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Capítulo III
PERSONA Y SOCIEDAD. BIEN COMÚN
El ser humano no sólo vive junto a otros, sino que vive con otros, con quienes
existe una interdependencia más o menos intensa y mantiene unas relaciones más o
menos amistosas. Todas las personas forman parte de una familia y de una
sociedad civil estructurada políticamente. Más aún, en cierto sentido, cada persona
forma parte de la humanidad entera. Además, mucha gente pertenece, de ordinario,
a otras sociedades o comunidades de índole muy diversa: sociedades de carácter
religioso, educativo, cultural, cívico, económico, político, deportivo, benéfico...
La experiencia común es que el hombre vive en sociedad y, de acuerdo con la
ciencia etnológica, nada hace pensar que haya vivido alguna vez completamente
aislado de toda la sociedad. Aristóteles afirmaba que el hombre es un «animal
social», y añadía que «quien es incapaz de vivir en sociedad o no tiene necesidad
de ella porque se basta a sí mismo, tiene que ser un animal o un dios»1
. La vida en
sociedad es, pues, una realidad humana universal. Esta vida social puede ser más
menos intensa o amplia, y estar más o menos organizada, pero donde hay hombres
hay sociedad.
El modo de organizar la convivencia social condiciona el desarrollo humano, ya
que facilita o dificulta la práctica del bien. De ello se deduce la importancia de una
reflexión cristiana sobre la sociedad y la necesidad de que ésta se organice para
bien de las personas.
Dimensiones individual y social de la persona
El hombre es un ser individual y, al mismo tiempo, social. La índole social del
hombre se manifiesta en que necesita de los demás, se comunica con ellos y, de
algún modo, tiende a participar y a compartir lo suyo con otras personas. Recibe de
la sociedad medios materiales y técnicos, ciencia, organización social, cultura. A su
vez, la vida en sociedad y la pertenencia a comunidades particulares hace posible la
entrega a los demás, necesaria para un pleno desarrollo humano.
El desarrollo humano exige, en efecto, esta comunión y servicio a los demás. Con
palabras del último Concilio puede afirmarse que el hombre «no puede encontrarse
plenamente a sí mismo, sino por la entrega sincera de sí»2
. La vida social
engrandece al hombre en codas sus cualidades y le capacita, con ayuda de la
gracia, para responder a su vocación cristiana3
. La necesidad de la vida social no es,
pues, un sobreañadido, sino algo inherente a la naturaleza humana4
. La Revelación
enseña que, desde el inicio, Dios se ha manifestado a un pueblo y nos llama a
formar parte de una comunión, la comunión de los santos. Aunque el juicio, la
salvación o condena son individuales, nadie se salva o se condena solo.
El carácter social del ser humano lleva a considerar a los demás como iguales y a
darles el trato adecuado. Pero este carácter social no elimina el carácter individual
1
Política, lib I, cap 2.
2
GS 24.
3
Cf. GS 25.
4
GS 25.
1
de cada persona, individuo singular con «una historia de su vida y sobre todo una
historia propia de su alma»5
. Es, pues, necesario reconocer en cada persona, junto a
su dignidad trascendente, su carácter individual y, al mismo tiempo, social.
Es evidente que existe una fuerte interdependencia entre las personas y la
sociedad o, para ser más exacto, entre cada persona y las comunidades con las que
se relaciona y en las que desarrolla su existencia, empezando por la familia. En la
respuesta a esta interdependencia, el hombre tiene oportunidad de contribuir al bien
de otros y, en consecuencia, de desarrollarse en su humanidad, o al contrario.
Esta red de interdependencias se concreta en un complejo entramado de
relaciones sociales, instituciones y leyes. El tipo de relaciones existentes, las
instituciones que se establezcan y las leyes que se promulguen condicionan la
respuesta del hombre a su vocación humana y cristiana. La persona humana
necesita, pues, de la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreañadido,
sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de
servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades y
responde a su vocación6
.
La sociedad según la Sagrada Escritura y la Tradición
La sociabilidad del hombre y su vida en sociedad está presente en la Sagrada
Escritura desde la creación. Allí aparece ya la sociedad más básica de la vida social:
el matrimonio7
, institución social rarificada por Cristo8
. La experiencia humana de la
sociabilidad coincide con las palabras que el autor sagrado pone en boca de Dios
poco antes de la creación de la mujer: «No es bueno que el hombre esté solo»9
.
La Biblia hace notar también que todo el linaje humano procede de la primera
sociedad formada por Adán y Eva: «El hombre llamó Eva a su mujer por ser la
madre de todos los vivientes»10
. Esta unión «vertical» con nuestros primeros padres
supone también un nexo «horizontal» entre todos los hombres.
El Nuevo Testamento aporca luces nuevas sobre la unidad „ del género humano y
los nexos que le dan cohesión. Dios «hizo de uno todo el linaje humano»11
declara
San Pablo ante el Areópago de Atenas. A la solidaridad ontológica de la entera
humanidad con Adán se une la solidaridad sobrenatural de toda la humanidad con
Cristo: «así como en Adán mueren todos, así también en Cristo serán todos
vivificados»12
. Todos los hombres están llamados a formar parte del cuerpo de Cristo
y a vivir en comunión entre ellos: «siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo,
pero cada miembro está al servicio de los otros miembros»13
.
Los Salmos y demás libros sapienciales contienen elocuentes consejos para la
vida en sociedad y la cooperación. Sirvan de ejemplos estos dos textos: «El
5
RH 14.
6
Cf. CCE 1879; cf. GS 25.
7
Cf. Gén 2, 24.
8
Cf. Mt 19, 3-6 y textos paralelos.
9
Gén 2, 18.
10
Gén 3, 20.
11
Ac 17, 26.
12
1 Cor 15, 22; cf. Rom 5, 12-21.
13
Rom 12, 5.
2
hermano ayudado por su hermano es como ciudad fortificada»14
y «más valen dos
que uno, porque logran mejor fruto de su trabajo. Si uno cae el otro le levanta; pero
¡ay del solo, que si cae no tiene quien le levante! (...) Si uno es agredido, serán dos
en defenderse, y la cuerda de tres hilos no es fácil de romper»15
.
Señalan, además, el origen divino del poder de gobernar16
, al tiempo que
advierten contra los abusos en el empleo del poder y la responsabilidad ante Dios de
quienes lo ejercen17
.
Moisés y los profetas exhortan con frecuencia a vivir la injusticia —exigencia
básica de la vida en sociedad—, entendiendo la justicia en un sentido muy amplio.
Dios no acepta sacrificios religiosos sin practicar la justicia. Son expresivas las
palabras con que el profeta Isaías increpa a su pueblo: «No me traigáis más esas
vanas ofrendas (...) Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo,
restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda»18
. También
Jesús reprimirá los modos legalistas de entender la religión cuando ésta se reduce a
minucias, olvidando las exigencias sociales de una conducta recta: «¡Ay de vosotros,
escribas y fariseos hipócritas, que diezmáis la menta, el anís y el comino, y dejáis lo
más grave de la Ley: la justicia, la misericordia, la lealtad! Bien sería hacer aquello,
sin omitir esto»19
.
Jesús eleva el mandamiento del amor al prójimo a una altura incondicional, que
incluye hasta a los enemigos20
. Este mandamiento es la expresión máxima de la
conducta para la vida social; en él se resumen todos los demás preceptos21
.
Manifiesta, además, la condición fraterna de todos los hombres por tener un Padre
común: «todos vosotros sois hermanos (...) uno solo es vuestro Padre, el que está
en los cielos»22
.
Junto a la virtud fundamental de la caridad, en el Nuevo Testamento se
encuentran abundantes elementos sobre aspectos morales de la vida social,
también sobre la comunidad política. Así, por ejemplo, cuando Jesús alude a la
distinción entre el poder civil, detentado entonces por el César, y el religioso23
, o al
declarar que su reino no es de este mundo24
y desechar todo mesianismo temporal25
.
Ante Pilato, Jesús ratifica el origen divino del poder26
. También en las Cartas de los
apóstoles se detallan algunos deberes cívicos27
.
Los Padres de la Iglesia insisten en algunas de estas enseñanzas, aunque, por lo
general, no presentan una enseñanza moral sistemática sobre la vida social ni sobre
la comunidad política. Repiten las enseñanzas ya explicitadas en el Nuevo
14
Prv 18, 19.
15
Ece 4, 9-12.
16
Prv 8, 15.
17
Ver, p.e., Sab 6, 2-4.
18
Is 1, 13-17.
19
Mt 23, 23.
20
Mt 5, 43-45.
21
Rom 13, 9.
22
Mt 23, 8-9.
23
Cf. Mt 22, 21.
24
Cf. Jn 18, 36.
25
Cf. Ac 1, 6-8.
26
Cf. Jn 19, 11.
27
Cf. Rom 13, 1-7; 1 Pe 13, 14.
3
Testamento añadiendo advertencias contra actitudes individualistas, cerradas a
aquello que es de común utilidad. Así, en uno de los primeros escritos de la Iglesia
puede leerse: «No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis
ya Justificados sino reunidos para buscar Juncos lo que constituye el interés
común»28
.
