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EL CASO
DEL
« GAGA»
POR
EDMOND HIPPEAU
CON UNA CARTA DE
DUBUT DE LAFOREST
PARIS 1886
E. DENTU, LIBRAIRE-ÉDITEUR
PALAIS-ROYAL, 15-17-19, GALERIE D’ORLÉANS
1886
Título original: Le affaire du «Gaga»
Edmond Hippeau.
Editorial Dentu. Paris 1886
Traducción José Manuel Ramos González. Pontevedra, abril 2014
para http://dubutdelaforest.blogspot.com
CUBIERTA DEL LIBRO ORIGINAL
INTRODUCCIÓN
En vísperas de comparecer ante el jurado del Sena, mi amigo Edmond Hippeau
consideró oportuno recoger la opinión pública de algunos hechos inherentes a la
publicación de mi libro: Le Gaga.
El Sr. Hippeau me ha solicitado que escribiese algunas páginas en mi defensa al
principio de su alegato que le ha sido inspirado por su conciencia y corazón. No solo
acedo encantado a su deseo, sino que espero que este opúsculo resulte para todos la
prueba evidente de que el Sr. Hippeau, ajeno a la causa, no debía ser imputado. Esa es la
cuestión capital.
Pero antes de hacer pública la carta escrita el 12 de diciembre de 1885, – carta que
me ha parecido conveniente no añadir a mi interrogatorio, estimando haber dicho lo
suficiente para que la Fiscalía no prosiguiese con mi imputación, tengo que declarar lo
siguiente:
Varios colegas, – lo refrenderán en los debates, – me han dado inolvidables
muestras de su estima literaria y su amistad, manifestando su intención de divulgarlas
en prensa, y desde el primer día realizar una campaña a mi favor. He rogado a mis
amigos que guardasen silencio; me daba por satisfecho con las numerosas críticas
literarias ya publicadas sobre mi libro y no quería esos reclamos caritativos que tal vez
ayuden a la venta de los volúmenes y a la piedad de los jueces, pero que siempre dejan
tras ellos un poso amargo y doloroso.
Tengo plena conciencia de haber producido una obra seria y reivindico en voz alta
toda la responsabilidad.
He aquí la carta del 12 de diciembre de 1885: ni añado, ni suprimo nada.
AL SEÑOR ATHALIN
Juez de instrucción del Tribunal del Sena. Palacio de Justicia.
Señor juez de instrucción,
Usted me ha autorizado a añadir, al interrogatorio al que acabo de someterme ante
usted, algunas informaciones complementarias y sobre mi persona, mis escritos y sobre
la novela el Gaga que ha motivado la acusación de ultraje a las buenas costumbres, y
que usted ha sido encargado de instruir a instancias de la Fiscalía del Sena. Usted ha
obedecido a un sentimiento de elevada justicia concediendo a un escritor francés el
derecho y el poder de responder a su primera investigación.
Se lo agradezco.
Voy a hablarle de mi vida, Señor juez de instrucción; voy a exponerle mi obra y
sus tendencias, sencillamente, lealmente.
He pasado toda mi juventud trabajando.
Siendo redactor de l’Avenir de la Dordogne, durante el periodo del 16 de mayo,
fui perseguido y condenado por el tribunal correccional de Nontron, por la publicación
de dos artículos republicanos, titulados: Nuestros Abogados de pueblo y Carta a un
Ministro.
He debutado en la vida literaria escribiendo un Ensayo sobre Italia y una Noticia
sobre las obras de Villemain. Yo era licenciado en derecho; tenía la edad de abordar las
funciones públicas; fui nombrado consejero de prefectura del Oise, bajo la
recomendación especial de Gambetta, ese gran hombre que me honró con su amistad.
En ese momento, – en enero de 1880, – acababa de terminar un estudio de
costumbres en provincias: les Dames de Lamète, libro editado por la Biblioteca
Charpentier. El volumen obtuvo un cierto éxito; allí defendía la libertad de conciencia,
dramatizando las angustias y la desesperación de un joven médico al que una mujer
clerical se negaba a concederle la mano de su hija en matrimonio, porque el doctor
pertenecía a la Fran-Masonería.
Mis amigos, los senadores y diputados de la Dordogne, el almirante Fourichon y
el Sr. Chavoix en primer lugar, y luego los señores Dusolier, Garrigat, Theulier y
Escande me ofrecieron su participación para obtener un ascenso en la administración; El
propio Gambetta, que siempre recordaba a aquellos a los que había ayudado, Gambetta,
que no me olvidaba, me invitó a proseguir una carrera tan felizmente comenzada. En el
ministerio del Interior, las notas de mi expediente eran excelentes. Todo el mundo me
decía: «Usted puede perfectamente compatibilizar la administración con la literatura…
» Iba a ser nombrado subprefecto de 2ª clase; ¡tendría una prefectura a los treinta
años!...
