Jesús envió a sus discípulos de dos en dos a curar a los enfermos y anunciar el reino de Dios, porque la misión de Jesús se basa en la amistad y el apoyo mutuo. Aunque el mundo parece lleno de problemas, el reino de Dios está dondequiera que haya amor entre dos o más personas, como en los matrimonios y amistades duraderas, por lo que los cristianos no están solos en su misión de extender el amor de Dios.
1. LOS MANDÓ DE DOS EN DOS
14º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – C
Los envió por delante, de dos en dos. Jesús envía a sus discípulos en
misión. ¿A qué? Les da instrucciones muy claras y concretas, y dos
cometidos: curar a los enfermos y anunciar que el reino de Dios está
aquí. Esta, y no otra, es la misión de todos los cristianos, de todos.
Quizás no nos paramos mucho a pensar qué significa enviarnos de dos
en dos. Jesús no pide nada imposible a sus amigos. Ni siquiera los
envía solos. La misión de Jesús no es una hazaña para héroes
solitarios. Sabe que las personas necesitamos compañía, ayuda y sostén
en los momentos de debilidad. Sabe que necesitamos afecto y
comprensión. La misión de Jesús se sostiene en la amistad. Por eso no
envía a nadie solo, sino en equipo. ¡Qué diferente es trabajar codo a
codo con alguien cercano, amigo, con quien compartir el propósito de
tu vida y los avatares de cada día, alegrías y penas, salud y
enfermedad! Los matrimonios que duran largos años saben bien de
esto, así como esas pocas y valiosas amistades que casi todos
cultivamos y conservamos como auténticos tesoros en nuestra vida.
No estamos solos. Dios es una comunión de tres y nos ha hecho a su
imagen: creados para compartir, convivir, dar y recibir amor. El mismo
Jesús no fue un solitario: contó con un grupo para iniciar su gran
familia humana, la Iglesia. Y un grupo que, como todos, estaba lleno de
defectos y fragilidades. Los discípulos no eran mucho mejores que
nosotros, humanamente hablando… Aún y así, Dios contó con ellos. Y
cuenta con nosotros hoy. Pero podemos protestar: tal como está el
mundo, ¿cómo predicar el reino de Dios? En medio de tanta guerra,
terrorismo, corrupción política, hambre y refugiados… ¿Dónde está el
reino de Dios? Quizás ni siquiera nosotros terminamos de creer en él.
¿Cómo anunciar algo en lo que no creemos? El evangelio, ¿no suena a
fábula buenista o a opio para adormecer las conciencias? ¿No será un
«consuelo para tontos»? Pues no. No lo era hace dos mil años y no lo
es hoy. El reino de Dios es real y está por todas partes, ¡qué ciegos y
torpes somos de no verlo! ¿Dónde? Allí donde lo dejamos crecer. Allí
donde haya dos o más en mi nombre, allí estoy yo. Allí donde dos o
más se aman allí está el reino. Allí donde un matrimonio, dos amigos,
dos hermanos o dos desconocidos que se quieren y se ayudan, allí hay
cielo. ¡Hay tantos cielos escondidos en el mundo! Como pequeñas
hogueras, es nuestro deber alentarlas, comunicarlas y prender otras
nuevas. Esa es nuestra misión. Acompañados de Jesús, el amigo que
siempre está presente en la eucaristía. Nunca estamos solos. Y siempre
hay lugares donde anunciar el reino. Como dice el salmo: ¡Alegrémonos
con Dios! Tenemos muchos motivos para ello.