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
Congo. Este grupo de apalencados, en su afán de regresar a su África lejana,
practicaba el rito de la muerte y la resurrección, en el cual se componían
ngangas que, según ellos, contenían los misterios da la muerte. Quién sabe si
al revivir estos ritos usuales en las prácticas de los primeros mayomberos,
lograron su finalidad: el regreso espiritual, ya que no físico, a su tierra natal.
Entre los jefes de los palenques a todo lo largo y ancho de la Isla hubo también
mujeres cuya fiereza y audacia les valieron la entrada en la historia de la lucha
por la libertad. Ejemplos de ello son la Madre Melchora, de la zona de Vuelta
Abajo; Manga Saya, de Perico; Ma´Teodora, de la loma del Cuzco, y muchas
otras que pertenecían a las dotaciones traídas del dominio del Manikongo.
El coronel Joaquín de Miranda y Madariaga escribía desde Guanajay con
fecha 27 de agosto de 1825 al Capitán General Francisco Dionisio Vives lo
siguiente:
Los acontecimientos últimamente acaecidos en algunas fincas del sur
parece tenían por objeto aumentar los palenques del Cuzco. Estos
sucesos los graduará cada cual según su modo de ver, y quizás los
marquen de indiferentes, pero los hombres prácticos en las revoluciones
mirarán en ellos resultados de otros principios, capaces de esparcir una
llama devoradora que arruine este edificio social. Hablando con la
verdad que me inspira el conocimiento del país, diré que V.E. y las
demás autoridades se encontrarían en las circunstancias más espinosas
en el momento en que se insurreccionase la esclavitud de uno solo de
los partidos de los que contienen ocho o diez mil siervos, que
destruyesen el corto número de blancos que viviesen diseminados entre
ellos, que incendiasen las fincas y se encaminasen al Cuzco,
arrastrando tras sí la negrada de algún otro partido... Los 50 ó 60
vecinos del Cuzco, con sus 3,000 negros viven en la agonía y la alarma,
sufriendo los ataques de los cimarrones. Los más ausentan sus familias
y muchos abandonarán sus establecimientos si no se adoptan medidas
que afiancen su seguridad."
¿Cuál sería el destino de esos esclavos insumisos y muchas veces también
insurrectos, con el advenimiento de la pseudorrepública en Cuba? Un punto
natural de reunión pueden muy bien haber sido los solares o cuarterías,
míseras viviendas colectivas que proliferaron en toda la Isla y donde hubieron
de pasar sus últimos años muchos de aquellos veteranos no blancos de
nuestras guerras de independencia que decidieron radicarse en las ciudades.
Allí arrastraría la mayor parte de sus descendientes una existencia igualmente
escuálida, refugiada en la religión de sus mayores como única esperanza para
salir de la pobreza y la discriminación. Todavía los vecinos más antiguos de lo
que fuera la Calzada de Vives, en La Habana, recuerdan uno de esos solares,
el de los Carretones de los Congos, llamado así por la procedencia de sus
primeros residentes.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 32
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
LAS RELIGIONES AFROCUBANAS:
PATRIMONIO DE LOS PUEBLOS
La sociedad cubana ha observado, como lo han hecho en todas las épocas
todos los conglomerados humanos, las conductas aceptadas por la época en la
que a sus miembros les tocó vivir. Las clases cuyos intereses dominaron la
política y las actividades económicas principales hasta el siglo xix y cuyas vidas
transcurrieron en un medio en el cual la población de origen africano —y por
esa razón, su influencia— era no sólo mayoritaria, sino que estaba
inseparablemente unida a su vida diaria, dejaron plasmadas sus vivencias
sobre esa coexistencia en ocasiones nada pacífica, en numerosos relatos y
obras literarias y plásticas que son parte de nuestro patrimonio nacional.
Aquellos hombres y mujeres —igual que ahora hacen muchos de nuestros
contemporáneos— acudían, algunos abierta y otros solapadamente, a los
conocimientos ancestrales de los africanos, de sus descendientes y de los
mestizos de indio y africano quienes les servían de curanderos, comadronas,
nodrizas y hasta de confidentes, transmitiéndoles, con sus curas y cuidados, la
sabiduría heredada por vía de la tradición oral o surgida de la necesidad de
subsistir en un medio desconocido.
A través de la lectura de documentos que nos han sido mostrados por viejos
religiosos, hemos podido constatar cómo estos blancos fueron paulatinamente
identificándose con las manifestaciones religiosas de origen africano: la Regla
de Ocha o Santería, la Sociedad Secreta Abakuá, las Reglas de Palo Monte y
las creencias de los descendientes de las etnias arará, ganga e iyesá,
formando un complejo religioso realmente criollo.
La tradición oral del pueblo de Bahía Honda cuenta cómo Casanova, dueño del
central "Orozco" en Pinar del Río, ofrecía cada año un perro a la maza del
central cuando daba inicio a la molienda. Éste era un sacrificio a Oggún-
Sarabanda, dueño de los hierros, para que la maquinaria no sufriera rupturas
durante la zafra, y la molienda se desarrollara de la manera más rápida y
productiva.
Otros dueños de centrales se hacían de la vista gorda y dejaban que sus
subalternos ofrecieran sacrificios, fiestas a sus orishas y npungos, para que la
molienda se efectuara sin tropiezos.
Gaspar Antigua, alcalde de Yaguajay, y Ventura Blanco de La Antigua,
presidente de los concejales de ese término municipal de la provincia de Las
Villas, buenos conocedores de la historia local, fueron rayados en la prenda del
gran congo Ta Managua, famoso por sus poderes sobrenaturales.
Los presidentes José Miguel Gómez, Alfredo Zayas, Gerardo Machado, Carlos
Prío Socarras, Fulgencio Batista (y también su hermano Panchín), practicaban
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 33
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
la Santería y el Palo y eran respetados en los juegos Abakuá. Alfredo Zayas
era, además, espiritista, médium y vidente. Los tristemente recordados esbirros
batistianos Laurent, Orlando Piedra y Esteban Ventura se dedicaban también a
estas prácticas. Muchos de los que caían en sus manos recibían un trato
diferente, y no eran torturados o golpeados hasta la muerte, si se trataba de
cofrades del mismo tronco o gajo: les estaba prohibido infligir daño a cualquiera
de sus hermanos de religión.
Y en la actualidad, ¿quién sabe cuántos han buscado silenciosamente la
protección de las Reglas de Palo Monte o de algunas de las otras
manifestaciones religiosas afrocubanas?
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 34
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
DOS RELATOS DE LA TRADICIÓN ORAL
De la fusión de algunos pequeños ingenios de la zona de Quiebra Hacha ("San
Pablo", "Santiago de Cañas" y "San Juan Bautista") surgió el ingenio "San
Ramón", fundado en 1878 por don Ramón Balsinde, rico propietario de
esclavos y de plantaciones cañeras. Cuentan los viejos informantes que
alrededor de este ingenio había una arboleda de frondosas y verdes ceibas
nacaradas: ngunda naribé, que así se llama a estos árboles en congo. Cuando
el trabajo agotador daba un pequeño receso a los sufridos negros de la
dotación, éstos con gusto oían al que más tarde sería conocido como "Manca
Perro", cimarrón de alto voltaje, rebelde bozalón negro, cuya gran capacidad
narrativa lo convertía en el relator por excelencia de cuentos de su Congo
lejano, de su tierra que vería cuando, según decía, volara al encuentro de su
cultura a la hora de la muerte.
Narraba que la ceiba —árbol sagrado que sustituyera al baobab africano—
adquirió un valor inigualable en una guerra entre Nsasi y los brujos de una
temida tribu de las selvas de Mayombe. Nsasi corría o, por mejor decir, volaba
en su haz de luz, en un rayo, huyendo despavorido de los mpolos (polvos) que
sus enemigos venían soplando sobre él sin descanso. ¿Qué había hecho
nuestro héroe? Le había robado un carnero a su rey, el Manikongo, y éste, sin
siquiera reflexionar sobre el asunto, había mandado a un ejército de nkuyos
para que lo atraparan. Las ceibas, que veían a Nsasi con mucha simpatía,
decidieron rápidamente y sin contradicciones darle cobija. Una de ellas rugió,
abriendo su tronco de espinas para que Nsasi se refugiara en él, salvando su
vida. Cuando los nkuyos se acercaron, cayeron siete rayos fulminantes y ellos,
asustados, se alejaron corriendo e implorando piedad. Por eso a las prendas,
además de llamarlas Nsasi, les dicen también Siete Rayos en recuerdo de esa
escabrosa situación.
Cuenta otra leyenda (en congo, cuento o leyenda se dice munika-munika) que
en el barracón del ingenio "Balbanera", fundado en 1800 y propiedad del
Conde de Villanueva, en las tierras del pueblo o caserío de Quiebra Hacha,
vivió un negro, de estatura considerable y fortaleza inigualable, procedente del
Congo. Se llamaba Coballende. Este hombre sin escrúpulos convivía a
escondidas con mujeres de toda la gama cromática y esto lo enfermó de la
sangre y de la piel. Los viejos le daban sus sabios consejos. Pero Coballende,
airado, se hacía el sordo. Y llegó el buen día en que con su miseria humana
contaminó a muchos en el barracón. El dueño del ingenio lo expulsó de sus
propiedades cuando prácticamente estaba ya a las puertas de la muerte.
Abochornado, se retiró a la sierra que ahora se conoce como De Los
Condenados (bautizada en recuerdo de este caso) cerca del Mogote de la
Jagua, y se tendió a la sombra de un frondoso laurel. Con el cansancio de las
noches en vela, de las caminatas interminables y de los dolores de sus llagas,
quedó adormecido. Su sueño, intranquilo y apesadumbrado, lo llevó a
imaginarse encuentros con los ancestros de su misma etnia, dejados en su
lejana África. Allá, entre rayos, centellas y truenos que estremecían los cielos y
las nubes encapotadas, se le apareció su dueño y señor: Nsasi, su hermano,
que había desaparecido en una tormenta. Dulcemente le habló, y le dijo que se
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 35
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
limpiara con laurel, maíz, álamo y siempreviva para que todos sus males
acabaran. Al despertarse, Coballende hizo lo que le orientó su hermano y
rápidamente, después de un baño en el río Caiguanabo, donde se mecían los
nenúfares y lirios entre el murmullo de sus aguas cristalinas, renació a la vida.
Se coronó como rey de estos parajes y vivió muchos años. Viejos y jóvenes
acudían a oír sus sabios consejos, a curarse y a festejar. Eje de numerosas
leyendas, se escucha su voz en las montañas y en las ruinas del "Balbanera",
increpando a su amo que lo abandonó a su destino.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 36
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LA REGLA DE MAYOMBE
Mayombe es un vocablo congo que significa magistrado, jefe superior,
gobernador, denominación o título honorífico.
Llámase mayombero al hechicero de tradición conga, oficiante de la regla que
se conoce como Palo Monte, la cual rinde culto a los muertos y a los espíritus
de la naturaleza.
Mayombe es, en resumen, la íntima relación del espíritu de un muerto que,
junto con los animales, las aguas, los minerales, las tierras, los palos y las
hierbas, conforman el universo adorado por los descendientes cubanos de los
hombres y mujeres traídos del reino del Manikongo.
Establecidos inicialmente en Pinar del Río, donde hubo un gran asentamiento
de esta procedencia, fueron actores de diversos cimarronajes. Su personalidad,
a un tiempo inquieta y reservada, los llevaba a huir hacia las lomas. Los
espíritus de aquellos alzados contra la esclavitud, asesinados por los
tristementes famosos rancheadores —hombres sin escrúpulos dedicados por
dinero a la busca y captura de esclavos fugitivos—, pasaron con el tiempo a
formar parte esencial de los fundamentos o prendas de los mayomberos
actuales. La historia —o por mejor decir, el árbol genealógico de algunas de
estas prendas que toman el nombre de su muerto— se incluye en otra sección
de este trabajo.
En algunas zonas de Cuba se conservan aún con gran pureza, debido al apego
de sus devotos a la ortodoxia religiosa, las prácticas de Mayombe heredadas y
guardadas con celo y transmitidas oralmente de generación a generación
desde el siglo XVI hasta el presente. Esas prácticas se basan en la
interrelación con los espíritus de los ancestros y de los muertos y con las
vibraciones de todo cuanto hay en la naturaleza. Popularmente se conoce a
sus seguidores como mayomberos, Padres o Yayis Ngangas, nganguleros,
paleros y así sucesivamente, hasta ir a dar al despectivo nombre de brujo.
Denota esta última denominación el desconocimiento, por parte de quienes la
emplean, del amor a la naturaleza que profesan los mayomberos y el respeto
de que son acreedores por sus profundos conocimientos de los secretos y
misterios de la naturaleza, y del ser humano con todas sus virtudes y defectos.
Víctimas de la difamación de las autoridades coloniales primero y
pseudorrepublicanas después, esos creyentes guardaron su saber en
bibliotecas individuales: sus memorias, el mejor centro de referencias que la
humanidad siempre ha tenido a su alcance.
Vayamos, pues, al encuentro de Mayombe en una antigua casa de
descendientes de esclavos en Pinar del Río, situada en la loma del Cuzco: los
Batalla Sacara Empeño. Su hogar es la zona ubicada entre el poblado de
Cabañas y los alrededores del antiguo ingenio "La Luisa", en El Callao.
Se recoge en la historia de esta familia que Rufino Fernández (llamado Ta
Rufino, descendiente probado de un rey congo), el blanco Manuel
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 37
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
(descendiente de gallegos) y Fermín Cueto (que respondía por Ta Guapito) le
entregaron al difunto Primitivo Arrieta (también conocido como el Chino Arrieta)
un fundamento o nganga: Cuaba Batalla Sacara Empeño.
El Chino Arrieta fue un gran defensor de la ética del Mayombe puro, que no
admite elementos de otras manifestaciones religiosas. Legó a sus ahijados
métodos y tratados virtualmente desconocidos por los que se agrupan en otras
casas seguidoras de esta práctica. Por los estudios realizados sobre esta rama
de la mayombería, extendida por todo Pinar del Río, La Habana (sobre todo los
poblados de Guanabacoa y Regla), Matanzas y Villa Clara, hemos constatado
que su liturgia se ha conservado pura, dando origen a las ramas conocidas
como Brillumba, Shamalongo y Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje. Las
ceremonias mayomberas han preservado la impronta de los ancestros, sin
asimilar aporte alguno de la Ocha, el espiritismo o el catolicismo. Sus ngangas,
que contienen todo lo que en el plano tierra tiene vida (pues para el africano y
sus descendientes, todo vibra, hasta la materia que hombres de otras culturas
consideran muerta), son de tamaño pequeño, como las de los antiguos clanes
del reino del Manikongo, que eran trasladadas de un lugar a otro, según las
necesidades de aquellos pastores y recolectores nómadas, después
transformados en labriegos, forjadores y guerreros, y que constituían el eje
principal de la vida del clan.
