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LA SALVACÍON DE LOS PECADORES
LA SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 1
Sobre nuestro deber hacia Dios, nuestro benefactor.
MUY sabio y hábil, el profeta David ha dividió la perfección de la justicia en dos, diciendo: "Apártate del
mal y haz el bien". En la segunda parte sobre la justicia es necesario dar a cada uno lo que es suyo, es decir, a
nuestro Creador y Salvador, nuestro prójimo y nosotros mismos. Que la obra de esto, se conoce cuando el
hombre tenga buen orden y justa cuenta de estos tres aspectos. Cuando se procese así, no falta ninguna buena
acción, pero que todo está bien. Para entender mejor la causa, te escribimos las tres formas y similitudes, para
que sepas lo que debes hacer para encontrar tu salvación. Con estos tres guardas la justicia perfecta, es decir:
tener para Dios el corazón de un hijo, para el prójimo el corazón de una madre y para ti el corazón de un juez.
Estas son las tres partes que comprenden toda justicia y salvación. Primero hablemos de Dios, que es la parte
más importante de la justicia. Para ello necesitamos tres virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Con los
que se comprenden estas virtudes, el hombre satisface y realiza el amor hacia Dios, teniendo ante Él una
conciencia y un corazón sumiso del cual siempre un hijo bueno y virtuoso tiene por su Padre. Que una de las
primeras obras del Espíritu Santo es darnos esta humildad hacia Dios. Debes considerar cuidadosamente y
entender qué clase de corazón tiene un hijo sabio por su padre, cuánto amor le guarda, cuánto temor y piedad
tiene, cuánta obediencia le hace, cuánta fe; muestra cuán celoso es por el honor paterno, cómo lo sirve sin
esperar un pago, cuán confiado corre tímidamente hacia él en sus necesidades, y cuán humildemente soporta
los reproches y los castigos. Entonces, debes tener tú también un gran corazón para Dios, si quieres cumplir
con esta parte de la justicia sin falta. Para esto necesitas ocho buenas obras: primer amor, segundo temor y; la
tercera piedad; el cuarto celo por el honor de Dios; de la pureza de pensamiento y obras al culto de adorar a
Dios; la sexta oración, a la que debes recurrir en todas tus necesidades; la séptima acción de gracias por sus
buenas obras, y la última es la obediencia, para unirse a Su santa y salvadora voluntad. Después de esto, por
lo tanto, lo primero y más importante que estamos obligados a hacer es amar al Señor, como Él nos ha
mandado, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y mente, y con todo nuestro corazón, todos los
poderes, para que podamos amar y honrar plenamente a este maravilloso Maestro. El hombre debe tener
siempre su mente y pensamiento en meditación; la vida entera para amarlo, el placer y otros deseos de estar
contenidos en todo lo que honra y empodera a todos los miembros y sentidos, para trabajar todo lo que este
amor manda, a lo que toda justicia nos llama y atrae, y las causas del amor, que está en todos lo creado, que
todos estos nos conducen a Dios y al más alto grado de perfección. El segundo, por el cual estamos obligados
a agradar a Dios, es el temor, no el de un esclavo que es el temor de los castigos, sino el temor amistoso que
proviene del amor de no afligir a un Padre y Señor tan misericordioso; porque que tal miedo tiene los buenos
hijos, que se abstienen de las cosas impropias, para no enojar a su padre. Tal miedo lo tiene la perfecta mujer
y afable, que cuida mucho en todos sus aspectos y servicios, para no causar ningún desorden o daño en su
casa, y ser de agrado de su marido. Este santo temor, que es un don especial del Espíritu Santo, crece en
nuestras almas y se amplifica cuando pensamos en estas cuatro cosas; saberla altura de la Magnificación
divina, la profundidad de Sus juicios, Su justicia y la multitud de nuestros pecados. Debemos pensar
constantemente en estos pilares en cuales descansa nuestro corazón, porque estos pensamientos guardan en
nuestra alma este santo amor y nos aleja de todo pecado. Especialmente, cuando estamos en la Santa Misa,
debemos estar muy atentos y piadosos, y no hablar, ni volver los ojos aquí y allá, como hacen algunos
cristianos insensibles; sino que recordemos con gran temor y reverencia esa altísima magnificación y
glorificación del Dios de todos, que el sacerdote oficia de una manera maravillosa e incomprensible.
Escribiremos más sobre esto cuando lleguemos a la Sagrada Comunión. La tercera buena acción es la
confianza, es decir, como un hijo en todos las dificultades y necesidades que le llegan, sabe que, si tiene a su
padre generoso y poderoso, está seguro de que no le faltará la ayuda ni el cuidado de su padre. Por lo tanto,
todos deben tener tal corazón para Dios, sabiendo que tiene por padre a Aquel que gobierna sobre todo el
mundo y gobierna el reino de los cielos y la tierra, y lo sostiene con Su poderosa sabiduría y dominio, y que
no se entristezca por ello cualquier cosa lo muy difícil que le venga, pero volverse a Él con valentía,
esperando Su misericordia, que lo sacará de los problemas para su beneficio y lo guiará hacia lo mejor. Que,
si el hijo tiene tanta osadía con el padre y se acuesta sin preocupaciones, ¿cuánto más tienes que esperar en
Aquel que es el Padre de todos los padres y más rico que todos los reyes? Y si te parece que tu pequeño
servicio y buena obra que has mostrado hacia este Maestro, conociendo la multitud de tus pecados, te hace
temer, entonces no pienses más en tus pecados, sino en la infinita misericordia de este Padre celestial, que ha
prometido Su ayuda a los que invocan humildemente Su Santísimo Nombre y escapan bajo su amparo. Así vi
a algunos que tenían enemistad entre ellos, pero que les recibieron en tiempos de angustia en sus hogares, y
los protegieron y ayudaron, como si fueran amigos muy fieles. Y si los no creyentes tienen tan poca maldad y
ofrece tanta bondad, ¿cuántos consideras que tienen tu Padre celestial, que tanto bien te ha hecho? También
tenga audacia y esperanza en El todopoderoso, y no te faltará ayuda. La cuarta buena acción es el celo por la
gloria de Dios, es decir, todo su deseo y cuidado debe ser solo para glorificar el nombre de Dios, aumentar Su
gratitud hacia Él y hacer Su voluntad como en el cielo y en la tierra. Que su mayor dolor y pena sea cuando
vea que no está hecho. Todos los santos de quienes se dice que tenían tal corazón y celo: "El celo de tu casa
me consumió, y las afrentas de los que te afrentaban a Ti han caído sobre mí". Fue así como recibieron el
dolor y así sintieron aquellos que amaban al Señor a causa de esto, ya que el dolor evidente de sus almas salía
frente a ellos y se manifestaba en el hombre para afuera. El quinto es el pensamiento correcto y su pureza, es
decir: en todos nuestros hechos y cosas no busquemos ningún beneficio eterno o temporal, ni pensemos en
nuestro honor y beneficio, sino solo para la gloria, la buena voluntad y la obediencia a nuestro Maestro. Esto
debemos buscarlo y honrarlo en todas nuestras cosas, con un celo inconmensurable por Él, temiendo que
nuestros ojos puedan mirar a otra cosa que no sea Dios y nuestro Salvador. Son muchos los ricos en buenas
obras, que cuando son examinados en el Juicio Divino, consideran que serán hallados sin este justo juicio,
que es el ojo del que dice el Santo Evangelio, que: “si tu mirada es limpia todo tu ser se ilumina, pero si es
malo, se vuelve oscuro e indigno. "Algunos están en altos cargos y son dignos en la iglesia o en política,
quienes, viendo que se merecen un gran honor, dedican tiempo a Dios con alegría, lavándose las manos de
toda inmundicia, pero para no contaminar de algún modo su honra, y les interesan más la honra del mundo,
siendo locales a los superiores, para hacerse más dignos de elogios. Estas obras y servicios no parten del
amor o del celo por Dios, ni tienen como el fin es su obediencia y gloria, pero solo para su gloria vana e
interés propio, de modo que el que los usa para aparentar mejor en la vista de los otros, pero en los ojos de
Dios sus obras son todo humo y mera sombra de justicia. Porque virtudes morales, sin el amor del Espíritu
Santo ni el temor de Dios, la tuvieron muchos de los griegos, como Platón, Sócrates y otros; pero de ninguna
manera se beneficiaron, porque no es bien recibida por Dios la sabiduría o la buena nación, ni el alto
conocimiento, ni las virtudes morales, ni las praxis del cuerpo, ni incluso sacrificar a tus propios hijos, sino
solo este amor del santo Espíritu enviado desde arriba, y todo lo que nace y procede de esta raíz. "Porque el
bien no es bueno, si no se hace bien", donde las cosas sencillas que se hacen con gran y buen juicio son de
mayor dignidad mientras las cosas grandes y elevadas hechas con mal juicio, son indignas, porque el Señor
no mira tanto la magnitud de las cosas como el objeto del alma, que irrumpe de la fuente interior del amor y
la justicia. La sexta buena acción es la oración, mediante la cual corremos en tiempos de necesidad hacia
nuestro Padre, como lo hacen los niños pequeños que, por cualquier temor, se refugian en brazos de su
madre. Con la oración recordamos siempre a nuestro Padre, y nos acercamos a él. Vaya a leer el capítulo,
"Sobre la oración", para ver cuán piadosa debe realizarse esta obra angelical. La séptima buena acción es el
conocimiento y la gratitud de las buenas obras Hacia el Padre, que es uno de los mayores deberes nuestros
con Dios, como se escribía en el capítulo sobre la ingratitud. La octava y última buena obra es la obediencia,
en la que se hace toda la justicia, pero no h quedado atrás como menos importante que las demás, sino como
sello y fin de toda la buena obra. Tienes que tener tu voluntad completamente desactivada, que no se
encuentre en ti ni la menor oposición contra la voluntad de Dios. Hay tres pasos en dicha obediencia: a)
Obedecer todos los mandamientos e iluminaciones del Señor, y preferir sufrir todos las tribulaciones del
mundo, antes que cometer el pecado de muerte y quebrantar el mandamiento divino, El segundo paso es:
unirte a la voluntad de Dios, agradecerle tanto por lo bueno como por lo malo que te sobrevenga, pensando
que sin su divina voluntad, no te viene ni el bien ni el mal, así que debes glorifícalo en tu honestidad como
en tu deshonestidad, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte, siempre inclinando la cabeza y
agradeciendo, tanto en las congojas como en los beneficios que te envía, sin mirar el castigo de tu cuerpo,
sino al amor y la bondad que el Señor te guarda; porque con el amor que el padre suele tratar a su hijo, igual
le castiga tanto como se merece. En esta paciencia de los problemas, hay tres pasos. Primero, tenga paciencia
en las adversidades; el segundo, desearlos por amor a Dios; y el tercero, regocijarse por ellos mismo. El
primer paso es conocido como la paciencia de Job; segundo, en el deseo que tenían algunos de los mártires, y
sed de recibir otras torturas además de las que recibían en el nombre de Jesús Cristo. Y el tercero es el gozo y
la alegría de los Apóstoles, que fueron dignos de sufrir por el nombre del Señor. Y especialmente el san
Pablo, el vaso elegido, que se enorgulleció en sus problemas, se regocijó en la deshonestidad y el castigo,
como se ve en muchos lugares de sus epístolas. Esta es la etapa más alta del amor y la plenitud, que pocos
alcanzan, y para ello no todos estamos obligados a tener la tercera o segunda etapa, sino solo la primera, es
decir, soportar los problemas con gratitud y el que no cumple con lo primero no se salva. La tercera y última
etapa de la obediencia es: someterse a los más grandes jerarcas y siervos de Dios, en todo lo que te mando,
recordando las palabras magistrales del Señor: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha; y el que se niega
a vosotros, se niega a Mi.” en esta obediencia hay tres puntos también: el primero es someterse al trabajo
exterior, sin que tu mente y tu voluntad se oponga , el segundo es someterse al trabajo con la mente y la
voluntad, luego la tercera, con las tres , es decir con el trabajo, la voluntad y la mente. La tercera esta es la
etapa de obediencia más elegida, que te lleva a mucha humildad y a un juicio justo, por la cual, si tienes estas
ocho buenas obras, has cumplido la primera y más alta parte de la justicia, has cumplido con tu deber nuestro
Redentor y tu Salvador. Antes de terminar, permítenos escribir algunas enseñanzas necesarias y útiles para
que puedas saber cuáles de las buenas obras son más elegidas y más honorables que los demás, para no
equivocarse, pero descubra, sin embargo, que todas las buenas acciones se dividen en dos categorías, unas
están dentro del hombre, espirituales e invisibles, y otras están fuera y son visibles y conocidas. En la primera
vamos a situar las buenas virtudes teológicas más tantos cuántos otros escribí arriba (y especialmente para
amor que es la reina de todo bien), y otros como: humildad, toda sabiduría, limosna, paciencia, justicia,
piedad, pobreza de espíritu, el rechazo al placer del mundo, renuncia a la voluntad, amor por la cruz, etc.
También los llamamos bondades espirituales interiores, porque están especialmente en el alma. Hay otras
buenas obras que se hacen en apariencia, es decir, a la vista que son los siguientes; el ayunar, velar, leer, orar,
cantar salmos y otros cantos litúrgicos, que también se hacen de corazón, pero sus obras son más visibles que
las anteriores, hechas desde dentro, los cuales no se puede ver, tales como: esperanza, fe y el amor. Todas
estas buenas obras son muy útiles para el alma y para la salvación, pero, en primer lugar, como dijo el Señor
a los samaritanos: "El Espíritu es Dios, y los que le adoran Le deben adorar en espíritu y en verdad". El
Apóstol también le dice a Timoteo: "Guarda la fe, porque las obras de la carne son de poca utilidad; pero la fe
es necesaria en todas las cosas, porque la bondad de esta vida y la vida venidera también depende de la fe".
Porque la fe aumenta el honor de Dios y la misericordia hacia el prójimo y a través del esfuerzo corporal, la
moderación y abstinencia de todas las fiestas malvadas. Pero si alabamos las buenas obras del interior, del
espíritu, no difamamos de ninguna manera las exteriores, porque a través de ellas las más pequeñas,
adquieren y custodian las más grandes. Esa paz y el distanciamiento te salvan de tres pecados, a través de la
vista, el oído y del mucho hablar. Y con el silencio te ayudas mucho a ti mismo, y guardas la piedad y te
deshaces de varios pecados, que nacen a causa de mucho discurso. El ayuno nuevamente debilita el cuerpo,
levanta el espíritu y nos prepara para la lectura, la contemplación y la oración, dejando los chismes que
contamos a medida que nos saciamos, sino más bien nos esforzamos por cantar salmos y rezar oraciones, y
todas las demás, para estos los hechos nos instan a la devoción, iluminan nuestras mentes y nos hacen más
cálidos con lo espiritual y lo divino. Por eso, quien quiera ser digno para el don del ayuno, es necesario que
camine con cuidado y gran cautela de los sentimientos, y que sea moderado y equilibrado en la comida, en las
palabras y en los movimientos; amar el silencio y la tranquilidad, pasar piadosamente al servicio de la Iglesia
dispuesto a todos los que colaboran por esta causa útil. De todo esto puedes entender la diferencia entre las
buenas acciones anteriores porque las interiores son el fin de los que tu deseas; mientras que los del exterior,
son los medios para adquirir los del interior. La primera es la salvación y la segunda es la corrección. El
primero como espíritu, y el segundo como cuerpo, que a pesar de ser más pequeño que del espíritu, pero
desde el principio es parte y pertenece al alma por sus servicios. Con la enseñanza anterior, hermano mío, se
libera de los dos últimos grandes males que han surgido en el mundo, es decir: uno más viejo de los fariseos y
otro más nuevo de los luteranos. Que los fariseos, como amantes de la carne y soberbios, no buscaron en
absoluto la justicia que está contenida en todas las acciones espirituales, y por eso permanecieron solo con la
sombra de la buena acción, mostrándose buenos solo por fuera y completamente contaminados por dentro.
Los luteranos nuevamente, al enterarse de este error de los fariseos, huyeron del mal, pero cayeron en uno
más grande y peor, es decir, difamando las buenas obras exteriores por completo. Pero la verdadera
enseñanza huye de ambos males y busca el límite medio de la verdad, y al dar el debido honor a las buenas
obras internas, es respetar el exterior también, ya que ambas categorías son necesarias para la salvación.
Sabe, sin embargo, que estas dos caras de la justicia, una es verdadera y la otra falsa. Verdadero es aquello
que contiene las cosas externas, que son necesarias y útiles para la realización de las interiores. Y mentirosos
son los que tienen cosas de fuera, ignorando las de dentro, que carecen del amor de Dios, que no tengan el
temor ni humildad, sin piedad y otras buenas obras, como la de los fariseos, por la cual el Señor los
reprendió; ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del
comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: ¡La justicia, la misericordia y la fe!” Esto es lo que había
que practicar, aunque sin descuidar aquello”, es decir, el juicio, la misericordia y la verdad. Y nuevamente les
dice en otra parte, que se esforzaban en lavarse los pies y las manos, pero su corazón estaba lleno de astucia y
suciedad y que más bien se parecían a los sepulcros adornados por fuera y por dentro estaban podridos y
apestosos. Esta es la justicia por la cual el Señor reprendió a menudo en las Divinas Escrituras, diciendo:
"Este pueblo Me honra con los labios solamente, pero su corazón está lejos de Mí". En el desierto me honran
a mí mientras guardan las enseñanzas humanas, pero no la ley que les he dado. Y de nuevo en el primer
capítulo de Isaías dice: "¿Qué me importa la multitud de tus sacrificios? Harto estoy de holocaustos de
carneros y de sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada. ¿Qué es esta multitud de
sacrificios? No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable. Vuestros
novilunios y solemnidades aborrecen mi alma” y otras tantas que se encuentran en el Antiguo Testamento,
del cual se ve como si Dios regresara y rechazara lo que Él ha mandado hacer inquebrantablemente,
especialmente porque estas son obras de piedad y acercamiento a Su divina honra y exaltación con la
adoración y reverencia. Escucha, oh hombre, Dios no condena estas cosas por su propia naturaleza, sino solo
a los que hacen estas cosas, y no buscan la justicia ni el temor hacia Él, como se revela claramente, diciendo:
“Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer
el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda”.
Quiten las artimañas de sus almas de delante de mis ojos. No trabajes astutamente, sino aprende a hacer el
bien, y entonces perdonaré vuestros pecados. Luego nuevamente dice: “Cualquiera que sacrifique un buey o
un becerro por mí, como si matará a un hombre” ¡Oh Dios mío! “¿Por qué odias estas cosas que mandaste
que se hicieran?” Enseguida muestra la razón, diciendo: “Ellos han elegido en sus caminos para agradarme
con ellos, pero no han dejado sus engaños y en su inmundicia se regocijaron ". Para más evidencia, puedes
míralo con claridad en la oración del fariseo orgulloso, que dijo así: “Gracias. Dios, no son como otras
personas que son secuestradores e injustos, ni como este oficial de aduanas. Ayuno dos veces por semana y
doy limosna tanto como tengo, la décima parte. "¿Observas aquí los tres males de los que he hablado?
calumnia a otros, "no como este publicano", y su falsa creencia de que él se consideraba justo y agradecido al
Señor. Este es un peligro tan grande y dañino, que es mejor, sin duda, ser pecador e impío, que confiesa su
maldad, mejor que arrogante y orgulloso, porque el pecador indigno, cuando conoce su debilidad e
indignidad, tiene por esto el principio de su salvación y justicia. Y quien no conoce su maldad, ni piensa que
está enfermo, ¿cómo recibirá la curación? Por eso el Señor le dice al fariseo: "Las prostitutas y los publicanos
irán delante de vosotros al reino de los cielos. Está probado hasta ahora que los peligros mostrados son
conocidos por todos, porque son como las islas del mar, que se ven desde lejos. Y las escondidas que son
como rocas, que las cubre el mar, es más necesario ser identificadas i localizadas para que todos las conozcan
y las eviten. Pero que nadie piense que son suficientes solamente los hechos del exterior, para alabar los
hechos en el interior. Porque los de adentro no son suficientes para salvarnos sin las de afuera, como dijo el
Señor a los fariseos: "Hagan estas cosas y no dejen las otras ", es decir, las de dentro. Entonces, el fin de esta
causa es establecer un gran temor de Dios y temblar incluso ante el nombre del pecado. Y el que lo plantó y
arraigó en su alma este temor, que sepa que es feliz y que construirá todo lo que quiera sobre esta fundación.
Y al que cayera fácil en el pecado, se le llamará ciego y loco, al menos siendo incluso justo en apariencia.
CAPITULO 2
Sobre el amor al prójimo.
La segunda parte de la justicia es hacer lo que es nuestro deber para nuestro prójimo, es decir, amarlo, tener
misericordia de él y sufrir dentro de nuestro corazón por él, como el Señor nos exige en el primer
mandamiento. Leer los Profetas, el Evangelio, las Epístolas de los Apóstoles y en resumen todas las Sagradas
Escrituras antiguas y nuevas, para ver tantas alabanzas a las buenas obras, para maravillarse cuánto es de
necesaria esta parte, y cuánto nos exhorta el Señor para practicarla, y cuántas deudas tenemos que tener en
misericordia hacia el prójimo. En el profeta Isaías vemos este margen de hacer justicia, para el amor al
prójimo. Primero, cuando los judíos murmuraron, diciendo: Señor, cuando ayunábamos y afligimos nuestras
almas, ¿no miraste nuestros ayunos, ni nos perdonaste en absoluto?” Pero el Profeta respondió como ante
Dios y les dijo: porque en los días de ayuno habéis hecho vuestra voluntad, y no la mía, y habéis angustiado y
oprimido a vuestros deudores: Vuestro ayuno no consiste por contienda y juicio, ni por no hacer daño a
vuestro prójimo. Pero romper los registros de vuestras injusticias y sucias ganancias, levantad el yugo de los
pobres, deja que los afligidos sean liberados. "Y cuando lo hagan, ayudando con misericordia dar limosnas a
los pobres y ayudándolos, entonces les daré todas esas cosas buenas prometidas", dice ese profeta al final del
Capítulo. ¡Así quiere el Dios Misericordioso que hagamos el bien a los pobres! Lo mismo está escrito por el
profeta Zacarías, cuando le preguntó a los judíos al Señor si él ayunaría durante tantos días, para cumplir su
Ley y el Misericordioso les respondió con qué hechos estaría contento, diciendo: “Tengan en consideración
de guardar la justicia y juzgar justo a vuestro prójimo. Hacer cosas buenas y sé amable con vuestro prójimo.
No busques culpa a la viuda, ni para el pobre y al forastero. Y nadie piense en hacer daño a nadie, y me seréis
agradables, si guardaréis mi ley. “Este es mi reposo: Saciar al hambriento y confortar al afligido”. Esto es
verdaderamente un milagro y una maravilla que el tan Misericordioso prefiere recibir como buenas obras y
descanso como hecho para sí mismo, la misericordia y ayuda dada a los pobres. Pero en todo esto me
asombra cuando leo el capítulo 16 del profeta Ezequiel, donde contando al Señor los pecados de los inicuos
sodomitas por quienes estaban completamente perdidos, llamó a estos tres pecados diciendo: "Esta maldad de
Sodomitas, ella y sus hijas se regocijaron en el orgullo, en la abundancia de pan y en las cosas despreciables.