Pero no. Me sentía arrastrado hacia otros objetivos; no me gustaba dejar recaer
sobre mis colegas del consejo la parte de trabajo que ya no podía asumir, aunque ellos
me hubiesen ofrecido espontáneamente hacerse cargo de mi tarea. Sí, quería estar en
París, en Paris, cuanto antes: solamente allí, en la luz entrevista de la inteligencia y del
saber, podría pensar, observar, estudiar todo a mis anchas. Mediante una carta publicada
en los periódicos del Oise y de la Dordogne, solicité al ministro que dispusiera de mí,
reafirmando de nuevo mis opiniones republicanas.
El ministro de la Instrucción Pública me nombró oficial de academia, y más de
trescientos de mis antiguos compañeros del Instituto de Périgueux, del Instituto de
Limoges y de la Facultad de derecho de Burdeos, reconocieron esta recompensa
ofreciendo, mediante una suscripción, un magnífico objeto artístico al joven autor de les
Dames de Lamète.
Luego publiqué mi segunda obra: Tête à l’envers, en la République française. Este
libro, Tête a l’envers, es realmente el punto de partida de las ideas psicológicas y
observaciones patológicas que me preocuparían más adelante. La novela plantea y
define este problema médico y social: «¿Una mujer adúltera, en posesión de sus
facultades mentales, es siempre responsable de sus actos sexuales?» La protagonista es
una pobre criatura que se arroja en el vicio y luego llora sus crímenes, con todas sus
lágrimas. «¿Qué he hecho? Se lamenta… ¡Oh! ¡soy una desgraciada!... Quería resistir…
El instinto se impuso… ¡No pensaba en lo que hacía!...» Todavía tenía su cabeza para
las preocupaciones del hogar, para toda su vida exterior; solo se volvía irresponsable en
«ciertos periodos», siempre en el acto sexual. Este problema del libre albedrío interesó a
Alexandre Dumas hasta tal punto, que el autor de Demi-Monde prometió escribir el
prefacio de la novela. Finalmente, Dumas no lo entregó por motivos ajenos al autor y a
su obra; pero desde esa época, mi querido e ilustre maestro me ha recompensado
ampliamente, primero por su afecto constante, y luego, por medio de una admirable
carta que me dirigió hace tres meses en la Vie moderne, con ocasión de la publicación
de Le Faiseur d’hommes. Insisto sobre la importancia filosófica y social de ese
documento, del que toda la prensa ha reproducido amplios extractos: la carta de
Alexandre Duma sobre Le Faiseur d’Hommes es uno de los fragmentos más notables de
su obra y de nuestros tiempos.
Después de Tête à l’envers, escribí Un Américain de Paris en l’Indépendence
belge. En esa ocasión me vi inspirado por el mismo deseo de investigación patológica.
Se trata de un hombre peculiar, una especie de monstruo, cuya filosofía se resume
mediante estas palabras cuyo rigor hace olvidar su trivialidad: «Tengo tanto corazón en
el pecho como en las suelas de mis zapatos». Y el protagonista actúa con esa doctrina,
luchando contra su mal genio y desesperándose de vencerse a sí mismo. La novela
concluye con la irresponsabilidad del personaje, tras haber analizado las causas de los
trastornos cerebrales, la gradual obliteración, la anulación del sentido de la moral. El
Américain in Paris es un neurópata. La crueldad le produce goce. Pierre Ténard, – el
americano Petrus Tinders, – es un neurópata; es un monómano, Señor juez de
instrucción, como el pirómano que grita: «¡Qué hermoso es el fuego!...»; como el
asesino que os responde con entusiasmo al interrogatorio: «¡Que bello es el rojo!... ¡Oh!
¡qué hermosa es la sangre!...»
Luego llegó La Crucifiée. Esta obra vio el día en la Justice. Allí aún, el autor
utiliza observaciones científicas, pues el protagonista, Samuel Heymann, parece que
padece satiriasis. Este Heymann, – un marqués de Sombreuse en germen, – es un poseso
de los sentidos, la víctima de los pecados de sus antepasados solamente unidos por lazos
de consanguinidad. La novela de la Crucifiée demuestra que las familias se debilitan
fatalmente si no viven más que de sus propias fuerzas; que las naciones se atrofian y se
desmoronan si no se mezclan razas diferentes.
