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Una tarde en el Museo….
   desde la Literatura y la Historia.




         Alumnos de 3° Año.
                2011




                   0
Índice.
   Prólogo.                            2.
   La Cautiva                          3.
   Una Charla con Arlequín             4.
   Baile de una Vida                   5.
   Todo Luz                            8.
   El Tanque Blanco                    9.
   La pesadilla de los injustos.       11.
   La Verdadera Identidad              12.
   Desocupados                         13.
   Forever Alone                       14.
   La Distancia de la Mirada           16.
   La Sopa de los Pobres               17.
   Infancia Robada                     18.
   EL Retrato del Recuerdo             20.
   El Misterio de la Obra              21.
   Una Muerte Inesperada               23.
   Retrato                             24.
   Sin Pan y sin Trabajo               26.
   Paisaje.                            28.
   Día de Niebla                       29.
   Amor de Madre                       31.
   Día de Sol, en el Puerto.           33.
   Realidades Opuestas.                34.
   Lágrimas Ocultas                    36.
   Sin Título.                         37.




                                   1
Prologo.
      Queridos lectores/visitantes, acá estamos con nuestra obra entre las manos. Deseosos de que sus ojos
recorran nuestras grafías como los espectadores de un museo, ya que esta vez nuestra tarea ha sido doble:
presentar cuadros y cuentos, todos de la mano de la historia.
      Entonces, para que sea más claro de que se trata la propuesta, les contaremos un poco su armado
previo.
      Nos propusimos una tarea en conjunto desde las áreas de Historia y de Literatura. Quisimos hacer
una inspección en la historia a partir de cuadros y pintores. Para ello visitamos el Museo Nacional de
Bellas Artes.
      Investigamos sobre el cada material. Y luego, la ficción ingresó nuevamente pero de la mano de las
letras. Para cada cuadro, cada uno de nosotros escribió un texto de ficción. El material plástico, la
búsqueda de referentes históricos (contexto, temas que proponía el cuadro, biografías, estilos, etc.) y la
narración se plasman en cada uno de los relatos que siguen. Ninguno se parece porque cada uno refleja
una mirada sobre la historia (relato del cuadro) y sobre la Historia (relato de los sucesos vividos). Todos se
parecen porque fueron gestados por los alumnos de Tercer Año en un intento por armar su recorrido del
pasado.
      Nosotras, las docentes, estamos felices con el trabajo realizado. Ahora queremos compartirlo para
que cada uno siga eligiendo cómo quiere mirar y contar la vida.
      Buena lectura…



                                                      Prof. Cecilia Zazzali y Prof. Solange Bartos




                                                      2
La Cautiva .               1



Inmediatamente antes de que en el gobierno de Rosas, en 1829, se alcanzaran tratados de paz y alianzas
con algunas tribus indígenas, los malones surcaban la frontera. Furiosos ind ígenas atacaban enemigos
blancos con recursos que de ellos habían obtenido. El factor sorpresa era indispensable para el éxito,
generar un desconcierto en las víctimas con la rapidez del ataque. Era la furia lo que los alimentaba, no
podían soportar que intenten apoderarse de sus tierras.

          En uno de estos bárbaros enfrentamientos, cuando se marchaban victoriosos con sus nuevas
provisiones, con cabezas como símbolo de triunfo; una frágil imagen se destacaba, algo fuera de lo
religioso, algo fuera de lo oscuro. Su piel brillaba, su desnudez la hacía todavía más pura e inocente.
          Allí estaba ella, perdida pero entusiasmada a la vez, el sentir viento en su cara le hizo vivir la
libertad, la aventura, la adrenalina. Miró hacia atrás y vio cómo un fuerte brazo la tomaba de su blanca
cintura, vio cómo su cabello se confundía con el pelaje del gran animal que bruscamente los acompañaba.
Cuando escuchó el salvaje ruido de su galope, el caballo se convirtió en lo único del escenario que había
podido reconocer.
          Un fuerte dolor le interrumpía los pensamientos, sus pies estaban cortados de punta a punta para
evitar su escape. Pero ella no quería huir, el miedo a lo desconocido no era algo que cruzaba por su mente.
          La presión de los brazos en su cintura disminuye, el galope se vuelve cada vez más suave y el viento
ya no acompaña a su cabello. Se detiene. Ve en el rostro del indígena algo fuera de la violencia, algo que
iba más allá, estaba asustado, solitario, frágil.
          Eran solo contrastes étnicos lo que diferenciaba la esencia de dos almas que simulaban ser tan
opuestas.




                                          Ángel Della Valle, “La vuelta el malón”. 1892.




1
    Cuento ganador del 1° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”.

                                                                3
Una Charla con Arlequín.
       Aquí estoy, después de tanto tiempo.
       ¿Qué cuánto tiempo hace? …¡Puf! Un montón: ¡ochenta y
cuatro años! No parece, ¿verdad? Es por mi “look” joven y atrevido
¡jajajaja!
       No quiero parecer un viejo amargado que lo único que hace
es hablar del pasado, pero dejame que te cuente un poco de mí. Yo
nací en La Plata, allá por 1892 y ya desde chico me encantaba
dibujar, dibujaba todo lo que podía, o lo que mis hermanos (¡nada
más ni nada menos que once!) me dejaban. Dibujaba paisajes,
naturalezas muertas, caricaturas. No me gustaba estudiar, ¡ja! ¡Me
parece que a vos tampoco! Pero hay que estudiar, no hagas lo que
hice yo que no terminé el secundario, ¡esas eran otras épocas!
       A los 21 me gané una beca para ir a Europa. ¡Qué te puedo
decir! Como dicen Ustedes: ¡Me rompió la cabeza! Yo iba con la
idea de estudiar a los grandes pintores del renacimiento, pero en
una librería encontré una revista de los futuristas que me encantó
                                                                           Emilio Pettoruti : “Arlequín”. 1928.
y una cosa fue llevando a la otra hasta que me encontré con otro
pintor que estaba experimentando la técnica cubista, y flashé, ¡me voló la cabeza! Y ahí arranqué con esa
etapa de colores y formas, me encantaba jugar con las luces y los planos.
       El tema fue que cuando viene a Buenos Aires, a los jóvenes les gustaba lo que hacía pero había un
montón de gente que le parecía que lo mío era horrible, que era una ofensa para el país. A mí no me
importaba lo que decían, me bastaban que hablaran de mí y de mi exposición por toda Buenos Aires.
       En ese entonces Buenos Aires era elegante, apenas circulaban autos por las calles, el centro estaba
lleno de teatros y de cafés donde se juntaban los intelectuales, artistas y escritores para “ponerse al tanto” de
lo que cada uno hacía. A mí me apasionaba el tango, era tan representativo de Buenos Aires. Yo me
enganché con el bandoneón (que no lo largué nunca más) y a otros parientes se les dio por otros
instrumentos; algunos tocábamos solos, otros en grupo; pero todos tocábamos con la cara cubierta con un
antifaz, era como una “marca registrada”, ¡nos veían y ya sabían que éramos de la misma familia! Un poco
era por vergüenza y otro poco era por hacernos los misteriosos.
       ¡Al final tanto que criticaban y criticaban! ¡Mirá ahora como me reconocen y admiran en todo el
mundo! Hice un antes y después en la pintura argentina; me exponen en galerías famosas, me estudian en
las universidades, ¡pagan fortunas por tenerme!
       Por eso, pibe, yo te digo: siempre hace lo que te apasiona y lo que tu corazón te mande, no importa
que no le guste a “todo” el mundo, siempre y cuando no jodas a los demás, ¿no?




                                                       4
Baile de una Vida2.
         Muchas personas piensan que la vida de una bailarina está basada en su gloria, fama, fortuna y por
sobre todo eso… su atuendo. Sin embargo, yo con mis 70 años de edad y una vida dedicada total y
exclusivamente al baile, puedo decirles que eso es una vil mentira. Desde niña mi vida ha estado ligada a
las presiones y el estrés que sufre una bailarina; desde las zapatillas de baile ensangrentadas, las
lastimaduras en mis dedos, hasta las complicadas y complejas coreografías. A pesar de todo eso, nada se
compara con el camino de vida por el que me llevó en baile; no, nada se le asimila…
                                                                 Ser una niña de clase baja en la década de 1940, era
                                                         estar sometida a un estilo de vida muy precario, que carecía
                                                         de cualquier tipo de lujo o comodidad. Mi madre, por su
                                                         parte, era una costurera que trabajaba día y noche con el
                                                         objetivo de poner comida sobre la mesa. En cuanto a mi
                                                         padre, su vida transcurría principalmente en las calles de
                                                         Buenos Aires como vendedor ambulante. Luego de su
                                                         muerte, se complicaron aún más las cosas, ya que ser mujer
                                                         en esos tiempos era prácticamente lo mismo que nada; la
                                                         discriminación laboral era y es, aún, indignante. En cuanto
                                                         a mí, gastaba la mayor parte de mi tiempo bailando,
                                                         tratando de imitar a las glamorosas bailarinas que veía
                                                         pasar por las calles cuando debía salir a comprar pan. Sin
                                                         embargo, sabía que mis posibilidades de crecer como artista

          Antonio Berni, “Primeros pasos”, 1937.
                                                         eran prácticamente imposibles, ya que no contaba con el
                                                         dinero para ingresar a una academia de baile o siquiera
para poder comprarme un par de zapatillas.
         No obstante, el destino muchas veces es incierto… y puede sorprendernos de mil y un maneras. Un
día, cuando iba directo al almacén a hacer los mandados, tropecé con el empedrado de las calles. Entonces,
un caballero buen mozo de no más de 25 años, con galera y traje me extendió su mano. Comenzó a
mirarme de arriba abajo, como estudiándome; yo, por mi parte estaba aterrada. Me preguntó entonces la
razón por la que estaba corriendo, y por qué vestía con harapos. No tuve más alternativa que decirle la
verdad, y admitirle de mi pobreza y de mi supervivencia del día a día. Él, quiso saber entonces cuáles eran
mis aficiones, mis sueños… qué quería hacer con mi vida. A decir verdad todavía estaba aterrada, ¿por
qué estaba haciéndome tantas preguntas? Sin embargo, le respondí y le confesé mis aficiones respecto al
baile. Fue en ese momento cuando mi vida dio un vuelco, al decirme que era dueño de la academia de baile
más importante de Buenos Aires y que estaría orgulloso de incluirme a su grupo, gratuitamente.
         A pesar de que yo ya tenía 10 años (lo cual significa ser grande para iniciase en el baile) no tardé en
ponerme a tono con las demás, e incluso en sobresalir. El director estaba orgulloso de mí, y cada día que
pasaba me confesaba que desde el primer momento en que me vio supo que había algo en mí, algo que
había llamado su atención aquel día en las calle.

    Cuento ganador del 5° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”.
2


                                                                5
Por otro lado, mi situación económica no era mucho mejor. Mi madre seguía rompiéndose el alma
trabajando, mientras yo pasaba horas danzando, haciendo que mis pies estallaran del dolor con la
esperanza de un día poder convertirlo en mi vocación; y así, poder salir de la pobreza en la que me
encontraba.
      Cuando había cumplido mis 21 años me encontraba en una Argentina totalmente cambiada,
gobernada por Juan Domingo Perón. Todavía seguía mis estudios en la academia de baile, pero lo que
nunca me hubiera imaginado es lo que ocurrió aquel 6 de septiembre de 1952…
      Yo me encontraba practicando fuera de hora en el salón principal, cuando noté que alguien había
interrumpido el silencio. Se trataba del director, quien irrumpió en la habitación y me miró fijamente a los
ojos durante prácticamente un minuto. Mis piernas no me respondían; me sentía totalmente inmóvil al ver
sus ojos azules clavados en mi mirada. De un momento a otro, sentí cómo su mano derecha se deslizaba
por mi cintura, mientras la otra acariciaba mi mejilla. No sabía qué hacer, no sabía cómo reaccionar. La
diferencia de edad era de por lo menos 10 años, aunque sabía también que en el amor la edad no existía
¿Qué podía hacer yo, entonces? ¿Rechazar al hombre que me dio la posibilidad de tener un objetivo por el
cual el luchar en mi vida? ¿O entregarme a él, como siempre había querido? Definitivamente, mis
impulsos fueron más fuertes que mi cordura; así fue como terminé entre sus brazos, con la pasión
explotando en aquel salón.
     Este pequeño “accidente” cambiaría por completo el rumbo al que estaba orientado mi vida. Decidí
abandonar Buenos Aires para ir a Francia junto con mi futuro esposo, donde sabía que mi vocación
finalmente daría frutos. Dejé todo atrás; mi madre, mi hogar, mis amigos… mi vida, mi yo. Sé que suena
mal decirlo de esta forma, pero a decir verdad fue una gran experiencia que me ayudó a crecer como
persona.
      Los años pasaban, y mis sueños cada vez se encontraban más cerca de convertirse en realidad.
Conseguí bailar en un reconocido teatro francés, y convertirme en la protagonista del espectáculo. Sin
embargo, me encontraba triste al no poder compartir mi éxito con mi madre, quien había muerto en 1964
a causa de la “fiebre amarilla”. A pesar de su ausencia, yo me encontraba ya con mi propia familia; casada
con dos hijos maravillosos. Estaba totalmente orgullosa al ver que ellos no tenían que pasar por lo mismo a
lo que yo estaba sometida a su edad, como el hambre o las largas noches de frío por no tener con qué
abrigarme.
      A pesar de que en mi vida todo parecía “color de rosa” poco a poco ésta se fue deteriorando
nuevamente. Mi carrera como bailarina había concluido, al romperme una pierna intentando hacer un
truco, además de que ya era mayor para dedicarme a eso. Esto significó una pérdida de fondos importante
en la familia, y una época de grandes sacrificios. La situación llegó al límite el 10 de febrero de 1979, con
la muerte de mi esposo quien ya tenía 69 años. Yo no podía cuidar de dos niños manteniendo nuestro
estilo de vida, por lo que la pobreza volvió a mí, sin piedad.
      El no poder encontrar trabajo alguno, la desesperación por no poder mantener a mi familia, y el
estrés que todo aquello me ocasionaba llevaron a que tomara una decisión de la que aún me sigo
arrepintiendo, y sé que lo haré hasta el final de mis días. De esta forma, tuve que vender mi humilde casa
para darles el poco dinero a mis hijos que ya contaban con 15 años de edad, para que pudieran seguir con
su vida de forma independiente. Lo sé, en el preciso momento en el que leyeron eso debieron haber



                                                       6
pensado que soy una madre terrible. Sin embargo, quiero que sepan que yo amaba con la vida a mis hijos,
pero no podía seguir soportando sus caras de sufrimiento al ver que yo ya no podía mantenerlos.
      En fin, quizás mi vida no fue tan interesante ni tan ejemplar como la de otras personas. Nunca llegué
a ser famosa, nunca tuve la oportunidad de decirle “te amo” a mi padre ni de despedirme de mi madre,
como tampoco pude ser un buen ejemplo para mis hijos. Sin embargo, estoy orgullosa de mí por haber
podido pasar de ser aquella niñita asustadiza a una mujer con determinación, capaz de enfrentarse a todo
un teatro sin experiencia alguna…




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Todo Luz 3.
         Perdí la cuenta de las veces que me preguntaron si valía la pena arrojarse a la pileta sin saber si está
llena, apretar el gatillo sin saber si te tocó la bala, arriesgarlo todo por un sentimiento, una chispa que
puede desvanecerse por la sublime brisa o promover un majestuoso incendio.
         Siempre les respondí lo mismo, nunca se sabe… Es un tiro al azar, un riesgo que tuve que correr.
         Buenos Aires 1962, sentado en mi humilde y rutinario bar a las 9:00 a.m. ordené un café. Como de
costumbre, me puse a hojear las páginas del diario de esa mañana, “un golpe de estado militar depone al
presidente Arturo Frondizi… no dejan de hablar de eso… al parecer Brasil va a ganar la Copa Mundial de
Fútbol… blablabla”. Poca importancia le estaba dando a las
noticias, Argentina iba de mal en peor.
         Al llegar mi café le vertí un poco de leche, veía como
dos líquidos de tan notable contraste danzaban ante mis
ojos, formando al final una mezcla homogénea, ni tanto café
ni tanta leche, así me gustaba a mí. Mi mente vagaba entre
tanta       monotonía        mientras      mis      dedos     recorrían
desinteresados las páginas del periódico.
         Con el primer sorbo, un pequeño anuncio de damas
de compañías me llamó la atención…
         Mis ilusiones se hicieron añicos, una pequeña parte
dentro de mí no volvió a creer. Ella era el centro de mi vida,
es decir, he amado a muchas mujeres, pero nunca como a
ella, lo nuestro era auténtico… por lo menos eso pensaba.
                                                                                   Antonio Berni, “La Tentación” 1962.
         Hacía solo un año que nos conocíamos, sin embargo,
con ella era todo luz. Muy iluso de mi parte, pues nunca hubiese imaginado que mi perfecta Afrodita
vagaba por bajos mundos.
         Al fin y al cabo, fui una simple marioneta que lo dio todo por ella, una pieza más de su vil juego, me
quiso sólo por dinero. Ella tan encantadora, moldeada por ángeles, era imposible en ese momento verla de
otra manera más que como una delicada muñeca de porcelana… “Actrices” las llaman, no?
         Mis ojos, quienes recorrieron su cuerpo tratando de ver más allá de lo físico, queriendo descifrar su
mirada perdida. Los mismos ojos que no soportaron volver a verla ya que sólo verían otros hombres y
engaños marcados en su piel.
         Creí que lo nuestro era perfecto llegando a recordar cosas que no habíamos vivido. Amaba escuchar
con ella las radionovelas… realmente se entretenía. Verla sonreír, retocar su sublime maquillaje, arreglarse
delicadamente su rubia cabellera, me alegraba el día, todo tenía sentido. Ella lo sabía todo sobre mí y yo
nada sobre ella.
         Pero las razones que tuve para amarla se borraron con el tiempo. Difusas las heridas en mi corazón
quedaron… ya casi no se notan.
         Hoy simplemente esbozo una sonrisa aunque sean tiempos difíciles para los esperanzados.