San Agustín (s.V) es una notable excepción a esa tónica general. En su
monumental obra La ciudad de Dios, presenta una meditada concepción cristiana de
la sociedad. Según sus enseñanzas, la sociedad humana debe encarnar los valores
éticos verdaderos; por ello, la fe tiene que impregnar la vida social.
Valores fundamentales para el orden social
De las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de la consideración de la dignidad
de la persona humana, de la que nos hemos ocupado en el capítulo anterior, surgen
importantes implicaciones morales.
La primera de ellas es el valor intrínseco e incondicional de cada persona. Juan
Pablo II lo expresa con estas palabras: «A causa de su dignidad personal, el ser
humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser
considerado y tratado. Y al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como
un objeto utilizable, un instrumento, una cosa»29
.
En el valor incondicional de la persona humana infieren valores fundamentales
cuya vivencia es necesaria para el establecimiento de un recto orden social30
. Entre
ellos, destacan los siguientes:
• La verdad, que es como la esencia de la comunicación interpersonal y social. La
mentira rompe la confianza y el espíritu de cooperación. La convivencia civil sólo se
puede juzgar ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda
en la verdad.
• La libertad, don de Dios que la persona necesita para su desarrollo humano y
para corresponder a la gracia de Dios. Una sociedad que no respete la libertad no
respeta tampoco la dignidad de la persona.
• La justicia, que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde. Esto exige respetar
los derechos ajenos. Un orden social justo ha de respetar, en primer lugar, los
derechos de la persona, de los que nos ocuparemos en el aparrado siguiente.
• La. paz, entendida como «tranquilidad del orden», según una celebrada
expresión de S. Agustín. La paz es exigida por respeto a la vida humana y su
desarrollo31
. Exige una convivencia estable y segura dentro de un orden justo. La
paz es obra de la justicia32
y efecto de la caridad33
.
• La fraternidad o amor fraterno, que presupone la justicia pero que va más allá
del estricto respeto a los derechos ajenos. Lleva a ver a los prójimos como a
nuestros hermanos y a vivir unidos a ellos por el amor. La fraternidad humana
adquiere una fundamentación radical desde la fe. Saber que Dios es nuestro Padre
común asegura la fraternidad universal y el seguimiento de Cristo lleva a vivir la
28
Epístola de Bernabé, 4, 10.
29
CL 37.
30
Cf. PT 274.
31
Cf. CCE 2304.
32
Is 32, 17.
33
Cf. GS 78.
4
caridad con codos, también en la convivencia social, de acuerdo con el mandato del
Señor: «que os améis unos a otros; como yo os he amado»34
. De algún modo, la
fraternidad aúna, pues, los valores anteriores.
Todos estos valores manifiestan «la prioridad de la ética sobre la técnica, el
primado de la persona sobre las cosas y la superioridad del espíritu sobre la
materia»35
. Vivirlos es el camino seguro para el perfeccionamiento personal y para
lograr un auténtico humanismo y una convivencia social pacífica.
Comentando algunos de estos valores, San Josemaría anima a los cristianos a
contribuir a la convivencia social por ardua que resulte en algunas ocasiones: «Paz,
verdad, unidad, justicia. ¡Qué difícil parece la carea de superar las barreras que
impiden la convivencia humana! Y, sin embargo, los cristianos estamos llamados a
realizar ese gran milagro de la fraternidad: conseguir, con la gracia de Dios, que los
hombres se traten cristianamente, "llevando los unos las cargas de los otros" (Gal
6,2), viviendo el mandamiento del Amor, que es vínculo de perfección y resumen de
la ley (cf. Col 3,14 y Rom 13,10)»36
.
Individualismo y colectivismo
Hay dos concepciones del hombre —el individualismo y el colectivismo— que no
aceptan plenamente la doble condición individual y social del ser humano. Una de
ellas se centra en lo individual, que reclama la libertad y singularidad de cada uno,
mientras que la otra se fija, sobre codo, en lo social, que reclama un trato igualitario.
El individualismo aboga por el individuo, por la satisfacción de sus preferencias y
la libertad de elegir. La vida social y la sociedad tendrían por fin únicamente superar
conflictos de intereses. El individualismo no considera el carácter social del ser
humano y su tendencia a formar asociaciones amistosas. Ignora, sobre todo, la
necesidad humana de compartir lo propio con los demás para mejorar como ser
humano. En el orden económico, el individualismo favorece las grandes diferencias
en la repartición de la riqueza y las marcadas desigualdades sociales.
El individualismo reclama una «ética individualista», que se limita a presentar
normas para actuar con justicia en los intercambios y en el cumplimiento de ciertas
reglas de conducía social. Pero no considera el bien de la sociedad como un bien
del hombre, ni preconiza la necesidad de que cada persona se solidarice con las
necesidades ajenas y contribuya a remediarlas según las propias posibilidades. La
preocupación social no se concibe como una obligación de justicia, sino sólo como
una opción voluntaria de carácter altruista.
El individualismo da lugar a una visión de la sociedad de tipo «mecanicista». La
sociedad se concibe como simple agregado de individuos unidos por intereses. El
origen de la sociedad sería un hipotético «contrato social» para evitar la guerra de
rodos contra todos (Hobbes) o para impedir que la misma sociedad sofoque la
libertad individual (Rousseau).
Esta ideología acierta al remarcar el valor del individuo y de la libertad, pero falla
34
Jn 13, 34.
35
RH 16.
36
San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, n. 157.
5
al ignorar la dimensión social del hombre y su capacidad de solidaridad. Por otra
parte, el «contrató social» y las hipótesis antropológicas que las sustentan son
apriorismos que nunca han sido verificados.
En oposición al individualismo se encuentra el colectivismo, en el que el individuo
se diluye en su consideración de persona y en la singularidad de su existencia,
reclamando la igualdad a ultranza en la distribución de cargas y beneficios. Olvida
en demasía las diferencias entre las personas y su libertad, manifestada en
iniciativas y esfuerzos individuales. La experiencia histórica muestra que muchas
reivindicaciones igualitarias han engendrado injusticias tan graves como aquellas a
las que pretendían combatir37
.
Esta ideología supone que la sociedad evoluciona siguiendo unas determinadas
fuerzas naturales. El origen de la sociedad estaría en una especie de absoluto que
se genera a sí mismo, experimentando diversas fases dentro de un proceso
evolutivo desde una primera substancia (Hegel, Marx). Según esta concepción, la
sociedad sería como un «organismo natural», en el que cada individuo estaría
completamente subordinado al colectivo social. Lo determinante de la sociedad
serían los medios y procesos de producción y la lucha de clases que los acompaña,
más que la libre actuación de los individuos. Las personas no serían más que un
producto de la sociedad.
Aunque es innegable que hay factores de tipo económico, técnico o cultural que
condicionan las formas que adopta la sociedad, hay serios motivos para afirmar el
papel de la libertad en la historia y en la formación de la sociedad. De hecho, las
formas históricas concretas que ha adoptado la humanidad al vivir en sociedad son,
ame todo, fruto de la libertad.
En el ámbito político, las ideologías liberales hunden sus raíces en el
individualismo, mientras que las de tipo socialista y comunista lo hacen en el
colectivismo. Actualmente, las ideologías políticas, de uno u otro signo, se presentan
con planteamientos menos radicales que las que tuvieron en sus orígenes el
liberalismo y el socialismo, aunque siguen poniendo el acento en el individuo y su
libertad, o bien en lo colectivo y la igualdad de todos dentro de él.
Por lo demás, aunque el colectivismo, en apariencia, es opuesto al individualismo,
sin embargo, en sus respectivas raíces y aun en sus consecuencias, pueden
encontrarse muchos puntos comunes. Así, una exaltación exagerada de lo colectivo
y de la igualdad puede dar lugar a otra modalidad de individualismo, en la que cada
individuo reivindique sus derechos sin hacerse responsable del bien común de
todos. Es la actitud cómoda de quienes afirman que el Estado ha de resolver todos
los problemas sociales, oponiéndose o dificultando la iniciativa social de los
ciudadanos y sus asociaciones para contribuir a solucionarlos.
En sus raíces, tanto el individualismo como el colectivismo olvidan la vocación
trascendente del hombre y la necesidad de contribuir al bien de los demás para
mejorar uno mismo y hacer más humana la vida social.
La DSI reprueba el individualismo38
y exhorta a que nadie, por despreocupación
37
Cf. LC 13.
38
Cf. QA 65; OA 23; LC 13.
6
frente a la realidad o por pura inercia se conforme con una ética meramente
individualista39
. Al mismo tiempo, rechaza el colectivismo y, en general, todas las
concepciones de la sociedad que niegan la libertad o dificultan su ejercicio40
. La
Iglesia reclama que se respete la igualdad esencial de todos los hombres y se eviten
diferencias escandalosas, pero admite que puede haber desigualdades justas y que
eliminar sistemáticamente coda desigualdad puede ser también injusto41
.
