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AYLAN KURDI, REFUGIADOS Y POBREZA EXTREMA.
Manfred Nolte
Aylan Kurdi es el nombre del niño sirio de apenas tres años ahogado en las
playas de Turquía, que ha sacudido las conciencias de Europa y ha provocado en
buena medida el primer gran programa comunitario de cuotas de acogida a
160.000 refugiados llegados este año a Grecia, Italia y Hungría, cantidad que,
pese a todo, queda lejos de las 500.000 personas que han llegado a territorio
europeo desde principios de este 2015, según el presidente de la Comisión en su
reciente discurso sobre el estado de la Unión. Con 160.000 refugiados para un
territorio de 5oo millones de habitantes, Europa esta conociendo la más aguda
crisis migratoria que el mundo ha experimentado desde la segunda guerra
mundial. Hoy lunes, los ministros de interior y justicia de la Unión Europea se
reúnen en Bruselas para buscar pautas de actuación en una política de asilo
común ante lo que se anticipa como una avalancha migratoria de límites
indeterminados.
Es cierto que Europa no puede albergar todas las desdichas de los países en
guerra y mucho menos las penalidades de aquellos a los que el lenguaje jurídico
conceptúa fríamente como ‘emigrantes económicos’. Pero a ambos, a aquellos y
a estos, alude en silencio el pequeño cuerpo sin vida de Aylan Kurdi mecido por
las olas en las orillas de una nueva tierra de promisión. Nos explica con
insoportable ternura que es imperativo recordar el derecho natural de aquellos
que huyen del infierno de la pobreza en su sentido más amplio, dejando atrás
una existencia sin esperanza buscando otra mejor aun a costa de perderla del
todo. La cobertura jurídica otorgada por el estatuto universal del refugiado, la
Convención de Ginebra de 1951, que asiste a los que solicitan asilo político se
refiere a la pobreza absoluta de quien ve amenazada físicamente su bien más
radical, la vida, pero en esencia esa protección se entiende extendida, como
derecho natural, a cualquier tipo de pobreza extrema. Hay cientos de niños
entre los que huyen de la violencia y de los horrores de la guerra y las terribles
condiciones que asolan su viaje cualifican por si solas la gravedad de la crisis
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humanitaria. Muchos languidecen en campamentos improvisados con poca o
ninguna ayuda. Para ellos y sus familiares Aylan encarnará en adelante el sueño
insobornable por alcanzar una vida normal.
La evidencia muestra que la inmensa mayoría de los migrantes que llaman a las
puertas de Europa huyen de la pobreza, en especial si asumimos que perder la
vida es sucumbir a la pobreza absoluta. Por ello, aunque resulte inoportuno
tratar en abstracto las causas de la pobreza extrema, su propósito aquí no es
otro que hallar pautas para su interpretación conjunta con el patético panorama
de una migración masiva que se adivina como el más importante reto al que
Europa se enfrenta en los meses y años venideros.
Comencemos recordando los estragos de la colonización occidental. Engerman y
Sokoloff (2004) relatan que las formas persistentes de pobreza encontradas en
antiguas colonias europeas constituyen la herencia atribuible a la escasísima
participación de la población autóctona en la organización de los procesos de
producción e innovación y en general en la creación de Estado y las formas más
elementales de la convivencia democrática. Si esto es así, la respuesta solidaria
de hoy vendría impuesta por la conducta miope y abusiva del pasado.
Pero la pobreza en sí misma no puede ser una trampa. De lo contrario todos
seguiríamos en la indigencia. China, Corea, la India y muchos otros países
emergentes seguirían prisioneros de la miseria. ¿Por qué la globalización ha
catapultado las rentas de enormes superficies planetarias y ha sido incapaz de
acelerar el crecimiento de los países hoy aun asolados?
Quizá ha sido Paul Collier, (2007) quien ha aportado las respuestas más
provocadoras. Para el Director del Centro de Estudios africanos de la
Universidad de Oxford, son múltiples las características que acompañan a los
países más desasistidos, de las que solo citaremos tres.
La primera es el conflicto. Tres cuartas partes de esta población han atravesado
o atraviesan una guerra civil o algo sustancialmente similar. Guerras que se
extienden durante años con consecuencias económicas desastrosas, siendo la
mitad de ellas rebrotes de conflictos anteriores. Estas contiendas tienen sus
raíces en el colonialismo y la disparidad de rentas, pero sobre todo en la alta
proporción de jóvenes analfabetos, los desequilibrios entre grupos étnicos y la
abundancia de recursos naturales como diamantes o petróleo que son la fuente
de financiación de las rebeliones. Fanatismos religiosos y étnicos se unen al
panorama descrito produciendo el estallido social y provocando las salidas
masivas de ciudadanos de las zonas afectadas.