El mayombero no adora simultáneamente a varios poderes, como lo hacen las
otras ramas que se desprenden de la mayombería. Su principal fundamento es
Nsasi Siete Rayos, nombre genérico que se da a toda prenda mayombera.
Estas prendas siempre van acompañadas de un nkuyo o lucero, con el cual se
abre el cuarto donde se "juega" Palo, y al cual se puede describir como una
prenda en miniatura; y de una mpaka, montada en un tarro de chivo o de toro,
que es uno de los instrumentos auxiliares de la adivinación.
Los viejos mayomberos descendientes de congos y ngolas suelen emplear un
refrán que refleja su total confianza en el poder de sus creencias ancestrales:
"Nganga buena, nunca tercia."
Para los congos asentados en Cuba, Nsasi significa lugar de enterramiento de
los jefes y también antílope o venado. Es, asimismo, como ya hemos visto, el
nombre del micromundo que contiene el nkisi principal. Nsasi está dentro de un
caldero de barro cocido, sellado con tierra, que incluye los huesos de nfumbe
de diversos animales, así como aguas recogidas en distintos sitios.
Se le sacrifica carnero y jicotea en casos especiales. Sarabanda, a diferencia
de Nsasi, se nutre de sangre de chivo. Es curioso que para el llanto del
mayombero se sacrifique un chivo, mientras que esto es un sacrificio de rutina
para alimentar a Sarabanda. Se llora al mayombero y se alegra a Sarabanda.
Estas son las contradicciones propias de los desprendimientos del eje de esas
manifestaciones, que se adoran a todo lo largo y ancho de nuestra bella isla del
Caribe.
A partir de la prenda funciona el colectivo en su totalidad. Ella simboliza la
unidad del clan y otorga jerarquía y poder a su dueño sobre quienes lo rodean.
Todas las manifestaciones sociales —el arte, la economía, la política, la guerra,
la religión— se subordinan, por decirlo en términos contemporáneos, a los
consejos del poseedor de este receptáculo.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 38
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
La consagración hermana a los hombres y los agrupa en torno a la prenda.
Su principio consiste en el intercambio de sangre, como la forma más expresiva
de manifestar los sentimientos de vínculo familiar y solidaridad. Pero el
mayombero es muy cuidadoso al aceptar a un nuevo ahijado. Puesto que
guardan con tanto celo sus conocimientos, velan para que el que los reciba
sepa guardarlos igualmente bien. De ahí que muchos practicantes no tengan
siquiera un solo ahijado.
Para un verdadero y escrupuloso Padre o Madre Nganga, un ahijado debe
observar estrictamente una serie de normas de conducta con respecto a su
vida familiar y pública. El aprendizaje del neófito suele durar largos años, y
acabará teniendo en su haber un cúmulo de conocimientos sobre el monte y
las propiedades de los palos que más fuertes vibraciones emiten. Se
convertirá, en suma, en un verdadero sabio sobre las virtudes de la flora.
El Tata Nganga es el responsable de ejecutar el rito de iniciación, consistente
en hacer marcas con un objeto cortante sobre el cuerpo del que se inicia,
extrayéndole sangre que se vierte sobre el receptáculo mágico y se añade a la
bebida sacramental. El iniciado es el primero en beberla, y después el restó de
los cofrades. Queda explicado así que se ha realizado una consagración con el
nfumbe que rige el fundamento. De hecho, esto implica un sacrificio, una
ofrenda : se ha dado parte de la energía vital del hombre,—su sangre— para
enriquecer a la prenda y. Espiritualmente, al individuo. Éste adquiere un
carácter más amplio como ente social, pues esta consagración no obedece
únicamente a motivaciones de carácter religioso, sino (también a profundas
convicciones acerca del rol que corresponde a cada individuo en su contexto
social. El compromiso religioso es para los mayomberos, un compromiso
social.
Antes de llegar a la consagración, han de llevarse acabo las ceremonias que
enumeramos a continuación: el vaticinio de la consagración: los baños
purificadores; la matanza de animales y la preparación del yamboso: la entrada
al cuarto: la ceremonia de reafirmación; el rayamiento y, por último, el brindis y
el saludo.
Para vaticinar si un individuo necesita y puede iniciarse, el ngangulero hace
uso de sus recursos de adivinación a través de un registro o consulta. Para
efectuarlo, emplea la mpaka mensu, tarro de chivo o toro sellado con un trozo
de espejo. A través del espejo el futuro padrino, luego de hacer algunos
conjuras mágicos, verá lo que le depara el destino al individuo y se lo
transmitirá verbalmente, corroborando la veracidad de lo que le dice mediante
preguntas al fundamento con fula o con shamalongo.
En caso de que la iniciación sea indicada, se fija la fecha de la ceremonia
teniendo en cuenta las condiciones sociales, la conducta moral y el estado de
salud del individuo, cuya vida sexual debe ser intachable y cuyas dolencias, si
las tuviera, deben conocer tanto él como el ngangulero, v los factores
naturales, es decir, la posición de los astros, sobre todo de la luna. Nunca se
debe proceder a una iniciación cuando la luna está en cuarto menguante. Es
preferible hacerla cuando esté en cuarto creciente. Es muy favorable para el
individuo que se le inicie en los días que marcan los cambios de estaciones.
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 39
Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte
Los animales, los objetos y los derechos necesarios para la consagración son:
dos gallos, una botella de aguardiente, una de vino seco, una de miel de
abejas, algunas velas, tabaco y un pañuelo blanco.
El monto del derecho será el que marque el ngangulero, nunca excediéndose
de la mayor cantidad que tradicionalmente se cobra.
El baño que deberá tomar quien se inicia se prepara minutos antes de la
ceremonia de la consagración, en una cazuela de barro o en una palangana
grande. Se vierten en el recipiente el agua y las hierbas, ripiándolas antes con
las manos hasta casi macerarlas. A esto se añade el aguardiente, el vino seco,
la miel de abejas, chamba, fula y un huevo, previamente autorizado, ya que en
esos momentos quien se inicia debe ponerse en posición de penitencia. El
ngueyo pasa al baño con los ojos vendados, los pantalones remangados hasta
más arriba de las rodillas y sin camisa. Mientras se le baña, el Akpuón canta
todo lo que se está haciendo y describe los sentimientos espirituales que
embargan a quien está a punto de ser consagrado. Después de limpiar con las
hierbas el cuerpo del ngueyo, se le rocía con todas las bebidas antes
mencionadas.
En un rincón del cuarto donde se vaya a efectuar la ceremonia de iniciación, o
a todo lo ancho de esa habitación, se disponen palos, ramas y hierbas figuran-
do el monte. El piso también se cubre con hierbas finas. En ese cuarto se
encuentra el fundamento principal, rodeado por otras prendas, luceros y
receptáculos mágicos de otros Padres Ngangas.
El animal a sacrificar es un gallo, cuyas espuelas y guías de la cola han de
estar en óptimas condiciones. Mientras el Akpuón entona su canto, se presenta
el gallo al fundamento principal, frente al cual el ave generalmente queda
sumida en un letargo. Para despertarla, se entona otro canto, y mientras un
ngangulero la sujeta, el mayordomo, con el mbele previamente autorizado,
toma la cabeza del gallo y le arranca plumillas de ella y de las patas, las alas y
el lomo.
Los cantos prosiguen mientras se sacrifica el animal y se deja correr su sangre
por encima del fundamento, hasta que se deposite en la jicara que contiene el
yamboso. Inmediatamente, éste se tapa con un trozo de tela roja y se coloca
en un lugar donde no pueda derramarse. La cabeza del animal sacrificado se
pone sobre el fundamento y el cuerpo se coloca nuevamente sobre el piso
frente a la prenda. Con las manos en forma de cruz sobre su lomo, se le oprime
contra el suelo para que "cante" por última vez. Se cubre la nganga con las
plumas del gallo; con las que han caído al piso se limpia la sangre. Se hace un
pequeño atado con todas ellas, se compactan con las manos y se ponen ante
la prenda.
Esta y el piso se limpian de inmediato, para borrar los restos del sacrificio y
ponerlo todo en orden.
Ya terminada la ceremonia del baño, se lleva al ngueyo hasta la puerta del
cuarto Malongo, y el encargado de conducirlo allí toca enérgicamente a ella
tres veces. Se intercambian las preguntas y respuestas del ritual, tras lo cual se
abre la puerta. En ese momento, y antes de traspasar el umbral, se hace girar
al ngueyo sobre sí mismo. Acompañándolo con cantos, se le conduce al pie del
fundamento, donde deberá permanecer arrodillado. Se le interroga entonces
sobre los motivos que lo han llevado a rayarse y, según la formación que le
haya dado su padrino, se le alecciona para que sepa cómo deberá comportarse
después de su iniciación para cumplir con la ética mayombera. Se procede a
Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 40
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Bolivar arostegui natalia_ta_makuenda_ya

  • 1.
  • 2. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Natalia Bolívar Aróstegui Carmen González Díaz de Villegas TA MAKUENDE YAYA Y LAS RELAS DE PALO MONTE MAYOMBE BRlLLUMBA KIMBISA SHAMALONGO Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 2
  • 3. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Lydía Cabrera, Karl Laman: Nyanda Lagué Ndundu Ifá Omí, Danny Dawson, Robert Farrís Thompson, Padre Raúl Rodriguez Dago, Nyanda Logué Moana buriri. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 3
  • 4. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 4
  • 5. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 5
  • 6. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte ORACIÓN AL ESPÍRITU CONGO Oh, divino redentor Congo, oh, divino redentor Congo, oh, divino redentor Congo, tú que has pasado por todas las justicias del mundo, yo fe ruego que no me dejes pasar lo que tú pasaste. Te pido que mi esposo o novio no me desamparen, que no me abandonen. A Ti Te pongo, de protector de mis causas para que no me ti/den de brujerías y todo lo malo que a mi paso se me presente. Sea mi guía en todos mis asuntos y que las cosas malas se aparten de mí y que nadie me odie y dame dicha en cualquier negocio que yo emprenda. En mi trabajo me des paz y tranquilidad y me guíes mi familia por el buen camino. DOS AVE MARÍA Para mayor dicha y suerte en la lotería, prenda una vela de cera Virgen, frente al Congo Mongolló AMÉN. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 6
  • 7. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 7
  • 8. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte TA MAKUENDE YAYA Y LAS REGLAS DE PALO MONTE Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 8
  • 9. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte INTRODUCCIÓN Originarios de la región de los grandes lagos del este de África ecuatorial. muchos pueblos bantúes emigraron hacia otras regiones para escapar de los embates y la influencia de los pueblos hamitas, empeñados en sus guerras religiosas de conquista y expansión. Tras cruzar el continente en penosa marcha, una de esas oleadas migratorias bantúes se esparció en el área de forestas tropicales y sabanas que se extendía hasta el estuario del río Congo y las partes altas de los ríos Cunene, Cubango, Cuito, Chobe y Kasai. Entre esos grupos estaba parte de nuestros ancestros africanos, quienes se radicaron, en algún momento de finales del siglo XIII o principios del XIV, en la región costera de lo que se corresponde aproximadamente con lo que hoy se conoce como Angola, desde el estuario del río Congo hasta casi llegar a la desembocadura del río Kwanza, y en un pequeño territorio junto al estuario, que abarcaba la franja del actual Zaire con salida al Atlántico y el enclave de Cabinda, así como una porción de la costa de lo que posteriormente fuera el Congo Brazzaville. Esas comunidades dieron vida a una serie de formaciones estatales embrionarias, las cuales, con el decursar del tiempo, se fundieron bajo una autoridad central, si bien relativamente laxa: la del Manikongo. La tradición oral bakonga —nombre genérico de los inmigrantes bantúes que se asentaron en esa zona— cuenta diferentes historias acerca de la constitución de su reino. Una afirma que 9 de los sobrinos del Manikongo abandonaron el clan de su tío y cruzaron el río Zaire para asentarse en tierras ribereñas, fundando los 9 clanes descendientes directos del monarca. Otra, en cambio, dice que Mtinu Wene, el primer Manikongo, después de mucho guerrear, logro asentarse al sur del río Congo. Entonces distribuyó las tierras conquistadas entre sus capitanes más corajudos, que eran 9. Nueve fue, a partir de entonces, un número sagrado para esos pueblos. En el momento en que recibían el legado real, cada uno de ellos describiría así su lealtad al rey y sus hazañas en la guerra y en la paz: -Yo soy Ndumbu a Nzinga, planta trepadora que se enrolla en espiral. Mis ramas se anudan alrededor de todo el país. -Yo soy Manianga, el que está sentado. Me siento en la silla y en la estera. Yo he hecho nacer a los mvembas y a los nlazas. -Yo soy Nanga, el cojo, pero voy muy lejos. Las piedras de mi estufa son cabezas de hombres. Mi cuchara de comer es la costilla de un gran pez. -Yo soy el jefe Mankunku, aquél que todo lo derrumba Yo acometí a los ndembos, a los tambores de los poderosos. Que no venga nadie a molestarme ni con el timbal ngongie ni con e! tambor ngoma. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 9
  • 10. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte -Yo soy Ngimbi, aquél que hace crecer abundantemente todo lo que nutre y alimenta. Las madiadias o falsas cañas de azúcar que se cortan por la mañana, al mediodía nuevamente se mecen al sol. -Yo soy Mbenza, aquél que rompe, que corta, que hiende. No corto las cabezas de los ratones, sino de los hombres. -Yo soy Mpudi a Nzinga, un gran pez, pero además un halcón que, pese al fuego, caza por encima de la hierba en llamas. -Yo soy Mboma Ndongo, la serpiente jiboia que deja huellas a su paso. Se arrastra por todo el Congo, por Loango. Madre que hace bien a todos los otros clanes. -Yo soy Makaba, el que reparte las tierras, pero las leyes de esas tierras quedan en mis manos, en mi poder. El núcleo del reino del Manikongo, incluyendo la porción administrada directamente por él a través de una compleja red de jefaturas, estaba al sur del estuario del río Congo, circundado por el Atlántico y los ríos Congo, Cuango y Dande. Su capital era Mbanzakongo, el moderno San Salvador del norte de Angola. Acotamos que mbanza es el término que designa la tumba del ancestro fundador de una aldea. Equivale, por derivación, a aldea principal y toma el nombre de su fundador. Mbanzakongo debe ser, pues, el sitio de enterramiento del fundador de la primera aldea que se asentó en el área. Alrededor de ese núcleo había grupos de estados más pequeños, parte del mismo complejo en el sentido de que habían sido sometidos por los bakongos, pero cuya lejanía del centro les permitía un grado no desdeñable de autonomía, si bien acataban la supremacía del Manikongo. Los tratadistas del siglo XVII coinciden en que los más importantes entre esos estados eran los de Ngoyo, Kakongo y Loango, en la costa atlántica al norte del estuario del río Congo, agrupados mucho más tarde bajo el nombre de Cabinda; el área conocida como Matamba, a caballo sobre el valle del río Cubango al sureste, y la región de Ngola, que abarcaba ambas riberas del Kwanza, y que hoy es la mayor parte de la porción central de Angola. Diremos, de paso, que Angola deriva de Ngola, nombre de uno de los principales clanes de la región, el cual, en cierto modo, es un nombre dinástico. Los pobladores del dominio del Manikongo ascendían, según estimados de los misioneros del siglo XVII, a unos dos millones y medio antes de la llegada de los portugueses en 1482. Los hombres eran formidables herreros, cazadores y guerreros. Las mujeres se dedicaban a la agricultura. Lo que encontró Diego Cao al desembarcar en esas tierras fue descrito, no sin cierta admiración y sorpresa, como un reino grande y poderoso, muy poblado y con muchos vasallos. No obstante la centralización del poder, por laxa que fuera, ese reino poderoso preservaba numerosos rasgos de la sociedad matriarcal tanto en su ordenamiento social como en sus creencias, basados ambos en el sistema de mvila o kanda, términos sinónimos que pueden ser traducidos libremente como clan. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 10