Concepción cristiana de la sociedad
El Magisterio ha desarrollado su doctrina sobre la sociedad sobre todo desde
finales del siglo XIX, siguiendo las enseñanzas evangélicas y teniendo también en
cuenta los desarrollos de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino. La función de
estos desarrollos ha sido, en gran medida, clarificar la posición católica frente a
ideologías opuestas a la tradición cristiana.
La sociedad responde a la libertad y sociabilidad del ser humano
La sociedad no es un simple agregado de individuos basado exclusivamente en la
libertad, ni tampoco es un colectivo social en el que se diluya la libertad y la
singularidad de cada persona. Por el contrario, la sociedad responde, al mismo
tiempo, a la libertad y a la sociabilidad del ser humano.
Es cierto que la vida social exige muchos consensos y acuerdos específicos para
organizar la vida social, pero la sociedad no es sólo fruto de la libertad ni surge
exclusivamente de pactos sociales consensuados. La sociedad es, en primer lugar,
una consecuencia de la sociabilidad del ser humano, y sobre esta sociabilidad actúa
la libertad. El ejercicio de la sociabilidad no es sólo una explicación de la existencia
de la sociedad; es también una necesidad para el desarrollo, como se ha explicado
anteriormente.
Una conclusión importante de todo lo anterior es que la sociedad, por ser una
exigencia de la naturaleza humana, libre y sociable, responde al querer de Dios, por
ser Él, el autor de la naturaleza humana.
Unidad y autonomía personal
La sociedad resulta de la unión de los que la forman, pero no se confunde con la
materialidad de quienes la forman. Hay unos nexos interpersonales y grupales que
mantienen cohesionados a quienes forman parte de ella. De algún modo, la
sociedad en su conjunto (y muchas sociedades particulares) incluso mantiene nexos
con el pasado, participando de su herencia, y tiende a prolongarse en el futuro.
Pero en las sociedades no sólo hay unos nexos unitivos, hay también cierro orden
con vistas a un fin común. Gracias a este orden y a la voluntad de cada uno, quienes
forman una sociedad, en alguna medida participan y cooperan a una tarea común.
Los nexos y el orden de los individuos da lugar a un «todo» resultante de la
39
Cf. GS 30.
40
Cf. OA 34; LE 11; LN VII, 6-8; CA 23-24, etc.
41
Cf. GS 29.
7
organización de diversas «partes». De aquí que pueda afirmarse que las personas
forman sociedades mediante vínculos orgánicos respondiendo a un principio
superior. En este sentido, se compara la sociedad con el cuerpo humano, pero de un
modo muy distinto a los planteamientos colectivistas. El cuerpo es una metáfora
utilizada para subrayar la unidad (hablamos del «cuerpo social» o de
«corporaciones») pero, en todo caso, ha de dejarse a salvo la libertad de los
miembros dentro de este «cuerpo». A diferencia de los organismos biológicos los
miembros de la sociedad no están totalmente subordinados a ella, ya que como
personas permanecen libres y con un fin propio.
Lo que formalmente constituye una sociedad no es, pues, el conjunto de
individuos que la forman, ni tampoco un colectivo amorfo, sino las personas
formando una unidad social a partir de un principio unitivo que está por encima de
cada una de ellas. En palabras del Catecismo de la Iglesia católica: «una sociedad
un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que
supera a cada una de ellas»42
.
La sociedad es para el bien de las personas
La DSI señala que «el orden social y su desarrollo deben, en todo momento, dar
como resultado el bien de las personas, puesto que el orden de las cosas ha de
subordinarse al orden de, las personas, y no al revés»43
. La sociedad es para la
persona y no la persona para la sociedad. En función del fin de cada comunidad
humana se establecen normas específicas de comportamiento que otorgan
derechos e imponen deberes a sus componentes. Pero estos fines y normas no
pueden ser arbitrarios, sino que han de estar en función de la persona y su
desarrollo humano (adquisición de virtudes).
Una comunidad cuya finalidad o cuyo modo de actuar fuera contrario a la dignidad
humana y a los derechos de la persona no sería moralmente aceptable. De aquí
surge un principio fundamental: «El principio, el sujeto y el fin de todas las
instituciones sociales es y debe ser la persona humana»44
. Si la sociedad es
indispensable para la realización de la vocación humana, «es preciso que sea
respetada la justa jerarquía de valores que subordina las dimensiones "materiales e
instintivas" del ser del hombre "a las interiores y espirituales"»45
. Con frecuencia, sin
embargo, la sociedad se organiza prescindiendo de este criterio y poniendo los
medios materiales (la economía), o el mantenimiento en el poder de un grupo
determinado, como criterio supremo para la organización social. Pero la inversión de
los medios y de los fines, que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio
para alcanzarlo, o a considerar a las personas como puros medios para un fin,
engendra estructuras injustas que «hacen ardua y prácticamente imposible una
conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino»46
. La DSI
alerta sobre este tipo de estructuras sociales perversas que dificultan el desarrollo
humano. En ocasiones las ha denominado «estructuras de pecado»47
.
Ante ellas es necesario reaccionar. En primer lugar, apelando a la conversión
42
CCE 1880.
43
GS 26.
44
GS 25, 1, CCE 1881.
45
CA 36; CCE 1886.
46
CCE 1887, ver también CA 41.
47
Cf. SRS 36.
8
interior de las personas para obtener cambios sociales al servicio del bien. Pero, «la
prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al
contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de
vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se
conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a
él»48
.
Las personas han de contribuir al bien de la sociedad
La sociedad es para el hombre, pero esto no se opone a que el hombre, en cieno
modo, esté ordenado a la sociedad, como la parte al todo. La ordenación de las
personas a la sociedad es, sin embargo, muy distinta de su ordenación a Dios.
Como señala Santo Tomás de Aquino, el hombre individual es parte de la sociedad
civil y, en cuanto tal se ordena a ella como la parte se ordena al todo49
. Pero el
hombre no se ordena a la sociedad según todo su ser ni según todas las cosas que
le pertenecen50
. La persona no está completamente subordinada a la sociedad, sino
que la trasciende.
Esto exige no subordinar el bien de la persona a los dictados de la sociedad: sería
colectivismo y totalitarismo, Pero tampoco es correcto entender la sociedad al modo
individualista, afirmando que está completamente subordinada a los intereses
utilitarios de sus miembros. Las personas han de colaborar al bien de la sociedad de
la cual forman parte, pero ésta no puede despojar a las personas de los derechos
personales que han recibido del Creador. Más aún, para una efectiva subordinación
de la sociedad al bien de las personas, la organización social debe favorecer el
ejercicio de las virtudes-, y no ser obstáculo para ellas51
.
Concepto y contenidos del bien común
La doctrina del Magisterio sobre la sociedad incluye como elemento capital la
doctrina sobre el bien común, al que considera el fin de la sociedad. De ello nos
ocuparemos a continuación, con cierta amplitud. En el capítulo siguiente se
presentarán varios principios básicos derivados de este concepto y que, de algún
modo, pueden considerarse también incluidos en la doctrina del Magisterio sobre la
sociedad.
Concepto de bien común
El concepto de bien común es bastante intuitivo. Que una sociedad esté libre de
epidemias es un bien común a todos. También lo es que haya un medio ambiente
limpio y agradable, que reine la paz, la concordia y la armonía social, que haya
seguridad ciudadana y que se respeten los derechos de las personas. No son estos
los únicos elementos que pueden considerarse bien común. Hay muchos otros de
los que participan, o pueden participar en alguna medida quienes forman parte de
una comunidad.
Al referirse al «bien común» la DSI no lo hace significando una suma de intereses
48
CCE 1888, cf. LG 36.
49
Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 90, a.2.
50
Cf. Ibidem, I-II, q.21 a. 4 ad 3.
51
Cf. CCE 1895.
9
o preferencias individuales, ni lo identifica con el interés general o de la mayoría. El
«bien común» es una categoría ética, que se coloca por encima de intereses
particulares y que, a veces, coincide con el interés de la mayoría, o «interés
general», pero no siempre. Por ejemplo, si en una sociedad la mayoría acepta
despenalizar el aborto, el niño que va a nacer se queda sin protección jurídica y
puede ser eliminado impunemente. En este caso, en modo alguno hay bien común,
aunque haya interés mayoritario.
El bien común, en primer lugar, es «bien»; es decir, algo que es conveniente para
el desarrollo humano de cada persona en la sociedad. Por ello, «sólo puede ser
definido en referencia a la persona humana»52
. Pero es también «común» porque de
él pueden participar todos. El bien común está, pues, relacionado con el desarrollo
humano integral y afecta a codos los miembros de una sociedad. Contribuye al
desarrollo de «todo el hombre y de todos los hombres»53
.
El bien común afecta a las condiciones externas de la vida social en la medida en
que contribuyen al desarrollo humano. En este sentido, el bien común ha sido
definido como la «suma de las condiciones de la vida social, que permitan, tanto a
las colectividades como a los individuos, conseguir más plena y fácilmente la propia
perfección»54
.
