Ensayo ENRICH (sesión clínica, Servicio de Neurología HUCA)
La ciudad de Dios de Agustín
1. Antonia Alvarez Galdames
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“La ciudad de Dios” de San Agustín de Hipona
“El fin principal de las instituciones políticas es el establecimiento de
la paz en la Tierra: el valor de la paz terrena para los miembros de la
ciudad de Dios”1
Sobre la concepción ecuménica de la Providencia:
Para comenzar, debemos concebir la obra de Agustín de Hipona “La ciudad de Dios”, como el eje
central de lo que vendría a ser la hegemonía del cristianismo de la Europa Occidental, ascendida a
una doctrina filosófica per sé. La cual otorgaba –y aun lo hace- coherencia y linealidad temporal a
la historia, por medio de una respuesta teológica para la crisis romana del siglo V, que acuñará por
devenir progresivamente. A través de una concepción que permite entender que la historia va hacia
un lugar (la segunda llegada de Cristo), se hizo necesario separar y contrastar lo profano de lo
divino. Diferenciar la historia sagrada de la humana, dando total énfasis en la experiencia de la
última categoría mencionada.
Debemos tener en consideración que, para Agustín de Hipona la historia es única e
irrepetible. Pues la encarnación de la divinidad permite un sentido progresivo a la historia por
medio de una filosofía de la historia que se mueve en una concepción ecuménica que daría el paso
a la comprensión del cristianismo como una doctrina universal. No obstante esta teología de la
historia mucho debía a su influencia helena y romana, pues más que una ruptura, es también una
continuidad de lo que habían sido las concepciones de la vida humana pasadas. Por ende, para
Agustín el fin último –ya sea de la historia o la humanidad-, se torna a lo ecuménico.
Pues a través de la caída del imperio romano, todos podían acceder al cristianismo, desde el
momento que se “rompieron” las barreras que encerraban a Roma como un conjunto de
experiencias únicas, cercando la posibilidad de conquistar nuevos territorios, los cristianos pasaron
a ser “perseguidores” al expulsar a las demás creencias que atormentaban su permanencia. Junto a
ello es que San Agustín comprendía que, la decadencia romana fue un mensaje divino, que estaba
relacionado con la necesidad de universalización. Pareciera ser una justificación objetiva y utópica.
1 Tomás Chuaqui, La ciudad de Dios de Agustín de Hipona: selección de textos políticos, (Estudios públicos: 2005),
281.
2. Antonia Alvarez Galdames
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No obstante, como hemos señalado, el interés estará puesto en el devenir del humano en el tiempo,
pero considerando siempre la voluntad de Dios en el curso de las cosas.
(…) si los hechos futuros son todos conocidos, han de suceder según el orden de ese previo
conocimiento. Si han de suceder según ese orden, ya está determinado tal orden para Dios,
que lo conoce de antemano.2
Pero a través de lo terrenal es que podemos evidenciar, según Agustín de Hipona, que las pasiones
naturales humanas son un impedimento para la salvación, y que lo terrenal tiene un sentido
antagónico con lo que llama como “Reino de Dios”. Y el carácter ecuménico comienza a ser una
propuesta razonable para poder esparcir esta doctrina en un sentido cristo-céntrica como noción
histórica. Considerando la importancia de Agustín para la conformación de un imaginario de Dios,
es que se nos hace dicotómica su concepción que separa lo terrenal con lo divino.
¿Cuáles son las razones lógicas o políticas para poder gloriarse de la duración o anchura de
los dominios del estado? Porque la felicidad de estos hombres no la encuentras por ninguna
parte, envueltos siempre en los desastres de la guerra, manchados sin cesar de sangre,
conciudadana o enemiga, pero humana; envueltos constantemente en un temor tenebroso, en
medio de las pasiones sanguinarias, con una alegría brillante, sí, como el cristal, pero como
él, frágil, bajo el temor horrible de quebrarse por momentos.3
Por medio de la cita anterior, es que podemos encaminarnos a la importancia a la ecúmene para
entender la ciudad de Dios. Y es que la predeterminación de las personas contribuye al obrar bien, y
sumarse a la causa por medio del mensaje de salvación. Como ya sabemos, el cristianismo justificó
un sinfín de masacres, por ello tiene un carácter doctrinario universal que puedo ser adaptado y
comprendido en cualquier cultura. Lo ecuménico comienza a ser visto como la posibilidad de
presentar la voluntad de Dios en una totalidad, donde los hombres se ven encaminados a concebir la
Providencia como el telos que proporciona la continuidad progresiva de la vida humana, que puede
interrumpirse con ciertos actos que desafíen la ambigüedad de lo divino y lo terrenal.
2Tomás Chuaqui, La ciudad de Dios de Agustín de Hipona: selección de textos políticos, (Estudios públicos: 2005),
301.
3 Chuaqui, La ciudad de Dios de Agustín de Hipona:selección de textos políticos,297.
3. Antonia Alvarez Galdames
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(…) ese Dios que ha dotado al alma irracional de memoria, de sensación, de instintos, y la
racional, además de espíritu, de inteligencia, de voluntad.4 Podemos comprender que se le otorga un
carácter racional a lo divino, donde pese a la inteligibilidad de la Providencia, esta se ha convertido
en un ente que pareciera estar incrustada en Europa, ya sea como una imagen de temor, salvación, o
como quiera verse.
Volviendo al encabezado del principio, respecto a la descripción que nos hace Tomás, podemos
concebir el carácter institucional que se le ha otorgado al cristianismo más allá de un lugar físico.
Nos referimos a su categoría histórica que ha abarcado un conocimiento objetivo de la Providencia
como una verdad y final absoluto. Por ende cuando aludimos al llamado a la paz en lo mundano, el
rechazo al pecado que es naturalmente humano, estamos considerando el mensaje doctrinario que
aboga por una ecúmene que lo resguarde y lo pueda incluir en la Historia como un proceso, como
una institución inamovible dentro de la experiencia humana.
Finalmente, sería menester recurrir al carácter filosófico del cristianismo mediante el uso
racional de una dicotomía idea-praxis que lleva al ser humano querer establecerse dentro de un
diseño histórico que no sea únicamente el reflejo de la naturaleza humana. Hablamos de la
concepción temporal de la vida, y la necesidad de trascendencia que parece demostrar el
cumplimiento del bien dentro de lo mundano. Los sujetos son llamados a obrar bien, pudiendo así
recobrar su buena fe en el otro mundo. Concepciones que los calvinistas tenderán a negar
posteriormente.
Concluyendo con el carácter ecuménico que se entregó a la escatología cristiana, es que
podemos analizar el imaginario colectivo de la humanidad, que se ha visto corrompida por estas
concepciones temporales que van desde lo cíclico a lo progresivo. Ya no se concibe esta idea griega
que nos viene a decir que los humanos son siempre iguales, y que el tiempo histórico es siempre el
mismo, el tiempo cíclico está obsoleto.
La tripartición de la historia pareciera dar una esperanza, pareciera hacernos creer que todo
está determinado, que el devenir histórico del hombre tiene su tiempo concreto, y que hay que
construirlo, pensarlo en el presente, pudiendo formular un futuro que, si bien se halla determinado
4 Chuaqui, La ciudad de Dios de Agustín de Hipona: selección de textos políticos, 307.
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por la Providencia que es la misma en todo el universo, sufre experiencias ambivalentes que le
entrega la ecúmene a la doctrina, sin importar lo utópico que pueda parecer.
Bibliografía:
Agustín de Hipona, Ciudad de Dios, Versión de Tomás A. Chuaqui, Estudios políticos: 2005