  • 11. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte El kanda es el colectivo en que vive el hombre y que, a su vez, garantiza la vida de éste. Se establece sobre la base del llamado parentesco uterino. Un niño pertenece al clan de su madre quien, a su vez, pertenece al de su tío materno. Es un conjunto orgánico y místico de todos cuantos han sido paridos por mujer incluyendo, naturalmente, a los ancestros, cuyos nombres llevan los diferentes clanes. Los ancestros eran, en ese contexto, la clase, por así llamarla, preponderante. Eran los maestros dotados de un poder sobrehumano, capaces de transmitir parte de su sabiduría a sus descendientes; eran los verdaderos propietarios de la tierra, de la cual sus descendientes son los usufructuarios. Los habitantes de las tierras ancestrales ocupaban el segundo peldaño de la escala social. El clan —que en puridad ya había dejado de ser tal, puesto que estaba subordinado a un poder central— ocupaba muchas aldeas según las líneas de descendencia que se hubieran constituido a través de los tiempos. La jefatura de cada aldea pertenecía por derecho de herencia al descendiente más directo de la primera mujer de la primera línea. Ese jefe era también el sacerdote principal del culto a los antepasados, de cuya estricta observancia dependía la prosperidad del clan y sus miembros. Él era, pues, el heredero y representante de los ancestros en la tierra y, a la inversa, era también el representante de los miembros del clan ante los antepasados. Ese culto, sin embargo, está cimentado en la autoridad que se adjudicaba al padre con respecto a sus hijos, a los cuales no gobernaba —a diferencia de la madre—, pero de cuyo respeto vitalicio era acreedor por el solo hecho de haber contribuido a su concepción. La autoridad paterna sobrevivía al padre fallecido. Y sus hijos le rendían tributo después de muerto, de la misma manera que reverenciaban a los ancestros, de los cuales el padre pasaba a formar parte al morir. La existencia de un poder político central se reflejó más en la jerarquización de la divinidad y sus características funcionales que en el ordenamiento social dentro de los clanes. Y aunque la descripción y análisis de esa divinidad han llegado a nosotros por medio de los misioneros que intentaran la catequización de los bakongos, con la inevitable identificación de una deidad única con el Dios de la Iglesia Católica, lo que resulta incuestionable es que los bakongos sí tenían una deidad única: Nzambi, que puede, efectivamente, parangonarse con el Supremo Hacedor. El misionero belga R. P. J. Van Wing, quien vivió algunos años entre los bakongos a principios de este siglo, describe esa entidad divina suprema de la siguiente manera: Nzambi creó el cielo y todos los astros, y también a la primera pareja humana, de la cual desciende la humanidad entera. Nzambi interviene en la creación de cada individuo. Cuando un niño está a punto de nacer, el alma material entra por una de sus orejas, indicando que ha ocurrido el nacimiento "verdadero". Al morir el hombre, el alma material regresa a Nzambi. Acotamos como dato curioso que numerosos científicos sostienen que el sentido auditivo es lo último que se pierde en el momento de la muerte. Nzambi dispone de la vida y la muerte de todo lo existente, y castiga a los transgresores de sus leyes. Entre éstas, la principal es el respeto a los padres. Nzambi es veraz y omnisciente, está en todas partes, pero no se le representa en cosa material alguna, ni siquiera en imágenes. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 11
  • 12. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Sin embargo, Karl Laman, quien viviera largo tiempo entre los bakongos y cuya obra es material obligado de referencia para todos cuantos se interesan por las manifestaciones religiosas en el reino del Manikongo, cuenta otra historia. Es ésta: Nzambi es idéntico a Chambi, deidad cuyo culto preservaron los ancestros de los bakongos cuando abandonaron su región de origen. El concepto de Nzambi entre los bakongos probablemente debe mucho a la influencia de las primeras misiones católicas que abrieron sus puertas en el dominio del Manikongo. Según la concepción autóctona, Nzambi otorgó la vida al hombre en el momento de la Creación. Es más grande (más poderoso) que todas las demás categorías de espíritus de los muertos. Esto es importante, señala Laman, porque en las tradiciones populares bakongas los nkisi (espíritus de los difuntos) tienen una relevancia particular, especialmente Funza, creador del feto en la matriz, y Bunzi, dios tutelar del clan, de cuyo bienestar y felicidad es responsable. Los ancianos, sigue Laman, confieren a Nzambi un poder casi universal, considerándolo el dueño de todo y de todos. Nzambi no se muestra, sin embargo, a los vivos. Habita en el cielo y no baja a la Tierra, pero lo ve todo. Las líneas de la palma de la mano y los profundos surcos de la columna vertebral se conocen como la escritura de Nzambi y también como sus caminos, por los cuales penetra al cuerpo de los hombres. Pero como Nzambi dejó que la muerte reinara sobre la humanidad, su relación con ésta no es de confianza o intimidad. Por ello, Nzambi no es objeto de culto. Puesto que no se le puede conmover con ruegos, arrepentimientos u ofrendas, ocupa un lugar secundario en la imaginación popular. Algunos creen, continúa diciendo Laman, que el hombre y la mujer fueron creados en el cielo y bajados a la Tierra por un hilo de araña. También creen que una persona llamada Tuuka Zulu (el que vino del cielo) visitaba la Tierra cabalgando sobre un relámpago en calidad de enviado de Nzambi, para curar a los enfermos y resucitar a los muertos. Tuuka Zulu se convirtió más tarde en Mukulu o Nkulu, el ancestro de la humanidad, que también trajo semillas de todas las plantas útiles y en quien se originaron todos los usos y costumbres, incluso la muerte. El nombre Nzambi tiene múltiples significados, precisa Laman. Se le puede atribuir a un animal de grandes proporciones; a un cadáver, porque cuando alguien muere se transforma en un ser invisible con poderes semejantes a los de Nzambi. Como dueño del trueno y del relámpago, se le ha dado el nombre de Mpungu Bidumu, ser celestial superior que despierta a los habitantes del cielo de su sueño, parecido a la muerte. Pero también se llama Mpungo al nganga que puede ver a los muertos y a los ancestros. Esa concatenación conceptual reproducida por Laman parece más propia del pensamiento mágico bantú que la explicación de Van Wing, mediatizada a todas luces por los preceptos de su fe; explicación en la que figura, no obstante, el elemento del alma material y su forma de entrada al cuerpo humano, que también aparece en Laman. Y también refleja de manera adecuada la realidad política y social del clan: alejado físicamente del centro del poder, en términos espirituales se distancia del Ser Supremo quien, una vez que crea a sus hijos, los abandona a sus propios recursos, y permite que la muerte los arrebate de este mundo. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 12
  • 13. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte ¿Y cuáles eran esos recursos? Los elementos de la naturaleza: las plantas que sirvieron de sustento, cobija y medicina a los fundadores de los clanes en su peregrinación a lo ancho del continente; los animales de pelo y pluma que cazaban; las aguas que calmaron su sed y aliviaron su cansancio: la tierra que contenía las plantas y las aguas benefactoras y que, al término del largo trayecto, fue sembrada y rindió sus frutos. De ahí que las creencias venidas a Cuba desde el reino del Manikongo giren alrededor de estos elementos, en vez de haberse concentrado en la creación de un panteón politeísta, propio de las sociedades descentralizadas y secularmente sedentarias, como fuera el caso de los yorubas, por citar sólo uno de esa parte del continente trasplantado a Cuba. Los astros, y los elementos y fenómenos de la naturaleza también poseen poderes y atributos propios. El remolino, por ejemplo, tiene poderes semejantes a los de los nkisi que traen la desgracia y la desolación, quienes se trasladan de un sitio a otro valiéndose de los remolinos y las tormentas El cielo, y no Nzambi, es el dueño de la lluvia : la produce y la retiene. La lluvia gobierna a los seres humanos porque de ella depende el sustento y la buena salud de éstos. El rayo es sagrado y sirve para castigar las transgresiones humanas. La luna, y no el sol, es para los bakongos el más notable de los cuerpos celestes. Cuando hay luna nueva, la tierra tiembla porque ella se lleva las almas de las personas y los animales para ganar fuerza y "llenarse". Para ellos la luna es masculina. Su esposa es, según la región de que se trate, el lucero de la tarde o la estrella de la mañana. El sol, en cambio, es una mujer muy trabajadora que descansa poco. El y la luna están en constante conflicto. Si la luna prevaleciera, el mundo languidecería hasta extinguirse bajo su hechizo. El día en que choquen, la humanidad perecerá. Cada estrella está asociada a una actividad humana particular. Pero los cometas sólo predicen sequías prolongadas y grandes hambrunas. El río Congo es muy respetado por su inmenso poder sobre la vida de los hombres. Los ancianos cuentan que en los viejos tiempos, el río era un ser viviente que podía castigar crímenes y leer los secretos del corazón. Por eso, antes de cruzarlo, se le hacían oraciones y ruegos. Es comprensible, pues, que la base de las Reglas de Palo Monte sean los nkisi, las prendas —también llamadas, certeramente, fundamentos—, resumen de los dos sujetos de veneración de los pueblos del reino del Manikongo: los ancestros y la naturaleza y sus espíritus. Las prendas son receptáculos de formas diversas que contienen lo que Robert Farris Thompson describe como un universo en miniatura, tal y como lo perciben esos pueblos. Ellas encierran aguas, hojas, hierbas, piedras y tierras tomadas de distintos sitios; dientes, picos, garras de variados animales, junto con pequeños fragmentos de sus huesos o de un ser humano cuyo espíritu pasa a vivir en ese nkisi o receptáculo. Éste puede físicamente ser una calabaza, un atado de corteza de árbol o de tela basta, un caldero de hierro o de barro y hasta un caracol. En ocasiones especiales era también una escultura de una o más figuras humanas. Cuando alguno de los muertos ilustres del clan deseaba manifestarse para ayudar o dañar a los vivos, explica Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 13
  • 14. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Laman, se "fijaba" el espíritu con resina y bilongo (medicina) a una escultura. Al incorporársele el espíritu, la estatua / receptáculo y el espíritu que había pasado a habitar en ella recibían el apelativo genérico de nkuyu. Wyatt MacGaffey en su catálogo de las prendas recogidas por Laman en el Congo, presenta múltiples tipos de estos receptáculos, entre los cuales sobresalen los siguientes por su originalidad: Mbongo Nsimba es una prenda/estatua proveniente del área que Laman llama Mayombe, ubicada al oeste de Kingoyi y Kinkenge. Sirve para la adivinación y la curación. Londa es un nkisi para las mujeres y los niños. Es muy complejo e incluye amuletos que deben usar quienes están protegidos por este nkisi, que pone énfasis en la armonía familiar. Ndundu es el nombre de una prenda que significa albino. Los bakongos creen que los albinos, como los jimaguas, son la reencamación de los espíritus del agua. Aunque este nkisi ataca a todo organismo humano, también cura muchas enfermedades. Mbundu es un nkisi hecho en forma de atado de corteza y sirve para "decir" la verdad sobre disputas locales serias. Mbundu es una de las plantas que se usan para componer este nkisi, y que le da su nombre. Mbenza es, a todas luces, un tipo de prenda muy antiguo que adopta muchas formas. En Mayombe es también el más alto de los títulos jerárquicos y el nombre de un importante clan de la región. Algunos estudiosos, según MacGaffey, la describen como objeto de un culto comunitario para abrir la matriz a una larga progenie. Por último, está el Nkisi a babonsono, o nkisi de todos. No es en realidad una prenda, sino una especie de botánica en miniatura que muchas aldeas ponen a disposición de sus moradores para proporcionarles los ingredientes básicos para componer una prenda a quienes la necesiten. Nkisi es un término que se presta a confusión, y tal vez sea el concepto de los bakongos orientales el que con mayor claridad resume su significado. Para ellos, nkisi es un objeto artificial habitado o influenciado por un espíritu y dotado por él de un poder sobrehumano. Por espíritu se debe entender, en este caso, no un alma descarnada, sino el alma de un difunto que ha tomado, por voluntad propia, después de su muerte, un cuerpo adaptado a su nuevo modo de "ser". De ahí que el término nkisi designe al espíritu y al objeto material en el cual tal espíritu "es" y puede ser dominado por un hombre. Ese objeto o receptáculo es compuesto, fabricado, por un nganga, quien es el vínculo, por así decirlo, entre los vivos y los muertos. El vocablo nganga, por sí solo, significa hacedor, pero siempre se le añade una suerte de apellido que indica su función. Así, está el nganga nkisi, término genérico comúnmente especificado por el nombre del nkisi, como ocurre en los casos del nganga ngombo (el adivino), el nganga lufu (el forjador, función muy especial y apreciada), el nganga kuka (el curandero), y el nganga bankulu, el mayor que guarda el receptáculo de los ancestros y es ministro de su culto, por mencionar sólo algunos. Todo hombre o mujer que posea un nkisi es, por lo tanto, su nganga. Dice la leyenda que el primer nkisi fue compuesto por Mukulu, un antiguo ancestro. Pero fue Mentete, el primer ser humano que descendió del cielo, quien enseñó a los hombres cómo fabricar o componer un nkisi. Los nkisi tienen aliento, pero no igual que las personas. Escuchan al nganga y hacen lo Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 14
