Artículos relacionados con la vida espiritual del Padre Federico Salvador Ramón publicados en la revista mariana Esclava y Reina entre diciembre de 1919 y abril de 1920.
Tema 8.- PROTECCION DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN.pdf
Celajes de Federico Salvador Ramón
1.
2. En portada:
Virgen Inmaculada Joven. Sor Isabel Guerra, 2015.
Derechos de autor registrados
2017 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado.
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
Celajes. Federico Salvador Ramón – Edición actualizada
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia
Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
Inmaculada Niña.
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3. de
Federico Salvador Ramón
Conjunto de artículos publicados en la revista mariana Esclava y Reina
Diciembre de 1919 y enero de 1920
Instinción – Almería – España
Marzo y abril de 1920
Guadix – Granada - España
Edición actualizada por
María Dolores Mira Gómez de Mercado
Antonio García Megía
4.
5. Celajes
Federico Salvador Ramón
Revista mariana Esclava y Reina. 1919/1920.
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I
Es tan variable el modo de sentir de los hombres que sufrir los cambios espirituales
que se realizan en nuestro ser en un solo día, es bastante para soportar una inmensa cruz
en el camino de la perfección. Y tanto es más dura esta lucha del alma consigo misma y
con las pasiones, cuanto es más duradera, y jamás se acaba.
¡Cuántas veces es al despertar cuando el ánimo siéntese abatido, y a la hora del
descanso se halla vigoroso y como si todo lo pudiese y nada le arredrase!
¡No son pocas las veces, y esto es lo más ordinario, despertar con la sonrisa de la
aurora en los labios y llegar a la noche envuelto en el capuz de las más negras sombras!
¡Pobre hombre!
¡Condenado a llorar y a reír tantas veces simultáneamente!...
Valle de lágrimas es la vida en la que el hombre día y noche se alimenta de su
propio llanto.
Desgraciado el hombre que no se preocupa de los gemidos de su alma aherrojada
por las férreas cadenas de nuestras mudables pasiones, pues si se deja llevar de los
caprichosos impulsos de tantos enemigos del orden espiritual y no lucha contra ellos,
fabricase entonces el más duro suplicio con dogales de remordimientos, los cuales
atenazan las más nobles ansias con los terrenos goces que los engendran y forman densa
nube que le impide mirar al cielo en el momento, quizás, en que ya no resta al hombre
más consuelo que la vida de ultratumba.
Para vivir vida que no se ha de acabar no hay otro camino que el de la lucha
vencedora, pues sólo a los triunfadores se les dará galardón, y batallar con soldado tan
flojo como es nuestra naturaleza, deteriorada por el pecado de origen y corrompida por
los propios pecados, es harto duro.
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Revista mariana Esclava y Reina. 1919/1920.
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¡Pobre hombre!
¿Qué puede él de por sí?
Sin la misericordia de Dios, que ha querido conservar en nosotros la capacidad y
posibilidad de gozar de Él, ¿qué sería del hombre?
Envidia siento del sol y de las estrellas que constantemente perseveran en las
órbitas que les marcara el Señor sin dejar de cantar un solo instante la gloria de su
Hacedor.
¡Qué alegre despierta siempre el alba!
¡Qué galanas se muestran siempre las praderas bendiciendo con el blando lenguaje
de sus flores al Rey divino que las vistió de aromas y colores!
¡Qué dulcemente enamorado canta siempre el ruiseñor en la enramada!
¡Ay Dios mío!, permíteme que una vez más, al compás de las suaves cadencias de
mi lloro, te manifieste mis celos, porque los tengo, de ruiseñores y flores, de la aurora y
las estrellas, porque ellos perseveran en tus órdenes, y yo, Señor, mudable y tornadizo ora
canto, ora lloro, ora exhalo perfumes, ora alientos del infierno, ora me atavío de traje
imperial, ora de los viles andrajos de los pordioseros esclavos, ora vivo alegre y juguetón
como los rayos del sol que asoma espléndido, ora sombrío como el amanecer del día
tormentoso, ora soy como brillante lucero que titila entre los misteriosos fulgores de la
noche, ora punto negro que se esconde entre las lobregueces de las tinieblas.
¡Oh cielo, oh cielo! ¿Quién tuviera fuerzas para luchar contra esta humana
mutabilidad, si tú no escondieras, tras el azul velo de tus aéreos tules, una vida eterna e
inmutable?
¿Quién sintiera valor para resistir el libre albedrío solicitado por los placeres de
este mundo, obligándolo a postrarse de hinojos ante los horripilantes chisporroteos del
fuego de los sacrificios de la cruz?
¿Quién fuera capaz de poner vallas al corazón del hombre, hoy volcán de amores
y mañana tibio como el menosprecio, frío como el olvido, o helado como la indiferencia
para el mismo objeto?
Y en el camino de la perfección, ¿podríase acaso resistir, sin una fuerza que
ciertamente es sobrehumana, las luchas que agitan nuestro espíritu?
