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22/05/2018 1
FACULTAD: CIENCIAS HUMANAS, SOCIALES Y DE LA EDUCACIÓN
PROGRAMA: LICENCIATURA EN EDUCACIÓN RELIGIOSA
PERÍODO: 2018-1
Nombre de la asignatura: Desarrollo Moral
Nombre del docente: P. Jorge Luis Toro Rivas
Intensidad horaria: 80 horas
Presencial: 16 horas
Dedicación por parte del estudiante: 64 horas
Créditos: 2
Fase de formación: Disciplinar
Semestre: VII
Área académica - Humanística
Profesor: P. Jorge Luis Toro R.
Lic. Teología Moral, Bioética y Educación religiosa
Capítulo IV:
LA ESTRUCTURA ANTROPOLÓGICA DE LA MORALIDAD
1. El sujeto de la experiencia moral
* Diversas explicaciones de la experiencia moral
* El sujeto humano como sujeto moral
2. Los componentes del dinamismo del obrar humano
*Los actos humanos *La Opción fundamental * Las
actitudes * Los hábitos humanos *Cuatro expresiones
del actuar humano
3. Los factores de la moralidad
Enfoque
Vista la realidad de la experiencia moral y su
comprensión cristiana como respuesta a una
llamada de Dios creador y redentor, conviene
que analicemos los elementos estructurales de
esa experiencia y de esa realidad que llamamos
“moral”.
Ante todo
consideraremos al
“sujeto de la experiencia
moral”, es decir la
persona humana.
Trataremos de descifrar
por qué y cómo la
persona experimenta la
dimensión de la
moralidad
Veremos luego que la realidad moral se refiere
a los actos humanos, pero que éstos no deben
ser concebidos como unidades aisladas, sino
que en ellos se expresa el sujeto personal en su
totalidad, según una opción fundamental y de
acuerdo con sus diversas y múltiples actitudes.
Y veremos que hay también una dimensión
moral en aquella y en éstas
Finalmente nos detendremos en la consideración de los
llamados “factores de la moralidad”. Estudiaremos la
relación que existe entre el objeto, el fin y las
circunstancias, en la composición de la moralidad del
actuar humano
1. El sujeto de la experiencia moral
a) Diversas explicaciones de la experiencia moral
Sabemos que ha habido y hay muy diversas
explicaciones de esa singular experiencia
moral que todo ser humano hace en su vida
de todos los días. Para unos se trata
simplemente de una concatenación de
condicionamientos sociales y culturales que
imponen al individuo la idea del bien y del
mal (Sociologismo).
Para otros, la explicación está en la
función del Súper-Ego sobre el
consciente y el subconsciente del
individuo (Psicoanálisis).
Según otros, se trata de una súper-
estructura que surge de y expresa la
estructura fundamental de toda la realidad
humana, que es el juego de relaciones
existente entre el trabajo y los medios de
producción (Marxismo).
Otros reducen toda la experiencia moral a
expresiones lingüísticas de reacciones
emotivas; “bien” y “mal” son equivalentes
a exclamaciones emotivas: “Oh!”, “ah!”
(Positivismo lingüístico).
No es este el lugar para entrar en un análisis
detallado de esas diversas teorías. Digamos
simplemente que cada una intenta una
explicación unilateral y parcial de un fenómeno
demasiado complejo y profundo como para
reducirlo a un factor relativo, convirtiéndolo
arbitrariamente en absoluto. Ciertamente, no
podemos decir que comprendemos cabal y
totalmente el fenómeno de la experiencia
moral, su porqué, su estructura y su
dinamismo.
Pero creo que podemos acercarnos a su
comprensión si nos referimos a la realidad
global de la persona humana, sin reducirla a
cualquiera de los elementos que componen
ese misterioso y complejo ser que habla de sí
mismo diciendo: “Yo”.
b) El sujeto humano como sujeto moral
Si se tratara solamente de un ser corporal,
reducido al espacio y al tiempo, no se daría
en el hombre la experiencia moral, que
trasciende esas coordenadas.
Pero la persona es también un ser espiritual
y trascendente. Cuerpo y espíritu forman en
ella una sola realidad.
En función de su dimensión espiritual,
el hombre está dotado de la
capacidad de entender el ser de las
cosas, y de sí mismo.
Su razón hace también que el hombre
sea consciente de sí mismo, auto-
consciente. Y en esa autoconciencia
se capta a sí mismo como ser finito,
contingente, un ser entre los seres,
un ser que tiene ya un modo de ser
que le es propio y que no se ha dado
él a sí mismo.
Por la misma dimensión espiritual, la
persona está dotada también de la
capacidad de querer, y de querer con una
voluntad que no se encuentra determinada
en sus actos, una voluntad libre.
Su libertad le hace “autor” de sus propios
actos y de las consecuencias queridas de los
mismos. Por ello, aunque existe con un modo
de ser no elegido, él elige en cierta manera
su modo de ser.
Por su libre voluntad el hombre se va
haciendo a sí mismo con cada una de sus
decisiones; sobre todo con aquellas que
marcan hondamente su futuro, pero también
con las libres decisiones de cada día.
Por otra parte, el hombre es un ser temporal,
histórico. Un ser “in fieri” (que está por hacer),
nunca completamente realizado. El se capta a
sí mismo como tarea para sí mismo. Por su
libertad es responsable de realizarse a sí
mismo en el tiempo. Pero esa realización no
se le presenta como un horizonte totalmente
arbitrario.
Su razón, en cuanto “razón especulativa”, le
hace comprender lo que es; y en cuanto
“razón práctica” le ayuda a entender lo que
debe ser, y en consecuencia, lo que debe
hacer. En el fondo, capta que debe hacer
libremente aquello que es conforme a su
propio ser y evitar aquello que lo contradice.
Este conjunto de elementos,
estrechamente y vitalmente relacionados
en la subjetividad del individuo humano, le
lleva a experimentar el bien y el mal,
aquello que es conforme o contrario a su
ser de persona humana;
Y a experimentar la relación de su voluntad
libre con ese bien o mal presentado por su
propia razón. Ve el bien/mal y puede querer
el bien/mal. Es libre de hacer el bien o el mal,
pero no es libre de hacer que lo que ve
como bueno sea malo, y viceversa.
Pero es necesario recordar, además, que la
persona humana es un ser relacional. No está
sola, ni se realiza a sí mismo aislada de los
demás. De algún modo, la relación a los otros,
y al mismo Otro Absoluto, le definen
esencialmente en cuanto persona.
Por ello, su experiencia del bien y del mal,
de la relación de su libertad con lo que le
presenta su razón, se refiere también a la
realidad de las otras personas y a Dios.
Finalmente, la dimensión espiritual del
hombre le constituye como un ser abierto
al absoluto.
Por su intelecto, la persona es, como dice
Santo Tomás, “el alma es todas las cosas”,
abierta potencialmente a toda la realidad del
ser; ve los seres relativos en el horizonte
abierto a lo absoluto, captado en la realidad
misma de la existencia de cada ser.
Es esta apertura a lo Absoluto, esencia del
espíritu humano, lo que hace que experimente
también el bien y el mal en relación implícita
con la absolutez del bien, o con el Bien
Absoluto, aún cuando no sepa que ese
Absoluto es un Ser Personal a quien
llamamos Dios.
De ahí ese carácter tan singular de la
experiencia moral, vivida especial-mente
cuando el sujeto quiere hacer algo pero “no
puede”, o quiere no hacerlo pero “debe”.
Como decía arriba, no pretendo dilucidar
completamente la compleja, casi misteriosa realidad
de la moralidad como experiencia de la persona
humana. Pero creo queLa consideración de los rasgos
esenciales de la antropología nos permite al menos
asomarnos a ella. Desde el punto de vista teológico,
el reconocimiento de esas características
antropológicas, apunta hacia el designio de Dios
creador, que, precisamente a través de ellas, llama al
hombre a realizarse a sí mismo como ser moral.
2. Los componentes del dinamismo del obrar humano
Hemos venido hablando frecuentemente
de “acto voluntario” o “acto libre” para
referirnos a aquellos actos en los que el
sujeto percibe y realiza la dimensión de
la moralidad.
Decíamos en el capítulo anterior que la
experiencia de la moralidad es la experiencia
de un valor, el valor moral, que es el que
determina el valor de la persona en cuanto tal,
es decir, en cuanta autor de sí misma a través
de sus actos libres. Esos actos libres son
llamados técnicamente “actos humanos”.
Pero, si consideramos a la persona en su
unidad y totalidad, comprendemos que su
obrar no se restringe a una serie de actos
puntuales y como aislados los unos de los
otros.
Tenemos, pues que estudiar también los
otros componentes del dinamismo del
obrar humano completo, es decir la
llamada “Opción fundamental”, las
actitudes y los hábitos humanos.
a) Los actos humanos
Llamamos “acto humano” a aquella acción
realizada por un sujeto humano en cuanto
humano, es decir en cuanto ser consciente y
libre.
Son actos humanos todos aquellos que son
realizados consciente y libremente. A los actos
realizados por un individuo humano pero sin
libertad, los llamamos “actos del hombre”.
Entre éstos “actos del hombre”, podemos
recordar todos los actos fisiológicos, reflejos,
meramente instintivos, como también todos
aquellos de los que el sujeto es consciente
pero que no dependen realmente de su libre
voluntad.
De éstos, la persona no es verdaderamente
responsable, en cuanto que no es su “causa”,
no nacen del querer libre de su Yo.
De los otros, de los actos humanos, el sujeto
es plenamente responsable.
Los actos humanos pueden ser clasificados
según diversos criterios.
Esta clasificación nos ayudará a comprender
mejor su compleja realidad.
Por una parte, los actos humanos pueden ser
internos o externos. Odiar, amar, pensar en
cómo hacer algo, etc. son actos que salen del
interior de la persona, actos solamente
internos, pero verdaderos actos humanos,
en los que puede haber una moralidad (no es
lo mismo odiar que amar). El acto externo es
siempre la realización exterior de algún acto
interno, sobre todo del acto mismo del
querer.
Podemos distinguir también entre el acto
voluntario directo y el voluntario indirecto.
El acto voluntario directo, designa una acción
en la que el sujeto quiere directamente la
realización de un determinado efecto.