    Cuento ganador del 2° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”.
3


                                                                8
El Tanque Blanco.
         Siempre que iba a la casa de mi abuela y
veía el cuadro de aquella esquina colgado en el
comedor recordaba cada una de las historias
que me contaba mi abuelo. Era un lugar muy
importante para toda la familia, ese almacén fue
en donde se encontraban mis abuelos en la
juventud. Me acuerdo de todos los detalles de los
relatos que escuchaba cada noche, con los ojos
cerrados imaginando todo en mi cabeza. A veces
me aburrían un poco, y sin darme cuenta me
quedaba dormido. Otras veces las historias eran               Antonio Berni, “El Tanque Blanco” 1955.
tan interesantes que no quería que terminaran
jamás.
         Mi abuelo era un trabajador, venia de una familia con pocos recursos y debía ayudarlos en la
recolección de algodón. Su padre siempre trato de conseguir lo mejor para toda su familia y trabajó muy
duro durante toda su vida para ello. Sin embargo el esfuerzo no alcanzaba, las condiciones de vida de mi
abuelo eran muy precarias. A pesar de esto, logró ir a la escuela y educarse ya que en ese momento la
educación había logrado mayor expansión en el territorio de Chaco.
         Las historias que más disfrutaba que me contara eran todas en las que narraba de una forma muy
atrapante cuando se conoció con mi abuela y todo lo que vivieron juntos. Ella venía de una familia de
inmigrantes italianos. Su nacionalidad era argentina pero toda su familia era italiana. Tenían un buen nivel
económico y el padre de mi abuela era dueño de tierras dedicadas al cultivo de algodón que era una de las
actividades más importantes del Chaco para esa época. Mi abuelo y toda su familia trabajaban para él. Así
se conocieron los padres de mi mamá, en un pueblito en Chaco por medio del trabajo. Mi abuelo me
contaba que siempre que iba a trabajar veía a la hija de su jefe y le parecía muy atractiva. Ella estudiaba y
era una chica muy aplicada ya que todo su tiempo era dedicado al estudio y tenía una vida muy cómoda.
En cambio, mi abuelo debía trabajar y ayudar en todas las tareas de la casa además de dedicarle tiempo al
colegio.
         Un día mi bisabuelo lo invito a mi abuelo a almorzar después de una mañana de mucho trabajo. Allí
compartió un momento muy agradable con toda la familia italiana y conoció un poco más de otra cultura
además de conocerla a mi abuela.
         No importaron las diferencias de origen, de cultura ni de clase social y económica, mis abuelos
empezaron a salir y a conocerse cada vez más. Las dos familias estaban de acuerdo, y esto ayudó mucho.
         El punto de encuentro siempre fue esa esquina, la del almacén en donde se compraban desde clavos
hasta verduras. Para mis abuelos era un lugar muy importante, y compraron ese cuadro para recordar
siempre su historia de amor.
         Mi abuelo falleció hace dos años, pero me dejó todas sus anécdotas y experiencias de vida de las que
aprendí muchísimo. A pesar de tener una vida con condiciones precarias, nunca dejó de trabajar y
estudiar, y así después de muchos años logro mejorar su situación económica y formar una familia.
                                                      9
También me enseñó que no importa la cultura, la clase social, ni los prestigios en el amor. Mis
abuelos lograron romper todas las diferencias para estar juntos.




                                                    10
La pesadilla de los injustos.
      Había una vez, un señor llamado Juan que trabajaba en una emisora de radio. El programa se
trataba de política y era el más famoso de la época. Pasaron años y él seguía con el mismo oficio. Hasta que
en Buenos Aires llegó la época militar, y todo cambio…
      El 4 de septiembre, Juan se despertó a las 8 de la mañana como todos los días, y comenzó a realizar
su rutina diaria. Pero él no sabía que éste no iba a ser un día como cualquier otro. Ya eran las 5 de la tarde
y él se dirigió para el programa que empezaba a las 5.30. En la emisora, él y un compañero criticaron a los
militares; un rato después un Falcón verde llegó a la puerta del estudio. Juan estaba asustado, porque sabía
que no se podía criticar o hablar mal de los “milicos”, pero él igual lo había hecho.
      De repente la puerta de la sala fue derribada y fue cuando dos hombres furiosos gritaron -
¡¿Quiénes son Juan López y Pedro Rodríguez?!- Del temor que tenían, Juan y Pedro se las arreglaron para
culpar a otros dos compañeros señalándolos, y los hombres se llevaron a dos personas inocentes, sin dejar
que hablaran o se defendieran.
      Era de noche, Juan y Pedro estaban cenando en un bar del centro de Buenos Aires, ansiosos,
temerosos y perseguidos no podían ni hablar, estaban pálidos. Minutos después el jefe de ellos los ubicó
                                                           para contarles una terrible noticia: Roberto y Carlos
                                                           habían desaparecido.
                                                                    Complotados, ellos decidieron ocultar el
                                                           secreto de por vida, aunque sabían que iban a vivir
                                                           llenos de remordimiento.
                                                                    Más tarde, Juan y Pedro ya estaban en sus
                                                           respectivas casas listos para dormir después de un
                                                           largo día. A los dos les pasó lo mismo, se
                                                           despertaron transpirados y exaltados. Cualquiera

                                                               hubiese creído que estaban enfermos, pero no.
       Antonio Berni, “Pesadilla de los injustos” 1961.
                                                               Tuvieron una pesadilla: en ese sueño veían a todos
las personas desaparecidas en la época militar en forma de monstruos, entre ellos sus compañeros de
trabajo que eran inocentes.
      Pensaban que eso iba a ser solo esa noche, pero se volvió costumbre. Juan no podía seguir con su
vida. Tanta vergüenza encima lo llevó, el 18 de septiembre a la madrugada, a terminar con su vida
ahorcándose. En cambio, Pedro tomó la decisión de decir la verdad y entregarse (aunque esto no serviría
de mucho).
      Hasta el día de hoy estos hombres siguen desaparecidos, o quién sabe, tal vez muertos como tantos
otros argentinos…


                                                          11
La Verdadera Identidad.
                                                     Todos la envidiaban, Marta era la mujer del pueblo que
                                               todas querían ser. Ellas veían sus joyas, su vestimenta y su
                                               poderoso esposo como lo único necesario para lograr la felicidad
                                               de una mujer. ¿Pero qué pasa cuando esas cosas se tornan un
                                               disfraz de su verdadera identidad?
                                                     Marta siempre vivió en el barrio que habitaban todas las
                                               familias de clase alta. Su padre, el comerciante más poderoso del
                                               momento, se la pasaba trabajando sin prestarle atención. Llegaba
                                               para cenar y era el único momento del día que se veían. La
                                               madre, una hermosa mujer, se la pasaba en la esquina saludando
                                               a toda persona que pasaba. Marta era hija única y no tenía con
                                               quien compartir su dolor, su enojo.
                                                     Los años fueron pasando, hasta que llegaron sus 16 años.
                                               Era el momento en el que sus padres podían demostrarle su
                                               cariño, regalarle las cosas más caras importadas de Gran Bretaña
  Ernesto de la Cárcova, “En el Jardín” 1907
                                               u otros países. Todos estaban esperando con entusiasmo al padre.
Cuando llegó todos buscaban un paquete, tal vez estaba afuera, nadie veía nada. Al rato de seguir el festejo,
entró por la puerta principal un hombre alto, morocho muy buen mozo con el traje del diseñador más caro.
Nadie lo conocía y siguieron como si nada, hasta que el papá lo presentó diciendo “con él te vas a casar”.
Claro está, que nadie le podía reprochar nada a sus padres.
       Llegó el día. La iglesia estaba repleta de gente, ni se podía caminar. La familia de Marta y del
prometido estaban esperando en el altar. Cuando las puertas se abrieron salió una mujer hermosa, con su
bello vestido, extravagante maquillaje y su original peinado, estaba perfecta, solo le faltaba esa sonrisa que
cualquier persona tiene al casarse.
       Así empezó el conflicto, estaba obligada a salir a la calle sonriendo como si fuese la persona más feliz
de la ciudad. Marta no entendía como sus padres la habían obligado a casarse con él. Nadie estaba
enterado de que en la intimidad era un golpeador que solo se interesaba por la plata y la popularidad.
       Luego de unos años decidí darle una sorpresa, era tan bella que merecía estar autorretratada en un
cuadro. La llevé con Ernesto de la Cárcova, tenía varios premios por sus maravillosas obras y no tenía
ninguna duda de que ésta también lo iba a ser. Se puso su mejor vestimenta y Ernesto empezó a pintar.
       El cuadro lo estuve guardando yo, esperando el mejor momento para entregárselo. En su cumpleaños
número 25, no tuve ninguna duda de que era el momento. Su relación cada vez estaba peor y la gente era
muy ingenua ya que no se daba cuenta de nada.
       Le dejé el cuadro acomodado en su habitación con una pequeña carta que decía “nunca abandones
tu identidad, tus deseos y tu belleza interna. Con todo mi amor, tu tía Rosa, 1902”




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Desocupados.
      Cuando era joven, alrededor de los años 1934, vivíamos en una completa desocupación. La vagancia
era uno de los factores que más afectaba a la población ya que la falta de trabajo era completamente
abundante.
      Yo me consideraba uno de aquellos desocupados, sin trabajo el cual se la pasaba toda la tarde
durmiendo y sin hacer nada en una caja que había encontrado en la calle. Las horas que pasábamos llenas
de ocio, eran horas desperdiciadas. Podríamos haber hecho muchas cosas y haber implementado nuevos
empleos, los cuales nos podrían haber brindado una mejor calidad de vida.
       En esos tiempos era difícil mantener una familia y un hogar. Mis padres no me pudieron dar la
educación que tendrían que haberme dado desde pequeño. Sin embargo, pasado los años, por suerte me di
cuenta de lo grave que era eso y que la vagancia no era la mejor forma de vivir. Sin hacer nada no podía
salir adelante, y en un futuro no iba a poder brindarle a mis hijos la educación necesaria e iba a repetir el
mismo error que mis padres.
      Por eso mismo busqué una manera de formar alguna organización. Un centro o un hogar para
personas sin trabajo. Les comenté mi interés a mis amigos en hacer un centro asistencial para gente
desocupada y para aquellos niños que no tienen un hogar donde vivir o carecen de las necesidades básicas,
y se ofrecieron a ayudarme.
      Poco a poco mi objetivo se fue cumpliendo y aquellas personas que estaban en mi situación
colaboraron y es así como hoy el centro de asistencia es una realidad donde concurren niños y adultos y se
le brinda aquella contención que tanto anhelé cuando era chico.




                                    Antonio Berni, “Desocupados” 1934.




                                                      13
Forever Alone.
      Era una tarde soleada de 1914, en donde los inmigrantes se hacían notar en el país y llegaban con la
intención de buscar trabajos. El nuevo modelo del país era noticia para todos los ciudadanos, pero yo no
podía dejar de pensar en la muerte de mi esposo. Hoy se cumple 1 mes de su fallecimiento y todavía no
logro descubrir cómo murió. Lo último que recuerdo de él fue su encantador saludo antes de irse a
trabajar. Ese día no regreso a casa y al día siguiente la policía me llamo para informarme que mi esposo se
encontraba sin vida en la estancia donde el solía trabajar. Yo estaba desesperada y quise encontrar
respuestas de lo sucedido pero la policía decidió no escucharme y no darme respuesta alguna. Esta decisión
seguramente tenía que ver a la clase social a la que pertenezco.
      Decidí salir al patio donde el guardaba parte de su producción y también el lugar donde
acostumbrábamos charlar. Su silla todavía estaba allí pero ya no había nadie sentado en ella y yo me
encontraba sola, en el patio, contemplando a las gallinas. Me sentía triste, enojada, deprimida y en lo único
que pensaba era en mi hombre. Luego de días y
horas de reflexión decidí que lo mejor que podía
hacer era buscar a alguien con sus virtudes que
pueda cubrir el amor que él me daba. Quizá no fue
la mejor decisión, pero fue lo que me surgió del
corazón. No lo pensé más y salí a buscar al
reemplazante ideal. Costo mucho encontrar a un
hombre parecido a él pero después de 2 años, un 27
de Febrero de 1916 logre encontrar al hombre que
me atrajo. Su nombre era Martin, tenía la altura
ideal y una sonrisa prominente. Tenía muchos
parecidos con Héctor, trabajaba en una estancia,
era amante de los animales, su aspecto físico era
                                                                    Fernando Fader, “En el patio” s/f
prácticamente igual y lo más importante el sentía lo
mismo que yo sentía por él.
      El primer año de relación decidí mudarme a su casa en Pilar. Su casa era acogedora y tenía una
decoración muy linda. A los 4 años de convivencia logre tener algo que con mi esposo no había podido
tener, una hija. Al principio nos sentíamos muy felices de poder empezar a formar una familia pero luego
de un tiempo empecé a sentir sensaciones extrañas en Martin, como sus llegadas tarde a casa, su poco
compromiso con la beba y su constante malhumor. Esas sensaciones que no ocurrían en Héctor, en Martin
ya eran costumbre. Parecía que nuestra hija era una carga difícil de soportar para él. Yo ya empezaba a
comprender que Martin no era en nada parecido a Héctor. De todas maneras, intente hablar con él para
mejorar nuestra relación. El negaba sus actitudes pero en el fondo también sabía que no aguantaba más la
presión de nuestra hija. Así fue, como en un acto de cobardía total, nos dejó a mí y a la beba solos en la
casa. Estaba decepcionada, el segundo hombre a quien había apostado me abandona a mí y a mi hija.
Definitivamente no estaba destinada para el amor.
      Sentí que mi hija no tenía que aguantar mi sufrimiento y tampoco la ausencia de un padre, así que
decidí darla en adopción. Ella no merecía la miserable vida que yo estaba teniendo.
                                                       14
En cuanto a mi nuevamente me encontraba sola, y ya no tenía ningún tipo de esperanzas. Cuando
todo parecía que mejoraba simplemente pasó lo peor. Mi tristeza había llegado al máximo. Fui a la estancia
donde mi marido había muerto y no lo dude ni un segundo, mi mala fortuna ya no tenía remedio, así que
decidí estar FOREVER ALONE.




                                                   15
La Distancia de la Mirada 4.
         Como todos los días, pasé por la calle Fray Cayetano
Rodríguez a la altura de Avellaneda, en el barrio porteño de
Flores. Inevitablemente, también como sucedía siempre,
observé el muro que se encontraba de la vereda contraria a la
cual yo caminaba. No podía evitar pensar en qué era lo que
había tras esa pared de ladrillos. Aunque no era algo muy
fuera de lo común, pero sin embargo llamaba mi atención.
Cuando pasaba por allí sentía algo difícil de describir, pero
de algún modo, era un sentimiento gris, triste.
         Generalmente ocupaba mi cabeza en otra cosa, trataba
de evitar la mirada jugando con mis manos o encendiendo
                                                                                   Antonio Segui, “La distancia de la mirada”
un cigarrillo. Pero ese día no pude. Me dejé llevar y decidí
                                                                                                     1976.
mirar a través del paredón. Ahí estaba lo que tanto anhelaba,
un conjunto de policías, algunos uniformados y otros no, sentados en reunión en el patio de un estilo de
escuela o convento. No supe distinguir bien en el momento.
         Pasó un segundo hasta que volví mis pies a la tierra, y mientras acomodaba el banco roto, que había
utilizado como soporte, junto a un árbol, un hombre que pasó caminando dijo unas palabras que al
principio no pude entender, por el susto. “¿Estás loco flaco? Te van a matar”. Pasaron unos segundos hasta
que construí la frase en mi cabeza y noté que era un vecino del barrio.
         Me llevó a su casa, yo no dije ni una palabra en todo el camino. Parecía que él estaba enojado
conmigo, pero enojado como cuando se enoja una madre con su hijo porque se subió a un árbol muy alto,
no enojado con bronca. Por eso confié en él y accedí a ir a su hogar.
         Cuando llegamos me sentó en la mesa del living, un televisor pasando a Olmedo ambientaba el
salón. “Mirá Matías, vos no sos consciente de lo que acabás de hacer, pero pusiste en riesgo tu vida, y la de
toda tu familia” dijo Juan, mi vecino. Tras esa grave acusación no tuve más que preguntar qué era lo que
había hecho. Él contestó que si yo veía lo que pasaba ahí y alguien se daba cuenta me iban a matar.
Después de eso me dijo que me vaya a mi casa, y que por el resto del día no salga a la calle.
         No sé porque confié en ese hombre, pero todo lo que decía parecía tan cierto que decidí hacerle
caso. Nunca me animé a preguntarle por qué me había dicho eso, y cuando tuve el coraje para hacerlo, me
enteré que no vivía más ahí, y que nadie sabía más de él.
         Hoy, treinta y cinco años después, comprendí que fue lo que sucedió, y lamento haber hecho caso a
Juan. Hubiera preferido hacer el intento de transmitir a la gente en su momento lo que pasaba.


    Cuento ganador del 3° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”.
4


                                                                16
La Sopa de los Pobres.
      Hugo era un niño de siete años que, junto a su madre, su padre, sus dos hermanas y su abuelo, viajó
desde Italia hacia los barrios bajos de Buenos Aires para escapar de la guerra en su país. Él y su familia
vivían en un conventillo de La Boca que difícilmente podían pagar. Allí convivían con otras siete familias,
donde compartían el baño, la cocina y un gran patio donde casi siempre pasaban la tarde. Luego de su
turno en la fábrica textil donde trabajaban desde las 7 de la mañana hasta las 5 de la tarde, Hugo y sus
amigos solían tener tiempo para improvisar una pelota con bollos de medias y jugar en una pequeña
cancha de barro cerca del río. Poco les importaba el frío, el barro, la lluvia o los mosquitos, que tan
temidos eran por transmitir la fiebre amarilla.
      Un día, luego de sus partidos de fútbol cerca del río, Hugo llegó al conventillo con mareos, fiebre,
vómitos, y tanto dolor en los músculos que apenas podía caminar. Al principio su familia no se preocupó
demasiado por su enfermedad, ya que pensaron que era leve y se le pasaría en unos días. Pero luego de
una semana comenzaron a sospechar lo peor.
      Habían pasado dos semanas de su padecimiento y su condición no mejoraba, peor aún, los síntomas
eran cada vez más y más agudos, tenía un tono amarillento en la piel, vómitos y el dolor muscular era
insoportable. Sus miedos se habían confirmado, Hugo padecía la temida fiebre amarilla. No había nada
que hacer, no duraría más de dos o tres días.
      El fallecimiento de Hugo ocasionó la pérdida del único hijo varón de la familia y de uno de los
mayores ingresos monetarios de ésta. Y, al no poder pagar el alquiler del conventillo, la familia se vio
obligada a mudarse a las calles, donde no tenían más opción que mendigar unos cuantos platos de sopa
para poder subsistir.




                               Reynaldo Giudice, “La sopa de los pobres” 1884




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Infancia Robada.
      En el año 1918, en un pequeño pueblo de Buenos Aires,
una bebé fue abandonada en la puerta de una iglesia. Esta niña
pasó toda su vida rodeada de monjas que la criaron para ser
una de ellas. A ella le encantaba el jazz y el tango, que se
habían creado en este año.
      Sin embargo, al crecer, una monja la adoptó como su
propia hija y aunque la amaba la llevó por el mal camino de la
prostitución. Una vez por semana la sacaba del convento con la
excusa de ir a una tertulia, la llevaba a una casa abandonada
donde la esperaban hombres y un traje de bailarina con el
cual se tenía que disfrazar.
      Esta niña era muy ingenua ya que había crecido toda su
vida rodeada de paz, alegría y amor hasta que comenzó a tener
que hacer esto.
      La iglesia era como cualquier otra, pero lo extraño era                  Valentín Thibón de Libian, “La
                                                                                    presentación”, 1918
que la monja que la había adoptado, era conocida por tener
actitudes raras. Inducía a la joven a ejercer la prostitución,
obligándola a hacer toda clase de cosas que los hombres le pedían, sometiéndola a actividades para las que
no estaba preparada. Esto era terrible, pero la gente no sabía lo que sucedía, era todo un secreto, el cual no
podía ser revelado ni por el cliente ni por Juana, la niña.
      Cierta vez, un nuevo cliente llegó a la casa. Este era un señor alto y estaba vestido con un elegante
traje que parecía recién comprado. Tenía aspecto de ser una persona amable, cálida y buena, aunque ella
no lo sintió de ese modo cuando lo vio.
      La monja los presentó y le habló al hombre de las bondades de Juana. Ella permanecía inmóvil y
asustada.
      Varias veces la monja la incitó a que se acercara al hombre para conocerse más íntimamente. Ella
intentó rehusarse pero fue en vano ya que fue empujada violentamente por María Rita, la monja, hacia los
brazos del hombre. Él la abrazó y en ese momento Rita abandonó la habitación.
      Durante las siguientes dos horas Juana fue sometida a toda clase de abusos por parte del hombre.
      Juana no pudiendo soportar más aquel sufrimiento, en un descuido del hombre, intentó escapar por
la ventana pero fue agarrada bruscamente por él. Luego de un corto forcejeo ella cayó al piso y se
desvaneció.
      El hombre entró en desesperación y comenzó a gritar fuertemente por un médico. Justo en ese
momento, pasaba por la vereda un grupo de policías y al escuchar los gritos fueron a ayudar.
      Al llegar encontraron a un hombre completamente desnudo junto a una señorita en el piso.
Rápidamente los policías, lo apresaron y se llevaron a Juana al hospital más cercano. Al llegar allí se dieron
cuenta de que estaba muerta y no había nada que pudieran hacer.
      Al hombre lo llevaron al cuartel, lo interrogaron durante varias horas hasta que finalmente confesó
todo lo que había pasado, involucrando a la monja. La policía fue al convento y le contó a la Madre
                                                      18
Superiora todo lo ocurrido y ella, sin dudarlo un segundo, permitió que arrestaran a María Rita,
destituyéndola de su cargo como monja.




