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ENEMIGOS PROBABLES
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ENEMIGOS SOLAMENTE PROBABLES.
Manfred Nolte
En 1933, Ortega y Gasset abrió una célebre conferencia con las siguientes
palabras: “No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”.
Resulta que la economía española está dando zancadas vigorosas para alejarse
definitivamente de la gran crisis global y a nuestro lado, impertérritas ante un
cúmulo de signos esperanzadoras, nuestra bolsa de valores , de la mano del
resto de las mundiales, ha sufrido los estragos de una tormenta formidable. Y no
sabemos como pueden pasar ambas cosas a la vez, porque nos parecen
contradictorias.
Pongamos las cosas en perspectiva.
Para entender como funciona la economía y como podemos gestionarla
orientándola al progreso social tenemos que prestar atención a las ideas y
sentimientos que animan a las gentes, a sus ‘espíritus animales’. Nunca
interpretaremos cabalmente los giros económicos que surgen periódicamente
sin confrontarnos al hecho de que sus causas son en gran medida de naturaleza
mental. ‘Espíritus animales’ (‘Animal spirits’) es una expresión acuñada por
John Maynard Keynes para describir la emoción o el afecto que influye en el
comportamiento humano y que se puede medir en términos de la confianza de
los distintos agentes económicos. El genial economista inglés apreciaba que la
mayor parte de la actividad económica se regía por motivaciones racionales pero
que en buen número de situaciones también estaba gobernada por ‘espíritus
animales’, por motivos no estrictamente económicos ni racionales, como, por
ejemplo, la mera prudencia o el miedo o la mengua en la confianza o incluso la
corrupción. En opinión de Keynes estos ‘espíritus animales’ son la causa
principal de las fluctuaciones económicas súbitas o inesperadas.
Veamos: han tenido que ser las dramáticas caídas de los parqués mundiales en
un verano aciago que se extiende hasta el día de hoy, las que nos han advertido
que algo chirría en la marcha económica de los países en la estela de la gran
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crisis global. Según el índice Bull and Bear de Merril Lynch el sentimiento
global de los inversores es el más negativo desde 2011. Por primera vez desde
1990, mantener el dinero en efectivo o en cuenta corriente ha resultado una
mejor alternativa que los índices de bonos y acciones.
La crisis de origen yanqui (no debe olvidarse nunca) arrasó una buena parte de
las economías occidentales y también de las emergentes y en desarrollo. Pero es
sabido que por mera tautología, es decir por mera repetición de lo que expresa
su concepto o contenido, las crisis también tienen un final. De lo contrario no
serían crisis sino que se instalarían en un equilibrio estacionario permanente,
una especie de encefalograma plano de la actividad productiva que se contradice
con nuestras experiencias. El ciclo es un ingrediente vital de la circunstancia
humana que discurre desde su ritmo interior circadiano hasta las fastuosas
oscilaciones de los astros en su deambular por un firmamento en asombrosa
expansión.
De modo que la crisis contagiada por los Estados Unidos de América al resto del
planeta, como toda crisis, había llegado tiempo atrás a su punto de inflexión(en
algunos casos, bastantes, tras no pequeñas recaídas). Citemos tres ejemplos
claros: Estados Unidos, el villano de esta película que fue el primero en alcanzar
la plena recuperación y en similar medida Alemania y más recientemente el
Reino Unido. En estos tres países, en 2015 se registran ya niveles iguales o
superiores de PIB a los de 2008. Lo mismo cabe decir de sus porcentajes de
desempleo, indicador social de análoga importancia al del PIB y al que este se
supedita. En otros, tras una dilatada suma de trimestres encadenados de PIBs
negativos, la tendencia se había roto iniciándose una senda de crecimiento más
o menos robusta y apreciable. Entre estos últimos está el caso de España, que a
partir de 2013 deja atrás los crecimientos negativos de producción final y la
destrucción de empleo para iniciar la senda de la recuperación.
Este era hasta mediados de este verano el marco de referencia de la economía
española. Ocho trimestres sucesivos de crecimiento con una tasa prevista en
2015 del 3,2%, liderando el crecimiento de la Unión europea. Reducción del
déficit comercial, superávit del corriente, record de exportaciones y el hecho
esperanzador de registrar un aumento en su cuota de exportación en el total
mundial. Un mes de julio, el mejor en 17 años para el desempleo, que bajó en
74.028 personas, el descenso más importante desde 1998 y la perspectiva de
que antes de 2017 se crearán un millón de empleos. La confianza del
consumidor en nuevos máximos en plena canícula veraniega, lo mismo que las
matriculaciones de turismos que registraron su mejor julio en 19 años. Y así
muchos hitos más. El más reciente el de la agencia de calificación crediticia
Standard & Poor's que ha mejorado este viernes en un escalón el rating de la
deuda española, hasta 'BBB+' con perspectiva 'estable'. La entidad
estadounidense, a través de un comunicado, ha justificado esta decisión en el
impacto positivo que las reformas del Gobierno han tenido en la economía de
España
Pero henos aquí, que este caminar esperanzador de la cuarta economía europea,
capitaneando el avance del resto de economías del viejo continente, ésta se ve
súbitamente confrontada a lo que bien pudiera ser un tsunami financiero, si las
cosas, como parece, se obstinan en continuar así.