Entre estos trabajos prolijos, he publicado dos volúmenes ilustrados por nuestros
más grandes pintores: el Rêve d’un Viveur y los Contes à la Paresseuse, son relatos que
ya habían aparecido en el Figaro, en l’Echo de Paris y en la Vie Moderne.
Pero mi temperamento me empujó de nuevo a abordar los problemas de la ciencia.
Es por lo que entregué Mademoiselle Tantale, la historia de una joven mujer afectada de
incapacidad sexual, un libro tan atrevido como el Gaga, desde todos los puntos de vista,
un libro favorablemente acogido por el profesor Charcot, por el doctor Dechambre, por
el doctor Despine, por el profesor Lombroso de la Universidad de Turin, etc., etc.
Mientras corregía las galeradas de Mademoiselle Tantale, escribí el Faiseur
d’hommes en colaboración con el Sr. Ram-Baud. En el Faiseur d’hommes, novela
precedida de un prólogo del Sr. Georges Barral, el alumno más preclaro de Claude
Bernard, estudiamos la fecundación artificial en la especie humana. El doctor
Dechambre, de la Academia de medicina, por no citar más que a un ilustre entre las
celebridades médicas que nos invitan a perseverar en esta vía tan interesante como
peligrosa, el doctor Dechambre ha escrito una amplia y poderosa crítica de nuestra obra
en la Gazette hebdomadaire de médecine y de chirurgie, y luego un nuevo análisis en el
Dictionnaire encyclopédique des sciences médicales. Debemos continuar el estudio con
el Fils du Faiseur d’hommes y mostrar lo que será el hombre artificial, «a través de una
humanidad engendrada mediante las viejas fórmulas», según la propia expresión de
Alexandre Dumas.
Ya volviendo solo a la tarea, publiqué Belle-Maman, en el Voltaire; mi querido
redactor jefe, el Sr. Aurélien Scholl quiso apadrinar el libro. Impactado por los peligros
de la cohabitación, de las constantes amenazas que ocurren en el hogar doméstico por
las dulces expansiones, las caricias filiales, los desbordamientos de afecto que alejan
todo temor del mal y también toda vigilancia de sí mismo, he estudiado la situación
demasiado íntima de un yerno y de su joven suegra. Si el yerno se ha convertido en el
amante de su suegra, es que esta, mediante las embriagueces de sus inconscientes
ternuras, ha prendido el incendio en el cerebro del hombre y azuzado el fuego hasta en
las entrañas de la bestia sensual. Una vez más, la ciencia, siempre la ciencia. Después de
Belle-Maman se encuentra un relato titulado: Une livre de sang, un estudio dramatizado
de la transfusión de la sangre humana. El tema es simple. Un viejo ha sido afectado de
alineación mental; va a sucumbir a los delirios de grandeza; su hijo le devuelve la razón
dándole su sangre. El loco está curado, pero el sabio muere víctima de su sacrificio.
Incluso preparando los documentos de próximos estudios, experimenté un reposo
moral escribiendo para la Nouvelle Presse, una gran novela de aventuras: les Dévorants
de Paris y su continuación: l’Espion Gismarck. Esos dos volúmenes han sido
prohibidos en Alemania y especialmente retirados en Estrasburgo, a instancias de la
orden dictada por el Sr. de Manteuffel, entonces gobernador de Alsacia y Lorena. La
prohibición de los alemanes ha afectado a varios fardos de mercancía, incluso a
numerosas obras NO INCRIMINADAS que acompañaban el envío. Al respecto he
intercambiado una correspondencia con el barón de Courcel, embajador de Francia en
Berlín. Nuestro representante me ha pedido, en términos muy corteses, que no insista; y
como no era mi deseo en absoluto generar conflictos diplomáticos, me he despedido del
embajador,
« y mi libro ha ido a reunirse con nuestros relojes.»
La Baronne Emma, novela de la République Française, le Locataire du Père
Loreille, folletín del Voltaire y Suzette, folletín del XIX Siecle, son estudios de
costumbres contemporáneas.
En La Baronne Emma, la cuestión patológica ocupa un lugar destacado. Estamos
en presencia de un aristócrata, con el temperamento de un Medici, que, obsesionado por
la pasión, abandona a su esposa por la hija de su granjero y se vuelve a la vez Clitandro
y Don Juan. La madre del aristócrata, un sujeto de estudio de los doctores Charcot y
Dumontpallier, es una vieja senil, el último residuo de esa nobleza gangrenada hasta la
médula por sus orgías durante la Monarquía.