                                              19
El Retrato del Recuerdo.
       Cada vez que miro este cuadro, me emociono, ya que ésta fue mi mamá, una mujer de bien, llena de
bondad y única.
       Hoy 17 de septiembre de 1902 a diez años de su muerte, sigo recordándola con orgullo. Su nombre
era Manuela, más bien conocida como “Manuelita Rosas” hija del mismísimo gobernador Juan Manuel de
Rosas, mi abuelo.
       El 7 de marzo de 1835, mi abuelo fue nombrado gobernador con la "suma del poder público".
Fórmula política que encubría y superaba la de las facultades extraordinarias. Para asegurar su posición,
ratificó la decisión mediante un plebiscito, que se hizo en la ciudad: obtuvo 9.320 votos a su favor y sólo
ocho en contra.
      Con la suma del poder público en sus manos, separó de sus cargos a todos aquellos que eran tenidos
por unitarios o "traidores".
       Manuelita, fue muy conocida en el pueblo, era la hija de una persona muy importante.
       Aconsejó a su padre en varias oportunidades. Eran muy unidos y esto se incrementó luego de la
muerte de mi abuela.
                                                        Ella se había enamorado de un joven del pueblo, pero
                                                  Juan Manuel negaba totalmente esta relación, ya que este era
                                                  un unitario
                                                         En esa época no estaba bien visto que la hija de un
                                                  gobernador de la alta sociedad se relacionara con una persona
                                                  de bajo nivel económico y más sabiendo que los unitarios eran
                                                  la contra de su padre. Entonces le prohibió volver a verlo.
                                                        Luego de unos días, Manuelita decidió escapar con su
                                                  amado sin decirle a nadie y sin dejar ningún rastro alguno.
                                                        Juan Manuel furioso decidió no hacer nada, porque era
                                                  peor para su campaña decir que su hija había escapado con
                                                  un pobre unitario. Decidió decir que se había ido a estudiar a
                                                  Londres.
                                                        Ocho años después Manuelita decidió volver a Buenos
                                                  Aires, con una familia armada, y dos hijos. Descubrió que su
   Prilidiano Pueyrredón, “Retrato de Manuelita
                                                  padre había fallecido dos años atrás, tras haber perdido la
                   Rosas” 1951
                                                  batalla con El Brasil.
       Le había dejado una carta y un cuadro con un retrato de ella en el que le pedía perdón y le decía
que la había recordado todos los días de su vida.




                                                          20
El Misterio de la Obra.
      Un día de invierno en 1945, me tuve que quedar en la casa de mi abuelo porque mis papás se
habían ido a nuestra granja a cosechar. Eran campesinos. Mi abuelo era un fanático de las obras de varios
pintores y, aunque éramos una familia con una situación económica media, él tenia muchísimas, y de
diversos tamaños y colores, pero del mismo pintor.
      En una de sus muchas obras, hubo una que me llamó muchísimo la atención. No sé si era la gama de
colores, la situación o el tamaño (era muy grande), pero al instante que la vi, me encantó.
      Al no saber nada de ésta, decidí ir a la cocina, donde estaba mi abuelo cebando mate, y preguntarle
de dónde la había sacado y quién era su pintor. Cuando le pregunté esto, él largó una pequeña risa y
rápidamente comenzó a contarme la historia.
      Según lo que me contó, esta obra fue pintada hace seis años atrás, en 1939, cuatro años después de
que yo naciera. Se la había dado un señor que pintaba cuadros para obtener un poco de dinero. Como lo
describió, era un hombre precario, con ropa sencilla y que, aunque solo tenía dinero para comprar un pan
diario, disfrutaba la vida al máximo y eso es lo que le gustó a mi abuelo de él. “¡Era un pintor de primera!
Y yo se lo decía todas las mañanas. Quería tener un cuadro de los que pintaba él porque me gustaban
todos, pero me dijo que no tenía que elegir a la obra sino que la obra me tenía que elegir a mí. Hasta que
un día estaba caminando yendo a visitar a mi amigo pintor y me llamo mucho la atención una obra tan
grande que el perro del artista parecía una pulga al lado de esta.” – decía mi abuelo con mucho
entusiasmo.
      Con cada palabra que contaba, yo me
entusiasmaba más y más sobre este cuadro.
Cuando le pregunté el nombre del pintor, mi
abuelo me ignoraba y seguía contando la
historia. Se lo repetí varias veces y me seguía
ignorando. Yo quería saber el nombre, pero no
me lo decía y por alguna razón no lo hacía.
Estaba muy emocionado con terminar de
contar la historia, así que lo dejé que terminara
para que al final me pudiera decir quién era el
artista. Mientras tanto, me contaba en qué se               Horacio March, “Una calle de Barracas” 1939
había inspirado su amigo para hacerla. “Era
una calle de este barrio, Barracas. Y le pareció una de las más lindas y más vegetadas. Además el decía que
para pintar algo, la luz tenía que ser muy buena. Ya que pensaba que si no había buena luz, la pintura iba
a ser mala y nadie la querría comprar. De hecho, la mayoría de sus obras tenían una buena luz.”
      Me entusiasmé tanto con todas las pinturas en general que yo misma empecé a pintar mis propias
obras, y obviamente en lugares con mucha luz. Pero lamentablemente, el clima no ayudó. Había mucho
viento y parecía que iba a llover.
      Mi abuelo vio venir la lluvia y antes de que lloviera, me dijo que iba a comprar algo de comida para
que cuando volvieran mis papás a buscarme, les diera la sorpresa de que ya estaba con la panza llena. A
penas se fue, empecé a buscar en la habitación de mi abuelo si tenía una carta o algo de este supuesto
                                                     21
amigo. Busqué y busqué pero no encontré nada. Solamente una carta de mi abuela que se despedía por la
enfermedad que tenía. Fue muy duro leer ésta, yo me llevaba muy bien con ella.
      Al no encontrar nada en la habitación, empecé a fijarme si en los cuadros había un nombre. Pero
nada, no encontré nada. Entré en desesperación, ya que sabía que mi abuelo llegaría en cualquier
momento. Busqué por toda la casa. En paredes, papeles, mesas. En todo objeto y habitación. Hasta que en
el cuadro del que me estaba contando mi abuelo, el que me llamó la atención, el llamado “Una calle de
Barracas”, vi que había una especie de “h” tapada por el marco. Pude correrlo un poco hasta que
finalmente vi el nombre completo del pintor misterioso.
      “Horacio March” el nombre de mi abuelo.




                                                   22
Una Muerte Inesperada.
                                                    Corría el año 1840...
                                                    Me levanté temprano por la mañana, angustiado
                                              pero ignorando lo ocurrido el día anterior. Poco después
                                              noté dónde me encontraba, y una serie de recuerdos
                                              invadió mi mente, dándole un propósito a mi malestar.
                                                    El martes pasado, yo había partido de la estancia con
                                              Francisco Rodríguez hacia Buenos Aires en nuestros
                                              caballos, con el objetivo de cumplir un trabajo que el
                                              hacendado nos había encargado. Mi compañero era un
                                              escritor con ideales iluministas, opositor a Rosas, que tras
                                              su exilio de la ciudad había decidido dedicarse a la vida en
                                              el campo.
                                                    Tras días de viaje, llegamos a una posta. Creímos que
                                              sería una buena idea pasar un tiempo allí, de tal forma que

  Prilidiano Pueyrredón, “Capataz y Peón de
                                              pudiésemos descansar, tanto nosotros como nuestros
               campo” 1865.                   animales. Nos alojamos en ese lugar hasta la mañana
                                              siguiente, cuando desayunamos y partimos en viaje
nuevamente.
       Todo trascurría normalmente hasta que Francisco comenzó a sentirse descompuesto. Su
temperatura subió, se mareó y se desvaneció del caballo. Horrorizado, corrí a su ayuda. Intenté
subirlo reiteradas veces pero el esfuerzo fue en vano, no tenía las fuerzas suficientes para continuar
por sus propios medios. Lo llevé conmigo y logramos llegar a la ciudad, Su estado había empeorado
notablemente. Inmediatamente, busqué con desesperación un médico que pudiese ayudarlo.
       Horas más tarde, Francisco, ya consciente, estaba mejorando. El doctor dijo que había sido
envenenado, y milagrosamente no había muerto. Yo estaba espantado, había estado los últimos días
con él y no había notado nada fuera de lo normal. Surgieron decenas de preguntas en mi cabeza,
incógnitas que debían ser resueltas. Irrumpí en la habitación donde mi amigo yacía y, sin siquiera
dejarme hablar, confesó que su vocación por la escritura no había terminado y que pocas semanas
atrás había escrito un artículo para un periódico donde volvía a dejar en claro sus opiniones.
Además, comentó que nunca había dejado de ser perseguido por ser considerado un "salvaje
unitario" y, que en el lugar donde nos habíamos alojado era mirado con cierta tensión por un grupo
de personas, las cuales describió.
     Cabalgué rápidamente a la posta, que se encontraba a pocos kilómetros de la ciudad, pero no
hubo rastro alguno de los descriptos. Resignado, volví a la ciudad por la noche para comentar a mi
amigo que mi sacrificio por encontrar a los culpables había sido en vano. Al llegar, me encontré con
la triste noticia de que había sido asesinado una hora atrás.
       Pasé la noche en aquel lugar, intenté dormir pero la angustia me superaba. Finalmente, luego
de una larga velada, hoy me levanté con un solo propósito... Encontrar al culpable de este terrible
asesinato.
                                                          23
Retrato.
      Era la guerra de 1942. Yo tenía 12 años. Éramos una familia muy humilde, nuestra casa era chica y
no cabíamos todos éramos siete personas: mi mamá, mi papá, mis tres hermanos más grandes, mi hermana
menor de dos años y yo. A ella siempre la cuidaba mientras todos iban a trabajar.
      Un día no me acuerdo bien que fecha era, vinieron unos señores. Nos desalojaron de la casa y nos
pusieron en un tren. Éramos muchas familias, todas judías y de clase baja. Nos dejaron como en un barrio
que estaba todo encerrado con murallas. No podíamos salir, la casa donde nos llevaron a vivir era aún
más chica que la otra.
                                             Una mañana todos se fueron a trabajar y me quedé solo en mi
                                       casa con mi hermanita menor. Mi mamá me dijo: - Samuel no le abras
                                       a nadie y cuídense mucho. Yo no entendía bien porque pero le hice
                                       caso. No le abrí a nadie. A las siete de la tarde, llegaron todos menos mi
                                       papá. El siempre llegaba siete y media como muy tarde pero habían
                                       dado las ocho y todavía no había llegado. Estábamos todos sentados a
                                       la mesa esperando a que llegara. Se escuchaban gritos y disparos de
                                       afuera todos estábamos con miedo. Temíamos por mi papa hasta que
                                       escuchamos pasos. Al principio pensamos que eran los alemanes que
                                       venían a buscarnos. Cada vez los pasos se acercaban más y más. De
                                       repente se pararon frente a nuestra puerta. A mi mamá se le estaban
                                       por caer las lágrimas del temor. Todos estábamos quietos, cuando se
                                       movió la cerradura y vimos que era mi papá largamos un suspiro.
                                             Al otro día por la mañana todos se fueron a trabajar nuevamente
                                       y yo otra vez solo con mi hermanita. Oíamos ruidos raros y yo por fin
  Lino Enea Spilimbergo, “Retrato de
          muchacho” 1942               entendí todo lo que estaba pasando. Lo que me hizo temer más pero
                                       tenía que ser fuerte yo era el hombre de la casa mientras todos estaban
trabajando y tenía que cuidar a mi hermana. Escuchamos que los vecinos que eran aún más humildes que
nosotros gritaban. Los alemanes entraron y se los llevaron.
      En ese momento pensé que los próximos íbamos a ser nosotros pero no. Se fueron corriendo y no
volvieron más por ese día. Se hicieron las siete de la tarde y ya estábamos todos. Conté lo que sucedió con
la familia de al lado. Por esa razón sabíamos que no íbamos a durar mucho más tiempo y que en cualquier
momento nos iba a tocar a nosotros.
      Al otro día era mi cumpleaños así que nos fuimos a dormir temprano. Mis papás junto con mis
hermanos me habían regalado un retrato con mi cara pero el que lo habría pintado no sabía mi nombre,
entonces lo llamo “el muchacho” . Yo les agradecí enormemente lo que habían hecho por mí. Pero la
felicidad no duró mucho. Nos vinieron a buscar. Yo me llevé el cuadro que me habían regalado. Los
alemanes no tuvieron problema, es más, uno de ellos por lo que me pareció era amigo de mi papá porque
me deseó un feliz cumpleaños. Hizo que a mí y a mi hermana nos llevaran a otro lado. Pero yo no quería,
no quería irme sin mis padres y mis hermanos. Me dijeron que íbamos a estar mucho mejor a donde nos



                                                       24
iban a llevar. Mis papás nos dijeron que fuéramos tranquilos, que nunca nos iban a olvidar y que pronto
nos íbamos a volver a ver. Entonces nos despedimos.
      Llegamos a otro país. Era uno mucho más lindo no había nada destruido y no había militares. En la
casa donde nos alojamos era muy grande. Estábamos contentos pero no era lo mismo sin mi familia. Sentía
que estaban conmigo, el cuadro que me habían regalado no tenía solo el titulo también decía “para Samuel
de toda tu familia que te quiere y siempre va a estar contigo”.
      Lo colgué en mi nuevo cuarto porque me hacía sentir en casa, con toda mi familia. Poco tiempo
después mi nueva familia me explicó a mí y a mi pequeña hermana que al lugar a donde habían llevado al
resto era un campo de concentración, que no los íbamos a volver a ver que ellos ya estaban en el cielo
mirándonos y protegiéndonos desde ahí. Se nos cayeron las lágrimas y nos abrazaron fuerte, nos decían
que nunca nos iban a dejar y así fue.




                                                     25
Sin Pan y sin Trabajo.
      José era un hombre que trabajaba en
una fábrica para mantener a su esposa y a
su hijo recién nacido. Vivían en una casa
constituida solamente por un baño una
cocina y un cuarto. Su familia era de clase
baja. El dinero que José ganaba no era el
suficiente como para tener mejores recursos
de vida, lo que ganaba solo lo gastaba en
comida para la familia y cosas para su hijo y
su esposa. Lo único que se compraba para èl
eran las herramientas de trabajo y el diario.
                                                       Ernesto de la Cárcova, “Sin pan y sin trabajo” 1892-93
José se compraba un diario por mes para
mantenerse informado sobre la situación del país, que en esa época estaba atravesando una dura crisis.
      El 20 de agosto de 1889 José compró el diario La Nación en el que apareció un artículo titulado
“¡Tu quoque juventud! en tropel al éxito”, firmado por Francisco Barroetaveña, que sacudió la opinión
pública y a la juventud en particular, donde condenaba la ausencia de principios morales y el apoyo de
ciertos jóvenes al entonces presidente Miguel Juárez Celman diciendo: “En medio de este general
desgobierno, o del imperio de este régimen funesto, que suprime la vida jurídica de la nación
reemplazándola por el abuso y la arbitrariedad, se sienten los primeros trabajos electorales para la futura
presidencia, asegurándose que el Presidente actual impondrá al sucesor que se le antoje, pues dispone del
oro, de las concesiones y de la fuerza necesaria para enervar los caracteres maleables y sofocar cualquier
insurrección.”
      Cuando José leyó este artículo se dio cuenta de lo que se aproximaba.
      Unos días después este articulo llevo a la formación de un grupo juvenil llamado Unión Cívica de la
juventud que convoco una gran cantidad de personas el 1 de septiembre en el Jardín Florida en la Ciudad
de Buenos Aires.
      El diario también decía en otro artículo que la crisis estaba empeorando cada vez más debido a la
caída del precio de los productos que se exportaban, el endeudamiento por créditos externos, las emisiones
continuas del papel moneda y la pérdida de valor del signo monetario.
      Unos días después, el 13 de octubre en medio de su viaje diario para ir a la fábrica, José vio que
algunos de sus compañeros de trabajo iban en sentido contrario con caras de tristeza y desolación. Fue
entonces cuando les preguntó qué era lo que sucedía y estos le dijeron la peor noticia que pudiese haber
escuchado. La fábrica había cerrado sus puertas ya que la empresa había quebrado.
      José decepcionado comenzó a buscar trabajo sin descansar pero no lo consiguió, casi todas las
fábricas de Buenos Aires habían cerrado.
      José indignado por la situación de su familia que cada vez era peor y por la situación del país, se
unió a la Unión Cívica para enfrentar al gobierno y destituir al presidente.
      José iba a todas las reuniones de la Unión Civica y en poco tiempo se convirtió en un fiel seguidor a
la oposición que se estaba preparando para una lucha armada.
                                                     26
El sábado 26 de julio entre las cuatro de la mañana y las ocho las tropas de ambos bandos, las tropas
del gobierno y las tropas revolucionarias tomaron posiciones. El centro de los enfrentamientos estuvo
ubicado en las plazas Lavalle y Libertad y en las calles adyacentes, pertenecientes al barrio de San Nicolás.
Alem al mando de un regimiento cívico armado tomó el estratégico Parque de Artillería de la Ciudad de
Buenos Aires, actual Plaza Lavalle, allí se encontraba José que era uno de los tantos civiles que fueron al
parque para sumarse a la revolución, una vez allí a José le dieron un arma y la orden de colocar
barricadas en las bocacalles que rodeaban el parque.
      Entre las ocho y las nueve se produjo el primer tiroteo en Paraná y Corrientes, hasta allí se dirigió
una parte de las tropas de los revolucionarios que estaba concentrada en el parque para ayudar a sus
colegas, en ese batallón se encontraba, José quien nunca había usado un arma y no tenía experiencia se
encargó de ayudar a los heridos para llevarlos a las enfermerías. Entre todo el tiroteo y las corridas José
vio a Manuel, uno de sus ex compañeros de trabajo en la fábrica tirado en el piso con una herida de bala
en el hombro entonces fue a ayudarlo, pero cuando José se agacho para asistirlo uno de los militares de
infantería de las tropas del gobierno le disparo en la espalda, José callo desvanecido junto a su amigo y
estuvieron allí tirados durante un tiempo hasta que los fueron a asistir y los llevaron a una enfermería en
el Parque de Artillería, hasta que lo fueron a asistir y hasta que llegaron al parque José perdió mucha
sangre y falleció en la enfermería. José fue una de las tantas víctimas de la revolución del parque.




