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DESARROLLO MORAL
LICENCIATURA EN EDUCACIÓN RELIGIOSA
VII SEMESTRE
P. JORGE LUIS TORO RIVAS
Lic. Teología Moral Bioética y Educación Religiosa
Capítulo IV:
LA ESTRUCTURA ANTROPOLÓGICA DE
LA MORALIDAD
1. El sujeto de la experiencia moral
* Diversas explicaciones de la experiencia moral
* El sujeto humano como sujeto moral
2. Los componentes del dinamismo del obrar humano
*Los actos humanos *La Opción fundamental
* Las actitudes * Los hábitos humanos
*Cuatro expresiones del actuar humano
3. Los factores de la moralidad
Enfoque
Vista la realidad de la
experiencia moral y su
comprensión cristiana como
respuesta a una llamada de
Dios creador y redentor,
conviene que analicemos los
elementos estructurales de esa
experiencia y de esa realidad
que llamamos “moral”.
Ante todo
consideraremos al
“sujeto de la
experiencia
moral”, es decir la
persona humana.
Trataremos de
descifrar por qué
y cómo la persona
experimenta la
dimensión de la
moralidad
Veremos luego que la realidad
moral se refiere a los actos
humanos, pero que éstos no
deben ser concebidos como
unidades aisladas, sino que en
ellos se expresa el sujeto
personal en su totalidad, según
una opción fundamental y de
acuerdo con sus diversas y
múltiples actitudes. Y veremos
que hay también una dimensión
moral en aquella y en éstas
Finalmente nos detendremos en la
consideración de los llamados “factores de
la moralidad”. Estudiaremos la relación
que existe entre el objeto, el fin y las
circunstancias, en la composición de la
moralidad del actuar humano
1. El sujeto de la experiencia moral
a) Diversas explicaciones de la
experiencia moral
Para unos se trata
simplemente de una
concatenación de
condicionamientos sociales
y culturales que imponen al
individuo la idea del bien y
del mal (Sociologismo).
Para otros, la
explicación está en la
función del Súper-Ego
sobre el consciente y el
subconsciente del
individuo
(Psicoanálisis).
Según otros, se trata de
una súper-estructura que
surge de y expresa la
estructura fundamental de
toda la realidad humana,
que es el juego de
relaciones existente entre
el trabajo y los medios de
producción (Marxismo).
Otros reducen toda la
experiencia moral a
expresiones lingüísticas
de reacciones emotivas;
“bien” y “mal” son
equivalentes a
exclamaciones emotivas:
“Oh!”, “ah!”
(Positivismo lingüístico).
No podemos decir que
comprendemos cabal y
totalmente el fenómeno
de la experiencia moral,
su porqué, su estructura
y su dinamismo.
Pero creo que podemos
acercarnos a su comprensión
si nos referimos a la realidad
global de la persona
humana, sin reducirla a
cualquiera de los elementos
que componen ese
misterioso y complejo ser
que habla de sí mismo
diciendo: “Yo”.
b) El sujeto humano como sujeto
moral
Si se tratara solamente de un ser corporal,
reducido al espacio y al tiempo, no se daría
en el hombre la experiencia moral, que
trasciende esas coordenadas.
Pero la persona es también un ser espiritual
y trascendente. Cuerpo y espíritu forman en
ella una sola realidad.
En función de su
dimensión espiritual, el
hombre está dotado de
la capacidad de
entender el ser de las
cosas, y de sí mismo.
Su razón hace también que
el hombre sea consciente
de sí mismo, auto-
consciente. Y en esa
autoconciencia se capta a sí
mismo como ser finito,
contingente, un ser entre
los seres, un ser que tiene
ya un modo de ser que le
es propio y que no se ha
dado él a sí mismo.
Por la misma dimensión
espiritual, la persona
está dotada también de
la capacidad de querer,
y de querer con una
voluntad que no se
encuentra determinada
en sus actos, una
voluntad libre.
Su libertad le hace
“autor” de sus propios
actos y de las
consecuencias queridas
de los mismos.
Por ello, aunque existe
con un modo de ser no
elegido, él elige en cierta
manera su modo de ser.
Por su libre voluntad el
hombre se va haciendo a
sí mismo con cada una
de sus decisiones;
sobre todo con aquellas
que marcan hondamente
su futuro, pero también
con las libres decisiones
de cada día.