Finalmente, Señor juez de instrucción, llego al Gaga. De todos mis libros, es en el
que más tiempo y en el que más seriamente he trabajado; es el que me ha valido las
críticas más halagadoras de los escritores que tengo en alta estima por su talento y
carácter.
El Gaga es tanto una obra de ciencia como una novela, en el sentido ordinario de
la palabra. Para convencerse de ello basta ver el lugar que ocupan, en la historia allí
desarrollada. la enfermedad, las páginas dedicadas a la historia de la decadencia
romana, los relatos relativos a los Íncubos y los Súcubos, las observaciones puramente
médicas y relativas a los neurópatas, a los seniles, a los satiriásicos.
Ninguna palabra obscena ha salido a relucir en la imputación. Los pasajes
incriminados se refieren a cuadros útiles para la comprensión del drama, absolutamente
necesarios para el estudio patológico que es lo que constituye el fondo principal.
Ya le he dicho, Señor juez de instrucción, como me había sido inspirada la génesis
del libro. Una santa mujer, la madre de uno de mis compañeros de colegio, había visto a
su marido condenado por la corte de la Dordogne por ultraje a la moral pública; y la
madre, en mi presencia, había roto a llorar en un acceso de desesperación, exclamando:
«¡Si no hubiese sido tan fea, me habría hecho la puta de mi marido; lo hubiese colmado
de caricias y lujuria y mi marido no estaría en la cárcel!»
Pero lo que no le he dicho, y lo que resulta de un modo impactante en mi obra, es
la revolución moral que se ha producido en mí, en mis noches febriles, cuando, huyendo
del placer, dedicándome por entero al trabajo, la imaginación ardiendo, teniendo en mi
mesa la Gazette des Tribunaux y los libros de ciencia, manejaba la pluma como un
escalpelo y sentía el instrumento fuerte y penetrante, registrando, y tal vez curando, las
entrañas de los monstruos humanos; lo que no le he dicho es mi compasión ante la
bestia humana enferma; lo que no le he dicho, es la cólera que me invade contra los
seres innobles y conscientes que torturan a las mujeres y mancillan la infancia, contra
los inmundos viciosos que, cada día, comparecen ante usted, para responder de
crímenes tan espantosos de los que yo apenas he esbozado el cuadro, de los que sobre
todo he buscado y analizado las causas.
¿Es el Gaga una glorificación del vicio? No, censura el vicio; lo flagela bajo todas
sus formas. Para los lectores cuya imaginación no está suficientemente armada, los
pasajes escabrosos son letra muerta; aquellos que leen entre líneas, la novela le inspirará
un horror profundo de las voluptuosidades contra natura. Se dirán: «¡He aquí en lo que
no se puede caer!» Y convirtiéndose en sus propios vigilantes, dominarán sus instintos
perversos; no activarán esa levadura de bestialidad sensual que fermenta en la carne
dormida de todos los seres.
Al final del libro, los dos libertinos – el corruptor y su víctima – son castigados.
El conde de Mauval ya no es senador; ni siquiera es un hombre. Se le ve reducido
al «chocheo» eterno de los viejos que no fueron prudentes, al infantilismo doloroso de
las ideas lúbricas que será incapaz de satisfacer. Justifica esa grave frase del filósofo
Jouffroy, que mi querido colega Henri Second recordaba, recientemente, a propósito del
Gaga: «El castigo de los hombres que han amado demasiado a las mujeres, es amarlas
siempre.»
El marqués de Sombreuse – el satiriásico indómito – se vuelve loco; acaba en
Bicêtre.
La vida de ambos personajes víctimas de su inacción no puede ser a partir de
ahora más que un sufrimiento, una tumba; su muerte será espantosa: tal es la lección.
Queda una gran y noble figura: la crucificada viva. La Sra. de Mauval podía
abandonar a su verdugo, deshonrarle, matarle como a un perro, me han dicho o escrito
algunos de mis lectores; ella no lo ha hecho; ha inmolado su pudor de mujer; ha bebido
todo el poso del cáliz; ha sufrido todas las vergüenzas, soportado todas las angustias
para salvar a su marido del manicomio y de la cárcel: tal es la conclusión moral de la
obra.
No, insisto, no hay nada en este estudio que no tenga razón de ser, y se buscaría
en él vanamente un análisis, un documento, una escena, un cuadro que esté presente por
mero placer, sin relacionarse de un modo directo e intenso con los caracteres de los
personajes y las observaciones médicas que han guiado al autor.
Y para concluir, Señor juez de instrucción, se lo repito, no tengo más que una
diversión: el trabajo.