                                                     27
Paisaje.
      Siempre que entro a la casa de mis abuelos, me detengo a observar la pintura que se encuentra
arriba del hogar y recuerdo las viejas anécdotas que me cuentan ellos de aquellas épocas.
      Mi abuelo venía de una familia de inmigrantes. Él se alojaba en un conventillo, donde cada familia
ocupaba una pieza y vivía en condiciones muy precarias. En cambio mi abuela vivía en el campo.
       Ellos se conocieron en los festejos del centenario. En esos momentos era muy complicado viajar
hacia la ciudad desde el campo, pero debido a esos festejos se inauguró el ferrocarril de Santa Fe y, gracias
a eso, pudieron viajar hacia la ciudad.
      Sus familias eran de diferente clase social, por ese motivo no les agradaba la relación que tenían.
      Él la visitaba a escondidas de sus padres. Aunque no era rápido trasladarse hacia el campo, hacían
hasta lo imposible por verse. Ellos acordaban un horario y se encontraban bajo un árbol a la luz de la luna
y pasaban largas horas charlando hasta llegar el amanecer, donde mi abuelo partía de nuevo hacia la
ciudad.
      Así siguieron muchos años, hasta que lograron vencer los prejuicios de las familias y formaron una
hermosa familia con cinco hijos.
      Al pasar los años contrataron a un amigo que se dedicaba a la pintura para que les dejara el
recuerdo de ese histórico paisaje en donde acostumbraban a encontrarse todas las noches.




                                          Martín Malharro, “Nocturno” 1909




                                                         28
Día de Niebla.
      Estaba ordenando unos papeles en mi oficina cuando entró mi jefe, Marcus Roboro. Era un hombre
alto, con un espeso bigote en su rostro y unos ojos negros intimidantes; vestía un desteñido traje negro,
unos zapatos sucios y un viejo sombrero que hacia juego.
      Apoyó su saco sobre la silla y me mostró el diario mientras se sentaba.
       El diario La Prensa era el único que
compraba, ya que, se oponía a Aramburu. Mi jefe
tenía cincuenta y siete años y había perdido su
trabajo en la agencia de policías luego del Golpe
de Estado de 1955. Apenas teníamos dinero para
comer y sobrevivíamos de resolver pequeños
delitos sin importancia alguna. Era irónico, hace
unos diez años el apellido Roboro era muy
conocido por resolver famosos casos, pero ahora
había sido olvidado.
      El diario describía la desaparición de un
                                                            Benito Quinquela Martín, “Día de Niebla” 1957
barco que traía objetos de mucho valor. Este va a
ser nuestro nuevo caso, me dijo. Salimos de la oficina. Caminamos unos metros y tomamos un taxi.
Durante el viaje Marcus me contó cuál era su sueño: viajar a Inglaterra, conocer a una linda chica y vivir
pacíficamente el resto de su vida.
      Llegamos al Puerto. Estaba lleno de policías y había mucho movimiento a pesar de que era muy
temprano. Comenzamos a interrogar a las personas que llevaban alforjas de un lado a otro sin parar pero
no conseguimos nada. Antes de irnos pasamos por la oficina del Almirante, donde estaban los horarios de
llegada y partida de los barcos. Según el informe, éste debía llegar en la mañana del lunes a las 5:30 am,
pero se adelantó y se cree que desapareció cerca de las 23:57 pm.
      Nos fuimos del Puerto sin éxito, extrañamente nadie sabía nada, ya era de noche y decidí irme a mi
casa mientras que Marcus se fue en dirección contraria. A medio camino me detuve y regresé a toda prisa
al Puerto. Era ilógico que estuvieran cargando mercancía cuando ningún barco zarparía por la mañana. Al
llegar, utilicé la ganzúa de mi jefe para abrir la puerta y para mi sorpresa escuché el sonido de un barco
zarpando, pero era imposible. Corrí nuevamente para ver como un viejo y desgastado barco mercante se
alejaba de la costa. Era el mismo que hoy por la mañana no nos molestamos en revisar porque parecía a
punto de hundirse. Pero allí estaba, llevándose lo que debía ser una fortuna. Puede divisar la silueta un
hombre que se quitaba su sombrero despidiéndose mientras desaparecía en la espesa niebla y lo último
que escuché fue la voz de mi jefe diciendo: “Adiós, amigo mío”.


                                                    29
Pasaron días, semanas y meses sin recibir noticias de Marcus, hasta que un lunes por la mañana
mientras tomaba un café y leía el diario recibí un paquete sin remitente. Solo decía: Para Andrew. Al
abrirlo me quedé atónito al ver un enorme, pesado y brillante lingote de oro frente a mí, pero eso no era
todo, también había una carta que decía:
      “Cumple tus Sueños”.




                                                   30
Amor de Madre.
(Por la actua lidad del tema, este cuadro pintado
en 1960, puede ser ubicado en Argentina 200…
Cualquier s emejanza con la realidad, es pura
coincidenc ia.)

        Lo despertó el frío como todos los días a las 6.00 am,
pero él se sentía diferente a las otras mañanas, era la emoción
por su cumpleaños número 16. Como todos los días ya lo hacían
trabajar desde temprano en la calle, robándole a la gente y le
decían que si era necesario que matara porque se negaban a
darle la plata, que lo hiciera.
        Ese día lo encontré comiendo en el comedor, era el único
lugar en que podía verlo. Y yo como siempre haciéndome pasar
como una amiga. Me moría por abrazarlo bien fuerte y decirle
que yo era su mamá y que nunca lo había querido abandonar,
pero no podía, tenía miedo de como él fuera a reaccionar.
        Increíble lo hermoso que era, con su pelo renegrido y los
ojos café, iguales a los míos. Era un chico que cuando lo veía en
                                                                         Antonio Berni, “Juanito bañándose” 1961
el comedor parecía no tener ningún problema, pero no era así.
Mi hijo estaba lleno de problemas.
        Puedo acordarme bien el día en que estaba con mi fiat 600 cerca de la Casa Rosada esperando a
que pasara el presidente Carlos Menem para quejarme en la cara de que no podía tener la custodia de mi
hijo solo porque hace cinco años atrás había sido adicta a las drogas. En ese momento entonces se me fue el
enojo que estaba juntando y me vino una gran tristeza cuando había visto a mi propio hijo robándole a
una señora. No sabía si llamar a la policía o ir a donde estaba él y decirle que no tenía por qué robar. Pero
decidí seguirlo hasta que entró a una antigua fábrica de autos. Al salir de ahí se juntó con dos chicos. En
ese momento me encontré con la respuesta a todo el problema de mi hijo, estaba metido en las drogas. No
podía creer que la poca plata que le daban se la gastaba toda para poder drogarse con paco, y después de
consumir se quedaba tirado en la calle dormido. Ese había sido el momento en que me había dicho a mi
misma que si quería ayudar a mi hijo tenia que decirle la verdad de quien era yo.
        Cuando lo vi en el comedor al otro día, lo llamé para hablar, le conté que yo era su mamá y que lo
había tenido que abandonar por su padre, quien después de pegarme a mí, siempre quería pegarle a él.
También le había dicho que lo amaba y que estaba para ayudarlo con su adicción.
        Él se quedó mirándome con lágrimas en los ojos, por un lado me entendió pero enojado me dijo:
        -¡Tuviste que haber ido a la policía y no abandonarme e irte y aparecer 16 años después!
        Me dijo que no lo tocara y que si quería ayudarlo le diera una casa en donde vivir con su familia, y
se fue. Me quedé en la mesa viendo cómo se iba.
         Al otro día salí a buscar a mi hijo para invitarlo a casa. Al llegar le pedí de hablar, nos sentamos en
la mesa, le tomé la mano y le dije que yo lo quería ayudar y que si quería una casa tenía que dejar el paco
                                                      31
y el trabajo en el que se había metido. Él enfurecido me respondió que el paco no lo iba a poder dejar, que
así podía llevar adelante su vida y que si no podía dejar la droga tampoco iba a dejar el trabajo porque era
lo que le daba la plata para poder comprarla.
        De todas formas, yo me había prometido ayudar a mi hijo, entonces fui a la policía e hice una
denuncia en contra de los que estaban obligándolo a trabajar. Cuando llegó la policía a la fábrica detuvo a
todos, incluso a los chicos también obligados a robar.
        A la noche de ese mismo día, tocaron a la puerta de mi casa y al abrir entraron dos chicos, uno me
había agarrado y el otro me había apuntando con un arma y me dijo que me había equivocado de gente.
Justo en ese momento entró mi hijo y le pegaron un tiro. Los dos chicos, que habían entrado a
amenazarme, se fueron corriendo y yo me quedé con mi hijo muriendo en mis manos.




                                                     32
A Pleno Sol, en el Puerto.
      Soy un trabajador, uno más del montón. Trabajo largas horas, con pocos descansos y una baja paga.
No soy esclavo pero me siento como tal.
      Por más que me paguen sigo siendo un
dependiente de alguien más. Alguien que quizás
nunca valla a conocer. Si el dueño de ese barco
decide irse y no volver más al puerto, me despiden.
Por más que transporte cajas 16 horas diarias, sea
mal pago y hasta innecesario en algunos momentos,
se siente bien pensar que en cierta forma estoy
relacionado con la importación de los productos de
mi nación. Además de la crisis que estamos
viviendo, y de cómo nos cuesta mantenernos de pie
en esta época. Con el resto de mis compañeros de
trabajo, pensábamos en ir y reclamar un poco más
de dinero a cambio de nuestro trabajo, pero                Benito Quinquela Martín, “A pleno sol en el puerto” 1940

tenemos que tener cuidado porque nos podrían
despedir; ya que según algunas personas que están más informadas que nosotras, les cuesta mucho
mantenernos con trabajo.
      Si me quejo, me despiden; si pido un poco más de dinero a cambio de mi trabajo, me despiden; si
descanso más de lo que puedo, me despiden; si como mientras trabajo, me despiden; si no hago nada, me
despiden. De lo único que me puedo quejar es del maldito dolor de espalda que tengo producto de la carga
de cajas.




                                                      33
Realidades Opuestas 5.
         Sinceramente no entiendo algunas cosas que piensan o hacen los grandes. Menos mal que tengo a
mis hermanos, ellos seguro comparten mis pensamientos. O también tengo a mi gato Morris, que es como
mi mejor amigo. Aunque él esté lleno de pulgas y con un olor asqueroso, siempre voy a contar con él.
         Por suerte hoy me pagaron en el trabajo que tengo después de la escuela, en realidad es el trabajo
de mi abuelo, pero a mí me pagan por ayudarlo a repartir las infinitas cantidades de soda que se producen
para gran parte de la ciudad.
         No me di cuenta de que me había quedado pensando cuando escuché que se cerraba la puerta de la
pequeña cocina. Significaba que mis tíos llegaban a mi casa. En realidad no era solo nuestra casa. Era un
conventillo, que lo compartíamos con ellos, mis abuelos, mis papás, mis hermanos y otras familias que eran
inmigrantes. Yo estaba muy cansado, aunque feliz de que mañana fuese sábado y no tenía que hacer mis
labores pero igual me quise ir rápido al cuarto donde nos alojábamos con mis papás para dormir. Antes de
abrir la puerta, recordé que tenía otra cosa que limpiar, para no darle más trabajo a mi madre, ya que
varias de las cosas del conventillo están desgastadas, sucias o rotas. Esta es la quinta vez en la semana que
me quedo en la puerta, inmóvil, escuchando las típicas discusiones de mis padres, donde el tema principal
es la plata y el desempleo que se está dando en estos tiempos. Sé que mi familia tiene recursos muy escasos
y que ellos se esfuerzan mucho, pero no hay forma de salir adelante. Al cabo de unos minutos se dan
cuenta de que estoy allí parado y me abren la puerta con caras angustiantes, no digo ninguna palabra y no
expreso ningún gesto, simplemente me voy a la cama que comparto con mi hermano mayor y me quedo
dormido al instante.
                                                                            Me desperté todo dolorido, me cuesta
                                                                     dormir en un colchón desgastado. Me puse las
                                                                     zapatillas y un abrigo para salir a la calle. Nadie
                                                                     me vio al salir, solo la vieja anciana de Italia que
                                                                     me mira como si fuera su nieto.
                                                                            Al cabo de unos minutos me encontraba en
                                                                     medio de la calle, me empujaban y me pisaban los
                                                                     pies las personas que estaban junto a mí. No los
                                                                     conocía, pero al ver sus rostros, que expresaban
                                                                     tristeza, valor y esperanza, o al observar que en
                                                                     sus ojos no se mostraba revancha ni odio, sino
                 Antonio Berni, “Manifestación” 1934                 ansiedad, me provocaba un escalofrío que
                                                                     recorría todo mi cuerpo sin parar. Un señor con
boina pasó por al lado mío y me tiró al piso. Cuando me levanté tomé conciencia de que estas personas
eran extrañas para mí pero había algo que a todos nos unía en ese momento: LA MANIFESTACIÓN.
         No tenía noción de la cantidad de gente que se encontraba en mi misma situación. Seguramente
todo se debía al desempleo que aumentó por la llegada de los inmigrantes, la pobreza (a causa de este la
falta de alimentos), las injusticias sobre la sociedad baja que no tenían ningún cargo importante en la


    Cuento ganador del 4° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”.
5


                                                                34
sociedad y por eso eran excluidos y tratados como personas inferiores y por la gente que se encontraba sin
hogar.
      Un amigo tiene un primo en una escuela pupila que tiene mucho dinero y me dijo que él necesitaba
a una persona que estuviera a su servicio para asearlo y hacerle compañía los fines de semana. Yo creo que
podría estar en ese puesto. Además así ayudaría a mis padres y a mi gato Morris (quién, creo que, si en los
últimos días no le doy una buena porción de comida se va a morir) No quiero por nada del mundo eso
¿Quién quisiera que se le muriera el mejor amigo de toda la vida?
      Otra vez me había quedado pensando y no me había dado cuenta hasta que escuché que se
empezaba a armar lío en la calle y por eso todo empujaban. Salí corriendo rumbo a la casa de mi amigo
para que me pasara la dirección de su primo. Él me recibió y me la pasó con entusiasmo, le di las gracias y
me marché. Caminé bastante, pero al llegar me quedé observando la estructura inmensa, era sorprendente.
Toqué la puerta y al instante me abrió una señora que debía ser su empleada. Me hizo pasar al mismo
tiempo que me miraba como a un bicho, eso me hizo sentir incómodo.
      Subí y me encontré con un chico vestido muy apropiado. Era de estatura media, rubio y de ojos café.
Me miró con desprecio y me dio una lista enrome con todos los deberes que debía hacer, no me dirigió ni
una palabra pero yo presentía que estaba triste y sabía que no era por mi llegada. Había estado llorando.
      Una hora más tarde estaba agotado. No quería volver más ahí. Me habían tratado con desprecio
porque cuando estaba limpiando la escalera la señora de la casa vino con tres mujeres vestidas muy
elegantes y me empezó a insultar diciéndome que no debía estar ahí cuando llegaran las visitas y que
ahora iba a pagar eso con un castigo ayudando a la otra empleada con más deberes. Después de eso vino
otra mujer, que no supe quién podría ser, diciéndome que había hecho un horrible trabajo porque había
ordenado mal su maquillaje. Lo siento, hago lo que puedo, pensé cuando me estaba hablando.
      Fui a la habitación del chico, y lo encontré ahí jugando con unos juguetes. Me rendí, no me gustaba
llevarme mal con las personas, y como mi mamá trabaja limpiando en las casas de varios de los vecinos me
había explicado que siempre debía llevarme bien con mis jefes, así que decidí intentarlo. Aunque me tomó
tiempo sacarle información sobre lo ocurrido, no costó tanto como yo habría planeado. Su familia era tan,
pero tan rica, que era muy fría. Sus papás nunca pasaban tiempo con él; en muy pocas comidas lograba
tener una charla breve, pero no más de eso. También me aclaró que ellos siempre pasaban el tiempo
trabajando y nunca le prestaban atención. Cuando me contaba todo esto no pude dejar de pensar lo
afortunado que soy al tener una familia que me quiera tanto. No tuve ninguna duda de pararme e irme y
no volver más pero antes decidí pasarle mi dirección a mi nuevo amigo para que si algún fin de semana
quería venir a jugar conmigo, no dudara en hacerlo.
      Llegué a la puerta de mi casa feliz. En el camino había reflexionado mucho sobre lo que había
hablado con mi amigo, y a pesar de mi situación económica, no podía quejarme porque mi familia me
quería mucho y quería lo mejor para mí y para mis hermanos. Mi papá hacía lo posible para mantenernos
como obrero de una fábrica textil y mi mamá para que estemos siempre en buena salud y bien
alimentados. Al abrir la puerta me encontré con la vieja anciana de Italia tejiendo, al ver mi expresión
también cambió la suya por una gran sonrisa y me guiño un ojo. Yo le sonreí y luego subí a mi cuarto.
Agarré los pocos lápices que tenía, muchos papeles y me puse manos a la obra. Cuando terminé, bajé las
escaleras. Salí a la calle y con mi nuevo cartel no tuve dudas en unirme a la manifestación para aclarar
que yo también era capaz de hacer cualquier cosa por mi familia.

                                                    35
Lagrimas Ocultas.
      Fue en aquel basurero en el que soñé con mis padres ¡como los extraño! Pero ya me acostumbré.
Creo que tendría que agradecerles a mis amigos de la villa y aquella viejita que me cuidó cuando papá y
mamá murieron por la infección. A veces pienso qué bueno
hubiese sido que Avellaneda los hubiese ayudado. El sí que
vivía bien…por lo menos se lo veía sano cuando le hablaba al
pueblo.
      Eso sí, cuando la abuelita viajo a Europa, va, eso decía
ella, yo nunca supe lo que significaba “Europa” pero los chicos
del barrio no me saben responder tampoco, y eso que ellos van
a colegio del estado… a mí me gustaría ir al colegio algún día
      Quiero encontrar a la viejita para contarle que trabajar
limpiando las chimeneas me está haciendo mal, va, eso me dijo
el médico al que fui cuando me desmaye en el basurero por
vomitar tanto.
      Yo no entendí muy bien lo que me dijo el médico, pero
en un momento, cuando ya me estaba yendo, el doctor me dijo
agarrándome del brazo: “decile a tu responsable que te tienen
que operar, sino algo malo te puedo pasar”.
      Creo que tengo que encontrar a la abuelita, ella fue
                                                                       Antonio Berni, “Juanito durmiendo” 1974
como una madre para mí. A parte, ella me dijo que un día iba
a regresar ... Espero que eso sea antes que los vómitos, la diarrea, la toz y los desmayos vuelvan.
      En fin, que hermoso día... Voy a buscar a Pipe para jugar a las canicas.