Por otra parte, el hombre es un
ser temporal, histórico. Un ser
“in fieri” (que está por hacer),
nunca completamente
realizado. El se capta a sí
mismo como tarea para sí
mismo. Por su libertad es
responsable de realizarse a sí
mismo en el tiempo. Pero esa
realización no se le presenta
como un horizonte totalmente
arbitrario.
Su razón, en cuanto “razón
especulativa”, le hace
comprender lo que es; y en
cuanto “razón práctica” le
ayuda a entender lo que debe
ser, y en consecuencia, lo que
debe hacer. En el fondo, capta
que debe hacer libremente
aquello que es conforme a su
propio ser y evitar aquello
que lo contradice.
Este conjunto de
elementos, estrechamente
y vitalmente relacionados
en la subjetividad del
individuo humano, le lleva
a experimentar el bien y
el mal, aquello que es
conforme o contrario a su
ser de persona humana;
Y a experimentar la
relación de su voluntad
libre con ese bien o mal
presentado por su propia
razón. Ve el bien/mal y
puede querer el bien/mal.
Es libre de hacer el bien o
el mal, pero no es libre de
hacer que lo que ve como
bueno sea malo, y
viceversa.
Pero es necesario recordar,
además, que la persona
humana es un ser relacional.
No está sola, ni se realiza a
sí mismo aislada de los
demás. De algún modo, la
relación a los otros, y al
mismo Otro Absoluto, le
definen esencialmente en
cuanto persona.
Por ello, su experiencia
del bien y del mal, de la
relación de su libertad
con lo que le presenta su
razón, se refiere también
a la realidad de las otras
personas y a Dios.
Finalmente, la dimensión
espiritual del hombre le
constituye como un ser
abierto al absoluto.
Por su intelecto, la persona
es, como dice S. Tomás,
“el alma es todas las cosas”,
abierta potencialmente a
toda la realidad del ser;
ve los seres relativos en el
horizonte abierto de lo
absoluto, captado en la
realidad misma de la
existencia de cada ser.
Es esta apertura a lo
Absoluto, esencia del
espíritu humano, lo que
hace que experimente
también el bien y el mal en
relación implícita con la
absolutez del bien, o con el
Bien Absoluto, aún cuando
no sepa que ese Absoluto
es un Ser Personal a quien
llamamos Dios.
De ahí ese carácter tan
singular de la
experiencia moral,
vivida especialmente
cuando el sujeto quiere
hacer algo pero “no
puede”, o quiere no
hacerlo pero “debe”.
La consideración de los rasgos
esenciales de la antropología nos
permite al menos asomarnos a
ella. Desde el punto de vista
teológico, el reconocimiento de
esas características
antropológicas, apunta hacia el
designio de Dios creador, que,
precisamente a través de ellas,
llama al hombre a realizarse a sí
mismo como ser moral.
2. Los componentes del
dinamismo del obrar humano
Hemos venido hablando
frecuentemente de “acto
voluntario” o “acto libre”
para referirnos a aquellos
actos en los que el sujeto
percibe y realiza la
dimensión de la moralidad.
Decíamos en el capítulo
anterior que la experiencia de
la moralidad es la experiencia
de un valor, el valor moral,
que es el que determina el
valor de la persona en cuanto
tal, es decir, en cuanta autor
de sí misma a través de sus
actos libres. Esos actos libres
son llamados técnicamente
“actos humanos”.
Pero, si consideramos a
la persona en su unidad
y totalidad,
comprendemos que su
obrar no se restringe a
una serie de actos
puntuales y como
aislados los unos de los
otros.
Tenemos, pues que
estudiar también los
otros componentes del
dinamismo del obrar
humano completo, es
decir la llamada “Opción
fundamental”, las
actitudes y los hábitos
humanos.
a) Los actos humanos
Llamamos “acto humano”
a aquella acción realizada
por un sujeto humano en
cuanto humano, es decir
en cuanto ser consciente
y libre.
Son actos humanos
todos aquellos que son
realizados consciente y
libremente. A los actos
realizados por un
individuo humano pero
sin libertad, los
llamamos “actos del
hombre”.
Entre éstos “actos del
hombre”, podemos recordar
todos los actos fisiológicos,
reflejos, meramente
instintivos, como también
todos aquellos de los que el
sujeto es consciente pero
que no dependen realmente
de su libre voluntad.