Esto les fue hecho a ellos ya a sus hijas, porque no les llenó las manos del pobre y del menesteroso. Y ha sido
ordenado la insensibilidad hacia los demás en el último lugar, como el peor pecado de todos. "Porque es
cierto que ser despiadado es una grave iniquidad muy fea para todos, porque no afliges tu corazón por tu
hermano. Estas y otras cosas semejantes las dicen los santos Profetas. En el Santo Evangelio, ¿qué dice la
Ley del Amor? ¿Quién puede alabar y coronar mejor esta buena obra, que el Señor Cristo que puso como el
fundamento en toda justicia al terrible Juicio que será, en las cosas de hacer el bien, diciendo: “Ya que has
hecho a uno de ellos a Mi me lo has hecho, ¿Qué otra ley mejor que la que lo puso en estos dos
mandamientos, es decir, el amor a Dios y al prójimo, para ser el cumplimiento de la Ley y los Profetas? De
estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas, y nuevamente la palabra seguida en la última cena
donde Jesús Cristo nos ordenó que guardáramos el amor. “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a
otros, como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros.” No
solo a nosotros nos dijo estas cosas, sino que también oró al Padre por esta ley, y dijo: " Padre, te lo ruego
para que sean unidos todos en uno, lo mismo como somos nosotros, para que el mundo sepa que tú me
enviaste ". Dándonos a entender por esta palabra, que el amor entre los cristianos debe ser tan grande y por
encima de la naturaleza, como para hacer de los cristianos, hombres celestiales. El apóstol Pablo muestra
cuánto honra y alaba el hecho de amar al prójimo y lo glorifica, más que cualquier otro acto, diciendo: "Este
es el camino más corto al cielo y es el fin de los mandamientos. y el cumplimiento de toda la ley ". ¿Qué otro
elogio mayor que estos se puede decir por el amor? Y el amado discípulo Juan, nos urge a este acto angelical,
diciendo estas cosas: “El que dice que ama a Dios y odia a su prójimo es un embustero. Dios es amor, y el
que ama está con Dios, y Dios está con él ". Este querido y amoroso apóstol tenía el hábito para alabar esta
buena acción en cualquier ocasión. Y cuando se le preguntó por qué siempre dedicaba tantas alabanzas sobre
el amor, el respondió que solo esto es suficiente para nuestra salvación, si lo guardamos correctamente.
También, el que no tiene comunión con el amor, no importa cuántas buenas obras tenga, porque de nada le
sirve. Para que alguien pueda confiar de esta verdad que describiremos al final de esta palabra la aterradora
historia de Saprichie, para que quienes no la conozcan sepan, y recuerden de no sufrir tal alejamiento de Dios.
Entonces, quien quiera reconciliarse verdaderamente con Dios, debe saber que no hay otro camino que, a
través del amor, pero no un amor vacío o seco, sino a través de las obras. Porque el amor es perfecto sólo
como dijo el mismo San Juan: “¡Hijos míos! Amemos no solo con palabras, sino también con los hechos y la
verdad; porque el que tiene todas las cosas buenas del mundo, pero cuando ve a su prójimo en necesidad y no
lo ayuda, ¿cómo puede tener el amor de Dios adentro? "Vosotros hacéis esta buena acción de seis maneras, es
decir; amar, aconsejar, ayudar, perseverar, perdonar y dar buen ejemplo con palabras divinas y buenas obras,
y el que tiene más obras que estas tiene mucho más amor, y el que tiene menos tiene poco amor, porque
algunos aman, pero su amor no se ve con la obra. A otros les gusta aconsejar bien, pero no meten las manos
en el bolsillo para ayudar con una limosna al pobre. A otros les encanta ayudar y tener misericordia, pero no
soportan el oprobio y la enfermedad del prójimo, y no guardan el mandamiento del Apóstol, que dice:
“Llevad unos a otros las tareas y así cumplir la Ley de Cristo ". Otros soportan el reproche con indulgencia,
pero no perdonan de corazón. E incluso si no tienen odio en sus corazones, pero tampoco muestran una cara
feliz. Aunque guardan lo primero, se equivocan en lo segundo y no hacen el bien. Hay otros que hacen todo
lo anterior, pero no aconsejan al prójimo con buenas palabras y ejemplos que es la mejor parte del amor.
Entonces, de este modo, todos pueden examinarse a sí mismos, para saber cuánto es partícipe del amor y
cuánto está privado de él. Que el que ama está en el primer paso. El que aconseja bien, está en el segundo.
Quien ayuda pasa al tercero. Quien es paciente, en el cuarto. Quien recibe los reproches y perdona de
corazón, está en el quinto peldaño. Quien fortalece y aconseja a su prójimo con palabras, buenas parábolas y
buena vida (que es la obra de los hombres perfectos y apostólicos), puede saber que ha llegado a la altura de
la buena obra. Estos son los hechos decisivos que componen el amor que demuestra cuánto le debemos al
prójimo. Pero hay otras negaciones, que nos enseñan lo que no debemos hacer, es decir: no condenar a nadie,
no tomar el trabajo ni la esposa de otro, ni deshonrar a alguien con palabras de reproche, malos consejos o
mal ejemplo. Quien guarda estas cosas, ha guardado este mandato divino. Entonces, si quieres tener todo esto
en tu mente y entenderlo, en definitiva, oblígate a tener, como dije antes, un corazón de madre con tu
prójimo, y así cumplirás el mandato a la perfección y sin falta. Tomemos el ejemplo de una madre buena y
sabia, que ama a su hijo, cómo lo enseña y aconseja, cómo le ayuda en todas sus necesidades, y durante horas
soporta pacientemente sus desórdenes incluso a veces, lo castiga con justicia. Y muchas veces finge que no
ha visto y lo cubre con sabiduría y destreza, que a través de todos estos dones se obra el amor, como madre y
reina de todas las virtudes. Considera cómo se regocija y goza por su beneficio, y en detrimento de él se
lamenta, como si fuera todo suyo. ¡Cómo anhela su honor y su bien! ¡Cuán piadosamente reza a Dios por él!
Finalmente, cuánto cuidado y diligencia le tiene a él, más que a sí misma, y muchas veces prefiere privarse
ella para que lo tenga su hijo todo. Si podrías alcanzar tal amor por tu prójimo, alégrate de haber alcanzado la
cima de esta buena acción. Pero si me preguntas, ¿cómo puedes amar tanto a un extraño y a un desconocido?,
te respondo que debes ver a tu prójimo como obra de las manos de Dios, y como miembro vivo de Cristo,
como dice el Apóstol a menudo: "Todos somos miembros de Cristo". Y por eso, pecar contra el prójimo es
como si hubiera pecado contra Cristo, y hacer el bien al prójimo es como hacer un bien a Cristo. Por tanto, no
debéis pensar en vuestro prójimo como en un hombre, sino como en el mismo Cristo o en sus miembros, ya
que es cierto, que no de la carne, sino de la comunión de su Espíritu y de la abundancia de la gracia de Dios;
porque el Señor dice: Él contará las buenas obras que has hecho para el prójimo como si Él mismo las
hubiera recibido de ti, por eso entiende el beneficio de esta buena acción, más todas cuánto nos manda el
Señor que la guardemos con mucho cuidado, si quieres agradar al Dios Misericordioso. No hay nada más
agradable para él que la atención tuya hacia el prójimo. Si los que son familia se aman tanto por ser parientes
y se aman tanto unos a otros sólo por la poca conexión de cuerpo y la sangre, ¿Cuánto más une la sagrada
comunión en espíritu? Si dices que entre los parientes según la carne hay unión y comunión, en una raíz y
una sangre, que es común a todos, lee la unión que Pablo pone entre los fieles: “Que todos tenemos un Padre,
Dios; una Madre, la Iglesia; y una Fe en Señor Jesús Cristo, "que es una luz por encima de la naturaleza, a la
que todos compartimos y nos diferenciamos de todas las naciones, una esperanza que es una herencia de
Gloria en la que todos podemos ser un alma y un solo corazón. Un Bautismo en el que nosotros todos hemos
engendrado hijos por la adopción de un mismo Padre, y somos hermanos. Tal comunión es la santa entrega
del Cuerpo de Cristo, mediante la cual nos unimos a Él y participamos de un Espíritu, que es un Espíritu
demasiado Santo, y que habita en todas las almas de los creyentes por la fe y la gracia y vivifica y fortalece a
todos en esta vida. Si los miembros del cuerpo, aunque tienen obras y funciones distintas, se aman tanto unos
a otros, porque están inspirados por un alma, cuánto amor deben tener unos por otros, porque todos están
animados por este Espíritu divino quien es mucho más noble, más poderoso para trabajar por la unión, donde
quiera que esté. Entonces, si la unión de cuerpo y sangre, sólo llega a obrar tanto amor entre parientes ¡cuánto
más las uniones y comuniones del Espíritu Santo! Pero, además, comprendan el amor a la Ley y la
misericordia que el Señor Misericordioso nos ha mostrado, sin que El tuviera alguna necesidad, ni por
nuestro valor y justicia. Por eso estamos obligados, por esta buena acción, a amar al prójimo con todas
nuestras fuerzas para cumplir con fe el mandamiento que nos dejó el último día, antes de su Exaltación y
partida de este mundo, diciendo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros como yo os he
amado. Por esto todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros. Es decir, como Yo os he
amado sin que vosotros me habéis hecho ningún bien; y especialmente ustedes son mis enemigos por el
pecado ancestral, pero Yo He tenido misericordia de ustedes como de regalo, y me he vestido de cuerpo y
carne para reconciliarlos con mi Padre, por eso quiero que os améis unos a otros: "Como el Padre me amó,
también Yo os he amado a vosotros. Os he amado, y si guardas mis mandamientos, permanecerás en mi amor
". Pero que se esfuerzan, queridos y amados míos, vuestra voluntad hacia esta buena obra, útil y salvadora del
alma. Que no importa cuántas otras buenas obras se tengan, sin el amor, aunque se entregue el cuerpo a la
muerte por Cristo, de nada les sirve. Escuche una historia muy triste:
El segundo día de febrero, escribe Metafrast, que había un sacerdote llamado Saprichie, que tenía una
enemistad con un cierto laico llamado Nichifor, por obra del odioso diablo, y no quería perdonarlo. Cuando
tuvieron este percance entre ellos, los demonios se apoderaron de Saprichie y lo atormentaron para que
renunciara a Cristo, y él no quiso, sino que se mantuvo firme y soportó todas las penurias de la tortura.
Finalmente, el gobernador dio la orden de cortarle la cabeza por no servir a sus ídolos. Al enterarse Nichifor,
y sabiendo que si no se reconciliaba con Saprichie no serviría su martirio en absoluto, así que fue al calabozo
donde estaba, y cayendo a sus pies se disculpó y pidió perdón, pero Saprichie no quiso ni verle. Al día
siguiente, después de que los verdugos lo hubieran sacado y llevado al lugar de su condenación, Nichifor
(Conquistador), digno de ese nombre, llegó y supo cuánto daño estaba haciendo a sí mismo, Saprichie por
esta abominación, y cayendo al suelo, y volvió a pedirle que le perdonara; pero él permaneció igual que antes,
y no deseaba en absoluto la reconciliación, siendo endurecido de corazón por un mal pensamiento del asesino
demonio. Y no solo entonces, sino también en la última hora, cuando todo lo que quedaba al verdugo era
sujetar la espada, mientras el ángel del Señor se paró sobre él, sosteniendo la corona en su mano para
coronarlo como un mártir, si perdonaba a Nechifor. Entonces Nichifor se acercó de nuevo a él, y con lágrimas
en los ojos rezó para que le perdonara; y el loco y despiadado de corazón no inclina su mente hacia el amor
fraternal. De modo que Saprichie fue odiado con justicia por Dios, y al final acepto y se inclinó hacia la
adoración de ídolos, y en la hora cuando Nichifor se levantó de la tierra, se apoderó de él un gran temor, y
asustado de la muerte, dijo a los verdugos: No me matéis, porque yo renuncio a Cristo y honro a vuestros
ídolos. ¡Oh, ceguera y condena eterna que te espera! ¿Quién no lamentará tanta desgracia y tan loco cambio?
¡Que el necio renuncie al Dios verdadero porque no quiso perdonar a su hermano y adorar a los ídolos
inmundos! Tenía muchos otros para escribir sobre el amor, pero estos son suficientes y especialmente esta
parábola. Quién escuchará esta historia y rehúsa a perdonar al que le ha hecho daño, no es un hombre hábil,
pero sobre todo un animal incomprensible; y uno como este no debería tener esperanza de salvación, porque
no merece ver al Dios que ama a los hombres en el gozo celestial, sino que verá al abominable diablo en el
infierno para siempre, de quien podemos ser librados a través de las oraciones a la Santísima Virgen y nuestra
Señora, Madre de Dios y de todos los Santos. Amén.
CAPITULO 3.
SOBRE EL MANEJO DEL CUERPO Y LA LUCHA CONTRA LAS PASIONES.
AQUÍ, con el don de Dios, hemos hablado brevemente del amor a Dios y al prójimo, y ahora conviene
escribir algunos consejos para vencer las pasiones y gobernar sobre el cuerpo, que es la tercera parte de la
justicia, y cumplimiento con nuestro deber. Que sepan, entonces, que el oficio y la autoridad de un juez justo
y sabio es tener su vida bien ordenada y diligentemente dirigida, lo cual necesita dos cosas: sabiduría y
valentía. Sabiduría para saber qué hacer y fuerza para hacer severamente lo que ha decidido. Porque en su
corta vida, el hombre tiene dos partes más importantes, que deben ser dirigidas, es decir, el cuerpo con todos
sus miembros y sentimientos, y el alma con los deseos y poderes, necesitamos escribir correctamente para
poder cumplir con su deber con diligencia. Primero debes gobernar sobre el cuerpo con dureza, no con
indulgencia y amor propio, como has leído sobre la fornicación y la codicia del vientre. Para esto tenemos,
por ejemplo, muchas ciudades y reyes famosos que han caído de su alto valor por sus placeres y deleites, y se
han perdido por completo, que no hay nada más que nos debilite y nos haga perezosos para las buenas obras,
como demasiada riqueza y las buenas comidas. Para ello debemos dedicarnos con dureza y moderación por la
comida, la ropa y el sueño, y, en definitiva, casi todas las necesidades del cuerpo. Todavía tengamos buen
orden, cuidando con lo que dice San Agustín: atentos por donde caminamos, como nos vestimos, los
movimientos del cuerpo que no se haga nada que cause lujuria en los que nos ven, sino sólo lo que es propio
de nuestra fe. Tenga, en consideración el siervo de Dios, de pasar por el mundo con orden y humildad, y con
tal mansedumbre, que para que aquellos que lo vean, tomen el ejemplo de su buena acción, y así él puede
proteger su alma tranquila.
Sobre los sentidos.
Cuando se logra esto, es necesario cuidar los cinco sentidos y especialmente de la vista, porque los ojos son
las manantiales de vanidades y ventanas de perdición. Y debemos ser muy conscientes de que la muerte entra
en el alma a través de este sentido. Tengamos mucho cuidado cuando como sometemos nuestra vista, porque
a través de ello entran como atravesando unas puertas y hieren el corazón. Para protegernos nuestros sentidos,
debemos hacer lo que nos aconseja la sabiduría, es decir, tapar nuestros oídos y no escuchar las lenguas de los
calumniadores, cerrar la boca para que se queden con tanto dolor, como si hubieran mordido nuestras
lenguas. No solo que no escuchemos palabras malvadas, sino tampoco prestar atención a otras cosas vanas
del mundo engañoso que no nos conciernen en absoluto, y no nos hacen ningún bien, porque algunas como
estas nos hacen daño y nos perturba en la oración cuando se acumulan en nuestra mente e impiden que el
corazón se dirige hacia hechos divinos. El sabor debes clavarlo con el recuerdo de la hiel y el vinagre, que le
dieron de beber a nuestro Señor en la Cruz, y con la praxis de los Piadosos, que brillaban tan intensamente en
la moderación, que todos se maravillan cuando escuchaban de tanta necesidad. Toma su ejemplo y huye de
los exquisitos platos y sabores, tanto como puedas, y especialmente del vino, recordando la maldad de aquel
rico epulón que siendo rico en todos los deleites se regocijaba todos los días, pero después de su entierro
pidió una sola gota de agua, pero no se le dio ni eso. ¡Oh, miserable deleite y gula, porque por un corto y
placentero rato que hayas vivido, recibes ahora la recompensa del tormento eterno!
Acerca de enfrenar la lengua.
Es obvio y conocido el hecho que, por la lengua, según la sabiduría, la muerte y la vida residen en la buena o
mala guardia de nuestras palabras, y de ahí proviene especialmente todo el bien y el mal del hombre. Esta es
la opinión del apóstol Santiago, diciendo: Como los grandes barcos se gobiernan con un timón pequeño, así
también el que frena su lengua, es digno del timón y su destino. Cuando hables, debes recordar cuatro cosas,
a saber: ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuando? ¿y para qué? En cuanto al primero, que es materia, es decir, a cada palabra
que pronuncies, guarda el mandamiento de Pablo, que dice: "No salga de tu boca una mala palabra, sino una
que sea buena y útil, a los oídos de los que oyen". Así, como el capitán y marinero hábil tiene marcado en el
mapa del mar todas las rocas y los lugares peligrosos donde puede romper y estallar su barco, para estar
protegido contra un naufragio, así el siervo de Dios debe estar protegido de todas las palabras malas y
obscenas, para no peligrar con una muerte del alma. Debes evitar y cuidarte de decir todas las palabras
groseras e indecentes, igual como un barco evita los acantilados del mar, ni mentir ni condenar a tu prójimo,
pero huye de las adulaciones especialmente las que son para tu alabanza. Huid especialmente del chismorreo
y de la alabanza, que son dos grandes males en los que la mayoría de la genta caen fácil. También no decir el
secreto que tu hermano te ha confiado ni lo confieses a nadie en absoluto, incluso si te quitaría la vida. En
cuanto a la manera y el momento del habla, debes decir tantas palabras cuantas se necesita, nada más, porque
según el Libro de la Sabiduría la palabra no es sabia cuando no la dices a su tiempo justo. Y después de todo
preved el fin, y que sea el pensamiento bueno y agradable a Dios, que unos hablan buenas palabras para ser
considerados sabios, y otros para que sean vistos como sabios. La primera es hipocresía y la segunda es
vanidad. Y para esto no solo deben ser las buenas palabras, sino también el final, buscando siempre con la
mente clara, la gloria divina y el beneficio del prójimo. Todos estos son necesarios y deben ser custodiados
por quien habla. Pero como es difícil no tropezar con ninguno de estos, es más útil correr al puerto del
silencio, porque el que sabe callar se considera sabio. Para que un hombre sea bueno y virtuoso, sepa que hay
dos formas de bondad en el mundo, una natural de los que nacen buenos, y lo tienen en sí mismos, y otra
espiritual de buena voluntad, que se consigue como un don, que procede del temor y del amor de Dios, y esto
es de toda justicia. Si alguno cumple con el primer punto, es decir, el heredado por naturaleza, no recibe tanto
pago, ni adquiere gloria alguna por ello. Y el que adquiere el segundo a través de su voluntad por el
espiritual, es digno de la felicidad celestial. Para ello debemos, como se dice en la primera parte, al principio
del libro, desarraigar los malos hábitos de nuestra alma y plantar buenas obras en su lugar; que es imposible
dominar el espíritu a menos que las pasiones del cuerpo mueran primero. Estos dos tenían al gran apóstol
Pablo, cuando dijo: "Con Cristo fui crucificado, yo no vivo más, sino Cristo vive en mí" porque venció todas
las pasiones con la ayuda de la Cruz, murió y crucifico el hombre viejo con los pecados que tenía. Y
diciendo: "Cristo vive en mí", mostró la resurrección y la fiesta del nuevo hombre, que estaba despojado de
los deseos corporales, con el don y el poder de Cristo. Estos dos extremos también fueron mostrados por el
Señor, diciendo: "El que quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Se negará a
sí mismo quiere decir renuncia total a su voluntad y concupiscencias, el segundo y último fin, lo demostró
diciendo: "Sígueme", es decir, imitar su ejemplo y conducta en virtudes. Y diciendo: "Levante su cruz",
mostró las angustias y tormentos que habrá de sufrir el que quiera alcanzar la altura de esta virtud, a la que
nadie ha alcanzado excepto a través de la Cruz y tribulaciones, con pobreza, renuncia a toda voluntad
corporal y muerte perfecta del cuerpo, como dijo el Señor: “el que aborrece su vida en este mundo, para la
vida eterna la guardará " No es poca cosa vencer las pasiones de la carne, hacer de tu cuerpo, espíritu, mudar
la tierra al cielo, y hacer del hombre terrenal, dios en gracia. Si trabajas duro y conviertes una planta verde, en
tela, para luego vestirte con ella, por la diferencia que tiene entre sí, entonces ¡cuanto más es necesario
trabajar duro y atormentar para este cambio, de que el hombre se convierta en Dios al fin de su vida! No seas
perezoso, trabaja todos los días en este misterio viviente y lucha contra las pasiones del cuerpo con todas tus
fuerzas. Que la lucha, el trabajo y el dolor son temporales, pero, el pago innumerable, la recompensa y la
corona inestimable.
Sobre los poderes del alma.
Porque dije para los sentimientos y los cinco sentidos corporales, es necesario escribir sobre los poderes del
alma especialmente para la concupiscencia y el placer sensorial que incluye todos los movimientos naturales,
tales como: amor, odio, alegría, pena, lujuria, ira y otros por el estilo. Esta es la parte más importante por la
que debemos luchar duro. Aquí está todo el poder del pecado y la ciudad amurallada, porque de aquí procede
y se saca la espada para herirnos mucho más profundamente. Esta parte es la más débil, considerada casi la
otra Eva, a través de la cual la serpiente vieja lucha contra la parte más alta, es decir, con la mente y la
voluntad, para presentar el árbol prohibido. Aquí se descubren y muestran las luchas y el veneno de la
serpiente. Aquí las victorias y las caídas, las coronas, o las condenas que reciben los débiles y perezosos que
son vencidos por su pereza e ignorancia, las coronas y galardones que reciben los valientes por su arduo
trabajo. Aquí reside todo el trabajo y la habilidad de la buena acción, para apaciguar y contener a estas bestias
salvajes. Esta es la viña que debemos limpiar todos los días, y en el huerto arrancar las malas hierbas para
sembrar las nuevas y buenas obras. Entonces, el primer trabajo es realizar un arado con el cual arrancar la
maleza, y ser vigilante sobre estas pasiones, para contenerlas y controlarlas, no para permitir que inclinen
donde quieren, sino hacia donde es correcto. Aquí se conocen los hijos de Dios, a comparación de los que
están poseídos por los deseos de la carne y las pasiones, porque los que siguen a Cristo, son guiados por el
Espíritu divino y santificador. Esta es la gran diferencia entre hombres carnales y espirituales, que los
primeros, como bestias sin habla, están poseídos por las concupiscencias y los placeres de la carne; y los
demás, como hijos de Dios, viajan en rectitud y cumplen con la voluntad de Dios. Esta es la muerte y la
tumba a la que el Apóstol nos llama a menudo. Esta es la cruz y la abnegación que predica el evangelio. Aquí
está el juicio y la justicia que pronuncian los Salmos y los Profetas. Aquí, donde el peligro es mayor, es
donde debemos esforzarnos más. Aquí te ayudarán mucho los consejos que escribí en la primera parte. Leer
con frecuencia y especialmente los que están en contra del orgullo, el amor a la plata y el amor propio, es
decir, la codicia por comer, que es la causa y raíz de casi todos los pecados. Y para acostumbrarse a esta
buena acción, es necesario cortar muchas veces la voluntad de las cosas indignas, para aprender y mantenerse
perfectamente en las cosas adecuadas. De esta manera te vencerás a ti mismo y al diablo, que es una victoria
mayor que si gobernaras sobre el mundo entero. Entonces, para obtener este maravilloso logro, te ayudas a ti
mismo con la obediencia y el adorno de la voluntad, que es un juicio justo, y que se hace con estas tres
buenas obras: la humildad del corazón, la pobreza del espíritu y la santa abnegación hacia ti mismo. Estos son
grandes beneficios que ayudan mucho contra las pasiones. La humildad es: difamar y no considerarse algo
importante, sabiendo lo miserable que eres, sino arrancar de tu alma todas las ramas del orgullo y el deseo de
honor, además piensa que eres el más indigno de todos. No solo en tu corazón, sino también en los hechos
exteriores para hacer las obras, no teniendo en cuenta las calumnias de los hombres, si te condenan o te
difaman, porque todas estas obras y nuestras cosas, deben dar buen olor a humildad y pobreza, pero
someterse a ellos no solo con los más grandes, sino también con los más pequeños que nosotros por el amor
de Dios. Más tenga en cuenta, como dicen todos los profesores, la raíz y el fundamento de todas las buenas
obras es la humildad, y sin ella todas las demás no te sirven de nada, y debes pensar que eres más indigno que
todos los edificios del cielo y de la tierra, indigno que no mereces ni la comida que comes. En resumen,
negarte a ti mismo, considerarte a ti mismo como una abominación y un rechazo, y regocijarte cuando los
demás te calumnian y te reprimen. La segunda buena obra es la pobreza y el rechazo deliberado de las cosas
de la vida, dando gracias al Señor por lo que tengas, incluso si fueras el más pobre de la tierra. La verdadera
pobreza no es solo no tener nada propio, sino también odiar las riquezas, para el Señor, porque las riquezas
son la causa del orgullo, la envidia, la ira, el amor a la plata y el amor a uno mismo. No solo debes ser pobre,
sino también querer la pobreza, el hambre, la sed, el trabajo, las casas mal construidas, la comida, la ropa y
todas las demás cosas pobres, imitando el ejemplo de nuestro Maestro. Quien no ha alcanzado esta medida,
no encuentra en su corazón la paz deseada; y el que ha llegado allí, es verdaderamente feliz. Esta pobreza
lleva al hombre a tal paz y descanso del corazón porque el que ha cerrado la puerta de la concupiscencia
puede ser como Cupido en la felicidad", dándonos a entender que la felicidad del hombre es la cesación de
los deseos del corazón; y quién haya llegó a esto, ha alcanzó la cima de la felicidad. La tercera buena acción
es la santa abominación de sí mismo, y por la cual el Señor dijo: "El que quiera salvar su alma, la perderá".