El acto voluntario indirecto, se refiere a
aquellos actos en los que la persona
entrevé un efecto secundario, indirecto,
de una acción que quiere realizar en vista
de otro objetivo directamente querido.
El acto humano puede ser también
“de acción” o “de omisión”.
En el primer caso “de acción” , el sujeto
realiza algo, en el segundo “de omisión”,
el sujeto deja de realizar algo.
También la omisión puede tener una
connotación moral muy precisa. Omitir no
es simplemente no hacer, sino optar
voluntariamente por no hacer algo; algo que
quizás se veía como un deber. Hay en ella un
verdadero acto de voluntad, y por ello una
moralidad.
Otra distinción importante es la del acto
voluntario “in se” y el voluntario “in causa”.
El acto voluntario “in se”, consiste en una
acción en la que el sujeto tiene por objeto
voluntario aquello mismo que realiza, por
ejemplo, matar a un individuo.
El acto voluntario “in causa”, se refiere a un
comportamiento en el que el sujeto quiere
algo que puede ser la causa de un efecto no
querido en sí, pero aceptado al poner su
posible causa.
Es el caso, por ejemplo, de quien sabe que si
se emborracha y maneja un vehículo en esas
condiciones puede provocar un accidente,
quizás mortal. En la medida en que es
consciente de esa posibilidad y la acepta,
en esa medida es moralmente responsable
del accidente y de sus consecuencias.
Finalmente, podemos clasificar los actos
voluntarios según la colocación temporal
del querer.
El voluntario actual designa un querer
presente, actual, como son los actos
voluntarios ordinarios.
Pero a veces el sujeto actúa de un determinado
modo, no tanto porque realice ahora un acto
de voluntad preciso, sino más bien a causa, en
virtud de un acto de volición anterior.
Aquel acto de voluntad sigue operando
ahora con su fuerza (“virtus”) en el operar
del individuo.
Este acto es llamado voluntario virtual. En
ocasiones se da también un acto voluntario
habitual, es decir, se actúa simplemente en
función de un acto de volición pasado y
nunca rechazado.
b) La Opción fundamental
Esta última clasificación nos
abre la puerta a la
consideración de una
dimensión importante de la
moralidad del sujeto humano.
Sin quitar nada del mérito de los tratados clásicos De
actibus humanibus, hay que anotar que se daba en ellos
una visión “atomizada” del actuar humano y por tanto
también de la moral. La consideración reciente de la
llamada “Opción fundamental” ha servido para
comprender mejor la profunda unidad del sujeto moral
y de la vida moral.
Ayuda a ver que los diversos actos de un individuo no son
fenómenos aislados e inconexos, delimitados en su
realidad puntual, sino que son expresión, realización y
proyección de un sujeto moral único que camina en el
tiempo actuando según una postura volitiva de fondo,
estable, correspondiente a su “Opción fundamental”.
Aunque la tematización de esta dimensión de la moral
haya sido reciente, la realidad misma de la Opción
Fundamental está plenamente presente en la visión de
la moral presentada por la Sagrada Escritura.
Hemos recordado en el capítulo anterior cómo la moral
de Israel se centra en la llamada “cláusula fundamental”,
punto de apoyo o fulcro de la Afianza entre Yahvé y su
pueblo: creer, aceptar, amar, obedecer a Dios y sólo a Él.
Todos los demás mandamientos, o “cláusulas
particulares”, se basan en él, lo expresan y lo realizan
en la vida concreta de cada día.
Del mismo modo, Jesucristo hace una llamada
“totalizante”, significada en la categoría de la
“sequela”: seguirle a él, imitarle, y de ese modo
vivir en la fidelidad a la voluntad del Padre.
Las parábolas del tesoro escondido y de la
perla preciosa subrayan esa “totalización” de la
invitación de Jesús a quienes quieren pertenecer
al Reino de Dios.
También S. Pablo presenta la vida del cristiano
como algo totalizante, en el que todo expresa
el núcleo fundamental de su opción por Cristo.
Ese núcleo es la obediencia de la fe (Rm. 16, 26).
“Esa fe, que actúa por la caridad (Ga 5, 6),
proviene de lo más íntimo del hombre, de
su “corazón” (Rm. 10, 10), y desde aquí viene
llamada a fructificar en las obras (Mt 12, 33-35;
Lc. 6, 43-45; Rm. 8, 5-8; Ga 5, 22)” Cfr. VS, 66.
La psicología nos ayuda a comprender que,
efectivamente, la persona humana es un sujeto único y
unitario en el que se da una orientación de fondo,
fundamental, que marca la dirección, el sentido, a los
actos y decisiones que va realizando particularmente a lo
largo de los días.
El individuo tiene una concepción de la vida, de sí mismo,
de lo que quiere ser y hacer... Esa dirección vectorial de su
vida se encarna y refleja luego en toda su personalidad y
en sus actos; configura su emotividad y guía sus
decisiones libres; marca la orientación de su existencia.
La opción fundamental se configura de modo casi
implícito a partir de voliciones particulares en las que
va optando en su interior por el bien o el mal, la
generosidad o el egoísmo, Dios o su propio ego...
Va haciendo su opción de fondo, y con ella se va
haciendo a sí mismo.
Hay que tener en cuenta que, de algún modo, toda
decisión particular es, además de la decisión por algo, una
decisión por sí mismo: si decido perdonar, decido ser uno
que ha perdonado; si decido vengarme, decido también
ser uno que se ha vengado. Cfr. VS 71.
La opción fundamental es una realidad
relativamente estable, pero puede sufrir
variaciones, en cuanto que el hombre es un
ser temporal e histórico.
Puede haber momentos “vértice” en la
configuración de la propia opción fundamental;
puede haber también cambios radicales y rápidos
en la propia opción, como puede ser una
conversión repentina y profunda. Pero lo más
normal es que se dé una línea de continuidad.
La opción fundamental no “determina”
de modo absoluto el actuar humano.
Es una orientación de fondo que “guía” los
comportamientos del sujeto, pero sin eliminar
su libertad para elegir y hacer algo que va en
sintonía con ella o, al contrario, se opone a ella
y la desdice.
A través de sus diversas decisiones
particulares, el hombre puede reforzar su
opción fundamental; pero puede también
modificarla poco a poco, hasta llegar incluso a
cambiarla del todo.
Algo así como quien va al timón de un barco orientado
hacia el puerto, pero a base de pequeños movimientos
de timón se desvía hasta dirigirlo hacia un punto
totalmente diverso. Estas consideraciones nos pueden
ayudar a discernir críticamente algunas teorizaciones un
tanto extremas de la opción fundamental.
(San Juan Pablo II, VS, nn. 65-68.)
Por una parte, no la debemos reducir a una
mera “opción trascendental” a temática y
primordial. La opción fundamental cristaliza
normalmente a partir de decisiones
particulares en las cuales y a través de las
cuales el sujeto va decidiendo sobre sí
mismo. En este sentido, podemos hablar
plenamente de una “moralidad de la opción
fundamental”.
La opción fundamental no es solamente
una “estructura” de la moralidad, sino que
puede ser también objeto de la
responsabilidad decisional del hombre.
Dicho con otras palabras, puedo ser
responsable de mi propia orientación vital
de fondo, por el bien o por el mal.
No debemos separar radicalmente la opción
fundamental y los actos particulares
realizados por la persona (Cfr. VS 67) Existe
continuidad entre unos y otros en nuestra
experiencia real de todos los días.
Por ello mismo, la persona entera puede
expresar su adhesión al bien o el mal, tal
como le es presentado por su propia razón,
en cada acto humano particular.
Esos actos particulares puede expresar
coherentemente su opción fundamental, o
puede contradecirla, incluso radicalmente.
El hecho de que su opción fundamental no
cambie, no significa que ese acto humano
particular no esté connotado moralmente,
en cuanto expresa una decisión plenamente
libre por el bien o el mal visto por la
conciencia.
c) Las actitudes
Tercera dimensión del actuar moral de la persona,
además de los actos y de la opción fundamental. Es
una dimensión poco considerada, pero importante,
tanto para el análisis como para la vida moral.
El término actitud designa una “postura”
física o, de modo figurado, una postura
anímica; es una disposición de ánimo en
relación con alguna realidad.
Podemos identificar en una persona
múltiples actitudes, de acuerdo con las
múltiples relaciones que ella tiene con
diversas realidades.
Solemos hablar en español de
“actitud ante”. Es el modo de situarse
anímicamente ante algo. Ante una
persona, un grupo, una nación, etc.
Actitud ante el dolor o el amor, ante el
estudio, ante la amistad, ante Dios,
ante la asignatura de Teología Moral
Fundamental. etc.
Las actitudes tienen cierto carácter de
estabilidad, aunque pueden y suelen ser
modificadas mucho más fácilmente que la
opción fundamental.
De algún modo, las actitudes expresan la opción
fundamental, concretando aquella “postura
fundamental ante el todo”, en posturas
concretas ante realidades particulares.
Por otra parte, ellas influyen directamente
en los actos individuales de la persona.
Así como la opción fundamental orienta en
general el comportamiento del individuo,
las actitudes provocan la tendencia a actuar
de un modo específico.
Solemos comprender las actitudes de los
demás precisamente a través de sus actos,
sobre todo cuando se repiten en una misma
dirección, denotando la postura del
individuo ante determinada realidad.
Según cómo se porte una persona en
relación con otra, o cuando entra en
una Iglesia, etc. comprendemos su
actitud ante esa persona, o ante Dios...
Las actitudes se deben a “ingredientes” que no
dependen de la libertad del sujeto, como su
temperamento, su educación, circunstancias
contingentes, experiencias positivas o negativas...
Desde el momento que en su conciencia se da cuenta
de que una determinada actitud es negativa o positiva
(actitud de desprecio, odio, rechazo, envidia; o al
contrario, de acogida, benevolencia, amor), y en la
medida en que esa actitud depende de él, la actitud
en cuestión tiene una connotación moral.
