La tortuga Manuelita vivía en Pehuajó, Argentina, pero un día decidió viajar a París, caminando y a pie. En París, Manuelita se enamoró de un tortugo que pasaba, pero se dio cuenta que ya era vieja y que en Europa podrían embellecerla. La llevaron a una tintorería donde la pintaron y arreglaron, pero el viaje fue tan largo que volvió a arrugarse. Por eso regresó a Pehuajó igual de vieja para buscar a su tortugo.