No lo dice por la maldad de este mundo sino, para ellos mismos y sus cuerpos, porque esta es la causa de
muchos males y obstáculos para las buenas obras, por lo cual castigaron su cuerpo y le obligaron a vivir dura
vida, para que tuviera sumiso su cuerpo como esclavo de su alma, no el revés. Buena acción, esta santa
abominación de sí mismo y es de gran utilidad para frenar las pasiones. No tengas miedo de sufrir para
sanarte de las pasiones, si quieres curar tu alma cortando el miembro que tienes infectado. Entonces te
pareces al cirujano hábil y maestro cuando cura las heridas de los enfermos, y no tiene piedad de cortar y
quemar lo que está podrido, para que los enfermos adquieran la salud deseada lo antes posible.
CAPITULO 4
SOBRE LA VALENTIA QUE NECESITAMOS PARA REALIZAR BUENAS ACCIÓNES.
En todo lo anterior, existe una gran dificultad para superar la naturaleza y el mal hábito, a fin de hacer el bien.
Para ello escribimos aquí alguna ayuda, a fin de aligerar el peso del trabajo y corregir la dureza del camino,
porque de poco sirve a alguien sólo conociendo el bien, si no tiene el poder para hacerlo. El peso de esta
práctica no nace de la clase de pecado, ni de la buena acción; porque el pecado está fuera de la naturaleza, y
las buenas acciones según la naturaleza, que deberían haber sido impedimento por el pecado facilitando las
buenas acciones; pero nace de la corrupción del hombre cuyo corazón está fornicado por el pecado. Así como
para los enfermos la buena comida le parecen ser sin sabor, pero es un dulce manjar para los sanos, y como
los ojos enfermos odian la luz brillante que los sanos desean y disfrutan viéndolo, así se nos muestra insípida
la buena acción, y agradan el pecado que no es la verdad, sino es la mala disposición del corazón que está
corrupto. Por tanto, es necesario encontrar un médico para curar esta enfermedad, y llevar nuestro corazón a
un estado tal que odie al adversario y enemigo de nuestra salvación y desear el bien, porque sin esta
condición es imposible desarraigar las pasiones y adquirir las buenas obras. Primero necesitamos la piedad,
que es descanso y camino celestial y aliento del Espíritu Santo, exaltación de la gracia, un rayo de fe,
esperanza y amor, y un resplandor maravilloso, nacido de la contemplación y el pensamiento divinos para
tales cosas, y así transforma el corazón, que lo hace difícil para el mal, y diligente en las buenas obras, donde
las cosas divinas le parecen dulces, y las cosas mundanas los encuentran desagradables, como las personas
espirituales cuando sienten gran piedad son diligentes para el bien, y descuidados y perezosos para el mal.
Por eso, el que desea valerse de sí mismo, hacer lo mejor, aumentar esta piedad, porque cuanto más piadoso
es, mejor cambia el camino de su corazón. Sobre esta piedad escribiremos claramente en el capítulo 8. Como
quien quiere imprimir la imagen de un sello en cera, primero la ablanda en sus manos y luego la sella como
quiera, así también quien quiere imprimir la imagen de la buena acción en su corazón, primero para
ablandarlo con el calor de la piedad, y luego para hacerlo como le plazca. Así es como vemos a los que
trabajan duro. Porque, ¿cómo podría el herrero hacer su oficio sin el calor del fuego, con el que derrite el
hierro más fuerte y lo ablanda con el martillo como la cera? Estos dos, por tanto, necesitamos para esta
transformación del corazón, es decir, el martillo para golpear, romper y corregir los hábitos de la naturaleza, y
el ardor de la piedad, para ablandar nuestro corazón y someterle a este martillo. Ésta es la llave y puerta de
nuestra salvación, es decir, la piedad de la que hemos hablado, y que descubriréis si recibís con frecuencia los
Santos Sacramentos, la Sagrada Comunión, la contemplación de lo divino, la lectura de libros espirituales y
cualquier otra regla eclesiástica. Es necesario leerlos a menudo para que esta piedad quede impresa en tu
corazón de tal manera que no puedas olvidarla. Como la carne comienza a formar el cuerpo de la creatura a
partir desde el corazón, y de él surge la vida y todos los miembros, así comienzas la vida espiritual de oración
y lectura, porque de esta manera surge el espíritu del amor y el temor hacia Dios que da vida a tus obras.
Todavía es necesario tener una diligencia incesante y diaria alabanza y recuerdo digno de alabanza, todas tus
obras, palabras y recuerdos, para que todo se haga conforme a la medida de la justicia. Como un mensajero
enviado a un rey poderoso, cuando habla ante todo el Senado, permanece con tanto cuidado y conquista no
solo en palabras, sino y en la disposición del cuerpo, así también el siervo de Dios está obligado a tener
memoria eterna y piedad inquebrantable, para que tenga cuidado en todas sus obras y cosas, cuando habla o
hace cualquier cosa, o si está en la casa o fuera, para actuar según la ley de Dios, según el juicio de la mente,
y en resumen, para tener tanta memoria y piedad como si estuviera a Dios delante de él. Es cierto que los
santos también vieron a Dios con el ojo de la mente como dice el profeta David, "Siempre he visto al Señor
delante de mí, porque está a mi diestra." Y si siempre tienes al Señor delante de ti, oh hombre, ¿cómo te
atreves a cometer desorden o ser impío? La multitud a los ojos de aquellas bestias que vio el profeta
Ezequiel, significaba la mente desvelada que debemos tener en esta vida y en nuestro vivir día a día, peleando
con tantos enemigos para encontrar ayuda, no para ser vencidos. Se imaginó a los 60 valientes mirando la
cama de Salomón, sosteniendo espadas en sus manos, para darnos una idea de este tipo de vigilancia y
recuerdo que deberíamos tener cuando caminamos a través de tantos enemigos. Y el motivo para tomar nota
es la altura y el buen linaje de esta causa, sobre todo para los que se obligan a llegar al festín espiritual. Vivir
en la sociedad como el Señor quiere, sin mancha de pecado en esta vida, y guardar un espíritu puro de las
contaminaciones corporales y tener cuidado en todo hasta el Día del Juicio, son cosas altas y por encima de
las cosas naturales, que necesitas todo. lo que dije anteriormente y cuánto diremos a continuación.
Porque, como dije en el Capítulo I, no hay ciencia más honesta y oficio más hábil que preocuparte por tu
salvación. Así que fíjese en la diligencia de un maestro, o de un pintor o de otra persona que, para hacer un
trabajo exquisito, con cuánta atención cuida su trabajo para no equivocarse. Mira con qué cuidado y temor
alguien camina cuando tiene en sus manos un vaso lleno de un producto valioso, para no derramarlo en
absoluto. Observe cuando alguien cruza un río y pisa sobre unas piedras mal colocadas, pues teme no caer al
agua y ahogarse. Esfuérzate lo más que puedas por caminar con cuidado y atención, y especialmente al
comienzo de tu regreso al arrepentimiento hasta que te acostumbres, sin hacer nada ni decir ninguna palabra
que no agrade a Dios. A esto un sabio le da un consejo útil, diciendo: Quien quiera hacer buenas obras,
imagine que tiene ante sí a un hombre importante que te mira en todas tus obras, que haga y hable como él
hubiera hecho si hubiera visto con sus propios ojos a aquel a quien tiene mucho respeto. ¿Ves cómo los
sabios de este mundo fueron tan diligentes en hacer el bien? Así que piensa que ves ante ti, no a un famoso,
sino a nuestro Rey y Maestro celestial, porque como Dios omnipresente, Él está en todas partes y te escucha y
te ve. Por tanto, sean tus obras y tus palabras lo que corresponde a tal magnificación, pidiendo el don del
Maestro, para que él pueda velar por ti siempre. Este recuerdo con el que te aconsejamos debe tener dos
propósitos: primero, ver al Señor en el interior, es decir con los ojos del alma, para estar delante de Él
adorándole, orando y alabándolo le con acción de gracias y ofreciendo nuestra piedad al altar de nuestro
corazón. En segundo lugar, tengamos en cuenta todas nuestras obras, palabras y pensamientos, y no nos
desviemos de ninguna manera de la buena acción, sino que veamos con un ojo al Señor, pidiéndole su don y
ayuda, y con el otro ojo anhelando la buena orden de nuestra vida; y así utilizar la luz que Él nos ha dado, por
un lado, para el uso y contemplación de las cosas divinas, teniendo presente al Hacedor del bien, el Dios, y
por el otro lado, en todo aquello que estamos obligados de cumplir y hacer. Y si no siempre podemos
recordar esto, forcémonos a tener al menos la mayor parte de nuestras vidas, porque eso no nos impide las
obras del cuerpo para proceder así. Pero de esta manera el corazón puede ser libre, de modo que muchas
veces se aparta de los males hábitos de este mundo y se esconde en las marcas de las púas en las manos del
Señor. Porque en la buena obra hay dos dificultades, una, de conocer el bien y el mal, y la otra, de vencer a
una y cometer la otra. En la primera hay que estar despierto y atento, y en la otra, necesitas fuerza y mucho
celo; pero si falta uno de estos dos, nuestro trabajo sigue siendo imperfecto. Para esto, se ha escrito arriba
sobre el cuidado para ser preventivo, y ahora les escribo para tener la fuerza y la diligencia que necesitan para
superar el peso de sus buenas obras. Sabe, por tanto, así como el herrero siempre necesita un martillo en sus
manos, para trabajar el hierro y someterlo a su voluntad, así también el que quiere salvarse necesita el poder
de un martillo espiritual, por el peso de la obra justa. Sin este poder del martillo, no se hace ninguna buena
acción, porque todas las buenas obras tienen un duro trabajo y peso. El ayuno, la oración, la vigilancia, la
obediencia y toda la sabiduría no te sirven de nada si no tienes este poder. Al igual como hizo la vara de
Moisés con el poder y ayuda divina, señales y prodigios milagrosos, y ha redimido a los hijos de Israel
sacándoles de Egipto, esta vara del poder vencerá todas las dificultades y nos sacará a la luz con gran victoria
venciendo al demonio que nos tentó con el amor propio, intentando hundirnos en el abismo del egoísmo. Por
ello, no dejes este bastón poderoso del esfuerzo y sacrificio. porque no se puede hacer ningún milagro sin él.
Que todas las cosas buenas se hacen con duro trabajo y sin fatiga no se consigue nada. Por esto el Señor dice
que: "El reino de los cielos es asaltado, y los opresores se apoderan de él", es decir, los que fuerzan su
naturaleza y cortan sus voluntades corporales. Después del mucho trabajo hay descanso; tras por la lucha y la
guerra hay paz; por el sudor y el trabajo, se recibe coronas; por lamentación y lágrimas conseguirás gozo y
alegría, y por el desprecio de uno mismo se obtiene el dulce amor de Cristo. A menudo se reprende la pereza
y se alaba de valentía, porque nada bueno produce jamás la pereza. No hay nada más honesto y útil que las
buenas acciones; y debe ser deseada por todos y con gran esfuerzo buscarla. Pero por causa del dolor y
dureza, algunos son perezosos y se ahorran el esfuerzo, diciendo: Mejor nos conformamos con poco reposo
antes que llenarnos las manos de angustia y sufrimiento. Pero como no hay otro obstáculo para la buena obra
que el peso escrito más arriba, tengamos el valor de corregir la dureza y así obtener la buena obra, y por
medio de ella el Reino celestial, al que sólo tienen derecho los que se esfuerzan por vencer las voluntades
corporales. Con esta valentía desmantelamos nuestro amor propio y todo su peso, y expulsamos a este
enemigo, e inmediatamente el amor de Dios se apoderará de nuestros corazones. De mucha ayuda son las
parábolas de los siervos de Dios. Muchos ermitaños pasaron maravillosamente en una profunda pobreza,
vivieron toda su vida en la miseria, desnudos y descalzos, privados de todas las necesidades del cuerpo,
deseando no la abundancia de comida y bebida, sino el hambre y la sed; no riqueza y abundancia de cosas,
sino pobreza la falta absoluta: no pasión corporal, sino cruz, angustias y sufrimientos. Es muy cierto que,
desde los inicios de la Iglesia de Cristo hasta nuestros días, hace casi dos mil años, siempre ha habido
hombres y mujeres, que no solo renunciaron a todos los placeres del mundo, pero también renunciaron
voluntariamente a la riquezas y los honores que tenían, permitiéndose sufrir penurias, en ermitas, en lugares
desiertos, en ásperas montañas, en cuevas y hoyos del suelo, en bosques salvajes y deshabitados, angustiados,
y atormentados por el calor del sol y el frío de la noche. La tierra la tenía como aposento; el cielo, era el
techo; bebida siempre el agua; y comida, las hierbas que se encontraban. Ayunaron, todos los días, pasaban
durante años sin hablar con nadie y, en definitiva, siguieron la vida más dura y áspera. Y algunos se subieron
en los pilares altos sin bajar 40 y 50 años, y otros atormentaron sus cuerpos de otra manera; trabajando aquí
temporalmente, para descansaren el otro se más allá para siempre. ¿Qué es lo contrario a las concupiscencias
de los gentiles, que buscar diferentes medios y rostros para castigar su cuerpo con hambre y sed y muchas
otras labores? Pero ¿qué pasa con las luchas y penurias de los mártires? ¿Quién no se maravillará de leer
tantos hechos valientes y victoriosos? ¿Quién de nosotros, pecadores perezosos, no se avergonzará y
lamentará su pereza y debilidad, cuando sepa que tantos creyentes, valientes y hermosas vírgenes se han
entregado voluntariamente a la muerte? Porque no han temido al fuego, ni se han apiadado de la flor de su
belleza corporal, sino renunciando a sus esposas, a los hijos, hermanos y madre, apartándose de la riqueza, la
gloria, el honor y todas las demás delicias del mundo, para recibir una muerte de mártir, terrible y una
dolorosa. No pasa un día sin que nuestra Iglesia no celebre algún Mártir, de los miles y diez miles que hay al
día, lo cual no se hace tanto para honrarlos con la fiesta, sino para recibir un ejemplo de ellos y aumentar sus
buenas obras, viendo la clase de tortura que han soportado para el Reino celestial. Lea el Sinaxar para
maravillarse con las formas y la crueldad de las torturas que les dieron los despiadados tiranos. Algunos
fueron quemados en brasas, otros desollados como ovejas y despellejados, ahogados en ríos y mares,
hervidos en calderas con aceite o plomo, y otras barbaridades por el estilo; a otros los apedrearon, les
pusieron sobre ruedas, les perforaron los tobillos y la cabeza con púas, les perforaron las orejas, les
arrancaron los ojos y los dientes, les cortaron sus miembros con cuchillos y otras herramientas, y en resumen,
los tiranos incrédulos, inventaron las herramientas de tortura más duras de las que todavía no se haya oído
hablar. Que los malvados no buscaban matar su cuerpo, sino atacaban el alma, para borrar la buena fe que
tenían. Tan grande fue su crueldad, que doblaron a la fuerza los picos de los árboles, y ataron a uno la pierna
del Mártir, y al otro, la otra pierna; luego los soltaron, y cuando las puntas volvieron a su lugar, le partieron el
cuerpo del santo mártir en dos partes. Estos y otros actos terribles y despiadados les hicieron con el propósito
de determinarles de renunciar a Dios y servir a los ídolos satánicos. Que lean a quien quieran, que se
maravillen de tal celo e inconmensurabilidad el amor que tenían los Mártires y especialmente los niños
pequeños y hermosos de no sentir lástima por sus cuerpos. Demasiado sabios como Caterina, Irina, Varvara,
Paraschiva y otros miles como ellos nombrados o no conocidos por el nombre, cuyos cuerpos brillaban como
la nieve, ninguno perdonaba la belleza del cuerpo, y no temían al fuego, porque tenían en sus corazones otro
fuego inmaterial mucho más fuerte., que encendió sus corazones a un amor mayor, el amor divino por la
bondad eterna y el gozo inefable. Con su deseo, odiaban la dulzura del deleite temporal. ¿Cuántos esfuerzos
han hecho para alcanzar la felicidad celestial? Ellos no tenían un cuerpo diferente y nosotros otro inferior; no
conocían otro Dios quien les ayudara, ni recibieron otra gloria ni otras coronas, ni hubo otros tiempos
entonces que ahora, como mienten algunos rumores. Que este cielo, y estos elementos que eran entonces,
siguen siendo ahora. Si los santos padres y mártires con tanto dolor incluso con una muerte terrible
compraron el Reino eterno, tu ¿por qué no renuncias también a tus pasiones y deseos? Han soportado hambre,
sed y mucho sufrimiento, y tú no puedes ayunar dos días a la semana. ¿Han estado encarcelados en lugares
oscuros durante tantos años, y vosotros no podéis renunciar al mundo para hacer un poco de arrepentimiento
y oración? Si las parábolas de todos los santos no te bastan, para fortalecerte a la buena obra, alza la mirada al
madero santísimo de la Cruz y ve quién es ese Crucificado que sufrió tan maravillosos tormentos por amor a
ti. ¡Este es un verdadero ejemplo de gran miedo, si ves los dolores y los problemas y los tormentos! Nunca
antes se han escuchado en el mundo pasión más terrible, si nos fijamos en el mérito del Sufridor, no puede
venir de otro que el maestro de buen linaje. Si te preguntas cuál es la causa de su sufrimiento, no es por su
culpa, ni por su necesidad, que fue castigado, sino por su propia misericordia y bondad recibió tanto
tormento, que todas las pasiones de los mártires, todas las angustias de los justos y todos los castigos del
mundo, no puede igualarlo. Tan terrible fue la pasión del Señor que la tierra se estremeció, los cielos se
asombraron, las piedras se conmovieron y se partieron, en resumen, todas las cosas de la naturaleza
cambiaron. Entonces, ¿cómo te atreves tu como hombre que habla, volverte más insensible y más
insatisfechos que los elementos de la naturaleza sin vida, y no sufres ni te conmueve para nada la pasión de tu
Salvador y redentor? Orgulloso y desvergonzado es el que ve al Señor de la gloria junto con todos sus
amados amigos, que han pasado tanta angustia y tormento, pero él se sienta en la ignorancia y pasa la vida en
deleite y descanso. El rey David mandó a Urías que bajara a su casa cuando volviera de la batalla, pero el
sabio y buen siervo dijo: “El arca de Dios está en la tienda, y los siervos de mi rey duermen en el suelo,
¿cómo me atrevo yo entrar en mi casa para comer, beber y descansar? No haré esto, lo juro por la salvación
de tu Reino. "¡Cuán injusto es matar a este siervo muy fiel, digno de tanta alabanza para ser asesinado! "El
tabernáculo viviente y divino sufre terribles dolores y muerte, ¿pero tu anhelas placeres y delicias? Esta arca
que mantuvo escondido el Maná y el Pan del Ángel, sufre y prueba vinagre y veneno en la Cruz, para salvarte
a ti ¿pero tu estas buscando platos escogidos y manjares?" ¿Las Tablas de la Ley (los tesoros de la sabiduría y
el conocimiento de Dios) fueron calumniadas y calificaron al dador como incompetente, ¿pero tú quieres
honor y alabanza? Piensa en los siervos de Dios que yacían en el suelo, es decir, los Profetas, los Apóstoles y
los Mártires, con tantas tribulaciones y castigos pasaron por este camino de destierro y tu deseas la felicidad
por derecho. Si todos los santos incluso el mismo Santo Santísimo ha caminado por el camino estrecho y
turbulento, ¿cómo es posible que alguien vaya de otro modo a ese lugar de felicidad eterna que no fuera por
la Cruz de los sufrimientos? Entonces quien quiere y desea ser heredero de la gloria de Dios, debe ser
partícipe del sufrimiento y la cruz de Cristo. ¿Quiere regocijarse y compartir con ellos, el gozo eterno?
entonces no evitar crucificarse con él y sufrir angustias y fatigas, y así por un sufrimiento temporal y poca
deshonestidad, será digno del gozo eterno. A lo que todos nos esforzamos para adquiridlo con el don y el
amor por los hombres de nuestro Señor Jesús Cristo cuyo se debe la gloria para siempre. Amén.
CAPITULO 5.
SOBRE EL QUEBRANTAMENTO DEL CORAZÓN Y LA HUMILDAD
Entre los muchos y variados errores y omisiones nuestras consideramos que no hay nadie más digno de llanto
y lamento que una forma desprevenida y desatendida de la Confesión, por la que debemos esforzarnos más
que por cualquier otro trabajo, así como manda nuestra Iglesia. Veo que la mayoría de la gente se confiesa sin
ninguna preparación afligir su corazón ni reprender su conciencia. Por esto, cuando confiesan y comulga con
los sacramentos divinos, inmediatamente vuelven a sus hábitos de antes, cayendo en los mismos pecados. Y
antes de que pase el día, vuelven rebozarse como cerdos en barro y en fango. Esta es una gran difamación de
los Misterios de la Iglesia, porque difaman y se burlan incluso de Dios que les había perdonado poco antes.
Todos los años piden perdón por las ignorancias anteriores, prometiendo corregir su conducta, y luego
vuelven a los mismos pecados y añadiendo más iniquidades. Por eso, quien desee ser liberado de este peligro,
y volverse de todo corazón al Señor, con verdadero arrepentimiento, debe examinar los siguientes capítulos,
que allí le mostramos algunos consejos útiles para el alma, para el arrepentimiento, que se divide en tres:
corazón, confesión y corrección. Sobre lo cual escribimos uno por uno, comenzando primero con el
apesadumbre del corazón que ocupa el primer lugar del arrepentimiento, que siempre ha sido necesario que se
hiciera, según el pecado, tanto antes de la Ley Antigua como en la Ley Nueva. La humildad tiene tanto poder
que muchas veces, incluso antes de la confesión, saca al hombre del pecado (solo por tener el pensamiento y
el deseo de confesar), y lo lleva al estado de gracia, convergiéndolo de un enemigo anterior en amigo de
Dios, ya que la confesión por sí sola no puede conseguirlo sin esta humildad y arrepentimiento del corazón.