En realidad, «el bien común afecta a la vida de todos»55
, aunque en la práctica no
todos participen de la materialidad de algunos bienes incluidos en él. Por ejemplo,
unos buenos servicios educativos o sanitarios son parte del bien común de una
comunidad, aunque no rodos participen de estos servicios en el mismo grado. Pero,
estos bienes educativos o sanitarios afectan a la vida de todos, no sólo porque son
para toda la comunidad, sino porque el bien de los otros afecta al bien propio, ya que
«conforme con el ser social del hombre, el bien de cada uno está necesariamente
relacionado con el bien común»56
.
Dimensión teologal del bien común
El bien común tiene, ante todo, una dimensión teologal porque la plenitud humana
no es posible sin Dios, que es el Bien común trascendente y supremo de todos los
hombres.
La aconfesionalidad del Estado, vigente en muchos países, y la necesaria libertad
religiosa no equivalen a ignorar el hecho religioso, ni a encerrar la religión en la
intimidad de las conciencias. Un supuesto «bien común» que eliminara formalmente
a Dios, que es el Bien común primero, es una falacia. «Ciertamente el hombre puede
organizar la tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede menos que
organizaría contra el hombre»57
. Afirmación que es corroborada por no pocas
experiencias históricas. El laicismo se ha esforzado en sustraer la presencia de Dios
y el influjo benéfico de la religión en las personas, en las familias, en la educación y
en roda la vida social. Ha surgido así un humanismo cerrado, impenetrable a los
valores del espíritu y de Dios, que es la fuente de ellos. Frente a este falso
52
CCE 1905.
53
PP 42, SRS 38.
54
GS 26; cf. GS 74 y CCE 1906.
55
CCE 1906.
56
CCE 1905.
57
PP 42, citando al teólogo H. De Lubac.
10
humanismo, es necesario «un humanismo verdadero que se abre al Absoluto»58
.
Contenidos del bien común temporal
Junto al Bien común trascendente hay también un bien común temporal. A éste se
refiere el Catecismo de la Iglesia católica59
señalando que comporta tres elementos
esenciales:
• El respeto a la persona y sus derechos inalienables60
. En particular, el bien
común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son
indispensables para el desarrollo de la vocación humana; entre ellos, el derecho a
«obrar de acuerdo con la norma de su recta conciencia, a la protección de la vida
privada y a la justa libertad incluso en lo religioso»61
.
• El bienestar social y el desarrollo del grupo mismo, teniendo en cuenta que el
desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales.
• La. paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por
tanto, que la autoridad conceda la seguridad de la sociedad y la de sus miembros
por medios honestos, y fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y
colectiva.
Concreción del bien común
El bien común está siempre orientado hacia el desarrollo de las personas62
, pero
necesita concreción. Esta concreción de las exigencias del bien común en cada
circunstancia requiere prudencia por parte de cada uno y, especialmente, de quienes
ejercen la autoridad63
. Corresponde a la autoridad decidir, con referencia al bien
común, entre los diversos intereses particulares; pero, al hacerlo, debe posibilitar
que cada uno pueda conseguir lo que necesita para llevar una vida verdaderamente
humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información
adecuada, derecho a fundar una familia, etc.64
Comunidades naturales: familia y comunidad política.
Las distintas necesidades de la vida humana llevan a las personas a organizarse
en grupos y asociaciones de diversa naturaleza que se definen por su fin y, en
función de él se caracterizan de diversos modos. En este sentido, la DSI señala que
«cada sociedad se define por su fin y obedece, en consecuencia, a reglas
específicas». Hay comunidades religiosas, educativas, económicas, profesionales y
sindicales, culturales, deportivas, benéficas,... De acuerdo con su fin respectivo,
cada comunidad tiene un bien común que la configura en cuanto tal. Pero este fin no
puede ser cualquiera, ya que el fin de toda institución social ha de ser la persona
humana65
. Cada una de las diversas asociaciones ha de responder a algún aspecto
del bien común. Por otra parte, la dignidad común de coda la familia humana implica
un bien común universal66
.
58
PP 42.
59
Cfr. CCE 1907-1909.
60
Cf. DH 6.
61
GS 26.
62
Cf. CCE 1912.
63
CCE 1906.
64
Cf. GS 26 y CEC 1708.
65
CCE 1881.
66
Cf. CCE 1910-1911.
11
La mayoría de sociedades surgen de la voluntad del hombre, sobre la base de la
sociabilidad humana, pero hay dos sociedades que, de una forma o de otra, siempre
existen y son de índole natural: la familia y la comunidad política. Así lo explica el
Concilio Vaticano II: «De los vínculos sociales que son necesarios para el cultivo del
hombre, unos, como la familia y la comunidad política, responden más
inmediatamente a su naturaleza profunda; otros proceden más bien de su libre
voluntad»67
.
La familia crea vinculaciones muy fuertes y, de ordinario, supone un motivo
importante para la entrega generosa a los demás, necesaria para el propio
desarrollo. La condición de cada miembro de la familia —padre, madre, hijos,
abuelos... — facilita entrar en «comunión» con el otro y quererle de verdad por lo
que es, y no sólo por lo que aporta.
Junto a la familia, hay otra comunidad natural que se denomina genéricamente
«comunidad política» y que a lo largo de la historia ha adoptado muy diversas
formas (clan, tribu, pueblo, reino, estado...). Agrupa un conjunto de familias y su
justificación es la necesidad de un ámbito de convivencia organizado que contribuya
al bien común en aspectos que superan a la familia. Hay necesidades para lograr
una vida plenamente humana que no se podrían alcanzar sin una comunidad más
amplia que la familia, en la cual todos conjuguen a diario sus energías en orden a
una mejor procuración del bien común. «Si toda comunidad humana posee un bien
común que la configura en cuanto tal, la realización más completa de este bien
común se realiza en la sociedad política»68
.
Que la realización más completa del bien común se realice en la comunidad
política, no quita importancia a la contribución al bien común que se realiza en otras
instituciones, la cual, en muchos aspectos, es menos amplia pero más valiosa. Este
es el caso de la contribución al bien común realizado por la Iglesia y, en otros
aspectos, por la familia.
Sociedades intermedias: Importancia de su promoción
Las sociedades intermedias entre la familia y la comunidad política, son muy
variadas. Desde hace tiempo, las conexiones y las interdependencias personales y
grupales se multiplican creando el fenómeno de «socialización». Esta
«socialización» expresa la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a
asociarse con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales.
La «socialización» es deseable por cuanto desarrolla las cualidades de la persona,
en particular, su iniciativa y su responsabilidad. Ayuda, además, a garantizar sus
derechos"69
.
Las comunidades o sociedades intermedias son legítimas y convenientes, ya que
la sociedad, para su correcta estructuración, necesita una unidad armónica y
coherente de asociaciones, entre los miembros de cuerpo social y el elemento rector
de la misma.
67
GS 25.
68
CCE 1910.
69
Cf. GS 25; CA 12.
12
Las sociedades o asociaciones intermedias, al tiempo que estructuran la
sociedad, facilitan la participación de grupos en defensa de legítimos intereses o
derechos sociales y hacen posibles muchas acciones que los individuos
aisladamente no podrían realizar con eficacia. Con su existencia se crea un rico
tejido social que facilita una participación responsable en la vida pública, impidiendo
que el orden social se polarice en individuos y poder.
Con el fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la vida
social, la DSI anima a impulsar la creación de asociaciones e instituciones de libre
iniciativa para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos,
profesionales y políticos, tanto dentro de las naciones como en el plano mundial70
.
Estas asociaciones pueden defender aspectos importantes del bien común
marginados en la acción gubernamental, o ser un importante apoyo público para
determinadas resoluciones políticas. Basta pensar, por ejemplo, en la labor
benemérita de asociaciones en defensa de la vida, padres de alumnos,
telespectadores, a favor de disminuidos, en apoyo de las familias numerosas,
servicio a emigrantes, centros asistenciales en barrios deprimidos, promociones
empresariales en el tercer mundo, etc... En muchos casos, se traca de
«instrumentos indispensables en grado sumo para defender la dignidad y libertad de
la persona humana, dejando a salvo el sentido de responsabilidad»71
.
Un correero funcionamiento de las asociaciones intermedias requiere que éstas
enriquezan en humanidad a sus asociados. Por ello, ha de intentar que la asociación
no anule al individuo, sino que, por el contrario, lo promueva humanamente. En el
seno de las asociaciones debe haber, pues, un libre dinamismo personalizador para
que la persona pueda madurar y enriquecerse.
Conflictos sociales y armonía social
Los conflictos sociales como consecuencia de intereses contrapuestos son
inevitables. Pero por encima de los intereses, y para su correcta resolución, hay que
colocar el bien común, que exige el respeto de las personas. Hay varios criterios que
ayudan a resolver posibles conflictos entre intereses particulares o entre diversos
aspectos del bien común. Entre ellos los siguientes:
a) El bien común es superior al interés del individuo. Sin embargo, el bien común,
como ha sido señalado, es inseparable del bien de la persona. Es legítimo, por tanto,
subordinar los intereses particulares al bien común, pero el bien común no legitima
atentar contra el bien de la persona, es decir, contra aquello que contribuye a que la
persona se perfeccione, como tal, en el orden humano o sobrenatural.
