1. Quo Vadis, Ecuador?
¡Ese pecado de Sodoma que clama al Cielo!
Hoy más que nunca, existen fuerzas poderosas que conspiran contra la naturaleza del hombre.
La falta de esperanza en el futuro que aflige al hombre, el desarme moral que les impide
defender con convicción los valores y principios que fundaron su civilización son fruto de una
suerte de amnesia que niega la herencia cristiana, que es tanto como negar la propia identidad.
Esta falta de esperanza en el futuro se manifiesta en fenómenos totalmente extraños a la tradición
Cristiana del Ecuador: indiferencia religiosa, laicismo beligerante, homosexualismo, lesbianismo,
una antropología sin Dios que rechaza la vocación trascendente del hombre y lo convierte así en
una criatura mutilada. «Que sea tu Dios tu esperanza», escribió San Agustín. Divorciándose de
Dios, Ecuador se está quedando sin esperanza, confundidos sus hijos en su horizonte vital; y esta
confusión hace que el hombre se sienta solo, vaciado por dentro, sensación agónica que sólo
logra anestesiar entregándose a disfrutes que, a la postre, no hacen sino agravar su vacío.
Desarraigado de la verdadera historia y de su propia naturaleza –ligada a la existencia de un
Dios creador-, el hombre se siente expuesto a la intemperie de la orfandad y de sus bajos
instintos; engolosinado únicamente por la promesa que le hace el poder de turno de “saciar”
todos sus “derechos y pasiones” , tratando de alcanzar un paraíso en la Tierra que a la larga se le
revela ilusorio.
¿Que pasaría si la Homosexualidad llegaría hacer la norma y el derecho?
Ante un mundo que rechaza a Dios y sus leyes inscritas en lo hondo del ser, resucita aquella
consigna de Diógenes Laercio: «No existe ninguna verdad. Una misma cosa es justa para uno e
injusto para otro, a uno le resulta buena y al otro mala. Nuestro lema sea entonces: “
Abstengámonos de pronunciarnos sobre la verdad”» Al arrinconarse la verdad, se ahoga la
conciencia de unos valores de vigencia universal. Y cuando el Bien deja de ser un concepto
unívoco que nos permite discernir lo justo de lo injusto, el derecho se convierte en un
instrumento puramente pragmático en manos del poder, fundado sobre lo que es o parece ser útil
para todos, o siquiera para una mayoría.
La Congregación para la Doctrina de la Fe, en una precedente “Declaración sobre algunas
cuestiones de ética sexual”, publicada por la misma Congregación en 1975 establece que
la misma “inclinación” homosexual “debe ser considerada como objetivamente desordenada”. Y
quienes se encuentran en esta condición deberían, por tanto, ser objeto de una particular
solicitud pastoral, para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia en las
relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable”.
La carta de 1986 advierte que “en algunas naciones se realiza, por consiguiente, un verdadero y
propio tentativo de manipular a la Iglesia conquistando el apoyo de sus pastores, frecuentemente
de buena fe, en el esfuerzo de cambiar las normas de la legislación civil”, para adaptarla a los “
grupos de presión” según los cuales “ la homosexualidad es, si no totalmente buena, al menos
una realidad perfectamente inocua”.
En realidad la Iglesia siempre ha considerado la homosexualidad entre los pecados más graves,
aunque ha mantenido la distinción entre pecado y pecador: el primero, condenándolo siempre;
el segundo, tratándolo siempre con misericordia.
2. En el célebre Catecismo Mayor de san Pío X, editado en 1905, en la respuesta a la pregunta 966,
la homosexualidad es el segundo de los cuatro “pecados que claman venganza en presencia de
Dios”: el “homicidio voluntario”; el “pecado impuro contra el orden de la naturaleza”; la “
opresión de los pobres”; la “estafa al salario de los obreros”.
Y en el nuevo Catecismo de la Iglesia católica publicado en 1992, como la edición típica de
1997, no son menos. En el párrafo 1867 declara que “La tradición catequética recuerda también
que existen “pecados que claman al cielo”. Y sigue así, con lenguaje bíblico: “Claman al cielo: la
sangre de Abel; el pecado de los sodomitas; el clamor del pueblo oprimido en Egipto; el lamento
del extranjero, de la viuda y el huérfano; la injusticia para con el asalariado”.
El cardenal Giacomo Biffi manifiesta al respecto del tema: «Respecto al problema hoy emergente
de la homosexualidad, la concepción cristiana nos dice que es necesario siempre distinguir
entre el respeto debido a las personas, que conlleva el rechazo de toda marginación social y
política (excepto la naturaleza inderogable de la realidad matrimonial y familiar), y el rechazo de
toda exaltada “ideología de la homosexualidad”, rechazo que es obligatorio.
La palabra de Dios, tal como la conocemos en una página de la Carta a los Romanos del apóstol
Pablo, nos ofrece una interpretación teológica del fenómeno de la extendida aberración cultural
en esta materia: tal aberración – afirma el texto sagrado – es al mismo tiempo la prueba y el
resultado de la exclusión de Dios de la atención colectiva y de la vida social, y de la reticencia a
darle la gloria que Él espera (cf. Rm 1, 21).
La exclusión del Creador determina un descarrilamiento universal de la razón: “Se han perdido
en sus vanos razonamientos y sus mentes obtusas se han entenebrecido. Si bien se declaran
sabios, se han vuelto necios” (Rm 1, 21-22). En consecuencia, a partir de esta obcecación
intelectual se produce la caída conductual y teórica en el más completo libertinaje:
“Por eso Dios los ha abandonado a la impureza de los deseos de su corazón, hasta llegar a
deshonrar entre ellos a sus propios cuerpos” (Rm 1, 24).
Y para prevenir cualquier equívoco y toda lectura acomodaticia, el apóstol prosigue haciendo un
análisis impresionante, formulado con términos totalmente explícitos: “Por eso Dios los ha
abandonado a las pasiones infames. En efecto, sus mujeres han cambiado las relaciones naturales
en relaciones contra natura. Igualmente también los varones, abandonando la relación natural
con la mujer, han ardido de deseo unos con otros, cometiendo actos ignominiosos varones con
varones, recibiendo así en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como no consideraron
que debían conocer a Dios adecuadamente, Dios los ha abandonado a su inteligencia depravada
y ellos han cometido acciones indignas” (Rm 1, 26-28).
Por último, san Pablo se apresura a observar que la vileza extrema se da cuando “los autores de
tales cosas… no sólo las cometen, sino que también aprueban a quien las lleva a cabo” (cf. Rm
1, 32).
Es una página del libro inspirado, que ninguna autoridad terrenal puede obligarnos a censurar. Y
ni siquiera nos es permitido, si queremos ser fieles a la palabra de Dios, la actitud pusilánime de
ignorarla, a causa de la preocupación de no parecer “políticamente correctos”.»
Quo Vadis, Ecuador?