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En efecto, el selectivo de la Bolsa española, el Ibex 35 a niveles de 9.500,
similares a los de mediados de 2013 y retrocediendo de un esperanzador nivel
de 11.900 el máximo anual alcanzado a principios de este año. El Ibex cierra su
peor trimestre desde el rescate financiero de España en 2012. Derrumbe menos
acusado el del Dow americano que ronda los 16.000 viniendo de máximos
históricos de 18.300 igualmente a principios de año y retrocediendo a
cotizaciones de inicios de 2014. O el caso del Dax alemán que lucha con el 9.7oo
después de alcanzar los 12,400 el la primavera de 2015. Hay una diferencia que
sitúa las estadísticas en su referencia apropiada. Y es que Estados Unidos,
Alemania o Reino Unido habían recuperado (hasta hace unas semanas) no solo
sus niveles de producción y empleo sino también los máximos históricos de sus
bolsas, mientras que en el caso del Ibex venimos de un registro de 16.000
puntos en las vísperas del inicio de la crisis en 2008.
¿Qué sucede entonces a nivel de la economía española, pero siempre inserta en
el concierto mundial de países, para que se haya producido una disociación tan
brutal entre los índices generalmente utilizados para monitorizar la evolución
de una economía y el decepcionante deambular de los mercados financieros, en
particular el de los mercados de renta variable?
Dos cosas muy importantes. La primera que las bolsas han hecho honor a su
función de ser unos estimadores anticipados de la coyuntura a corto plazo (no
así del largo), coyuntura que descuentan por lo general a tipos más que
cautelosos. Por si acaso. La segunda los ‘espíritus animales’. Las expectativas y
con ellas el último resorte de los componentes de la demanda en una economía
de mercado: la confianza de consumidores y empresarios que en este impacto
inicial solamente tiene efectos financieros, esto es, patrimoniales o de deterioro
del stock de riqueza sin afectar por el momento al retraimiento de la demanda
efectiva lo que nos conduciría inexorablemente a una segunda recaída (tercera
en conjunto) desde 2008.
Las variables reales no dan pie al desánimo, y hay que seguir esperanzados en
que proseguirán su senda de recuperación. En 2016 se prevé que España
alcance su nivel de PIB global y per cápita de 2008. Pero a pesar de que las
expectativas de los agentes económicos siguen siendo positivas, tanto la
confianza del consumidor como industrial interrumpieron (esperemos que
temporalmente) en el tercer trimestre de 2015 su tendencia al alza. Todo lo cual
indica que el ritmo de crecimiento se está desacelerando durante el segundo
semestre del año y, lo que es peor, que libramos la batalla contra un enemigo
solamente posible y a veces probable.
Escarbando en la conciencia, el enemigo probable tiene ojos y cara: en España
se llama Cataluña y elecciones generales. En el mundo global el ‘tapering’ de la
Sra. Yellen, el trasiego de fondos de emergentes hacia el euro y Estados Unidos
y la recesión en algunos de ellos, como Brasil, así como el riesgo de que otros les
acompañen. También la caída de las materias primas y del petróleo ya que, a la
postre, los países en crisis compran menos a los ricos y la pérdida se socializa o
sea se contagia. Y en Europa, como ha señalado Wolfgang Münchau, la crisis de
los refugiados, la impagable deuda periférica, la agresión rusa a Ucrania y el
macro bofetón a la credibilidad internacional propinado por el grupo
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Volkswagen. Algunos –personalmente disiento- agregan a dicha letanía de
lamentaciones un shock adicional: el tratado de estabilidad, cooperación y
gobernanza firmado por los estados de la eurozona en 2012.
Ya se sabe que no hay nada más conservador que un dólar o un euro, que la
confianza es siempre una predicción personal basada en un crédito muchas
veces abstracto e irracional y que el miedo es libre. Nos encontramos en un
entorno macroeconómico estable. Que China y los emergentes no crezcan como
en el pasado es cosa sabida. Pero el mundo no está en recesión. Un crecimiento
del 3,3% es bastante aceptable y apenas difiere de la serie de los últimos años.
No obstante, aunque la economía real discurra por los previsibles derroteros de
la recuperación, puede haber crisis bursátil para rato. Al menos mientras no se
materialicen o se esfumen los espíritus animales que nos hemos formado.