  • 15. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte que éste les ordena. La vida del nkisi no termina, sino que se transmite para formar una especie de linaje. Según la tradición popular congolesa, el primer nkisi fue hecho en el agua, origen de todos los seres vivientes, e inauguró la línea de Nkosi, el destructor. Después se compusieron los nkisi de la línea de Kyere, la alegría. Así, de cada nkisi pueden "nacer" tantos otros como estime su nganga. Pero cada uno de ellos debe ser igual que el primero, cuyo nombre adoptan. El nganga mayor es quien transmite el arte de componer un nkisi a los novicios, a quienes también informa sobre sus propiedades y prohibiciones. Para poder comprender mejor la naturaleza de los espíritus ancestrales y de la naturaleza, es preciso conocer primero cómo se percibían los bakongos en tanto que seres vivos. Laman ofrece de esto una explicación detallada, que permite llegar a conclusiones sobre tal percepción mediante el significado de palabras claves que designan cada uno de los diversos componentes, visibles o no, del ser humano. Optamos por ella, pues la explicación de Van Wing, más sintética, carece de los matices que enriquecen la exposición de Laman. El hombre, dice Laman, es considerado como un ser dual, compuesto por una entidad exterior: el cuerpo físico, que se entierra y se descompone, y una entidad interna: la esencia misma del hombre. Ésta, a su vez, está compuesta por dos entidades separadas: la nsala y el mwela. Nsala es la parte del hombre que no es visible en el cuerpo exterior : es su alma o mejor, el principio de la vida. Es considerada como un ser viviente que actúa como la adivina del hombre, al cual puede abandonar momentáneamente para vagar por el mundo y conocer los acontecimientos que afectarán a su dueño en el futuro. Al norte del Congo, donde la palabra nsala no se emplea, se usa kiini (sombra), de lo cual se infiere que alli la sombra es conceptual y funcionalmente igual al alma o principio de la vida. En Mayombe y otras regiones sureñas, nsala equivale a sentido: lunzi, que podría describirse como la imagen del hombre interior, de la esencia del hombre. Para los ngangas, la nsala es visible en forma de sombra. Igual que el cuerpo físico tiene su sombra, el alma también tiene la suya. La nsala no abandona el cuerpo físico sino hasta que el hombre muere, v la sombra se separa de él. Por eso los muertos mantienen el alma de un enfermo virtualmente cautiva, obligándola a no alejarse del cuerpo físico; si no hicieran esto, toda enfermedad tendría un desenlace inmediatamente fatal. Mwela es el aliento, el órgano a través del cual el hombre vive y respira. Si abandona el cuerpo, el hombre muere. El mwela puede posesionarse de cualquier animal. Para prolongar la vida de un ser humano, se mezclan unas gotas de su sangre con las de un animal determinado para que ambos compartan el mismo aliento y la vida se prolongue. Cuando un hombre duerme, el aliento deja el cuerpo físico y vaga por otros lugares para conocer y predecir el futuro de su poseedor, actuando así en forma parecida a la nsala. Cuando el hombre muere, su aliento va al mundo de los muertos o a Kalunga, las regiones "infernales" de la Tierra. En la tierra de los muertos, la vida continúa de manera semejante a la vida terrenal, si bien carente de penas y enfermedades. La muerte, dicen los bakongos, sólo ocurre una vez y es como una recompensa. Los habitantes de la tierra de los muertos están, por lo general, divididos en dos grandes grupos: los nkuyu y los nyumba, divididos a su vez en numerosos subgrupos de Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 15
  • 16. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte distintas funciones, imposibles de enumerar aquí sin hacer de esta introducción un tratado. Nkuyu significa espectro, visión y también cambio, transformación. No tienen los nkuyu un lugar definido en el mundo de los muertos, sino que andan errantes por el mundo de los vivos y son susceptibles de ser capturados por un nganga. Los nyumba son aquellos que, al pasar a la tierra de los muertos, no adquieren una apariencia diferente a la que tuvieron en vida, porque no deben pagar por hechos censurables, por eso se mezclan con los vivos y muchas veces se confunden con ellos. También existen los simbi, a los que, a menudo, se confunden con los espíritus de los muertos, aunque para nada se parecen a éstos. Los simbi se manifiestan en torrentes o inundaciones súbitas que arrasan con chozas y cosechas. Un simbi no puede ser capturado y encerrado en una nganga, sino tras muchas dificultades y peligros. Alguien que, a riesgo de su vida, su salud y su razón, capture a un simbi, se convierte automáticamente en nganga, sin necesitar de otra iniciación. Al sur del Congo, el jefe de los simbi es llamado Mpulu Bunzi, pero en otras regiones se le llama Ndoona Bidi y se cree que es mujer. Anuncia la llegada de la estación seca cuando pasa por la tierra con sus huestes. El agua -salobre o dulce- es el hábitat de los simbi y sus lagunas tienen la reputación de ser muy peligrosas para quienes se acerquen a ellas. Nkadi Mpemba es una de las figuras más misteriosas de la mitología de los bakongos. Los cronistas-misioneros lo encontraron en Loango y en Mbanzakongo, y se sirvieron de él para designar a Satanás, aunque no existen evidencias de parecido entre uno y otro. Nkadi Mpemba, relata Van Wing, a partir de los testimonios recogidos entre los bakongos, es una entidad cruel y dictatorial en cuya tierra el sol nunca alumbra y desde la cual los muertos no pueden visitar a los vivos en sueños. Igualmente enigmático es Mbumba Loango, poderoso espíritu reverenciado en la zona de Mayombe, quien ocultaba su verdadera apariencia bajo el disfraz de una enorme serpiente que vivía junto al agua. En el reino del Manikongo, el término ndoki no designaba ni a un espectro, ni a un espíritu, sino a un poder, a una fuerza, transmisible por consanguinidad, que permitía a quienes la poseyeran o recibieran dominar a los espíritus de sus parientes muertos sin precisar de objeto mágico alguno. Las personas que detentaban este poder eran también llamadas ndoki. De ellas se decía que tenían la facultad de convertirse en animales de conocida ferocidad: cocodrilos, leopardos o serpientes de gran tamaño. El único objeto mágico que necesitaban esas personas era un amuleto que las ayudaban a operar tal metamorfosis. Si bien los clanes de pescadores bakongos del territorio que hoy se conoce como Cabinda rendían igual culto a los antepasados, la mayoría de sus divinidades era femenina, símbolo de la proliferación, y estaban directamente asociadas a la naturaleza. Eran llamadas "espíritus madres" y su origen parece ser muy remoto. No pocos estudiosos sostienen que se trata de deidades traídas por los primeros bantúes que se asentaron en la zona, cuya devoción Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 16
  • 17. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte ha sobrevivido allí hasta nuestros días, aunque nos parece que mejor podría describírselas como espíritus de la naturaleza divinizados. No habitan esas deidades ni nkuyu ni nkisi, sino la tierra, las lagunas, las rocas y los bosques. La presencia en las Américas de un crecido número de esclavos pertenecientes a los diversos clanes bakongos bajo la égida del Manikongo, se debe a un cúmulo de circunstancias, entre las cuales no fue la de menor importancia la rápida catequización del Manikongo de la época, bautizado como Alfonso apenas nueve años después de la llegada de Diego Cao a la zona. Accedería al trono con el nombre de Alfonso I en 1507, ocupándolo ininterrumpidamente hasta su muerte en 1543. Fue él quien estableció las primeras relaciones con los portugueses, cuyas costumbres adoptó, y quien les suministró los primeros esclavos con destino a la colonia de Brasil. Pero cuando las exigencias de mano de obra para esa posesión portuguesa crecieron, como para que resultara imposible satisfacerlas por otra vía que no fuera la guerra, Alfonso I y sus sucesores no estuvieron dispuestos a ello. En 1575 al Congo llegó Paulo Dias de Nováis, inaugurando una nueva era en las relaciones de Portugal con el reino del Manikongo. Dias plantó su cuartel general al sur del río Congo e inició la guerra de conquista contra los bakongos de Ngola, entrenando, al propio tiempo, a bandas de nativos para la captura de prisioneros de guerra, embarcados después, como esclavos, y para la expansión de las fronteras coloniales. Para 1591, el dominio efectivo del Manikongo se había reducido a seis provincias: Bamba, Sonho, Naundi, Pango, Bata y Pemba. Casi setenta años resistió el reino del Manikongo las depredaciones portuguesas y los conflictos internos que la expansión colonial trajo consigo, antes de decidirse a presentar batalla. Los resultados fueron desastrosos. La unidad del reino se resquebrajó con enorme rapidez y para fines del siglo XVIII el dominio del Manikongo sólo alcanzaba unas pocas aldeas en la periferia de Mbanzakongo. Demasiado cercano al ojo de la tormenta colonial, el reino del Manikongo fue devastado por ella. No fue exclusivamente a Brasil adonde fueron a parar los bakongos capturados en e! reino del Manikongo. También arribaron, entre otras islas del Caribe, a Cuba, transportados a la fuerza en los navíos de cuatro empresas europeas, que fueron las encargadas de este infame comercio transatlántico entre 1696 y 1763. Tales empresas eran la Real Compañía de Guinea del Reino de Portugal, que operó la ruta a Cuba entre 1696 y 1701; la Real Compañía Francesa de Guinea, cuyo "negocio" se mantuvo vigente entre 1702 y 1712, y cuya "mercancía" consistía, principalmente, de esclavos oriundos de Angola; la Compañía del Mar del Sur, que puso la trata de las Indias españolas en manos británicas entre 1713 y 1750, excepto en períodos de guerra, y la Real Compañía de Comercio de La Habana, a la cual se le concedieron permisos para conducir esclavos a Cuba. Durante el año que duró la ocupación de La Habana por los ingleses (1762- 1763), los británicos también realizaron numerosas ventas de esclavos. A los entrados "legalmente" se añadían los llamados esclavos de "mala entrada", Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 17
  • 18. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte producto de un floreciente contrabando de seres humanos. Se conoce que de tal forma llegaron a las zonas de Holguín, Santiago de Cuba, Bayamo y Baracoa, en 1749 solamente, 33 esclavos del Congo y uno de Cabinda, entre los provenientes de otros puntos de África. Diez años más tarde, y en La Habana, se realizó la venta de otros 36 hombres y mujeres traídos de la zona que abarcara el reino del Manikongo. Para finales del siglo XVI, dice Leví Marrero," la población negra en Cuba era mayoritaria. Los cronistas de la época calculaban que un 60% de la población total —la cual fluctuaba entre los 15 000 y los 20 000—, estaba constituida por africanos traídos a la Isla en calidad de esclavos y sus descendientes criollos. Entre los esclavos vendidos en el mercado cubano durante la segunda mitad de ese siglo, algunos fueron identificados como congos y ngolas. En un lapso de diez años (1578-1588), consta la venta, en el mercado habanero, de 16 congos y 25 ngolas de ambos sexos. En los primeros treinta y nueve años del siglo XVII, y en virtud de la Real Cédula, salieron de Angola 385 barcos negreros, muchos con destino a Cuba. La media de esclavos transportada en cada uno de ellos ha sido calculada en 139, y las pérdidas durante la travesía entre el 20 y el 25 de esos pasajeros forzosos en cada viaje. Desembarcados en diferentes puntos de Cuba, cientos de congos, ngolas y cabindas fueron destinados a plantaciones de caña, café y tabaco esparcidas por toda la Isla. Fueron ellos los que compusieron, en honor a los 9 reinos sagrados del dominio del Manikongo, los primeros 9 nkisi, de los cuales nacieron otros muchos. Estos, a su vez, procrearon los que, junto con aquellas prendas originales, llegarían a ser los fundamentos de las Reglas de Palo Monte en Cuba. Dos de ellas fueron hechas en Pinar del Río; una, en La Habana; dos, en Matanzas; una, en Santa Clara; una, en Camagüey, y las dos últimas en Oriente. Nómbrense las de Pinar del Río, Ndumbo a Nzinga y Mananga. Ndumbo a Nzinga fue compuesta a finales del siglo XIX y pertenecía a Saturnino Gómez, descendiente de algún esclavo de la dotación del ingenio "Santa Teresa", fundado en 1827, en el Partido de San Diego de Núñez, Bahía Honda. Con el tiempo el nombre de esta prenda devino en Ngundu Batalla Sacara Empeño. El nkisi Mananga servía a los esclavos congos de la hacienda "Candelaria" de don Francisco Javier Pedroso, alrededor de 1806. La hacienda lindaba con la Sierra del Cuzco, y en sus terrenos, donde hoy se ubica el pueblo de Candelaria, está la loma de Juan Ganga, famoso cimarrón que montó la prenda. Esta recibió el nombre de Manawanga o Mariwanga, que corresponde a Oyá, dueña de centellas y remolinos, identificada con la Virgen de la Candelaria. Mboma Ndongo fue el nkisi compuesto por los bakongos en La Habana, por el año 1812, en el antiguo caserío de Guanabo, en Guanabacoa. En esa localidad de la provincia habanera ocurrió un importante levantamiento de esclavos congos y yorubas de la dotación del ingenio "Peñas Altas". Casi todos los insumisos fueron masacrados por el mayoral Antonio Orihuela. El reducido grupo de sobrevivientes pudo escapar llevándose la krillumba de una de sus Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 18