                                                      36
Sin Título.
      En una estancia lejana, en las afueras de Buenos Aires, se situaba una historia que reflejaba la
injusticia que se vivía en ese momento. Sabida la relación entre la burguesía y la pobreza, en la cual la
desigualdad social se vinculaba mucho con el alcance del poder político y los privilegios, no era de
extrañarse la reacción que sintió Roberto, en el momento que su mujer María le acercaba una exquisita
mazamorra junto a la amarga noticia de la suba de impuestos y de los principales elementos de consumo,
como frutas y vegetales. Por suerte para ellos, estos últimos podían ser obtenidos de manera independiente.
Pero la temporada en la huerta no estaba siendo prácticamente buena.
                                                           Fue por eso que Roberto decidió imponerse
                                                     frente a sus superiores acomodados y, a primera hora
                                                     del lunes, fue directo hacia su lugar de trabajo en las
                                                     tierras del gobernador para quien trabajaba, a
                                                     recriminarle el motivo de dicha decisión política.
                                                     Luego de una intensa discusión, la cual pasara lo que
                                                     apsara, la última palabra la tendría el patrón, Roberto
                                                     terminó dando razones que describían la cruel
                                                     injusticia que había en ese período hacia la clase
                                                     social más baja.

        Fernando Fader, “La Mazamorra” 1927                Pese a esto, al culpable ya no le interesaba lo
                                                     que apsara con él y su familia, solo quería hacerse
respetar y, aunque sabía muy dentro de él que la sociedad de ese entonces se revelaría de la misma forma,
abolió dichos impuestos luego de despedir a Roberto, ya que el patrón consideraba que un revolucionario
como él, podría desestabilizar su posición en el gobierno. Fue así que Roberto quedó sin trabajo, sin capital
para mantener a su mujer y sin futuro social, pero de todos modos pudo descansar en paz, con su
conciencia pura, sabiendo que logró alcanzar una mínima porción de justicia para el resto de la sociedad
trabajadora, y eso para él valió la pena, aunque solo quedó con su mujer y su rica mazamorra…