En cinco años he escrito catorce volúmenes; no estoy al final de mi tarea; si fuese
necesario podría redactar aquí lo que contaba en el prefacio de Mademoiselle Tantale,
cuando el profesor Charcot me concedió el gran honor de aceptar la dedicatoria de ese
libro. Yo decía: «Todos mis trabajos preliminares no son más que jalones plantados
sobre el inmenso panorama de la vida contemporánea, panorama cuyos horizontes se
modifican bruscamente, por la ráfaga de nuestras fiebres. Hay que caminar y caminar
siempre, pues el tiempo no sabe esperar. El estudio de las sensaciones, aplicada a la
historia de las costumbres, las condiciones de salud física de los individuos influyendo
en las condiciones de salud moral y estableciendo los cimientos de las comedias y
dramas, tal es la ruta que trato de seguir, como observador atento y no ingeniero
diplomado. Este viaje de exploración, lo he comenzado primero en el pueblo, en la
pequeña ciudad, y luego en Paris…»
Este viaje, Señor juez de instrucción, lo continuaré sin tregua ni reposo;
continuaré con la investigación del desconocido patológico en la especie humana. Desde
hoy, en efecto, superando las tristezas del proceso que me amenaza, preparo los
documentos de próximos estudios sobre la fecundación artificial y sobre los trabajos de
un sabio cirujano.
Puede suceder, y ocurrirá sin duda que, por una evolución natural de espíritu,
abandone de vez en cuando el género de la novela para dedicarme a obras de pura
ciencia. Sea cual sea el veredicto del jurado, no habrá que ver en esta nueva andadura el
temor del autor en caer bajo el golpe de la ley a los reincidentes, sino sencillamente la
sinceridad profunda de un hombre al que los dramas de la vida habrán interesado menos
que las propias observaciones científicas.
Después de tanta lucha, ahora que el porvenir es menos sombrío, que los primeros
de entre los doctores y los más grandes escritores leen y discuten mis obras, usted no
puede confundirme razonablemente con los autores de esas obras obscenas, sin
literatura, sin intención científica, sin alcance moral, que deshonran el arte de escribir y
la libertad de pensar.
Quisiera agregar, Señor juez de instrucción, la seguridad de mis más distinguidos
sentimientos.
DUBUT DE LAFOREST
La severidad de la ley que se invoca contra el autor y el editor del libro el Gaga,
no es lo que nosotros tememos: son los desprecios de la opinión pública. Ante ella,
reclamamos por encima de todo el derecho a la palabra, queriendo tomar en primer
lugar al público por juez en nuestra causa.
El autor y el editor tienen, en efecto, un primer deber que cumplir, el de
defenderse contra una acusación que les atribuye a priori inclinaciones e intenciones
que no son las suyas. Cuando el análisis desde el punto de vista del derecho sea zanjado
por el veredicto del jurado, que apreciará la cuestión de buena fe, quedará al menos,
incluso después de una absolución, un argumento de polémica que se usará por medio
de una reticencia jesuítica o por vía de insinuación maliciosa.
Nuestros adversarios, los que han puesto toda la carne en el asador para alentar
este proceso, y que se vanaglorian ya de un éxito asegurado, quisieran poder decir,
ocurra lo que ocurra:
«El Sr. Dubut de Laforest ha sido perseguido por ultraje a las costumbres;»
Y, lo que no es menos calumnioso:
«La editorial Dentu ha sido perseguida por publicaciones pornográficas.»
De la absolución, probable ya, no se hablará nunca; tan solo el hecho de ser
expuestos ante un jurado nos expone a la difamación, y será mediante afirmaciones
semejantes como se esforzarán en persuadir al público, a pesar de la absolución que
esperamos obtener, que el autor de el Gaga es un escritor inmoral y que la casa Dentu es
una editorial pornográfica.
Eso es lo que nuestros adversarios quieren poder decir ya, eso es lo que los más
atrevidos se atreven a decir o hacen decir cuando el valor les falta.
Calumnias contra las cuales protestamos con la última de nuestras energías; y sea
cual sea el desenlace del proceso, es necesario que la opinión pública sea informada
sobre las circunstancias y los hechos de la causa, sin más dilación.
De entrada, no queremos discutir si la Fiscalía se equivoca o no planteando
querellas a los escritores y reclamando el respeto a la moral en la literatura, en el
momento en que la ley acaba de proclamar con la más amplia clemencia la libertad de
expresión y de pluma, tanto tiempo y tan injustamente oprimidas.