  • 19. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte compañeras asesinadas llamada Regla Ngola. En lengua, Mboma es la Virgen de Regla. Los nkisi Nanga y Mankunku fueron compuestos en la provincia de Matanzas. Nanga recibió el nombre de Mundo Catalina, Manga o Nanga Nsaya. Su dueña era la familia de los Melgarez, que radicara, a finales del siglo XIX, junto a la laguna sagrada de San Agustín de Ibáñez en "Pedro Betancourt". Fue montada por esclavos del ingenio "Diana de Soler", propiedad del potentado español Juan Soler. El ingenio fue quemado poco después. Mankunku se convirtió en Mayimbe Nkunku Sacara Empeño, y procede de las lomas de Quimbámbilas, en Perico. Fue fundamentada por cimarrones, huidos del ingenio "Tinguaro" en esa jurisdicción. De esta prenda, famosa por su movilidad, nacieron otras muchas que, a su vez, se propagaron por toda la Isla. Come gallo negro y hierbas en forma peculiar. En Santa Clara los esclavos cimarrones del ingenio "Buena Vista", propiedad de Justo Germán Cantero, prepararon una prenda con el nombre de Makaba, Mbuniba Kuaba o Kaba. Esos cimarrones deambulaban por las montañas de Trinidad y las Alturas del Muerto, hasta el río Ay de los Negros, e identificaban su fundamento en la Ocha con Yewá. Makaba es una prenda de extrema sensibilidad, hecha con la krillumba de una joven negra que fuera atacada y descuartizada por las jaurías de los rancheadores durante su fuga. Ngumbi o Nkindi es oriunda de Camagüey, y encierra el espíritu de Ngumbi, nombrado en vida Ciriaco. Era éste un negro bozal cuyo cimarronaje tuvo como escenario la periferia del poblado camagüeyano de Santa Cruz del Sur. Los negros entrados por las costas de esa provincia aun después de suprimida la trata, pronto formaron grupos cimarrones los cuales, según las crónicas de la época, atacaron a Santa Cruz varias veces en el año 1851, ocasionando pérdidas humanas y materiales nada desdeñables. Las prendas de la antigua provincia de Oriente son particularmente interesantes. La que responde al nombre de Mbudi Yamboaki Nzinga fue preparada en el pueblo de Yara. La importancia histórica de esa localidad radica, entre otros hechos no menos trascendentes, en que allí se asentó el cacicazgo indio de Macaca donde fue quemado vivo el indio Hatuey el 10 de octubre de 1513. Yara fue fundada alrededor de 1730. Para 1871, su población no blanca estaba integrada por 182 libres de color v 44 esclavos. El esclavo dueño de esta prenda era Baltasar Yamboaki, de quien se dice era así llamado porque su prenda contenía la krillumba de un Yamboaki, que en congo significa indio. En el punto conocido por Peralejo, situado entre Manzanillo y Bayamo, se libró una de las más cruentas batallas de la guerra de 1895-1898. Allí fue emboscada por las fuerzas mambisas al mando de Antonio Maceo la columna del brigadier Fidel Alonso de Santocildes, quien escoltaba al general en jefe del ejército español en Cuba, Capitán General Arsenio Martínez Campos. Éste logró a duras penas romper el cerco insurrecto y dirigirse hacia Bayamo, dejando pertrechos y heridos en poder de los mambises. Pero Santocildes y muchos de sus hombres cayeron en combate. En reconocimiento al coraje de Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 19
  • 20. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte las huestes españolas, mambises descendientes de congos y ngolas que blandieron sus machetes en esa batalla, fundamentaron sus prendas, a fines del siglo XIX, nombradas Mbenza-Bana por su guía, en recuerdo de Santocildes y sus hombres. Una advertencia al lector antes de adentrarnos en el mundo mágico de las Reglas de Palo Monte. Hasta aquí hemos utilizado las palabras claves de estas agrupaciones religiosas a la manera en que fueron recogidas por los estudiosos que vivieron dentro de los pueblos del reino del Manikongo entre los siglos XVII y XIX. Esos vocablos adquirieron significados ligeramente distintos en Cuba, y serán éstos los que emplearemos a lo largo del resto de nuestro trabajo, y los que se incluirán en el glosario que cierra estas páginas. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 20
  • 21. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte TA MAKUENDE YAYA José R. Peón Márquez describe a Quiebra Hacha como el más extenso, poblado y rico barrio del término municipal del Mariel. Su tierra, dice, era buena para la caña, para la cría de ganado y para los frutos menores, variadísimos, sustanciosos y de una exuberancia incomparable. La fundación del barrio data, por lo menos, de 1780, y dentro de sus límites estaban enclavados los ingenios "Balbanera" (en los terrenos de la finca "Pinillos", propiedad de don Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva), "San Felipe", "Begoña", "Tinajas" (escenario de parte de la obra cumbre de Cirilo Villaverde: Cecilia Valdés), "Angosta" y "Menocal". El primero fue levantado a fines del siglo XVIII y los otros, a principios del XIX . De la población de Quiebra Hacha a principios del siglo XIX, dice Peón Márquez que estaba compuesta por individuos de raza blanca o caucásica y negra o etiópica, habiendo, además, algo de raza amarilla. Y añade que descendientes de razas africanas de los tiempos de la esclavitud quedaban muchos aún: carabalíes, congos, lucumíes, ararás, mandingas, gangas, macuás y popós. No faltaba en Quiebra Hacha una iglesia parroquial, originalmente construida de madera y tejas, la cual, no obstante su buena factura, fue derribada por un ciclón en 1871. Sus imágenes fueron a parar a las casas de numerosos fieles, quienes las conservaron amorosamente hasta que pudieron ser expuestas en un nuevo templo, esta vez de mampostería, terminado en 1885. Un año después fue destruido, cuando el ejército mambí quemó el lugar en la campaña de la Invasión. Reconstruida nuevamente, otro ciclón —el de 1906— la echó al suelo. Finalmente, en mayo de 1911, el entonces párroco del Mariel, Balbino Ocarin Jáuregui, emprendió su reconstrucción, e inauguró la nueva parroquia el 24 de septiembre de 1912, para honrar a Nuestra Señora de las Mercedes, patrona de la localidad, cuya imagen ocupó el altar mayor, flanqueado por otros cuatro altares, destinados a la Caridad del Cobre, a Nuestra Señora del Carmen, a Santa Lucía y a San José. Sin embargo, hay otra deidad en Quiebra Hacha que Peón Márquez no menciona, pero que ocupa un sitio prominente en la devoción popular, y que cuenta con su propio lugar de adoración. Se trata del San Antonio africano, rarísima talla de madera negra, de 37 centímetros de alto Sus devotos lo han vestido con finas ropas blancas o moradas y han cubierto su cabeza con un turbante. Carece de ojos, en su lugar, el escultor hizo dos pequeños agujeros. Su nariz es más bien alargada. Una vez al año —en la madrugada del 13 de junio— un devoto lo baña con aceite. Que se sepa, esta tarea nunca ha sido realizada por una mujer a pesar de que han sido mujeres las que tradicionalmente han cuidado el templo y de que sobre todo una, María Pedro, puso extraordinario empeño en "cristianizar", por así decirlo, a este santo africano no canonizado por la Iglesia Católica, y Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 21
  • 22. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte por extender su culto, cosa que logró sin mucho esfuerzo, pues la imagen venía acompañada de antaño por las anécdotas de sus numerosos milagros. La capilla dedicada a él fue edificada a finales de los años cincuenta, en virtud del esfuerzo del pueblo de Quiebra Hacha. El trabajo de construcción duró casi un año. Cientos de peregrinos de todo el país concurrían a ella el 13 de junio. Especialmente bien recibidos eran los niños, a quienes agasajaban con todo género de regalos. Ese mismo día se servía la que llegó a conocerse popularmente como la comida de San Antonio, colocada sobre hojas de plátano en el piso de la capilla. Los niños, privilegiados por el favor de este santo negro, comían primero; los adultos se servían de lo que sobrara. Todos los platos eran cocidos o fritos en aceite. El arroz no figuraba entre ellos, sustituyéndolo la harina de maíz. Ese día se efectuaba también una imponente procesión, que salía de la capilla con la imagen en andas, acompañada del estandarte de San Antonio de Padua, santo franciscano cuya devoción llevaron consigo los portugueses que colonizaron el reino del Manikongo, cuya identificación con esta talla de ébano María Pedro se encargó de reforzar tras visitar Roma y entrevistarse, según dicen las crónicas de Quiebra Hacha, con e) papa Pío XII, a quien mostró una foto de la pequeña escultura. A todas luces, la señora Pedro realizó indagaciones sobre el santo católico con los frailes de la orden franciscana que fuera la que emprendió la misión evangelizadora en aquellas tierras. Los frailes convencieron a la piadosa mujer de que, al marcharse los misioneros, sus catequizados congos decidieron sincretizar al personaje del santoral católico con un dios propio, llamado Yaya, y tallaron la imagen surgida de su imaginación. El relato contado a la señora Pedro permite suponer que la estatuilla fue esculpida en el Congo, y esto debe haber ocurrido forzosamente antes de la prohibición de la trata en Cuba. En los años cuarenta, don Fernando Ortiz, después de examinarla minuciosamente, gracias a la gentileza de María Pedro, pudo comprobar que la talla era de una antigüedad asombrosa. ¿Cómo fue trasladada entonces a la Isla por aquellos hombres que viajaban sin equipaje? Ese es un dato que tal vez nunca sea esclarecido, pero los ancianos descendientes de esclavos congos y ngolas relatan que, en época de la trata, fueron atrapados y embarcados hacia Cuba siete congos reales y sus séquitos. Durante la larga travesía, enfermos de mareo y nostalgia, pidieron a Nsambi el castigo para quienes se dedicaban a tan cruel comercio. Su rey, llamado Taino, cayó al agua en el transcurso de una tormenta y murió. Las mareas se contorsionaron y los rayos se proyectaron sobre la proa del barco, sembrando el pánico entre la tripulación. Los otros congos reales: Babusa, Saluma, Botambi, Sunambiser, Tasinillen y Bakuende, lograron llegar a Cuba con vida y fueron vendidos a diversas familias, casi todas de la zona de Pinar del Río. Al morir, cada una de sus brillumbas se utilizaron para montar prestigiosas ngangas, que todavía se veneran y dan mucho que hacer en el inundo sacromágico cubano. Los informantes de la zona afirman que ya en 1800, en el antiguo ingenio de "Las Mercedes", también conocido como "Menocal", apellido de sus dueños Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 22
  • 23. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte don Francisco y don Pedro García Menocal, la imagen tenía su propio "templo" -una pequeña construcción de cujes y guano revestida de arcilla blanca- y una pléyade de devotos: los esclavos congos (mayoritarios en la dotación del ingenio) que venían a buscar consuelo y a llorar sus desventuras ante Ta Makuende Yaya. Cuenta la tradición oral de la zona que al ser abolida la esclavitud en Cuba, los congos fueron a refugiarse en lo que después se conoció como el Pueblo Viejo de Quiebra Hacha, llevándose consigo su imagen. La casa número 195 de la antigua calle Maceo fue su nuevo hogar, donde permaneció hasta la edificación de la capilla en la que ahora reside. ¿Cuál es, pues, la verdadera naturaleza de este San Antonio negro que tiene un nombre en Palo Monte? Más que la imagen africana de un santo católico - sería muy difícil reconocer en esta rudimentaria escultura al santo varón paduano, venerado y seguramente descrito a sus discípulos africanos por los misioneros que ejercieron su labor en el dominio del Manikongo-, recuerda a las ngangas encontradas por Laman en esa zona: a las prendas más especiales y elaboradas, las que semejaban figuras humanas y escondían el bilongo en una oquedad de su base o de su cuerpo. Poca importancia tiene, creemos, que se le llame indistintamente San Antonio o Ta Makuende. La historia —y no sólo la cubana— abunda en ejemplos de identificación de las deidades de culturas autóctonas o trasplantadas con los sujetos del culto de la potencia colonizadora o dominante. Tal identificación se circunscribía a conferirles un mismo nombre en público, y en aprovechar las celebraciones oficiales para festejar también a sus deidades. Éstas y las de la Iglesia Católica podían compartir algún atributo, a más del nombre (la espada y las vestiduras rojas y blancas de Santa Bárbara y Changó, por citar el caso tal vez más conocido), pero unas y oirás nunca llegaron a fundirse, ni conceptual ni litúrgicamente. Corren infinidad de leyendas no sólo acerca de los milagros de este santo africano, sino también de su mal talante. Una de las más simpáticas cuenta que, en tiempos de la república mediatizada, un sargento de la policía, la máxima autoridad en Quiebra Hacha, negó su permiso para celebrar la procesión anual. Tarde en la noche, en víspera de la festividad y durante su recorrido de rutina, el uniformado después juraba que al pasar frente a la iglesia del pueblo se le había aparecido un negrito muy chiquito y muy bravo, quien le había increpado diciéndole: "¿Tú no va deja que la gente toca a mi?" El sargento pasó tal susto, que se apresuró a autorizar la festividad no sólo ese año, sino también en años sucesivos Cuentan asimismo los creyentes más ancianos de Quiebra Hacha. que hace mucho tiempo, a principios de este siglo, Ta Makuende se encolerizó v le viró la espalda a sus fieles Los congos que lo cuidaban, desesperados, trataron de hablarle y convencerlo, sin resultado alguno. Recurrieron entonces a los cantos y oraciones en lengua y al familiar sonido del kinfuiti hasta que Ta Makuende olvidó su enfado y volvió a darles la cara. Kinfuiti, dice don Fernando Ortiz es el nombre de un instrumento y de su toque, y también del baile que se ejecutaba con su música. Su sonido, afirma, zumba y ronca. Fue originalmente un instrumento sagrado para liturgias especiales y Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 23
  • 24. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte ceremonias evocadoras de los muertos, para sus funerales o para convocarlos al trabajo. Se le tiene, asimismo, como tambor de fundamento. Se tocaba en los cabildos congos hasta principios de este siglo en una habitación a la que nadie tenía acceso —como el Ekue de los abakuá— ante la prenda del Tata de la casa. A su toque, afirman muchos creyentes, "se jala muerto". Don Femando lo califica como un instrumento membranófono de fricción. En Cuba, dice Stéfano Ventura, se fabricaba ahuecando un tronco de cedro o de palma hasta dejarlo del grueso de una pulgada. Uno de sus extremos se forraba con cuero de buey, al cual se le practicaba un agujero en el centro. Por él se pasaba una tira fina del mismo cuero, con un nudo en la parte exterior. En el interior del tambor, la tira ata un trozo de caña brava que sobresale dos o tres pulgadas de la parte inferior del instrumento. Quien lo toca, debe humedecerse las manos con agua clara para poder friccionar adecuadamente la caña brava, cuya vibración se transmite a la tira de cuero, y de ésta, al cuerpo del tambor. Ésa es la vibración que llama a los espíritus de los difuntos. En ciertas ocasiones, el kinfuiti es acompañado por otros dos tambores y una guataca. En sus peregrinaciones a lo largo y ancho de la Isla en busca de las raíces africanas de la cultura nacional, don Fernando Ortiz localizó algunos kinfuiti en cabildos congos en las ciudades de Remedios y Placetas, en el central "Manatí" en Oriente, en las cercanías del batey del central "Orozco" en Pinar del Río y, por supuesto, en Quiebra Hacha, donde hoy los hacen zumbar y roncar los jóvenes descendientes de los esclavos congos y otros que, como ellos, se han adentrado en el mágico universo de las Reglas de Palo Monte. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 24