De éstos, la persona no
es verdaderamente
responsable, en cuanto
que no es su “causa”, no
nacen del querer libre
de su Yo. De los otros,
de los actos humanos, el
sujeto es plenamente
responsable.
Los actos humanos
pueden ser clasificados
según diversos criterios.
Esta clasificación nos
ayudará a comprender
mejor su compleja
realidad.
Por una parte, los actos
humanos pueden ser internos
o externos. Odiar, amar,
pensar en cómo hacer algo,
etc. son actos que salen del
interior de la persona, actos
solamente internos, pero
verdaderos actos humanos,
en los que puede haber una
moralidad (no es lo mismo
odiar que amar).
El acto externo es
siempre la realización
exterior de algún acto
interno, sobre todo del
acto mismo del querer.
Podemos distinguir también
entre el acto voluntario
directo y el voluntario
indirecto.
El acto voluntario directo,
designa una acción en la que
el sujeto quiere directamente
la realización de un
determinado efecto.
El acto voluntario
indirecto, se refiere a
aquellos actos en los
que la persona entrevé
un efecto secundario,
indirecto, de una acción
que quiere realizar en
vista de otro objetivo
directamente querido.
El acto humano puede
ser también “de acción”
o “de omisión”.
En el primer caso
“de acción” , el sujeto
realiza algo, en el
segundo “de omisión”,
el sujeto deja de
realizar algo.
También la omisión puede
tener una connotación moral
muy precisa. Omitir no es
simplemente no hacer, sino
optar voluntariamente por no
hacer algo; algo que quizás
se veía como un deber. Hay
en ella un verdadero acto de
voluntad, y por ello una
moralidad.
Otra distinción importante
es la del acto voluntario
“in se” y el voluntario
“in causa”. El acto
voluntario “in se”, consiste
en una acción en la que el
sujeto tiene por objeto
voluntario aquello mismo
que realiza, por ejemplo,
matar a un individuo.
El acto voluntario “in
causa”, se refiere a un
comportamiento en el
que el sujeto quiere algo
que puede ser la causa
de un efecto no querido
en sí, pero aceptado al
poner su posible causa.
Es el caso, por ejemplo, de
quien sabe que si se
emborracha y maneja un
vehículo en esas condiciones
puede provocar un accidente,
quizás mortal. En la medida
en que es consciente de esa
posibilidad y la acepta, en esa
medida es moralmente
responsable del accidente y
de sus consecuencias.
Finalmente, podemos
clasificar los actos
voluntarios según la
colocación temporal del
querer. El voluntario
actual designa un querer
presente, actual, como
son los actos voluntarios
ordinarios.
Pero a veces el sujeto
actúa de un determinado
modo, no tanto porque
realice ahora un acto de
voluntad preciso, sino
más bien a causa, en
virtud de un acto de
volición anterior.
Aquel acto de voluntad
sigue operando ahora
con su fuerza (“virtus”)
en el operar del
individuo.
Este acto es llamado
voluntario virtual.
En ocasiones se da
también un acto
voluntario habitual, es
decir, se actúa
simplemente en función
de un acto de volición
pasado y nunca
rechazado.
b) La Opción fundamental
Es una dimensión importante de la
moralidad del sujeto humano. La
llamada “Opción fundamental” ha
servido para comprender mejor la
profunda unidad del sujeto moral y de
la vida moral.
Ayuda a ver que los diversos actos de un
individuo no son fenómenos aislados e
inconexos, delimitados en su realidad puntual,
sino que son expresión, realización y proyección
de un sujeto moral único que camina en el
tiempo actuando según una postura volitiva de
fondo, estable, correspondiente a su
“Opción fundamental”.
La realidad misma de la Opción
Fundamental está plenamente presente
en la visión de la moral presentada por la
Sagrada Escritura.
La moral de Israel se centra en la llamada
“cláusula fundamental”, punto de apoyo de
la Alianza entre Yahvé y su pueblo: creer,
aceptar, amar, obedecer a Dios y sólo a Él.
Todos los demás mandamientos, o
“cláusulas particulares”, se basan en él, lo
expresan y lo realizan en la vida concreta
de cada día.
Del mismo modo, Jesucristo hace una
llamada “totalizante”, significada en
la categoría de la “sequela”: seguirle
a él, imitarle, y de ese modo vivir en
la fidelidad a la voluntad del Padre.
