1. Sarmiento
Las dos figuras llegaron después de la medianoche, tal y como se les había ordenado
hacía tiempo. La noche, fría y oscura, estaba aterciopelada por una niebla que a ratos
parecía el interior calmado del mar y a ratos, si daba en soplar la brisa, se
arremolinaba en los ropajes de los caminantes como si pensara retenerlos. Si alguien
hubiera visto la escena seguramente habría sido llevado a espanto, pues a la vez que
sin haber luz alguna esos ropajes brillaban, cuando esa brisa corría se veía cómo la
niebla los atravesaba, inaprensibles e incorpóreos.
Y no cabía duda de que las dos figuras caminaban.
«Aquí es».
“Sí, Lo siento, está justo ahí detrás”.
La niebla se encontraba, allí sí, con materia sólida e impenetrable. Una oquedad en el
montículo que habían subido, tapada por una gran piedra de definición vagamente
circular.
«Los tiempos no dejarán de maravillarse».
“Ninguna época lo llegará nunca a aceptar o creer por completo”.
A un pensamiento, la piedra dejó de cerrar el habitáculo tras ella y se encontró
descansando contra la pared caliza, a un lado. Las dos figuras luminiscentes entraron
seguidamente, y escucharon la respiración tranquila de una figura tumbada. Se trataba
de la figura de un hombre, amortajado, envuelto en un lino de agradable aroma a
mirra y áloe.
Aunque aquello era una tumba, el hombre claramente dormía.
«Maestro».
2. La palabra no sonó en el aire frío sino sólo en tres pares de oídos, y la figura
tumbada se levantó al instante exhalando en un espasmo un grito mudo de
desesperación suprahumana.
Madre. ¡Madre, no!
Los veía desde arriba, rostros desfigurados por un dolor mayor que el que sus nervios
agarrotados le permitían a él sentir ya. Regueros de lágrimas, nubes tormentosas
hechas de impotencia y sentimiento de injusticia que tronaban por encima de todos
ellos. Y su Padre sin acudir.
Fijó los ojos en los de su madre, y falleció. Y eso fue lo primero que vio al volver a
despertar. Y recordó sus sueños de los dos días pasados, dos días que no había vivido.
Recordó cómo a cada bofetada se convertía en millones de mujeres abofeteadas.
Recordó cómo cada burla lo convirtió en miles de millones de personas débiles y
abusadas. Recordó cómo a cada latigazo se hizo uno con todos los esclavos del
mundo. Recordó cómo a cada clavo recibía cada balazo nazi, o comunista, o
demócrata, o... Recordó cómo a cada minuto colgando de la cruz comulgaba con
todas las víctimas de todos los terrorismos. Recordó todas las lágrimas que derramó
tres días atrás al convertirse en todas y cada una de las víctimas a las que dirían cien,
mil, dos mil años después, que lo serían por él o por no cumplir reglas que él nunca
llegó a soñar siquiera.
Y por el tiempo que tarda la luz en recorrer el diámetro de un núcleo atómico,volvió a
sentir la soledad y el dolor, hasta que se percató de que vivía,y de pronto todas las
personas que sufrieron se hicieron una con él para transmitirle la paz que su
sufrimiento les había ganado y se dio finalmente cuenta de que su Padre no le había
abandonado jamás.
Gracias por venir.
“El cuerpo humano no habría resistido el choque directo de la vuelta a la vida, tenías
razón, Maestro”.
«Ahora que estás despierto, es mejor que aún no te vean».
Lo sé. Y llegarán pronto.
3. Al punto los tres se encontraron fuera, la niebla intentando infructuosamente
encontrar apoyo en ellos, la noche rota justo en sus figuras de luz.
Quedaros aquí y que se cumplan los pasados que serán escritos.
Por eso, al tiempo:
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?».
Y donde sólo creían que había muerte, todo comenzó por la Fé de las mujeres de la
vida del Maestro.
*******************
“Murió, fue enterrado y despertó”.
«No: fue plantado y florecerá y sus frutos serán Sueños que un día volverá para
cumplir».
José Gregorio del Sol Cobos,
Domingo de Resurrección – Lunes de Pascua de 2013, Irún