  • 25. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte COFRADÍAS, CABILDOS, CIMARRONES Y PALENQUES En la página 34 del tomo 5 de su obra Cuba: Economía y Sociedad, el historiador Leví Marrero inserta el siguiente fragmento de un documento mediante el cual la vecina María Bergaza, de Santiago de Cuba, solicitaba del Cabildo, en 1566, "un solar en el Barrio de Santo Thomas, que linda con el solar del Rey Congo". Si el cabildo al que María pedía ese pedazo de tierra era la autoridad colonial española, sobre lo que presidía el Rey Congo al que alude el documento era un cabildo africano. La historia de esas cofradías comienza poco después de la introducción de negros esclavos en nuestras islas del Caribe. Fueron cofradías y cabildos la expresión de un creciente sentido de identidad y solidaridad. Muchos esclavos, después de haber comprado su libertad, o de ser liberados por sus amos, los fundaron sobre bases de procedencia étnica. Eran entidades similares a las que existían en su región de origen. Buscaban preservar tanto sus tradiciones como lo único otro que pudieron traer consigo en el obligado viaje transoceánico: su dignidad, puesta a prueba por la depravación de sus amos, quienes a toda costa trataron de doblegar el carácter independiente de esos hombres y mujeres habituados a vivir en constante comunión con la naturaleza y sensibles a las vibraciones del mágico mundo que los rodeaba. Su español chapurreado —el manawa— que tan simpático sonaba al oído, y el constante y profundo eco de sus tambores, hicieron que el medio de comunicación de esos hombres entre sí pareciera, a quien le era ajeno, una especie de amalgama del lenguaje gestual y hablado, cuyo sonido no se diferenciaba mucho del canto. Ese habla, parido por la necesidad en Cuba, estaba —y está— salpimentado de agudas frases y refranes que mucho enseñaron a conquistadores y criollos. Desde fecha tan temprana como el siglo XVI, aparecen acaudalados vecinos, preocupados y molestos por las reuniones "de negros" en fiestas para elegir a sus reyes y reinas, y formar sus propias organizaciones sociales. Las cofradías, formadas por negros y mulatos libres, artesanos o poseedores de oficios diversos, que pudieran compararse en cierto sentido con los primeros gremios, dieron pie al surgimiento de los cabildos, basados en procedencia étnica y comunidad lingüística, con el propósito de mantener vivos sus hábitos alimentarios, sus costumbres, sus códigos éticos y sus prácticas religiosas. Fue la voluntad colectiva de esos asentamientos la que fundió su propia realidad cotidiana de maltrato y discriminación con la otra cultura traída por el colonizador. De esa convivencia de 400 años surgió nuestra identidad nacional. Las cofradías estaban bajo el amparo de alguna iglesia o de un santo patrón. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 25
  • 26. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte A modo de ejemplo, los patronos de los zapateros eran San Crispín y San Crispiniano, mientras que la cofradía de los carpinteros radicaba en la capilla de San José, en el convento de San Francisco. Se sabe que en 1680, el obispo García de Palacios mandó suspender varias cofradías por discusiones y problemas internos, dejando sólo las más antiguas. En ese tiempo en La Habana había 18 cofradías y 6 hermandades, organizaciones funcionalmente similares a las cofradías, pero que existían sin amparo eclesiástico. Con el paso del tiempo, las cofradías se fundieron con o se transformaron en cabildos. El inteligente obispo Morell de Santa Cruz, al analizar la vida de los esclavos y de los negros y mulatos libertos, decidió en 1755, a partir de una posición innovadora, oficializar los cabildos negros, cuyas reuniones y fiestas celebradas en chozas habilitadas a esos efectos tantas quejas motivaran por parte de vecinos prejuiciados. Estos cabildos fueron colocados bajo la advocación de la Virgen, de Cristo o de algún santo particularmente popular en la época. Supervisarlos corría a cargo del sacerdote designado para ello. Los cabildos africanos que interesan a los efectos de la proliferación de las Reglas de Palo Monte en Cuba son, naturalmente, los organizados por congos y ngolas. En el barrio santiaguero de Matachín, el Cabildo español había hecho merced a un grupo de negros congos, aunque sin especificar el propósito, de un solar por el cual pagaron media annata el 22 de julio de 1731. De la lista de cabildos africanos convertidos en ermitas por el obispo Morell de Santa Cruz hemos seleccionado los siguientes, ubicados en La Habana: - Dos cabildos de congos, radicado el primero junto a la Iglesia del Santo Cristo, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Ángeles y atendido por el capellán don José Sobrado; el segundo, localizado en La Sabana, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Piedad y atendido por el capellán don Francisco Velasco. - Dos cabildos de mondongos, uno junto a la iglesia de San Francisco de Paula, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Altagracia, cuyo capellán era don Antonio de Mora; y otro, en La Sabana, bajo la advocación de Nuestra Señora del Consuelo, atendido por el capellán don José Antonio López. - Un cabildo de luangos junto a la Iglesia del Santo Cristo (en una casa techada de tejas, mientras que los otros radicaban en bohíos), bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar, atendido por el capellán don Juan de Dios Rodríguez. Durante los siglos XVIII y XIX los cabildos adquirieron una importancia vital en la vida de los negros esclavos y los mulatos libertos en las zonas urbanas. Las crónicas y anales los mencionan a todo lo ancho y largo de la Isla y sus datos particulares se conservan en archivos y bibliotecas. En los listados de los cabildos formados por los descendientes de congos y ngolas en la provincia de Matanzas, se destacaron: - El de Nuestra Señora del Rosario, cuyos miembros eran congos reales, y cuya enseña —una bandera casi idéntica a la de la real familia española— era Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 26
  • 27. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte desplegada en días festivos. Se estima que los congos reales procedían de la región donde estaba ubicada la capital del reino del Manikongo. Pertenecían a la "nobleza" del clan, condición que hicieron valer pese a estar esclavizados. Este cabildo radicaba en la calle Velarde no. 212, donde fue organizado. En 1864 se mudó al no. 215 de esa misma calle, donde permaneció hasta su disolución en 1890. Sus sucesivos reyes eran representantes de cinco de los principales clanes del Congo. - El de los congos masimboi, organizado en 1816. Radicó en el no. 220 de la calle Manzano hasta que se disolvió en 1890. - El de los congos masinga, fundado en 1847. Para esa fecha había tal cantidad de masingas en Matanzas, que se decidió integrar otro cabildo, ubicado en la calle Mercedes no. 182, en el barrio de Pueblo Nuevo, donde permaneció hasta su clausura en 1891. - El de Nuestra Señora de la Merced, formado por mondongos, e inaugurado en 1846 en Las Mercedes, en el mismo barrio de Pueblo Nuevo. Se tienen noticias de que funcionó hasta 1893. - El de la Virgen de Belén, el más importante de los creados por los mondongos matanceros. Abierto en 1846 y radicado en la calle Velarde entre Manzaneda y Zaragoza, permaneció allí hasta 1864, año en que se trasladó a Salamanca no. 78. Se supone que se cerró en 1902. No parece existir entre los etnólogos y antropólogos consultados —y otros que ellos citan— unidad de criterios con respecto a la región exacta de Africa de la que procedía la etnia ganga (si bien todos coinciden en que es oriunda de África Occidental), y el tipo de formación socio-económica que allí tuvieron. Sin embargo, en Cuba, tanto ellos como los mandingas estuvieron muy vinculados a los congos, celebrando conjuntamente fiestas y ritos. Es por ello que hemos incluido aquí algunos de los cabildos organizados por estos otros dos grupos africanos en Matanzas. Los principales cabildos gangas en la ciudad de Matanzas fueron: - El Ganga Quiri (1816-1889), sito en la calle Manzaneda sin número Según los documentos, tuvo un solo capataz, llamado Antonio González (1840-1878) -El de la Purísima Concepción (1816-1889). Primero radicó en la calle Daoiz (?) no. 204, mudándose para la calle Velarde sin número en 1864 Alli radicó hasta 1 878, trasladándose entonces a la calle Santa Isabel no 110, donde permaneció hasta su extinción en 1 891. Sus últimos capataces fueron Pedro Tellerfa (1864-1876), Feliciano Ángulo (1876-1894) y Sahá Sastianeía (1894-1899). - El de San Fracisco (1816-1890). ubicado en la calle Daoiz (?) no. 207. Sus últimos capataces fueron Sebastián Madruga (1864-1878) y Jacobo Hernández (1878-1890). - El de la Virgen de Regla (1850-1890). Estuvo en la calle Santa Isabel no. 71 hasta su desaparición. Sus capataces fueron Juan Vidal (1850-1878) y Ricardo Noal (1878-1890). - El de San Pedro (1847-1891). Radicó en la calle Velarde sin número hasta 1864, cuando fue trasladado a la calle Santa Isabel no. 194. Documentalmente se menciona a un solo capataz: Ignacio Álvarez( 1864-1878). Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 27
  • 28. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Los cabildos mandingas de la ciudad de Matanzas, mencionados en los documentos de la época, fueron los siguientes: - El de San Cayetano (1816-1900). Primero estuvo en la calle Velarde sin número, posteriormente en Manzaneda no 73, y finalmente en la calle Salamanca sin número hasta su disolución. Sus últimos capataces fueron Crispín Rey (1850-1878), Mariano Numboa (1878-1890) y Nano Numboa (1890-1900). - El de Nuestra Señora de Monserrate (1870-1899), que fue prácticamente el último en ser fundado en esa ciudad. Radicó en la calle América no. 60 y su capataz fue Domingo Rodríguez. La ciudad de Trinidad, en la provincia de Las Villas, fue sede de otro cabildo de congos reales bajo el patronato de San Antonio de Padua: el Ta Makuende Yaya que encontramos en el pueblo de Quiebra Hacha en Pinar del Río. Este cabildo fue fundado en 1845 y existe todavía. Celebra sus fiestas el 14 de junio. En su casa-templo se guarda con esmero la nganga enterrada en el patio, a la cual se le ofrenda anualmente una comida ritual. En Guanajay, provincia de Pinar del Río, también existió un cabildo de congos reales. Se tienen noticias de que su fundación ocurrió alrededor del año 1880. Nueve años después apareció un artículo en el periódico La Lucha, recogiendo quejas del vecindario por los "toques y bailes de los negros". Güines conoció un cabildo de congos reales verdaderamente original: cuenta la historia oral del pueblo, recogida por el investigador Félix Horta,16 que salían en comparsas, elegantemente vestidos, pero descalzos. En San José de las Lajas existía, en vez de cabildos, una sociedad de socorros mutuos: Nuestra Señora de los Dolores, fundada en 1881, que pervivió, según Horta, hasta 1925. Fue, a todas luces, la primera sociedad negra de este tipo. Cuando sus miembros salían en procesión, portaban estandartes, banderas y bastones de mando y marchaban al son de sus tambores, saludando a todos a la usanza de los descendientes de congos y ngolas: Salaam Alekum, Alekum Salaam. En Santiago de Cuba, donde la población negra alcanzó una elevada proporción, el cabildo del cual se conserva más información es justamente el de los congos. El rey congo José Trinidad XXV murió en Santiago en octubre de 1848 y le fueron rendidos honores póstumos solemnes por los miembros de su cabildo. Agrega el cronista don Emilio Bacardí,17 como dato curioso, que en su entierro se hizo una salva de artillería. Esas instituciones, de carácter humanitario y piadoso, procuraban la curación de los paisanos enfermos y la manumisión de aquellos de sus asociados quienes, por su moralidad y buen comportamiento, fueran considerados dignos de conseguirla a costa de los fondos aportados por las limosnas del colectivo. Además de esos actos de caridad, los cabildos, con sus festividades tradicionales, también mitigaban las penas derivadas de la triste condición de Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 28
  • 29. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte sus asociados, pero siempre observando un comportamiento social ordenado, pues sus reuniones raras veces dieron motivo a conductas impropias. Rogelio Martínez Furé recoge en su libro Diálogos Imaginarios'" la inauguración, en 1892, de una muy curiosa asociación llamada "La Unión Africana y sus descendientes". Su reglamento revelaba criterios modernos y cierta cultura. El objetivo de la asociación era la unión en Cuba de los africanos, el establecimiento de escuelas, pago de atención médica, y otros beneficios sociales. Y entra los propósitos mutualistas de la sociedad se incluye el de sostener el "tráfico de vapores entre África y Cuba". Entre las normas a observar por los miembros de tan pintoresca sociedad, estaba una disponiendo que "en caso de luto las señoras asistirán vestidas de blanco con cabos negros". En 1893 la asociación solicitó hacer uso de la bandera africana, ¡de su bandera!, azul, con una estrella dorada en el centro, de acuerdo con el tratado entre España y la "Asociación Internacional del Congo" (sic) del 7 de enero de 1885. El gobernador español les negó el permiso, afirmando que "no eran extranjeros los africanos en Cuba, sino que se les venía considerando como españoles". En 1894 la sociedad nombró a Williams George Emanuel "único representante de la raza africana ante el Gobierno", y en 1895 la sociedad cambió su nombre, adoptando el de "Aurora de la Esperanza". Extendió asimismo su radio legal a toda la Isla, adoptando la advocación del Santo Rey Mago Melchor. Emanuel, fundador y, según se dice, pastor protestante, proponíase refundir los diversos cabildos en una poderosa sociedad de finalidades fantásticas, que con el pago de cuotas y adjudicación de las diferentes casas de los cabildos pudiera acometer la mutualidad a gran escala, amén de monopolizar la representación de los centenares de miles de afrocubanos. Tal propósito no pasó de infeliz tentativa. En 1896 se celebró junta asistiendo representantes de los cabildos dahomé, gabalú, mina, carabalí, mandinga, mundukuka, masinga, mubanque, mundamba luamú numbara y Santa Efígenia de Guanabacoa; y después de vivas protestas resultó expulsado de la "Aurora de la Esperanza", el moreno Emanuel. No cesó ahí la "Aurora", pues el 18 de abril de 1897 reunidos Juan Sifré, presidente de los mandingas, Eusebio Zayas, presidente de los carabalíes y Federico Rencurell, presidente de los minas, acordaron un nuevo reglamento con escasas variantes. Después, la actuación de esa extraña asociación no deja rastro; pero, todavía en 1910, Emanuel dio señales de no haber abandonado sus ideas, presentándose al gobierno cómo representante de los africanos oriundos, para su civilización en el país, ante el Gobierno, y como apoderado y liquidador de los cabildos africanos, pidiendo certificados de las disoluciones de algunos cabildos. Ya en el siglo xvi se registraba la huida, individual o en grupos, de los descendientes de los pocos indios cubanos que lograron sobrevivir al régimen Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 29