Por tanto, el que quiera volver su corazón hacia al Señor y volver a entrar como hijo prodigo en el hogar
paterno, debe saber que la primera puerta por la que pasa, es el quebrantamiento del corazón, que es el mejor
sacrificio recibido, que podemos llevar antes el Señor. “Que el corazón quebrantado y humilde, Dios no lo
arrebatará.” Esta derrota del corazón se divide en dos: uno es el arrepentimiento de los pecados pasados y el
otro una firme determinación de no volver a pecar más en el futuro. Lo primero que debes hacer si te has
arrepentido de verdad es odiar con todo tu corazón tus pecados, con un dolor indecible de tu corazón, y esto
no debe ser por temor a los tormentos eternos, o porque estás privándote del Reino celestial, sino porque por
abominables pecados has entristecido y decepcionado a tu buen Dios, a quien nos corresponde amar y honrar
más que a todo lo creado en el mundo. Es correcto entristecerse y apenarse cuando pecamos contra Él,
llorando con lágrimas más que si hubiéramos perdido lo más precioso y amado que teníamos. Que un mayor
pecado también tiene un dolor más terrible. Por eso debemos odiar el pecado y apartarnos de él por completo,
porque nos trae un daño inconmensurable. Esta derrota por la cual el pecador resucita de la muerte a la vida
es un don divino y una buena acción, a la que el alma tiene derecho por la misericordia del Maestro. Pero,
aunque es la gracia de Dios, tan grande y manifiesta, hombre, debes prepararte para hacer todo lo que debes
por ti mismo, para ser digno de tomar la comunión, es decir, estar despierto, contando con todas aquellas
cosas que pueden determinarte a repudiar el pecado y lograr la humildad del corazón. Y para conocer mejor y
hacerte digno de este regalo, le escribimos para recordarle unos consejos de los más importantes a
continuación, que son muy útiles para todos, si los lee con la debida atención y en un lugar tranquilo y
apartado, para que tus pensamientos no se disipen en otra parte. Sin embargo, si te parece, leyendo lo
siguiente, que no has alcanzado ese dolor en tu corazón como es debido, no rebajes, ni te holgazán con este
trabajo, sino piensa en lo que has leído, y el Señor te ayudará, como nos lo prometió a través de Isaías,
diciendo: "Vuelve a Mí, y yo estaré contigo". Solo que mantengas verdaderamente la segunda parte lo que
hablé, es decir, un juicio y una determinación firme, para que no vuelvas a pecar contra Dios con otro pecado
mortal, y así como debes decidir no pecar con más pecados en el futuro, también debes alejarte del lugar
donde pecaste, es decir, si has caído en la abominable pasión del cuerpo, apártate de esa mujer con quien has
pecado y sigue tu camino. Porque es imposible, cuando se pierde la piedad y se abre el mal camino de la
pasión, guardarse tan diligentemente para no volver a caer otra vez en el mismo pecado. Porque el lugar nace
al ladrón, como suele decir. ¡Realmente es muy difícil romper con tus amigos y con esas cosas! Así como las
enfermedades corporales que sólo se pueden curar con fuego y hierro, a menudo cortando un miembro por
completo para salvar todo el cuerpo, y como la persona enferma cambia de aire cuando se encuentra mal y va
a otro lugar más sano e inofensivo para recuperar la salud del cuerpo, así son algunas de las enfermedades del
alma que no tienen otro remedio más útil que esto.
Primer consejo. Sobre quebrantamiento de tu corazón por la multitud de tus pecados. Si quieres instar a tu
alma de ser aplastada y humillada, cuenta tus pecados y tu falta de acción de gracias por tantas buenas obras
que te ha ofrecido Dios. Y debido a que el pecado es una separación del bien y el propósito para el cual fue
creado el hombre, primero cuente este hecho para que sepa cuánto te has alejado de Dios y te has entregado a
cosas vanas. El propósito por el cual Dios te trajo en este mundo no fue solo para construir grandes palacios,
ni para acumular riquezas y tesoros, ni para tener días interminables de fiesta, sino para desear al Creador y
guardar sus mandamientos, por lo tanto, alcance el bien y la perfección. Por eso Dios te dio la Ley para vivir,
los misterios, la vida, los poderes del alma, los sentimientos para usar los miembros del cuerpo, al servicio de
Aquel que te los dio, para conocerlo a través de ellos y desearlo con todo tu corazón. Desearle por estas
bendiciones que ha hecho por ti, especialmente por la crucifixión salvadora, que soportó por tu amor.
Pregúntate, entonces, si has cumplido con todos tus deberes y si no te has desviado del camino que Él te
ordenó caminar. Él te construyó para tener en Él toda tu mente, recuerdo y voluntad, deseo, tu fe y esperanza;
pero te olvidaste de todo esto, y te entregaste a la belleza de lo creado material, codiciando más lo creado que
a tu Creador y Salvador. Piensa en lo perezoso que te has pasado la vida, ¿cuantas veces juraste en el nombre
de tan alabado y glorificado Dios por todos, y luego Le has blasfemado con tu boca sucia e inmunda. ¿Cuán
deshonraste las fiestas que legislaron los Padres, para glorificar y alabar al Señor, para llorar por nuestros
pecados, pero tu esperabas la fiesta, para realizar tus obras de vergüenza, para celebrar a los demonios, con
juegos y canciones, y otras obras paganas! ¿Cuánto honor y piedad tienes hacia tus propios padres, y los
padres espirituales, y hacia los ancianos? ¿Cuánto amor fraternal tienes por los vecinos a los que ha
blasfemado y juzgado tantas veces? ¿Cuántas veces te has enredado en la lujuria y has contaminado tu alma y
tu cuerpo, que el Señor ha santificado en su santuario? ¿Quién dirá, cuantos pecados, pensamientos
fornicarios, las palabras sucias y vergonzosas, tu vana gloria, intrigas y tu astucia? ¿Deshonra, calumnia,
blasfemia, mentira y adulación, arrogancia e insolencia, en las que pasaste tu vida, en lugar de lamentarte?
Cuenta las obras de tus limosnas, para ver cuántas veces el vecino estuvo en peligro y por tu crueldad no lo
ayudaste. Pero, sobre todo, teman y tiemblen por su falta de gratitud a su Buen Hacedor, pensando en los
innumerables dones que Dios les ha dado. Has gastado tu vida y tus riquezas para causar calumnia y a favor
de la vanidad del mundo; y las bondades que tengas lo has recibido de Él como un regalo, y por lo cual
estabas más en deuda de servirle, pero tú lo has convertido en armas y herramientas contra Él, y cometiste
muchos pecados. Entonces, ¿quién puede ver todas estas iniquidades que has cometido y no llorar en ríos de
lágrimas? ¿Qué más entenderás si no sientes estas cosas simples? ¿Por qué otra razón debería llorar y
afligirse más? Realmente no creo que nadie sea tan insensible que no sienta dolor en su corazón cuando
piensa en ello.
El segundo consejo sobre cuánto daño te llega a través del pecado.
Cuando recuerdas la multitud de tus pecados, cuente también con los males que te sobrevienen a causa de
ellos, para que sepa cuánto daño te has hecho y exhortarte a mucha tristeza y arrepentimiento; que de otra
manera tu pena y tu dolor no sirven para nada, como dice San Juan Crisóstomo: "No hay otra perdida que
pueda ser curada con tristeza y dolor del corazón que solo el pecado ". Por lo tanto, todo dolor y congoja es
en vano e inútil para cualquier otro propósito que no sea el de arrepentimiento, entonces, ¿quién quiere
adquirir esta pena de corazón que es tan útil y completamente salvadora, para el alma, que piense con
humildad en las bondades que le falta, y en todos los daños que procede a consecuencia del pecado, para que
sepa lo doloroso y con qué amagara debe de arrepentirse. Vuelve al principio de la primera parte del libro
donde está escrito el pago que recibes, y cómo te faltan todos esos grandes dones, por solo un pecado mortal,
el que al fin de tu vida te hundirá en la labor eterna. Eres borrado del libro de la vida, y en lugar de ser un hijo
de Dios, te conviertes en un esclavo del demonio y en lugar de templo del espíritu santo donde mora la
Santísima Trinidad, y te conviertes en cueva de ladrones. De todos estos daños, el mayor y más grave es
privarte de Dios; que este daño es la raíz y la causa de todos los demás. Sepa que te estas privando del gran
bien y todo lo demás tan pronto como cometas el pecado para entender lo propio que es llorar y lamentar con
todo el corazón, el que cae desde tan gran riqueza y colmo de dones, en semejante lío y desgracias. ¿Cómo es
posible no llorar por quien ha caído en tan maldad y profunda pérdida? Abre los ojos, alma miserable, para
entender qué eras antes y cómo has acabado a lo último Después de todo, habías sido hijo del Altísimo Dios y
morada del Dios viviente, el vaso elegido y el trono del verdadero Salomón y fuente de la sabiduría, el
hermano de los ángeles y heredero de la felicidad celestial. Por eso llora y lamentarte mucho siempre, cuando
escuches cómo estabas antes, pero que ahora ya no tienes los dignos privilegios de lo que te has privado; al
contrario, has entrado en este extraño y abominable cambio y desde heredero del cielo te has convertido en
morada del diablo. El Espíritu Santo se ha convertido en una cueva de ladrones, el vaso de elección se ha
convertido en un vaso de corrupción. El ojo de Cristo se convirtió en barro de los cerdos. El trono de Dios, el
aposento de la perdición y el hermano de los ángeles, está ahora bajo la obediencia de los demonios. El que
antes volaba, como paloma por los cielos, se arrastra como una serpiente sobre la tierra. ¡Entonces lloras,
alma miserable, y llora más pensando en tantas privaciones porque los cielos lloran sobre ti! ¡Gime, porque la
Iglesia y todos los santos lloran por ti, que has pecado y que no te has arrepentido de tu maldad! Suspira,
porque los profetas te lloran, viendo de antemano la ira de la justicia de Dios sobre ti. Derrama lágrimas,
porque yo lloro por vosotros más que por los muros de Jerusalén, las lágrimas de Jeremías. ¡Llora, alma mía,
hasta que laves la inmundicia de tu pecado, para que puedas volver a la antigua nobleza!
El tercer consejo. Cómo el Señor odia el pecado
Para adquirir el santo arrepentimiento y tristeza para el aborrecimiento hacia el pecado, también es útil que
pienses en cuánto odia el más bueno Señor el pecado. Porque cuanto más bueno es alguien, más ama el bien y
más odia el mal. Porque Dios es infinitamente bueno, significa que tiene mucho amor y bondad, pero odia
inconmensurablemente el pecado, y por eso premia uno con gloria eterna, y el otro con la labor del
sufrimiento sin fin privada de cualquier bondad. Entonces, para comprender esta abominación, considere los
espantosos castigos que el Señor ha enviado por el pecado, en todo el mundo, y ha ahogado a todos los que
han pecado por el diluvio. Dejo ese justo castigo del Lucifer y todos los espíritus orgullosos que han sido
despreciados y echados del paraíso, no recordamos tampoco del antepasado Adán con toda su herencia; la
pérdida de Sodoma y otras, que ahora no mencionamos más, porque las habéis oído antes; pero solo recuerdo
el mayor castigo, para que temáis y odies el pecado, porque esta fue la razón por la que el Hijo y la Palabra
del Dios inmortal acepto encarnarse hombre para ser crucificado. Este fue el castigo más grande de todos
mencionados antes, por el mérito y bondad ilimitados e inconmensurables de Jesús Cristo el mayor Sufridor
por nosotros. Al ver todas estas pasiones que el Salvador sufrió por nosotros, comprende el precio tan alto de
la victoria de Dios y la abominación que tiene El sobre el pecado. Con este pensamiento, el temor de Dios y
el dolor del pecado entraron en tu corazón.
El cuarto consejo. Sobre los castigos del infierno.
También puedes impulsarte a derramar lágrimas y llorar amargamente pensando en el día del Juicio Final y
los terribles castigos sin fin del Infierno, donde todos los miembros del cuerpo incluso los cinco sentidos
tendrán un tormento indecible, es decir: los ojos, la fuente de las lágrimas que no cesa; el sabor será el
rechinar y crujir los dientes, el olfato tendrá el hedor y el mal olor; el oído que solo escuchara los gritos y los
insoportables sollozos de la angustia; la bebida será la sed; y la comida que alimentara tu estómago es el
hambre más cruel; y en resumen, todos los miembros deben tener el mismo castigo, como se aclara al final
del libro pero el más miserable de todos los tormentos es el lamento, pues su castigo es eterno, y por eso los
pecadores tienen una gran desesperación, recordando el deleite que tenían antes, y así el sufrimiento es
aumentado, sabiendo que en el futuro no pueden encontrar consuelo, sino el trabajo eterno. Que todo el
pecador se diga a sí mismo: ¡Oh alma mía! tu orgullo y locura y los deleites carnales del cuerpo, han tocado
el fin y ahora a causa de que amabas y deseabas estas vanidades más que a Dios se ha acabado cualquier
esperanza. ¿Dónde estáis ahora? ¿en que se han convertido mis placeres y deleites apasionados? ¿Qué bien
me habéis traído? ¿Por qué me he privado de las delicias celestiales y la bondad eterna, y he heredado en
cambio el infierno sin fin? Así que, pecador, si esto es demasiado cierto, y estos gusanos se comerán tu
corazón, ¿no es mejor prevenir ahora para tu propio beneficio, y reprenderte a ti mismo ahora mientras estas
en vida, arrepentirte con lágrimas y lamentos ante que llegue el terrible Juicio? para ser salvado a través de la
oración.
El quinto consejo. Por el bien de nuestro Salvador
La infinita multitud de las buenas obras de tu Salvador magnifica, más que nada, el dolor y quebranta tu
corazón. En cuanto más pienses en el bien que el Altísimo te ha hecho, más te avergüences de tu
insatisfacción y tu maldad hacia Él. Esto es lo que decían los Profetas: “Instar a la gente a que se arrepientan
y humille el corazón, como hizo Natán con David, que antes de que lo reprendiera por fornicación, le había
recordado sus buenas obras y los dones que les había recibido de Dios. Recuerda, entonces, tú también los
dones divinos y las buenas obras, que Dios te ha traído al mundo de la nada en un ser humano, te redimió con
su sangre purísima y honesta, te dio el santo Bautismo, te guarda y te cubre de muchos eventos, y, en fin,
cuantas cosas hay en todo el mundo, todas son las buenas obras de Dios para ti, puestos a tu servicio. El cielo,
la tierra, el mar y todos ellos, vistos e invisibles, te los dio, porque los escribí en el capítulo 16, pero léelos
con el consejo presente, que es ahí donde vais a ver todos vuestros agravios e insatisfacciones. Entonces,
¿cómo te atreves enojar con tus pecados a tu Benefactor, que sufrió tantos reproches, bofetadas, golpes y
muerte en la cruz, para librarte de la esclavitud de tu enemigo el diablo? Así que mira, ¡cuántas razones tienes
para llorar al ver cuántas veces crucificaste a un Maestro tan amoroso! Pensando en todo esto, cuenta por un
lado su misericordia y amor, y por otro, tu gran ingratitud, y vuelve a él aplastando tu corazón, pidiendo
perdón y confesando humildemente todos tus pecados. Estos son, hermano mío, los pensamientos que son de
gran utilidad para los lectores y traen a mi corazón la conmoción que es la clave del arrepentimiento; y debes
leerlos muchas veces con mucho cuidado y piedad, en el momento adecuado y apropiado, y en un lugar
privado y tranquilo; que muchas veces se comienza la oración sin piedad y sin humildad, y al poco tiempo
uno se humilla y termina la oración con lágrimas. Por esto lee con celo, sobre todo, lo anterior y reza
humildes oraciones, tantas como pueda. Porque el que se arrepiente, cuando adquiere el espíritu de derrotar
su corazón, inmediatamente le visita el don del Espíritu Santo, y será recibido como hijo de Dios. Porque el
Padre misericordioso recibe y besa al hijo prodigo, y le adorna con el don de la gracia y le dé el anillo de los
misterios de la sabiduría, es decir, el nuevo conocimiento de las cosas secretas, que están desconocidos a los
ojos de los pecadores. En esta hora los cielos se regocijan, los ángeles celebran cantando, y, en resumen,
todo el universo que antes lloraba por la pérdida de un pecador, ahora se regocija por su regreso. Y sobre todo
el Buen Pastor, que con tanto trabajo y sudor encontró la oveja perdida, y se alegra de encontrarla, la pone en
sus hombros y luego se regocija con sus amigos y vecinos por haberla encontrado. Saber, por tanto, que
cuanto mayor es el quebrantamiento del corazón y la humildad del penitente, mayor es su celo por una gracia
superior y mayor es la misericordia de Dios hacia al hombre. Porque la justicia y el juicio son la preparación
del trono de Dios. El propósito del juicio es investigar la causa y el de la justicia ejecutar la sentencia. Así que
el alma que hizo estos dos, es decir, entró en juicio consigo misma y con humildad, reconoce su error que
cometió al difamar al Creador con su lujuria y el placer de lo creado, y por eso se libra a sí mismo de la
condena. El que el que ha calumniado a Dios debe humillarse y condenarse a sí mismo si quiere ser
perdonado; y el que recibió dulzura y deleite de las pasiones del cuerpo, debe sufrir dolor y castigarse a sí
mismo por la dulzura de este pecado, y prepararse para convertirse en el trono de Dios y la morada de la
sabiduría divina. Por lo tanto, debes saber esto: que el Señor quiere exaltar un alma a cosas más elevadas,
entonces le prepararla con lamentos, dolores y tribulaciones del espíritu, y malos sufrimientos de la carne,
para hacerle digno de sus dones. Que siempre anheles de seguir adelante en este terrible camino afrontando el
invierno de esta vida, lleno de lluvias y tormentas, para cuando llegue luego el verano lleno de dones y de
frutos del Espíritu divino. Y cuanto más se desean los dones, mayores deben ser los problemas y más
pesados, para hacerse digno de la gracia del espíritu santo. Por tanto, que nadie se entristezca, y que no se
amargue cuando padece las tribulaciones, sino, sobre todo, regocíjese de que son la señal del don futuro que
el Señor le dará. Estos son suficientes para afligir el corazón, y ahora pasamos a la segunda parte del
arrepentimiento, es decir, a la santa Confesión.
CAPITULO 6.
ACERCA DE LA CONFESION
Entre los otros dones, el médico demasiado sabio y nuestro Dios y Salvador, nos dio el misterio del
arrepentimiento, para que perdamos todas las artimañas del diablo, y dándonos fuerzas por su infinita bondad,
volvamos a ser de nuevo sin pecado después de este arrepentimiento, como antes, e inocentes de la sentencia
eterna. La segunda parte, entonces, es la santa Confesión, sin la cual no es posible salvarse nadie, por muchas
buenas obras que tenga. Este misterio de la Confesión es de muy agrado al Señor y nos insta de diversas
maneras, para que el hombre sepa su error y lo reconozca con humildad de corazón. Por eso exhortó a nuestro
padre Adán, cuando cayó en desobediencia, para que reconociera su pecado, y le dijo: "Adán, ¿dónde estás?"
Es decir, donde has caído, cuán mal has hecho; Lo mismo le dijo a Eva, a Caín en muchos otros lugares de las
Sagradas Escrituras, donde se ve cuán útil es la Confesión: Salomón dice: "El que esconde sus pecados, no
prosperará; pero si los confesará, los abandonará, y recibirá misericordia. Incluso el Profeta el Rey David
alabó este hecho en varios Salmos, diciendo: “Te confesaré, oh Señor, con todo mi corazón. Es bueno
confesarte al Señor. El profeta Isaías dice:" Si has pecado, revélelo para corregirte a ti mismo". Así es como
la Confesión dirige al hombre. Tengo muchos otros testimonios de las Sagradas Escrituras, pero los dejo
porque hablaré mucho sobre esta razón, que es el comienzo de nuestra salvación. Que nadie se avergüence de
confesar lo que ha hecho, que la vergüenza que siente cuando confiesa al clérigo es parte del Canon; y como
la vergüenza es un castigo grave, el Señor nos manda que confesemos nuestros pecados y que paguemos con
la vergüenza que pasamos en lugar de castigo. Algunos de los maestros escribieron varios discursos sobre la
Confesión; pero como son largas de palabra, he recogido de todas ellas brevemente un contenido suficiente y
adecuado para iluminar a cada uno para confesar sus pecados como una deuda que tiene con Dios y con la
Iglesia, en la medida de lo posible y según nuestra debilidad humana. Si quieres ser de agrado mediante la
confesión y limpiar todas las impurezas de tu mente, para que tu alma vuelva a brillar ante Dios, no vayas tan
sencillamente, desprevenidos, a este Misterio, sin una preparación adecuada, como hacen algunos ignorantes.
Por eso no se confiesan bien ni saben qué decir. Por lo tanto, tenga cuidado con lo que vamos a escribir, para
aconsejarte bien, si desea recibir el perdón total de sus pecados. Primero, prepárese con dos o tres días de
anticipación y piense cuánto tiempo ha pasado desde que confesó la última vez. Y desde esa hora hasta
presente, fíjate bien en cuántos pecados has caído, y no seas tolerante, sino pon tanto celo y determinación
como si fuera la mayor necesidad del cuerpo, por ejemplo: si fueras administrador o secretario o cualquier
otra responsabilidad sobre las propiedades, para dar lo necesario al pueblo y recibir las rentas, y durante todo
el año presentar las cuentas para responder a quien has dado préstamos y por los gastos que se pagó; ¿No te
habrías obligado a no olvidar ningún dinero, para no pagarlo tú mismo y sufrir pérdidas? Debes poner tanto
celo, y más aún, en esta causa de necesidad, a la que no te arriesgas a ser perjudicado por dinero, pero ser
privado de la vida eterna donde se regocija los justos, y serás condenado al trabajo sin fin, si vas a ser
perezoso en este proceso de conciencia. Piense en los Diez Mandamientos del Señor, los Siete Pecados
Capitales, los cinco sentidos, los testimonios de Fe, los siete actos de la misericordia, Corporal y Espiritual, y
cualquier otro mandamiento de nuestra Iglesia, pensando en cuántos y cuántas veces has caído en pecado con
la mente, con la palabra o con la obra, y todo lo que sigue, de lo que escribimos a continuación. En segundo
lugar, está obligado a decir el número de sus pecados, si recuerda cuántas veces has pecado, o al menos a
decir cuánto tiempo has estado en pecado, y si ha pecado tantas veces como y en qué momento oportuno, o
en días de ayuno, para que el médico conozca la naturaleza de tu enfermedad y te cure adecuadamente. En el
tercer lugar, no basta con decir el número de pecados, sino también los siguientes, es decir, ¿dónde, ¿cómo y
cuándo? Con quién y qué pecado has cometido, y otras cosas semejantes que aumenta la iniquidad, porque si
pecas con una mujer soltera, es diferente al adulterio matrimonial, que es un pecado más grave; con una
monja, mucho peor por ser considerado también robo de los santos o fornicación espiritual; con relativo,
mezcla de sangre e incesto; con una niña, sin su voluntad, violencia. Y tienes que decir todo lo que puede
agravar la iniquidad, y en qué lugar lo has hecho, que es más difícil si has pecado a la vista, o en un lugar
privado, que si has pecado en secreto. Sin embargo, debes saber que no debes contarle al clérigo toda la
historia de la causa, sino solamente el nombre y el tipo de pecado, y cuántas veces has pecado, y no
mencionar palabras indignas e inapropiadas, ni confesar el nombre de la persona que juntos habéis pecado, es
decir: he robado con este hombre, o he cometido fornicación con esta mujer, pero decir sólo pecado, pero el
nombre no es propio de mostrarle. Sepa, entonces, que los pecados de la carne se cometen de cuatro maneras:
con la mente y el pensamiento, con la palabra, con el tacto y con los hechos. Si has pecado por obra, basta
con decir que has cometido fornicación. Si lo tocó con la mano, diga cuántas veces. Si ha hablado solo con la
palabra, confiesa que solo has pecado por palabras inmundas y feas, para instar al mal o al orgullo, y no a
decir qué tipo y qué palabras ha dicho. Y si ha pecado en la mente, es suficiente decir que ha tenido
pensamientos de fornicación manchados, voluntarios o involuntariamente. El quinto y último, busca
encontrar un padre espiritual como doctor, si puede ser con experiencia y hábil en las obras espirituales, para
conocer bien las heridas que ha causado los pecados en tu corazón, para dar los medicamentos adecuados a
las heridas, como lo habrías hecho con una herida corporal, y habrías buscado un médico con mucha
experiencia. Que he visto a muchos hoy en día, que no saben sanar, y mataron a muchos enfermos. Lo mismo
puede decirse con lo espiritual. Porque cuando un ciego se convierta en el gobernante de otro ciego,
La salvacion de los pecadores (vol2).