Alegrase el hombre todo cuando siente dentro de sí, que la firmeza de su propósito
de ser santo nada podrá derrocarlo, y corre alegre, y hasta bullicioso, por los más
escabrosos lugares y, como David, repite regocijado: Non movebor in aeternum.
Pero, mirarle luego y le veréis, tal vez, cariacontecido y bañado su rostro de mortal
melancolía, medroso, como gacela espantadiza, apenas se atreve a moverse en los más
ciertos caminos de la perfección, y él, que antes todo era contento, ahora se entristece, y
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no será poco para su consuelo si halla modo de acercarse a Dios, que si ni esto puede y el
cielo se le muestra de bronce, ¿adónde volverá sus ojos el alma así atribulada?
¡Oh espirituales luchas!
¡Felices los que en este campo pelean! ¡Dichosos los que en ellas vencen!
El horror que la naturaleza siente al vacío es algo que da idea de lo que aquí siente
el alma al contemplar su propia nada. ¿A quién no espantará la propia flaqueza cuando
siéntese el alma de tal modo impelida o atraída hacia el mal que, como San Pablo, se ve
obligada a exclamar con el poeta1
: Video, meliora, proboque, deteriora, sequor?
¿No fue el mismo apóstol el que, conturbado por la ley de sus miembros, clamó
al Señor para que lo librase de pelea tan ruda?
¿No es la hora más propicia para trabar estos duelos a muerte con nuestras
pasiones cuando hállase el alma rodeada de las lobregueces de la noche obscura?
¿No son llagas y heridas del corazón lo que, en harta abundancia, se cosecha en
estas lides?
¿No es llama de amor viva la que se codicia para que, abrasado hasta el más ligero
hálito de la vida humana, vivamos solo vida sobrenatural y divina?
¿Y quién vive entre íntimas congojas y exteriores sobresaltos, y bebe mira y anda
entre las sombras de la noche, y se siente llagado y herido de muerte, que, si la gracia de
Dios no lo conforta, no se crea sucumbir una y mil veces?
¡Oh gracia de Dios! Contigo todo lo puedo, por ti soy lo que soy. Que sin ti es
tanta mi flaqueza e ignorancia que nada podría hacer para ganar el cielo y perfeccionar
mi espíritu, y aún las mismas obras del orden natural que yo hiciera, no dieran indicio de
más elevada alteza en mí que la propia de un rey de burlas, que no más allá rayan mis
pensamientos y afectos y voluntades; y si las obras son exteriores a mí, púrpura con que
se envejece, castillo que se derrumba, o tejido de palabras seductoras por la artística
armonía de los sonidos, no por la honda expresión de la verdad, o por la alteza de los
quereres, o por la grandiosidad de los sentimientos, y, por ese motivo, todas las obras que
no cantan la gloria de Dios quedan reducidos a vanos juegos de palabras, a campana que
tañe, que sus sones se los lleva el viento…
1
N.E. La frase que cita el padre Federico aparece en la Metamorfosis de Ovidio en boca de Medea como
expresión de su dilema entre el deber y el amor. Años después también es utilizada por Aldous Huxley en
Ciego en Gaza, 1936, donde es interpretada así: «Como todos los seres humanos, sé lo que debo hacer;
pero continúo haciendo lo que no debo». San Pablo, por su parte, en Romanos, 7,19, lo que afirma es:
«puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero».
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II
Mira, alma enamorada de las perfecciones del espíritu, mira al horizonte de la vida
sobrenatural y contemplarás las bellezas que en él empiezan a vislumbrar. Los ojos del
Amado se dibujan en el horizonte del mundo social.
Alégrate, pues, y con todo el fervor de tu alma acércate a las puertas del Sagrario
y, con los afectos de tu alma hechos un haz por la fuerte decisión de tu voluntad, golpea,
ora blanda y suave como murmurio de alondra enamorada, ora clamorosa y potente como
trueno que retumba en las inmensas cavidades del espíritu celoso del apóstol, ora
avasallador e incontrastable como las fuerzas naturales que todo lo ordenan y hermosean.
Si eres alma que vives encerrada en el claustro, cual tímida paloma que se esconde
a las garras del avizor gavilán mundano, arrulla enamorada al Dios de tus amores, vuela
a encerrarte en el arca salvadora del Corazón divino del Amado, regálate, blanda, en el
pecho inmaculado de María y, sin cesar, prorrumpe en cánticos de acción de gracias,
porque ya empiezan a rasgarse las densas nubes del indiferentismo del siglo pasado, y ya
se dibujan en el cielo de las almas nuevas, estrellas de fervoroso desprendimiento del
mundo, de muy sincero despejo de sí mismas, dando ejemplo vivificante de retorno
perfectísimo a Dios, sacrificando, en todos sus grados, la egolatría demoledora de toda
ascensión espiritual que ha sido el más pernicioso virus emponzoñador de las sociedades
cristianas.