Teniendo en cuenta que las actitudes pueden ser positivas
o negativas, que en parte pueden depender del sujeto, y
que pueden ser por éste libremente orientadas e incluso
modificadas, comprendemos que entran en el campo de la
propia responsabilidad moral y deben ser consideradas al
analizar el comportamiento ético de la persona, así como al
plantearse el problema de su educación.
d) Los hábitos humanos
Proveniente del vocablo latino “habitus”
del verbo habere, el hábito indica, de
modo genérico, algo que se tiene por
adquisición. Se trata de una disposición
estable que afecta a alguna de las
facultades de la persona, facilitando su
ejercicio en un determinado tipo de
actuación.
Es sobre todo la repetición de
determinados actos lo que hace que la
facultad que entra en juego en ellos vaya
adquiriendo una especie de “memoria”
dinámica que la potencia en su capacidad
de realizar en el futuro esos mismos actos.
Los hábitos pueden afectar tanto a las
facultades sensitivas como al intelecto
y a la voluntad.
Cuando uno está aprendiendo a manejar,
le parece casi imposible poder coordinar
los movimientos de los pies y las manos
para cambiar de velocidad, mantener la
dirección con el volante, etc. Después de
un tiempo de práctica, le sale ya casi sin
darse cuenta, mientras habla con quien
viaja a su lado. Ha adquirido un hábito
que le facilita la ejecución de una serie
de operaciones.
Cuando un alumno se dedica con
intensidad al estudio de las matemáticas
forma un hábito que le permite analizar
los problemas con agilidad y exactitud,
mientras quizá le cueste enormemente
expresarse con soltura, como hace su
amigo que estudió humanidades clásicas,
y a quien las matemáticas le parecen un
misterio.
No se trata de que uno se vuelva más
inteligente, ni de que simplemente ha
adquirido nuevos conocimientos.
Se trata de que, por así decir, su facultad
intelectiva “ha aprendido” a operar de
cierto modo en cierto tipo de actos.
El hábito puede designar también un determinado
comportamiento estable por parte de un individuo,
una costumbre “habitual”.
Uno tiene el hábito de silbar por los pasillos, otro ha
formado el hábito de guardar silencio, el otro tiene el
hábito de dormir con la ventana abierta, otro de
cepillarse sus dientes después de cada comida...
Se comprende fácilmente que la
adquisición, el cambio, el mantenimiento,
el potenciamiento de los hábitos (tanto en
cuanto perfeccionamiento de una facultad
como en cuanto costumbre), influye, a
veces decisivamente, en nuestro actuar
cotidiano.
Por otra parte, igual que sucede con los
actos, el sujeto puede ser la causa, el
responsable de sus propios hábitos.
Se entiende entonces que hay en ello
una dimensión moral.
Desde el punto de vista objetivo, la moralidad de los
hábitos tiene que ver con su contenido mismo, o
con sus consecuencias en el comportamiento del
individuo.
Dado que los hábitos se forman por repetición de
actos, y que consisten en la facilidad de obrar de un
determinado modo, entendemos que puede haber
hábitos en sí moralmente buenos o moralmente
malos.
No es lo mismo tener el hábito de decir la
verdad que haber formado el hábito de
mentir; no es igual el hábito auto
controlarse ante las ofensas verbales que el
hábito de ofender verbalmente al prójimo.
Hay, pues, hábitos que nos ayudan a obrar
el bien y otros que lo dificultan o que
incluso facilitan la realización de actos
inmorales. A los primeros los llamamos
virtudes, a los segundos vicios [1].
Desde el punto de vista subjetivo habría
que tener en cuenta el índice de
responsabilidad que cada sujeto tiene
en la formación y mantenimiento de
sus hábitos buenos o malos. A veces se
forman por repetición de actos casi
mecánicos, sin que uno se dé cuenta.
Otras veces el individuo reitera
conscientemente unos actos que le
hacen responsable de los hábitos que
fraguan en él. Otras los forma incluso
deliberadamente, como cuando alguien
se esfuerza por formar el hábito virtuoso
de hablar bien de los demás; o, al
contrario, lucha contra el vicio de criticar.
Hay que tener en cuenta también que
frecuente-mente un determinado hábito
puede llevar al sujeto a actuar de cierta
manera con menor conciencia y voluntad,
como por un mecanismo del que no es del
todo responsable.
La consideración del hábito que le lleva a
actuar así podría ayudar a comprender su
menor responsabilidad moral respecto a
un determinado acto. Pero habría que
considerar también lo dicho antes sobre
los actos “voluntarios in causa”: quizás
esa persona es culpable de haber formado
ese hábito que ahora le lleva a actuar de
ese modo.
e) Cuatro expresiones del actuar humano
* Acto humano,
* Opción fundamental,
* Actitudes,
* Hábitos.
Se trata de cuatro expresiones
complementarias,
e íntimamente unidas, del actuar
humano.
El acto se refiere a cada actuación puntual
y específica; las otras tres se fijan en el
sujeto que actúa, en su disposición de
fondo o en sus posturas particulares y
transitorias, en los mecanismos que
facilitan o dificultan su actuar.
Al final sale a relucir, por una parte, la
unidad de la vida moral de la persona;
y por otra el hecho de que, en el fondo,
toda la vida moral se refiere, como
decíamos antes, al actuar libre, y por
ello responsable, del sujeto.
Podríamos decir que la vida moral es un movimiento
dinámico que se articula en dos líneas que confluyen en
el acto humano.
Por una parte, la Opción Fundamental establece una
dirección en el sujeto, a partir de la cual éste va
formando diversas actitudes ante las diversas reali-
dades, las cuales le inclinan a actuar de uno u otro
modo.
Por otra parte, sus facultades y potencias se van
enriqueciendo en su capacidad de actuar según los
diversos hábitos, de modo que el sujeto llega a obrar
más fácilmente de uno u otro modo.
Podremos evitar reducir la moral a una serie de
actos aislados e inconexos; o, por el lado opuesto, a
una vaga “opción trascendente”, desligada de las
opciones reales de cada día.
Los factores de la moralidad
Al hablar del “acto humano” me he
referido a él como si fuera una realidad
simple. Ahora debemos adentrarnos
en él para considerar que es más bien una
realidad compleja y que los elementos
que lo componen deben ser atentamente
considerados para su evaluación moral.
En efecto, cuando una persona actúa, su
acto tiene siempre un propio objeto
intencional; pero sucede además que el
sujeto quiere realizar ese objetivo porque
está motivado por un determinado fin;
y, en tercer lugar, actúa siempre en
medio de una serie de circunstancias,
que pueden connotar su acción en un
sentido o en otro.
Estamos hablando de los tres clásicos
“factores de la moralidad”, o “fuentes de
la moralidad”. Es decir, la moralidad
positiva o negativa de un acto humano
está relacionada, más aún, depende del
objeto, el fin y las circunstancias
implicadas en la acción. Consideramos en
primer lugar el último de los factores, que
presenta menos problemas teóricos.
Las circunstancias: Son elementos que
configuran externamente la realidad del
acto. Nunca se realiza un acto humano
fuera del espacio y del tiempo, y de
condiciones que de un modo u otro
dan una coloración moral al mismo.
Al considerar una acción podemos
preguntarnos: quién, cómo, dónde,
cuándo, con quién, con qué medios,
etc. ha actuado.
Algunas circunstancias son moralmente
“neutras”, como el hecho de que quien
roba lo haga un lunes o un jueves.
Otras, que podemos llamar
“moralizantes”, configuran moralmente
una acción que, de no ser por esa
circunstancia, no sería ni buena ni mala,
como la circunstancia de quien escala
una montaña (acción en sí amoral) esté
gravemente enfermo del corazón y
ponga de ese modo en peligro su salud.
Otras circunstancias son llamadas
“especificantes”, en cuanto que definen
la especie de un acto; cuando alguien
mata al propio padre, ese homicidio es
llamado específicamente “parricidio”;
cuando alguien roba un objeto sagrado,
el acto es -además de un hurto-
un “sacrilegio”.
Finalmente, algunas circunstancias son
“atenuantes o agravantes”, según den
mayor o menor peso moral al bien o mal
realizado con un determinado acto; no es
lo mismo robar a un millonario que a una
pobre viuda; no es lo mismo herir a otro
en un momento de ira incontrolable
provocada por una agresión, que hacerlo
con alevosía y premeditación, sin ninguna
provocación por su parte de la víctima.
Pero el problema principal en este punto está
en la consideración de los otros dos “factores”,
el objeto y el fin. Y más concretamente, el
problema de la importancia moral del objeto
y el fin, en la acción humana.
Una visión equilibrada de esa relación nos
permitirá evitar tanto el “objetivismo moral”
(lo único que cuenta moralmente es el tipo de
acción realizada), como el “subjetivismo moral”
(lo único que cuenta es el fin, la intención del
sujeto).
Para comprender mejor lo que
entendemos por objeto y fin de un acto
pongamos un ejemplo sencillo: un señor
está trabajando junto a su mesa, juntando
piezas de reloj. Me pregunto, ¿cuál es
el fin de su trabajo, de esas operaciones
que realiza con esos materiales? Está
claro: hacer un aparato que marca la hora
y que llamamos reloj. Ese es el fin de
la obra que realiza.
Pero luego me pregunto: ¿y por qué está
haciendo un reloj? ¿Cuál es el fin del
relojero? La respuesta podría variar:
ganar dinero, o pasar el rato, o hacer un
regalo a un amigo... Pero sé que, aparte
del fin de la obra que él realiza, el relojero
mismo tiene algún fin que le mueve a
actuar. Ese es el fin de quien obra.
El objeto: es aquello que el sujeto quiere
realizar con su acto. Aquello a lo que
tiende la acción del sujeto, “el fin próximo
de una elección deliberada que determina
el acto del querer de la persona que
actúa” (VS 78).
No nos referimos, pues, al “objeto” en sentido
material, sino al “objetivo”, a lo intencionado
por el sujeto que actúa. Si yo me llevo el
portafolios de otro para quedarme con él,
el objeto de mi acción no es simplemente esa
pequeña maleta y lo que contiene; el objeto
es la apropiación de la misma por parte mía,
sin el consentimiento de su dueño actual; es
decir, robarme el portafolio y lo que contiene.
El fin: Es el motivo en vista del cual el
sujeto quiere realizar el acto. El relojero
hace relojes para ganar dinero, o quizás
para pasar el tiempo. Yo me apropio del
portafolios del otro para quedarme con
el dinero que lleva dentro, o quizás para
ayudar con él a los pobres..