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La salvacion de los pecadores (vol2).

  • 1. LA SALVACÍON DE LOS PECADORES LA SEGUNDA PARTE CAPÍTULO 1 Sobre nuestro deber hacia Dios, nuestro benefactor. MUY sabio y hábil, el profeta David ha dividió la perfección de la justicia en dos, diciendo: "Apártate del mal y haz el bien". En la segunda parte sobre la justicia es necesario dar a cada uno lo que es suyo, es decir, a nuestro Creador y Salvador, nuestro prójimo y nosotros mismos. Que la obra de esto, se conoce cuando el hombre tenga buen orden y justa cuenta de estos tres aspectos. Cuando se procese así, no falta ninguna buena acción, pero que todo está bien. Para entender mejor la causa, te escribimos las tres formas y similitudes, para que sepas lo que debes hacer para encontrar tu salvación. Con estos tres guardas la justicia perfecta, es decir: tener para Dios el corazón de un hijo, para el prójimo el corazón de una madre y para ti el corazón de un juez. Estas son las tres partes que comprenden toda justicia y salvación. Primero hablemos de Dios, que es la parte más importante de la justicia. Para ello necesitamos tres virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Con los que se comprenden estas virtudes, el hombre satisface y realiza el amor hacia Dios, teniendo ante Él una conciencia y un corazón sumiso del cual siempre un hijo bueno y virtuoso tiene por su Padre. Que una de las primeras obras del Espíritu Santo es darnos esta humildad hacia Dios. Debes considerar cuidadosamente y entender qué clase de corazón tiene un hijo sabio por su padre, cuánto amor le guarda, cuánto temor y piedad tiene, cuánta obediencia le hace, cuánta fe; muestra cuán celoso es por el honor paterno, cómo lo sirve sin esperar un pago, cuán confiado corre tímidamente hacia él en sus necesidades, y cuán humildemente soporta los reproches y los castigos. Entonces, debes tener tú también un gran corazón para Dios, si quieres cumplir con esta parte de la justicia sin falta. Para esto necesitas ocho buenas obras: primer amor, segundo temor y; la tercera piedad; el cuarto celo por el honor de Dios; de la pureza de pensamiento y obras al culto de adorar a Dios; la sexta oración, a la que debes recurrir en todas tus necesidades; la séptima acción de gracias por sus buenas obras, y la última es la obediencia, para unirse a Su santa y salvadora voluntad. Después de esto, por lo tanto, lo primero y más importante que estamos obligados a hacer es amar al Señor, como Él nos ha mandado, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y mente, y con todo nuestro corazón, todos los poderes, para que podamos amar y honrar plenamente a este maravilloso Maestro. El hombre debe tener siempre su mente y pensamiento en meditación; la vida entera para amarlo, el placer y otros deseos de estar contenidos en todo lo que honra y empodera a todos los miembros y sentidos, para trabajar todo lo que este amor manda, a lo que toda justicia nos llama y atrae, y las causas del amor, que está en todos lo creado, que todos estos nos conducen a Dios y al más alto grado de perfección. El segundo, por el cual estamos obligados a agradar a Dios, es el temor, no el de un esclavo que es el temor de los castigos, sino el temor amistoso que proviene del amor de no afligir a un Padre y Señor tan misericordioso; porque que tal miedo tiene los buenos hijos, que se abstienen de las cosas impropias, para no enojar a su padre. Tal miedo lo tiene la perfecta mujer y afable, que cuida mucho en todos sus aspectos y servicios, para no causar ningún desorden o daño en su casa, y ser de agrado de su marido. Este santo temor, que es un don especial del Espíritu Santo, crece en nuestras almas y se amplifica cuando pensamos en estas cuatro cosas; saberla altura de la Magnificación divina, la profundidad de Sus juicios, Su justicia y la multitud de nuestros pecados. Debemos pensar constantemente en estos pilares en cuales descansa nuestro corazón, porque estos pensamientos guardan en nuestra alma este santo amor y nos aleja de todo pecado. Especialmente, cuando estamos en la Santa Misa, debemos estar muy atentos y piadosos, y no hablar, ni volver los ojos aquí y allá, como hacen algunos cristianos insensibles; sino que recordemos con gran temor y reverencia esa altísima magnificación y
  • 2. glorificación del Dios de todos, que el sacerdote oficia de una manera maravillosa e incomprensible. Escribiremos más sobre esto cuando lleguemos a la Sagrada Comunión. La tercera buena acción es la confianza, es decir, como un hijo en todos las dificultades y necesidades que le llegan, sabe que, si tiene a su padre generoso y poderoso, está seguro de que no le faltará la ayuda ni el cuidado de su padre. Por lo tanto, todos deben tener tal corazón para Dios, sabiendo que tiene por padre a Aquel que gobierna sobre todo el mundo y gobierna el reino de los cielos y la tierra, y lo sostiene con Su poderosa sabiduría y dominio, y que no se entristezca por ello cualquier cosa lo muy difícil que le venga, pero volverse a Él con valentía, esperando Su misericordia, que lo sacará de los problemas para su beneficio y lo guiará hacia lo mejor. Que, si el hijo tiene tanta osadía con el padre y se acuesta sin preocupaciones, ¿cuánto más tienes que esperar en Aquel que es el Padre de todos los padres y más rico que todos los reyes? Y si te parece que tu pequeño servicio y buena obra que has mostrado hacia este Maestro, conociendo la multitud de tus pecados, te hace temer, entonces no pienses más en tus pecados, sino en la infinita misericordia de este Padre celestial, que ha prometido Su ayuda a los que invocan humildemente Su Santísimo Nombre y escapan bajo su amparo. Así vi a algunos que tenían enemistad entre ellos, pero que les recibieron en tiempos de angustia en sus hogares, y los protegieron y ayudaron, como si fueran amigos muy fieles. Y si los no creyentes tienen tan poca maldad y ofrece tanta bondad, ¿cuántos consideras que tienen tu Padre celestial, que tanto bien te ha hecho? También tenga audacia y esperanza en El todopoderoso, y no te faltará ayuda. La cuarta buena acción es el celo por la gloria de Dios, es decir, todo su deseo y cuidado debe ser solo para glorificar el nombre de Dios, aumentar Su gratitud hacia Él y hacer Su voluntad como en el cielo y en la tierra. Que su mayor dolor y pena sea cuando vea que no está hecho. Todos los santos de quienes se dice que tenían tal corazón y celo: "El celo de tu casa me consumió, y las afrentas de los que te afrentaban a Ti han caído sobre mí". Fue así como recibieron el dolor y así sintieron aquellos que amaban al Señor a causa de esto, ya que el dolor evidente de sus almas salía frente a ellos y se manifestaba en el hombre para afuera. El quinto es el pensamiento correcto y su pureza, es decir: en todos nuestros hechos y cosas no busquemos ningún beneficio eterno o temporal, ni pensemos en nuestro honor y beneficio, sino solo para la gloria, la buena voluntad y la obediencia a nuestro Maestro. Esto debemos buscarlo y honrarlo en todas nuestras cosas, con un celo inconmensurable por Él, temiendo que nuestros ojos puedan mirar a otra cosa que no sea Dios y nuestro Salvador. Son muchos los ricos en buenas obras, que cuando son examinados en el Juicio Divino, consideran que serán hallados sin este justo juicio, que es el ojo del que dice el Santo Evangelio, que: “si tu mirada es limpia todo tu ser se ilumina, pero si es malo, se vuelve oscuro e indigno. "Algunos están en altos cargos y son dignos en la iglesia o en política, quienes, viendo que se merecen un gran honor, dedican tiempo a Dios con alegría, lavándose las manos de toda inmundicia, pero para no contaminar de algún modo su honra, y les interesan más la honra del mundo, siendo locales a los superiores, para hacerse más dignos de elogios. Estas obras y servicios no parten del amor o del celo por Dios, ni tienen como el fin es su obediencia y gloria, pero solo para su gloria vana e interés propio, de modo que el que los usa para aparentar mejor en la vista de los otros, pero en los ojos de Dios sus obras son todo humo y mera sombra de justicia. Porque virtudes morales, sin el amor del Espíritu Santo ni el temor de Dios, la tuvieron muchos de los griegos, como Platón, Sócrates y otros; pero de ninguna manera se beneficiaron, porque no es bien recibida por Dios la sabiduría o la buena nación, ni el alto conocimiento, ni las virtudes morales, ni las praxis del cuerpo, ni incluso sacrificar a tus propios hijos, sino solo este amor del santo Espíritu enviado desde arriba, y todo lo que nace y procede de esta raíz. "Porque el bien no es bueno, si no se hace bien", donde las cosas sencillas que se hacen con gran y buen juicio son de mayor dignidad mientras las cosas grandes y elevadas hechas con mal juicio, son indignas, porque el Señor no mira tanto la magnitud de las cosas como el objeto del alma, que irrumpe de la fuente interior del amor y la justicia. La sexta buena acción es la oración, mediante la cual corremos en tiempos de necesidad hacia nuestro Padre, como lo hacen los niños pequeños que, por cualquier temor, se refugian en brazos de su
  • 3. madre. Con la oración recordamos siempre a nuestro Padre, y nos acercamos a él. Vaya a leer el capítulo, "Sobre la oración", para ver cuán piadosa debe realizarse esta obra angelical. La séptima buena acción es el conocimiento y la gratitud de las buenas obras Hacia el Padre, que es uno de los mayores deberes nuestros con Dios, como se escribía en el capítulo sobre la ingratitud. La octava y última buena obra es la obediencia, en la que se hace toda la justicia, pero no h quedado atrás como menos importante que las demás, sino como sello y fin de toda la buena obra. Tienes que tener tu voluntad completamente desactivada, que no se encuentre en ti ni la menor oposición contra la voluntad de Dios. Hay tres pasos en dicha obediencia: a) Obedecer todos los mandamientos e iluminaciones del Señor, y preferir sufrir todos las tribulaciones del mundo, antes que cometer el pecado de muerte y quebrantar el mandamiento divino, El segundo paso es: unirte a la voluntad de Dios, agradecerle tanto por lo bueno como por lo malo que te sobrevenga, pensando que sin su divina voluntad, no te viene ni el bien ni el mal, así que debes glorifícalo en tu honestidad como en tu deshonestidad, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte, siempre inclinando la cabeza y agradeciendo, tanto en las congojas como en los beneficios que te envía, sin mirar el castigo de tu cuerpo, sino al amor y la bondad que el Señor te guarda; porque con el amor que el padre suele tratar a su hijo, igual le castiga tanto como se merece. En esta paciencia de los problemas, hay tres pasos. Primero, tenga paciencia en las adversidades; el segundo, desearlos por amor a Dios; y el tercero, regocijarse por ellos mismo. El primer paso es conocido como la paciencia de Job; segundo, en el deseo que tenían algunos de los mártires, y sed de recibir otras torturas además de las que recibían en el nombre de Jesús Cristo. Y el tercero es el gozo y la alegría de los Apóstoles, que fueron dignos de sufrir por el nombre del Señor. Y especialmente el san Pablo, el vaso elegido, que se enorgulleció en sus problemas, se regocijó en la deshonestidad y el castigo, como se ve en muchos lugares de sus epístolas. Esta es la etapa más alta del amor y la plenitud, que pocos alcanzan, y para ello no todos estamos obligados a tener la tercera o segunda etapa, sino solo la primera, es decir, soportar los problemas con gratitud y el que no cumple con lo primero no se salva. La tercera y última etapa de la obediencia es: someterse a los más grandes jerarcas y siervos de Dios, en todo lo que te mando, recordando las palabras magistrales del Señor: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha; y el que se niega a vosotros, se niega a Mi.” en esta obediencia hay tres puntos también: el primero es someterse al trabajo exterior, sin que tu mente y tu voluntad se oponga , el segundo es someterse al trabajo con la mente y la voluntad, luego la tercera, con las tres , es decir con el trabajo, la voluntad y la mente. La tercera esta es la etapa de obediencia más elegida, que te lleva a mucha humildad y a un juicio justo, por la cual, si tienes estas ocho buenas obras, has cumplido la primera y más alta parte de la justicia, has cumplido con tu deber nuestro Redentor y tu Salvador. Antes de terminar, permítenos escribir algunas enseñanzas necesarias y útiles para que puedas saber cuáles de las buenas obras son más elegidas y más honorables que los demás, para no equivocarse, pero descubra, sin embargo, que todas las buenas acciones se dividen en dos categorías, unas están dentro del hombre, espirituales e invisibles, y otras están fuera y son visibles y conocidas. En la primera vamos a situar las buenas virtudes teológicas más tantos cuántos otros escribí arriba (y especialmente para amor que es la reina de todo bien), y otros como: humildad, toda sabiduría, limosna, paciencia, justicia, piedad, pobreza de espíritu, el rechazo al placer del mundo, renuncia a la voluntad, amor por la cruz, etc. También los llamamos bondades espirituales interiores, porque están especialmente en el alma. Hay otras buenas obras que se hacen en apariencia, es decir, a la vista que son los siguientes; el ayunar, velar, leer, orar, cantar salmos y otros cantos litúrgicos, que también se hacen de corazón, pero sus obras son más visibles que las anteriores, hechas desde dentro, los cuales no se puede ver, tales como: esperanza, fe y el amor. Todas estas buenas obras son muy útiles para el alma y para la salvación, pero, en primer lugar, como dijo el Señor a los samaritanos: "El Espíritu es Dios, y los que le adoran Le deben adorar en espíritu y en verdad". El Apóstol también le dice a Timoteo: "Guarda la fe, porque las obras de la carne son de poca utilidad; pero la fe es necesaria en todas las cosas, porque la bondad de esta vida y la vida venidera también depende de la fe".
  • 4. Porque la fe aumenta el honor de Dios y la misericordia hacia el prójimo y a través del esfuerzo corporal, la moderación y abstinencia de todas las fiestas malvadas. Pero si alabamos las buenas obras del interior, del espíritu, no difamamos de ninguna manera las exteriores, porque a través de ellas las más pequeñas, adquieren y custodian las más grandes. Esa paz y el distanciamiento te salvan de tres pecados, a través de la vista, el oído y del mucho hablar. Y con el silencio te ayudas mucho a ti mismo, y guardas la piedad y te deshaces de varios pecados, que nacen a causa de mucho discurso. El ayuno nuevamente debilita el cuerpo, levanta el espíritu y nos prepara para la lectura, la contemplación y la oración, dejando los chismes que contamos a medida que nos saciamos, sino más bien nos esforzamos por cantar salmos y rezar oraciones, y todas las demás, para estos los hechos nos instan a la devoción, iluminan nuestras mentes y nos hacen más cálidos con lo espiritual y lo divino. Por eso, quien quiera ser digno para el don del ayuno, es necesario que camine con cuidado y gran cautela de los sentimientos, y que sea moderado y equilibrado en la comida, en las palabras y en los movimientos; amar el silencio y la tranquilidad, pasar piadosamente al servicio de la Iglesia dispuesto a todos los que colaboran por esta causa útil. De todo esto puedes entender la diferencia entre las buenas acciones anteriores porque las interiores son el fin de los que tu deseas; mientras que los del exterior, son los medios para adquirir los del interior. La primera es la salvación y la segunda es la corrección. El primero como espíritu, y el segundo como cuerpo, que a pesar de ser más pequeño que del espíritu, pero desde el principio es parte y pertenece al alma por sus servicios. Con la enseñanza anterior, hermano mío, se libera de los dos últimos grandes males que han surgido en el mundo, es decir: uno más viejo de los fariseos y otro más nuevo de los luteranos. Que los fariseos, como amantes de la carne y soberbios, no buscaron en absoluto la justicia que está contenida en todas las acciones espirituales, y por eso permanecieron solo con la sombra de la buena acción, mostrándose buenos solo por fuera y completamente contaminados por dentro. Los luteranos nuevamente, al enterarse de este error de los fariseos, huyeron del mal, pero cayeron en uno más grande y peor, es decir, difamando las buenas obras exteriores por completo. Pero la verdadera enseñanza huye de ambos males y busca el límite medio de la verdad, y al dar el debido honor a las buenas obras internas, es respetar el exterior también, ya que ambas categorías son necesarias para la salvación. Sabe, sin embargo, que estas dos caras de la justicia, una es verdadera y la otra falsa. Verdadero es aquello que contiene las cosas externas, que son necesarias y útiles para la realización de las interiores. Y mentirosos son los que tienen cosas de fuera, ignorando las de dentro, que carecen del amor de Dios, que no tengan el temor ni humildad, sin piedad y otras buenas obras, como la de los fariseos, por la cual el Señor los reprendió; ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: ¡La justicia, la misericordia y la fe!” Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello”, es decir, el juicio, la misericordia y la verdad. Y nuevamente les dice en otra parte, que se esforzaban en lavarse los pies y las manos, pero su corazón estaba lleno de astucia y suciedad y que más bien se parecían a los sepulcros adornados por fuera y por dentro estaban podridos y apestosos. Esta es la justicia por la cual el Señor reprendió a menudo en las Divinas Escrituras, diciendo: "Este pueblo Me honra con los labios solamente, pero su corazón está lejos de Mí". En el desierto me honran a mí mientras guardan las enseñanzas humanas, pero no la ley que les he dado. Y de nuevo en el primer capítulo de Isaías dice: "¿Qué me importa la multitud de tus sacrificios? Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada. ¿Qué es esta multitud de sacrificios? No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable. Vuestros novilunios y solemnidades aborrecen mi alma” y otras tantas que se encuentran en el Antiguo Testamento, del cual se ve como si Dios regresara y rechazara lo que Él ha mandado hacer inquebrantablemente, especialmente porque estas son obras de piedad y acercamiento a Su divina honra y exaltación con la adoración y reverencia. Escucha, oh hombre, Dios no condena estas cosas por su propia naturaleza, sino solo a los que hacen estas cosas, y no buscan la justicia ni el temor hacia Él, como se revela claramente, diciendo:
  • 5. “Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda”. Quiten las artimañas de sus almas de delante de mis ojos. No trabajes astutamente, sino aprende a hacer el bien, y entonces perdonaré vuestros pecados. Luego nuevamente dice: “Cualquiera que sacrifique un buey o un becerro por mí, como si matará a un hombre” ¡Oh Dios mío! “¿Por qué odias estas cosas que mandaste que se hicieran?” Enseguida muestra la razón, diciendo: “Ellos han elegido en sus caminos para agradarme con ellos, pero no han dejado sus engaños y en su inmundicia se regocijaron ". Para más evidencia, puedes míralo con claridad en la oración del fariseo orgulloso, que dijo así: “Gracias. Dios, no son como otras personas que son secuestradores e injustos, ni como este oficial de aduanas. Ayuno dos veces por semana y doy limosna tanto como tengo, la décima parte. "¿Observas aquí los tres males de los que he hablado? calumnia a otros, "no como este publicano", y su falsa creencia de que él se consideraba justo y agradecido al Señor. Este es un peligro tan grande y dañino, que es mejor, sin duda, ser pecador e impío, que confiesa su maldad, mejor que arrogante y orgulloso, porque el pecador indigno, cuando conoce su debilidad e indignidad, tiene por esto el principio de su salvación y justicia. Y quien no conoce su maldad, ni piensa que está enfermo, ¿cómo recibirá la curación? Por eso el Señor le dice al fariseo: "Las prostitutas y los publicanos irán delante de vosotros al reino de los cielos. Está probado hasta ahora que los peligros mostrados son conocidos por todos, porque son como las islas del mar, que se ven desde lejos. Y las escondidas que son como rocas, que las cubre el mar, es más necesario ser identificadas i localizadas para que todos las conozcan y las eviten. Pero que nadie piense que son suficientes solamente los hechos del exterior, para alabar los hechos en el interior. Porque los de adentro no son suficientes para salvarnos sin las de afuera, como dijo el Señor a los fariseos: "Hagan estas cosas y no dejen las otras ", es decir, las de dentro. Entonces, el fin de esta causa es establecer un gran temor de Dios y temblar incluso ante el nombre del pecado. Y el que lo plantó y arraigó en su alma este temor, que sepa que es feliz y que construirá todo lo que quiera sobre esta fundación. Y al que cayera fácil en el pecado, se le llamará ciego y loco, al menos siendo incluso justo en apariencia. CAPITULO 2 Sobre el amor al prójimo. La segunda parte de la justicia es hacer lo que es nuestro deber para nuestro prójimo, es decir, amarlo, tener misericordia de él y sufrir dentro de nuestro corazón por él, como el Señor nos exige en el primer mandamiento. Leer los Profetas, el Evangelio, las Epístolas de los Apóstoles y en resumen todas las Sagradas Escrituras antiguas y nuevas, para ver tantas alabanzas a las buenas obras, para maravillarse cuánto es de necesaria esta parte, y cuánto nos exhorta el Señor para practicarla, y cuántas deudas tenemos que tener en misericordia hacia el prójimo. En el profeta Isaías vemos este margen de hacer justicia, para el amor al prójimo. Primero, cuando los judíos murmuraron, diciendo: Señor, cuando ayunábamos y afligimos nuestras almas, ¿no miraste nuestros ayunos, ni nos perdonaste en absoluto?” Pero el Profeta respondió como ante Dios y les dijo: porque en los días de ayuno habéis hecho vuestra voluntad, y no la mía, y habéis angustiado y oprimido a vuestros deudores: Vuestro ayuno no consiste por contienda y juicio, ni por no hacer daño a vuestro prójimo. Pero romper los registros de vuestras injusticias y sucias ganancias, levantad el yugo de los pobres, deja que los afligidos sean liberados. "Y cuando lo hagan, ayudando con misericordia dar limosnas a los pobres y ayudándolos, entonces les daré todas esas cosas buenas prometidas", dice ese profeta al final del Capítulo. ¡Así quiere el Dios Misericordioso que hagamos el bien a los pobres! Lo mismo está escrito por el profeta Zacarías, cuando le preguntó a los judíos al Señor si él ayunaría durante tantos días, para cumplir su Ley y el Misericordioso les respondió con qué hechos estaría contento, diciendo: “Tengan en consideración de guardar la justicia y juzgar justo a vuestro prójimo. Hacer cosas buenas y sé amable con vuestro prójimo. No busques culpa a la viuda, ni para el pobre y al forastero. Y nadie piense en hacer daño a nadie, y me seréis
  • 6. agradables, si guardaréis mi ley. “Este es mi reposo: Saciar al hambriento y confortar al afligido”. Esto es verdaderamente un milagro y una maravilla que el tan Misericordioso prefiere recibir como buenas obras y descanso como hecho para sí mismo, la misericordia y ayuda dada a los pobres. Pero en todo esto me asombra cuando leo el capítulo 16 del profeta Ezequiel, donde contando al Señor los pecados de los inicuos sodomitas por quienes estaban completamente perdidos, llamó a estos tres pecados diciendo: "Esta maldad de Sodomitas, ella y sus hijas se regocijaron en el orgullo, en la abundancia de pan y en las cosas despreciables. Esto les fue hecho a ellos ya a sus hijas, porque no les llenó las manos del pobre y del menesteroso. Y ha sido ordenado la insensibilidad hacia los demás en el último lugar, como el peor pecado de todos. "Porque es cierto que ser despiadado es una grave iniquidad muy fea para todos, porque no afliges tu corazón por tu hermano. Estas y otras cosas semejantes las dicen los santos Profetas. En el Santo Evangelio, ¿qué dice la Ley del Amor? ¿Quién puede alabar y coronar mejor esta buena obra, que el Señor Cristo que puso como el fundamento en toda justicia al terrible Juicio que será, en las cosas de hacer el bien, diciendo: “Ya que has hecho a uno de ellos a Mi me lo has hecho, ¿Qué otra ley mejor que la que lo puso en estos dos mandamientos, es decir, el amor a Dios y al prójimo, para ser el cumplimiento de la Ley y los Profetas? De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas, y nuevamente la palabra seguida en la última cena donde Jesús Cristo nos ordenó que guardáramos el amor. “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros.” No solo a nosotros nos dijo estas cosas, sino que también oró al Padre por esta ley, y dijo: " Padre, te lo ruego para que sean unidos todos en uno, lo mismo como somos nosotros, para que el mundo sepa que tú me enviaste ". Dándonos a entender por esta palabra, que el amor entre los cristianos debe ser tan grande y por encima de la naturaleza, como para hacer de los cristianos, hombres celestiales. El apóstol Pablo muestra cuánto honra y alaba el hecho de amar al prójimo y lo glorifica, más que cualquier otro acto, diciendo: "Este es el camino más corto al cielo y es el fin de los mandamientos. y el cumplimiento de toda la ley ". ¿Qué otro elogio mayor que estos se puede decir por el amor? Y el amado discípulo Juan, nos urge a este acto angelical, diciendo estas cosas: “El que dice que ama a Dios y odia a su prójimo es un embustero. Dios es amor, y el que ama está con Dios, y Dios está con él ". Este querido y amoroso apóstol tenía el hábito para alabar esta buena acción en cualquier ocasión. Y cuando se le preguntó por qué siempre dedicaba tantas alabanzas sobre el amor, el respondió que solo esto es suficiente para nuestra salvación, si lo guardamos correctamente. También, el que no tiene comunión con el amor, no importa cuántas buenas obras tenga, porque de nada le sirve. Para que alguien pueda confiar de esta verdad que describiremos al final de esta palabra la aterradora historia de Saprichie, para que quienes no la conozcan sepan, y recuerden de no sufrir tal alejamiento de Dios. Entonces, quien quiera reconciliarse verdaderamente con Dios, debe saber que no hay otro camino que, a través del amor, pero no un amor vacío o seco, sino a través de las obras. Porque el amor es perfecto sólo como dijo el mismo San Juan: “¡Hijos míos! Amemos no solo con palabras, sino también con los hechos y la verdad; porque el que tiene todas las cosas buenas del mundo, pero cuando ve a su prójimo en necesidad y no lo ayuda, ¿cómo puede tener el amor de Dios adentro? "Vosotros hacéis esta buena acción de seis maneras, es decir; amar, aconsejar, ayudar, perseverar, perdonar y dar buen ejemplo con palabras divinas y buenas obras, y el que tiene más obras que estas tiene mucho más amor, y el que tiene menos tiene poco amor, porque algunos aman, pero su amor no se ve con la obra. A otros les gusta aconsejar bien, pero no meten las manos en el bolsillo para ayudar con una limosna al pobre. A otros les encanta ayudar y tener misericordia, pero no soportan el oprobio y la enfermedad del prójimo, y no guardan el mandamiento del Apóstol, que dice: “Llevad unos a otros las tareas y así cumplir la Ley de Cristo ". Otros soportan el reproche con indulgencia, pero no perdonan de corazón. E incluso si no tienen odio en sus corazones, pero tampoco muestran una cara feliz. Aunque guardan lo primero, se equivocan en lo segundo y no hacen el bien. Hay otros que hacen todo lo anterior, pero no aconsejan al prójimo con buenas palabras y ejemplos que es la mejor parte del amor.