Las trampas conviven y se relacionan. Las rentas de los recursos raros y
preciosos no solo favorecen las insurgencias sino que crean graves disfunciones
democráticas. Los países pobres ricos en recursos no recaudan impuestos pero
por ello mismo tampoco se someten al veredicto del electorado dando pie a la
ausencia de Estado, la profusión de dictadores y señores de la guerra,
conduciendo a los países a la inseguridad jurídica, la inexistencia del estado de
derecho y finamente la anarquía y el caos económico.
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Finalmente la trampa de una mala gobernanza asociada a la corrupción, la
medida en que se ejerce el poder público en beneficio privado, esa lacra
pavorosa que destruye a un país desde su interior y que finalmente ha
provocado el estallido de las bases sociales pero que ha conducido tras un
esquema acción-represión a la destrucción de las infraestructuras y al caos
económico.
Ante algunos de estos rasgos que acompañan a la extrema pobreza en el mundo:
¿Qué pueden hacer los países ricos por atenuarla o superarla? ¿Puede la
solidaridad de acogida a los refugiados o la referida a las cantidades dinerarias
volcadas en los países pobres como ayuda financiera al desarrollo desencallar el
problema? Los expertos califican estas medidas de alivio pero no de solución.
Existe, por ejemplo, un creciente consenso de que Europa está haciendo poco o
nada por estabilizar Siria, Libia, Eritrea o Afganistán. Tal vez el plano político
sea insuficiente y deban considerarse intervenciones militares coordinadas en
las zonas de máximo conflicto, algo que se tacha de ‘imperialismo filantrópico’.
La memoria histórica puede retroceder hasta la efectiva intervención en Sierra
Leona que acabó con la guerra civil, mientras que la pasividad internacional
abocó a Ruanda al genocidio. El debate es extraordinariamente delicado.
No acaban aquí las recomendaciones. Lo anterior debe conjugarse con una
audaz normativa internacional: leyes que obliguen a los paraísos fiscales a
revelar los depósitos de los cleptócratas. Los paraísos fiscales son las cloacas de
los dictadores y tiranos de todo signo, de los criminales, defraudadores y demás
delincuentes y es allí donde se remansan secretamente los recursos expoliados
al desarrollo legítimo de los países más necesitados.
Una reflexión más. Existe una creciente de opinión que achaca al capitalismo la
pobreza, la desigualdad, el desempleo y hasta el calentamiento global. Pero el
tema no es ni mucho menos tan claro. El éxodo migratorio a Europa es una
búsqueda de los centros de excelencia de la libre economía de mercado que ha
producido la zona más rica y social del mundo: la Unión Europea de 500
millones de habitantes que censa el 50% de la protección social del planeta. El
problema de los países de pobreza extrema no se debe a la presencia del
capitalismo sino justamente a su ausencia, al no existir en aquellos los
requisitos básicos para el desarrollo de una economía de mercado. Nadie en las
circunstancias del éxodo masivo actual hacia las fronteras europeas puede ser
insensible al sufrimiento de sus actores. Pero no es consecuencia de un
capitalismo o de una globalización desenfrenadas sino de lo contrario: hunden
sus raíces en la miseria los mil millones de habitantes del planeta que no han
podido acogerse a los beneficios de la globalización y de los mercados.
Y una consecuencia final derivada de la consideración anterior: el número ideal
de refugiados en las fronteras europeas es cero. La crisis actual contiene
inevitablemente un efecto llamada que la agudizará en los años venideros a
menos que actuemos sobre las causas y no solo sobre los síntomas. Ello supone
una política seria y sostenible para la creación y mantenimiento de sociedades
libres en las que los ciudadanos tengan un acicate para permanecer. Sociedades
de economía de mercado, con derechos de propiedad consolidados, bajo el
imperio de la ley y el estado de derecho, con una prensa libre, una judicatura
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independiente y un caldo de cultivo espontaneo para el florecimiento de la vida
democrática. Esta tarea lo es de Europa pero también de Estados Unidos y de
Naciones Unidas que lleva décadas sin avanzar en la reforma de sus capacidades
y modus operandi por intereses encontrados de las grandes potencias.