Ahora bien, ¿cuál de los dos factores, fin
y objeto, determina la moralidad del
acto humano? Si ambos, ¿en qué modo
y medida lo hacen uno y otro?
En ocasiones, fin y objeto coinciden en la
intencionalidad del sujeto: quiere robar
para quedarse con el dinero del otro.
En esos casos, bastará analizar
moralmente el objeto de la acción
para comprender la moralidad de la
acción misma y del sujeto.
Pero a veces fin y objeto no coinciden:
el sujeto roba con la finalidad de ayudar
a los pobres, por ejemplo. Esta dicotomía
entre objeto y fin es frecuente, en cuanto
que la persona humana suele tener o
poner fines correctos y hasta nobles en
el horizonte de sus actos.
Son pocos los que quieren el mal sin
justificarlo con una “buena intención”.
La mujer que piensa en el aborto dice
que es para que no sufra la pobre criatura,
o por el bien de los hijos que ya tiene;
el terrorista pone una bomba en un
mercado lleno de gente porque con ello
pretende colaborar con la noble causa
de su grupo en lucha....
Según esa visión, la moral de un acto
humano no depende tanto su objeto
cuanto del fin que persigue el sujeto.
En esa consideración, lo que cuenta es la
evaluación de las consecuencias positivas
o negativas del acto
(“Consecuencialismo”);
Algunos subrayan la necesidad de que
las consecuencias positivas sean
proporcionalmente mayores que las
negativas para que el acto sea correcto
(“Proporcionalismo”).
El objeto del acto no posee en sí ninguna connotación
moral, sino que se refiere a lo que algunos autores
llaman “bienes pre-morales”. Es precisamente la
consideración de los bienes o males pre-morales
puestos por el acto lo que determina la moralidad de la
intención o fin del sujeto, y por tanto del acto mismo.
Nos interesa anotar que no es correcto despojar
al objeto del acto humano de su connotación
moral. Hay una moralidad, positiva o negativa, en
los objetos de ciertas acciones, como el matar a
un inocente, el ayudar al necesitado, etc.
La moralidad del acto, en sentido estricto, se da
en la acción misma (si no hay acto humano no
hay moralidad), pero la acción está ya connotada
moralmente por su propio objeto, además del fin
por el que el sujeto la realiza.
Ciertamente, no es nada fácil definir cuál es
exactamente el “peso” del fin y del objeto en la
cualificación moral de un acto. Sto. Tomás de
Aquino parece encontrar cierta dificultad para
mantener el equilibrio entre esos dos
componentes de la acción.
Afirma primero que “la primera bondad de un acto
moral proviene del objeto”(art. 2); luego declara
que dado que el fin es causa de las acciones, “las
acciones humanas... tienen razón de bondad que
procede del fin del cual dependen, además de la
bondad absoluta que hay en ella” (art. 4).
Después profundiza en la relación entre ambos,
distinguiendo el acto interior voluntario, cuyo
objeto es propiamente el fin, del acto externo,
que recibe su especie del propio objeto.
Pero, dado que “los actos externos solamente
tienen razón de moralidad en cuanto son
voluntarios”... “la especie de un acto se
considera formalmente según el fin y
materialmente según el objeto del acto
exterior” (art. 6).
Ahora bien, hay que recordar que la moralidad
de un acto humano reside en la adhesión libre
de la voluntad al bien/mal percibido por la
razón: “En los actos humanos el bien y el mal
se dicen en relación a la razón”.
Por lo tanto hay que ver que cada uno de los tres
“factores de la moralidad” se encuentra en una
relación directa con la razón, y que por ello ésta
puede ver conforme o contraria a sí misma,
razonable o irrazonable (moral o inmoral), tanto
el fin como el objeto de la acción, teniendo en
cuenta las circunstancias que la rodean.
Si mi razón me presenta un fin determinado como
contrario a ella y yo de todas formas lo quiero, mi
voluntad se adhiere libremente al mal que me presenta la
razón; e igualmente sucede si la razón me presenta como
contrario a ella el objeto de la acción, aunque yo lo
considere sólo como medio para lograr un fin bueno:
querer ese medio (objeto de la acción) significa querer el
mal identificado en él por mi razón.
En realidad, aunque nosotros los separamos
mentalmente para analizarlos, los tres “factores de
la moralidad” están intrínsecamente ligados en cada
acto humano real. Podemos hablar de un “objeto
global” del acto humano, que incluye los tres
“factores”.
Es decir, cuando decido realizar un determinado
acto, mi voluntad quiere todo lo que está implicado
en él, según me es presentado por la razón: quiero
esto, por ese fin, en estas circunstancias. La
moralidad del acto proviene de la interrelación de
esos tres elementos en su relación con la razón y en
cuanto queridos por la voluntad libre.
Esa es la razón de fondo del dicho clásico
recogido por Aristóteles: “Lo bueno debe serlo
en su totalidad, mientras que lo malo se
presenta por cualquier defecto”.
Un acto humano es bueno cuando la voluntad se
adhiere al bien y solamente al bien que la razón
le presenta en su comprensión del “objeto
global”; la acción es mala cuando la voluntad se
adhiere al mal que la razón ve en uno cualquiera
de los tres elementos o factores que la
componen.
Es también esa la fundamentación de otro
aforismo clásico: “El fin no justifica los
medios”. No los justifica, en sentido moral,
porque, aunque la voluntad se adhiera al bien
visto en el fin, el medio -objeto de la acción
concreta- es igualmente querido; y por lo
tanto, si la razón comprende que el medio es
en sí inmoral y el sujeto lo quiere, aunque
sea sólo como medio para el fin bueno, la
voluntad del sujeto se adhiere a ese mal.
Diversa es la actuación del principio del doble
efecto. Hay situaciones en las que el sujeto tiene
que actuar en vista de un fin bueno e importante,
utilizando un medio bueno o indiferente, pero con
la conciencia de que de su acción se seguirá
también un efecto colateral y secundario que en sí
es negativo, y que debería ser evitado si se pudiera.
Es el caso, por ejemplo, de un médico que,
para salvar la vida de una mujer (fin bueno e
importante) se ve obligado a extirparle los
ovarios, dejándola de este modo estéril
(efecto negativo).
Para ayudar a discernir correctamente en esos casos,
se ofrecen algunas condiciones, sin las cuales no se
puede decir que el sujeto no ha querido el efecto
negativo de su acción.
En primer lugar, el efecto negativo no debe ser el
medio para lograr el fin, por lo que hemos dicho hace
un momento: el medio es querido efectivamente por
el sujeto, en cuanto medio.
En segundo lugar, el efecto negativo no debe ser
querido, sino solamente “tolerado”; es decir, el efecto
no se deberá a la intención del sujeto, sino que
sucederá “contra su voluntad”.
En tercer lugar, se debe constatar que no exista
un modo alternativo para lograr el mismo fin
evitando el efecto secundario.
Si existiera esa posibilidad y el sujeto optara
por la acción que provoca el efecto secundario,
significaría que el sujeto realmente lo quiere.
En cuarto lugar, debe haber una proporción
aceptable entre el fin bueno que se persigue y
el daño provocado por el efecto colateral.
En el fondo, la acción realizada de acuerdo con
este principio es moralmente aceptable porque
en la voluntad del sujeto hay solamente
adhesión al bien visto en el fin.
El mal del efecto secundario es solamente
tolerado, en cuanto no se puede evitar sin
provocar la pérdida del fin, cuya importancia se
supone justifica ese efecto negativo, como en
el ejemplo de la consecuencia de una situación
de esterilidad para salvar la vida de la enferma.
Otro problema muy actual, estrechamente
ligado a nuestro tema, es el de la existencia de
actos intrínsecamente malos y de normas
morales absolutas.
Los autores que siguen el consecuencialismo la
niegan firmemente. Si la moral de los actos no
depende en nada de su objeto, sino solamente
de las intenciones del sujeto en vista de las
consecuencias positivas y negativas de su acción,
está claro que no podemos hablar de “actos
intrínsecamente malos”.
Cualquier acto, aun aquél que en principio nos
pueda parecer más gravemente inmoral, podría
ser bueno en un determinado caso, de acuerdo
con las buenas intenciones del sujeto y
teniendo en cuenta las consecuencias buenas
del acto previstas por él antes de actuar.
Por ello, tampoco podemos hablar de “normas
absolutas”; en todo caso se aceptará la
existencia de normas más o menos universales,
válidas “las más de las veces”, pero no
necesariamente en toda ocasión.
Pero, como he recordado arriba, el objeto propio de un
acto es lo primero que lo especifica moralmente;
porque el objeto se encuentra en una relación directa
propia con la razón moral, de modo que ésta la ve como
bueno o malo en sí, independientemente de la
intención del sujeto y de las consecuencias previsibles.
Ahora bien, si hay actos que tienen como
objeto propio algo que va directa e
intrínsecamente contra el bien de la persona
humana (de quien actúa o de otra), esos actos
serán intrínsecamente malos desde el punto
de vista moral. Y las normas que los prohíben
moralmente serán normas morales absolutas,
es decir, no relativas a la situación, la intención
del sujeto, las consecuencias.
Así, “no se debe matar nunca a un ser
humano inocente” es una norma moral
absoluta, que prohíbe moralmente un
acto que es intrínsecamente malo: malo
en sí y por sí, y no en función del por qué
es realizado, o de sus posibles
consecuencias.
Esto no significa, naturalmente, que la intención y la
consideración de las circunstancias, no tenga ninguna
importancia en la consideración moral de los actos.
Lo hemos recalcado antes. Quiere decir más bien que,
además de la buena intención -fin bueno- el objeto del
acto tiene que ser también bueno para que lo sea el acto
en su totalidad.
Se habla de actos intrínsecamente malos y no de
actos intrínsecamente buenos, porque no se
puede decir que un acto es bueno solamente en
función de su objeto: hay que analizar el fin de
quien actúa; al contrario, sí se puede decir que un
acto es malo solamente por su objeto, a pesar del
eventual buen fin de quien actúa.
Con estos apuntes, breves, sobre algunos puntos
especialmente candentes en la discusión moral
actual, hemos cerrado la consideración de la
“estructura antropológica de la moral”.