  • 30. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte de esclavitud al que los sometió el colonizador, y de los africanos traídos a la Isla para sustituirlos como mano de obra. Los que se encontraban cerca de lomas y montañas escapaban para ponerse al amparo de los montes. Y en este empeño por emanciparse se unieron los descendientes de la población autóctona de Cuba —grandes conocedores de la tierra, de los escondites que proporcionaba, y de la forma de extraer de ella sustento y curación—, los africanos fugitivos y, según don Femando Ortiz, algunos blancos perseguidos por la justicia. Juntos, y con un solo objetivo: la libertad, lograron dar grandes dolores de cabeza al gobierno colonial y a sus antiguos amos, temerosos siempre de una revuelta por parte de un sector de la población que los superaba numéricamente. A los grupos de menos de siete fugitivos se llamaban cimarrones. Cuando éstos lograban establecer pequeños caseríos, huertos y crías de animales, y además compartían creencias religiosas, constituyendo así una organización social y económica de base, recibían el nombre de apalencados. En el siglo XIX aparecen palenques en las zonas de Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas y Oriente. Camagüey, tierra de vastas llanuras, no era el lugar más adecuado para establecer una comunidad clandestina. Sin embargo, se sabe que las hubo en Santa Cruz del Sur. Nos atreveríamos a señalar como el más controvertido de los palenques de Oriente al de los matiabos o matiaberos. Dice de ellos don Fernando Ortiz que eran cimarrones belicosos, que estuvieron muy en contacto con las fuerzas mambisas a lo largo de la Guerra de los Diez Años. Si damos crédito al artículo de López Leiva aparecido en La Discusión de La Habana, el 13 de agosto de 1903, y que cita don Fernando, el palenque, y los apalencados tomaban su nombre de Matiabo, deidad protectora del campamento, que, por la descripción, debe haberse tratado de una prenda cubierta por un pellejo de chivo y rodeada de elementos mágicos propios de las Reglas de Palo Monte: espuelas de gallo, cuernos y tarros, collares de semillas y caracoles. El escritor mambí Ramón Roa, cuyo juicio también reproduce don Fernando, calificó a esa agrupación de secta endiablada y misteriosa. Sin el desconcierto que por desconocimiento causara la devoción de aquellos esclavos insumisos en López Leiva y en Roa, Ortiz aclara que los matiabos eran, obviamente, una secta bantú, y se inclinaba por ubicarlos como provenientes de Angola, argumentando que los hombres traídos de esa porción del reino del Manikongo fueron famosos hacedores de desórdenes dondequiera que fueron llevados en América hispana. Los matiabos, añade, debieron organizarse, como solían hacer los Tatas Ngangas en África y después en Cuba, como una cofradía o sociedad secreta de juramentados para fines, en aquellas circunstancias, tanto de defensa como de agresión. Pero los más grandes y poderosos palenques orientales estaban ubicados en la Sierra Maestra, en las alturas de Mayan, en las montañas que rodean a Guantánamo y en las alturas de Baracoa. Llamábanse Sigua, Limones, Toa, Bumba, Maluala, To's Tenemo, Bruto, Yagruama, Caujerí y Nkimba. Tenemos razones para creer que el palenque Nkimba fue organizado por negros sacados Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 30
  • 31. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte del Congo, donde existía una sociedad secreta exclusivamente masculina, para la defensa del clan y sus miembros, que llevaba ese mismo nombre. Pero el más temido y respetado entre ellos lo fue, sin duda, el Palenque del Frijol, ubicado en la sierra de ese nombre. Al otro extremo de la Isla, en la loma del Cuzco, en Arroyo Grande, en las sierras del Rosario y de los Órganos en Pinar del Río —en las zonas que se corresponden con las jurisdicciones de Guanajay, Bahía Honda, San Cristóbal y Pinar del Río— hubo asentamientos de negros de diferentes etnias que se acomodaron a una unidad religiosa bajo un solo guía o jefe. Es posible encontrar en los anales históricos y en la tradición oral, que algunas de las grandes familias de mayomberos quienes adoraban, a la usanza de su país, a los espíritus de los ancestros, y cuyas ngangas llevaban nombres de reyes del Congo y Angola, habían incorporado a sus ritos reminiscencias de la cultura arará. Ése fue el caso de las prendas con el nombre de Akaró, en tributo al rey de los rayos y los truenos reverenciado ayer y hoy en el territorio que ocupa la actual República de Benin. Cuentan documentos de la época que en la noche del 14 de julio de 1822 bajó de la Sierra de las Ánimas hasta la hacienda de Cabañas —donde se apalencaba un número grande de negros—, propiedad de José Ramón de Rojas, una cuadrilla del palenque de Pascual y Pancho Mina, célebre por sus acciones en toda la zona. Constaba esa cuadrilla de 21 hombres y 10 mujeres. Asaltaron el potrero de la hacienda e hirieron al mayoral con el fuego de los fusiles que llevaban, haciéndolo huir. Incendiaron todas las fábricas, mataron todos los animales que pudieron, y habrían hecho mayores destrozos si no se hubiera reunido un número considerable de vecinos para rechazarlos. El 20 de marzo de 1839, el rancheador Francisco Estévez informaba a la Junta de Fomento que todos los cimarrones de un palenque próximo al río San Francisco, en la jurisdicción de Santa Cruz de los Pinos habían logrado escapar, "dejando atrás armas, ropas, calderos y brujerías". El propio Estévez, en sus correrías por Vuelta Abajo, mencionaba con frecuencia el hallazgo de "hasta diez o doce bolsas de cuero llenas de brujerías". La reiteración de este hecho revela, decía, "la regresión hacia las viejas prácticas culturales africanas, facilitada por la ausencia, prácticamente total, de educación religiosa entre los esclavos, aun en el área de Vuelta Abajo, tan inmediata a La Habana". En la región central de Cuba, en lo que se conoce como el triángulo Cienfuegos-Trinidad-Sagua la Grande, ubicado en las montañas de Trinidad, se registró la existencia de palenques de esclavos que huían del Valle de los Ingenios y de las haciendas vecinas. La actividad de esos palenques fue relevante sobre todo en el siglo XIX, con el auge de la industria azucarera en Cuba. Hemos logrado ubicar uno llamado Ndembo, suponemos que en homenaje a la sociedad secreta de ese mismo nombre fundada por los ancestros en el Bajo Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 31
  • 32. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Congo. Este grupo de apalencados, en su afán de regresar a su África lejana, practicaba el rito de la muerte y la resurrección, en el cual se componían ngangas que, según ellos, contenían los misterios da la muerte. Quién sabe si al revivir estos ritos usuales en las prácticas de los primeros mayomberos, lograron su finalidad: el regreso espiritual, ya que no físico, a su tierra natal. Entre los jefes de los palenques a todo lo largo y ancho de la Isla hubo también mujeres cuya fiereza y audacia les valieron la entrada en la historia de la lucha por la libertad. Ejemplos de ello son la Madre Melchora, de la zona de Vuelta Abajo; Manga Saya, de Perico; Ma´Teodora, de la loma del Cuzco, y muchas otras que pertenecían a las dotaciones traídas del dominio del Manikongo. El coronel Joaquín de Miranda y Madariaga escribía desde Guanajay con fecha 27 de agosto de 1825 al Capitán General Francisco Dionisio Vives lo siguiente: Los acontecimientos últimamente acaecidos en algunas fincas del sur parece tenían por objeto aumentar los palenques del Cuzco. Estos sucesos los graduará cada cual según su modo de ver, y quizás los marquen de indiferentes, pero los hombres prácticos en las revoluciones mirarán en ellos resultados de otros principios, capaces de esparcir una llama devoradora que arruine este edificio social. Hablando con la verdad que me inspira el conocimiento del país, diré que V.E. y las demás autoridades se encontrarían en las circunstancias más espinosas en el momento en que se insurreccionase la esclavitud de uno solo de los partidos de los que contienen ocho o diez mil siervos, que destruyesen el corto número de blancos que viviesen diseminados entre ellos, que incendiasen las fincas y se encaminasen al Cuzco, arrastrando tras sí la negrada de algún otro partido... Los 50 ó 60 vecinos del Cuzco, con sus 3,000 negros viven en la agonía y la alarma, sufriendo los ataques de los cimarrones. Los más ausentan sus familias y muchos abandonarán sus establecimientos si no se adoptan medidas que afiancen su seguridad." ¿Cuál sería el destino de esos esclavos insumisos y muchas veces también insurrectos, con el advenimiento de la pseudorrepública en Cuba? Un punto natural de reunión pueden muy bien haber sido los solares o cuarterías, míseras viviendas colectivas que proliferaron en toda la Isla y donde hubieron de pasar sus últimos años muchos de aquellos veteranos no blancos de nuestras guerras de independencia que decidieron radicarse en las ciudades. Allí arrastraría la mayor parte de sus descendientes una existencia igualmente escuálida, refugiada en la religión de sus mayores como única esperanza para salir de la pobreza y la discriminación. Todavía los vecinos más antiguos de lo que fuera la Calzada de Vives, en La Habana, recuerdan uno de esos solares, el de los Carretones de los Congos, llamado así por la procedencia de sus primeros residentes. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 32
  • 33. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte LAS RELIGIONES AFROCUBANAS: PATRIMONIO DE LOS PUEBLOS La sociedad cubana ha observado, como lo han hecho en todas las épocas todos los conglomerados humanos, las conductas aceptadas por la época en la que a sus miembros les tocó vivir. Las clases cuyos intereses dominaron la política y las actividades económicas principales hasta el siglo xix y cuyas vidas transcurrieron en un medio en el cual la población de origen africano —y por esa razón, su influencia— era no sólo mayoritaria, sino que estaba inseparablemente unida a su vida diaria, dejaron plasmadas sus vivencias sobre esa coexistencia en ocasiones nada pacífica, en numerosos relatos y obras literarias y plásticas que son parte de nuestro patrimonio nacional. Aquellos hombres y mujeres —igual que ahora hacen muchos de nuestros contemporáneos— acudían, algunos abierta y otros solapadamente, a los conocimientos ancestrales de los africanos, de sus descendientes y de los mestizos de indio y africano quienes les servían de curanderos, comadronas, nodrizas y hasta de confidentes, transmitiéndoles, con sus curas y cuidados, la sabiduría heredada por vía de la tradición oral o surgida de la necesidad de subsistir en un medio desconocido. A través de la lectura de documentos que nos han sido mostrados por viejos religiosos, hemos podido constatar cómo estos blancos fueron paulatinamente identificándose con las manifestaciones religiosas de origen africano: la Regla de Ocha o Santería, la Sociedad Secreta Abakuá, las Reglas de Palo Monte y las creencias de los descendientes de las etnias arará, ganga e iyesá, formando un complejo religioso realmente criollo. La tradición oral del pueblo de Bahía Honda cuenta cómo Casanova, dueño del central "Orozco" en Pinar del Río, ofrecía cada año un perro a la maza del central cuando daba inicio a la molienda. Éste era un sacrificio a Oggún- Sarabanda, dueño de los hierros, para que la maquinaria no sufriera rupturas durante la zafra, y la molienda se desarrollara de la manera más rápida y productiva. Otros dueños de centrales se hacían de la vista gorda y dejaban que sus subalternos ofrecieran sacrificios, fiestas a sus orishas y npungos, para que la molienda se efectuara sin tropiezos. Gaspar Antigua, alcalde de Yaguajay, y Ventura Blanco de La Antigua, presidente de los concejales de ese término municipal de la provincia de Las Villas, buenos conocedores de la historia local, fueron rayados en la prenda del gran congo Ta Managua, famoso por sus poderes sobrenaturales. Los presidentes José Miguel Gómez, Alfredo Zayas, Gerardo Machado, Carlos Prío Socarras, Fulgencio Batista (y también su hermano Panchín), practicaban Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 33
  • 34. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte la Santería y el Palo y eran respetados en los juegos Abakuá. Alfredo Zayas era, además, espiritista, médium y vidente. Los tristemente recordados esbirros batistianos Laurent, Orlando Piedra y Esteban Ventura se dedicaban también a estas prácticas. Muchos de los que caían en sus manos recibían un trato diferente, y no eran torturados o golpeados hasta la muerte, si se trataba de cofrades del mismo tronco o gajo: les estaba prohibido infligir daño a cualquiera de sus hermanos de religión. Y en la actualidad, ¿quién sabe cuántos han buscado silenciosamente la protección de las Reglas de Palo Monte o de algunas de las otras manifestaciones religiosas afrocubanas? Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 34
  • 35. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte DOS RELATOS DE LA TRADICIÓN ORAL De la fusión de algunos pequeños ingenios de la zona de Quiebra Hacha ("San Pablo", "Santiago de Cañas" y "San Juan Bautista") surgió el ingenio "San Ramón", fundado en 1878 por don Ramón Balsinde, rico propietario de esclavos y de plantaciones cañeras. Cuentan los viejos informantes que alrededor de este ingenio había una arboleda de frondosas y verdes ceibas nacaradas: ngunda naribé, que así se llama a estos árboles en congo. Cuando el trabajo agotador daba un pequeño receso a los sufridos negros de la dotación, éstos con gusto oían al que más tarde sería conocido como "Manca Perro", cimarrón de alto voltaje, rebelde bozalón negro, cuya gran capacidad narrativa lo convertía en el relator por excelencia de cuentos de su Congo lejano, de su tierra que vería cuando, según decía, volara al encuentro de su cultura a la hora de la muerte. Narraba que la ceiba —árbol sagrado que sustituyera al baobab africano— adquirió un valor inigualable en una guerra entre Nsasi y los brujos de una temida tribu de las selvas de Mayombe. Nsasi corría o, por mejor decir, volaba en su haz de luz, en un rayo, huyendo despavorido de los mpolos (polvos) que sus enemigos venían soplando sobre él sin descanso. ¿Qué había hecho nuestro héroe? Le había robado un carnero a su rey, el Manikongo, y éste, sin siquiera reflexionar sobre el asunto, había mandado a un ejército de nkuyos para que lo atraparan. Las ceibas, que veían a Nsasi con mucha simpatía, decidieron rápidamente y sin contradicciones darle cobija. Una de ellas rugió, abriendo su tronco de espinas para que Nsasi se refugiara en él, salvando su vida. Cuando los nkuyos se acercaron, cayeron siete rayos fulminantes y ellos, asustados, se alejaron corriendo e implorando piedad. Por eso a las prendas, además de llamarlas Nsasi, les dicen también Siete Rayos en recuerdo de esa escabrosa situación. Cuenta otra leyenda (en congo, cuento o leyenda se dice munika-munika) que en el barracón del ingenio "Balbanera", fundado en 1800 y propiedad del Conde de Villanueva, en las tierras del pueblo o caserío de Quiebra Hacha, vivió un negro, de estatura considerable y fortaleza inigualable, procedente del Congo. Se llamaba Coballende. Este hombre sin escrúpulos convivía a escondidas con mujeres de toda la gama cromática y esto lo enfermó de la sangre y de la piel. Los viejos le daban sus sabios consejos. Pero Coballende, airado, se hacía el sordo. Y llegó el buen día en que con su miseria humana contaminó a muchos en el barracón. El dueño del ingenio lo expulsó de sus propiedades cuando prácticamente estaba ya a las puertas de la muerte. Abochornado, se retiró a la sierra que ahora se conoce como De Los Condenados (bautizada en recuerdo de este caso) cerca del Mogote de la Jagua, y se tendió a la sombra de un frondoso laurel. Con el cansancio de las noches en vela, de las caminatas interminables y de los dolores de sus llagas, quedó adormecido. Su sueño, intranquilo y apesadumbrado, lo llevó a imaginarse encuentros con los ancestros de su misma etnia, dejados en su lejana África. Allá, entre rayos, centellas y truenos que estremecían los cielos y las nubes encapotadas, se le apareció su dueño y señor: Nsasi, su hermano, que había desaparecido en una tormenta. Dulcemente le habló, y le dijo que se Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 35
