Pese a las limitaciones que tiene la medición de la pobreza por ingresos, que únicamente captura la capacidad material de cubrir una canasta mínima, está claro que la reducción de 1,7 p.p. durante el primer semestre de 2017 es, fuera de toda duda, una buena noticia.
Que la caída en la pobreza nos alegre pero no nos nuble
1. Que la caída en la pobreza nos alegre pero no nos nuble
Por Juan Pablo Paladino
Pese a las limitaciones que tiene la medición de la pobreza por ingresos, que
únicamente captura la capacidad material de cubrir una canasta mínima, está
claro que la reducción de 1,7 p.p. durante el primer semestre de 2017 es,
fuera de toda duda, una buena noticia.
Esta buena noticia era, en parte, esperable: en un semestre donde la
actividad económica repuntó 2% y la suba de precios se desaceleró cerca de
4 puntos, era de preverse que la incidencia de la pobreza muestre una
reducción. Esto constituye un hecho estilizado tanto de los procesos de
crecimiento como de los de rebote con desinflación.
Quizás el dato que empaña parcialmente esta buena noticia sea que la
indigencia no se haya reducido frente al semestre anterior (de hecho mostró
un ligero repunte), indicando que la mejora en la situación social se
concentró en aquellos hogares que ya podían cubrir las necesidades
alimentarias de sus miembros.
De hecho, esta divergencia no se explica por un aumento desequilibrado de
la canasta de alimentos en relación al resto de los bienes (como ocurrió en el
segundo semestre de 2016) sino porque el aumento de los ingresos
promedio de los hogares pobres fue alrededor de 1 punto superior que el de
los hogares indigentes, lo cual parecería vincularse más al repunte del
mercado laboral en relación a los pisos tocados a mediados de 2016.
En otras palabras, parecería confirmarse que estarían saliendo de la
condición de pobreza por ingresos aquellos hogares que ingresaron durante
el período de ajustes de precios relativos.
En vistas a que el segundo semestre de 2017 se mantendrá la tendencia de
recuperación económica sin bruscos saltos inflacionarios, es de esperar que
en marzo del año que viene el INDEC vuelva a informar una leve reducción de
la pobreza.
2. Esta tendencia, no obstante, no tiene que nublar tres miradas
complementarias sobre la situación social: una en profundidad, una hacia
atrás y, la más importante, hacia adelante.
Una mirada en profundidad nos obliga a no quedarnos únicamente en la
medición de la pobreza por ingresos, ya que la pobreza, entendida como
privaciones de derechos sociales, tiene múltiples dimensiones: la falta de
acceso a la vivienda, a la educación, al trabajo digno o a los servicios básicos
también afecta a parte de la población que la medición por ingresos
considera como no pobre.
Una mirada hacia atrás resulta casi obligada en función del oscurantismo
estadístico de los años recientes. Debido a la emergencia estadística, por la
cual no se consideran confiables los datos sociales de 2007-2015, la principal
comparación posible es contra el segundo semestre de 2006. Y la triste
conclusión que se extrae es que la situación social durante los últimos diez
años, pese al boom de términos de intercambio y la ampliación de la
cobertura de programas de transferencia de ingreso, no sólo no mejoró sino
que empeoró levemente.
Por tanto, la mirada más relevante sobre la cual nos debemos detener es
hacia adelante: de qué forma los argentinos debemos saldar esta dolorosa
deuda, y si estamos encaminados hacia ello.
Si bien no hay una única respuesta para esto, hay un piso básico de consenso:
esta situación sólo es reversible con un fuerte proceso de crecimiento
acompañado de creación de puestos de trabajo de calidad. El trabajo sigue
sigue siendo en la Argentina y en el mundo el dispositivo central de
administración de riesgos sociales, y las disfuncionalidades que lo afectan
(desocupación abierta, informalidad, subempleo) tienen impacto en todos los
órdenes de la sociedad, como la estructura de consumo, la sustentabilidad
previsional y la incidencia de la pobreza.
En el último año se han corregido algunas importantes distorsiones que
obturaban la posibilidad del crecimiento (como cepo y holdouts), y luego de
un cimbronazo inicial la economía hoy muestra un repunte, alcanzando los
3. niveles pre-crisis. Sin embargo, la inflación aún no logra romper
definitivamente la inercia de la última década, algunos desequilibrios
comienzan a profundizarse (especialmente en el sector externo) y, más
importante aún, la dinámica del mercado laboral es insuficiente para torcer
estructuralmente el rumbo: si bien cayó la tasa de desocupación abierta, la
tasa de empleo y la informalidad permanecen estancadas.
Estos elementos nos dicen que no debemos dejar de alegrarnos cada vez que
cae, como ahora, la pobreza por ingresos, sino que ello no nos lleve a
olvidarnos que el camino por recorrer es largo. Y necesario.