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Desarrollo Moral: La estructura antropológica

  • 1. 22/05/2018 1 FACULTAD: CIENCIAS HUMANAS, SOCIALES Y DE LA EDUCACIÓN PROGRAMA: LICENCIATURA EN EDUCACIÓN RELIGIOSA PERÍODO: 2018-1 Nombre de la asignatura: Desarrollo Moral Nombre del docente: P. Jorge Luis Toro Rivas Intensidad horaria: 80 horas Presencial: 16 horas Dedicación por parte del estudiante: 64 horas Créditos: 2 Fase de formación: Disciplinar Semestre: VII Área académica - Humanística
  • 2. Profesor: P. Jorge Luis Toro R. Lic. Teología Moral, Bioética y Educación religiosa
  • 3. Capítulo IV: LA ESTRUCTURA ANTROPOLÓGICA DE LA MORALIDAD 1. El sujeto de la experiencia moral * Diversas explicaciones de la experiencia moral * El sujeto humano como sujeto moral 2. Los componentes del dinamismo del obrar humano *Los actos humanos *La Opción fundamental * Las actitudes * Los hábitos humanos *Cuatro expresiones del actuar humano 3. Los factores de la moralidad
  • 4. Enfoque Vista la realidad de la experiencia moral y su comprensión cristiana como respuesta a una llamada de Dios creador y redentor, conviene que analicemos los elementos estructurales de esa experiencia y de esa realidad que llamamos “moral”.
  • 5. Ante todo consideraremos al “sujeto de la experiencia moral”, es decir la persona humana. Trataremos de descifrar por qué y cómo la persona experimenta la dimensión de la moralidad
  • 6. Veremos luego que la realidad moral se refiere a los actos humanos, pero que éstos no deben ser concebidos como unidades aisladas, sino que en ellos se expresa el sujeto personal en su totalidad, según una opción fundamental y de acuerdo con sus diversas y múltiples actitudes. Y veremos que hay también una dimensión moral en aquella y en éstas
  • 7. Finalmente nos detendremos en la consideración de los llamados “factores de la moralidad”. Estudiaremos la relación que existe entre el objeto, el fin y las circunstancias, en la composición de la moralidad del actuar humano
  • 8. 1. El sujeto de la experiencia moral
  • 9. a) Diversas explicaciones de la experiencia moral Sabemos que ha habido y hay muy diversas explicaciones de esa singular experiencia moral que todo ser humano hace en su vida de todos los días. Para unos se trata simplemente de una concatenación de condicionamientos sociales y culturales que imponen al individuo la idea del bien y del mal (Sociologismo).
  • 10. Para otros, la explicación está en la función del Súper-Ego sobre el consciente y el subconsciente del individuo (Psicoanálisis).
  • 11. Según otros, se trata de una súper- estructura que surge de y expresa la estructura fundamental de toda la realidad humana, que es el juego de relaciones existente entre el trabajo y los medios de producción (Marxismo).
  • 12. Otros reducen toda la experiencia moral a expresiones lingüísticas de reacciones emotivas; “bien” y “mal” son equivalentes a exclamaciones emotivas: “Oh!”, “ah!” (Positivismo lingüístico).
  • 13. No es este el lugar para entrar en un análisis detallado de esas diversas teorías. Digamos simplemente que cada una intenta una explicación unilateral y parcial de un fenómeno demasiado complejo y profundo como para reducirlo a un factor relativo, convirtiéndolo arbitrariamente en absoluto. Ciertamente, no podemos decir que comprendemos cabal y totalmente el fenómeno de la experiencia moral, su porqué, su estructura y su dinamismo.
  • 14. Pero creo que podemos acercarnos a su comprensión si nos referimos a la realidad global de la persona humana, sin reducirla a cualquiera de los elementos que componen ese misterioso y complejo ser que habla de sí mismo diciendo: “Yo”.
  • 15. b) El sujeto humano como sujeto moral Si se tratara solamente de un ser corporal, reducido al espacio y al tiempo, no se daría en el hombre la experiencia moral, que trasciende esas coordenadas. Pero la persona es también un ser espiritual y trascendente. Cuerpo y espíritu forman en ella una sola realidad.
  • 16. En función de su dimensión espiritual, el hombre está dotado de la capacidad de entender el ser de las cosas, y de sí mismo.
  • 17. Su razón hace también que el hombre sea consciente de sí mismo, auto- consciente. Y en esa autoconciencia se capta a sí mismo como ser finito, contingente, un ser entre los seres, un ser que tiene ya un modo de ser que le es propio y que no se ha dado él a sí mismo.
  • 18. Por la misma dimensión espiritual, la persona está dotada también de la capacidad de querer, y de querer con una voluntad que no se encuentra determinada en sus actos, una voluntad libre.
  • 19. Su libertad le hace “autor” de sus propios actos y de las consecuencias queridas de los mismos. Por ello, aunque existe con un modo de ser no elegido, él elige en cierta manera su modo de ser.
  • 20. Por su libre voluntad el hombre se va haciendo a sí mismo con cada una de sus decisiones; sobre todo con aquellas que marcan hondamente su futuro, pero también con las libres decisiones de cada día.
  • 21. Por otra parte, el hombre es un ser temporal, histórico. Un ser “in fieri” (que está por hacer), nunca completamente realizado. El se capta a sí mismo como tarea para sí mismo. Por su libertad es responsable de realizarse a sí mismo en el tiempo. Pero esa realización no se le presenta como un horizonte totalmente arbitrario.
  • 22. Su razón, en cuanto “razón especulativa”, le hace comprender lo que es; y en cuanto “razón práctica” le ayuda a entender lo que debe ser, y en consecuencia, lo que debe hacer. En el fondo, capta que debe hacer libremente aquello que es conforme a su propio ser y evitar aquello que lo contradice.
  • 23. Este conjunto de elementos, estrechamente y vitalmente relacionados en la subjetividad del individuo humano, le lleva a experimentar el bien y el mal, aquello que es conforme o contrario a su ser de persona humana;
  • 24. Y a experimentar la relación de su voluntad libre con ese bien o mal presentado por su propia razón. Ve el bien/mal y puede querer el bien/mal. Es libre de hacer el bien o el mal, pero no es libre de hacer que lo que ve como bueno sea malo, y viceversa.
  • 25. Pero es necesario recordar, además, que la persona humana es un ser relacional. No está sola, ni se realiza a sí mismo aislada de los demás. De algún modo, la relación a los otros, y al mismo Otro Absoluto, le definen esencialmente en cuanto persona.
  • 26. Por ello, su experiencia del bien y del mal, de la relación de su libertad con lo que le presenta su razón, se refiere también a la realidad de las otras personas y a Dios.
  • 27. Finalmente, la dimensión espiritual del hombre le constituye como un ser abierto al absoluto.
  • 28. Por su intelecto, la persona es, como dice Santo Tomás, “el alma es todas las cosas”, abierta potencialmente a toda la realidad del ser; ve los seres relativos en el horizonte abierto a lo absoluto, captado en la realidad misma de la existencia de cada ser.
  • 29. Es esta apertura a lo Absoluto, esencia del espíritu humano, lo que hace que experimente también el bien y el mal en relación implícita con la absolutez del bien, o con el Bien Absoluto, aún cuando no sepa que ese Absoluto es un Ser Personal a quien llamamos Dios.
  • 30. De ahí ese carácter tan singular de la experiencia moral, vivida especial-mente cuando el sujeto quiere hacer algo pero “no puede”, o quiere no hacerlo pero “debe”.
  • 31. Como decía arriba, no pretendo dilucidar completamente la compleja, casi misteriosa realidad de la moralidad como experiencia de la persona humana. Pero creo queLa consideración de los rasgos esenciales de la antropología nos permite al menos asomarnos a ella. Desde el punto de vista teológico, el reconocimiento de esas características antropológicas, apunta hacia el designio de Dios creador, que, precisamente a través de ellas, llama al hombre a realizarse a sí mismo como ser moral.
  • 32. 2. Los componentes del dinamismo del obrar humano Hemos venido hablando frecuentemente de “acto voluntario” o “acto libre” para referirnos a aquellos actos en los que el sujeto percibe y realiza la dimensión de la moralidad.
  • 33. Decíamos en el capítulo anterior que la experiencia de la moralidad es la experiencia de un valor, el valor moral, que es el que determina el valor de la persona en cuanto tal, es decir, en cuanta autor de sí misma a través de sus actos libres. Esos actos libres son llamados técnicamente “actos humanos”.
  • 34. Pero, si consideramos a la persona en su unidad y totalidad, comprendemos que su obrar no se restringe a una serie de actos puntuales y como aislados los unos de los otros.
  • 35. Tenemos, pues que estudiar también los otros componentes del dinamismo del obrar humano completo, es decir la llamada “Opción fundamental”, las actitudes y los hábitos humanos.
  • 36. a) Los actos humanos Llamamos “acto humano” a aquella acción realizada por un sujeto humano en cuanto humano, es decir en cuanto ser consciente y libre.
  • 37. Son actos humanos todos aquellos que son realizados consciente y libremente. A los actos realizados por un individuo humano pero sin libertad, los llamamos “actos del hombre”.
  • 38. Entre éstos “actos del hombre”, podemos recordar todos los actos fisiológicos, reflejos, meramente instintivos, como también todos aquellos de los que el sujeto es consciente pero que no dependen realmente de su libre voluntad.
  • 39. De éstos, la persona no es verdaderamente responsable, en cuanto que no es su “causa”, no nacen del querer libre de su Yo. De los otros, de los actos humanos, el sujeto es plenamente responsable.
  • 40. Los actos humanos pueden ser clasificados según diversos criterios. Esta clasificación nos ayudará a comprender mejor su compleja realidad.
  • 41. Por una parte, los actos humanos pueden ser internos o externos. Odiar, amar, pensar en cómo hacer algo, etc. son actos que salen del interior de la persona, actos solamente internos, pero verdaderos actos humanos, en los que puede haber una moralidad (no es lo mismo odiar que amar). El acto externo es siempre la realización exterior de algún acto interno, sobre todo del acto mismo del querer.
  • 42. Podemos distinguir también entre el acto voluntario directo y el voluntario indirecto. El acto voluntario directo, designa una acción en la que el sujeto quiere directamente la realización de un determinado efecto.
