Ha llegado el documento que la Iglesia necesitaba, en el que su tema fundamental es la familia: Amoris Laetitia: La alegría del amor. Es una exhortación apostólica, fruto de dos sínodos de los obispos. Este documento está compuesto por nueve capítulos, de los cuales deja claro que “los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad” (A.L. 35). Es por eso que dicho documento, aunque reconoce lo complejo que es la vida matrimonial, reconoce la importancia que la Iglesia esté presente y acompañando a las parejas a orientar su matrimonio desde Cristo. El mismo papa Francisco, invita a que esta exhortación se lea sin prisa, y que se ponga en práctica. Además, ofrece dos propuestas en las que invita a las familias cristianas a estimular y valorar los dones del matrimonio y la familia y en segundo lugar a alentar a todos para que sean signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se realiza perfectamente o no se desarrolla con paz y gozo (Cf. A.L. 5).
1. Autor: Cristian Camilo Cárdenas Aguirre
PRESENTACIÓN DE LA ENCÍCLICA AMORIS LAETITIA
Autor: Cristian Camilo Cárdenas Aguirre
Ha llegado el documento que la Iglesia necesitaba, en el que su tema fundamental es la
familia: Amoris Laetitia: La alegría del amor. Es una exhortación apostólica, fruto de dos
sínodos de los obispos. Este documento está compuesto por nueve capítulos, de los cuales
deja claro que “los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de
no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad
frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que
podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia
retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve
pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad” (A.L. 35). Es por eso que dicho
documento, aunque reconoce lo complejo que es la vida matrimonial, reconoce la
importancia que la Iglesia esté presente y acompañando a las parejas a orientar su matrimonio
desde Cristo. El mismo papa Francisco, invita a que esta exhortación se lea sin prisa, y que
se ponga en práctica. Además, ofrece dos propuestas en las que invita a las familias cristianas
a estimular y valorar los dones del matrimonio y la familia y en segundo lugar a alentar a
todos para que sean signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se realiza
perfectamente o no se desarrolla con paz y gozo (Cf. A.L. 5).
En el primer capítulo el papa afirma que la familia está llamada a compartir la oración
cotidiana, la lectura de la Palabra de Dios y la comunión eucarística para hacer crecer el amor
y convertirse cada vez más en templo donde habita el Espíritu. En el capítulo segundo
advierte del peligro del individualismo que desvirtúa los vínculos familiares y convierte a las
familias en islas y pide a la Iglesia que se ofrezcan espacios de acompañamiento y
asesoramiento sobre cuestiones relacionadas con el crecimiento del amor, la superación de
los conflictos o la educación de los hijos. En el capítulo tercero sentencia que el sacramento
del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un
compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos. (Cf.
A.L. 72), pide a “Los pastores, que, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las
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situaciones” (Familiaris consortio, 84). Y agrega que el grado de responsabilidad no es igual
en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto,
al mismo tiempo que la doctrina se expresa con claridad, hay que evitar los juicios que no
toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo
en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (Cf. A.L. 79). El capítulo cuarto,
deja claro que la paciencia en el matrimonio no es dejar que los maltraten continuamente, o
tolerar agresiones físicas, o permitir que los traten como objetos. El problema radica es
cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas. (Cf.
A.L. 92), y que casarse por amor es optar por el matrimonio de esta manera, expresa la
decisión real y efectiva de convertir dos caminos en un único camino, pase lo que pase y a
pesar de cualquier desafío (Cf. A.L. 132) y denuncia que el celibato, no llevado como don,
corre el peligro de ser una cómoda soledad, que da libertad para moverse con autonomía,
para cambiar de lugares, de tareas y de opciones, para disponer del propio dinero, para
frecuentar personas diversas según la atracción del momento (Cf. A.L. 162). El capítulo
quinto, da un consejo esperanzador a los padres, respecto a la madre dice “a cada mujer
embarazada quiero pedirle con afecto: Cuida tu alegría, que nada te quite el gozo interior de
la maternidad. Ese niño merece tu alegría. No permitas que los miedos, las preocupaciones,
los comentarios ajenos o los problemas apaguen esa felicidad de ser instrumento de Dios para
traer una nueva vida al mundo” (A.L. 171) y con respecto al padre, es a quien Dios pone con
las características valiosas de su masculinidad, y pide que él sea cercano a la esposa, para
compartir todo, alegrías y dolores, cansancios y esperanzas. Y que sea cercano a los hijos en
su crecimiento. (Cf. A.L. 177). En cuanto al capítulo sexto, se dirige en el numeral 203
pidiendo a los seminaristas que accedan a una formación interdisciplinaria más amplia sobre
noviazgo y matrimonio, y no sólo en cuanto a la doctrina. Además, la formación no siempre
les permite desplegar su mundo psicoafectivo. Y también a la necesidad de la formación de
agentes laicos de pastoral familiar con ayuda de psicopedagogos, médicos de familia,
médicos comunitarios, asistentes sociales, abogados de minoridad y familia, con apertura a
recibir los aportes de la psicología, la sociología, la sexología, e incluso el counseling. (A.L.
204). Además, ofrece algunas perspectivas pastorales como iluminar las crisis, las angustias,
las dificultades, 231; sanar viejas heridas, 239; hay que acompañar después de rupturas y
divorcios, 241; hay que hacer posible los procedimientos para los casos de nulidad, 244;
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hacer una debida atención a los matrimonios mixtos, 247. Los matrimonios con disparidad
de culto, son lugar privilegiado, 248. En el capítulo séptimo, dice que la educación de los
hijos, debe estar marcada por un camino de transmisión de la Fe. (Cf. A.L, 287). La familia
se convierte en sujeto de la acción pastoral mediante el anuncio explícito del Evangelio y el
legado de múltiples formas de testimonio, entre las cuales: la solidaridad con los pobres, la
apertura a la diversidad de las personas, la custodia de la creación, la solidaridad moral y
material hacia las otras familias (A.L. 290). El capítulo octavo, asevera que nadie puede ser
condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los
divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren (A.L.
297) y que los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser
más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier
ocasión de escándalo (A.L. 299) y exhorta a los a que no pueden sentirse satisfecho sólo
aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran rocas
que se lanzan sobre la vida de las personas (A.L. 305). En el capítulo noveno, el papa
Francisco, concluye diciendo que toda la vida de la familia es un «pastoreo» misericordioso.
Cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida del otro: «Vosotros sois nuestra carta,
escrita en nuestros corazones [...] no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo» (2 Co 3,2-
3) (A.L.322).