En este sentido, las autoridades no pueden violentar los derechos humanos, por
«razones de Estado» o en nombre de un supuesto «bien común», que no sería tal.
Por el contrario, en nombre del bien común están obligadas a respetar los derechos
fundamentales e inalienables de la persona humana.
b) El bien común tiene preferencia, sobre el bien particular siempre que se trate
de bienes de un mismo género. Los bienes humanos pueden ser ordenados según
70
Cf. MM 60.
71
PT 268.
13
su naturaleza e importancia según su contribución al perfeccionamiento humano,
con prioridad de los bienes espirituales sobre los materiales.
La lucha de ciudadanos, partidos políticos o sindicatos por sus intereses
particulares o de clase sólo está justificada si es conforme con el bien común y se
utilizan medios lícitos.
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Capítulo iii persona y sociedad. bien común

  • 1. Capítulo III PERSONA Y SOCIEDAD. BIEN COMÚN El ser humano no sólo vive junto a otros, sino que vive con otros, con quienes existe una interdependencia más o menos intensa y mantiene unas relaciones más o menos amistosas. Todas las personas forman parte de una familia y de una sociedad civil estructurada políticamente. Más aún, en cierto sentido, cada persona forma parte de la humanidad entera. Además, mucha gente pertenece, de ordinario, a otras sociedades o comunidades de índole muy diversa: sociedades de carácter religioso, educativo, cultural, cívico, económico, político, deportivo, benéfico... La experiencia común es que el hombre vive en sociedad y, de acuerdo con la ciencia etnológica, nada hace pensar que haya vivido alguna vez completamente aislado de toda la sociedad. Aristóteles afirmaba que el hombre es un «animal social», y añadía que «quien es incapaz de vivir en sociedad o no tiene necesidad de ella porque se basta a sí mismo, tiene que ser un animal o un dios»1 . La vida en sociedad es, pues, una realidad humana universal. Esta vida social puede ser más menos intensa o amplia, y estar más o menos organizada, pero donde hay hombres hay sociedad. El modo de organizar la convivencia social condiciona el desarrollo humano, ya que facilita o dificulta la práctica del bien. De ello se deduce la importancia de una reflexión cristiana sobre la sociedad y la necesidad de que ésta se organice para bien de las personas. Dimensiones individual y social de la persona El hombre es un ser individual y, al mismo tiempo, social. La índole social del hombre se manifiesta en que necesita de los demás, se comunica con ellos y, de algún modo, tiende a participar y a compartir lo suyo con otras personas. Recibe de la sociedad medios materiales y técnicos, ciencia, organización social, cultura. A su vez, la vida en sociedad y la pertenencia a comunidades particulares hace posible la entrega a los demás, necesaria para un pleno desarrollo humano. El desarrollo humano exige, en efecto, esta comunión y servicio a los demás. Con palabras del último Concilio puede afirmarse que el hombre «no puede encontrarse plenamente a sí mismo, sino por la entrega sincera de sí»2 . La vida social engrandece al hombre en codas sus cualidades y le capacita, con ayuda de la gracia, para responder a su vocación cristiana3 . La necesidad de la vida social no es, pues, un sobreañadido, sino algo inherente a la naturaleza humana4 . La Revelación enseña que, desde el inicio, Dios se ha manifestado a un pueblo y nos llama a formar parte de una comunión, la comunión de los santos. Aunque el juicio, la salvación o condena son individuales, nadie se salva o se condena solo. El carácter social del ser humano lleva a considerar a los demás como iguales y a darles el trato adecuado. Pero este carácter social no elimina el carácter individual 1 Política, lib I, cap 2. 2 GS 24. 3 Cf. GS 25. 4 GS 25. 1
  • 2. de cada persona, individuo singular con «una historia de su vida y sobre todo una historia propia de su alma»5 . Es, pues, necesario reconocer en cada persona, junto a su dignidad trascendente, su carácter individual y, al mismo tiempo, social. Es evidente que existe una fuerte interdependencia entre las personas y la sociedad o, para ser más exacto, entre cada persona y las comunidades con las que se relaciona y en las que desarrolla su existencia, empezando por la familia. En la respuesta a esta interdependencia, el hombre tiene oportunidad de contribuir al bien de otros y, en consecuencia, de desarrollarse en su humanidad, o al contrario. Esta red de interdependencias se concreta en un complejo entramado de relaciones sociales, instituciones y leyes. El tipo de relaciones existentes, las instituciones que se establezcan y las leyes que se promulguen condicionan la respuesta del hombre a su vocación humana y cristiana. La persona humana necesita, pues, de la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreañadido, sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades y responde a su vocación6 . La sociedad según la Sagrada Escritura y la Tradición La sociabilidad del hombre y su vida en sociedad está presente en la Sagrada Escritura desde la creación. Allí aparece ya la sociedad más básica de la vida social: el matrimonio7 , institución social rarificada por Cristo8 . La experiencia humana de la sociabilidad coincide con las palabras que el autor sagrado pone en boca de Dios poco antes de la creación de la mujer: «No es bueno que el hombre esté solo»9 . La Biblia hace notar también que todo el linaje humano procede de la primera sociedad formada por Adán y Eva: «El hombre llamó Eva a su mujer por ser la madre de todos los vivientes»10 . Esta unión «vertical» con nuestros primeros padres supone también un nexo «horizontal» entre todos los hombres. El Nuevo Testamento aporca luces nuevas sobre la unidad „ del género humano y los nexos que le dan cohesión. Dios «hizo de uno todo el linaje humano»11 declara San Pablo ante el Areópago de Atenas. A la solidaridad ontológica de la entera humanidad con Adán se une la solidaridad sobrenatural de toda la humanidad con Cristo: «así como en Adán mueren todos, así también en Cristo serán todos vivificados»12 . Todos los hombres están llamados a formar parte del cuerpo de Cristo y a vivir en comunión entre ellos: «siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros»13 . Los Salmos y demás libros sapienciales contienen elocuentes consejos para la vida en sociedad y la cooperación. Sirvan de ejemplos estos dos textos: «El 5 RH 14. 6 Cf. CCE 1879; cf. GS 25. 7 Cf. Gén 2, 24. 8 Cf. Mt 19, 3-6 y textos paralelos. 9 Gén 2, 18. 10 Gén 3, 20. 11 Ac 17, 26. 12 1 Cor 15, 22; cf. Rom 5, 12-21. 13 Rom 12, 5. 2
  • 3. hermano ayudado por su hermano es como ciudad fortificada»14 y «más valen dos que uno, porque logran mejor fruto de su trabajo. Si uno cae el otro le levanta; pero ¡ay del solo, que si cae no tiene quien le levante! (...) Si uno es agredido, serán dos en defenderse, y la cuerda de tres hilos no es fácil de romper»15 . Señalan, además, el origen divino del poder de gobernar16 , al tiempo que advierten contra los abusos en el empleo del poder y la responsabilidad ante Dios de quienes lo ejercen17 . Moisés y los profetas exhortan con frecuencia a vivir la injusticia —exigencia básica de la vida en sociedad—, entendiendo la justicia en un sentido muy amplio. Dios no acepta sacrificios religiosos sin practicar la justicia. Son expresivas las palabras con que el profeta Isaías increpa a su pueblo: «No me traigáis más esas vanas ofrendas (...) Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda»18 . También Jesús reprimirá los modos legalistas de entender la religión cuando ésta se reduce a minucias, olvidando las exigencias sociales de una conducta recta: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que diezmáis la menta, el anís y el comino, y dejáis lo más grave de la Ley: la justicia, la misericordia, la lealtad! Bien sería hacer aquello, sin omitir esto»19 . Jesús eleva el mandamiento del amor al prójimo a una altura incondicional, que incluye hasta a los enemigos20 . Este mandamiento es la expresión máxima de la conducta para la vida social; en él se resumen todos los demás preceptos21 . Manifiesta, además, la condición fraterna de todos los hombres por tener un Padre común: «todos vosotros sois hermanos (...) uno solo es vuestro Padre, el que está en los cielos»22 . Junto a la virtud fundamental de la caridad, en el Nuevo Testamento se encuentran abundantes elementos sobre aspectos morales de la vida social, también sobre la comunidad política. Así, por ejemplo, cuando Jesús alude a la distinción entre el poder civil, detentado entonces por el César, y el religioso23 , o al declarar que su reino no es de este mundo24 y desechar todo mesianismo temporal25 . Ante Pilato, Jesús ratifica el origen divino del poder26 . También en las Cartas de los apóstoles se detallan algunos deberes cívicos27 . Los Padres de la Iglesia insisten en algunas de estas enseñanzas, aunque, por lo general, no presentan una enseñanza moral sistemática sobre la vida social ni sobre la comunidad política. Repiten las enseñanzas ya explicitadas en el Nuevo 14 Prv 18, 19. 15 Ece 4, 9-12. 16 Prv 8, 15. 17 Ver, p.e., Sab 6, 2-4. 18 Is 1, 13-17. 19 Mt 23, 23. 20 Mt 5, 43-45. 21 Rom 13, 9. 22 Mt 23, 8-9. 23 Cf. Mt 22, 21. 24 Cf. Jn 18, 36. 25 Cf. Ac 1, 6-8. 26 Cf. Jn 19, 11. 27 Cf. Rom 13, 1-7; 1 Pe 13, 14. 3