  • 43. El acto voluntario indirecto, se refiere a aquellos actos en los que la persona entrevé un efecto secundario, indirecto, de una acción que quiere realizar en vista de otro objetivo directamente querido.
  • 44. El acto humano puede ser también “de acción” o “de omisión”. En el primer caso “de acción” , el sujeto realiza algo, en el segundo “de omisión”, el sujeto deja de realizar algo.
  • 45. También la omisión puede tener una connotación moral muy precisa. Omitir no es simplemente no hacer, sino optar voluntariamente por no hacer algo; algo que quizás se veía como un deber. Hay en ella un verdadero acto de voluntad, y por ello una moralidad.
  • 46. Otra distinción importante es la del acto voluntario “in se” y el voluntario “in causa”. El acto voluntario “in se”, consiste en una acción en la que el sujeto tiene por objeto voluntario aquello mismo que realiza, por ejemplo, matar a un individuo.
  • 47. El acto voluntario “in causa”, se refiere a un comportamiento en el que el sujeto quiere algo que puede ser la causa de un efecto no querido en sí, pero aceptado al poner su posible causa.
  • 48. Es el caso, por ejemplo, de quien sabe que si se emborracha y maneja un vehículo en esas condiciones puede provocar un accidente, quizás mortal. En la medida en que es consciente de esa posibilidad y la acepta, en esa medida es moralmente responsable del accidente y de sus consecuencias.
  • 49. Finalmente, podemos clasificar los actos voluntarios según la colocación temporal del querer. El voluntario actual designa un querer presente, actual, como son los actos voluntarios ordinarios.
  • 50. Pero a veces el sujeto actúa de un determinado modo, no tanto porque realice ahora un acto de voluntad preciso, sino más bien a causa, en virtud de un acto de volición anterior.
  • 51. Aquel acto de voluntad sigue operando ahora con su fuerza (“virtus”) en el operar del individuo. Este acto es llamado voluntario virtual. En ocasiones se da también un acto voluntario habitual, es decir, se actúa simplemente en función de un acto de volición pasado y nunca rechazado.
  • 52. b) La Opción fundamental Esta última clasificación nos abre la puerta a la consideración de una dimensión importante de la moralidad del sujeto humano.
  • 53. Sin quitar nada del mérito de los tratados clásicos De actibus humanibus, hay que anotar que se daba en ellos una visión “atomizada” del actuar humano y por tanto también de la moral. La consideración reciente de la llamada “Opción fundamental” ha servido para comprender mejor la profunda unidad del sujeto moral y de la vida moral.
  • 54. Ayuda a ver que los diversos actos de un individuo no son fenómenos aislados e inconexos, delimitados en su realidad puntual, sino que son expresión, realización y proyección de un sujeto moral único que camina en el tiempo actuando según una postura volitiva de fondo, estable, correspondiente a su “Opción fundamental”.
  • 55. Aunque la tematización de esta dimensión de la moral haya sido reciente, la realidad misma de la Opción Fundamental está plenamente presente en la visión de la moral presentada por la Sagrada Escritura. Hemos recordado en el capítulo anterior cómo la moral de Israel se centra en la llamada “cláusula fundamental”, punto de apoyo o fulcro de la Afianza entre Yahvé y su pueblo: creer, aceptar, amar, obedecer a Dios y sólo a Él. Todos los demás mandamientos, o “cláusulas particulares”, se basan en él, lo expresan y lo realizan en la vida concreta de cada día.
  • 56. Del mismo modo, Jesucristo hace una llamada “totalizante”, significada en la categoría de la “sequela”: seguirle a él, imitarle, y de ese modo vivir en la fidelidad a la voluntad del Padre. Las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa subrayan esa “totalización” de la invitación de Jesús a quienes quieren pertenecer al Reino de Dios.
  • 57. También S. Pablo presenta la vida del cristiano como algo totalizante, en el que todo expresa el núcleo fundamental de su opción por Cristo.
  • 58. Ese núcleo es la obediencia de la fe (Rm. 16, 26). “Esa fe, que actúa por la caridad (Ga 5, 6), proviene de lo más íntimo del hombre, de su “corazón” (Rm. 10, 10), y desde aquí viene llamada a fructificar en las obras (Mt 12, 33-35; Lc. 6, 43-45; Rm. 8, 5-8; Ga 5, 22)” Cfr. VS, 66.
  • 59. La psicología nos ayuda a comprender que, efectivamente, la persona humana es un sujeto único y unitario en el que se da una orientación de fondo, fundamental, que marca la dirección, el sentido, a los actos y decisiones que va realizando particularmente a lo largo de los días.
  • 60. El individuo tiene una concepción de la vida, de sí mismo, de lo que quiere ser y hacer... Esa dirección vectorial de su vida se encarna y refleja luego en toda su personalidad y en sus actos; configura su emotividad y guía sus decisiones libres; marca la orientación de su existencia.
  • 61. La opción fundamental se configura de modo casi implícito a partir de voliciones particulares en las que va optando en su interior por el bien o el mal, la generosidad o el egoísmo, Dios o su propio ego... Va haciendo su opción de fondo, y con ella se va haciendo a sí mismo.
  • 62. Hay que tener en cuenta que, de algún modo, toda decisión particular es, además de la decisión por algo, una decisión por sí mismo: si decido perdonar, decido ser uno que ha perdonado; si decido vengarme, decido también ser uno que se ha vengado. Cfr. VS 71.
  • 63. La opción fundamental es una realidad relativamente estable, pero puede sufrir variaciones, en cuanto que el hombre es un ser temporal e histórico. Puede haber momentos “vértice” en la configuración de la propia opción fundamental; puede haber también cambios radicales y rápidos en la propia opción, como puede ser una conversión repentina y profunda. Pero lo más normal es que se dé una línea de continuidad.
  • 64. La opción fundamental no “determina” de modo absoluto el actuar humano. Es una orientación de fondo que “guía” los comportamientos del sujeto, pero sin eliminar su libertad para elegir y hacer algo que va en sintonía con ella o, al contrario, se opone a ella y la desdice.
  • 65. A través de sus diversas decisiones particulares, el hombre puede reforzar su opción fundamental; pero puede también modificarla poco a poco, hasta llegar incluso a cambiarla del todo.
  • 66. Algo así como quien va al timón de un barco orientado hacia el puerto, pero a base de pequeños movimientos de timón se desvía hasta dirigirlo hacia un punto totalmente diverso. Estas consideraciones nos pueden ayudar a discernir críticamente algunas teorizaciones un tanto extremas de la opción fundamental. (San Juan Pablo II, VS, nn. 65-68.)
  • 67. Por una parte, no la debemos reducir a una mera “opción trascendental” a temática y primordial. La opción fundamental cristaliza normalmente a partir de decisiones particulares en las cuales y a través de las cuales el sujeto va decidiendo sobre sí mismo. En este sentido, podemos hablar plenamente de una “moralidad de la opción fundamental”.
  • 68. La opción fundamental no es solamente una “estructura” de la moralidad, sino que puede ser también objeto de la responsabilidad decisional del hombre. Dicho con otras palabras, puedo ser responsable de mi propia orientación vital de fondo, por el bien o por el mal.
  • 69. No debemos separar radicalmente la opción fundamental y los actos particulares realizados por la persona (Cfr. VS 67) Existe continuidad entre unos y otros en nuestra experiencia real de todos los días. Por ello mismo, la persona entera puede expresar su adhesión al bien o el mal, tal como le es presentado por su propia razón, en cada acto humano particular.
  • 70. Esos actos particulares puede expresar coherentemente su opción fundamental, o puede contradecirla, incluso radicalmente. El hecho de que su opción fundamental no cambie, no significa que ese acto humano particular no esté connotado moralmente, en cuanto expresa una decisión plenamente libre por el bien o el mal visto por la conciencia.
  • 72. Tercera dimensión del actuar moral de la persona, además de los actos y de la opción fundamental. Es una dimensión poco considerada, pero importante, tanto para el análisis como para la vida moral.
  • 73. El término actitud designa una “postura” física o, de modo figurado, una postura anímica; es una disposición de ánimo en relación con alguna realidad. Podemos identificar en una persona múltiples actitudes, de acuerdo con las múltiples relaciones que ella tiene con diversas realidades.
  • 74. Solemos hablar en español de “actitud ante”. Es el modo de situarse anímicamente ante algo. Ante una persona, un grupo, una nación, etc. Actitud ante el dolor o el amor, ante el estudio, ante la amistad, ante Dios, ante la asignatura de Teología Moral Fundamental. etc.
  • 75. Las actitudes tienen cierto carácter de estabilidad, aunque pueden y suelen ser modificadas mucho más fácilmente que la opción fundamental. De algún modo, las actitudes expresan la opción fundamental, concretando aquella “postura fundamental ante el todo”, en posturas concretas ante realidades particulares. Por otra parte, ellas influyen directamente en los actos individuales de la persona.
  • 76. Así como la opción fundamental orienta en general el comportamiento del individuo, las actitudes provocan la tendencia a actuar de un modo específico. Solemos comprender las actitudes de los demás precisamente a través de sus actos, sobre todo cuando se repiten en una misma dirección, denotando la postura del individuo ante determinada realidad.
  • 77. Según cómo se porte una persona en relación con otra, o cuando entra en una Iglesia, etc. comprendemos su actitud ante esa persona, o ante Dios...
  • 78. Las actitudes se deben a “ingredientes” que no dependen de la libertad del sujeto, como su temperamento, su educación, circunstancias contingentes, experiencias positivas o negativas...
  • 79. Desde el momento que en su conciencia se da cuenta de que una determinada actitud es negativa o positiva (actitud de desprecio, odio, rechazo, envidia; o al contrario, de acogida, benevolencia, amor), y en la medida en que esa actitud depende de él, la actitud en cuestión tiene una connotación moral.
  • 80. Teniendo en cuenta que las actitudes pueden ser positivas o negativas, que en parte pueden depender del sujeto, y que pueden ser por éste libremente orientadas e incluso modificadas, comprendemos que entran en el campo de la propia responsabilidad moral y deben ser consideradas al analizar el comportamiento ético de la persona, así como al plantearse el problema de su educación.
