2. HUASIPUNGO
Cuando la obra se inicia, don Alfonso Pereira, dueño de
la hacienda Cuchitambo, salió colérico una mañana de su
casa dando un portazo y mascullando una veintena de
maldiciones.
Su hija, una niña inocente de diecisiete años, había sido
deshonrada por un cholo de apellido Cumba: “Tonta. Mi
deber de padre.
Jamás consentiría que se case con un cholo. Cholo por los cuatro
costados del alma y del cuerpo. Además… El desgraciado ha
desaparecido. Carajo…”, terminó diciendo Alfonso Pereira
mientras coadyuvaba su mal humor los recuerdos de sus deudas,
sobre todo los diez mil sucres que le debía a su tío Julio Pereira.
3. •Fueron muchas las objeciones que Alfonso
Pereira puso a las proposiciones del tío, pero
aun sabiendo que se metía en la boca del
lobo, cedía al fin, ante el recuerdo de su
honor manchado.
•En pocas semanas don Alfonso Pereira
arregló cuentas y firmó papeles con el tío y
Mr. Chapy.
Y una mañana salió de Quito con su familia
llegando a los pocos días al pueblo de
Tomachi.
•La mitad del camino fueron cuatro indios
quienes tuvieron que llevar sobre sus
espaldas a don Alfonso, a su mujer doña
Blanca Chaique de Pereira, madre de la
distinguida familia, un jamón que pesaba lo
menos ciento setenta libras.
4. •Al poco tiempo, nació el hijo de Lolita, y como a la madre se le secó la leche, los esbirros al servicio de don Alfonso, se encargaron de buscar entre las
indias la más apropiada para que diera de lactar al recién nacido.
•El cholo Policarpio, para congraciarse con su patrón, recurría a las acciones más inicuas. Con tal de satisfacer a su amo, Policarpio desechaba en el acto
a todas aquellas indias que tenían hijos desnutridos, que eran la mayoría como consecuencia de los constantes cólicos y diarreas que les provocaba la
mazamorra guardada, las papas y ollucos descompuestos que tenían que ingerir sumidos en una miseria execrable.
•En pocos meses Alfonso Pereira terminó con el dinero que su tío le había dado; al saber que la leña y el carbón de madera tenían gran demanda ordenó
iniciar la explotación en los bosques de la montaña
5. •Fue tratado por un curandero
quien tomó el pie hinchado del
enfermo y en la llaga purulenta
repleta de gusanillos y de pus
verdosa estampó un beso
absorbente, voraz, de ventosa.
•Las quejas y espasmos del
enfermo desembocaron pronto
en un grito ensordecedor que le
dejó inmóvil precipitándolo en el
desmayo.
•El curandero estaba seguro que
al extraer esa masa viscosa de
fetidez nauseabunda, había
alejado del enfermo los
demonios que estrangulaban la
conciencia de la víctima. Andrés
quedó cojo y fue destinado a
labor de espantapájaros.
6. Al comienzo accedieron de buena gana a tan
difícil tarea, ; pero el mal trato, la mala
alimentación y el castigo físico, creó un rápido
descontento Jugo de caña fermentado en
galpones con orines, carne podrida y zapatos
viejos, fue repartido por orden de don Alfonso
entre la indiada pro provocar el
embrutecimiento alcohólico necesario para el
máximo rendimiento.
A los pocos que se resistían a las inhumanas
condiciones de trabajo, el Tuerto Rodríguez se
encargaba de flagelarlos a punta de látigo, para
luego obligarlos a beber aguardiente mezclado
con zumo de hiera mora, orín a de mujer
preñada, gotas de limón y excremento molido
de cuy. Era un brebaje preparado por e l mismo
Tuerto y que él llamaba “medicina”.
Los cholos tenían algunas preferencias, en
cambio los indios debían soportar los peores
trabajos, como aquél, en que perdieron la vida
muchos al intentar drenar un pantano por donde
debía pasar el camino.
7. Don Alfonso devoró una y otra vez los artículos que su tío Julio le enviaba
constantemente. Un lecho trágico vino a enlutar aún más a los indios de Tomachi,
cuando un aluvión se precipitó arrasando todo lo que encontró a su paso.
Para el único que esto no significó una sorpresa fue para don Alfonso, pues, cuando el cholo Po9licarpio y veinte indios
más quisieron ir a limpiar el cauce del río para evitar el atoro del agua, don Alfonso se negó diciéndoles que todavía no era
necesario.
8. Cuando Policarpio, que hacía de
intermediario entre el patrón y los
siervos se apersonó donde don
Alfonso a manifestarle que uno de
sus bueyes levaba muerto varios
días y que los indios solicitaban
les regalara la carne podrida; éste
se negó, alegando que los indios
no deberían probar una miga de
carne, pues “Son como las fieras,
se acostumbran”.
Ordenó que la sepultasen en el
acto. Policarpio hubo de azotar a
los indios e indias encargados de
sepultar al maloliente animal ya
que estaban disputándose la
carne con los gallinazos. “Indios
ladrones”, los llamó.
Pero el hambre pudo más que el
temor a las órdenes del patrón y,
protegidos por la oscuridad de la
noche, varios indios, entre ellos
Andrés Chiliquinga, se deslizaron
con sigilo de alimaña nocturna
hasta la fosa donde yacía
sepultado el animal, y luego de
desenterrarlo, se disputaron el
“preciado festín”.