  • 7. Entonces, de este modo, todos pueden examinarse a sí mismos, para saber cuánto es partícipe del amor y cuánto está privado de él. Que el que ama está en el primer paso. El que aconseja bien, está en el segundo. Quien ayuda pasa al tercero. Quien es paciente, en el cuarto. Quien recibe los reproches y perdona de corazón, está en el quinto peldaño. Quien fortalece y aconseja a su prójimo con palabras, buenas parábolas y buena vida (que es la obra de los hombres perfectos y apostólicos), puede saber que ha llegado a la altura de la buena obra. Estos son los hechos decisivos que componen el amor que demuestra cuánto le debemos al prójimo. Pero hay otras negaciones, que nos enseñan lo que no debemos hacer, es decir: no condenar a nadie, no tomar el trabajo ni la esposa de otro, ni deshonrar a alguien con palabras de reproche, malos consejos o mal ejemplo. Quien guarda estas cosas, ha guardado este mandato divino. Entonces, si quieres tener todo esto en tu mente y entenderlo, en definitiva, oblígate a tener, como dije antes, un corazón de madre con tu prójimo, y así cumplirás el mandato a la perfección y sin falta. Tomemos el ejemplo de una madre buena y sabia, que ama a su hijo, cómo lo enseña y aconseja, cómo le ayuda en todas sus necesidades, y durante horas soporta pacientemente sus desórdenes incluso a veces, lo castiga con justicia. Y muchas veces finge que no ha visto y lo cubre con sabiduría y destreza, que a través de todos estos dones se obra el amor, como madre y reina de todas las virtudes. Considera cómo se regocija y goza por su beneficio, y en detrimento de él se lamenta, como si fuera todo suyo. ¡Cómo anhela su honor y su bien! ¡Cuán piadosamente reza a Dios por él! Finalmente, cuánto cuidado y diligencia le tiene a él, más que a sí misma, y muchas veces prefiere privarse ella para que lo tenga su hijo todo. Si podrías alcanzar tal amor por tu prójimo, alégrate de haber alcanzado la cima de esta buena acción. Pero si me preguntas, ¿cómo puedes amar tanto a un extraño y a un desconocido?, te respondo que debes ver a tu prójimo como obra de las manos de Dios, y como miembro vivo de Cristo, como dice el Apóstol a menudo: "Todos somos miembros de Cristo". Y por eso, pecar contra el prójimo es como si hubiera pecado contra Cristo, y hacer el bien al prójimo es como hacer un bien a Cristo. Por tanto, no debéis pensar en vuestro prójimo como en un hombre, sino como en el mismo Cristo o en sus miembros, ya que es cierto, que no de la carne, sino de la comunión de su Espíritu y de la abundancia de la gracia de Dios; porque el Señor dice: Él contará las buenas obras que has hecho para el prójimo como si Él mismo las hubiera recibido de ti, por eso entiende el beneficio de esta buena acción, más todas cuánto nos manda el Señor que la guardemos con mucho cuidado, si quieres agradar al Dios Misericordioso. No hay nada más agradable para él que la atención tuya hacia el prójimo. Si los que son familia se aman tanto por ser parientes y se aman tanto unos a otros sólo por la poca conexión de cuerpo y la sangre, ¿Cuánto más une la sagrada comunión en espíritu? Si dices que entre los parientes según la carne hay unión y comunión, en una raíz y una sangre, que es común a todos, lee la unión que Pablo pone entre los fieles: “Que todos tenemos un Padre, Dios; una Madre, la Iglesia; y una Fe en Señor Jesús Cristo, "que es una luz por encima de la naturaleza, a la que todos compartimos y nos diferenciamos de todas las naciones, una esperanza que es una herencia de Gloria en la que todos podemos ser un alma y un solo corazón. Un Bautismo en el que nosotros todos hemos engendrado hijos por la adopción de un mismo Padre, y somos hermanos. Tal comunión es la santa entrega del Cuerpo de Cristo, mediante la cual nos unimos a Él y participamos de un Espíritu, que es un Espíritu demasiado Santo, y que habita en todas las almas de los creyentes por la fe y la gracia y vivifica y fortalece a todos en esta vida. Si los miembros del cuerpo, aunque tienen obras y funciones distintas, se aman tanto unos a otros, porque están inspirados por un alma, cuánto amor deben tener unos por otros, porque todos están animados por este Espíritu divino quien es mucho más noble, más poderoso para trabajar por la unión, donde quiera que esté. Entonces, si la unión de cuerpo y sangre, sólo llega a obrar tanto amor entre parientes ¡cuánto más las uniones y comuniones del Espíritu Santo! Pero, además, comprendan el amor a la Ley y la misericordia que el Señor Misericordioso nos ha mostrado, sin que El tuviera alguna necesidad, ni por nuestro valor y justicia. Por eso estamos obligados, por esta buena acción, a amar al prójimo con todas nuestras fuerzas para cumplir con fe el mandamiento que nos dejó el último día, antes de su Exaltación y
  • 8. partida de este mundo, diciendo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros como yo os he amado. Por esto todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros. Es decir, como Yo os he amado sin que vosotros me habéis hecho ningún bien; y especialmente ustedes son mis enemigos por el pecado ancestral, pero Yo He tenido misericordia de ustedes como de regalo, y me he vestido de cuerpo y carne para reconciliarlos con mi Padre, por eso quiero que os améis unos a otros: "Como el Padre me amó, también Yo os he amado a vosotros. Os he amado, y si guardas mis mandamientos, permanecerás en mi amor ". Pero que se esfuerzan, queridos y amados míos, vuestra voluntad hacia esta buena obra, útil y salvadora del alma. Que no importa cuántas otras buenas obras se tengan, sin el amor, aunque se entregue el cuerpo a la muerte por Cristo, de nada les sirve. Escuche una historia muy triste: El segundo día de febrero, escribe Metafrast, que había un sacerdote llamado Saprichie, que tenía una enemistad con un cierto laico llamado Nichifor, por obra del odioso diablo, y no quería perdonarlo. Cuando tuvieron este percance entre ellos, los demonios se apoderaron de Saprichie y lo atormentaron para que renunciara a Cristo, y él no quiso, sino que se mantuvo firme y soportó todas las penurias de la tortura. Finalmente, el gobernador dio la orden de cortarle la cabeza por no servir a sus ídolos. Al enterarse Nichifor, y sabiendo que si no se reconciliaba con Saprichie no serviría su martirio en absoluto, así que fue al calabozo donde estaba, y cayendo a sus pies se disculpó y pidió perdón, pero Saprichie no quiso ni verle. Al día siguiente, después de que los verdugos lo hubieran sacado y llevado al lugar de su condenación, Nichifor (Conquistador), digno de ese nombre, llegó y supo cuánto daño estaba haciendo a sí mismo, Saprichie por esta abominación, y cayendo al suelo, y volvió a pedirle que le perdonara; pero él permaneció igual que antes, y no deseaba en absoluto la reconciliación, siendo endurecido de corazón por un mal pensamiento del asesino demonio. Y no solo entonces, sino también en la última hora, cuando todo lo que quedaba al verdugo era sujetar la espada, mientras el ángel del Señor se paró sobre él, sosteniendo la corona en su mano para coronarlo como un mártir, si perdonaba a Nechifor. Entonces Nichifor se acercó de nuevo a él, y con lágrimas en los ojos rezó para que le perdonara; y el loco y despiadado de corazón no inclina su mente hacia el amor fraternal. De modo que Saprichie fue odiado con justicia por Dios, y al final acepto y se inclinó hacia la adoración de ídolos, y en la hora cuando Nichifor se levantó de la tierra, se apoderó de él un gran temor, y asustado de la muerte, dijo a los verdugos: No me matéis, porque yo renuncio a Cristo y honro a vuestros ídolos. ¡Oh, ceguera y condena eterna que te espera! ¿Quién no lamentará tanta desgracia y tan loco cambio? ¡Que el necio renuncie al Dios verdadero porque no quiso perdonar a su hermano y adorar a los ídolos inmundos! Tenía muchos otros para escribir sobre el amor, pero estos son suficientes y especialmente esta parábola. Quién escuchará esta historia y rehúsa a perdonar al que le ha hecho daño, no es un hombre hábil, pero sobre todo un animal incomprensible; y uno como este no debería tener esperanza de salvación, porque no merece ver al Dios que ama a los hombres en el gozo celestial, sino que verá al abominable diablo en el infierno para siempre, de quien podemos ser librados a través de las oraciones a la Santísima Virgen y nuestra Señora, Madre de Dios y de todos los Santos. Amén. CAPITULO 3. SOBRE EL MANEJO DEL CUERPO Y LA LUCHA CONTRA LAS PASIONES. AQUÍ, con el don de Dios, hemos hablado brevemente del amor a Dios y al prójimo, y ahora conviene escribir algunos consejos para vencer las pasiones y gobernar sobre el cuerpo, que es la tercera parte de la justicia, y cumplimiento con nuestro deber. Que sepan, entonces, que el oficio y la autoridad de un juez justo y sabio es tener su vida bien ordenada y diligentemente dirigida, lo cual necesita dos cosas: sabiduría y valentía. Sabiduría para saber qué hacer y fuerza para hacer severamente lo que ha decidido. Porque en su corta vida, el hombre tiene dos partes más importantes, que deben ser dirigidas, es decir, el cuerpo con todos
  • 9. sus miembros y sentimientos, y el alma con los deseos y poderes, necesitamos escribir correctamente para poder cumplir con su deber con diligencia. Primero debes gobernar sobre el cuerpo con dureza, no con indulgencia y amor propio, como has leído sobre la fornicación y la codicia del vientre. Para esto tenemos, por ejemplo, muchas ciudades y reyes famosos que han caído de su alto valor por sus placeres y deleites, y se han perdido por completo, que no hay nada más que nos debilite y nos haga perezosos para las buenas obras, como demasiada riqueza y las buenas comidas. Para ello debemos dedicarnos con dureza y moderación por la comida, la ropa y el sueño, y, en definitiva, casi todas las necesidades del cuerpo. Todavía tengamos buen orden, cuidando con lo que dice San Agustín: atentos por donde caminamos, como nos vestimos, los movimientos del cuerpo que no se haga nada que cause lujuria en los que nos ven, sino sólo lo que es propio de nuestra fe. Tenga, en consideración el siervo de Dios, de pasar por el mundo con orden y humildad, y con tal mansedumbre, que para que aquellos que lo vean, tomen el ejemplo de su buena acción, y así él puede proteger su alma tranquila. Sobre los sentidos. Cuando se logra esto, es necesario cuidar los cinco sentidos y especialmente de la vista, porque los ojos son las manantiales de vanidades y ventanas de perdición. Y debemos ser muy conscientes de que la muerte entra en el alma a través de este sentido. Tengamos mucho cuidado cuando como sometemos nuestra vista, porque a través de ello entran como atravesando unas puertas y hieren el corazón. Para protegernos nuestros sentidos, debemos hacer lo que nos aconseja la sabiduría, es decir, tapar nuestros oídos y no escuchar las lenguas de los calumniadores, cerrar la boca para que se queden con tanto dolor, como si hubieran mordido nuestras lenguas. No solo que no escuchemos palabras malvadas, sino tampoco prestar atención a otras cosas vanas del mundo engañoso que no nos conciernen en absoluto, y no nos hacen ningún bien, porque algunas como estas nos hacen daño y nos perturba en la oración cuando se acumulan en nuestra mente e impiden que el corazón se dirige hacia hechos divinos. El sabor debes clavarlo con el recuerdo de la hiel y el vinagre, que le dieron de beber a nuestro Señor en la Cruz, y con la praxis de los Piadosos, que brillaban tan intensamente en la moderación, que todos se maravillan cuando escuchaban de tanta necesidad. Toma su ejemplo y huye de los exquisitos platos y sabores, tanto como puedas, y especialmente del vino, recordando la maldad de aquel rico epulón que siendo rico en todos los deleites se regocijaba todos los días, pero después de su entierro pidió una sola gota de agua, pero no se le dio ni eso. ¡Oh, miserable deleite y gula, porque por un corto y placentero rato que hayas vivido, recibes ahora la recompensa del tormento eterno! Acerca de enfrenar la lengua. Es obvio y conocido el hecho que, por la lengua, según la sabiduría, la muerte y la vida residen en la buena o mala guardia de nuestras palabras, y de ahí proviene especialmente todo el bien y el mal del hombre. Esta es la opinión del apóstol Santiago, diciendo: Como los grandes barcos se gobiernan con un timón pequeño, así también el que frena su lengua, es digno del timón y su destino. Cuando hables, debes recordar cuatro cosas, a saber: ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuando? ¿y para qué? En cuanto al primero, que es materia, es decir, a cada palabra que pronuncies, guarda el mandamiento de Pablo, que dice: "No salga de tu boca una mala palabra, sino una que sea buena y útil, a los oídos de los que oyen". Así, como el capitán y marinero hábil tiene marcado en el mapa del mar todas las rocas y los lugares peligrosos donde puede romper y estallar su barco, para estar protegido contra un naufragio, así el siervo de Dios debe estar protegido de todas las palabras malas y obscenas, para no peligrar con una muerte del alma. Debes evitar y cuidarte de decir todas las palabras groseras e indecentes, igual como un barco evita los acantilados del mar, ni mentir ni condenar a tu prójimo, pero huye de las adulaciones especialmente las que son para tu alabanza. Huid especialmente del chismorreo y de la alabanza, que son dos grandes males en los que la mayoría de la genta caen fácil. También no decir el
  • 10. secreto que tu hermano te ha confiado ni lo confieses a nadie en absoluto, incluso si te quitaría la vida. En cuanto a la manera y el momento del habla, debes decir tantas palabras cuantas se necesita, nada más, porque según el Libro de la Sabiduría la palabra no es sabia cuando no la dices a su tiempo justo. Y después de todo preved el fin, y que sea el pensamiento bueno y agradable a Dios, que unos hablan buenas palabras para ser considerados sabios, y otros para que sean vistos como sabios. La primera es hipocresía y la segunda es vanidad. Y para esto no solo deben ser las buenas palabras, sino también el final, buscando siempre con la mente clara, la gloria divina y el beneficio del prójimo. Todos estos son necesarios y deben ser custodiados por quien habla. Pero como es difícil no tropezar con ninguno de estos, es más útil correr al puerto del silencio, porque el que sabe callar se considera sabio. Para que un hombre sea bueno y virtuoso, sepa que hay dos formas de bondad en el mundo, una natural de los que nacen buenos, y lo tienen en sí mismos, y otra espiritual de buena voluntad, que se consigue como un don, que procede del temor y del amor de Dios, y esto es de toda justicia. Si alguno cumple con el primer punto, es decir, el heredado por naturaleza, no recibe tanto pago, ni adquiere gloria alguna por ello. Y el que adquiere el segundo a través de su voluntad por el espiritual, es digno de la felicidad celestial. Para ello debemos, como se dice en la primera parte, al principio del libro, desarraigar los malos hábitos de nuestra alma y plantar buenas obras en su lugar; que es imposible dominar el espíritu a menos que las pasiones del cuerpo mueran primero. Estos dos tenían al gran apóstol Pablo, cuando dijo: "Con Cristo fui crucificado, yo no vivo más, sino Cristo vive en mí" porque venció todas las pasiones con la ayuda de la Cruz, murió y crucifico el hombre viejo con los pecados que tenía. Y diciendo: "Cristo vive en mí", mostró la resurrección y la fiesta del nuevo hombre, que estaba despojado de los deseos corporales, con el don y el poder de Cristo. Estos dos extremos también fueron mostrados por el Señor, diciendo: "El que quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Se negará a sí mismo quiere decir renuncia total a su voluntad y concupiscencias, el segundo y último fin, lo demostró diciendo: "Sígueme", es decir, imitar su ejemplo y conducta en virtudes. Y diciendo: "Levante su cruz", mostró las angustias y tormentos que habrá de sufrir el que quiera alcanzar la altura de esta virtud, a la que nadie ha alcanzado excepto a través de la Cruz y tribulaciones, con pobreza, renuncia a toda voluntad corporal y muerte perfecta del cuerpo, como dijo el Señor: “el que aborrece su vida en este mundo, para la vida eterna la guardará " No es poca cosa vencer las pasiones de la carne, hacer de tu cuerpo, espíritu, mudar la tierra al cielo, y hacer del hombre terrenal, dios en gracia. Si trabajas duro y conviertes una planta verde, en tela, para luego vestirte con ella, por la diferencia que tiene entre sí, entonces ¡cuanto más es necesario trabajar duro y atormentar para este cambio, de que el hombre se convierta en Dios al fin de su vida! No seas perezoso, trabaja todos los días en este misterio viviente y lucha contra las pasiones del cuerpo con todas tus fuerzas. Que la lucha, el trabajo y el dolor son temporales, pero, el pago innumerable, la recompensa y la corona inestimable. Sobre los poderes del alma. Porque dije para los sentimientos y los cinco sentidos corporales, es necesario escribir sobre los poderes del alma especialmente para la concupiscencia y el placer sensorial que incluye todos los movimientos naturales, tales como: amor, odio, alegría, pena, lujuria, ira y otros por el estilo. Esta es la parte más importante por la que debemos luchar duro. Aquí está todo el poder del pecado y la ciudad amurallada, porque de aquí procede y se saca la espada para herirnos mucho más profundamente. Esta parte es la más débil, considerada casi la otra Eva, a través de la cual la serpiente vieja lucha contra la parte más alta, es decir, con la mente y la voluntad, para presentar el árbol prohibido. Aquí se descubren y muestran las luchas y el veneno de la serpiente. Aquí las victorias y las caídas, las coronas, o las condenas que reciben los débiles y perezosos que son vencidos por su pereza e ignorancia, las coronas y galardones que reciben los valientes por su arduo trabajo. Aquí reside todo el trabajo y la habilidad de la buena acción, para apaciguar y contener a estas bestias
  • 11. salvajes. Esta es la viña que debemos limpiar todos los días, y en el huerto arrancar las malas hierbas para sembrar las nuevas y buenas obras. Entonces, el primer trabajo es realizar un arado con el cual arrancar la maleza, y ser vigilante sobre estas pasiones, para contenerlas y controlarlas, no para permitir que inclinen donde quieren, sino hacia donde es correcto. Aquí se conocen los hijos de Dios, a comparación de los que están poseídos por los deseos de la carne y las pasiones, porque los que siguen a Cristo, son guiados por el Espíritu divino y santificador. Esta es la gran diferencia entre hombres carnales y espirituales, que los primeros, como bestias sin habla, están poseídos por las concupiscencias y los placeres de la carne; y los demás, como hijos de Dios, viajan en rectitud y cumplen con la voluntad de Dios. Esta es la muerte y la tumba a la que el Apóstol nos llama a menudo. Esta es la cruz y la abnegación que predica el evangelio. Aquí está el juicio y la justicia que pronuncian los Salmos y los Profetas. Aquí, donde el peligro es mayor, es donde debemos esforzarnos más. Aquí te ayudarán mucho los consejos que escribí en la primera parte. Leer con frecuencia y especialmente los que están en contra del orgullo, el amor a la plata y el amor propio, es decir, la codicia por comer, que es la causa y raíz de casi todos los pecados. Y para acostumbrarse a esta buena acción, es necesario cortar muchas veces la voluntad de las cosas indignas, para aprender y mantenerse perfectamente en las cosas adecuadas. De esta manera te vencerás a ti mismo y al diablo, que es una victoria mayor que si gobernaras sobre el mundo entero. Entonces, para obtener este maravilloso logro, te ayudas a ti mismo con la obediencia y el adorno de la voluntad, que es un juicio justo, y que se hace con estas tres buenas obras: la humildad del corazón, la pobreza del espíritu y la santa abnegación hacia ti mismo. Estos son grandes beneficios que ayudan mucho contra las pasiones. La humildad es: difamar y no considerarse algo importante, sabiendo lo miserable que eres, sino arrancar de tu alma todas las ramas del orgullo y el deseo de honor, además piensa que eres el más indigno de todos. No solo en tu corazón, sino también en los hechos exteriores para hacer las obras, no teniendo en cuenta las calumnias de los hombres, si te condenan o te difaman, porque todas estas obras y nuestras cosas, deben dar buen olor a humildad y pobreza, pero someterse a ellos no solo con los más grandes, sino también con los más pequeños que nosotros por el amor de Dios. Más tenga en cuenta, como dicen todos los profesores, la raíz y el fundamento de todas las buenas obras es la humildad, y sin ella todas las demás no te sirven de nada, y debes pensar que eres más indigno que todos los edificios del cielo y de la tierra, indigno que no mereces ni la comida que comes. En resumen, negarte a ti mismo, considerarte a ti mismo como una abominación y un rechazo, y regocijarte cuando los demás te calumnian y te reprimen. La segunda buena obra es la pobreza y el rechazo deliberado de las cosas de la vida, dando gracias al Señor por lo que tengas, incluso si fueras el más pobre de la tierra. La verdadera pobreza no es solo no tener nada propio, sino también odiar las riquezas, para el Señor, porque las riquezas son la causa del orgullo, la envidia, la ira, el amor a la plata y el amor a uno mismo. No solo debes ser pobre, sino también querer la pobreza, el hambre, la sed, el trabajo, las casas mal construidas, la comida, la ropa y todas las demás cosas pobres, imitando el ejemplo de nuestro Maestro. Quien no ha alcanzado esta medida, no encuentra en su corazón la paz deseada; y el que ha llegado allí, es verdaderamente feliz. Esta pobreza lleva al hombre a tal paz y descanso del corazón porque el que ha cerrado la puerta de la concupiscencia puede ser como Cupido en la felicidad", dándonos a entender que la felicidad del hombre es la cesación de los deseos del corazón; y quién haya llegó a esto, ha alcanzó la cima de la felicidad. La tercera buena acción es la santa abominación de sí mismo, y por la cual el Señor dijo: "El que quiera salvar su alma, la perderá". No lo dice por la maldad de este mundo sino, para ellos mismos y sus cuerpos, porque esta es la causa de muchos males y obstáculos para las buenas obras, por lo cual castigaron su cuerpo y le obligaron a vivir dura vida, para que tuviera sumiso su cuerpo como esclavo de su alma, no el revés. Buena acción, esta santa abominación de sí mismo y es de gran utilidad para frenar las pasiones. No tengas miedo de sufrir para sanarte de las pasiones, si quieres curar tu alma cortando el miembro que tienes infectado. Entonces te pareces al cirujano hábil y maestro cuando cura las heridas de los enfermos, y no tiene piedad de cortar y