  • 81. d) Los hábitos humanos
  • 82. Proveniente del vocablo latino “habitus” del verbo habere, el hábito indica, de modo genérico, algo que se tiene por adquisición. Se trata de una disposición estable que afecta a alguna de las facultades de la persona, facilitando su ejercicio en un determinado tipo de actuación.
  • 83. Es sobre todo la repetición de determinados actos lo que hace que la facultad que entra en juego en ellos vaya adquiriendo una especie de “memoria” dinámica que la potencia en su capacidad de realizar en el futuro esos mismos actos.
  • 84. Los hábitos pueden afectar tanto a las facultades sensitivas como al intelecto y a la voluntad.
  • 85. Cuando uno está aprendiendo a manejar, le parece casi imposible poder coordinar los movimientos de los pies y las manos para cambiar de velocidad, mantener la dirección con el volante, etc. Después de un tiempo de práctica, le sale ya casi sin darse cuenta, mientras habla con quien viaja a su lado. Ha adquirido un hábito que le facilita la ejecución de una serie de operaciones.
  • 86. Cuando un alumno se dedica con intensidad al estudio de las matemáticas forma un hábito que le permite analizar los problemas con agilidad y exactitud, mientras quizá le cueste enormemente expresarse con soltura, como hace su amigo que estudió humanidades clásicas, y a quien las matemáticas le parecen un misterio.
  • 87. No se trata de que uno se vuelva más inteligente, ni de que simplemente ha adquirido nuevos conocimientos. Se trata de que, por así decir, su facultad intelectiva “ha aprendido” a operar de cierto modo en cierto tipo de actos.
  • 88. El hábito puede designar también un determinado comportamiento estable por parte de un individuo, una costumbre “habitual”.
  • 89. Uno tiene el hábito de silbar por los pasillos, otro ha formado el hábito de guardar silencio, el otro tiene el hábito de dormir con la ventana abierta, otro de cepillarse sus dientes después de cada comida...
  • 90. Se comprende fácilmente que la adquisición, el cambio, el mantenimiento, el potenciamiento de los hábitos (tanto en cuanto perfeccionamiento de una facultad como en cuanto costumbre), influye, a veces decisivamente, en nuestro actuar cotidiano.
  • 91. Por otra parte, igual que sucede con los actos, el sujeto puede ser la causa, el responsable de sus propios hábitos. Se entiende entonces que hay en ello una dimensión moral.
  • 92. Desde el punto de vista objetivo, la moralidad de los hábitos tiene que ver con su contenido mismo, o con sus consecuencias en el comportamiento del individuo.
  • 93. Dado que los hábitos se forman por repetición de actos, y que consisten en la facilidad de obrar de un determinado modo, entendemos que puede haber hábitos en sí moralmente buenos o moralmente malos.
  • 94. No es lo mismo tener el hábito de decir la verdad que haber formado el hábito de mentir; no es igual el hábito auto controlarse ante las ofensas verbales que el hábito de ofender verbalmente al prójimo. Hay, pues, hábitos que nos ayudan a obrar el bien y otros que lo dificultan o que incluso facilitan la realización de actos inmorales. A los primeros los llamamos virtudes, a los segundos vicios [1].
  • 95. Desde el punto de vista subjetivo habría que tener en cuenta el índice de responsabilidad que cada sujeto tiene en la formación y mantenimiento de sus hábitos buenos o malos. A veces se forman por repetición de actos casi mecánicos, sin que uno se dé cuenta.
  • 96. Otras veces el individuo reitera conscientemente unos actos que le hacen responsable de los hábitos que fraguan en él. Otras los forma incluso deliberadamente, como cuando alguien se esfuerza por formar el hábito virtuoso de hablar bien de los demás; o, al contrario, lucha contra el vicio de criticar.
  • 97. Hay que tener en cuenta también que frecuente-mente un determinado hábito puede llevar al sujeto a actuar de cierta manera con menor conciencia y voluntad, como por un mecanismo del que no es del todo responsable.
  • 98. La consideración del hábito que le lleva a actuar así podría ayudar a comprender su menor responsabilidad moral respecto a un determinado acto. Pero habría que considerar también lo dicho antes sobre los actos “voluntarios in causa”: quizás esa persona es culpable de haber formado ese hábito que ahora le lleva a actuar de ese modo.
  • 99. e) Cuatro expresiones del actuar humano
  • 100. * Acto humano, * Opción fundamental, * Actitudes, * Hábitos. Se trata de cuatro expresiones complementarias, e íntimamente unidas, del actuar humano.
  • 101. El acto se refiere a cada actuación puntual y específica; las otras tres se fijan en el sujeto que actúa, en su disposición de fondo o en sus posturas particulares y transitorias, en los mecanismos que facilitan o dificultan su actuar.
  • 102. Al final sale a relucir, por una parte, la unidad de la vida moral de la persona; y por otra el hecho de que, en el fondo, toda la vida moral se refiere, como decíamos antes, al actuar libre, y por ello responsable, del sujeto.
  • 103. Podríamos decir que la vida moral es un movimiento dinámico que se articula en dos líneas que confluyen en el acto humano. Por una parte, la Opción Fundamental establece una dirección en el sujeto, a partir de la cual éste va formando diversas actitudes ante las diversas reali- dades, las cuales le inclinan a actuar de uno u otro modo. Por otra parte, sus facultades y potencias se van enriqueciendo en su capacidad de actuar según los diversos hábitos, de modo que el sujeto llega a obrar más fácilmente de uno u otro modo.
  • 104. Podremos evitar reducir la moral a una serie de actos aislados e inconexos; o, por el lado opuesto, a una vaga “opción trascendente”, desligada de las opciones reales de cada día.
  • 105. Los factores de la moralidad
  • 106. Al hablar del “acto humano” me he referido a él como si fuera una realidad simple. Ahora debemos adentrarnos en él para considerar que es más bien una realidad compleja y que los elementos que lo componen deben ser atentamente considerados para su evaluación moral.
  • 107. En efecto, cuando una persona actúa, su acto tiene siempre un propio objeto intencional; pero sucede además que el sujeto quiere realizar ese objetivo porque está motivado por un determinado fin; y, en tercer lugar, actúa siempre en medio de una serie de circunstancias, que pueden connotar su acción en un sentido o en otro.
  • 108. Estamos hablando de los tres clásicos “factores de la moralidad”, o “fuentes de la moralidad”. Es decir, la moralidad positiva o negativa de un acto humano está relacionada, más aún, depende del objeto, el fin y las circunstancias implicadas en la acción. Consideramos en primer lugar el último de los factores, que presenta menos problemas teóricos.
  • 109. Las circunstancias: Son elementos que configuran externamente la realidad del acto. Nunca se realiza un acto humano fuera del espacio y del tiempo, y de condiciones que de un modo u otro dan una coloración moral al mismo. Al considerar una acción podemos preguntarnos: quién, cómo, dónde, cuándo, con quién, con qué medios, etc. ha actuado.
  • 110. Algunas circunstancias son moralmente “neutras”, como el hecho de que quien roba lo haga un lunes o un jueves. Otras, que podemos llamar “moralizantes”, configuran moralmente una acción que, de no ser por esa circunstancia, no sería ni buena ni mala, como la circunstancia de quien escala una montaña (acción en sí amoral) esté gravemente enfermo del corazón y ponga de ese modo en peligro su salud.
  • 111. Otras circunstancias son llamadas “especificantes”, en cuanto que definen la especie de un acto; cuando alguien mata al propio padre, ese homicidio es llamado específicamente “parricidio”; cuando alguien roba un objeto sagrado, el acto es -además de un hurto- un “sacrilegio”.
  • 112. Finalmente, algunas circunstancias son “atenuantes o agravantes”, según den mayor o menor peso moral al bien o mal realizado con un determinado acto; no es lo mismo robar a un millonario que a una pobre viuda; no es lo mismo herir a otro en un momento de ira incontrolable provocada por una agresión, que hacerlo con alevosía y premeditación, sin ninguna provocación por su parte de la víctima.
  • 113. Pero el problema principal en este punto está en la consideración de los otros dos “factores”, el objeto y el fin. Y más concretamente, el problema de la importancia moral del objeto y el fin, en la acción humana. Una visión equilibrada de esa relación nos permitirá evitar tanto el “objetivismo moral” (lo único que cuenta moralmente es el tipo de acción realizada), como el “subjetivismo moral” (lo único que cuenta es el fin, la intención del sujeto).
  • 114. Para comprender mejor lo que entendemos por objeto y fin de un acto pongamos un ejemplo sencillo: un señor está trabajando junto a su mesa, juntando piezas de reloj. Me pregunto, ¿cuál es el fin de su trabajo, de esas operaciones que realiza con esos materiales? Está claro: hacer un aparato que marca la hora y que llamamos reloj. Ese es el fin de la obra que realiza.
  • 115. Pero luego me pregunto: ¿y por qué está haciendo un reloj? ¿Cuál es el fin del relojero? La respuesta podría variar: ganar dinero, o pasar el rato, o hacer un regalo a un amigo... Pero sé que, aparte del fin de la obra que él realiza, el relojero mismo tiene algún fin que le mueve a actuar. Ese es el fin de quien obra.
  • 116. El objeto: es aquello que el sujeto quiere realizar con su acto. Aquello a lo que tiende la acción del sujeto, “el fin próximo de una elección deliberada que determina el acto del querer de la persona que actúa” (VS 78).
  • 117. No nos referimos, pues, al “objeto” en sentido material, sino al “objetivo”, a lo intencionado por el sujeto que actúa. Si yo me llevo el portafolios de otro para quedarme con él, el objeto de mi acción no es simplemente esa pequeña maleta y lo que contiene; el objeto es la apropiación de la misma por parte mía, sin el consentimiento de su dueño actual; es decir, robarme el portafolio y lo que contiene.
  • 118. El fin: Es el motivo en vista del cual el sujeto quiere realizar el acto. El relojero hace relojes para ganar dinero, o quizás para pasar el tiempo. Yo me apropio del portafolios del otro para quedarme con el dinero que lleva dentro, o quizás para ayudar con él a los pobres..