No denunciamos a nuestros colegas, ni pretendemos establecer ninguna
comparación entre este libro y tantos otros que, con la apariencia más inocente, tienden
a turbar las conciencias y a suscitar codicias culpables y apetitos malsanos. No nos
ocupamos de los libros escandalosos y de las publicaciones justamente llamadas
pornográficas, que somos los primeros en denunciar, porque ese tipo de producciones
no descansa sobre el estudio de los sentimientos y de las pasiones, ni sobre el análisis de
fenómenos psicológicos y de los infinitos afectos del corazón humano, ni sobre las
investigaciones patológicas. El autor al que se ha perseguido no pertenece a la literatura
popular, y diga lo que diga el Sr. de Pressensé a sus corresponsales en el Athoenouem de
Londres, él no apunta a los jefes de la escuela naturalista: Emile Zola, Edmond de
Goncourt y Guy de Maupassant; admira las obras de esos maestros, pero nadie, excepto
el Sr. de Pressensé, lo acusa de estar afiliado a esa escuela.
El Sr. Dubut de Laforest realmente ocupa en la literatura contemporánea un lugar
importante un poco aparte, así como testimonia el interés que en diversas ocasiones han
suscitado sus obras entre las eminencias científicas de Francia y el extranjero: el
profesor Lombroso, de la Universidad de Turin, el profesor Charcot, los filósofos
Despine y Jules Soury, el doctor Dechambre, de la Academia de medicina de Paris.
El autor del Gaga, que también es el autor de tantos otros curiosos estudios, entre
los que recordaremos Tête à l’envers, Mademoiselle Tantale, Belle-maman, la
Crucifiée, Un Américain de Paris, la Baronne Emma y Le Faiseur d’hommes, este
infatigable escritor ha encontrado el medio de rejuvenecer, con gran éxito, los elementos
un tanto envejecidos de la novela moderna, fortificando sus análisis mediante
observaciones nuevas de patología.
En el prólogo de uno de sus libros, del que el Sr. Aurélien Scholl ha aceptado la
dedicatoria, el autor de Le Gaga se ha expresado muy claramente sobre las tendencias
de sus obras. «Creo, dijo, que el arte es algo santo, no mancillado por el pecado original
y que no debe tener sacerdotes, ni bautismos, ni pontífices… La novela de costumbres
sufre una metamorfosis: con el estudio de las sensaciones tengo la firme creencia de
caminar, como un pionero, sobre una tierra virgen…»
Pero, para no hablar más que del libro incriminado, y solamente desde el punto de
vista literario, he aquí las apreciaciones de cuatro de nuestros colegas más distinguidos
en los periódicos más leídos. Los citaremos por orden de aparición: El Sr. Edmond
Deschaumes, del Événement y de la Chronique Parisienne, el Sr. Henry Fouquier,
redactor jefe del XIX Siècle, colaborador del Gil Blas; el Sr. Philippe Gille, del Figaro,
y muy recientemente el Sr. Emile Dehau, del Siècle.
Estas páginas de los maestros de la crónica darán a su vez una idea del carácter
del escritor y de la filosofía de su obra:
El Sr. Edmond Deschaumes:
«… ¡Y Dubut de Laforest siempre trabajaba!
» Meridional, infatigable, Dubut siempre ha tenido el cerebro bajo presión.
Cuando no escribe, piensa. Por todas partes ve novelas.
»– ¡Hay arsénico, decía un médico, en este palo de silla!
»– ¡Hay una novela en no importa qué! – exclamaría Dubut de Laforest.
» Atrevido, vibrante, buscando por todas partes molinos de viento, es un don
Quijote de la idea y un narrador muy emotivo. Estilo rápido, imaginación fogosa,
fecundidad inagotable: tales son los grandes rasgos del carácter del joven y brillante
novelista.
»… Acaba de publicar sus Contes à la paresseuse en la editorial Monnier. Hoy
entrega el Gaga en la editorial Dentu. Mañana comenzará un folletín en un gran
periódico.
» Trabaja al mismo tiempo para la France, la République, Paris. Es uno de los
dos autores del célebre Faiseur d’hommes. Es el Hombre-Novela, es Dubut de la Forest.
» Es fecundo como Dumas padre, aventurero como un Gascon. Encuentra una
tesis al levantarse y un tipo al acostarse. Sus sueños le sirven para dar con sus títulos.
» Llegué una mañana al domicilio de Dubut. Instalado en su despacho, ya estaba
enfrascado con las hojas que acababa de escribir, y entre sus labios mantenía un enorme
cigarro cuya humareda lo envolvía.
» –¡Vaya! ¿Fuma usted ahora desde la mañana?
» – No soy yo el que fuma, me respondió Dubut con convicción, ¡es mi cerebro!