Las parábolas del tesoro escondido y
de la perla preciosa subrayan esa
“totalización” de la invitación de
Jesús a quienes quieren pertenecer al
Reino de Dios.
También S. Pablo
presenta la vida del
cristiano como algo
totalizante, en el que
todo expresa el núcleo
fundamental de su
opción por Cristo.
Ese núcleo es la obediencia
de la fe (Rm. 16, 26). “Esa fe,
que actúa por la caridad
(Cf. Ga 5, 6), proviene de lo más
íntimo del hombre, de su
“corazón” (Cf. Rm. 10, 10),
y desde aquí viene llamada
a fructificar en las obras
(Cf. Mt 12, 33-35; Lc. 6, 43-45;
Rm. 8, 5-8; Ga 5, 22)” Cfr. VS, 66.
La psicología nos ayuda a comprender que,
efectivamente, la persona humana es un
sujeto único y unitario en el que se da una
orientación de fondo, fundamental, que
marca la dirección, el sentido, a los actos y
decisiones que va realizando particularmente
a lo largo de los días.
El individuo tiene una concepción de la vida,
de sí mismo, de lo que quiere ser y hacer...
Esa dirección vectorial de su vida se encarna
y refleja luego en toda su personalidad y en
sus actos; configura su emotividad y guía sus
decisiones libres; marca la orientación de su
existencia.
La opción fundamental se configura de modo
casi implícito a partir de voliciones
particulares en las que va optando en su
interior por el bien o el mal, la generosidad o
el egoísmo, Dios o su propio ego...
Va haciendo su opción de fondo, y con ella
se va haciendo a sí mismo.
Hay que tener en cuenta que, de algún modo,
toda decisión particular es, además de la
decisión por algo, una decisión por sí mismo:
si decido perdonar, decido ser uno que ha
perdonado; si decido vengarme, decido
también ser uno que se ha vengado.
Cfr. VS 71.
La opción fundamental es una realidad
relativamente estable ,pero puede sufrir
variaciones, en cuanto que el hombre es
un ser temporal e histórico.
Puede haber momentos “vértice” en la
configuración de la propia opción
fundamental;
puede haber también cambios radicales y
rápidos en la propia opción, como puede
ser una conversión repentina y profunda.
Pero lo más normal es que se dé una línea
de continuidad.
La opción fundamental no
“determina” de modo
absoluto el actuar humano.
Es una orientación de fondo
que “guía” los
comportamientos del sujeto,
pero sin eliminar su libertad
para elegir y hacer algo que
va en sintonía con ella o, al
contrario, se opone a ella y la
desdice.
A través de sus diversas
decisiones particulares,
el hombre puede
reforzar su opción
fundamental,; pero
puede también
modificarla poco a poco,
hasta llegar incluso a
cambiarla del todo.
Algo así como quien va al timón de una barca
orientada hacia el puerto, pero a base de
pequeños golpes de timón la desvía hasta
dirigirla hacia un punto totalmente diverso. Estas
consideraciones nos pueden ayudar a discernir
críticamente algunas teorizaciones un tanto
extremas de la opción fundamental. (Juan
Pablo II, VS, nn. 65-68.)
Por una parte, no la debemos
reducir a una mera “opción
trascendental” a temática y
primordial. La opción
fundamental cristaliza
normalmente a partir de
decisiones particulares en las
cuales y a través de las cuales el
sujeto va decidiendo sobre sí
mismo. En este sentido, podemos
hablar plenamente de una
“moralidad de la opción
fundamental”.
La opción fundamental no es
solamente una “estructura” de la
moralidad, sino que puede ser
también objeto de la
responsabilidad decisional del
hombre.
Dicho con otras palabras, puedo
ser responsable de mi propia
orientación vital de fondo, por el
bien o por el mal.
No debemos separar radicalmente la
opción fundamental y los actos
particulares realizados por la persona
(Cfr. VS 67..) Existe continuidad entre
unos y otros en nuestra experiencia
real de todos los días.
Por ello mismo, la persona entera
puede expresar su adhesión al bien o
el mal, tal como le es presentado por
su propia razón, en cada acto humano
particular.
Esos actos particulares puede expresar
coherentemente su opción
fundamental, o puede contradecirla,
incluso radicalmente.