Si eres religioso, sacerdote, maestro o periodista, sacude toda sombra de tibieza
de tu alma, arde en el celo santo de la gloria de Dios, con el fervor que enseña la
Esclavitud mariana, ardiente instrumento que el divino Maestro quiere formar para salvar
al inundo en nuestros días de las tempestades del anarquismo. Clama, no ceses, y por
doquiera anuncia el reino de Dios y su justicia, y el espíritu de la verdadera fe en Cristo
vencerá como siempre al espíritu mundano, y las sociedades serán regeneradas de nuevo
en el único Salvador.
Si eres hombre de acción, «no des paz a la mano»2
, lleva a dondequiera las
generosidades de tu alma.
2
N.E. La expresión entrecomillada es un verso de Fray Luis de León contenida en su Oda VII: Profecía
del Tajo. La estrofa en que se inserta es la que sigue:
Acude, corre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano,
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.
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Ante las ingratitudes no olvides que la caridad todo lo sufre y tolera, ante la
abundancia de tu esfuerzo recuerda que la caridad es ingeniosa y nunca cesará de
aguijonearte para hacer mayor bien del que hasta hoy hayas puesto por obra.
No descanses sobre los conquistados laureles, haz siempre bien, mayor bien en la
extensión y en la intensidad y habrás sido un héroe, bienhechor de tu patria y de la Iglesia
y santificador de tu alma.
III
Saltan de mi alma y con tenacidad que apesadumbra, o desalienta o abate y quieren
mis labios formular sin cesar estas palabras de San Ignacio de Loyola: Quam faetet terra;
dum coelum aspicio, Y con más desilusión todavía para mi alma repito a cada instante
aquella sentencia de nuestro divino Maesto: Quid prodest homini, si mundum universum
lucretur, anima vero suae detrimentum patiatur?3
¿De qué aprovecha al hombre ganar
todo el mundo si pierde su alma?
Y de unas en otras ideas, no sé si coordinándolas o por sólo sentimiento que abriga
el alma, vengo a concluir que apetecer las cosas de la tierra es insensato y que, no obstante,
yo las apetecía, y quien sabe cuántas veces las apetezca, aunque sé que no las quisiera
apetecer, y andan las almas en su inmensa mayoría desaladas en pos de los bienes o
favores de este mundo, como si no hubiera Dios a quien servir y alma que salvar,
conquistando el cielo para ella.
Qué triste es ver a las almas afanándose sin descanso por retener o adquirir las
miserias de la vida presente. Poseer algo de este mundo es el deseo común de todos los
hombres. Quién desea la tierra que trabajada le dará frutos; quién la casa en que se
albergue; quién el jardín de perfumadas flores en que se recree; quién la extensa floresta,
el bosque umbroso, la abundosa selva que ostentan generosos las más pingües riquezas;
quién pone toda su esperanza en las minas que producen los más espléndidos tesoros;
quién se lanza a la mar en busca de los bienes que apetece; quién los trata de adquirir en
las más arriesgadas empresas; quién pierde la vida por lucrar algo de lo que sirve para
mejor sobrellevar esta miserable existencia de acá abajo.
Y, ¿cuántos son, oh desdicha, los que desdeñan tales bienes, contentándose con el
vestido y el indispensable sustento, y viven solo codiciosos de los bienes del cielo?
Aquel apeteció ser el primero en la ciudad y, por lograrlo, expuso sus riquezas,
toleró impertinencias y desatenciones, y se envileció rebajándose ante otros más altos que
él con tal que le ayudasen a prevalecer sobre sus convecinos. Ese otro quiso alcanzar un
nombre grande y, por la ciencia en que quiso resplandecer como un astro de primera
3
N.E. Mateo 16, 21-27.
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magnitud, hizo grandes trabajos y dispendios en inquirir o inventar aquello que
consideraba la heráldica trompeta de su fama universal, y ni un momento se daba de
reposo ni de día ni de noche por ser un Newton, por codearse con Arquímedes o, tal vez,
por emular en el saber a santo Tomás de Aquino o a santa Teresa de Jesús. Pretendió ese
otro la gloria de los héroes, y expuso su vida en los campos de batalla o en las más
temerarias majezas personales, como duelista o majo, que para el caso es lo mismo, u
ofreciéndose siempre el primero en los mayores peligros para sobresalir siempre sobre
todos por su indomable valor…
¡Cuán pocos son, por desgracia, los que ponen su intento en alcanzar los primeros
puestos en el reino de Dios!
¡Cuán corto el número de los que persiguen la verdadera sabiduría!
¡Cuán escasos los que arriesgan su vida por la divina gloria!
Pluguiera al Señor que nos penetrásemos bien de que todos los bienes de la tierra
son flor de un día, más humana ficción que realidad, montón de escombros, a la postre,
los más artísticos encantos.
¡Oh almas!, no olvidemos que todo lo humano es limitadísimo: la hermosura, el
saber y la fortaleza de los hombres es sombra fugaz, capricho de un momento.
No olvides, hombre, estas palabras con las que sapientísimamente te increpa San
Bernardo: Quid superbis, terra et cinis?4
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N.E. Eclesiastico, 10, 9. Lope de Vega tiene una Rima Sacra del mismo título que glosa dicho versículo.
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