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Masculinidad(es), riesgo y salud
1. Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Sociología y Antropología
Magister Investigación social y desarrollo
Ensayo de género
Masculinidad(es), riesgo y salud
Nombre : Jorge Pacheco
| Profesora : Prof. Alejandra Brito
Fecha : 16 de octubre del 2011
2. 1.- Introducción
Reconozco que durante mi vida he cometido “riesgos”: he abusado del alcohol, he
andado en vehículos a excesos de velocidad y he participado en peleas. Por suerte, para mí y
para mis amigos, en ninguno de estos episodios las cosas han salido mal. Pero, podría haber
sucedido y haber terminado aportando a los 84.367 años de vida saludable (AVISA1) que
pierden anualmente los hombres por los accidentes de tránsito o los 50.217 que pierden por
agresiones (Ministerio de Salud, 2007). No soy un machista ni creo que mis amigos lo sean,
pero en conjunto nos hemos socializado hacia una masculinidad que tiende a exponerse a
riesgos y preocuparse poco por la salud.
Los hombres en occidente sistemáticamente vivimos menos que las mujeres,
asumimos más riesgos para nuestra salud, tenemos menos conductas de auto-cuidado y
morimos con mayor frecuencia en casi todas las enfermedades. El género está presente de
manera cotidiana en nuestras vidas y se manifiesta en las creencias, actitudes y conductas que
tenemos al relacionarnos con otros en nuestros mundos sociales. El género literalmente se
encarna en nuestro cuerpo produciendo diferentes formas de vivir y morir.
La pregunta sobre el género y la salud es antigua en las ciencias sociales. En sus inicios
los estudios de género en salud elaborados por investigadoras feministas abordaron temáticas
principalmente femeninas, pero con el paso del tiempo cada vez se ha desarrollado más
investigación respecto al género masculino. En este ensayo revisaré las principales teorías con
que se ha abordado esta cuestión, cuáles son las consecuencias para la salud que se han
asociado a la masculinidad tradicional, cómo se construye esta identidad en Latinoamérica y,
finalmente, propondré algunos espacios de acción para la promoción de la salud masculina.
1
Los años de Vida Ajustados por Discapacidad (AVISA) es un indicador compuesto, que utiliza
indicadores epidemiológicos, como mortalidad y morbilidad, combinando el número de años de vida
perdidos por muerte prematura (componente de mortalidad) y los años de vida vividos con discapacidad
(componente calidad de vida).
3. 2.- Teorías de género y masculinidad
Los estudios de género en sus inicios fueron abordados a través de las teorías de la
socialización de roles. Esta perspectiva teórica propone que los niños aprenden a comportarse
según fueran educados por los distintos agentes sociales. En esta perspectiva ciertas
instituciones sociales, como la familia y la escuela, son las que a través del lenguaje y los
comportamientos entregan los roles y actitudes que los niños internalizarán y harán propias
(Berger, P., Luckmann, T., 2006). Un ejemplo claro de esta socialización es la división genérica
de los juguetes donde en los niños se estimula el movimiento y en las niñas lo doméstico.
Posteriormente la teoría feminista crítica plantea que la socialización de roles es una
teoría estrecha ya que no incorpora las asimetrías de poder que existe en la división de género
ni la construcción activa que los individuos realizan sobre sus identidades y comportamientos.
Dentro de esta perspectiva la identidad de género es un proceso generado activamente,
remodelado y mantenido por los individuos que se encuentran inmersos en relaciones de
poder creadas social e históricamente (Conell, 1995).
En el feminismo crítico lo masculino y lo femenino son categorías socialmente
construidas que revelan los procesos de dominación vigentes en el actual contexto patriarcal.
En esta teoría se definirá una “masculinidad hegemónica” que se caracteriza por el “dominio
del hombre sobre la mujer, la fuerza física, la tendencia a la violencia, la inexpresividad
emocional y la competitividad” y una “feminidad subrayada” que se caracteriza por
“sociabilidad, fragilidad, pasividad, aceptación de los deseos del hombre y receptividad sexual”
(Connell, 1995). Ambas categorías al ser construcciones sociales pueden ser cuestionadas y dar
pie a la existencia de identidades de género alternativas, las que en los estudios de género
masculino se llamarán “nuevas masculinidades”.
Una tercera postura teórica proviene de los estudios de la diversidad sexual realizados
por Judith Butler quien de-construye el concepto de género planteando que no existe
4. definiciones naturalizadas de lo femenino y lo masculino sino más bien actos performativos
reiterados dentro de un sistema cultural normativo en el que continuamente se negocian las
identidades. Esta teoría cuestiona la hetero-normatividad e incorpora dimensiones subjetivas y
políticas al análisis. Los estudios de género y salud elaborados desde esta línea más que
abordar la masculinidad como tal, plantean que esta categoría no existe, y ponen su foco en
como nuestro cuerpo encarna (embodiement) las identidades sexuales (Kriger, N., 2011).