  • 4. Testamento añadiendo advertencias contra actitudes individualistas, cerradas a aquello que es de común utilidad. Así, en uno de los primeros escritos de la Iglesia puede leerse: «No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya Justificados sino reunidos para buscar Juncos lo que constituye el interés común»28 . San Agustín (s.V) es una notable excepción a esa tónica general. En su monumental obra La ciudad de Dios, presenta una meditada concepción cristiana de la sociedad. Según sus enseñanzas, la sociedad humana debe encarnar los valores éticos verdaderos; por ello, la fe tiene que impregnar la vida social. Valores fundamentales para el orden social De las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de la consideración de la dignidad de la persona humana, de la que nos hemos ocupado en el capítulo anterior, surgen importantes implicaciones morales. La primera de ellas es el valor intrínseco e incondicional de cada persona. Juan Pablo II lo expresa con estas palabras: «A causa de su dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser considerado y tratado. Y al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como un objeto utilizable, un instrumento, una cosa»29 . En el valor incondicional de la persona humana infieren valores fundamentales cuya vivencia es necesaria para el establecimiento de un recto orden social30 . Entre ellos, destacan los siguientes: • La verdad, que es como la esencia de la comunicación interpersonal y social. La mentira rompe la confianza y el espíritu de cooperación. La convivencia civil sólo se puede juzgar ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad. • La libertad, don de Dios que la persona necesita para su desarrollo humano y para corresponder a la gracia de Dios. Una sociedad que no respete la libertad no respeta tampoco la dignidad de la persona. • La justicia, que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde. Esto exige respetar los derechos ajenos. Un orden social justo ha de respetar, en primer lugar, los derechos de la persona, de los que nos ocuparemos en el aparrado siguiente. • La. paz, entendida como «tranquilidad del orden», según una celebrada expresión de S. Agustín. La paz es exigida por respeto a la vida humana y su desarrollo31 . Exige una convivencia estable y segura dentro de un orden justo. La paz es obra de la justicia32 y efecto de la caridad33 . • La fraternidad o amor fraterno, que presupone la justicia pero que va más allá del estricto respeto a los derechos ajenos. Lleva a ver a los prójimos como a nuestros hermanos y a vivir unidos a ellos por el amor. La fraternidad humana adquiere una fundamentación radical desde la fe. Saber que Dios es nuestro Padre común asegura la fraternidad universal y el seguimiento de Cristo lleva a vivir la 28 Epístola de Bernabé, 4, 10. 29 CL 37. 30 Cf. PT 274. 31 Cf. CCE 2304. 32 Is 32, 17. 33 Cf. GS 78. 4
  • 5. caridad con codos, también en la convivencia social, de acuerdo con el mandato del Señor: «que os améis unos a otros; como yo os he amado»34 . De algún modo, la fraternidad aúna, pues, los valores anteriores. Todos estos valores manifiestan «la prioridad de la ética sobre la técnica, el primado de la persona sobre las cosas y la superioridad del espíritu sobre la materia»35 . Vivirlos es el camino seguro para el perfeccionamiento personal y para lograr un auténtico humanismo y una convivencia social pacífica. Comentando algunos de estos valores, San Josemaría anima a los cristianos a contribuir a la convivencia social por ardua que resulte en algunas ocasiones: «Paz, verdad, unidad, justicia. ¡Qué difícil parece la carea de superar las barreras que impiden la convivencia humana! Y, sin embargo, los cristianos estamos llamados a realizar ese gran milagro de la fraternidad: conseguir, con la gracia de Dios, que los hombres se traten cristianamente, "llevando los unos las cargas de los otros" (Gal 6,2), viviendo el mandamiento del Amor, que es vínculo de perfección y resumen de la ley (cf. Col 3,14 y Rom 13,10)»36 . Individualismo y colectivismo Hay dos concepciones del hombre —el individualismo y el colectivismo— que no aceptan plenamente la doble condición individual y social del ser humano. Una de ellas se centra en lo individual, que reclama la libertad y singularidad de cada uno, mientras que la otra se fija, sobre codo, en lo social, que reclama un trato igualitario. El individualismo aboga por el individuo, por la satisfacción de sus preferencias y la libertad de elegir. La vida social y la sociedad tendrían por fin únicamente superar conflictos de intereses. El individualismo no considera el carácter social del ser humano y su tendencia a formar asociaciones amistosas. Ignora, sobre todo, la necesidad humana de compartir lo propio con los demás para mejorar como ser humano. En el orden económico, el individualismo favorece las grandes diferencias en la repartición de la riqueza y las marcadas desigualdades sociales. El individualismo reclama una «ética individualista», que se limita a presentar normas para actuar con justicia en los intercambios y en el cumplimiento de ciertas reglas de conducía social. Pero no considera el bien de la sociedad como un bien del hombre, ni preconiza la necesidad de que cada persona se solidarice con las necesidades ajenas y contribuya a remediarlas según las propias posibilidades. La preocupación social no se concibe como una obligación de justicia, sino sólo como una opción voluntaria de carácter altruista. El individualismo da lugar a una visión de la sociedad de tipo «mecanicista». La sociedad se concibe como simple agregado de individuos unidos por intereses. El origen de la sociedad sería un hipotético «contrato social» para evitar la guerra de rodos contra todos (Hobbes) o para impedir que la misma sociedad sofoque la libertad individual (Rousseau). Esta ideología acierta al remarcar el valor del individuo y de la libertad, pero falla 34 Jn 13, 34. 35 RH 16. 36 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, n. 157. 5
  • 6. al ignorar la dimensión social del hombre y su capacidad de solidaridad. Por otra parte, el «contrató social» y las hipótesis antropológicas que las sustentan son apriorismos que nunca han sido verificados. En oposición al individualismo se encuentra el colectivismo, en el que el individuo se diluye en su consideración de persona y en la singularidad de su existencia, reclamando la igualdad a ultranza en la distribución de cargas y beneficios. Olvida en demasía las diferencias entre las personas y su libertad, manifestada en iniciativas y esfuerzos individuales. La experiencia histórica muestra que muchas reivindicaciones igualitarias han engendrado injusticias tan graves como aquellas a las que pretendían combatir37 . Esta ideología supone que la sociedad evoluciona siguiendo unas determinadas fuerzas naturales. El origen de la sociedad estaría en una especie de absoluto que se genera a sí mismo, experimentando diversas fases dentro de un proceso evolutivo desde una primera substancia (Hegel, Marx). Según esta concepción, la sociedad sería como un «organismo natural», en el que cada individuo estaría completamente subordinado al colectivo social. Lo determinante de la sociedad serían los medios y procesos de producción y la lucha de clases que los acompaña, más que la libre actuación de los individuos. Las personas no serían más que un producto de la sociedad. Aunque es innegable que hay factores de tipo económico, técnico o cultural que condicionan las formas que adopta la sociedad, hay serios motivos para afirmar el papel de la libertad en la historia y en la formación de la sociedad. De hecho, las formas históricas concretas que ha adoptado la humanidad al vivir en sociedad son, ame todo, fruto de la libertad. En el ámbito político, las ideologías liberales hunden sus raíces en el individualismo, mientras que las de tipo socialista y comunista lo hacen en el colectivismo. Actualmente, las ideologías políticas, de uno u otro signo, se presentan con planteamientos menos radicales que las que tuvieron en sus orígenes el liberalismo y el socialismo, aunque siguen poniendo el acento en el individuo y su libertad, o bien en lo colectivo y la igualdad de todos dentro de él. Por lo demás, aunque el colectivismo, en apariencia, es opuesto al individualismo, sin embargo, en sus respectivas raíces y aun en sus consecuencias, pueden encontrarse muchos puntos comunes. Así, una exaltación exagerada de lo colectivo y de la igualdad puede dar lugar a otra modalidad de individualismo, en la que cada individuo reivindique sus derechos sin hacerse responsable del bien común de todos. Es la actitud cómoda de quienes afirman que el Estado ha de resolver todos los problemas sociales, oponiéndose o dificultando la iniciativa social de los ciudadanos y sus asociaciones para contribuir a solucionarlos. En sus raíces, tanto el individualismo como el colectivismo olvidan la vocación trascendente del hombre y la necesidad de contribuir al bien de los demás para mejorar uno mismo y hacer más humana la vida social. La DSI reprueba el individualismo38 y exhorta a que nadie, por despreocupación 37 Cf. LC 13. 38 Cf. QA 65; OA 23; LC 13. 6