El hecho de que su opción
fundamental no cambie, no significa
que ese acto humano particular no
esté connotado moralmente, en
cuanto expresa una decisión
plenamente libre por el bien o el mal
visto por la conciencia.

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Desarrollo moral y estructura antropológica

  • 1. DESARROLLO MORAL LICENCIATURA EN EDUCACIÓN RELIGIOSA VII SEMESTRE P. JORGE LUIS TORO RIVAS Lic. Teología Moral Bioética y Educación Religiosa
  • 2. Capítulo IV: LA ESTRUCTURA ANTROPOLÓGICA DE LA MORALIDAD 1. El sujeto de la experiencia moral * Diversas explicaciones de la experiencia moral * El sujeto humano como sujeto moral 2. Los componentes del dinamismo del obrar humano *Los actos humanos *La Opción fundamental * Las actitudes * Los hábitos humanos *Cuatro expresiones del actuar humano 3. Los factores de la moralidad
  • 3. Enfoque Vista la realidad de la experiencia moral y su comprensión cristiana como respuesta a una llamada de Dios creador y redentor, conviene que analicemos los elementos estructurales de esa experiencia y de esa realidad que llamamos “moral”.
  • 4. Ante todo consideraremos al “sujeto de la experiencia moral”, es decir la persona humana. Trataremos de descifrar por qué y cómo la persona experimenta la dimensión de la moralidad
  • 5. Veremos luego que la realidad moral se refiere a los actos humanos, pero que éstos no deben ser concebidos como unidades aisladas, sino que en ellos se expresa el sujeto personal en su totalidad, según una opción fundamental y de acuerdo con sus diversas y múltiples actitudes. Y veremos que hay también una dimensión moral en aquella y en éstas
  • 6. Finalmente nos detendremos en la consideración de los llamados “factores de la moralidad”. Estudiaremos la relación que existe entre el objeto, el fin y las circunstancias, en la composición de la moralidad del actuar humano
  • 7. 1. El sujeto de la experiencia moral
  • 8. a) Diversas explicaciones de la experiencia moral Para unos se trata simplemente de una concatenación de condicionamientos sociales y culturales que imponen al individuo la idea del bien y del mal (Sociologismo).
  • 9. Para otros, la explicación está en la función del Súper-Ego sobre el consciente y el subconsciente del individuo (Psicoanálisis).
  • 10. Según otros, se trata de una súper-estructura que surge de y expresa la estructura fundamental de toda la realidad humana, que es el juego de relaciones existente entre el trabajo y los medios de producción (Marxismo).
  • 11. Otros reducen toda la experiencia moral a expresiones lingüísticas de reacciones emotivas; “bien” y “mal” son equivalentes a exclamaciones emotivas: “Oh!”, “ah!” (Positivismo lingüístico).
  • 12. No podemos decir que comprendemos cabal y totalmente el fenómeno de la experiencia moral, su porqué, su estructura y su dinamismo.
  • 13. Pero creo que podemos acercarnos a su comprensión si nos referimos a la realidad global de la persona humana, sin reducirla a cualquiera de los elementos que componen ese misterioso y complejo ser que habla de sí mismo diciendo: “Yo”.
  • 14. b) El sujeto humano como sujeto moral Si se tratara solamente de un ser corporal, reducido al espacio y al tiempo, no se daría en el hombre la experiencia moral, que trasciende esas coordenadas. Pero la persona es también un ser espiritual y trascendente. Cuerpo y espíritu forman en ella una sola realidad.
  • 15. En función de su dimensión espiritual, el hombre está dotado de la capacidad de entender el ser de las cosas, y de sí mismo.
  • 16. Su razón hace también que el hombre sea consciente de sí mismo, auto- consciente. Y en esa autoconciencia se capta a sí mismo como ser finito, contingente, un ser entre los seres, un ser que tiene ya un modo de ser que le es propio y que no se ha dado él a sí mismo.
  • 17. Por la misma dimensión espiritual, la persona está dotada también de la capacidad de querer, y de querer con una voluntad que no se encuentra determinada en sus actos, una voluntad libre.
  • 18. Su libertad le hace “autor” de sus propios actos y de las consecuencias queridas de los mismos. Por ello, aunque existe con un modo de ser no elegido, él elige en cierta manera su modo de ser.