                                                     37

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Baile de una vida

  • 1. Una tarde en el Museo…. desde la Literatura y la Historia. Alumnos de 3° Año. 2011 0
  • 2. Índice. Prólogo. 2. La Cautiva 3. Una Charla con Arlequín 4. Baile de una Vida 5. Todo Luz 8. El Tanque Blanco 9. La pesadilla de los injustos. 11. La Verdadera Identidad 12. Desocupados 13. Forever Alone 14. La Distancia de la Mirada 16. La Sopa de los Pobres 17. Infancia Robada 18. EL Retrato del Recuerdo 20. El Misterio de la Obra 21. Una Muerte Inesperada 23. Retrato 24. Sin Pan y sin Trabajo 26. Paisaje. 28. Día de Niebla 29. Amor de Madre 31. Día de Sol, en el Puerto. 33. Realidades Opuestas. 34. Lágrimas Ocultas 36. Sin Título. 37. 1
  • 3. Prologo. Queridos lectores/visitantes, acá estamos con nuestra obra entre las manos. Deseosos de que sus ojos recorran nuestras grafías como los espectadores de un museo, ya que esta vez nuestra tarea ha sido doble: presentar cuadros y cuentos, todos de la mano de la historia. Entonces, para que sea más claro de que se trata la propuesta, les contaremos un poco su armado previo. Nos propusimos una tarea en conjunto desde las áreas de Historia y de Literatura. Quisimos hacer una inspección en la historia a partir de cuadros y pintores. Para ello visitamos el Museo Nacional de Bellas Artes. Investigamos sobre el cada material. Y luego, la ficción ingresó nuevamente pero de la mano de las letras. Para cada cuadro, cada uno de nosotros escribió un texto de ficción. El material plástico, la búsqueda de referentes históricos (contexto, temas que proponía el cuadro, biografías, estilos, etc.) y la narración se plasman en cada uno de los relatos que siguen. Ninguno se parece porque cada uno refleja una mirada sobre la historia (relato del cuadro) y sobre la Historia (relato de los sucesos vividos). Todos se parecen porque fueron gestados por los alumnos de Tercer Año en un intento por armar su recorrido del pasado. Nosotras, las docentes, estamos felices con el trabajo realizado. Ahora queremos compartirlo para que cada uno siga eligiendo cómo quiere mirar y contar la vida. Buena lectura… Prof. Cecilia Zazzali y Prof. Solange Bartos 2
  • 4. La Cautiva . 1 Inmediatamente antes de que en el gobierno de Rosas, en 1829, se alcanzaran tratados de paz y alianzas con algunas tribus indígenas, los malones surcaban la frontera. Furiosos ind ígenas atacaban enemigos blancos con recursos que de ellos habían obtenido. El factor sorpresa era indispensable para el éxito, generar un desconcierto en las víctimas con la rapidez del ataque. Era la furia lo que los alimentaba, no podían soportar que intenten apoderarse de sus tierras. En uno de estos bárbaros enfrentamientos, cuando se marchaban victoriosos con sus nuevas provisiones, con cabezas como símbolo de triunfo; una frágil imagen se destacaba, algo fuera de lo religioso, algo fuera de lo oscuro. Su piel brillaba, su desnudez la hacía todavía más pura e inocente. Allí estaba ella, perdida pero entusiasmada a la vez, el sentir viento en su cara le hizo vivir la libertad, la aventura, la adrenalina. Miró hacia atrás y vio cómo un fuerte brazo la tomaba de su blanca cintura, vio cómo su cabello se confundía con el pelaje del gran animal que bruscamente los acompañaba. Cuando escuchó el salvaje ruido de su galope, el caballo se convirtió en lo único del escenario que había podido reconocer. Un fuerte dolor le interrumpía los pensamientos, sus pies estaban cortados de punta a punta para evitar su escape. Pero ella no quería huir, el miedo a lo desconocido no era algo que cruzaba por su mente. La presión de los brazos en su cintura disminuye, el galope se vuelve cada vez más suave y el viento ya no acompaña a su cabello. Se detiene. Ve en el rostro del indígena algo fuera de la violencia, algo que iba más allá, estaba asustado, solitario, frágil. Eran solo contrastes étnicos lo que diferenciaba la esencia de dos almas que simulaban ser tan opuestas. Ángel Della Valle, “La vuelta el malón”. 1892. 1 Cuento ganador del 1° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”. 3
  • 5. Una Charla con Arlequín. Aquí estoy, después de tanto tiempo. ¿Qué cuánto tiempo hace? …¡Puf! Un montón: ¡ochenta y cuatro años! No parece, ¿verdad? Es por mi “look” joven y atrevido ¡jajajaja! No quiero parecer un viejo amargado que lo único que hace es hablar del pasado, pero dejame que te cuente un poco de mí. Yo nací en La Plata, allá por 1892 y ya desde chico me encantaba dibujar, dibujaba todo lo que podía, o lo que mis hermanos (¡nada más ni nada menos que once!) me dejaban. Dibujaba paisajes, naturalezas muertas, caricaturas. No me gustaba estudiar, ¡ja! ¡Me parece que a vos tampoco! Pero hay que estudiar, no hagas lo que hice yo que no terminé el secundario, ¡esas eran otras épocas! A los 21 me gané una beca para ir a Europa. ¡Qué te puedo decir! Como dicen Ustedes: ¡Me rompió la cabeza! Yo iba con la idea de estudiar a los grandes pintores del renacimiento, pero en una librería encontré una revista de los futuristas que me encantó Emilio Pettoruti : “Arlequín”. 1928. y una cosa fue llevando a la otra hasta que me encontré con otro pintor que estaba experimentando la técnica cubista, y flashé, ¡me voló la cabeza! Y ahí arranqué con esa etapa de colores y formas, me encantaba jugar con las luces y los planos. El tema fue que cuando viene a Buenos Aires, a los jóvenes les gustaba lo que hacía pero había un montón de gente que le parecía que lo mío era horrible, que era una ofensa para el país. A mí no me importaba lo que decían, me bastaban que hablaran de mí y de mi exposición por toda Buenos Aires. En ese entonces Buenos Aires era elegante, apenas circulaban autos por las calles, el centro estaba lleno de teatros y de cafés donde se juntaban los intelectuales, artistas y escritores para “ponerse al tanto” de lo que cada uno hacía. A mí me apasionaba el tango, era tan representativo de Buenos Aires. Yo me enganché con el bandoneón (que no lo largué nunca más) y a otros parientes se les dio por otros instrumentos; algunos tocábamos solos, otros en grupo; pero todos tocábamos con la cara cubierta con un antifaz, era como una “marca registrada”, ¡nos veían y ya sabían que éramos de la misma familia! Un poco era por vergüenza y otro poco era por hacernos los misteriosos. ¡Al final tanto que criticaban y criticaban! ¡Mirá ahora como me reconocen y admiran en todo el mundo! Hice un antes y después en la pintura argentina; me exponen en galerías famosas, me estudian en las universidades, ¡pagan fortunas por tenerme! Por eso, pibe, yo te digo: siempre hace lo que te apasiona y lo que tu corazón te mande, no importa que no le guste a “todo” el mundo, siempre y cuando no jodas a los demás, ¿no? 4
  • 6. Baile de una Vida2. Muchas personas piensan que la vida de una bailarina está basada en su gloria, fama, fortuna y por sobre todo eso… su atuendo. Sin embargo, yo con mis 70 años de edad y una vida dedicada total y exclusivamente al baile, puedo decirles que eso es una vil mentira. Desde niña mi vida ha estado ligada a las presiones y el estrés que sufre una bailarina; desde las zapatillas de baile ensangrentadas, las lastimaduras en mis dedos, hasta las complicadas y complejas coreografías. A pesar de todo eso, nada se compara con el camino de vida por el que me llevó en baile; no, nada se le asimila… Ser una niña de clase baja en la década de 1940, era estar sometida a un estilo de vida muy precario, que carecía de cualquier tipo de lujo o comodidad. Mi madre, por su parte, era una costurera que trabajaba día y noche con el objetivo de poner comida sobre la mesa. En cuanto a mi padre, su vida transcurría principalmente en las calles de Buenos Aires como vendedor ambulante. Luego de su muerte, se complicaron aún más las cosas, ya que ser mujer en esos tiempos era prácticamente lo mismo que nada; la discriminación laboral era y es, aún, indignante. En cuanto a mí, gastaba la mayor parte de mi tiempo bailando, tratando de imitar a las glamorosas bailarinas que veía pasar por las calles cuando debía salir a comprar pan. Sin embargo, sabía que mis posibilidades de crecer como artista Antonio Berni, “Primeros pasos”, 1937. eran prácticamente imposibles, ya que no contaba con el dinero para ingresar a una academia de baile o siquiera para poder comprarme un par de zapatillas. No obstante, el destino muchas veces es incierto… y puede sorprendernos de mil y un maneras. Un día, cuando iba directo al almacén a hacer los mandados, tropecé con el empedrado de las calles. Entonces, un caballero buen mozo de no más de 25 años, con galera y traje me extendió su mano. Comenzó a mirarme de arriba abajo, como estudiándome; yo, por mi parte estaba aterrada. Me preguntó entonces la razón por la que estaba corriendo, y por qué vestía con harapos. No tuve más alternativa que decirle la verdad, y admitirle de mi pobreza y de mi supervivencia del día a día. Él, quiso saber entonces cuáles eran mis aficiones, mis sueños… qué quería hacer con mi vida. A decir verdad todavía estaba aterrada, ¿por qué estaba haciéndome tantas preguntas? Sin embargo, le respondí y le confesé mis aficiones respecto al baile. Fue en ese momento cuando mi vida dio un vuelco, al decirme que era dueño de la academia de baile más importante de Buenos Aires y que estaría orgulloso de incluirme a su grupo, gratuitamente. A pesar de que yo ya tenía 10 años (lo cual significa ser grande para iniciase en el baile) no tardé en ponerme a tono con las demás, e incluso en sobresalir. El director estaba orgulloso de mí, y cada día que pasaba me confesaba que desde el primer momento en que me vio supo que había algo en mí, algo que había llamado su atención aquel día en las calle. Cuento ganador del 5° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”. 2 5
  • 7. Por otro lado, mi situación económica no era mucho mejor. Mi madre seguía rompiéndose el alma trabajando, mientras yo pasaba horas danzando, haciendo que mis pies estallaran del dolor con la esperanza de un día poder convertirlo en mi vocación; y así, poder salir de la pobreza en la que me encontraba. Cuando había cumplido mis 21 años me encontraba en una Argentina totalmente cambiada, gobernada por Juan Domingo Perón. Todavía seguía mis estudios en la academia de baile, pero lo que nunca me hubiera imaginado es lo que ocurrió aquel 6 de septiembre de 1952… Yo me encontraba practicando fuera de hora en el salón principal, cuando noté que alguien había interrumpido el silencio. Se trataba del director, quien irrumpió en la habitación y me miró fijamente a los ojos durante prácticamente un minuto. Mis piernas no me respondían; me sentía totalmente inmóvil al ver sus ojos azules clavados en mi mirada. De un momento a otro, sentí cómo su mano derecha se deslizaba por mi cintura, mientras la otra acariciaba mi mejilla. No sabía qué hacer, no sabía cómo reaccionar. La diferencia de edad era de por lo menos 10 años, aunque sabía también que en el amor la edad no existía ¿Qué podía hacer yo, entonces? ¿Rechazar al hombre que me dio la posibilidad de tener un objetivo por el cual el luchar en mi vida? ¿O entregarme a él, como siempre había querido? Definitivamente, mis impulsos fueron más fuertes que mi cordura; así fue como terminé entre sus brazos, con la pasión explotando en aquel salón. Este pequeño “accidente” cambiaría por completo el rumbo al que estaba orientado mi vida. Decidí abandonar Buenos Aires para ir a Francia junto con mi futuro esposo, donde sabía que mi vocación finalmente daría frutos. Dejé todo atrás; mi madre, mi hogar, mis amigos… mi vida, mi yo. Sé que suena mal decirlo de esta forma, pero a decir verdad fue una gran experiencia que me ayudó a crecer como persona. Los años pasaban, y mis sueños cada vez se encontraban más cerca de convertirse en realidad. Conseguí bailar en un reconocido teatro francés, y convertirme en la protagonista del espectáculo. Sin embargo, me encontraba triste al no poder compartir mi éxito con mi madre, quien había muerto en 1964 a causa de la “fiebre amarilla”. A pesar de su ausencia, yo me encontraba ya con mi propia familia; casada con dos hijos maravillosos. Estaba totalmente orgullosa al ver que ellos no tenían que pasar por lo mismo a lo que yo estaba sometida a su edad, como el hambre o las largas noches de frío por no tener con qué abrigarme. A pesar de que en mi vida todo parecía “color de rosa” poco a poco ésta se fue deteriorando nuevamente. Mi carrera como bailarina había concluido, al romperme una pierna intentando hacer un truco, además de que ya era mayor para dedicarme a eso. Esto significó una pérdida de fondos importante en la familia, y una época de grandes sacrificios. La situación llegó al límite el 10 de febrero de 1979, con la muerte de mi esposo quien ya tenía 69 años. Yo no podía cuidar de dos niños manteniendo nuestro estilo de vida, por lo que la pobreza volvió a mí, sin piedad. El no poder encontrar trabajo alguno, la desesperación por no poder mantener a mi familia, y el estrés que todo aquello me ocasionaba llevaron a que tomara una decisión de la que aún me sigo arrepintiendo, y sé que lo haré hasta el final de mis días. De esta forma, tuve que vender mi humilde casa para darles el poco dinero a mis hijos que ya contaban con 15 años de edad, para que pudieran seguir con su vida de forma independiente. Lo sé, en el preciso momento en el que leyeron eso debieron haber 6
  • 8. pensado que soy una madre terrible. Sin embargo, quiero que sepan que yo amaba con la vida a mis hijos, pero no podía seguir soportando sus caras de sufrimiento al ver que yo ya no podía mantenerlos. En fin, quizás mi vida no fue tan interesante ni tan ejemplar como la de otras personas. Nunca llegué a ser famosa, nunca tuve la oportunidad de decirle “te amo” a mi padre ni de despedirme de mi madre, como tampoco pude ser un buen ejemplo para mis hijos. Sin embargo, estoy orgullosa de mí por haber podido pasar de ser aquella niñita asustadiza a una mujer con determinación, capaz de enfrentarse a todo un teatro sin experiencia alguna… 7
  • 9. Todo Luz 3. Perdí la cuenta de las veces que me preguntaron si valía la pena arrojarse a la pileta sin saber si está llena, apretar el gatillo sin saber si te tocó la bala, arriesgarlo todo por un sentimiento, una chispa que puede desvanecerse por la sublime brisa o promover un majestuoso incendio. Siempre les respondí lo mismo, nunca se sabe… Es un tiro al azar, un riesgo que tuve que correr. Buenos Aires 1962, sentado en mi humilde y rutinario bar a las 9:00 a.m. ordené un café. Como de costumbre, me puse a hojear las páginas del diario de esa mañana, “un golpe de estado militar depone al presidente Arturo Frondizi… no dejan de hablar de eso… al parecer Brasil va a ganar la Copa Mundial de Fútbol… blablabla”. Poca importancia le estaba dando a las noticias, Argentina iba de mal en peor. Al llegar mi café le vertí un poco de leche, veía como dos líquidos de tan notable contraste danzaban ante mis ojos, formando al final una mezcla homogénea, ni tanto café ni tanta leche, así me gustaba a mí. Mi mente vagaba entre tanta monotonía mientras mis dedos recorrían desinteresados las páginas del periódico. Con el primer sorbo, un pequeño anuncio de damas de compañías me llamó la atención… Mis ilusiones se hicieron añicos, una pequeña parte dentro de mí no volvió a creer. Ella era el centro de mi vida, es decir, he amado a muchas mujeres, pero nunca como a ella, lo nuestro era auténtico… por lo menos eso pensaba. Antonio Berni, “La Tentación” 1962. Hacía solo un año que nos conocíamos, sin embargo, con ella era todo luz. Muy iluso de mi parte, pues nunca hubiese imaginado que mi perfecta Afrodita vagaba por bajos mundos. Al fin y al cabo, fui una simple marioneta que lo dio todo por ella, una pieza más de su vil juego, me quiso sólo por dinero. Ella tan encantadora, moldeada por ángeles, era imposible en ese momento verla de otra manera más que como una delicada muñeca de porcelana… “Actrices” las llaman, no? Mis ojos, quienes recorrieron su cuerpo tratando de ver más allá de lo físico, queriendo descifrar su mirada perdida. Los mismos ojos que no soportaron volver a verla ya que sólo verían otros hombres y engaños marcados en su piel. Creí que lo nuestro era perfecto llegando a recordar cosas que no habíamos vivido. Amaba escuchar con ella las radionovelas… realmente se entretenía. Verla sonreír, retocar su sublime maquillaje, arreglarse delicadamente su rubia cabellera, me alegraba el día, todo tenía sentido. Ella lo sabía todo sobre mí y yo nada sobre ella. Pero las razones que tuve para amarla se borraron con el tiempo. Difusas las heridas en mi corazón quedaron… ya casi no se notan. Hoy simplemente esbozo una sonrisa aunque sean tiempos difíciles para los esperanzados. Cuento ganador del 2° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”. 3 8
  • 10. El Tanque Blanco. Siempre que iba a la casa de mi abuela y veía el cuadro de aquella esquina colgado en el comedor recordaba cada una de las historias que me contaba mi abuelo. Era un lugar muy importante para toda la familia, ese almacén fue en donde se encontraban mis abuelos en la juventud. Me acuerdo de todos los detalles de los relatos que escuchaba cada noche, con los ojos cerrados imaginando todo en mi cabeza. A veces me aburrían un poco, y sin darme cuenta me quedaba dormido. Otras veces las historias eran Antonio Berni, “El Tanque Blanco” 1955. tan interesantes que no quería que terminaran jamás. Mi abuelo era un trabajador, venia de una familia con pocos recursos y debía ayudarlos en la recolección de algodón. Su padre siempre trato de conseguir lo mejor para toda su familia y trabajó muy duro durante toda su vida para ello. Sin embargo el esfuerzo no alcanzaba, las condiciones de vida de mi abuelo eran muy precarias. A pesar de esto, logró ir a la escuela y educarse ya que en ese momento la educación había logrado mayor expansión en el territorio de Chaco. Las historias que más disfrutaba que me contara eran todas en las que narraba de una forma muy atrapante cuando se conoció con mi abuela y todo lo que vivieron juntos. Ella venía de una familia de inmigrantes italianos. Su nacionalidad era argentina pero toda su familia era italiana. Tenían un buen nivel económico y el padre de mi abuela era dueño de tierras dedicadas al cultivo de algodón que era una de las actividades más importantes del Chaco para esa época. Mi abuelo y toda su familia trabajaban para él. Así se conocieron los padres de mi mamá, en un pueblito en Chaco por medio del trabajo. Mi abuelo me contaba que siempre que iba a trabajar veía a la hija de su jefe y le parecía muy atractiva. Ella estudiaba y era una chica muy aplicada ya que todo su tiempo era dedicado al estudio y tenía una vida muy cómoda. En cambio, mi abuelo debía trabajar y ayudar en todas las tareas de la casa además de dedicarle tiempo al colegio. Un día mi bisabuelo lo invito a mi abuelo a almorzar después de una mañana de mucho trabajo. Allí compartió un momento muy agradable con toda la familia italiana y conoció un poco más de otra cultura además de conocerla a mi abuela. No importaron las diferencias de origen, de cultura ni de clase social y económica, mis abuelos empezaron a salir y a conocerse cada vez más. Las dos familias estaban de acuerdo, y esto ayudó mucho. El punto de encuentro siempre fue esa esquina, la del almacén en donde se compraban desde clavos hasta verduras. Para mis abuelos era un lugar muy importante, y compraron ese cuadro para recordar siempre su historia de amor. Mi abuelo falleció hace dos años, pero me dejó todas sus anécdotas y experiencias de vida de las que aprendí muchísimo. A pesar de tener una vida con condiciones precarias, nunca dejó de trabajar y estudiar, y así después de muchos años logro mejorar su situación económica y formar una familia. 9
  • 11. También me enseñó que no importa la cultura, la clase social, ni los prestigios en el amor. Mis abuelos lograron romper todas las diferencias para estar juntos. 10
  • 12. La pesadilla de los injustos. Había una vez, un señor llamado Juan que trabajaba en una emisora de radio. El programa se trataba de política y era el más famoso de la época. Pasaron años y él seguía con el mismo oficio. Hasta que en Buenos Aires llegó la época militar, y todo cambio… El 4 de septiembre, Juan se despertó a las 8 de la mañana como todos los días, y comenzó a realizar su rutina diaria. Pero él no sabía que éste no iba a ser un día como cualquier otro. Ya eran las 5 de la tarde y él se dirigió para el programa que empezaba a las 5.30. En la emisora, él y un compañero criticaron a los militares; un rato después un Falcón verde llegó a la puerta del estudio. Juan estaba asustado, porque sabía que no se podía criticar o hablar mal de los “milicos”, pero él igual lo había hecho. De repente la puerta de la sala fue derribada y fue cuando dos hombres furiosos gritaron - ¡¿Quiénes son Juan López y Pedro Rodríguez?!- Del temor que tenían, Juan y Pedro se las arreglaron para culpar a otros dos compañeros señalándolos, y los hombres se llevaron a dos personas inocentes, sin dejar que hablaran o se defendieran. Era de noche, Juan y Pedro estaban cenando en un bar del centro de Buenos Aires, ansiosos, temerosos y perseguidos no podían ni hablar, estaban pálidos. Minutos después el jefe de ellos los ubicó para contarles una terrible noticia: Roberto y Carlos habían desaparecido. Complotados, ellos decidieron ocultar el secreto de por vida, aunque sabían que iban a vivir llenos de remordimiento. Más tarde, Juan y Pedro ya estaban en sus respectivas casas listos para dormir después de un largo día. A los dos les pasó lo mismo, se despertaron transpirados y exaltados. Cualquiera hubiese creído que estaban enfermos, pero no. Antonio Berni, “Pesadilla de los injustos” 1961. Tuvieron una pesadilla: en ese sueño veían a todos las personas desaparecidas en la época militar en forma de monstruos, entre ellos sus compañeros de trabajo que eran inocentes. Pensaban que eso iba a ser solo esa noche, pero se volvió costumbre. Juan no podía seguir con su vida. Tanta vergüenza encima lo llevó, el 18 de septiembre a la madrugada, a terminar con su vida ahorcándose. En cambio, Pedro tomó la decisión de decir la verdad y entregarse (aunque esto no serviría de mucho). Hasta el día de hoy estos hombres siguen desaparecidos, o quién sabe, tal vez muertos como tantos otros argentinos… 11
  • 13. La Verdadera Identidad. Todos la envidiaban, Marta era la mujer del pueblo que todas querían ser. Ellas veían sus joyas, su vestimenta y su poderoso esposo como lo único necesario para lograr la felicidad de una mujer. ¿Pero qué pasa cuando esas cosas se tornan un disfraz de su verdadera identidad? Marta siempre vivió en el barrio que habitaban todas las familias de clase alta. Su padre, el comerciante más poderoso del momento, se la pasaba trabajando sin prestarle atención. Llegaba para cenar y era el único momento del día que se veían. La madre, una hermosa mujer, se la pasaba en la esquina saludando a toda persona que pasaba. Marta era hija única y no tenía con quien compartir su dolor, su enojo. Los años fueron pasando, hasta que llegaron sus 16 años. Era el momento en el que sus padres podían demostrarle su cariño, regalarle las cosas más caras importadas de Gran Bretaña Ernesto de la Cárcova, “En el Jardín” 1907 u otros países. Todos estaban esperando con entusiasmo al padre. Cuando llegó todos buscaban un paquete, tal vez estaba afuera, nadie veía nada. Al rato de seguir el festejo, entró por la puerta principal un hombre alto, morocho muy buen mozo con el traje del diseñador más caro. Nadie lo conocía y siguieron como si nada, hasta que el papá lo presentó diciendo “con él te vas a casar”. Claro está, que nadie le podía reprochar nada a sus padres. Llegó el día. La iglesia estaba repleta de gente, ni se podía caminar. La familia de Marta y del prometido estaban esperando en el altar. Cuando las puertas se abrieron salió una mujer hermosa, con su bello vestido, extravagante maquillaje y su original peinado, estaba perfecta, solo le faltaba esa sonrisa que cualquier persona tiene al casarse. Así empezó el conflicto, estaba obligada a salir a la calle sonriendo como si fuese la persona más feliz de la ciudad. Marta no entendía como sus padres la habían obligado a casarse con él. Nadie estaba enterado de que en la intimidad era un golpeador que solo se interesaba por la plata y la popularidad. Luego de unos años decidí darle una sorpresa, era tan bella que merecía estar autorretratada en un cuadro. La llevé con Ernesto de la Cárcova, tenía varios premios por sus maravillosas obras y no tenía ninguna duda de que ésta también lo iba a ser. Se puso su mejor vestimenta y Ernesto empezó a pintar. El cuadro lo estuve guardando yo, esperando el mejor momento para entregárselo. En su cumpleaños número 25, no tuve ninguna duda de que era el momento. Su relación cada vez estaba peor y la gente era muy ingenua ya que no se daba cuenta de nada. Le dejé el cuadro acomodado en su habitación con una pequeña carta que decía “nunca abandones tu identidad, tus deseos y tu belleza interna. Con todo mi amor, tu tía Rosa, 1902” 12