  • 7. frente a la realidad o por pura inercia se conforme con una ética meramente individualista39 . Al mismo tiempo, rechaza el colectivismo y, en general, todas las concepciones de la sociedad que niegan la libertad o dificultan su ejercicio40 . La Iglesia reclama que se respete la igualdad esencial de todos los hombres y se eviten diferencias escandalosas, pero admite que puede haber desigualdades justas y que eliminar sistemáticamente coda desigualdad puede ser también injusto41 . Concepción cristiana de la sociedad El Magisterio ha desarrollado su doctrina sobre la sociedad sobre todo desde finales del siglo XIX, siguiendo las enseñanzas evangélicas y teniendo también en cuenta los desarrollos de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino. La función de estos desarrollos ha sido, en gran medida, clarificar la posición católica frente a ideologías opuestas a la tradición cristiana. La sociedad responde a la libertad y sociabilidad del ser humano La sociedad no es un simple agregado de individuos basado exclusivamente en la libertad, ni tampoco es un colectivo social en el que se diluya la libertad y la singularidad de cada persona. Por el contrario, la sociedad responde, al mismo tiempo, a la libertad y a la sociabilidad del ser humano. Es cierto que la vida social exige muchos consensos y acuerdos específicos para organizar la vida social, pero la sociedad no es sólo fruto de la libertad ni surge exclusivamente de pactos sociales consensuados. La sociedad es, en primer lugar, una consecuencia de la sociabilidad del ser humano, y sobre esta sociabilidad actúa la libertad. El ejercicio de la sociabilidad no es sólo una explicación de la existencia de la sociedad; es también una necesidad para el desarrollo, como se ha explicado anteriormente. Una conclusión importante de todo lo anterior es que la sociedad, por ser una exigencia de la naturaleza humana, libre y sociable, responde al querer de Dios, por ser Él, el autor de la naturaleza humana. Unidad y autonomía personal La sociedad resulta de la unión de los que la forman, pero no se confunde con la materialidad de quienes la forman. Hay unos nexos interpersonales y grupales que mantienen cohesionados a quienes forman parte de ella. De algún modo, la sociedad en su conjunto (y muchas sociedades particulares) incluso mantiene nexos con el pasado, participando de su herencia, y tiende a prolongarse en el futuro. Pero en las sociedades no sólo hay unos nexos unitivos, hay también cierro orden con vistas a un fin común. Gracias a este orden y a la voluntad de cada uno, quienes forman una sociedad, en alguna medida participan y cooperan a una tarea común. Los nexos y el orden de los individuos da lugar a un «todo» resultante de la 39 Cf. GS 30. 40 Cf. OA 34; LE 11; LN VII, 6-8; CA 23-24, etc. 41 Cf. GS 29. 7
  • 8. organización de diversas «partes». De aquí que pueda afirmarse que las personas forman sociedades mediante vínculos orgánicos respondiendo a un principio superior. En este sentido, se compara la sociedad con el cuerpo humano, pero de un modo muy distinto a los planteamientos colectivistas. El cuerpo es una metáfora utilizada para subrayar la unidad (hablamos del «cuerpo social» o de «corporaciones») pero, en todo caso, ha de dejarse a salvo la libertad de los miembros dentro de este «cuerpo». A diferencia de los organismos biológicos los miembros de la sociedad no están totalmente subordinados a ella, ya que como personas permanecen libres y con un fin propio. Lo que formalmente constituye una sociedad no es, pues, el conjunto de individuos que la forman, ni tampoco un colectivo amorfo, sino las personas formando una unidad social a partir de un principio unitivo que está por encima de cada una de ellas. En palabras del Catecismo de la Iglesia católica: «una sociedad un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas»42 . La sociedad es para el bien de las personas La DSI señala que «el orden social y su desarrollo deben, en todo momento, dar como resultado el bien de las personas, puesto que el orden de las cosas ha de subordinarse al orden de, las personas, y no al revés»43 . La sociedad es para la persona y no la persona para la sociedad. En función del fin de cada comunidad humana se establecen normas específicas de comportamiento que otorgan derechos e imponen deberes a sus componentes. Pero estos fines y normas no pueden ser arbitrarios, sino que han de estar en función de la persona y su desarrollo humano (adquisición de virtudes). Una comunidad cuya finalidad o cuyo modo de actuar fuera contrario a la dignidad humana y a los derechos de la persona no sería moralmente aceptable. De aquí surge un principio fundamental: «El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana»44 . Si la sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana, «es preciso que sea respetada la justa jerarquía de valores que subordina las dimensiones "materiales e instintivas" del ser del hombre "a las interiores y espirituales"»45 . Con frecuencia, sin embargo, la sociedad se organiza prescindiendo de este criterio y poniendo los medios materiales (la economía), o el mantenimiento en el poder de un grupo determinado, como criterio supremo para la organización social. Pero la inversión de los medios y de los fines, que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar a las personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que «hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino»46 . La DSI alerta sobre este tipo de estructuras sociales perversas que dificultan el desarrollo humano. En ocasiones las ha denominado «estructuras de pecado»47 . Ante ellas es necesario reaccionar. En primer lugar, apelando a la conversión 42 CCE 1880. 43 GS 26. 44 GS 25, 1, CCE 1881. 45 CA 36; CCE 1886. 46 CCE 1887, ver también CA 41. 47 Cf. SRS 36. 8
  • 9. interior de las personas para obtener cambios sociales al servicio del bien. Pero, «la prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él»48 . Las personas han de contribuir al bien de la sociedad La sociedad es para el hombre, pero esto no se opone a que el hombre, en cieno modo, esté ordenado a la sociedad, como la parte al todo. La ordenación de las personas a la sociedad es, sin embargo, muy distinta de su ordenación a Dios. Como señala Santo Tomás de Aquino, el hombre individual es parte de la sociedad civil y, en cuanto tal se ordena a ella como la parte se ordena al todo49 . Pero el hombre no se ordena a la sociedad según todo su ser ni según todas las cosas que le pertenecen50 . La persona no está completamente subordinada a la sociedad, sino que la trasciende. Esto exige no subordinar el bien de la persona a los dictados de la sociedad: sería colectivismo y totalitarismo, Pero tampoco es correcto entender la sociedad al modo individualista, afirmando que está completamente subordinada a los intereses utilitarios de sus miembros. Las personas han de colaborar al bien de la sociedad de la cual forman parte, pero ésta no puede despojar a las personas de los derechos personales que han recibido del Creador. Más aún, para una efectiva subordinación de la sociedad al bien de las personas, la organización social debe favorecer el ejercicio de las virtudes-, y no ser obstáculo para ellas51 . Concepto y contenidos del bien común La doctrina del Magisterio sobre la sociedad incluye como elemento capital la doctrina sobre el bien común, al que considera el fin de la sociedad. De ello nos ocuparemos a continuación, con cierta amplitud. En el capítulo siguiente se presentarán varios principios básicos derivados de este concepto y que, de algún modo, pueden considerarse también incluidos en la doctrina del Magisterio sobre la sociedad. Concepto de bien común El concepto de bien común es bastante intuitivo. Que una sociedad esté libre de epidemias es un bien común a todos. También lo es que haya un medio ambiente limpio y agradable, que reine la paz, la concordia y la armonía social, que haya seguridad ciudadana y que se respeten los derechos de las personas. No son estos los únicos elementos que pueden considerarse bien común. Hay muchos otros de los que participan, o pueden participar en alguna medida quienes forman parte de una comunidad. Al referirse al «bien común» la DSI no lo hace significando una suma de intereses 48 CCE 1888, cf. LG 36. 49 Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 90, a.2. 50 Cf. Ibidem, I-II, q.21 a. 4 ad 3. 51 Cf. CCE 1895. 9
  • 10. o preferencias individuales, ni lo identifica con el interés general o de la mayoría. El «bien común» es una categoría ética, que se coloca por encima de intereses particulares y que, a veces, coincide con el interés de la mayoría, o «interés general», pero no siempre. Por ejemplo, si en una sociedad la mayoría acepta despenalizar el aborto, el niño que va a nacer se queda sin protección jurídica y puede ser eliminado impunemente. En este caso, en modo alguno hay bien común, aunque haya interés mayoritario. El bien común, en primer lugar, es «bien»; es decir, algo que es conveniente para el desarrollo humano de cada persona en la sociedad. Por ello, «sólo puede ser definido en referencia a la persona humana»52 . Pero es también «común» porque de él pueden participar todos. El bien común está, pues, relacionado con el desarrollo humano integral y afecta a codos los miembros de una sociedad. Contribuye al desarrollo de «todo el hombre y de todos los hombres»53 . El bien común afecta a las condiciones externas de la vida social en la medida en que contribuyen al desarrollo humano. En este sentido, el bien común ha sido definido como la «suma de las condiciones de la vida social, que permitan, tanto a las colectividades como a los individuos, conseguir más plena y fácilmente la propia perfección»54 . En realidad, «el bien común afecta a la vida de todos»55 , aunque en la práctica no todos participen de la materialidad de algunos bienes incluidos en él. Por ejemplo, unos buenos servicios educativos o sanitarios son parte del bien común de una comunidad, aunque no rodos participen de estos servicios en el mismo grado. Pero, estos bienes educativos o sanitarios afectan a la vida de todos, no sólo porque son para toda la comunidad, sino porque el bien de los otros afecta al bien propio, ya que «conforme con el ser social del hombre, el bien de cada uno está necesariamente relacionado con el bien común»56 . Dimensión teologal del bien común El bien común tiene, ante todo, una dimensión teologal porque la plenitud humana no es posible sin Dios, que es el Bien común trascendente y supremo de todos los hombres. La aconfesionalidad del Estado, vigente en muchos países, y la necesaria libertad religiosa no equivalen a ignorar el hecho religioso, ni a encerrar la religión en la intimidad de las conciencias. Un supuesto «bien común» que eliminara formalmente a Dios, que es el Bien común primero, es una falacia. «Ciertamente el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede menos que organizaría contra el hombre»57 . Afirmación que es corroborada por no pocas experiencias históricas. El laicismo se ha esforzado en sustraer la presencia de Dios y el influjo benéfico de la religión en las personas, en las familias, en la educación y en roda la vida social. Ha surgido así un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y de Dios, que es la fuente de ellos. Frente a este falso 52 CCE 1905. 53 PP 42, SRS 38. 54 GS 26; cf. GS 74 y CCE 1906. 55 CCE 1906. 56 CCE 1905. 57 PP 42, citando al teólogo H. De Lubac. 10
