Llegan las fiestas navideñas y con ellas la posibilidad del encuentro con la “humanidad de Dios”, que se abaja a sus criaturas y nos ofrece su amor paterno y su amor fraterno, en el que podemos sentirnos “hijos de Dios” y hermanos en Cristo.
1. NAVIDAD: OCASIÓN DE ENCUENTRO CON LA HUMANIDAD DE
DIOS
Llegan las fiestas navideñas y con ellas la posibilidad del
encuentro con la “humanidad de Dios”, que se abaja a sus criaturas y
nos ofrece su amor paterno y su amor fraterno, en el que podemos
sentirnos “hijos de Dios” y hermanos en Cristo.
Todo un gran misterio que encierra el mismo misterio de Dios,
como el de la creación -en tanto que misterio de vida- que nos ofrece
la salvación, como plenitud de la vida en el anuncio evangélico.
Sin embargo, este misterio tan profundo como insondable, en el
que Dios se revela y da sentido a nuestra existencia, siendo el mayor
regalo que la criatura creada puede tener, puede pasar desapercibido
para muchos de nosotros, envuelto en un consumismo
compulsivamente codicioso, como también en medio de unas
tradiciones sociales y aún religiosas, que nos distraigan al extremo de
que perdamos de vista la esencialidad del encuentro con la
“humanidad de Dios”, algo que tanto atrajo la atención de S.
Francisco, conmovido por el hecho de que Dios se hiciera niño y
viniera a nosotros, mostrando el rostro vulnerable de todo ser
humano al nacer, como también en el momento de su sacrificio en el
Calvario. Dos ocasiones, que para Francisco eran reveladoras del
inmenso amor que Dios tuvo con sus criaturas.
Por ello, hemos de preparar nuestro espíritu, serenándolo en la
oración expectante de la llegada del Señor, en lo que ello representó
para nosotros y para toda la humanidad creada por Él y dirigida hacia
El en plenitud; contemplar pues, el gran misterio de Dios, de su
Creación, de la vida misma; su sentido de amorosa paternidad en el
Padre y de amorosa fraternidad en el Hijo; hacernos corresponsables
de la Creación de Dios, solidarios con los demás hombres en el
sentimiento fraternal que nos lleve a convivir pacíficamente
compartiendo el lote de nuestra heredad durante nuestra existencia
en el mundo, esperanzados en alcanzar la “tierra de promisión” de la
eternidad en la gloria de Dios. Pues en ello, nos va la “Vida” (tanto en
este mundo, como la vida eterna).
Así pues, no tenemos tiempo que perder en consumos
innecesarios, más allá de la celebración gozosa de estos misterios en
familia y en fraternidad con nuestra comunidad de fe, que sea reflejo
externo de la alegría de rememorar la venida del Señor a nosotros, la
2. filiación divina y la fraternidad humana, que todo ello puso de relieve;
de tal manera que nos cambie los valores y actitudes en nuestra vida,
y se pueda confirmar nuestra conversión de corazón, de forma que
seamos capaces de llevar el Evangelio a la vida y la vida al Evangelio,
como decía S. Francisco.
Y así de ese modo, podamos dar humilde y sincero testimonio
evangélico con nuestras actitudes vitales en los entornos en los que
se desenvuelve nuestra vida cotidiana, para acompañamiento de las
personas que nos rodean a la luz del Evangelio, asumiendo de ese
modo la misión de evangelizar en esta generación, que siendo una
época de saturación de información (de palabras e imágenes), por el
sentimiento del acompañamiento y de las actitudes fraternas y
solidarias puedan entrever el anuncio de la Buena Noticia que Jesús
nos trajo y se acerquen a la fuente del Evangelio, auténtica palabra
de vida, luz y bálsamo para el doloroso peregrinar de una existencia
sin sentido.
Domingo Delgado Peralta (OFS).