La biblia es el libro más leído en el mundo y es una fuente inagotable, porque no deja de quedarse en el misterio divino. Es así, que nadie puede acreditarse su elucidación a merced de la Tradición de la Iglesia, ya que es ella quien tiene la auténtica interpretación. Hoy nos encontramos con una serie de interpretaciones bíblicas, algunas acomodadas a caprichos o intereses personales. Muchos dicen haber leído varias veces la Biblia, pero esto no es lo más asombroso que se pueda hacer; pues, aunque se lea una y mil veces, sin una interpretación auténtica, esta no dará verdaderos frutos de salvación. Ejemplo preclaro lo encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles 8, 26 – 35 cuando Felipe, enviado por el Señor, se acerca al eunuco, quien iba leyendo al profeta Isaías y él le pregunta: ¿Entiendes lo que vas leyendo? La respuesta de una persona soberbia diría sí, y daría una interpretación acomodada o le haría decir lo que la Palabra no dice. En cambio, la respuesta más sensata y humilde del eunuco fue ¿Cómo lo puedo entender si nadie me guía en la lectura? Y dice la Palabra que Felipe se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús. Él recibió la enseñanza directamente de los Apóstoles y los Apóstoles del mismo Jesús. Así mismo, la Iglesia habiendo recibido la enseñanza de Cristo, la transmite íntegramente de generación en generación, por medio del magisterio eclesial.