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Sweet dreams
1. SweetDreams
La noche volvió a caer y con ella una nueva pesadilla a punto de empezar. Aferrada a su
peluche preferido se metió una vez más dentro de su cama. En la penumbra de la habitación se
podía observar sus casas de muñecas y sus múltiples peluches con los que tantas tardes pasaba
tranquilamente jugando.Ocultándose bajo las sábanas de lino volvió a intentar conciliar de
nuevo el sueño, en vano. La penumbra de la habitación llegaba a ser tétrica y macabra. Todos
sus objetos bañados por la luz de la luna llena que traspasaba la ventana cerrada de su cuarto se
convertían en verdaderas criaturas grotescas con maliciosas sonrisas. No podía dormirse, no
podía dormirse porque si no ellos la raptarían, y ella no quería eso. Ella quería que llegase el
alba para que todo acabase de una vez. Sin embargo el temor seguía ahí, sabía que después de
cada día comenzaría una nueva pesadilla sin que ella pudiera hacer nada para impedirlo. Las
horas fueron pasando y con ellas el sueño se fue incrementando en el cuerpo menudo de la
pequeña hasta que, inexorablemente, se durmió.
Rápidamente abrió los ojos con fuerza, se había dormido.¿Cómo había podido dejar que
pasara? Bajo sus mantas observó su habitación, esta estaba intacta. Suspiró al fin relajada, a lo
mejor eran paranoias suyas y no había nada de que temer. Una vez tranquila cerró los ojos
nuevamente dispuesta a dormir cuando escuchó un ruido que le heló la sangre. No era un ruido
del que temer, es más, nadie debería de temer de él. Ese ruido, era, simplemente, el sonido del
viento. Con lentitud abrió los ojos y miró hacía su izquierda. Las cortinas blancas que adornaba
su ventana se elevaban suavemente por la fuerza del viento. Que ¿por qué sentía miedo? Por una
simple razón, quizás demasiado fácil de adivinar, ella no era la que había abierto esa ventana.
Gimoteando retrocedió entre sus sábanas contemplándola aterrada. De repente, un dolor agudo
la hizo parar. Giró su cabeza y se encontró a Crissy, el osito de peluche con el que siempre
dormía. Él era el que la defendía por las noches. Intranquila, lo agarró y se aferró a él. Le
faltaban una oreja y un brazo, pero siempre había sido su peluche favorito así que había
perdurado en el tiempo con ella. Un chirrido de una puerta resonó en la habitación. Shaylee giró
su cabeza rápidamente para ver quiénera el que entraba. Para su sorpresa no fue nadie. Otro
sonido. Una vez más giró su cabeza hacía la izquierda descubriendo que el provocante del
sonido había sido el marco de la ventana al cerrarse. Comenzaba a tiritar y no de frío
precisamente, más bien era de pavor. Y entonces, sus peores sueños se hicieron realidad. Sin
darse cuenta se vio totalmente rodeada de sus muñecas y peluches. Ellas, de porcelana y con los
ojos cascados, la miraban con la sonrisa artificial con las que las había creado. Por otro lado,
ellos, mancos y algunos hasta ciegos, se acercaban a ella lentamente. Apretó sus brazos
buscando el apoyo de Crissy, pero se encontró con su propia barriga. ¿Dónde se había metido?
Otra punzada, esta vez en su pierna. Manoteó en el aire entre lágrimas para ver con que había
sido y para su sorpresa se encontró con la cara de su peluche favorito, aunque esta vez algo
había cambiado en él. Ahora los ojos que le miraban no eran azabaches sino de un extraño
color escarlata.
–Crissy por favor…no, no me hagas esto…
La mitad de su cuerpo se levantó rápidamente, todo el mismo estaba bañado en sudor. Su
frente perlada hacía que los pelos se pegasen a su cara. Miró en rededor y observó todo su
cuarto igual. Por la ventana el alba comenzaba a despuntar. Ya había acabado la noche y eso
solo había sido una pesadilla, solo había sido una pesadilla. Respirando entrecortadamente se
volvió a acurrucar entre las mantas y se aferró, inconscientemente, al peluche que tenía entre sus
brazos: Crissy. Él siempre la había defendido en cualquier ocasión, si no le había pasado nada
era gracias a él. Y una vez estuvo tranquila volvió a conciliar el sueño. La habitación tan
tranquila como había sido antes de que se durmiera volvió a quedarse. Todo había acabado,
aunque bajo las mantas un destello rojo se hizo ver.
Buenas noches princesa, que tengas dulces sueños.