El documento describe la creación del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras (BAII) promovido por China y la participación de varios países europeos en él a pesar de la oposición de Estados Unidos. El BAII tiene como objetivo financiar proyectos de infraestructura en Asia y cuenta inicialmente con $50 mil millones en capital. Aunque Estados Unidos argumenta que ya existen instituciones similares como el Banco Mundial, la participación de países como el Reino Unido, Alemania, Francia e Italia se debe a la necesidad de fortalec
Divide China a Occidente? El nuevo Banco Asiático de Inversiones
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¿DIVIDE CHINA A OCCIDENTE?
Manfred Nolte
Algo se ha movido en la geoeconomía y geopolítica mundiales desatando las
alarmas de Washington. Se trata de la creación del ‘Banco asiático de
Inversiones en infraestructuras’ (Asian Infrastructure Investment Bank), en
adelante BAII. El BAII es una institución financiera promovida por el gobierno
de China. El objetivo del nuevo Banco multilateral de desarrollo es la
financiación de los proyectos de infraestructura en la región asiática, por
ejemplo carreteras o ferrocarriles en los países en desarrollo del continente.
Diversos estudios han cifrado en ocho billones de dólares las necesidades de
inversión entre 2010 y 2020 en infraestructuras para que la región pueda
proseguir su desarrollo económico. El capital inicial del BAII es de 50.000
millones de dólares ampliable a 100.000. En Octubre de 2014 se acordó en
Pekín un ‘memorando de entendimiento’ firmado por 21 países que incluían
además de China a India, Tailandia, Malasia, Singapur, Filipinas, Pakistán,
Bangladesh, Brunei, Cambodia, Kazajstán, Kuwait, Laos, Myanmar, Mongolia,
Nepal, Omán, Qatar, Sri Lanka, Uzbekistán y Vietnam. Pero son, sobre todo, los
países occidentales que han pactado en este mes de marzo pasado su
participación en el BAII los que han provocado las iras de Estados Unidos,
revolucionando el actual mapa de la gobernanza financiera mundial.
La idea del BAII es necesariamente buena, en una región que necesita
inversiones en infraestructuras de retornos inmediatos, para seguir sustentando
el crecimiento de sus países, y muy en particular para despertar el de aquellos
más necesitados, cuyos habitantes permanecen atrapados en la insoportable
trampa de la pobreza y que dependen desesperadamente de tales recursos. El
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hecho de que China quiera aplicar parte de sus 3,8 billones de dólares de
reservas a la causa del desarrollo asiático sería, sin más, una buena noticia.
Pero al veredicto aprobatorio que nace del más básico sentido común se unen
los intereses geoeconómicos y geopolíticos y las estrategias de influencias que
nunca se hallan ociosas. La Casa Blanca, como cabía esperar, considera la
iniciativa innecesaria y provocadora. Después de todo ya existen instituciones
multilaterales con décadas de experiencia tales como el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial, y en lo que se refiere al continente asiático y a
sus intereses, el Banco asiático Desarrollo. Adicionalmente esgrime como
argumento central la duda de si el BAII será capaz de desarrollar unos
estándares de gobernanza medioambiental y social suficientes y si China no
ejercerá un derecho de veto ‘de facto’ en todas las decisiones del Banco, algo
negado por las autoridades del país promotor.
De ahí que Estados Unidos haya tratado de ejercer toda su influencia para evitar
que sus aliados históricos puedan pasar a formar parte de aquellas instituciones
en las que el gigante americano no ejerza su liderazgo. Resulta claro que el
proyectoBAII erosiona la influencia económica global del gigante americano.
Las presiones de la Casa Blanca han sido infructuosas. A principios de marzo
pasado Gran Bretaña anunció su participación en el proyecto BAII, una colisión
estratégica que ha suscitado las más duras críticas por parte de la
administración Obama. El 17 de marzo, los ministros de finanzas de Alemania,
Francia e Italia anunciaron igualmente que los tres países aceptarían la
invitación china de constituirse en miembros fundadores del BAII. A pesar de
las objeciones de Washington otros países como Australia y Corea del Sur
pueden unirse en cualquier momento al megaproyecto asiático. Aunque los
términos de esta disputa pueda ser importante e indicativa de futuras
controversias con China en el campo de la gobernanza internacional lo
sustantivo es la falta de coordinación transatlántica o incluso en la unión
europea. Cuando Estados Unidos de la mano de Japón anunció que no se uniría
al nuevo proyecto, China incrementó la presión sobre los socios potenciales de
occidente: solamente aquellos países que se adscribieran antes de finales de
marzo tendrían una posición de influencia en los órganos de gobierno de la
nueva institución. Al mismo tiempo anunciaba que la participación de los países
no asiáticos quedaba restringida al 25 por ciento del capital.
Las razones de la incorporación del Reino Unido, Alemania y en menor medida
Francia e Italia no se han basado ni en un antagonismo teórico con Estados
Unidos ni tampoco en el amor incondicional al proyecto del Banco asiático
como tal, sino en la imperiosa necesidad de estrechar lazos con el coloso chino,
dado el peso de este último mantiene en los intercambios económicos con la
Unión europea.
Como ya se ha dicho, la verdadera preocupación de la administración americana
es que China erija unas instituciones que debiliten progresivamente la
influencia estadounidense en la economía global. También se cita la inquietud
legítima acerca de la emergencia del yuan como moneda vehículo que amenace
la dominación secular del dólar, un privilegio que ha resultado esencial para la
prosperidad económica de América. Pero estas alarmas constituyen en si
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mismas el diagnóstico de una situación geoestratégica inestable y, en su caso,
insostenible.
En efecto, en primer lugar, la influencia ejercida por Estados Unidos y sus
aliados japoneses y europeos en las Instituciones multilaterales existentes no se
corresponde ya con el peso de dichas potencias en el concierto económico
mundial. Como consecuencia de la anterior resulta incomprensible e
injustificable el reducido peso que se ha permitido mantener a las potencias
emergentes, en particular China, en el gobierno de las Instituciones
multilaterales vigentes. En el Banco Mundial el voto de China representa el
4,9% frente al 16,3% de Estados Unidos. En el FMI su voto es del 2,5%. Una
consideración adicional reside en el retroceso experimentado por el Fondo
Monetario Internacional en el manejo y canalización de los flujos financieros
internacionales. Las reservas mundiales de divisas ascienden hoy a doce
billones de dólares frente a los dos billones de finales del milenio. Los recursos
del FMI se reducen a un billón. Las inmensas reservas chinas pueden impulsar
al continente asiático en la dirección correcta.
El mundo avanza en una dinámica imparable. No hay sitio para cualquier veto
que no esté fuertemente fundamentado. La geopolítica precisa de una
acomodación inteligente a las nuevas relaciones de poder y la creación del BAII
puede cabalmente conceptuarse, en consecuencia, como un hito de
responsabilidad y progreso en la gobernanza mundial.