  • 19. Por su libre voluntad el hombre se va haciendo a sí mismo con cada una de sus decisiones; sobre todo con aquellas que marcan hondamente su futuro, pero también con las libres decisiones de cada día.
  • 20. Por otra parte, el hombre es un ser temporal, histórico. Un ser “in fieri” (que está por hacer), nunca completamente realizado. El se capta a sí mismo como tarea para sí mismo. Por su libertad es responsable de realizarse a sí mismo en el tiempo. Pero esa realización no se le presenta como un horizonte totalmente arbitrario.
  • 21. Su razón, en cuanto “razón especulativa”, le hace comprender lo que es; y en cuanto “razón práctica” le ayuda a entender lo que debe ser, y en consecuencia, lo que debe hacer. En el fondo, capta que debe hacer libremente aquello que es conforme a su propio ser y evitar aquello que lo contradice.
  • 22. Este conjunto de elementos, estrechamente y vitalmente relacionados en la subjetividad del individuo humano, le lleva a experimentar el bien y el mal, aquello que es conforme o contrario a su ser de persona humana;
  • 23. Y a experimentar la relación de su voluntad libre con ese bien o mal presentado por su propia razón. Ve el bien/mal y puede querer el bien/mal. Es libre de hacer el bien o el mal, pero no es libre de hacer que lo que ve como bueno sea malo, y viceversa.
  • 24. Pero es necesario recordar, además, que la persona humana es un ser relacional. No está sola, ni se realiza a sí mismo aislada de los demás. De algún modo, la relación a los otros, y al mismo Otro Absoluto, le definen esencialmente en cuanto persona.
  • 25. Por ello, su experiencia del bien y del mal, de la relación de su libertad con lo que le presenta su razón, se refiere también a la realidad de las otras personas y a Dios.
  • 26. Finalmente, la dimensión espiritual del hombre le constituye como un ser abierto al absoluto.
  • 27. Por su intelecto, la persona es, como dice S. Tomás, “el alma es todas las cosas”, abierta potencialmente a toda la realidad del ser; ve los seres relativos en el horizonte abierto de lo absoluto, captado en la realidad misma de la existencia de cada ser.
  • 28. Es esta apertura a lo Absoluto, esencia del espíritu humano, lo que hace que experimente también el bien y el mal en relación implícita con la absolutez del bien, o con el Bien Absoluto, aún cuando no sepa que ese Absoluto es un Ser Personal a quien llamamos Dios.
  • 29. De ahí ese carácter tan singular de la experiencia moral, vivida especialmente cuando el sujeto quiere hacer algo pero “no puede”, o quiere no hacerlo pero “debe”.
  • 30. La consideración de los rasgos esenciales de la antropología nos permite al menos asomarnos a ella. Desde el punto de vista teológico, el reconocimiento de esas características antropológicas, apunta hacia el designio de Dios creador, que, precisamente a través de ellas, llama al hombre a realizarse a sí mismo como ser moral.
  • 31. 2. Los componentes del dinamismo del obrar humano Hemos venido hablando frecuentemente de “acto voluntario” o “acto libre” para referirnos a aquellos actos en los que el sujeto percibe y realiza la dimensión de la moralidad.
  • 32. Decíamos en el capítulo anterior que la experiencia de la moralidad es la experiencia de un valor, el valor moral, que es el que determina el valor de la persona en cuanto tal, es decir, en cuanta autor de sí misma a través de sus actos libres. Esos actos libres son llamados técnicamente “actos humanos”.
  • 33. Pero, si consideramos a la persona en su unidad y totalidad, comprendemos que su obrar no se restringe a una serie de actos puntuales y como aislados los unos de los otros.
  • 34. Tenemos, pues que estudiar también los otros componentes del dinamismo del obrar humano completo, es decir la llamada “Opción fundamental”, las actitudes y los hábitos humanos.
  • 35. a) Los actos humanos Llamamos “acto humano” a aquella acción realizada por un sujeto humano en cuanto humano, es decir en cuanto ser consciente y libre.
  • 36. Son actos humanos todos aquellos que son realizados consciente y libremente. A los actos realizados por un individuo humano pero sin libertad, los llamamos “actos del hombre”.
  • 37. Entre éstos “actos del hombre”, podemos recordar todos los actos fisiológicos, reflejos, meramente instintivos, como también todos aquellos de los que el sujeto es consciente pero que no dependen realmente de su libre voluntad.