3.- Masculinidad y salud
La corriente teórica más productiva en el abordaje de la relación entre género
masculino y salud ha sido el feminismo crítico. Desde esta perspectiva se ha definido un
estereotipo de masculinidad tradicional en la que:
“el hombre que actúa correctamente con arreglo a su género debe estar poco
preocupado por su salud y su bienestar general. Simplemente, debe verse más
fuerte, tanto física como emocionalmente, que la mayoría de las mujeres. Debe
pensar en sí mismo como un ser independiente que no necesita del cuidado de los
demás. Es poco probable que pida ayuda a otras personas. Debe estar mucho
tiempo en el mundo, lejos de su hogar. La estimulación intensa y activa de sus
sentidos debe ser algo de lo que termine por depender. Debe hacer frente al
peligro sin miedo, asumir riesgos a menudo y preocuparse poco por su propia
seguridad” (Courtenay, 2000).
Los estudios de género en salud han asociado la masculinidad tradicional con un mayor
riesgo de enfermar y morir. En múltiples investigaciones se ha demostrado que los hombres
adoptan más conductas de riesgo que las mujeres, tienen más enfermedades cardiovasculares
y sufren más lesiones y muertes por violencia (Sabo, D., 2000, Courtenay, 2000). En Chile,
según el último estudio de carga de enfermedad, las condiciones que producen un mayor
número de años de vida saludable perdidos (AVISA) en hombres son la hipertensión arterial, el
5. alcoholismo, la cirrosis hepática y los accidentes de tránsito (Ministerio de Salud, 2007). Todas
estas enfermedades se asocian a conductas potencialmente evitables como son el consumo de
alimentos poco saludables, el consumo excesivo de alcohol y la conducción a exceso de
velocidad. En la región del Bío Bío este escenario se repite observándose una alta mortalidad
en hombres entre 45 a 64 años. Las principales causas de mortalidad en este grupo son las
enfermedades cardiovasculares, los traumatismos y la cirrosis. Estas tres causas de mortalidad
aumentan en aquellas comunas que tienen un menor estatus ocupacional, un menor
promedio de ingresos y una menor escolaridad, destacando entre ellas Chiguayante y Hualqui
(Montoya, C., 2005).
Courtenay (2000) ha explorado como la construcción de género influye en las
conductas en salud. En sus estudios ha observado como los hombres utilizan ciertos
comportamientos definidos culturalmente como masculinos para definir su “virilidad”.
Ejemplos de estas conductas corresponden al consumo excesivo de alcohol para demostrar
lealtad al grupo de pares y el dolor producido por lesiones en deportes violentos como el
rugby y el boxeo. Asimismo este autor ha observado que en Estados Unidos muchas prácticas
de auto-cuidado se consideran culturalmente como “femeninas”. Esto se traduce en que los
hombres por lo general acuden menos al médico, siguen en menor medida las indicaciones
terapéuticas y se informan menos de sus enfermedades.
Es imposible abordar la masculinidad en salud sin considerar los aspectos relacionales
entre hombres/mujeres y hombres/hombres. Los investigadores han identificado en estas
relaciones ciertos procesos recíprocos y sinérgicos que pueden resultar positivos o negativos
para la salud tanto de hombres como de mujeres. La paternidad, por ejemplo, es uno de estos
procesos sinérgicos que impacta de manera directa en la salud de la familia. El ingreso de las
mujeres al mundo laboral ha presionado a los hombres a compartir el espacio doméstico y el
cuidado de los hijos. Sin embargo, la contribución de los hombres no ha sido paritaria
6. sobrecargando a las mujeres con las actividades laborales y domésticas. Algunos estudios han
demostrado que las mujeres que invierten más tiempo en los cuidados domésticos tienen una
peor salud. Los autores que han abordado el tema sugieren que en la medida que los hombres
se incorporen más en la paternidad y en el cuidado doméstico estarán creando sinergias
positivas que ayudarán al bienestar de sus parejas e hijos (Sabo, D., 2000, García-Calvente, M.,
Mateo-Rodríguez, I., Eguiguren, A., 2004).
La cárcel es un espacio donde se producen sinergias de género negativas. En la
mayoría de los países las prisiones están conformadas por hombres de escasos recursos y
minorías étnicas. Estas instituciones están marcadas por una tradición patriarcal caracterizada
por segregación sexual, relaciones jerárquicas y el control social ejercido por medio de la
violencia y las agresiones. Entre los reclusos existe un código de masculinidad que promueve la
fortaleza física, evita la intimidad y desaprueba los comportamientos femeninos. Los
administradores de las prisiones y el personal de gendarmería, que en su mayoría son
hombres, promueven estas sinergias de género negativas ya que tienden a relacionarse con los
reos a través de la despreocupación y el castigo (Sabo, D., 2000). Un hecho lamentable que
hizo visible esta situación fue el incendio ocurrido en la cárcel San Miguel a fines del año 2010
que cobró la vida de 83 presos.
