1. V U I T E N A L E C T U R A D E
L L E N G U A C A S T E L L A N A
CUATRO SIMPLES VASIJAS Y MUCHO TRIGO
Las provisiones en Soses se habían acabado hacía tiempo. A causa del duro asedio llevado a cabo
por los enemigos combatientes de Aitona durante largos meses, el suministro de agua había sido también
interrumpido y los agricultores y ganaderos no disponían ya del líquido esencial para alimentar a sus
cabañas de ovejas, rebaños de vacas ni piaras de cerdos. La situación era absolutamente caótica y por las
calles se podía ver a adultos, ancianos y también niños absolutamente desvalidos, en los puros huesos,
clamando esqueléticos con las manos extendidas y las bocas abiertas por un poquito de agua y alimento.
Sin embargo, la conmoción había acabado con cualquier posibilidad de disponer de víveres y ya nadie
podía ayudar a nadie.
Se temía lo peor en el maltratado pueblo, así que los gobernantes, apesadumbrados, decidieron tomar
cartas en el asunto y actuar:
- ¡Es necesario que entreguemos la vara de mando! Es el máximo símbolo de poder y de gobierno de
nuestra querida villa. Todos sabemos qué significa desprenderse de ella… Con la vara de mando en manos
del perverso Arnau, nuestro pueblo queda desprotegido y automáticamente pasa a manos de sus ejércitos.
Sin embargo, tenemos la esperanza de que el malvado general muestre un poco de clemencia y nos
suministre algo con que alimentarnos a cambio de nuestra rendición.
- Señores –intervino un alfarero humilde del pueblo-, como representante del pueblo debo decir que,
aunque vuestra intención es correcta, creemos firmemente que el general Arnau nunca nos dará ningún tipo
de alimento… Lo único que pretende es hacerse con el control de Soses y convertirnos a todos en sus
siervos y esclavos. Estamos convencidos de que si ustedes, los gobernantes, entregan la vara de mando, lo
único que harán los ejércitos de Arnau es reírse a carcajada limpia e iniciar la conquista de nuestra villa.
Moriremos de hambre igualmente.
2. - ¿Y qué solución propone usted, querido alfarero? Ya no queda agua ni comida en Soses. Las fuentes
se han secado y los campos no producen nada. Nuestros animales han muerto; no hay ni una sola oveja
paciendo en las yermas tierras. Solo quedamos nosotros. Nuestra gente muere. No podemos resistir más.
- Podemos hacer uso, mis señores, de las cuatro vasijas de oro que decoran la sala del trono. Nunca
nadie las ha movido de su lugar. Solo se utilizan, como muy bien ustedes saben, para que el rey de nuestro
pueblo se dé el primer baño el primer día después de su coronación. Cuenta la leyenda que dichas vasijas
tienen poderes especiales, que son capaces de multiplicar todo aquello que se guarda en su interior.
Supuestamente, el nuevo rey, al bañarse con el agua contenida en las mismas, recibe sabiduría y paciencia
para gobernar. He pensado que, quizá, podemos arrastrar cada una de las vasijas hasta las esquinas de
nuestras murallas y…
El rey, atento a las explicaciones de los gobernantes y también a las del alfarero, decidió
inmediatamente que no perdían nada si probaban la estrategia del humilde hombre. El monarca no era
avaro, sino muy considerado y estaba siempre preocupado por el bienestar de su pueblo. La decisión fue
tomada rápidamente.
Se convocó a las mujeres y a los hombres más fuertes y robustos del pueblo y se les pidió que tomaran
las vasijas de forma ordenada y que las trasladasen a cada una de las cuatro esquinas de la muralla.
Previamente, el alfarero había introducido en cada vasija un solo grano de trigo, solo uno y nada más.
Cuando finalmente las vasijas estaban colocadas, dispuestas en cada esquina al borde de la muralla, el
alfarero, encargado de la operación, hizo una señal y todos los forzudos y forzudas respondieron
inmediatamente. Decantaron las vasijas hacia el exterior de las murallas, donde el ejército enemigo
acampaba, y algo realmente extraordinario sucedió… El alfarero tenía razón y la leyenda se estaba
cumpliendo a rajatabla. De cada uno de los recipientes empezó a salir un chorro de trigo denso,
interminable. ¡Parecía que el grano no se acababa nunca! Las vasijas estuvieron un día entero expulsando
granos de trigo ante los perplejos soldados enemigos. Asustado, el general Arnau dio una orden clara:
<<¡Retirada!>>
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