  • 12. quemar lo que está podrido, para que los enfermos adquieran la salud deseada lo antes posible. CAPITULO 4 SOBRE LA VALENTIA QUE NECESITAMOS PARA REALIZAR BUENAS ACCIÓNES. En todo lo anterior, existe una gran dificultad para superar la naturaleza y el mal hábito, a fin de hacer el bien. Para ello escribimos aquí alguna ayuda, a fin de aligerar el peso del trabajo y corregir la dureza del camino, porque de poco sirve a alguien sólo conociendo el bien, si no tiene el poder para hacerlo. El peso de esta práctica no nace de la clase de pecado, ni de la buena acción; porque el pecado está fuera de la naturaleza, y las buenas acciones según la naturaleza, que deberían haber sido impedimento por el pecado facilitando las buenas acciones; pero nace de la corrupción del hombre cuyo corazón está fornicado por el pecado. Así como para los enfermos la buena comida le parecen ser sin sabor, pero es un dulce manjar para los sanos, y como los ojos enfermos odian la luz brillante que los sanos desean y disfrutan viéndolo, así se nos muestra insípida la buena acción, y agradan el pecado que no es la verdad, sino es la mala disposición del corazón que está corrupto. Por tanto, es necesario encontrar un médico para curar esta enfermedad, y llevar nuestro corazón a un estado tal que odie al adversario y enemigo de nuestra salvación y desear el bien, porque sin esta condición es imposible desarraigar las pasiones y adquirir las buenas obras. Primero necesitamos la piedad, que es descanso y camino celestial y aliento del Espíritu Santo, exaltación de la gracia, un rayo de fe, esperanza y amor, y un resplandor maravilloso, nacido de la contemplación y el pensamiento divinos para tales cosas, y así transforma el corazón, que lo hace difícil para el mal, y diligente en las buenas obras, donde las cosas divinas le parecen dulces, y las cosas mundanas los encuentran desagradables, como las personas espirituales cuando sienten gran piedad son diligentes para el bien, y descuidados y perezosos para el mal. Por eso, el que desea valerse de sí mismo, hacer lo mejor, aumentar esta piedad, porque cuanto más piadoso es, mejor cambia el camino de su corazón. Sobre esta piedad escribiremos claramente en el capítulo 8. Como quien quiere imprimir la imagen de un sello en cera, primero la ablanda en sus manos y luego la sella como quiera, así también quien quiere imprimir la imagen de la buena acción en su corazón, primero para ablandarlo con el calor de la piedad, y luego para hacerlo como le plazca. Así es como vemos a los que trabajan duro. Porque, ¿cómo podría el herrero hacer su oficio sin el calor del fuego, con el que derrite el hierro más fuerte y lo ablanda con el martillo como la cera? Estos dos, por tanto, necesitamos para esta transformación del corazón, es decir, el martillo para golpear, romper y corregir los hábitos de la naturaleza, y el ardor de la piedad, para ablandar nuestro corazón y someterle a este martillo. Ésta es la llave y puerta de nuestra salvación, es decir, la piedad de la que hemos hablado, y que descubriréis si recibís con frecuencia los Santos Sacramentos, la Sagrada Comunión, la contemplación de lo divino, la lectura de libros espirituales y cualquier otra regla eclesiástica. Es necesario leerlos a menudo para que esta piedad quede impresa en tu corazón de tal manera que no puedas olvidarla. Como la carne comienza a formar el cuerpo de la creatura a partir desde el corazón, y de él surge la vida y todos los miembros, así comienzas la vida espiritual de oración y lectura, porque de esta manera surge el espíritu del amor y el temor hacia Dios que da vida a tus obras. Todavía es necesario tener una diligencia incesante y diaria alabanza y recuerdo digno de alabanza, todas tus obras, palabras y recuerdos, para que todo se haga conforme a la medida de la justicia. Como un mensajero enviado a un rey poderoso, cuando habla ante todo el Senado, permanece con tanto cuidado y conquista no solo en palabras, sino y en la disposición del cuerpo, así también el siervo de Dios está obligado a tener memoria eterna y piedad inquebrantable, para que tenga cuidado en todas sus obras y cosas, cuando habla o hace cualquier cosa, o si está en la casa o fuera, para actuar según la ley de Dios, según el juicio de la mente, y en resumen, para tener tanta memoria y piedad como si estuviera a Dios delante de él. Es cierto que los santos también vieron a Dios con el ojo de la mente como dice el profeta David, "Siempre he visto al Señor delante de mí, porque está a mi diestra." Y si siempre tienes al Señor delante de ti, oh hombre, ¿cómo te
  • 13. atreves a cometer desorden o ser impío? La multitud a los ojos de aquellas bestias que vio el profeta Ezequiel, significaba la mente desvelada que debemos tener en esta vida y en nuestro vivir día a día, peleando con tantos enemigos para encontrar ayuda, no para ser vencidos. Se imaginó a los 60 valientes mirando la cama de Salomón, sosteniendo espadas en sus manos, para darnos una idea de este tipo de vigilancia y recuerdo que deberíamos tener cuando caminamos a través de tantos enemigos. Y el motivo para tomar nota es la altura y el buen linaje de esta causa, sobre todo para los que se obligan a llegar al festín espiritual. Vivir en la sociedad como el Señor quiere, sin mancha de pecado en esta vida, y guardar un espíritu puro de las contaminaciones corporales y tener cuidado en todo hasta el Día del Juicio, son cosas altas y por encima de las cosas naturales, que necesitas todo. lo que dije anteriormente y cuánto diremos a continuación. Porque, como dije en el Capítulo I, no hay ciencia más honesta y oficio más hábil que preocuparte por tu salvación. Así que fíjese en la diligencia de un maestro, o de un pintor o de otra persona que, para hacer un trabajo exquisito, con cuánta atención cuida su trabajo para no equivocarse. Mira con qué cuidado y temor alguien camina cuando tiene en sus manos un vaso lleno de un producto valioso, para no derramarlo en absoluto. Observe cuando alguien cruza un río y pisa sobre unas piedras mal colocadas, pues teme no caer al agua y ahogarse. Esfuérzate lo más que puedas por caminar con cuidado y atención, y especialmente al comienzo de tu regreso al arrepentimiento hasta que te acostumbres, sin hacer nada ni decir ninguna palabra que no agrade a Dios. A esto un sabio le da un consejo útil, diciendo: Quien quiera hacer buenas obras, imagine que tiene ante sí a un hombre importante que te mira en todas tus obras, que haga y hable como él hubiera hecho si hubiera visto con sus propios ojos a aquel a quien tiene mucho respeto. ¿Ves cómo los sabios de este mundo fueron tan diligentes en hacer el bien? Así que piensa que ves ante ti, no a un famoso, sino a nuestro Rey y Maestro celestial, porque como Dios omnipresente, Él está en todas partes y te escucha y te ve. Por tanto, sean tus obras y tus palabras lo que corresponde a tal magnificación, pidiendo el don del Maestro, para que él pueda velar por ti siempre. Este recuerdo con el que te aconsejamos debe tener dos propósitos: primero, ver al Señor en el interior, es decir con los ojos del alma, para estar delante de Él adorándole, orando y alabándolo le con acción de gracias y ofreciendo nuestra piedad al altar de nuestro corazón. En segundo lugar, tengamos en cuenta todas nuestras obras, palabras y pensamientos, y no nos desviemos de ninguna manera de la buena acción, sino que veamos con un ojo al Señor, pidiéndole su don y ayuda, y con el otro ojo anhelando la buena orden de nuestra vida; y así utilizar la luz que Él nos ha dado, por un lado, para el uso y contemplación de las cosas divinas, teniendo presente al Hacedor del bien, el Dios, y por el otro lado, en todo aquello que estamos obligados de cumplir y hacer. Y si no siempre podemos recordar esto, forcémonos a tener al menos la mayor parte de nuestras vidas, porque eso no nos impide las obras del cuerpo para proceder así. Pero de esta manera el corazón puede ser libre, de modo que muchas veces se aparta de los males hábitos de este mundo y se esconde en las marcas de las púas en las manos del Señor. Porque en la buena obra hay dos dificultades, una, de conocer el bien y el mal, y la otra, de vencer a una y cometer la otra. En la primera hay que estar despierto y atento, y en la otra, necesitas fuerza y mucho celo; pero si falta uno de estos dos, nuestro trabajo sigue siendo imperfecto. Para esto, se ha escrito arriba sobre el cuidado para ser preventivo, y ahora les escribo para tener la fuerza y la diligencia que necesitan para superar el peso de sus buenas obras. Sabe, por tanto, así como el herrero siempre necesita un martillo en sus manos, para trabajar el hierro y someterlo a su voluntad, así también el que quiere salvarse necesita el poder de un martillo espiritual, por el peso de la obra justa. Sin este poder del martillo, no se hace ninguna buena acción, porque todas las buenas obras tienen un duro trabajo y peso. El ayuno, la oración, la vigilancia, la obediencia y toda la sabiduría no te sirven de nada si no tienes este poder. Al igual como hizo la vara de Moisés con el poder y ayuda divina, señales y prodigios milagrosos, y ha redimido a los hijos de Israel sacándoles de Egipto, esta vara del poder vencerá todas las dificultades y nos sacará a la luz con gran victoria venciendo al demonio que nos tentó con el amor propio, intentando hundirnos en el abismo del egoísmo. Por
  • 14. ello, no dejes este bastón poderoso del esfuerzo y sacrificio. porque no se puede hacer ningún milagro sin él. Que todas las cosas buenas se hacen con duro trabajo y sin fatiga no se consigue nada. Por esto el Señor dice que: "El reino de los cielos es asaltado, y los opresores se apoderan de él", es decir, los que fuerzan su naturaleza y cortan sus voluntades corporales. Después del mucho trabajo hay descanso; tras por la lucha y la guerra hay paz; por el sudor y el trabajo, se recibe coronas; por lamentación y lágrimas conseguirás gozo y alegría, y por el desprecio de uno mismo se obtiene el dulce amor de Cristo. A menudo se reprende la pereza y se alaba de valentía, porque nada bueno produce jamás la pereza. No hay nada más honesto y útil que las buenas acciones; y debe ser deseada por todos y con gran esfuerzo buscarla. Pero por causa del dolor y dureza, algunos son perezosos y se ahorran el esfuerzo, diciendo: Mejor nos conformamos con poco reposo antes que llenarnos las manos de angustia y sufrimiento. Pero como no hay otro obstáculo para la buena obra que el peso escrito más arriba, tengamos el valor de corregir la dureza y así obtener la buena obra, y por medio de ella el Reino celestial, al que sólo tienen derecho los que se esfuerzan por vencer las voluntades corporales. Con esta valentía desmantelamos nuestro amor propio y todo su peso, y expulsamos a este enemigo, e inmediatamente el amor de Dios se apoderará de nuestros corazones. De mucha ayuda son las parábolas de los siervos de Dios. Muchos ermitaños pasaron maravillosamente en una profunda pobreza, vivieron toda su vida en la miseria, desnudos y descalzos, privados de todas las necesidades del cuerpo, deseando no la abundancia de comida y bebida, sino el hambre y la sed; no riqueza y abundancia de cosas, sino pobreza la falta absoluta: no pasión corporal, sino cruz, angustias y sufrimientos. Es muy cierto que, desde los inicios de la Iglesia de Cristo hasta nuestros días, hace casi dos mil años, siempre ha habido hombres y mujeres, que no solo renunciaron a todos los placeres del mundo, pero también renunciaron voluntariamente a la riquezas y los honores que tenían, permitiéndose sufrir penurias, en ermitas, en lugares desiertos, en ásperas montañas, en cuevas y hoyos del suelo, en bosques salvajes y deshabitados, angustiados, y atormentados por el calor del sol y el frío de la noche. La tierra la tenía como aposento; el cielo, era el techo; bebida siempre el agua; y comida, las hierbas que se encontraban. Ayunaron, todos los días, pasaban durante años sin hablar con nadie y, en definitiva, siguieron la vida más dura y áspera. Y algunos se subieron en los pilares altos sin bajar 40 y 50 años, y otros atormentaron sus cuerpos de otra manera; trabajando aquí temporalmente, para descansaren el otro se más allá para siempre. ¿Qué es lo contrario a las concupiscencias de los gentiles, que buscar diferentes medios y rostros para castigar su cuerpo con hambre y sed y muchas otras labores? Pero ¿qué pasa con las luchas y penurias de los mártires? ¿Quién no se maravillará de leer tantos hechos valientes y victoriosos? ¿Quién de nosotros, pecadores perezosos, no se avergonzará y lamentará su pereza y debilidad, cuando sepa que tantos creyentes, valientes y hermosas vírgenes se han entregado voluntariamente a la muerte? Porque no han temido al fuego, ni se han apiadado de la flor de su belleza corporal, sino renunciando a sus esposas, a los hijos, hermanos y madre, apartándose de la riqueza, la gloria, el honor y todas las demás delicias del mundo, para recibir una muerte de mártir, terrible y una dolorosa. No pasa un día sin que nuestra Iglesia no celebre algún Mártir, de los miles y diez miles que hay al día, lo cual no se hace tanto para honrarlos con la fiesta, sino para recibir un ejemplo de ellos y aumentar sus buenas obras, viendo la clase de tortura que han soportado para el Reino celestial. Lea el Sinaxar para maravillarse con las formas y la crueldad de las torturas que les dieron los despiadados tiranos. Algunos fueron quemados en brasas, otros desollados como ovejas y despellejados, ahogados en ríos y mares, hervidos en calderas con aceite o plomo, y otras barbaridades por el estilo; a otros los apedrearon, les pusieron sobre ruedas, les perforaron los tobillos y la cabeza con púas, les perforaron las orejas, les arrancaron los ojos y los dientes, les cortaron sus miembros con cuchillos y otras herramientas, y en resumen, los tiranos incrédulos, inventaron las herramientas de tortura más duras de las que todavía no se haya oído hablar. Que los malvados no buscaban matar su cuerpo, sino atacaban el alma, para borrar la buena fe que tenían. Tan grande fue su crueldad, que doblaron a la fuerza los picos de los árboles, y ataron a uno la pierna
  • 15. del Mártir, y al otro, la otra pierna; luego los soltaron, y cuando las puntas volvieron a su lugar, le partieron el cuerpo del santo mártir en dos partes. Estos y otros actos terribles y despiadados les hicieron con el propósito de determinarles de renunciar a Dios y servir a los ídolos satánicos. Que lean a quien quieran, que se maravillen de tal celo e inconmensurabilidad el amor que tenían los Mártires y especialmente los niños pequeños y hermosos de no sentir lástima por sus cuerpos. Demasiado sabios como Caterina, Irina, Varvara, Paraschiva y otros miles como ellos nombrados o no conocidos por el nombre, cuyos cuerpos brillaban como la nieve, ninguno perdonaba la belleza del cuerpo, y no temían al fuego, porque tenían en sus corazones otro fuego inmaterial mucho más fuerte., que encendió sus corazones a un amor mayor, el amor divino por la bondad eterna y el gozo inefable. Con su deseo, odiaban la dulzura del deleite temporal. ¿Cuántos esfuerzos han hecho para alcanzar la felicidad celestial? Ellos no tenían un cuerpo diferente y nosotros otro inferior; no conocían otro Dios quien les ayudara, ni recibieron otra gloria ni otras coronas, ni hubo otros tiempos entonces que ahora, como mienten algunos rumores. Que este cielo, y estos elementos que eran entonces, siguen siendo ahora. Si los santos padres y mártires con tanto dolor incluso con una muerte terrible compraron el Reino eterno, tu ¿por qué no renuncias también a tus pasiones y deseos? Han soportado hambre, sed y mucho sufrimiento, y tú no puedes ayunar dos días a la semana. ¿Han estado encarcelados en lugares oscuros durante tantos años, y vosotros no podéis renunciar al mundo para hacer un poco de arrepentimiento y oración? Si las parábolas de todos los santos no te bastan, para fortalecerte a la buena obra, alza la mirada al madero santísimo de la Cruz y ve quién es ese Crucificado que sufrió tan maravillosos tormentos por amor a ti. ¡Este es un verdadero ejemplo de gran miedo, si ves los dolores y los problemas y los tormentos! Nunca antes se han escuchado en el mundo pasión más terrible, si nos fijamos en el mérito del Sufridor, no puede venir de otro que el maestro de buen linaje. Si te preguntas cuál es la causa de su sufrimiento, no es por su culpa, ni por su necesidad, que fue castigado, sino por su propia misericordia y bondad recibió tanto tormento, que todas las pasiones de los mártires, todas las angustias de los justos y todos los castigos del mundo, no puede igualarlo. Tan terrible fue la pasión del Señor que la tierra se estremeció, los cielos se asombraron, las piedras se conmovieron y se partieron, en resumen, todas las cosas de la naturaleza cambiaron. Entonces, ¿cómo te atreves tu como hombre que habla, volverte más insensible y más insatisfechos que los elementos de la naturaleza sin vida, y no sufres ni te conmueve para nada la pasión de tu Salvador y redentor? Orgulloso y desvergonzado es el que ve al Señor de la gloria junto con todos sus amados amigos, que han pasado tanta angustia y tormento, pero él se sienta en la ignorancia y pasa la vida en deleite y descanso. El rey David mandó a Urías que bajara a su casa cuando volviera de la batalla, pero el sabio y buen siervo dijo: “El arca de Dios está en la tienda, y los siervos de mi rey duermen en el suelo, ¿cómo me atrevo yo entrar en mi casa para comer, beber y descansar? No haré esto, lo juro por la salvación de tu Reino. "¡Cuán injusto es matar a este siervo muy fiel, digno de tanta alabanza para ser asesinado! "El tabernáculo viviente y divino sufre terribles dolores y muerte, ¿pero tu anhelas placeres y delicias? Esta arca que mantuvo escondido el Maná y el Pan del Ángel, sufre y prueba vinagre y veneno en la Cruz, para salvarte a ti ¿pero tu estas buscando platos escogidos y manjares?" ¿Las Tablas de la Ley (los tesoros de la sabiduría y el conocimiento de Dios) fueron calumniadas y calificaron al dador como incompetente, ¿pero tú quieres honor y alabanza? Piensa en los siervos de Dios que yacían en el suelo, es decir, los Profetas, los Apóstoles y los Mártires, con tantas tribulaciones y castigos pasaron por este camino de destierro y tu deseas la felicidad por derecho. Si todos los santos incluso el mismo Santo Santísimo ha caminado por el camino estrecho y turbulento, ¿cómo es posible que alguien vaya de otro modo a ese lugar de felicidad eterna que no fuera por la Cruz de los sufrimientos? Entonces quien quiere y desea ser heredero de la gloria de Dios, debe ser partícipe del sufrimiento y la cruz de Cristo. ¿Quiere regocijarse y compartir con ellos, el gozo eterno? entonces no evitar crucificarse con él y sufrir angustias y fatigas, y así por un sufrimiento temporal y poca deshonestidad, será digno del gozo eterno. A lo que todos nos esforzamos para adquiridlo con el don y el
  • 16. amor por los hombres de nuestro Señor Jesús Cristo cuyo se debe la gloria para siempre. Amén. CAPITULO 5. SOBRE EL QUEBRANTAMENTO DEL CORAZÓN Y LA HUMILDAD Entre los muchos y variados errores y omisiones nuestras consideramos que no hay nadie más digno de llanto y lamento que una forma desprevenida y desatendida de la Confesión, por la que debemos esforzarnos más que por cualquier otro trabajo, así como manda nuestra Iglesia. Veo que la mayoría de la gente se confiesa sin ninguna preparación afligir su corazón ni reprender su conciencia. Por esto, cuando confiesan y comulga con los sacramentos divinos, inmediatamente vuelven a sus hábitos de antes, cayendo en los mismos pecados. Y antes de que pase el día, vuelven rebozarse como cerdos en barro y en fango. Esta es una gran difamación de los Misterios de la Iglesia, porque difaman y se burlan incluso de Dios que les había perdonado poco antes. Todos los años piden perdón por las ignorancias anteriores, prometiendo corregir su conducta, y luego vuelven a los mismos pecados y añadiendo más iniquidades. Por eso, quien desee ser liberado de este peligro, y volverse de todo corazón al Señor, con verdadero arrepentimiento, debe examinar los siguientes capítulos, que allí le mostramos algunos consejos útiles para el alma, para el arrepentimiento, que se divide en tres: corazón, confesión y corrección. Sobre lo cual escribimos uno por uno, comenzando primero con el apesadumbre del corazón que ocupa el primer lugar del arrepentimiento, que siempre ha sido necesario que se hiciera, según el pecado, tanto antes de la Ley Antigua como en la Ley Nueva. La humildad tiene tanto poder que muchas veces, incluso antes de la confesión, saca al hombre del pecado (solo por tener el pensamiento y el deseo de confesar), y lo lleva al estado de gracia, convergiéndolo de un enemigo anterior en amigo de Dios, ya que la confesión por sí sola no puede conseguirlo sin esta humildad y arrepentimiento del corazón. Por tanto, el que quiera volver su corazón hacia al Señor y volver a entrar como hijo prodigo en el hogar paterno, debe saber que la primera puerta por la que pasa, es el quebrantamiento del corazón, que es el mejor sacrificio recibido, que podemos llevar antes el Señor. “Que el corazón quebrantado y humilde, Dios no lo arrebatará.” Esta derrota del corazón se divide en dos: uno es el arrepentimiento de los pecados pasados y el otro una firme determinación de no volver a pecar más en el futuro. Lo primero que debes hacer si te has arrepentido de verdad es odiar con todo tu corazón tus pecados, con un dolor indecible de tu corazón, y esto no debe ser por temor a los tormentos eternos, o porque estás privándote del Reino celestial, sino porque por abominables pecados has entristecido y decepcionado a tu buen Dios, a quien nos corresponde amar y honrar más que a todo lo creado en el mundo. Es correcto entristecerse y apenarse cuando pecamos contra Él, llorando con lágrimas más que si hubiéramos perdido lo más precioso y amado que teníamos. Que un mayor pecado también tiene un dolor más terrible. Por eso debemos odiar el pecado y apartarnos de él por completo, porque nos trae un daño inconmensurable. Esta derrota por la cual el pecador resucita de la muerte a la vida es un don divino y una buena acción, a la que el alma tiene derecho por la misericordia del Maestro. Pero, aunque es la gracia de Dios, tan grande y manifiesta, hombre, debes prepararte para hacer todo lo que debes por ti mismo, para ser digno de tomar la comunión, es decir, estar despierto, contando con todas aquellas cosas que pueden determinarte a repudiar el pecado y lograr la humildad del corazón. Y para conocer mejor y hacerte digno de este regalo, le escribimos para recordarle unos consejos de los más importantes a continuación, que son muy útiles para todos, si los lee con la debida atención y en un lugar tranquilo y apartado, para que tus pensamientos no se disipen en otra parte. Sin embargo, si te parece, leyendo lo siguiente, que no has alcanzado ese dolor en tu corazón como es debido, no rebajes, ni te holgazán con este trabajo, sino piensa en lo que has leído, y el Señor te ayudará, como nos lo prometió a través de Isaías, diciendo: "Vuelve a Mí, y yo estaré contigo". Solo que mantengas verdaderamente la segunda parte lo que hablé, es decir, un juicio y una determinación firme, para que no vuelvas a pecar contra Dios con otro pecado mortal, y así como debes decidir no pecar con más pecados en el futuro, también debes alejarte del lugar