4.- Construcción de la masculinidad hegemónica en Latinoamérica: hacerse hombres
El año 2000 se realizó en Latinoamérica la investigación “Hacerse hombres” en la que
se hicieron entrevistas en profundidad a adolescentes y jóvenes de nueve países de la región.
El objetivo del estudio era identificar las consecuencias para la salud de la construcción de la
identidad de género masculino. Para esto se exploraron tres dimensiones: los mandatos de la
masculinidad, las transiciones entre la hombría/no-hombría y las conductas. La principal
conclusión de la investigación fue que los jóvenes, en el trámite de hacerse hombres, no
7. actúan en función del cálculo de riesgos de la ciencia médica, sino en función de un riesgo
superior para ellos: el de poner en duda de su masculinidad (Aguirre, R., Güell, P., 2002).
Según esta investigación existe un mandato de la masculinidad que tiene “la fuerza de
lo natural y la tensión del deber ser”. Este mandato es una construcción histórica, cultural,
psicosocial y relacional que proviene de múltiples lugares: el sí mismo, la mujer, la familia y los
pares. El mandato de la masculinidad nunca está cumplido absolutamente, sino más bien
existe en una transición continua entre la hombría y la no-hombría que se manifiesta en las
conductas personales. Muchas de las conductas de género masculina están estereotipadas
como son el consumo de alcohol, la violencia física y los piropos, pero muchas otras no, lo que
induce a la incertidumbre en el cumplimiento del mandato. Tal como plantean los autores en
“los adolescentes hay un temor al equívoco, el cual muchas veces es evitado mediante
conductas teatralizadas masculinas, las cuales son, precisamente, conductas límites o de
riesgos” (Aguirre, R., Güell, P., 2002).
Los mandatos de género difícilmente son cuestionados espontáneamente por los
actores sociales y resultan refractarios a las pedagogías convencionales. Según estos autores
las transformaciones posibles son pequeñas y se encuentran en las fisuras de los discursos
hegemónicos. Un ejemplo de estas fisuras puede ser la maduración sexual tardía en los
adolescentes que los lleva a cuestionar la importancia del cuerpo en la construcción de su
masculinidad poniendo el foco de su identidad en otros aspectos como son el carácter o la
responsabilidad.
Una de los aspectos abordados por el estudio fue la relación de los adolescentes con
sus pares. Según el discurso de los jóvenes es en la relación con sus pares en la calle donde se
pone en juego su masculinidad. El hombre según los adolescentes es un explorador arriesgado
que se construye en la desprotección de lo abierto. Ante la incitación de los pares reacciona
defendiendo su honor, aceptando el riesgo e imitando conductas. Si el hombre no lo hace se
8. dice entonces que “no es hombre”. Esta ideología masculina lleva hacia una disposición a
sobreactuar y asumir riesgos como la violencia y el abuso de drogas. El mandato de la
masculinidad con sus pares es tan fuerte que no se observaron discursos alternativos. Lo que si
se observó fueron mandatos contrapuestos que generaban tensión, el principal conflicto que
los adolescentes referían se encontraba en la relación entre “responsabilidad” y “riesgos”.
Otro aspecto identificado en la investigación fue la construcción de la masculinidad
desde la relación con “la otra”. Según los adolescentes el hombre “es caliente por naturaleza y
debe poseer mujeres”. Dentro de sus discursos se observa un fuerte estereotipo de género
otorgando un rol subordinado a las mujeres. Según ellos en las relaciones de pareja “nosotros
damos y ella recibe”. Asimismo mencionan que el hombre es “un seductor por naturaleza” y
que la seducción les permite obtener favores sexuales a cambio de comunicarse con ellas en
un código femenino. El mandato de la masculinidad en las relaciones de pareja obliga a los
adolescentes a satisfacer a las mujeres. Si esto no ocurre el joven recibirá burlas por parte de
sus pares, la infidelidad de su pareja y la pérdida de su autoestima. Este mandato es
cuestionado por un juicio alternativo en los adolescentes en el que se valora el compromiso y
los afectos y se desvalora la relación sexual genital como principal componente de la relación
de pareja.
En esta investigación las principales conductas de riesgos identificadas fueron las
siguientes:
Actividad sexual sin protección. Las principales creencias de los adolescentes que
explican la exposición a esta conducta fueron la idea de perder “la oportunidad”, la
existencia de una sexualidad “incontrolable”, la incomodidad de los métodos
anticonceptivos, la falta de comunicación en la pareja y las fuentes de información
contradictorias entre los distintos actores sociales.