  • 36. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte limpiara con laurel, maíz, álamo y siempreviva para que todos sus males acabaran. Al despertarse, Coballende hizo lo que le orientó su hermano y rápidamente, después de un baño en el río Caiguanabo, donde se mecían los nenúfares y lirios entre el murmullo de sus aguas cristalinas, renació a la vida. Se coronó como rey de estos parajes y vivió muchos años. Viejos y jóvenes acudían a oír sus sabios consejos, a curarse y a festejar. Eje de numerosas leyendas, se escucha su voz en las montañas y en las ruinas del "Balbanera", increpando a su amo que lo abandonó a su destino. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 36
  • 37. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte LA REGLA DE MAYOMBE Mayombe es un vocablo congo que significa magistrado, jefe superior, gobernador, denominación o título honorífico. Llámase mayombero al hechicero de tradición conga, oficiante de la regla que se conoce como Palo Monte, la cual rinde culto a los muertos y a los espíritus de la naturaleza. Mayombe es, en resumen, la íntima relación del espíritu de un muerto que, junto con los animales, las aguas, los minerales, las tierras, los palos y las hierbas, conforman el universo adorado por los descendientes cubanos de los hombres y mujeres traídos del reino del Manikongo. Establecidos inicialmente en Pinar del Río, donde hubo un gran asentamiento de esta procedencia, fueron actores de diversos cimarronajes. Su personalidad, a un tiempo inquieta y reservada, los llevaba a huir hacia las lomas. Los espíritus de aquellos alzados contra la esclavitud, asesinados por los tristementes famosos rancheadores —hombres sin escrúpulos dedicados por dinero a la busca y captura de esclavos fugitivos—, pasaron con el tiempo a formar parte esencial de los fundamentos o prendas de los mayomberos actuales. La historia —o por mejor decir, el árbol genealógico de algunas de estas prendas que toman el nombre de su muerto— se incluye en otra sección de este trabajo. En algunas zonas de Cuba se conservan aún con gran pureza, debido al apego de sus devotos a la ortodoxia religiosa, las prácticas de Mayombe heredadas y guardadas con celo y transmitidas oralmente de generación a generación desde el siglo XVI hasta el presente. Esas prácticas se basan en la interrelación con los espíritus de los ancestros y de los muertos y con las vibraciones de todo cuanto hay en la naturaleza. Popularmente se conoce a sus seguidores como mayomberos, Padres o Yayis Ngangas, nganguleros, paleros y así sucesivamente, hasta ir a dar al despectivo nombre de brujo. Denota esta última denominación el desconocimiento, por parte de quienes la emplean, del amor a la naturaleza que profesan los mayomberos y el respeto de que son acreedores por sus profundos conocimientos de los secretos y misterios de la naturaleza, y del ser humano con todas sus virtudes y defectos. Víctimas de la difamación de las autoridades coloniales primero y pseudorrepublicanas después, esos creyentes guardaron su saber en bibliotecas individuales: sus memorias, el mejor centro de referencias que la humanidad siempre ha tenido a su alcance. Vayamos, pues, al encuentro de Mayombe en una antigua casa de descendientes de esclavos en Pinar del Río, situada en la loma del Cuzco: los Batalla Sacara Empeño. Su hogar es la zona ubicada entre el poblado de Cabañas y los alrededores del antiguo ingenio "La Luisa", en El Callao. Se recoge en la historia de esta familia que Rufino Fernández (llamado Ta Rufino, descendiente probado de un rey congo), el blanco Manuel Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 37
  • 38. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte (descendiente de gallegos) y Fermín Cueto (que respondía por Ta Guapito) le entregaron al difunto Primitivo Arrieta (también conocido como el Chino Arrieta) un fundamento o nganga: Cuaba Batalla Sacara Empeño. El Chino Arrieta fue un gran defensor de la ética del Mayombe puro, que no admite elementos de otras manifestaciones religiosas. Legó a sus ahijados métodos y tratados virtualmente desconocidos por los que se agrupan en otras casas seguidoras de esta práctica. Por los estudios realizados sobre esta rama de la mayombería, extendida por todo Pinar del Río, La Habana (sobre todo los poblados de Guanabacoa y Regla), Matanzas y Villa Clara, hemos constatado que su liturgia se ha conservado pura, dando origen a las ramas conocidas como Brillumba, Shamalongo y Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje. Las ceremonias mayomberas han preservado la impronta de los ancestros, sin asimilar aporte alguno de la Ocha, el espiritismo o el catolicismo. Sus ngangas, que contienen todo lo que en el plano tierra tiene vida (pues para el africano y sus descendientes, todo vibra, hasta la materia que hombres de otras culturas consideran muerta), son de tamaño pequeño, como las de los antiguos clanes del reino del Manikongo, que eran trasladadas de un lugar a otro, según las necesidades de aquellos pastores y recolectores nómadas, después transformados en labriegos, forjadores y guerreros, y que constituían el eje principal de la vida del clan. El mayombero no adora simultáneamente a varios poderes, como lo hacen las otras ramas que se desprenden de la mayombería. Su principal fundamento es Nsasi Siete Rayos, nombre genérico que se da a toda prenda mayombera. Estas prendas siempre van acompañadas de un nkuyo o lucero, con el cual se abre el cuarto donde se "juega" Palo, y al cual se puede describir como una prenda en miniatura; y de una mpaka, montada en un tarro de chivo o de toro, que es uno de los instrumentos auxiliares de la adivinación. Los viejos mayomberos descendientes de congos y ngolas suelen emplear un refrán que refleja su total confianza en el poder de sus creencias ancestrales: "Nganga buena, nunca tercia." Para los congos asentados en Cuba, Nsasi significa lugar de enterramiento de los jefes y también antílope o venado. Es, asimismo, como ya hemos visto, el nombre del micromundo que contiene el nkisi principal. Nsasi está dentro de un caldero de barro cocido, sellado con tierra, que incluye los huesos de nfumbe de diversos animales, así como aguas recogidas en distintos sitios. Se le sacrifica carnero y jicotea en casos especiales. Sarabanda, a diferencia de Nsasi, se nutre de sangre de chivo. Es curioso que para el llanto del mayombero se sacrifique un chivo, mientras que esto es un sacrificio de rutina para alimentar a Sarabanda. Se llora al mayombero y se alegra a Sarabanda. Estas son las contradicciones propias de los desprendimientos del eje de esas manifestaciones, que se adoran a todo lo largo y ancho de nuestra bella isla del Caribe. A partir de la prenda funciona el colectivo en su totalidad. Ella simboliza la unidad del clan y otorga jerarquía y poder a su dueño sobre quienes lo rodean. Todas las manifestaciones sociales —el arte, la economía, la política, la guerra, la religión— se subordinan, por decirlo en términos contemporáneos, a los consejos del poseedor de este receptáculo. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 38
  • 39. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte La consagración hermana a los hombres y los agrupa en torno a la prenda. Su principio consiste en el intercambio de sangre, como la forma más expresiva de manifestar los sentimientos de vínculo familiar y solidaridad. Pero el mayombero es muy cuidadoso al aceptar a un nuevo ahijado. Puesto que guardan con tanto celo sus conocimientos, velan para que el que los reciba sepa guardarlos igualmente bien. De ahí que muchos practicantes no tengan siquiera un solo ahijado. Para un verdadero y escrupuloso Padre o Madre Nganga, un ahijado debe observar estrictamente una serie de normas de conducta con respecto a su vida familiar y pública. El aprendizaje del neófito suele durar largos años, y acabará teniendo en su haber un cúmulo de conocimientos sobre el monte y las propiedades de los palos que más fuertes vibraciones emiten. Se convertirá, en suma, en un verdadero sabio sobre las virtudes de la flora. El Tata Nganga es el responsable de ejecutar el rito de iniciación, consistente en hacer marcas con un objeto cortante sobre el cuerpo del que se inicia, extrayéndole sangre que se vierte sobre el receptáculo mágico y se añade a la bebida sacramental. El iniciado es el primero en beberla, y después el restó de los cofrades. Queda explicado así que se ha realizado una consagración con el nfumbe que rige el fundamento. De hecho, esto implica un sacrificio, una ofrenda : se ha dado parte de la energía vital del hombre,—su sangre— para enriquecer a la prenda y. Espiritualmente, al individuo. Éste adquiere un carácter más amplio como ente social, pues esta consagración no obedece únicamente a motivaciones de carácter religioso, sino (también a profundas convicciones acerca del rol que corresponde a cada individuo en su contexto social. El compromiso religioso es para los mayomberos, un compromiso social. Antes de llegar a la consagración, han de llevarse acabo las ceremonias que enumeramos a continuación: el vaticinio de la consagración: los baños purificadores; la matanza de animales y la preparación del yamboso: la entrada al cuarto: la ceremonia de reafirmación; el rayamiento y, por último, el brindis y el saludo. Para vaticinar si un individuo necesita y puede iniciarse, el ngangulero hace uso de sus recursos de adivinación a través de un registro o consulta. Para efectuarlo, emplea la mpaka mensu, tarro de chivo o toro sellado con un trozo de espejo. A través del espejo el futuro padrino, luego de hacer algunos conjuras mágicos, verá lo que le depara el destino al individuo y se lo transmitirá verbalmente, corroborando la veracidad de lo que le dice mediante preguntas al fundamento con fula o con shamalongo. En caso de que la iniciación sea indicada, se fija la fecha de la ceremonia teniendo en cuenta las condiciones sociales, la conducta moral y el estado de salud del individuo, cuya vida sexual debe ser intachable y cuyas dolencias, si las tuviera, deben conocer tanto él como el ngangulero, v los factores naturales, es decir, la posición de los astros, sobre todo de la luna. Nunca se debe proceder a una iniciación cuando la luna está en cuarto menguante. Es preferible hacerla cuando esté en cuarto creciente. Es muy favorable para el individuo que se le inicie en los días que marcan los cambios de estaciones. Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 39
  • 40. Ta Makuende Yaya y las Reglas de Palo Monte Los animales, los objetos y los derechos necesarios para la consagración son: dos gallos, una botella de aguardiente, una de vino seco, una de miel de abejas, algunas velas, tabaco y un pañuelo blanco. El monto del derecho será el que marque el ngangulero, nunca excediéndose de la mayor cantidad que tradicionalmente se cobra. El baño que deberá tomar quien se inicia se prepara minutos antes de la ceremonia de la consagración, en una cazuela de barro o en una palangana grande. Se vierten en el recipiente el agua y las hierbas, ripiándolas antes con las manos hasta casi macerarlas. A esto se añade el aguardiente, el vino seco, la miel de abejas, chamba, fula y un huevo, previamente autorizado, ya que en esos momentos quien se inicia debe ponerse en posición de penitencia. El ngueyo pasa al baño con los ojos vendados, los pantalones remangados hasta más arriba de las rodillas y sin camisa. Mientras se le baña, el Akpuón canta todo lo que se está haciendo y describe los sentimientos espirituales que embargan a quien está a punto de ser consagrado. Después de limpiar con las hierbas el cuerpo del ngueyo, se le rocía con todas las bebidas antes mencionadas. En un rincón del cuarto donde se vaya a efectuar la ceremonia de iniciación, o a todo lo ancho de esa habitación, se disponen palos, ramas y hierbas figuran- do el monte. El piso también se cubre con hierbas finas. En ese cuarto se encuentra el fundamento principal, rodeado por otras prendas, luceros y receptáculos mágicos de otros Padres Ngangas. El animal a sacrificar es un gallo, cuyas espuelas y guías de la cola han de estar en óptimas condiciones. Mientras el Akpuón entona su canto, se presenta el gallo al fundamento principal, frente al cual el ave generalmente queda sumida en un letargo. Para despertarla, se entona otro canto, y mientras un ngangulero la sujeta, el mayordomo, con el mbele previamente autorizado, toma la cabeza del gallo y le arranca plumillas de ella y de las patas, las alas y el lomo. Los cantos prosiguen mientras se sacrifica el animal y se deja correr su sangre por encima del fundamento, hasta que se deposite en la jicara que contiene el yamboso. Inmediatamente, éste se tapa con un trozo de tela roja y se coloca en un lugar donde no pueda derramarse. La cabeza del animal sacrificado se pone sobre el fundamento y el cuerpo se coloca nuevamente sobre el piso frente a la prenda. Con las manos en forma de cruz sobre su lomo, se le oprime contra el suelo para que "cante" por última vez. Se cubre la nganga con las plumas del gallo; con las que han caído al piso se limpia la sangre. Se hace un pequeño atado con todas ellas, se compactan con las manos y se ponen ante la prenda. Esta y el piso se limpian de inmediato, para borrar los restos del sacrificio y ponerlo todo en orden. Ya terminada la ceremonia del baño, se lleva al ngueyo hasta la puerta del cuarto Malongo, y el encargado de conducirlo allí toca enérgicamente a ella tres veces. Se intercambian las preguntas y respuestas del ritual, tras lo cual se abre la puerta. En ese momento, y antes de traspasar el umbral, se hace girar al ngueyo sobre sí mismo. Acompañándolo con cantos, se le conduce al pie del fundamento, donde deberá permanecer arrodillado. Se le interroga entonces sobre los motivos que lo han llevado a rayarse y, según la formación que le haya dado su padrino, se le alecciona para que sepa cómo deberá comportarse después de su iniciación para cumplir con la ética mayombera. Se procede a Natalia Bolívar Aróstegui y Carmen González Díaz de Villegas 40