  • 14. Desocupados. Cuando era joven, alrededor de los años 1934, vivíamos en una completa desocupación. La vagancia era uno de los factores que más afectaba a la población ya que la falta de trabajo era completamente abundante. Yo me consideraba uno de aquellos desocupados, sin trabajo el cual se la pasaba toda la tarde durmiendo y sin hacer nada en una caja que había encontrado en la calle. Las horas que pasábamos llenas de ocio, eran horas desperdiciadas. Podríamos haber hecho muchas cosas y haber implementado nuevos empleos, los cuales nos podrían haber brindado una mejor calidad de vida. En esos tiempos era difícil mantener una familia y un hogar. Mis padres no me pudieron dar la educación que tendrían que haberme dado desde pequeño. Sin embargo, pasado los años, por suerte me di cuenta de lo grave que era eso y que la vagancia no era la mejor forma de vivir. Sin hacer nada no podía salir adelante, y en un futuro no iba a poder brindarle a mis hijos la educación necesaria e iba a repetir el mismo error que mis padres. Por eso mismo busqué una manera de formar alguna organización. Un centro o un hogar para personas sin trabajo. Les comenté mi interés a mis amigos en hacer un centro asistencial para gente desocupada y para aquellos niños que no tienen un hogar donde vivir o carecen de las necesidades básicas, y se ofrecieron a ayudarme. Poco a poco mi objetivo se fue cumpliendo y aquellas personas que estaban en mi situación colaboraron y es así como hoy el centro de asistencia es una realidad donde concurren niños y adultos y se le brinda aquella contención que tanto anhelé cuando era chico. Antonio Berni, “Desocupados” 1934. 13
  • 15. Forever Alone. Era una tarde soleada de 1914, en donde los inmigrantes se hacían notar en el país y llegaban con la intención de buscar trabajos. El nuevo modelo del país era noticia para todos los ciudadanos, pero yo no podía dejar de pensar en la muerte de mi esposo. Hoy se cumple 1 mes de su fallecimiento y todavía no logro descubrir cómo murió. Lo último que recuerdo de él fue su encantador saludo antes de irse a trabajar. Ese día no regreso a casa y al día siguiente la policía me llamo para informarme que mi esposo se encontraba sin vida en la estancia donde el solía trabajar. Yo estaba desesperada y quise encontrar respuestas de lo sucedido pero la policía decidió no escucharme y no darme respuesta alguna. Esta decisión seguramente tenía que ver a la clase social a la que pertenezco. Decidí salir al patio donde el guardaba parte de su producción y también el lugar donde acostumbrábamos charlar. Su silla todavía estaba allí pero ya no había nadie sentado en ella y yo me encontraba sola, en el patio, contemplando a las gallinas. Me sentía triste, enojada, deprimida y en lo único que pensaba era en mi hombre. Luego de días y horas de reflexión decidí que lo mejor que podía hacer era buscar a alguien con sus virtudes que pueda cubrir el amor que él me daba. Quizá no fue la mejor decisión, pero fue lo que me surgió del corazón. No lo pensé más y salí a buscar al reemplazante ideal. Costo mucho encontrar a un hombre parecido a él pero después de 2 años, un 27 de Febrero de 1916 logre encontrar al hombre que me atrajo. Su nombre era Martin, tenía la altura ideal y una sonrisa prominente. Tenía muchos parecidos con Héctor, trabajaba en una estancia, era amante de los animales, su aspecto físico era Fernando Fader, “En el patio” s/f prácticamente igual y lo más importante el sentía lo mismo que yo sentía por él. El primer año de relación decidí mudarme a su casa en Pilar. Su casa era acogedora y tenía una decoración muy linda. A los 4 años de convivencia logre tener algo que con mi esposo no había podido tener, una hija. Al principio nos sentíamos muy felices de poder empezar a formar una familia pero luego de un tiempo empecé a sentir sensaciones extrañas en Martin, como sus llegadas tarde a casa, su poco compromiso con la beba y su constante malhumor. Esas sensaciones que no ocurrían en Héctor, en Martin ya eran costumbre. Parecía que nuestra hija era una carga difícil de soportar para él. Yo ya empezaba a comprender que Martin no era en nada parecido a Héctor. De todas maneras, intente hablar con él para mejorar nuestra relación. El negaba sus actitudes pero en el fondo también sabía que no aguantaba más la presión de nuestra hija. Así fue, como en un acto de cobardía total, nos dejó a mí y a la beba solos en la casa. Estaba decepcionada, el segundo hombre a quien había apostado me abandona a mí y a mi hija. Definitivamente no estaba destinada para el amor. Sentí que mi hija no tenía que aguantar mi sufrimiento y tampoco la ausencia de un padre, así que decidí darla en adopción. Ella no merecía la miserable vida que yo estaba teniendo. 14
  • 16. En cuanto a mi nuevamente me encontraba sola, y ya no tenía ningún tipo de esperanzas. Cuando todo parecía que mejoraba simplemente pasó lo peor. Mi tristeza había llegado al máximo. Fui a la estancia donde mi marido había muerto y no lo dude ni un segundo, mi mala fortuna ya no tenía remedio, así que decidí estar FOREVER ALONE. 15
  • 17. La Distancia de la Mirada 4. Como todos los días, pasé por la calle Fray Cayetano Rodríguez a la altura de Avellaneda, en el barrio porteño de Flores. Inevitablemente, también como sucedía siempre, observé el muro que se encontraba de la vereda contraria a la cual yo caminaba. No podía evitar pensar en qué era lo que había tras esa pared de ladrillos. Aunque no era algo muy fuera de lo común, pero sin embargo llamaba mi atención. Cuando pasaba por allí sentía algo difícil de describir, pero de algún modo, era un sentimiento gris, triste. Generalmente ocupaba mi cabeza en otra cosa, trataba de evitar la mirada jugando con mis manos o encendiendo Antonio Segui, “La distancia de la mirada” un cigarrillo. Pero ese día no pude. Me dejé llevar y decidí 1976. mirar a través del paredón. Ahí estaba lo que tanto anhelaba, un conjunto de policías, algunos uniformados y otros no, sentados en reunión en el patio de un estilo de escuela o convento. No supe distinguir bien en el momento. Pasó un segundo hasta que volví mis pies a la tierra, y mientras acomodaba el banco roto, que había utilizado como soporte, junto a un árbol, un hombre que pasó caminando dijo unas palabras que al principio no pude entender, por el susto. “¿Estás loco flaco? Te van a matar”. Pasaron unos segundos hasta que construí la frase en mi cabeza y noté que era un vecino del barrio. Me llevó a su casa, yo no dije ni una palabra en todo el camino. Parecía que él estaba enojado conmigo, pero enojado como cuando se enoja una madre con su hijo porque se subió a un árbol muy alto, no enojado con bronca. Por eso confié en él y accedí a ir a su hogar. Cuando llegamos me sentó en la mesa del living, un televisor pasando a Olmedo ambientaba el salón. “Mirá Matías, vos no sos consciente de lo que acabás de hacer, pero pusiste en riesgo tu vida, y la de toda tu familia” dijo Juan, mi vecino. Tras esa grave acusación no tuve más que preguntar qué era lo que había hecho. Él contestó que si yo veía lo que pasaba ahí y alguien se daba cuenta me iban a matar. Después de eso me dijo que me vaya a mi casa, y que por el resto del día no salga a la calle. No sé porque confié en ese hombre, pero todo lo que decía parecía tan cierto que decidí hacerle caso. Nunca me animé a preguntarle por qué me había dicho eso, y cuando tuve el coraje para hacerlo, me enteré que no vivía más ahí, y que nadie sabía más de él. Hoy, treinta y cinco años después, comprendí que fue lo que sucedió, y lamento haber hecho caso a Juan. Hubiera preferido hacer el intento de transmitir a la gente en su momento lo que pasaba. Cuento ganador del 3° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”. 4 16
  • 18. La Sopa de los Pobres. Hugo era un niño de siete años que, junto a su madre, su padre, sus dos hermanas y su abuelo, viajó desde Italia hacia los barrios bajos de Buenos Aires para escapar de la guerra en su país. Él y su familia vivían en un conventillo de La Boca que difícilmente podían pagar. Allí convivían con otras siete familias, donde compartían el baño, la cocina y un gran patio donde casi siempre pasaban la tarde. Luego de su turno en la fábrica textil donde trabajaban desde las 7 de la mañana hasta las 5 de la tarde, Hugo y sus amigos solían tener tiempo para improvisar una pelota con bollos de medias y jugar en una pequeña cancha de barro cerca del río. Poco les importaba el frío, el barro, la lluvia o los mosquitos, que tan temidos eran por transmitir la fiebre amarilla. Un día, luego de sus partidos de fútbol cerca del río, Hugo llegó al conventillo con mareos, fiebre, vómitos, y tanto dolor en los músculos que apenas podía caminar. Al principio su familia no se preocupó demasiado por su enfermedad, ya que pensaron que era leve y se le pasaría en unos días. Pero luego de una semana comenzaron a sospechar lo peor. Habían pasado dos semanas de su padecimiento y su condición no mejoraba, peor aún, los síntomas eran cada vez más y más agudos, tenía un tono amarillento en la piel, vómitos y el dolor muscular era insoportable. Sus miedos se habían confirmado, Hugo padecía la temida fiebre amarilla. No había nada que hacer, no duraría más de dos o tres días. El fallecimiento de Hugo ocasionó la pérdida del único hijo varón de la familia y de uno de los mayores ingresos monetarios de ésta. Y, al no poder pagar el alquiler del conventillo, la familia se vio obligada a mudarse a las calles, donde no tenían más opción que mendigar unos cuantos platos de sopa para poder subsistir. Reynaldo Giudice, “La sopa de los pobres” 1884 17
  • 19. Infancia Robada. En el año 1918, en un pequeño pueblo de Buenos Aires, una bebé fue abandonada en la puerta de una iglesia. Esta niña pasó toda su vida rodeada de monjas que la criaron para ser una de ellas. A ella le encantaba el jazz y el tango, que se habían creado en este año. Sin embargo, al crecer, una monja la adoptó como su propia hija y aunque la amaba la llevó por el mal camino de la prostitución. Una vez por semana la sacaba del convento con la excusa de ir a una tertulia, la llevaba a una casa abandonada donde la esperaban hombres y un traje de bailarina con el cual se tenía que disfrazar. Esta niña era muy ingenua ya que había crecido toda su vida rodeada de paz, alegría y amor hasta que comenzó a tener que hacer esto. La iglesia era como cualquier otra, pero lo extraño era Valentín Thibón de Libian, “La presentación”, 1918 que la monja que la había adoptado, era conocida por tener actitudes raras. Inducía a la joven a ejercer la prostitución, obligándola a hacer toda clase de cosas que los hombres le pedían, sometiéndola a actividades para las que no estaba preparada. Esto era terrible, pero la gente no sabía lo que sucedía, era todo un secreto, el cual no podía ser revelado ni por el cliente ni por Juana, la niña. Cierta vez, un nuevo cliente llegó a la casa. Este era un señor alto y estaba vestido con un elegante traje que parecía recién comprado. Tenía aspecto de ser una persona amable, cálida y buena, aunque ella no lo sintió de ese modo cuando lo vio. La monja los presentó y le habló al hombre de las bondades de Juana. Ella permanecía inmóvil y asustada. Varias veces la monja la incitó a que se acercara al hombre para conocerse más íntimamente. Ella intentó rehusarse pero fue en vano ya que fue empujada violentamente por María Rita, la monja, hacia los brazos del hombre. Él la abrazó y en ese momento Rita abandonó la habitación. Durante las siguientes dos horas Juana fue sometida a toda clase de abusos por parte del hombre. Juana no pudiendo soportar más aquel sufrimiento, en un descuido del hombre, intentó escapar por la ventana pero fue agarrada bruscamente por él. Luego de un corto forcejeo ella cayó al piso y se desvaneció. El hombre entró en desesperación y comenzó a gritar fuertemente por un médico. Justo en ese momento, pasaba por la vereda un grupo de policías y al escuchar los gritos fueron a ayudar. Al llegar encontraron a un hombre completamente desnudo junto a una señorita en el piso. Rápidamente los policías, lo apresaron y se llevaron a Juana al hospital más cercano. Al llegar allí se dieron cuenta de que estaba muerta y no había nada que pudieran hacer. Al hombre lo llevaron al cuartel, lo interrogaron durante varias horas hasta que finalmente confesó todo lo que había pasado, involucrando a la monja. La policía fue al convento y le contó a la Madre 18
  • 20. Superiora todo lo ocurrido y ella, sin dudarlo un segundo, permitió que arrestaran a María Rita, destituyéndola de su cargo como monja. 19
  • 21. El Retrato del Recuerdo. Cada vez que miro este cuadro, me emociono, ya que ésta fue mi mamá, una mujer de bien, llena de bondad y única. Hoy 17 de septiembre de 1902 a diez años de su muerte, sigo recordándola con orgullo. Su nombre era Manuela, más bien conocida como “Manuelita Rosas” hija del mismísimo gobernador Juan Manuel de Rosas, mi abuelo. El 7 de marzo de 1835, mi abuelo fue nombrado gobernador con la "suma del poder público". Fórmula política que encubría y superaba la de las facultades extraordinarias. Para asegurar su posición, ratificó la decisión mediante un plebiscito, que se hizo en la ciudad: obtuvo 9.320 votos a su favor y sólo ocho en contra. Con la suma del poder público en sus manos, separó de sus cargos a todos aquellos que eran tenidos por unitarios o "traidores". Manuelita, fue muy conocida en el pueblo, era la hija de una persona muy importante. Aconsejó a su padre en varias oportunidades. Eran muy unidos y esto se incrementó luego de la muerte de mi abuela. Ella se había enamorado de un joven del pueblo, pero Juan Manuel negaba totalmente esta relación, ya que este era un unitario En esa época no estaba bien visto que la hija de un gobernador de la alta sociedad se relacionara con una persona de bajo nivel económico y más sabiendo que los unitarios eran la contra de su padre. Entonces le prohibió volver a verlo. Luego de unos días, Manuelita decidió escapar con su amado sin decirle a nadie y sin dejar ningún rastro alguno. Juan Manuel furioso decidió no hacer nada, porque era peor para su campaña decir que su hija había escapado con un pobre unitario. Decidió decir que se había ido a estudiar a Londres. Ocho años después Manuelita decidió volver a Buenos Aires, con una familia armada, y dos hijos. Descubrió que su Prilidiano Pueyrredón, “Retrato de Manuelita padre había fallecido dos años atrás, tras haber perdido la Rosas” 1951 batalla con El Brasil. Le había dejado una carta y un cuadro con un retrato de ella en el que le pedía perdón y le decía que la había recordado todos los días de su vida. 20
  • 22. El Misterio de la Obra. Un día de invierno en 1945, me tuve que quedar en la casa de mi abuelo porque mis papás se habían ido a nuestra granja a cosechar. Eran campesinos. Mi abuelo era un fanático de las obras de varios pintores y, aunque éramos una familia con una situación económica media, él tenia muchísimas, y de diversos tamaños y colores, pero del mismo pintor. En una de sus muchas obras, hubo una que me llamó muchísimo la atención. No sé si era la gama de colores, la situación o el tamaño (era muy grande), pero al instante que la vi, me encantó. Al no saber nada de ésta, decidí ir a la cocina, donde estaba mi abuelo cebando mate, y preguntarle de dónde la había sacado y quién era su pintor. Cuando le pregunté esto, él largó una pequeña risa y rápidamente comenzó a contarme la historia. Según lo que me contó, esta obra fue pintada hace seis años atrás, en 1939, cuatro años después de que yo naciera. Se la había dado un señor que pintaba cuadros para obtener un poco de dinero. Como lo describió, era un hombre precario, con ropa sencilla y que, aunque solo tenía dinero para comprar un pan diario, disfrutaba la vida al máximo y eso es lo que le gustó a mi abuelo de él. “¡Era un pintor de primera! Y yo se lo decía todas las mañanas. Quería tener un cuadro de los que pintaba él porque me gustaban todos, pero me dijo que no tenía que elegir a la obra sino que la obra me tenía que elegir a mí. Hasta que un día estaba caminando yendo a visitar a mi amigo pintor y me llamo mucho la atención una obra tan grande que el perro del artista parecía una pulga al lado de esta.” – decía mi abuelo con mucho entusiasmo. Con cada palabra que contaba, yo me entusiasmaba más y más sobre este cuadro. Cuando le pregunté el nombre del pintor, mi abuelo me ignoraba y seguía contando la historia. Se lo repetí varias veces y me seguía ignorando. Yo quería saber el nombre, pero no me lo decía y por alguna razón no lo hacía. Estaba muy emocionado con terminar de contar la historia, así que lo dejé que terminara para que al final me pudiera decir quién era el artista. Mientras tanto, me contaba en qué se Horacio March, “Una calle de Barracas” 1939 había inspirado su amigo para hacerla. “Era una calle de este barrio, Barracas. Y le pareció una de las más lindas y más vegetadas. Además el decía que para pintar algo, la luz tenía que ser muy buena. Ya que pensaba que si no había buena luz, la pintura iba a ser mala y nadie la querría comprar. De hecho, la mayoría de sus obras tenían una buena luz.” Me entusiasmé tanto con todas las pinturas en general que yo misma empecé a pintar mis propias obras, y obviamente en lugares con mucha luz. Pero lamentablemente, el clima no ayudó. Había mucho viento y parecía que iba a llover. Mi abuelo vio venir la lluvia y antes de que lloviera, me dijo que iba a comprar algo de comida para que cuando volvieran mis papás a buscarme, les diera la sorpresa de que ya estaba con la panza llena. A penas se fue, empecé a buscar en la habitación de mi abuelo si tenía una carta o algo de este supuesto 21
  • 23. amigo. Busqué y busqué pero no encontré nada. Solamente una carta de mi abuela que se despedía por la enfermedad que tenía. Fue muy duro leer ésta, yo me llevaba muy bien con ella. Al no encontrar nada en la habitación, empecé a fijarme si en los cuadros había un nombre. Pero nada, no encontré nada. Entré en desesperación, ya que sabía que mi abuelo llegaría en cualquier momento. Busqué por toda la casa. En paredes, papeles, mesas. En todo objeto y habitación. Hasta que en el cuadro del que me estaba contando mi abuelo, el que me llamó la atención, el llamado “Una calle de Barracas”, vi que había una especie de “h” tapada por el marco. Pude correrlo un poco hasta que finalmente vi el nombre completo del pintor misterioso. “Horacio March” el nombre de mi abuelo. 22
  • 24. Una Muerte Inesperada. Corría el año 1840... Me levanté temprano por la mañana, angustiado pero ignorando lo ocurrido el día anterior. Poco después noté dónde me encontraba, y una serie de recuerdos invadió mi mente, dándole un propósito a mi malestar. El martes pasado, yo había partido de la estancia con Francisco Rodríguez hacia Buenos Aires en nuestros caballos, con el objetivo de cumplir un trabajo que el hacendado nos había encargado. Mi compañero era un escritor con ideales iluministas, opositor a Rosas, que tras su exilio de la ciudad había decidido dedicarse a la vida en el campo. Tras días de viaje, llegamos a una posta. Creímos que sería una buena idea pasar un tiempo allí, de tal forma que Prilidiano Pueyrredón, “Capataz y Peón de pudiésemos descansar, tanto nosotros como nuestros campo” 1865. animales. Nos alojamos en ese lugar hasta la mañana siguiente, cuando desayunamos y partimos en viaje nuevamente. Todo trascurría normalmente hasta que Francisco comenzó a sentirse descompuesto. Su temperatura subió, se mareó y se desvaneció del caballo. Horrorizado, corrí a su ayuda. Intenté subirlo reiteradas veces pero el esfuerzo fue en vano, no tenía las fuerzas suficientes para continuar por sus propios medios. Lo llevé conmigo y logramos llegar a la ciudad, Su estado había empeorado notablemente. Inmediatamente, busqué con desesperación un médico que pudiese ayudarlo. Horas más tarde, Francisco, ya consciente, estaba mejorando. El doctor dijo que había sido envenenado, y milagrosamente no había muerto. Yo estaba espantado, había estado los últimos días con él y no había notado nada fuera de lo normal. Surgieron decenas de preguntas en mi cabeza, incógnitas que debían ser resueltas. Irrumpí en la habitación donde mi amigo yacía y, sin siquiera dejarme hablar, confesó que su vocación por la escritura no había terminado y que pocas semanas atrás había escrito un artículo para un periódico donde volvía a dejar en claro sus opiniones. Además, comentó que nunca había dejado de ser perseguido por ser considerado un "salvaje unitario" y, que en el lugar donde nos habíamos alojado era mirado con cierta tensión por un grupo de personas, las cuales describió. Cabalgué rápidamente a la posta, que se encontraba a pocos kilómetros de la ciudad, pero no hubo rastro alguno de los descriptos. Resignado, volví a la ciudad por la noche para comentar a mi amigo que mi sacrificio por encontrar a los culpables había sido en vano. Al llegar, me encontré con la triste noticia de que había sido asesinado una hora atrás. Pasé la noche en aquel lugar, intenté dormir pero la angustia me superaba. Finalmente, luego de una larga velada, hoy me levanté con un solo propósito... Encontrar al culpable de este terrible asesinato. 23
  • 25. Retrato. Era la guerra de 1942. Yo tenía 12 años. Éramos una familia muy humilde, nuestra casa era chica y no cabíamos todos éramos siete personas: mi mamá, mi papá, mis tres hermanos más grandes, mi hermana menor de dos años y yo. A ella siempre la cuidaba mientras todos iban a trabajar. Un día no me acuerdo bien que fecha era, vinieron unos señores. Nos desalojaron de la casa y nos pusieron en un tren. Éramos muchas familias, todas judías y de clase baja. Nos dejaron como en un barrio que estaba todo encerrado con murallas. No podíamos salir, la casa donde nos llevaron a vivir era aún más chica que la otra. Una mañana todos se fueron a trabajar y me quedé solo en mi casa con mi hermanita menor. Mi mamá me dijo: - Samuel no le abras a nadie y cuídense mucho. Yo no entendía bien porque pero le hice caso. No le abrí a nadie. A las siete de la tarde, llegaron todos menos mi papá. El siempre llegaba siete y media como muy tarde pero habían dado las ocho y todavía no había llegado. Estábamos todos sentados a la mesa esperando a que llegara. Se escuchaban gritos y disparos de afuera todos estábamos con miedo. Temíamos por mi papa hasta que escuchamos pasos. Al principio pensamos que eran los alemanes que venían a buscarnos. Cada vez los pasos se acercaban más y más. De repente se pararon frente a nuestra puerta. A mi mamá se le estaban por caer las lágrimas del temor. Todos estábamos quietos, cuando se movió la cerradura y vimos que era mi papá largamos un suspiro. Al otro día por la mañana todos se fueron a trabajar nuevamente y yo otra vez solo con mi hermanita. Oíamos ruidos raros y yo por fin Lino Enea Spilimbergo, “Retrato de muchacho” 1942 entendí todo lo que estaba pasando. Lo que me hizo temer más pero tenía que ser fuerte yo era el hombre de la casa mientras todos estaban trabajando y tenía que cuidar a mi hermana. Escuchamos que los vecinos que eran aún más humildes que nosotros gritaban. Los alemanes entraron y se los llevaron. En ese momento pensé que los próximos íbamos a ser nosotros pero no. Se fueron corriendo y no volvieron más por ese día. Se hicieron las siete de la tarde y ya estábamos todos. Conté lo que sucedió con la familia de al lado. Por esa razón sabíamos que no íbamos a durar mucho más tiempo y que en cualquier momento nos iba a tocar a nosotros. Al otro día era mi cumpleaños así que nos fuimos a dormir temprano. Mis papás junto con mis hermanos me habían regalado un retrato con mi cara pero el que lo habría pintado no sabía mi nombre, entonces lo llamo “el muchacho” . Yo les agradecí enormemente lo que habían hecho por mí. Pero la felicidad no duró mucho. Nos vinieron a buscar. Yo me llevé el cuadro que me habían regalado. Los alemanes no tuvieron problema, es más, uno de ellos por lo que me pareció era amigo de mi papá porque me deseó un feliz cumpleaños. Hizo que a mí y a mi hermana nos llevaran a otro lado. Pero yo no quería, no quería irme sin mis padres y mis hermanos. Me dijeron que íbamos a estar mucho mejor a donde nos 24