» – Pronto será mediodía, le dije, salgamos a almorzar. Tengo un hambre de mil
demonios.
» Y Dubut de Laforest, inmerso en su trabajo:
» – ¡Un final! ¡un final! ¡Eso es lo más duro de inventar!.................
» EDMOND DESCHAUMES (L’Événement.)
» 12 noviembre 1885. »
Sr. Henry Fouquier:
«… Un día, un hombre de genio, gran amigo y gran admirador de Dumas, como
yo, cuando este acababa de estrenar una de sus comedias «fisiológicas», me dijo: «¡Ah!
¡qué hermoso guión para una obra de teatro acabo de encontrar para Dumas! Es la
historia de un hombre joven que ama a una muchacha. La familia se opone al
matrimonio, y, en el tercer acto, ¡ella consiente!» El amor simple es la salud del arte y la
de nuestra sociedad. He aquí lo que quería decir, de forma irónica, el amigo de Dumas,
– y tenía razón. Pero no se le escucha demasiado.
» Ved, por ejemplo, la última novela de un hombre que no es nuestro enemigo, el
Sr.Dubut de Laforest. El libro levanta polémica porque es audaz: lo merece porque en él
hay talento. Pero yo no puedo impedir pensar en el camino recorrido por los novelistas
desde Balzac. Aquí, la lección es impactante. Balzac ha pintado al barón Hulot: El Sr.
Dubut de Laforest ha pintado el Gaga. Casi es el mismo personaje. Solamente, el amor-
pasión se ha convertido, francamente, en el amor-enfermedad. Ustedes recuerdan al
barón Hulot y a la baronesa. Jamás personajes algunos fueron más grandes. No hago
incluso excepción con los más nobles y renombrados héroes de las tragedias clásicas,
los Fedros y las Ifigenias. El barón es víctima de una especie de fatalidad, que de por sí
ya es una enfermedad. Se hubiese dicho antaño que Vénus ofuscada lo había alcanzado
con una flecha envenenada que él no podía arrancar de su pecho. Pero lucha aún contra
esa espantosa necesidad de amar que lo devora. El hombre no ha desaparecido en él;
tiene apariciones esporádicas y se rebela. Igualmente ocurre con la baronesa: es la
mártir de la resignación, del amor que se inmola. Pero sobre su tumba se podrá levantar
una estatua de puro mármol blanco. En treinta años las cosas han cambiado. El barón se
ha transformado en el Gaga. Y su esposa lleva la resignación hasta complacencias sin
nombre, tales que aún se puede llorarla, pero la piedad se asombra de ver a que
degradaciones puede llegar la virtud. Nada más terrible que el espectáculo de una mujer
que, para salvar de sí mismo a un anciano erótico, asume el rol de las peores
mujerzuelas del arroyo y, para impedir que su marido vaya a vivir a lugares sórdidos,
haga un lugar sórdido de su hogar conyugal. La concepción, lo repito, es de una fuerza
sorprendente….
» HENRY FOUQUIER (Le Gil Blas)
» 16 de noviembre de 1885.
Sr. Philippe Gille:
« Después de leer libros amarillos, azules y grises, llego a una novela que está
levantando bastante polvareda en estos momentos: Le Gaga, del Sr. Dubut de Laforest.
El Sr. Dubut de Laforest es joven y está lleno de razón ahora y luego también, porque
madurará. Le Gaga es una novela de observación dura; un senador senil y sádico, un
amigo inmundo, una esposa que lleva la abnegación hasta la exageración mediante actos
insensatos tomados de las putas, a fin de retener a su marido en su alcoba. Eso es en dos
palabras el meollo de la novela. Se puede adivinar que con tales protagonistas, el autor
no nos lleva por los caminos del idilio. Confieso sin embargo que me esperaba más
crudeza que la me he encontrado en el libro; el Sr. Dubut de Laforest se ha esforzado en
salir de lo banal y ha hecho bien, pero nos ha mostrado demasiado a menudo la
excepción y se equivoca. No tendré la crueldad de decirle que el gran maestro, el gran
Balzac, ha tratado el mismo tema y ha encontrado el medio de ser todavía hoy el más
joven de los jóvenes. Lo que diré sin embargo, es que la sencillez, la verdad nunca son
banales y que la naturaleza es todavía bastante rica por sus bellezas para que se vea
reducida a sus excepciones, a sus cosas ocultas, a sus verrugas y a sus deformidades.