9. Consumo abusivo de alcohol el cual se utiliza para disfrazar emociones e intenciones
como ocurre ante el rechazo amoroso.
Violencia física para defender el honor y la hombría, así como también el caso especial
de la violencia homofóbica que busca evitar el contagio homosexual y defender el
honor del grupo.
En todas estas conductas los riesgos para la salud se perciben lejanos, siendo el
principal riesgo percibido por los adolescentes la pérdida de la masculinidad. Si bien en las
entrevistas se identificaron factores protectores estos no fueron suficientes como para lograr
cuestionar el mandato de la masculinidad.
5.- Promoción de la salud en hombres: espacios de acción
Sin duda la prevención de las conductas de riesgo masculinas exceden las instituciones
sanitarias. Los mandatos de la masculinidad están tan aceptados e integrados al mundo de los
adolescentes y adultos que es muy probable que la educación a través de la transmisión de
conductas y valores sea insuficiente. Algunos investigadores proponen que para modificar las
conductas se debe exponer a los individuos a experiencias que pongan en duda los mandatos
naturalizados. Asimismo sugieren que más que criticar abiertamente el mandato de la
masculinidad se debe integrar éste en las intervenciones recalcando los valores positivos
asociados a la hombría como son la responsabilidad, la confianza, la seguridad y la autonomía
(Aguirre, R., Güell, P., 2002).
Existen ciertas instituciones sociales que cumplen roles fundamentales en la
construcción del género. La familia es una de las principales, lamentablemente, muchas veces
se presenta ante los adolescentes de forma contradictoria a través de conversaciones de mala
calidad con falta de información y llena de mitos y tabúes. En Latinoamérica, por ejemplo,
todavía persiste en algunos grupos sociales la iniciación sexual en prostíbulos donde los
adolescentes son llevados por sus propios padres. La familia es apoyada por muchas otras
10. instituciones en la crianza de los jóvenes, es posible que desde estas organizaciones se pueda
promover el desarrollo de mejores pautas relacionales de género que desafíen las creencias
tradicionales transmitidas inter-generacionalmente.
Las escuelas tienen un rol importante en la construcción del género, lamentablemente
la mayoría de las veces cumplen un rol estrictamente educativo centrado sólo en biológico sin
tomar en cuenta aspectos sociales y relacionales. En la medida que las escuelas incorporen
estos aspectos y desarrollen políticas no sexistas es posible que ayuden a construir identidades
de género más igualitarias y satisfactorias.
Otra área de acción para la promoción de conductas saludables corresponde a la
cancha de fútbol. Este deporte está ampliamente legitimado entre los jóvenes
latinoamericanos para la obtención de información sobre los contenidos de la masculinidad. En
este espacio social se sedimentan y transmiten inter-generacionalmente las identidades
masculinas. Es en la práctica del fútbol donde los jóvenes desarrollan el cuerpo así como se
“distraen” de un conjunto de tendencias consideradas por ellos como negativas. Lo legitimado
de este espacio social permite que sea útil para promover el desarrollo de características
valiosas asociadas al mandato de la masculinidad.
A diferencia de otros encuentros sociales se ha descrito que en la atención médica los
hombres son objeto de discriminación negativa. La ciencia médica se ha construido
históricamente sobre el prejuicio de que las mujeres son débiles y los hombres son fuertes
(Ehrenreich, B., English, D., 1988). Esto se ha traducido en un menor acceso de los hombres a
la atención sanitaria, una menor duración de sus consultas, una menor entrega de información
sobre conductas de auto-cuidado y una menor solicitud de exámenes preventivos. Según
algunos autores la atención en salud es una forma de “hacer género” ya que en la solicitud de
ayuda y la atención sanitaria se desafía la masculinidad tradicional. La consulta médica en
estos términos tiene el potencial de transformarse en un espacio de intimidad y seguridad
donde se puede de-construir los mandatos de la masculinidad hegemónicas y proponer
11. conductas más reflexivas, simétricas y menos riesgosas para la salud tanto de los hombres
como de sus familias.
6.- Conclusión
El género es una experiencia cotidiana que literalmente se inscribe en nuestra biología.
Los estudios de género derivados del feminismo crítico han demostrado que existe una
relación negativa entre ciertos aspectos de la masculinidad hegemónica y la salud de los
hombres. Los efectos del mandato de la masculinidad superan con creces la sola salud de los
hombres y afectan también a las mujeres, sus hijos y pares. Los espacios en los que se
construye la identidad masculina hegemónica son múltiples y la pedagogía tradicional de
transmisión de información y valores resulta insuficiente para realizar cambios. Las fisuras del
modelo de masculinidad tradicional permiten el desarrollo de “nuevas masculinidades” más
reflexivas que tienen el potencial de renegociar las identidades promoviendo una mejor
gestión del riesgo y relaciones de género más igualitarias.
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