  • 38. De éstos, la persona no es verdaderamente responsable, en cuanto que no es su “causa”, no nacen del querer libre de su Yo. De los otros, de los actos humanos, el sujeto es plenamente responsable.
  • 39. Los actos humanos pueden ser clasificados según diversos criterios. Esta clasificación nos ayudará a comprender mejor su compleja realidad.
  • 40. Por una parte, los actos humanos pueden ser internos o externos. Odiar, amar, pensar en cómo hacer algo, etc. son actos que salen del interior de la persona, actos solamente internos, pero verdaderos actos humanos, en los que puede haber una moralidad (no es lo mismo odiar que amar).
  • 41. El acto externo es siempre la realización exterior de algún acto interno, sobre todo del acto mismo del querer.
  • 42. Podemos distinguir también entre el acto voluntario directo y el voluntario indirecto. El acto voluntario directo, designa una acción en la que el sujeto quiere directamente la realización de un determinado efecto.
  • 43. El acto voluntario indirecto, se refiere a aquellos actos en los que la persona entrevé un efecto secundario, indirecto, de una acción que quiere realizar en vista de otro objetivo directamente querido.
  • 44. El acto humano puede ser también “de acción” o “de omisión”. En el primer caso “de acción” , el sujeto realiza algo, en el segundo “de omisión”, el sujeto deja de realizar algo.
  • 45. También la omisión puede tener una connotación moral muy precisa. Omitir no es simplemente no hacer, sino optar voluntariamente por no hacer algo; algo que quizás se veía como un deber. Hay en ella un verdadero acto de voluntad, y por ello una moralidad.
  • 46. Otra distinción importante es la del acto voluntario “in se” y el voluntario “in causa”. El acto voluntario “in se”, consiste en una acción en la que el sujeto tiene por objeto voluntario aquello mismo que realiza, por ejemplo, matar a un individuo.
  • 47. El acto voluntario “in causa”, se refiere a un comportamiento en el que el sujeto quiere algo que puede ser la causa de un efecto no querido en sí, pero aceptado al poner su posible causa.
  • 48. Es el caso, por ejemplo, de quien sabe que si se emborracha y maneja un vehículo en esas condiciones puede provocar un accidente, quizás mortal. En la medida en que es consciente de esa posibilidad y la acepta, en esa medida es moralmente responsable del accidente y de sus consecuencias.
  • 49. Finalmente, podemos clasificar los actos voluntarios según la colocación temporal del querer. El voluntario actual designa un querer presente, actual, como son los actos voluntarios ordinarios.
  • 50. Pero a veces el sujeto actúa de un determinado modo, no tanto porque realice ahora un acto de voluntad preciso, sino más bien a causa, en virtud de un acto de volición anterior.
  • 51. Aquel acto de voluntad sigue operando ahora con su fuerza (“virtus”) en el operar del individuo. Este acto es llamado voluntario virtual.
  • 52. En ocasiones se da también un acto voluntario habitual, es decir, se actúa simplemente en función de un acto de volición pasado y nunca rechazado.
  • 53. b) La Opción fundamental
  • 54. Es una dimensión importante de la moralidad del sujeto humano. La llamada “Opción fundamental” ha servido para comprender mejor la profunda unidad del sujeto moral y de la vida moral.
  • 55. Ayuda a ver que los diversos actos de un individuo no son fenómenos aislados e inconexos, delimitados en su realidad puntual, sino que son expresión, realización y proyección de un sujeto moral único que camina en el tiempo actuando según una postura volitiva de fondo, estable, correspondiente a su “Opción fundamental”.
  • 56. La realidad misma de la Opción Fundamental está plenamente presente en la visión de la moral presentada por la Sagrada Escritura. La moral de Israel se centra en la llamada “cláusula fundamental”, punto de apoyo de la Alianza entre Yahvé y su pueblo: creer, aceptar, amar, obedecer a Dios y sólo a Él. Todos los demás mandamientos, o “cláusulas particulares”, se basan en él, lo expresan y lo realizan en la vida concreta de cada día.
  • 57. Del mismo modo, Jesucristo hace una llamada “totalizante”, significada en la categoría de la “sequela”: seguirle a él, imitarle, y de ese modo vivir en la fidelidad a la voluntad del Padre. Las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa subrayan esa “totalización” de la invitación de Jesús a quienes quieren pertenecer al Reino de Dios.