  • 11. humanismo, es necesario «un humanismo verdadero que se abre al Absoluto»58 . Contenidos del bien común temporal Junto al Bien común trascendente hay también un bien común temporal. A éste se refiere el Catecismo de la Iglesia católica59 señalando que comporta tres elementos esenciales: • El respeto a la persona y sus derechos inalienables60 . En particular, el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el desarrollo de la vocación humana; entre ellos, el derecho a «obrar de acuerdo con la norma de su recta conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad incluso en lo religioso»61 . • El bienestar social y el desarrollo del grupo mismo, teniendo en cuenta que el desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. • La. paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad conceda la seguridad de la sociedad y la de sus miembros por medios honestos, y fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva. Concreción del bien común El bien común está siempre orientado hacia el desarrollo de las personas62 , pero necesita concreción. Esta concreción de las exigencias del bien común en cada circunstancia requiere prudencia por parte de cada uno y, especialmente, de quienes ejercen la autoridad63 . Corresponde a la autoridad decidir, con referencia al bien común, entre los diversos intereses particulares; pero, al hacerlo, debe posibilitar que cada uno pueda conseguir lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho a fundar una familia, etc.64 Comunidades naturales: familia y comunidad política. Las distintas necesidades de la vida humana llevan a las personas a organizarse en grupos y asociaciones de diversa naturaleza que se definen por su fin y, en función de él se caracterizan de diversos modos. En este sentido, la DSI señala que «cada sociedad se define por su fin y obedece, en consecuencia, a reglas específicas». Hay comunidades religiosas, educativas, económicas, profesionales y sindicales, culturales, deportivas, benéficas,... De acuerdo con su fin respectivo, cada comunidad tiene un bien común que la configura en cuanto tal. Pero este fin no puede ser cualquiera, ya que el fin de toda institución social ha de ser la persona humana65 . Cada una de las diversas asociaciones ha de responder a algún aspecto del bien común. Por otra parte, la dignidad común de coda la familia humana implica un bien común universal66 . 58 PP 42. 59 Cfr. CCE 1907-1909. 60 Cf. DH 6. 61 GS 26. 62 Cf. CCE 1912. 63 CCE 1906. 64 Cf. GS 26 y CEC 1708. 65 CCE 1881. 66 Cf. CCE 1910-1911. 11
  • 12. La mayoría de sociedades surgen de la voluntad del hombre, sobre la base de la sociabilidad humana, pero hay dos sociedades que, de una forma o de otra, siempre existen y son de índole natural: la familia y la comunidad política. Así lo explica el Concilio Vaticano II: «De los vínculos sociales que son necesarios para el cultivo del hombre, unos, como la familia y la comunidad política, responden más inmediatamente a su naturaleza profunda; otros proceden más bien de su libre voluntad»67 . La familia crea vinculaciones muy fuertes y, de ordinario, supone un motivo importante para la entrega generosa a los demás, necesaria para el propio desarrollo. La condición de cada miembro de la familia —padre, madre, hijos, abuelos... — facilita entrar en «comunión» con el otro y quererle de verdad por lo que es, y no sólo por lo que aporta. Junto a la familia, hay otra comunidad natural que se denomina genéricamente «comunidad política» y que a lo largo de la historia ha adoptado muy diversas formas (clan, tribu, pueblo, reino, estado...). Agrupa un conjunto de familias y su justificación es la necesidad de un ámbito de convivencia organizado que contribuya al bien común en aspectos que superan a la familia. Hay necesidades para lograr una vida plenamente humana que no se podrían alcanzar sin una comunidad más amplia que la familia, en la cual todos conjuguen a diario sus energías en orden a una mejor procuración del bien común. «Si toda comunidad humana posee un bien común que la configura en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se realiza en la sociedad política»68 . Que la realización más completa del bien común se realice en la comunidad política, no quita importancia a la contribución al bien común que se realiza en otras instituciones, la cual, en muchos aspectos, es menos amplia pero más valiosa. Este es el caso de la contribución al bien común realizado por la Iglesia y, en otros aspectos, por la familia. Sociedades intermedias: Importancia de su promoción Las sociedades intermedias entre la familia y la comunidad política, son muy variadas. Desde hace tiempo, las conexiones y las interdependencias personales y grupales se multiplican creando el fenómeno de «socialización». Esta «socialización» expresa la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales. La «socialización» es deseable por cuanto desarrolla las cualidades de la persona, en particular, su iniciativa y su responsabilidad. Ayuda, además, a garantizar sus derechos"69 . Las comunidades o sociedades intermedias son legítimas y convenientes, ya que la sociedad, para su correcta estructuración, necesita una unidad armónica y coherente de asociaciones, entre los miembros de cuerpo social y el elemento rector de la misma. 67 GS 25. 68 CCE 1910. 69 Cf. GS 25; CA 12. 12
  • 13. Las sociedades o asociaciones intermedias, al tiempo que estructuran la sociedad, facilitan la participación de grupos en defensa de legítimos intereses o derechos sociales y hacen posibles muchas acciones que los individuos aisladamente no podrían realizar con eficacia. Con su existencia se crea un rico tejido social que facilita una participación responsable en la vida pública, impidiendo que el orden social se polarice en individuos y poder. Con el fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la vida social, la DSI anima a impulsar la creación de asociaciones e instituciones de libre iniciativa para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de las naciones como en el plano mundial70 . Estas asociaciones pueden defender aspectos importantes del bien común marginados en la acción gubernamental, o ser un importante apoyo público para determinadas resoluciones políticas. Basta pensar, por ejemplo, en la labor benemérita de asociaciones en defensa de la vida, padres de alumnos, telespectadores, a favor de disminuidos, en apoyo de las familias numerosas, servicio a emigrantes, centros asistenciales en barrios deprimidos, promociones empresariales en el tercer mundo, etc... En muchos casos, se traca de «instrumentos indispensables en grado sumo para defender la dignidad y libertad de la persona humana, dejando a salvo el sentido de responsabilidad»71 . Un correero funcionamiento de las asociaciones intermedias requiere que éstas enriquezan en humanidad a sus asociados. Por ello, ha de intentar que la asociación no anule al individuo, sino que, por el contrario, lo promueva humanamente. En el seno de las asociaciones debe haber, pues, un libre dinamismo personalizador para que la persona pueda madurar y enriquecerse. Conflictos sociales y armonía social Los conflictos sociales como consecuencia de intereses contrapuestos son inevitables. Pero por encima de los intereses, y para su correcta resolución, hay que colocar el bien común, que exige el respeto de las personas. Hay varios criterios que ayudan a resolver posibles conflictos entre intereses particulares o entre diversos aspectos del bien común. Entre ellos los siguientes: a) El bien común es superior al interés del individuo. Sin embargo, el bien común, como ha sido señalado, es inseparable del bien de la persona. Es legítimo, por tanto, subordinar los intereses particulares al bien común, pero el bien común no legitima atentar contra el bien de la persona, es decir, contra aquello que contribuye a que la persona se perfeccione, como tal, en el orden humano o sobrenatural. En este sentido, las autoridades no pueden violentar los derechos humanos, por «razones de Estado» o en nombre de un supuesto «bien común», que no sería tal. Por el contrario, en nombre del bien común están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. b) El bien común tiene preferencia, sobre el bien particular siempre que se trate de bienes de un mismo género. Los bienes humanos pueden ser ordenados según 70 Cf. MM 60. 71 PT 268. 13
  • 14. su naturaleza e importancia según su contribución al perfeccionamiento humano, con prioridad de los bienes espirituales sobre los materiales. La lucha de ciudadanos, partidos políticos o sindicatos por sus intereses particulares o de clase sólo está justificada si es conforme con el bien común y se utilizan medios lícitos. 14