  • 119. Ahora bien, ¿cuál de los dos factores, fin y objeto, determina la moralidad del acto humano? Si ambos, ¿en qué modo y medida lo hacen uno y otro? En ocasiones, fin y objeto coinciden en la intencionalidad del sujeto: quiere robar para quedarse con el dinero del otro. En esos casos, bastará analizar moralmente el objeto de la acción para comprender la moralidad de la acción misma y del sujeto.
  • 120. Pero a veces fin y objeto no coinciden: el sujeto roba con la finalidad de ayudar a los pobres, por ejemplo. Esta dicotomía entre objeto y fin es frecuente, en cuanto que la persona humana suele tener o poner fines correctos y hasta nobles en el horizonte de sus actos.
  • 121. Son pocos los que quieren el mal sin justificarlo con una “buena intención”. La mujer que piensa en el aborto dice que es para que no sufra la pobre criatura, o por el bien de los hijos que ya tiene; el terrorista pone una bomba en un mercado lleno de gente porque con ello pretende colaborar con la noble causa de su grupo en lucha....
  • 122. Según esa visión, la moral de un acto humano no depende tanto su objeto cuanto del fin que persigue el sujeto. En esa consideración, lo que cuenta es la evaluación de las consecuencias positivas o negativas del acto (“Consecuencialismo”);
  • 123. Algunos subrayan la necesidad de que las consecuencias positivas sean proporcionalmente mayores que las negativas para que el acto sea correcto (“Proporcionalismo”).
  • 124. El objeto del acto no posee en sí ninguna connotación moral, sino que se refiere a lo que algunos autores llaman “bienes pre-morales”. Es precisamente la consideración de los bienes o males pre-morales puestos por el acto lo que determina la moralidad de la intención o fin del sujeto, y por tanto del acto mismo.
  • 125. Nos interesa anotar que no es correcto despojar al objeto del acto humano de su connotación moral. Hay una moralidad, positiva o negativa, en los objetos de ciertas acciones, como el matar a un inocente, el ayudar al necesitado, etc. La moralidad del acto, en sentido estricto, se da en la acción misma (si no hay acto humano no hay moralidad), pero la acción está ya connotada moralmente por su propio objeto, además del fin por el que el sujeto la realiza.
  • 126. Ciertamente, no es nada fácil definir cuál es exactamente el “peso” del fin y del objeto en la cualificación moral de un acto. Sto. Tomás de Aquino parece encontrar cierta dificultad para mantener el equilibrio entre esos dos componentes de la acción. Afirma primero que “la primera bondad de un acto moral proviene del objeto”(art. 2); luego declara que dado que el fin es causa de las acciones, “las acciones humanas... tienen razón de bondad que procede del fin del cual dependen, además de la bondad absoluta que hay en ella” (art. 4).
  • 127. Después profundiza en la relación entre ambos, distinguiendo el acto interior voluntario, cuyo objeto es propiamente el fin, del acto externo, que recibe su especie del propio objeto. Pero, dado que “los actos externos solamente tienen razón de moralidad en cuanto son voluntarios”... “la especie de un acto se considera formalmente según el fin y materialmente según el objeto del acto exterior” (art. 6).
  • 128. Ahora bien, hay que recordar que la moralidad de un acto humano reside en la adhesión libre de la voluntad al bien/mal percibido por la razón: “En los actos humanos el bien y el mal se dicen en relación a la razón”. Por lo tanto hay que ver que cada uno de los tres “factores de la moralidad” se encuentra en una relación directa con la razón, y que por ello ésta puede ver conforme o contraria a sí misma, razonable o irrazonable (moral o inmoral), tanto el fin como el objeto de la acción, teniendo en cuenta las circunstancias que la rodean.
  • 129. Si mi razón me presenta un fin determinado como contrario a ella y yo de todas formas lo quiero, mi voluntad se adhiere libremente al mal que me presenta la razón; e igualmente sucede si la razón me presenta como contrario a ella el objeto de la acción, aunque yo lo considere sólo como medio para lograr un fin bueno: querer ese medio (objeto de la acción) significa querer el mal identificado en él por mi razón.
  • 130. En realidad, aunque nosotros los separamos mentalmente para analizarlos, los tres “factores de la moralidad” están intrínsecamente ligados en cada acto humano real. Podemos hablar de un “objeto global” del acto humano, que incluye los tres “factores”. Es decir, cuando decido realizar un determinado acto, mi voluntad quiere todo lo que está implicado en él, según me es presentado por la razón: quiero esto, por ese fin, en estas circunstancias. La moralidad del acto proviene de la interrelación de esos tres elementos en su relación con la razón y en cuanto queridos por la voluntad libre.
  • 131. Esa es la razón de fondo del dicho clásico recogido por Aristóteles: “Lo bueno debe serlo en su totalidad, mientras que lo malo se presenta por cualquier defecto”. Un acto humano es bueno cuando la voluntad se adhiere al bien y solamente al bien que la razón le presenta en su comprensión del “objeto global”; la acción es mala cuando la voluntad se adhiere al mal que la razón ve en uno cualquiera de los tres elementos o factores que la componen.
  • 132. Es también esa la fundamentación de otro aforismo clásico: “El fin no justifica los medios”. No los justifica, en sentido moral, porque, aunque la voluntad se adhiera al bien visto en el fin, el medio -objeto de la acción concreta- es igualmente querido; y por lo tanto, si la razón comprende que el medio es en sí inmoral y el sujeto lo quiere, aunque sea sólo como medio para el fin bueno, la voluntad del sujeto se adhiere a ese mal.
  • 133. Diversa es la actuación del principio del doble efecto. Hay situaciones en las que el sujeto tiene que actuar en vista de un fin bueno e importante, utilizando un medio bueno o indiferente, pero con la conciencia de que de su acción se seguirá también un efecto colateral y secundario que en sí es negativo, y que debería ser evitado si se pudiera. Es el caso, por ejemplo, de un médico que, para salvar la vida de una mujer (fin bueno e importante) se ve obligado a extirparle los ovarios, dejándola de este modo estéril (efecto negativo).
  • 134. Para ayudar a discernir correctamente en esos casos, se ofrecen algunas condiciones, sin las cuales no se puede decir que el sujeto no ha querido el efecto negativo de su acción. En primer lugar, el efecto negativo no debe ser el medio para lograr el fin, por lo que hemos dicho hace un momento: el medio es querido efectivamente por el sujeto, en cuanto medio. En segundo lugar, el efecto negativo no debe ser querido, sino solamente “tolerado”; es decir, el efecto no se deberá a la intención del sujeto, sino que sucederá “contra su voluntad”.
  • 135. En tercer lugar, se debe constatar que no exista un modo alternativo para lograr el mismo fin evitando el efecto secundario. Si existiera esa posibilidad y el sujeto optara por la acción que provoca el efecto secundario, significaría que el sujeto realmente lo quiere. En cuarto lugar, debe haber una proporción aceptable entre el fin bueno que se persigue y el daño provocado por el efecto colateral.
  • 136. En el fondo, la acción realizada de acuerdo con este principio es moralmente aceptable porque en la voluntad del sujeto hay solamente adhesión al bien visto en el fin. El mal del efecto secundario es solamente tolerado, en cuanto no se puede evitar sin provocar la pérdida del fin, cuya importancia se supone justifica ese efecto negativo, como en el ejemplo de la consecuencia de una situación de esterilidad para salvar la vida de la enferma.
  • 137. Otro problema muy actual, estrechamente ligado a nuestro tema, es el de la existencia de actos intrínsecamente malos y de normas morales absolutas. Los autores que siguen el consecuencialismo la niegan firmemente. Si la moral de los actos no depende en nada de su objeto, sino solamente de las intenciones del sujeto en vista de las consecuencias positivas y negativas de su acción, está claro que no podemos hablar de “actos intrínsecamente malos”.
  • 138. Cualquier acto, aun aquél que en principio nos pueda parecer más gravemente inmoral, podría ser bueno en un determinado caso, de acuerdo con las buenas intenciones del sujeto y teniendo en cuenta las consecuencias buenas del acto previstas por él antes de actuar. Por ello, tampoco podemos hablar de “normas absolutas”; en todo caso se aceptará la existencia de normas más o menos universales, válidas “las más de las veces”, pero no necesariamente en toda ocasión.
  • 139. Pero, como he recordado arriba, el objeto propio de un acto es lo primero que lo especifica moralmente; porque el objeto se encuentra en una relación directa propia con la razón moral, de modo que ésta la ve como bueno o malo en sí, independientemente de la intención del sujeto y de las consecuencias previsibles.
  • 140. Ahora bien, si hay actos que tienen como objeto propio algo que va directa e intrínsecamente contra el bien de la persona humana (de quien actúa o de otra), esos actos serán intrínsecamente malos desde el punto de vista moral. Y las normas que los prohíben moralmente serán normas morales absolutas, es decir, no relativas a la situación, la intención del sujeto, las consecuencias.
  • 141. Así, “no se debe matar nunca a un ser humano inocente” es una norma moral absoluta, que prohíbe moralmente un acto que es intrínsecamente malo: malo en sí y por sí, y no en función del por qué es realizado, o de sus posibles consecuencias.
  • 142. Esto no significa, naturalmente, que la intención y la consideración de las circunstancias, no tenga ninguna importancia en la consideración moral de los actos. Lo hemos recalcado antes. Quiere decir más bien que, además de la buena intención -fin bueno- el objeto del acto tiene que ser también bueno para que lo sea el acto en su totalidad.
  • 143. Se habla de actos intrínsecamente malos y no de actos intrínsecamente buenos, porque no se puede decir que un acto es bueno solamente en función de su objeto: hay que analizar el fin de quien actúa; al contrario, sí se puede decir que un acto es malo solamente por su objeto, a pesar del eventual buen fin de quien actúa. Con estos apuntes, breves, sobre algunos puntos especialmente candentes en la discusión moral actual, hemos cerrado la consideración de la “estructura antropológica de la moral”.

Notas del editor

  1. Proxima Clase 27 febrero
  2. Próxima clase 2 de marzo
  3. 1] El importante tema de las virtudes será estudiado más adelante, al analizar la “respuesta positiva” que el hombre ofrece a Dios con su vida moral.
  4. Marzo 6 próxima clase
  5. (Cf. Suma Teológica q.18 de la I-II )