  • 17. donde pecaste, es decir, si has caído en la abominable pasión del cuerpo, apártate de esa mujer con quien has pecado y sigue tu camino. Porque es imposible, cuando se pierde la piedad y se abre el mal camino de la pasión, guardarse tan diligentemente para no volver a caer otra vez en el mismo pecado. Porque el lugar nace al ladrón, como suele decir. ¡Realmente es muy difícil romper con tus amigos y con esas cosas! Así como las enfermedades corporales que sólo se pueden curar con fuego y hierro, a menudo cortando un miembro por completo para salvar todo el cuerpo, y como la persona enferma cambia de aire cuando se encuentra mal y va a otro lugar más sano e inofensivo para recuperar la salud del cuerpo, así son algunas de las enfermedades del alma que no tienen otro remedio más útil que esto. Primer consejo. Sobre quebrantamiento de tu corazón por la multitud de tus pecados. Si quieres instar a tu alma de ser aplastada y humillada, cuenta tus pecados y tu falta de acción de gracias por tantas buenas obras que te ha ofrecido Dios. Y debido a que el pecado es una separación del bien y el propósito para el cual fue creado el hombre, primero cuente este hecho para que sepa cuánto te has alejado de Dios y te has entregado a cosas vanas. El propósito por el cual Dios te trajo en este mundo no fue solo para construir grandes palacios, ni para acumular riquezas y tesoros, ni para tener días interminables de fiesta, sino para desear al Creador y guardar sus mandamientos, por lo tanto, alcance el bien y la perfección. Por eso Dios te dio la Ley para vivir, los misterios, la vida, los poderes del alma, los sentimientos para usar los miembros del cuerpo, al servicio de Aquel que te los dio, para conocerlo a través de ellos y desearlo con todo tu corazón. Desearle por estas bendiciones que ha hecho por ti, especialmente por la crucifixión salvadora, que soportó por tu amor. Pregúntate, entonces, si has cumplido con todos tus deberes y si no te has desviado del camino que Él te ordenó caminar. Él te construyó para tener en Él toda tu mente, recuerdo y voluntad, deseo, tu fe y esperanza; pero te olvidaste de todo esto, y te entregaste a la belleza de lo creado material, codiciando más lo creado que a tu Creador y Salvador. Piensa en lo perezoso que te has pasado la vida, ¿cuantas veces juraste en el nombre de tan alabado y glorificado Dios por todos, y luego Le has blasfemado con tu boca sucia e inmunda. ¿Cuán deshonraste las fiestas que legislaron los Padres, para glorificar y alabar al Señor, para llorar por nuestros pecados, pero tu esperabas la fiesta, para realizar tus obras de vergüenza, para celebrar a los demonios, con juegos y canciones, y otras obras paganas! ¿Cuánto honor y piedad tienes hacia tus propios padres, y los padres espirituales, y hacia los ancianos? ¿Cuánto amor fraternal tienes por los vecinos a los que ha blasfemado y juzgado tantas veces? ¿Cuántas veces te has enredado en la lujuria y has contaminado tu alma y tu cuerpo, que el Señor ha santificado en su santuario? ¿Quién dirá, cuantos pecados, pensamientos fornicarios, las palabras sucias y vergonzosas, tu vana gloria, intrigas y tu astucia? ¿Deshonra, calumnia, blasfemia, mentira y adulación, arrogancia e insolencia, en las que pasaste tu vida, en lugar de lamentarte? Cuenta las obras de tus limosnas, para ver cuántas veces el vecino estuvo en peligro y por tu crueldad no lo ayudaste. Pero, sobre todo, teman y tiemblen por su falta de gratitud a su Buen Hacedor, pensando en los innumerables dones que Dios les ha dado. Has gastado tu vida y tus riquezas para causar calumnia y a favor de la vanidad del mundo; y las bondades que tengas lo has recibido de Él como un regalo, y por lo cual estabas más en deuda de servirle, pero tú lo has convertido en armas y herramientas contra Él, y cometiste muchos pecados. Entonces, ¿quién puede ver todas estas iniquidades que has cometido y no llorar en ríos de lágrimas? ¿Qué más entenderás si no sientes estas cosas simples? ¿Por qué otra razón debería llorar y afligirse más? Realmente no creo que nadie sea tan insensible que no sienta dolor en su corazón cuando piensa en ello. El segundo consejo sobre cuánto daño te llega a través del pecado. Cuando recuerdas la multitud de tus pecados, cuente también con los males que te sobrevienen a causa de
  • 18. ellos, para que sepa cuánto daño te has hecho y exhortarte a mucha tristeza y arrepentimiento; que de otra manera tu pena y tu dolor no sirven para nada, como dice San Juan Crisóstomo: "No hay otra perdida que pueda ser curada con tristeza y dolor del corazón que solo el pecado ". Por lo tanto, todo dolor y congoja es en vano e inútil para cualquier otro propósito que no sea el de arrepentimiento, entonces, ¿quién quiere adquirir esta pena de corazón que es tan útil y completamente salvadora, para el alma, que piense con humildad en las bondades que le falta, y en todos los daños que procede a consecuencia del pecado, para que sepa lo doloroso y con qué amagara debe de arrepentirse. Vuelve al principio de la primera parte del libro donde está escrito el pago que recibes, y cómo te faltan todos esos grandes dones, por solo un pecado mortal, el que al fin de tu vida te hundirá en la labor eterna. Eres borrado del libro de la vida, y en lugar de ser un hijo de Dios, te conviertes en un esclavo del demonio y en lugar de templo del espíritu santo donde mora la Santísima Trinidad, y te conviertes en cueva de ladrones. De todos estos daños, el mayor y más grave es privarte de Dios; que este daño es la raíz y la causa de todos los demás. Sepa que te estas privando del gran bien y todo lo demás tan pronto como cometas el pecado para entender lo propio que es llorar y lamentar con todo el corazón, el que cae desde tan gran riqueza y colmo de dones, en semejante lío y desgracias. ¿Cómo es posible no llorar por quien ha caído en tan maldad y profunda pérdida? Abre los ojos, alma miserable, para entender qué eras antes y cómo has acabado a lo último Después de todo, habías sido hijo del Altísimo Dios y morada del Dios viviente, el vaso elegido y el trono del verdadero Salomón y fuente de la sabiduría, el hermano de los ángeles y heredero de la felicidad celestial. Por eso llora y lamentarte mucho siempre, cuando escuches cómo estabas antes, pero que ahora ya no tienes los dignos privilegios de lo que te has privado; al contrario, has entrado en este extraño y abominable cambio y desde heredero del cielo te has convertido en morada del diablo. El Espíritu Santo se ha convertido en una cueva de ladrones, el vaso de elección se ha convertido en un vaso de corrupción. El ojo de Cristo se convirtió en barro de los cerdos. El trono de Dios, el aposento de la perdición y el hermano de los ángeles, está ahora bajo la obediencia de los demonios. El que antes volaba, como paloma por los cielos, se arrastra como una serpiente sobre la tierra. ¡Entonces lloras, alma miserable, y llora más pensando en tantas privaciones porque los cielos lloran sobre ti! ¡Gime, porque la Iglesia y todos los santos lloran por ti, que has pecado y que no te has arrepentido de tu maldad! Suspira, porque los profetas te lloran, viendo de antemano la ira de la justicia de Dios sobre ti. Derrama lágrimas, porque yo lloro por vosotros más que por los muros de Jerusalén, las lágrimas de Jeremías. ¡Llora, alma mía, hasta que laves la inmundicia de tu pecado, para que puedas volver a la antigua nobleza! El tercer consejo. Cómo el Señor odia el pecado Para adquirir el santo arrepentimiento y tristeza para el aborrecimiento hacia el pecado, también es útil que pienses en cuánto odia el más bueno Señor el pecado. Porque cuanto más bueno es alguien, más ama el bien y más odia el mal. Porque Dios es infinitamente bueno, significa que tiene mucho amor y bondad, pero odia inconmensurablemente el pecado, y por eso premia uno con gloria eterna, y el otro con la labor del sufrimiento sin fin privada de cualquier bondad. Entonces, para comprender esta abominación, considere los espantosos castigos que el Señor ha enviado por el pecado, en todo el mundo, y ha ahogado a todos los que han pecado por el diluvio. Dejo ese justo castigo del Lucifer y todos los espíritus orgullosos que han sido despreciados y echados del paraíso, no recordamos tampoco del antepasado Adán con toda su herencia; la pérdida de Sodoma y otras, que ahora no mencionamos más, porque las habéis oído antes; pero solo recuerdo el mayor castigo, para que temáis y odies el pecado, porque esta fue la razón por la que el Hijo y la Palabra del Dios inmortal acepto encarnarse hombre para ser crucificado. Este fue el castigo más grande de todos
  • 19. mencionados antes, por el mérito y bondad ilimitados e inconmensurables de Jesús Cristo el mayor Sufridor por nosotros. Al ver todas estas pasiones que el Salvador sufrió por nosotros, comprende el precio tan alto de la victoria de Dios y la abominación que tiene El sobre el pecado. Con este pensamiento, el temor de Dios y el dolor del pecado entraron en tu corazón. El cuarto consejo. Sobre los castigos del infierno. También puedes impulsarte a derramar lágrimas y llorar amargamente pensando en el día del Juicio Final y los terribles castigos sin fin del Infierno, donde todos los miembros del cuerpo incluso los cinco sentidos tendrán un tormento indecible, es decir: los ojos, la fuente de las lágrimas que no cesa; el sabor será el rechinar y crujir los dientes, el olfato tendrá el hedor y el mal olor; el oído que solo escuchara los gritos y los insoportables sollozos de la angustia; la bebida será la sed; y la comida que alimentara tu estómago es el hambre más cruel; y en resumen, todos los miembros deben tener el mismo castigo, como se aclara al final del libro pero el más miserable de todos los tormentos es el lamento, pues su castigo es eterno, y por eso los pecadores tienen una gran desesperación, recordando el deleite que tenían antes, y así el sufrimiento es aumentado, sabiendo que en el futuro no pueden encontrar consuelo, sino el trabajo eterno. Que todo el pecador se diga a sí mismo: ¡Oh alma mía! tu orgullo y locura y los deleites carnales del cuerpo, han tocado el fin y ahora a causa de que amabas y deseabas estas vanidades más que a Dios se ha acabado cualquier esperanza. ¿Dónde estáis ahora? ¿en que se han convertido mis placeres y deleites apasionados? ¿Qué bien me habéis traído? ¿Por qué me he privado de las delicias celestiales y la bondad eterna, y he heredado en cambio el infierno sin fin? Así que, pecador, si esto es demasiado cierto, y estos gusanos se comerán tu corazón, ¿no es mejor prevenir ahora para tu propio beneficio, y reprenderte a ti mismo ahora mientras estas en vida, arrepentirte con lágrimas y lamentos ante que llegue el terrible Juicio? para ser salvado a través de la oración. El quinto consejo. Por el bien de nuestro Salvador La infinita multitud de las buenas obras de tu Salvador magnifica, más que nada, el dolor y quebranta tu corazón. En cuanto más pienses en el bien que el Altísimo te ha hecho, más te avergüences de tu insatisfacción y tu maldad hacia Él. Esto es lo que decían los Profetas: “Instar a la gente a que se arrepientan y humille el corazón, como hizo Natán con David, que antes de que lo reprendiera por fornicación, le había recordado sus buenas obras y los dones que les había recibido de Dios. Recuerda, entonces, tú también los dones divinos y las buenas obras, que Dios te ha traído al mundo de la nada en un ser humano, te redimió con su sangre purísima y honesta, te dio el santo Bautismo, te guarda y te cubre de muchos eventos, y, en fin, cuantas cosas hay en todo el mundo, todas son las buenas obras de Dios para ti, puestos a tu servicio. El cielo, la tierra, el mar y todos ellos, vistos e invisibles, te los dio, porque los escribí en el capítulo 16, pero léelos con el consejo presente, que es ahí donde vais a ver todos vuestros agravios e insatisfacciones. Entonces, ¿cómo te atreves enojar con tus pecados a tu Benefactor, que sufrió tantos reproches, bofetadas, golpes y muerte en la cruz, para librarte de la esclavitud de tu enemigo el diablo? Así que mira, ¡cuántas razones tienes para llorar al ver cuántas veces crucificaste a un Maestro tan amoroso! Pensando en todo esto, cuenta por un lado su misericordia y amor, y por otro, tu gran ingratitud, y vuelve a él aplastando tu corazón, pidiendo perdón y confesando humildemente todos tus pecados. Estos son, hermano mío, los pensamientos que son de gran utilidad para los lectores y traen a mi corazón la conmoción que es la clave del arrepentimiento; y debes leerlos muchas veces con mucho cuidado y piedad, en el momento adecuado y apropiado, y en un lugar privado y tranquilo; que muchas veces se comienza la oración sin piedad y sin humildad, y al poco tiempo uno se humilla y termina la oración con lágrimas. Por esto lee con celo, sobre todo, lo anterior y reza
  • 20. humildes oraciones, tantas como pueda. Porque el que se arrepiente, cuando adquiere el espíritu de derrotar su corazón, inmediatamente le visita el don del Espíritu Santo, y será recibido como hijo de Dios. Porque el Padre misericordioso recibe y besa al hijo prodigo, y le adorna con el don de la gracia y le dé el anillo de los misterios de la sabiduría, es decir, el nuevo conocimiento de las cosas secretas, que están desconocidos a los ojos de los pecadores. En esta hora los cielos se regocijan, los ángeles celebran cantando, y, en resumen, todo el universo que antes lloraba por la pérdida de un pecador, ahora se regocija por su regreso. Y sobre todo el Buen Pastor, que con tanto trabajo y sudor encontró la oveja perdida, y se alegra de encontrarla, la pone en sus hombros y luego se regocija con sus amigos y vecinos por haberla encontrado. Saber, por tanto, que cuanto mayor es el quebrantamiento del corazón y la humildad del penitente, mayor es su celo por una gracia superior y mayor es la misericordia de Dios hacia al hombre. Porque la justicia y el juicio son la preparación del trono de Dios. El propósito del juicio es investigar la causa y el de la justicia ejecutar la sentencia. Así que el alma que hizo estos dos, es decir, entró en juicio consigo misma y con humildad, reconoce su error que cometió al difamar al Creador con su lujuria y el placer de lo creado, y por eso se libra a sí mismo de la condena. El que el que ha calumniado a Dios debe humillarse y condenarse a sí mismo si quiere ser perdonado; y el que recibió dulzura y deleite de las pasiones del cuerpo, debe sufrir dolor y castigarse a sí mismo por la dulzura de este pecado, y prepararse para convertirse en el trono de Dios y la morada de la sabiduría divina. Por lo tanto, debes saber esto: que el Señor quiere exaltar un alma a cosas más elevadas, entonces le prepararla con lamentos, dolores y tribulaciones del espíritu, y malos sufrimientos de la carne, para hacerle digno de sus dones. Que siempre anheles de seguir adelante en este terrible camino afrontando el invierno de esta vida, lleno de lluvias y tormentas, para cuando llegue luego el verano lleno de dones y de frutos del Espíritu divino. Y cuanto más se desean los dones, mayores deben ser los problemas y más pesados, para hacerse digno de la gracia del espíritu santo. Por tanto, que nadie se entristezca, y que no se amargue cuando padece las tribulaciones, sino, sobre todo, regocíjese de que son la señal del don futuro que el Señor le dará. Estos son suficientes para afligir el corazón, y ahora pasamos a la segunda parte del arrepentimiento, es decir, a la santa Confesión. CAPITULO 6. ACERCA DE LA CONFESION Entre los otros dones, el médico demasiado sabio y nuestro Dios y Salvador, nos dio el misterio del arrepentimiento, para que perdamos todas las artimañas del diablo, y dándonos fuerzas por su infinita bondad, volvamos a ser de nuevo sin pecado después de este arrepentimiento, como antes, e inocentes de la sentencia eterna. La segunda parte, entonces, es la santa Confesión, sin la cual no es posible salvarse nadie, por muchas buenas obras que tenga. Este misterio de la Confesión es de muy agrado al Señor y nos insta de diversas maneras, para que el hombre sepa su error y lo reconozca con humildad de corazón. Por eso exhortó a nuestro padre Adán, cuando cayó en desobediencia, para que reconociera su pecado, y le dijo: "Adán, ¿dónde estás?" Es decir, donde has caído, cuán mal has hecho; Lo mismo le dijo a Eva, a Caín en muchos otros lugares de las Sagradas Escrituras, donde se ve cuán útil es la Confesión: Salomón dice: "El que esconde sus pecados, no prosperará; pero si los confesará, los abandonará, y recibirá misericordia. Incluso el Profeta el Rey David alabó este hecho en varios Salmos, diciendo: “Te confesaré, oh Señor, con todo mi corazón. Es bueno confesarte al Señor. El profeta Isaías dice:" Si has pecado, revélelo para corregirte a ti mismo". Así es como la Confesión dirige al hombre. Tengo muchos otros testimonios de las Sagradas Escrituras, pero los dejo porque hablaré mucho sobre esta razón, que es el comienzo de nuestra salvación. Que nadie se avergüence de confesar lo que ha hecho, que la vergüenza que siente cuando confiesa al clérigo es parte del Canon; y como
  • 21. la vergüenza es un castigo grave, el Señor nos manda que confesemos nuestros pecados y que paguemos con la vergüenza que pasamos en lugar de castigo. Algunos de los maestros escribieron varios discursos sobre la Confesión; pero como son largas de palabra, he recogido de todas ellas brevemente un contenido suficiente y adecuado para iluminar a cada uno para confesar sus pecados como una deuda que tiene con Dios y con la Iglesia, en la medida de lo posible y según nuestra debilidad humana. Si quieres ser de agrado mediante la confesión y limpiar todas las impurezas de tu mente, para que tu alma vuelva a brillar ante Dios, no vayas tan sencillamente, desprevenidos, a este Misterio, sin una preparación adecuada, como hacen algunos ignorantes. Por eso no se confiesan bien ni saben qué decir. Por lo tanto, tenga cuidado con lo que vamos a escribir, para aconsejarte bien, si desea recibir el perdón total de sus pecados. Primero, prepárese con dos o tres días de anticipación y piense cuánto tiempo ha pasado desde que confesó la última vez. Y desde esa hora hasta presente, fíjate bien en cuántos pecados has caído, y no seas tolerante, sino pon tanto celo y determinación como si fuera la mayor necesidad del cuerpo, por ejemplo: si fueras administrador o secretario o cualquier otra responsabilidad sobre las propiedades, para dar lo necesario al pueblo y recibir las rentas, y durante todo el año presentar las cuentas para responder a quien has dado préstamos y por los gastos que se pagó; ¿No te habrías obligado a no olvidar ningún dinero, para no pagarlo tú mismo y sufrir pérdidas? Debes poner tanto celo, y más aún, en esta causa de necesidad, a la que no te arriesgas a ser perjudicado por dinero, pero ser privado de la vida eterna donde se regocija los justos, y serás condenado al trabajo sin fin, si vas a ser perezoso en este proceso de conciencia. Piense en los Diez Mandamientos del Señor, los Siete Pecados Capitales, los cinco sentidos, los testimonios de Fe, los siete actos de la misericordia, Corporal y Espiritual, y cualquier otro mandamiento de nuestra Iglesia, pensando en cuántos y cuántas veces has caído en pecado con la mente, con la palabra o con la obra, y todo lo que sigue, de lo que escribimos a continuación. En segundo lugar, está obligado a decir el número de sus pecados, si recuerda cuántas veces has pecado, o al menos a decir cuánto tiempo has estado en pecado, y si ha pecado tantas veces como y en qué momento oportuno, o en días de ayuno, para que el médico conozca la naturaleza de tu enfermedad y te cure adecuadamente. En el tercer lugar, no basta con decir el número de pecados, sino también los siguientes, es decir, ¿dónde, ¿cómo y cuándo? Con quién y qué pecado has cometido, y otras cosas semejantes que aumenta la iniquidad, porque si pecas con una mujer soltera, es diferente al adulterio matrimonial, que es un pecado más grave; con una monja, mucho peor por ser considerado también robo de los santos o fornicación espiritual; con relativo, mezcla de sangre e incesto; con una niña, sin su voluntad, violencia. Y tienes que decir todo lo que puede agravar la iniquidad, y en qué lugar lo has hecho, que es más difícil si has pecado a la vista, o en un lugar privado, que si has pecado en secreto. Sin embargo, debes saber que no debes contarle al clérigo toda la historia de la causa, sino solamente el nombre y el tipo de pecado, y cuántas veces has pecado, y no mencionar palabras indignas e inapropiadas, ni confesar el nombre de la persona que juntos habéis pecado, es decir: he robado con este hombre, o he cometido fornicación con esta mujer, pero decir sólo pecado, pero el nombre no es propio de mostrarle. Sepa, entonces, que los pecados de la carne se cometen de cuatro maneras: con la mente y el pensamiento, con la palabra, con el tacto y con los hechos. Si has pecado por obra, basta con decir que has cometido fornicación. Si lo tocó con la mano, diga cuántas veces. Si ha hablado solo con la palabra, confiesa que solo has pecado por palabras inmundas y feas, para instar al mal o al orgullo, y no a decir qué tipo y qué palabras ha dicho. Y si ha pecado en la mente, es suficiente decir que ha tenido pensamientos de fornicación manchados, voluntarios o involuntariamente. El quinto y último, busca encontrar un padre espiritual como doctor, si puede ser con experiencia y hábil en las obras espirituales, para conocer bien las heridas que ha causado los pecados en tu corazón, para dar los medicamentos adecuados a las heridas, como lo habrías hecho con una herida corporal, y habrías buscado un médico con mucha experiencia. Que he visto a muchos hoy en día, que no saben sanar, y mataron a muchos enfermos. Lo mismo puede decirse con lo espiritual. Porque cuando un ciego se convierta en el gobernante de otro ciego,