  • 26. iban a llevar. Mis papás nos dijeron que fuéramos tranquilos, que nunca nos iban a olvidar y que pronto nos íbamos a volver a ver. Entonces nos despedimos. Llegamos a otro país. Era uno mucho más lindo no había nada destruido y no había militares. En la casa donde nos alojamos era muy grande. Estábamos contentos pero no era lo mismo sin mi familia. Sentía que estaban conmigo, el cuadro que me habían regalado no tenía solo el titulo también decía “para Samuel de toda tu familia que te quiere y siempre va a estar contigo”. Lo colgué en mi nuevo cuarto porque me hacía sentir en casa, con toda mi familia. Poco tiempo después mi nueva familia me explicó a mí y a mi pequeña hermana que al lugar a donde habían llevado al resto era un campo de concentración, que no los íbamos a volver a ver que ellos ya estaban en el cielo mirándonos y protegiéndonos desde ahí. Se nos cayeron las lágrimas y nos abrazaron fuerte, nos decían que nunca nos iban a dejar y así fue. 25
  • 27. Sin Pan y sin Trabajo. José era un hombre que trabajaba en una fábrica para mantener a su esposa y a su hijo recién nacido. Vivían en una casa constituida solamente por un baño una cocina y un cuarto. Su familia era de clase baja. El dinero que José ganaba no era el suficiente como para tener mejores recursos de vida, lo que ganaba solo lo gastaba en comida para la familia y cosas para su hijo y su esposa. Lo único que se compraba para èl eran las herramientas de trabajo y el diario. Ernesto de la Cárcova, “Sin pan y sin trabajo” 1892-93 José se compraba un diario por mes para mantenerse informado sobre la situación del país, que en esa época estaba atravesando una dura crisis. El 20 de agosto de 1889 José compró el diario La Nación en el que apareció un artículo titulado “¡Tu quoque juventud! en tropel al éxito”, firmado por Francisco Barroetaveña, que sacudió la opinión pública y a la juventud en particular, donde condenaba la ausencia de principios morales y el apoyo de ciertos jóvenes al entonces presidente Miguel Juárez Celman diciendo: “En medio de este general desgobierno, o del imperio de este régimen funesto, que suprime la vida jurídica de la nación reemplazándola por el abuso y la arbitrariedad, se sienten los primeros trabajos electorales para la futura presidencia, asegurándose que el Presidente actual impondrá al sucesor que se le antoje, pues dispone del oro, de las concesiones y de la fuerza necesaria para enervar los caracteres maleables y sofocar cualquier insurrección.” Cuando José leyó este artículo se dio cuenta de lo que se aproximaba. Unos días después este articulo llevo a la formación de un grupo juvenil llamado Unión Cívica de la juventud que convoco una gran cantidad de personas el 1 de septiembre en el Jardín Florida en la Ciudad de Buenos Aires. El diario también decía en otro artículo que la crisis estaba empeorando cada vez más debido a la caída del precio de los productos que se exportaban, el endeudamiento por créditos externos, las emisiones continuas del papel moneda y la pérdida de valor del signo monetario. Unos días después, el 13 de octubre en medio de su viaje diario para ir a la fábrica, José vio que algunos de sus compañeros de trabajo iban en sentido contrario con caras de tristeza y desolación. Fue entonces cuando les preguntó qué era lo que sucedía y estos le dijeron la peor noticia que pudiese haber escuchado. La fábrica había cerrado sus puertas ya que la empresa había quebrado. José decepcionado comenzó a buscar trabajo sin descansar pero no lo consiguió, casi todas las fábricas de Buenos Aires habían cerrado. José indignado por la situación de su familia que cada vez era peor y por la situación del país, se unió a la Unión Cívica para enfrentar al gobierno y destituir al presidente. José iba a todas las reuniones de la Unión Civica y en poco tiempo se convirtió en un fiel seguidor a la oposición que se estaba preparando para una lucha armada. 26
  • 28. El sábado 26 de julio entre las cuatro de la mañana y las ocho las tropas de ambos bandos, las tropas del gobierno y las tropas revolucionarias tomaron posiciones. El centro de los enfrentamientos estuvo ubicado en las plazas Lavalle y Libertad y en las calles adyacentes, pertenecientes al barrio de San Nicolás. Alem al mando de un regimiento cívico armado tomó el estratégico Parque de Artillería de la Ciudad de Buenos Aires, actual Plaza Lavalle, allí se encontraba José que era uno de los tantos civiles que fueron al parque para sumarse a la revolución, una vez allí a José le dieron un arma y la orden de colocar barricadas en las bocacalles que rodeaban el parque. Entre las ocho y las nueve se produjo el primer tiroteo en Paraná y Corrientes, hasta allí se dirigió una parte de las tropas de los revolucionarios que estaba concentrada en el parque para ayudar a sus colegas, en ese batallón se encontraba, José quien nunca había usado un arma y no tenía experiencia se encargó de ayudar a los heridos para llevarlos a las enfermerías. Entre todo el tiroteo y las corridas José vio a Manuel, uno de sus ex compañeros de trabajo en la fábrica tirado en el piso con una herida de bala en el hombro entonces fue a ayudarlo, pero cuando José se agacho para asistirlo uno de los militares de infantería de las tropas del gobierno le disparo en la espalda, José callo desvanecido junto a su amigo y estuvieron allí tirados durante un tiempo hasta que los fueron a asistir y los llevaron a una enfermería en el Parque de Artillería, hasta que lo fueron a asistir y hasta que llegaron al parque José perdió mucha sangre y falleció en la enfermería. José fue una de las tantas víctimas de la revolución del parque. 27
  • 29. Paisaje. Siempre que entro a la casa de mis abuelos, me detengo a observar la pintura que se encuentra arriba del hogar y recuerdo las viejas anécdotas que me cuentan ellos de aquellas épocas. Mi abuelo venía de una familia de inmigrantes. Él se alojaba en un conventillo, donde cada familia ocupaba una pieza y vivía en condiciones muy precarias. En cambio mi abuela vivía en el campo. Ellos se conocieron en los festejos del centenario. En esos momentos era muy complicado viajar hacia la ciudad desde el campo, pero debido a esos festejos se inauguró el ferrocarril de Santa Fe y, gracias a eso, pudieron viajar hacia la ciudad. Sus familias eran de diferente clase social, por ese motivo no les agradaba la relación que tenían. Él la visitaba a escondidas de sus padres. Aunque no era rápido trasladarse hacia el campo, hacían hasta lo imposible por verse. Ellos acordaban un horario y se encontraban bajo un árbol a la luz de la luna y pasaban largas horas charlando hasta llegar el amanecer, donde mi abuelo partía de nuevo hacia la ciudad. Así siguieron muchos años, hasta que lograron vencer los prejuicios de las familias y formaron una hermosa familia con cinco hijos. Al pasar los años contrataron a un amigo que se dedicaba a la pintura para que les dejara el recuerdo de ese histórico paisaje en donde acostumbraban a encontrarse todas las noches. Martín Malharro, “Nocturno” 1909 28
  • 30. Día de Niebla. Estaba ordenando unos papeles en mi oficina cuando entró mi jefe, Marcus Roboro. Era un hombre alto, con un espeso bigote en su rostro y unos ojos negros intimidantes; vestía un desteñido traje negro, unos zapatos sucios y un viejo sombrero que hacia juego. Apoyó su saco sobre la silla y me mostró el diario mientras se sentaba. El diario La Prensa era el único que compraba, ya que, se oponía a Aramburu. Mi jefe tenía cincuenta y siete años y había perdido su trabajo en la agencia de policías luego del Golpe de Estado de 1955. Apenas teníamos dinero para comer y sobrevivíamos de resolver pequeños delitos sin importancia alguna. Era irónico, hace unos diez años el apellido Roboro era muy conocido por resolver famosos casos, pero ahora había sido olvidado. El diario describía la desaparición de un Benito Quinquela Martín, “Día de Niebla” 1957 barco que traía objetos de mucho valor. Este va a ser nuestro nuevo caso, me dijo. Salimos de la oficina. Caminamos unos metros y tomamos un taxi. Durante el viaje Marcus me contó cuál era su sueño: viajar a Inglaterra, conocer a una linda chica y vivir pacíficamente el resto de su vida. Llegamos al Puerto. Estaba lleno de policías y había mucho movimiento a pesar de que era muy temprano. Comenzamos a interrogar a las personas que llevaban alforjas de un lado a otro sin parar pero no conseguimos nada. Antes de irnos pasamos por la oficina del Almirante, donde estaban los horarios de llegada y partida de los barcos. Según el informe, éste debía llegar en la mañana del lunes a las 5:30 am, pero se adelantó y se cree que desapareció cerca de las 23:57 pm. Nos fuimos del Puerto sin éxito, extrañamente nadie sabía nada, ya era de noche y decidí irme a mi casa mientras que Marcus se fue en dirección contraria. A medio camino me detuve y regresé a toda prisa al Puerto. Era ilógico que estuvieran cargando mercancía cuando ningún barco zarparía por la mañana. Al llegar, utilicé la ganzúa de mi jefe para abrir la puerta y para mi sorpresa escuché el sonido de un barco zarpando, pero era imposible. Corrí nuevamente para ver como un viejo y desgastado barco mercante se alejaba de la costa. Era el mismo que hoy por la mañana no nos molestamos en revisar porque parecía a punto de hundirse. Pero allí estaba, llevándose lo que debía ser una fortuna. Puede divisar la silueta un hombre que se quitaba su sombrero despidiéndose mientras desaparecía en la espesa niebla y lo último que escuché fue la voz de mi jefe diciendo: “Adiós, amigo mío”. 29
  • 31. Pasaron días, semanas y meses sin recibir noticias de Marcus, hasta que un lunes por la mañana mientras tomaba un café y leía el diario recibí un paquete sin remitente. Solo decía: Para Andrew. Al abrirlo me quedé atónito al ver un enorme, pesado y brillante lingote de oro frente a mí, pero eso no era todo, también había una carta que decía: “Cumple tus Sueños”. 30
  • 32. Amor de Madre. (Por la actua lidad del tema, este cuadro pintado en 1960, puede ser ubicado en Argentina 200… Cualquier s emejanza con la realidad, es pura coincidenc ia.) Lo despertó el frío como todos los días a las 6.00 am, pero él se sentía diferente a las otras mañanas, era la emoción por su cumpleaños número 16. Como todos los días ya lo hacían trabajar desde temprano en la calle, robándole a la gente y le decían que si era necesario que matara porque se negaban a darle la plata, que lo hiciera. Ese día lo encontré comiendo en el comedor, era el único lugar en que podía verlo. Y yo como siempre haciéndome pasar como una amiga. Me moría por abrazarlo bien fuerte y decirle que yo era su mamá y que nunca lo había querido abandonar, pero no podía, tenía miedo de como él fuera a reaccionar. Increíble lo hermoso que era, con su pelo renegrido y los ojos café, iguales a los míos. Era un chico que cuando lo veía en Antonio Berni, “Juanito bañándose” 1961 el comedor parecía no tener ningún problema, pero no era así. Mi hijo estaba lleno de problemas. Puedo acordarme bien el día en que estaba con mi fiat 600 cerca de la Casa Rosada esperando a que pasara el presidente Carlos Menem para quejarme en la cara de que no podía tener la custodia de mi hijo solo porque hace cinco años atrás había sido adicta a las drogas. En ese momento entonces se me fue el enojo que estaba juntando y me vino una gran tristeza cuando había visto a mi propio hijo robándole a una señora. No sabía si llamar a la policía o ir a donde estaba él y decirle que no tenía por qué robar. Pero decidí seguirlo hasta que entró a una antigua fábrica de autos. Al salir de ahí se juntó con dos chicos. En ese momento me encontré con la respuesta a todo el problema de mi hijo, estaba metido en las drogas. No podía creer que la poca plata que le daban se la gastaba toda para poder drogarse con paco, y después de consumir se quedaba tirado en la calle dormido. Ese había sido el momento en que me había dicho a mi misma que si quería ayudar a mi hijo tenia que decirle la verdad de quien era yo. Cuando lo vi en el comedor al otro día, lo llamé para hablar, le conté que yo era su mamá y que lo había tenido que abandonar por su padre, quien después de pegarme a mí, siempre quería pegarle a él. También le había dicho que lo amaba y que estaba para ayudarlo con su adicción. Él se quedó mirándome con lágrimas en los ojos, por un lado me entendió pero enojado me dijo: -¡Tuviste que haber ido a la policía y no abandonarme e irte y aparecer 16 años después! Me dijo que no lo tocara y que si quería ayudarlo le diera una casa en donde vivir con su familia, y se fue. Me quedé en la mesa viendo cómo se iba. Al otro día salí a buscar a mi hijo para invitarlo a casa. Al llegar le pedí de hablar, nos sentamos en la mesa, le tomé la mano y le dije que yo lo quería ayudar y que si quería una casa tenía que dejar el paco 31
  • 33. y el trabajo en el que se había metido. Él enfurecido me respondió que el paco no lo iba a poder dejar, que así podía llevar adelante su vida y que si no podía dejar la droga tampoco iba a dejar el trabajo porque era lo que le daba la plata para poder comprarla. De todas formas, yo me había prometido ayudar a mi hijo, entonces fui a la policía e hice una denuncia en contra de los que estaban obligándolo a trabajar. Cuando llegó la policía a la fábrica detuvo a todos, incluso a los chicos también obligados a robar. A la noche de ese mismo día, tocaron a la puerta de mi casa y al abrir entraron dos chicos, uno me había agarrado y el otro me había apuntando con un arma y me dijo que me había equivocado de gente. Justo en ese momento entró mi hijo y le pegaron un tiro. Los dos chicos, que habían entrado a amenazarme, se fueron corriendo y yo me quedé con mi hijo muriendo en mis manos. 32
  • 34. A Pleno Sol, en el Puerto. Soy un trabajador, uno más del montón. Trabajo largas horas, con pocos descansos y una baja paga. No soy esclavo pero me siento como tal. Por más que me paguen sigo siendo un dependiente de alguien más. Alguien que quizás nunca valla a conocer. Si el dueño de ese barco decide irse y no volver más al puerto, me despiden. Por más que transporte cajas 16 horas diarias, sea mal pago y hasta innecesario en algunos momentos, se siente bien pensar que en cierta forma estoy relacionado con la importación de los productos de mi nación. Además de la crisis que estamos viviendo, y de cómo nos cuesta mantenernos de pie en esta época. Con el resto de mis compañeros de trabajo, pensábamos en ir y reclamar un poco más de dinero a cambio de nuestro trabajo, pero Benito Quinquela Martín, “A pleno sol en el puerto” 1940 tenemos que tener cuidado porque nos podrían despedir; ya que según algunas personas que están más informadas que nosotras, les cuesta mucho mantenernos con trabajo. Si me quejo, me despiden; si pido un poco más de dinero a cambio de mi trabajo, me despiden; si descanso más de lo que puedo, me despiden; si como mientras trabajo, me despiden; si no hago nada, me despiden. De lo único que me puedo quejar es del maldito dolor de espalda que tengo producto de la carga de cajas. 33
  • 35. Realidades Opuestas 5. Sinceramente no entiendo algunas cosas que piensan o hacen los grandes. Menos mal que tengo a mis hermanos, ellos seguro comparten mis pensamientos. O también tengo a mi gato Morris, que es como mi mejor amigo. Aunque él esté lleno de pulgas y con un olor asqueroso, siempre voy a contar con él. Por suerte hoy me pagaron en el trabajo que tengo después de la escuela, en realidad es el trabajo de mi abuelo, pero a mí me pagan por ayudarlo a repartir las infinitas cantidades de soda que se producen para gran parte de la ciudad. No me di cuenta de que me había quedado pensando cuando escuché que se cerraba la puerta de la pequeña cocina. Significaba que mis tíos llegaban a mi casa. En realidad no era solo nuestra casa. Era un conventillo, que lo compartíamos con ellos, mis abuelos, mis papás, mis hermanos y otras familias que eran inmigrantes. Yo estaba muy cansado, aunque feliz de que mañana fuese sábado y no tenía que hacer mis labores pero igual me quise ir rápido al cuarto donde nos alojábamos con mis papás para dormir. Antes de abrir la puerta, recordé que tenía otra cosa que limpiar, para no darle más trabajo a mi madre, ya que varias de las cosas del conventillo están desgastadas, sucias o rotas. Esta es la quinta vez en la semana que me quedo en la puerta, inmóvil, escuchando las típicas discusiones de mis padres, donde el tema principal es la plata y el desempleo que se está dando en estos tiempos. Sé que mi familia tiene recursos muy escasos y que ellos se esfuerzan mucho, pero no hay forma de salir adelante. Al cabo de unos minutos se dan cuenta de que estoy allí parado y me abren la puerta con caras angustiantes, no digo ninguna palabra y no expreso ningún gesto, simplemente me voy a la cama que comparto con mi hermano mayor y me quedo dormido al instante. Me desperté todo dolorido, me cuesta dormir en un colchón desgastado. Me puse las zapatillas y un abrigo para salir a la calle. Nadie me vio al salir, solo la vieja anciana de Italia que me mira como si fuera su nieto. Al cabo de unos minutos me encontraba en medio de la calle, me empujaban y me pisaban los pies las personas que estaban junto a mí. No los conocía, pero al ver sus rostros, que expresaban tristeza, valor y esperanza, o al observar que en sus ojos no se mostraba revancha ni odio, sino Antonio Berni, “Manifestación” 1934 ansiedad, me provocaba un escalofrío que recorría todo mi cuerpo sin parar. Un señor con boina pasó por al lado mío y me tiró al piso. Cuando me levanté tomé conciencia de que estas personas eran extrañas para mí pero había algo que a todos nos unía en ese momento: LA MANIFESTACIÓN. No tenía noción de la cantidad de gente que se encontraba en mi misma situación. Seguramente todo se debía al desempleo que aumentó por la llegada de los inmigrantes, la pobreza (a causa de este la falta de alimentos), las injusticias sobre la sociedad baja que no tenían ningún cargo importante en la Cuento ganador del 4° Premio del Concurso Literario “Una tarde en el Museo”. 5 34
  • 36. sociedad y por eso eran excluidos y tratados como personas inferiores y por la gente que se encontraba sin hogar. Un amigo tiene un primo en una escuela pupila que tiene mucho dinero y me dijo que él necesitaba a una persona que estuviera a su servicio para asearlo y hacerle compañía los fines de semana. Yo creo que podría estar en ese puesto. Además así ayudaría a mis padres y a mi gato Morris (quién, creo que, si en los últimos días no le doy una buena porción de comida se va a morir) No quiero por nada del mundo eso ¿Quién quisiera que se le muriera el mejor amigo de toda la vida? Otra vez me había quedado pensando y no me había dado cuenta hasta que escuché que se empezaba a armar lío en la calle y por eso todo empujaban. Salí corriendo rumbo a la casa de mi amigo para que me pasara la dirección de su primo. Él me recibió y me la pasó con entusiasmo, le di las gracias y me marché. Caminé bastante, pero al llegar me quedé observando la estructura inmensa, era sorprendente. Toqué la puerta y al instante me abrió una señora que debía ser su empleada. Me hizo pasar al mismo tiempo que me miraba como a un bicho, eso me hizo sentir incómodo. Subí y me encontré con un chico vestido muy apropiado. Era de estatura media, rubio y de ojos café. Me miró con desprecio y me dio una lista enrome con todos los deberes que debía hacer, no me dirigió ni una palabra pero yo presentía que estaba triste y sabía que no era por mi llegada. Había estado llorando. Una hora más tarde estaba agotado. No quería volver más ahí. Me habían tratado con desprecio porque cuando estaba limpiando la escalera la señora de la casa vino con tres mujeres vestidas muy elegantes y me empezó a insultar diciéndome que no debía estar ahí cuando llegaran las visitas y que ahora iba a pagar eso con un castigo ayudando a la otra empleada con más deberes. Después de eso vino otra mujer, que no supe quién podría ser, diciéndome que había hecho un horrible trabajo porque había ordenado mal su maquillaje. Lo siento, hago lo que puedo, pensé cuando me estaba hablando. Fui a la habitación del chico, y lo encontré ahí jugando con unos juguetes. Me rendí, no me gustaba llevarme mal con las personas, y como mi mamá trabaja limpiando en las casas de varios de los vecinos me había explicado que siempre debía llevarme bien con mis jefes, así que decidí intentarlo. Aunque me tomó tiempo sacarle información sobre lo ocurrido, no costó tanto como yo habría planeado. Su familia era tan, pero tan rica, que era muy fría. Sus papás nunca pasaban tiempo con él; en muy pocas comidas lograba tener una charla breve, pero no más de eso. También me aclaró que ellos siempre pasaban el tiempo trabajando y nunca le prestaban atención. Cuando me contaba todo esto no pude dejar de pensar lo afortunado que soy al tener una familia que me quiera tanto. No tuve ninguna duda de pararme e irme y no volver más pero antes decidí pasarle mi dirección a mi nuevo amigo para que si algún fin de semana quería venir a jugar conmigo, no dudara en hacerlo. Llegué a la puerta de mi casa feliz. En el camino había reflexionado mucho sobre lo que había hablado con mi amigo, y a pesar de mi situación económica, no podía quejarme porque mi familia me quería mucho y quería lo mejor para mí y para mis hermanos. Mi papá hacía lo posible para mantenernos como obrero de una fábrica textil y mi mamá para que estemos siempre en buena salud y bien alimentados. Al abrir la puerta me encontré con la vieja anciana de Italia tejiendo, al ver mi expresión también cambió la suya por una gran sonrisa y me guiño un ojo. Yo le sonreí y luego subí a mi cuarto. Agarré los pocos lápices que tenía, muchos papeles y me puse manos a la obra. Cuando terminé, bajé las escaleras. Salí a la calle y con mi nuevo cartel no tuve dudas en unirme a la manifestación para aclarar que yo también era capaz de hacer cualquier cosa por mi familia. 35
  • 37. Lagrimas Ocultas. Fue en aquel basurero en el que soñé con mis padres ¡como los extraño! Pero ya me acostumbré. Creo que tendría que agradecerles a mis amigos de la villa y aquella viejita que me cuidó cuando papá y mamá murieron por la infección. A veces pienso qué bueno hubiese sido que Avellaneda los hubiese ayudado. El sí que vivía bien…por lo menos se lo veía sano cuando le hablaba al pueblo. Eso sí, cuando la abuelita viajo a Europa, va, eso decía ella, yo nunca supe lo que significaba “Europa” pero los chicos del barrio no me saben responder tampoco, y eso que ellos van a colegio del estado… a mí me gustaría ir al colegio algún día Quiero encontrar a la viejita para contarle que trabajar limpiando las chimeneas me está haciendo mal, va, eso me dijo el médico al que fui cuando me desmaye en el basurero por vomitar tanto. Yo no entendí muy bien lo que me dijo el médico, pero en un momento, cuando ya me estaba yendo, el doctor me dijo agarrándome del brazo: “decile a tu responsable que te tienen que operar, sino algo malo te puedo pasar”. Creo que tengo que encontrar a la abuelita, ella fue Antonio Berni, “Juanito durmiendo” 1974 como una madre para mí. A parte, ella me dijo que un día iba a regresar ... Espero que eso sea antes que los vómitos, la diarrea, la toz y los desmayos vuelvan. En fin, que hermoso día... Voy a buscar a Pipe para jugar a las canicas. 36
  • 38. Sin Título. En una estancia lejana, en las afueras de Buenos Aires, se situaba una historia que reflejaba la injusticia que se vivía en ese momento. Sabida la relación entre la burguesía y la pobreza, en la cual la desigualdad social se vinculaba mucho con el alcance del poder político y los privilegios, no era de extrañarse la reacción que sintió Roberto, en el momento que su mujer María le acercaba una exquisita mazamorra junto a la amarga noticia de la suba de impuestos y de los principales elementos de consumo, como frutas y vegetales. Por suerte para ellos, estos últimos podían ser obtenidos de manera independiente. Pero la temporada en la huerta no estaba siendo prácticamente buena. Fue por eso que Roberto decidió imponerse frente a sus superiores acomodados y, a primera hora del lunes, fue directo hacia su lugar de trabajo en las tierras del gobernador para quien trabajaba, a recriminarle el motivo de dicha decisión política. Luego de una intensa discusión, la cual pasara lo que apsara, la última palabra la tendría el patrón, Roberto terminó dando razones que describían la cruel injusticia que había en ese período hacia la clase social más baja. Fernando Fader, “La Mazamorra” 1927 Pese a esto, al culpable ya no le interesaba lo que apsara con él y su familia, solo quería hacerse respetar y, aunque sabía muy dentro de él que la sociedad de ese entonces se revelaría de la misma forma, abolió dichos impuestos luego de despedir a Roberto, ya que el patrón consideraba que un revolucionario como él, podría desestabilizar su posición en el gobierno. Fue así que Roberto quedó sin trabajo, sin capital para mantener a su mujer y sin futuro social, pero de todos modos pudo descansar en paz, con su conciencia pura, sabiendo que logró alcanzar una mínima porción de justicia para el resto de la sociedad trabajadora, y eso para él valió la pena, aunque solo quedó con su mujer y su rica mazamorra… 37