  • 58. También S. Pablo presenta la vida del cristiano como algo totalizante, en el que todo expresa el núcleo fundamental de su opción por Cristo.
  • 59. Ese núcleo es la obediencia de la fe (Rm. 16, 26). “Esa fe, que actúa por la caridad (Cf. Ga 5, 6), proviene de lo más íntimo del hombre, de su “corazón” (Cf. Rm. 10, 10), y desde aquí viene llamada a fructificar en las obras (Cf. Mt 12, 33-35; Lc. 6, 43-45; Rm. 8, 5-8; Ga 5, 22)” Cfr. VS, 66.
  • 60. La psicología nos ayuda a comprender que, efectivamente, la persona humana es un sujeto único y unitario en el que se da una orientación de fondo, fundamental, que marca la dirección, el sentido, a los actos y decisiones que va realizando particularmente a lo largo de los días.
  • 61. El individuo tiene una concepción de la vida, de sí mismo, de lo que quiere ser y hacer... Esa dirección vectorial de su vida se encarna y refleja luego en toda su personalidad y en sus actos; configura su emotividad y guía sus decisiones libres; marca la orientación de su existencia.
  • 62. La opción fundamental se configura de modo casi implícito a partir de voliciones particulares en las que va optando en su interior por el bien o el mal, la generosidad o el egoísmo, Dios o su propio ego... Va haciendo su opción de fondo, y con ella se va haciendo a sí mismo.
  • 63. Hay que tener en cuenta que, de algún modo, toda decisión particular es, además de la decisión por algo, una decisión por sí mismo: si decido perdonar, decido ser uno que ha perdonado; si decido vengarme, decido también ser uno que se ha vengado. Cfr. VS 71.
  • 64. La opción fundamental es una realidad relativamente estable ,pero puede sufrir variaciones, en cuanto que el hombre es un ser temporal e histórico. Puede haber momentos “vértice” en la configuración de la propia opción fundamental; puede haber también cambios radicales y rápidos en la propia opción, como puede ser una conversión repentina y profunda. Pero lo más normal es que se dé una línea de continuidad.
  • 65. La opción fundamental no “determina” de modo absoluto el actuar humano. Es una orientación de fondo que “guía” los comportamientos del sujeto, pero sin eliminar su libertad para elegir y hacer algo que va en sintonía con ella o, al contrario, se opone a ella y la desdice.
  • 66. A través de sus diversas decisiones particulares, el hombre puede reforzar su opción fundamental,; pero puede también modificarla poco a poco, hasta llegar incluso a cambiarla del todo.
  • 67. Algo así como quien va al timón de una barca orientada hacia el puerto, pero a base de pequeños golpes de timón la desvía hasta dirigirla hacia un punto totalmente diverso. Estas consideraciones nos pueden ayudar a discernir críticamente algunas teorizaciones un tanto extremas de la opción fundamental. (Juan Pablo II, VS, nn. 65-68.)
  • 68. Por una parte, no la debemos reducir a una mera “opción trascendental” a temática y primordial. La opción fundamental cristaliza normalmente a partir de decisiones particulares en las cuales y a través de las cuales el sujeto va decidiendo sobre sí mismo. En este sentido, podemos hablar plenamente de una “moralidad de la opción fundamental”.
  • 69. La opción fundamental no es solamente una “estructura” de la moralidad, sino que puede ser también objeto de la responsabilidad decisional del hombre. Dicho con otras palabras, puedo ser responsable de mi propia orientación vital de fondo, por el bien o por el mal.
  • 70. No debemos separar radicalmente la opción fundamental y los actos particulares realizados por la persona (Cfr. VS 67..) Existe continuidad entre unos y otros en nuestra experiencia real de todos los días. Por ello mismo, la persona entera puede expresar su adhesión al bien o el mal, tal como le es presentado por su propia razón, en cada acto humano particular.
  • 71. Esos actos particulares puede expresar coherentemente su opción fundamental, o puede contradecirla, incluso radicalmente. El hecho de que su opción fundamental no cambie, no significa que ese acto humano particular no esté connotado moralmente, en cuanto expresa una decisión plenamente libre por el bien o el mal visto por la conciencia.