Dicho esto, constato un esfuerzo en Le Gaga (¡qué título!) y reconozco el derecho de
que ese príncipe de los seniles sea examinado. Tras haber censurado al autor por haber
obligado a la condesa (una madre que tiene una hija a punto de casarse) a realizar
cabriolas sobre su cama para atraer al conde hacia el sendero de la virtud, detengo mis
reservas. Este libro va a ser muy leído, estoy seguro de ello, y no dudo de su éxito en
librerías, pero espero ansioso ver al joven autor pintarnos la sociedad desde otros puntos
de vista…
» PHILIPPE GILLE (Le Figaro)
« 18 noviembre de 1885 »
A continuación reproduciremos la crítica del Siècle. Este periódico había
anunciado la persecución sometida al Gaga, quince días antes de la aparición de su
Revista literaria. El autor quiere destacar, –en agradecimiento a nuestro valiente colega,
– que el Siécle ha mantenido en relación con la obra, incluso ante el proceso criminal
comenzado, toda su libertad de apreciación, y desea expresar aquí al Sr. Philippe
Jourde, presidente del Sindicato de la prensa parisina y a su colaborador el Sr. Émile
Dehau, su profunda gratitud.
Sr. Émile Dehau:
«… La condesa Julia de Mauval adora a su marido y, durante muchos años, su
marido, hoy de unos cincuentas años de edad, ha correspondido a ese afecto. De pronto
regresa del Extremo Oriente, como un torbellino, un personaje corrupto y fatal, el
marqués de Sombreuse. Tiene algunos años más que su primo de Mauval, pero ha
conservado un vigor que los excesos no han podido debilitar. De Sombreuse, que ha
usado y abusado de todo, se enamora apasionadamente de su prima, la Sra. de Mauval,
pero él sabe que la mujer es decente e incapaz de faltar nunca a su deber. ¿Qué
maquina? Debilitar a base de excesos, idiotizar, convertir en senil, chocho, según la
expresión popular, y ridiculizar al Sr. de Mauval. Esta empresa está maravillosamente
llevada y obtiene un rotundo éxito.
» La Sra. de Mauval no pierde el valor y consigue, tras mil torturas y múltiples
sacrificios, arrancar a su marido de las garras del terrible corruptor.
» Hay, en este libro tan vigoroso y tan poderoso del Sr. Dubut de Laforest,
grandes cualidades de observación y análisis; es un estudio admirablemente traído y
exhaustivo del corazón humano. El autor, sin embargo, me permitirá algunas
objeciones; se debe la verdad a los escritores de talento y a sus amigos. Pues bien, nos
ha parecido que algunas situaciones eran un poco forzadas, especialmente la visita que
la Sra. de Mauval hace a una casquivana para pedirle que la inicie en los secretos de su
oficio, a fin de poder retener a su marido. Es esta una crítica que en nada atenúa el
mérito de esta original obra.
» ÉMILE DEHAU (Le Siècle)
» 3 de enero de 1886.»
Nos conformamos con estas citas que sería fácil multiplicar. No se trata de una
cuestión moral en los artículos de eminentes escritores, pero está claro que ninguno de
ellos hubiese dejado de hacer reservas en este aspecto.
Tomad el contenido de este libro, extraed su moralidad, y decidnos si la novela
que denuncia el desenfreno y el vicio, que ensalza la obra de abnegación conyugal, es
una publicación licenciosa, o si por el contrario la obra proclama las todopoderosas
reglas eternas de la moral y el respeto por la familia y las leyes sociales.
El autor se ha defendido a sí mismo; antes de verse obligado a defenderse, había
tenido la buena fe de presentar su tesis moral y de reivindicar su responsabilidad; había
admitido la necesidad de suavizar las formas y se había sometido a la vigilancia más
severa ante su propia inspiración; ¿podía pedírsele más aún?
La propia ley no castiga el crimen cuando no se constata la premeditación, la
evidente intención de cometerlo. ¿Por qué entonces se nos persigue? ¿Por qué, a pesar
de nuestras protestas, a pesar de las elogiosas críticas de nuestros colegas, tenemos que
defendernos de una tendencia que jamás hemos tenido? ¿Por qué, no siendo culpable y
habiendo querido y creído hacer una obra honesta y moral, estamos destinados a
comparecer en el banco donde se van a sentar criminales comunes?
Esta vez, ya no es nuestra propia conciencia de personas honestas lo que basta
para justificarnos, debemos emprenderla con nuestros adversarios. No tendremos reparo
en repetírselo si aún nos arrojan al rostro el insulto de «pornógrafo», epíteto que
rechazamos como una infame calumnia; aun apelando a su equidad, no esperamos
verlos ceder incluso ante la absolución pues lo que han querido ya lo han obtenido.
Estamos perseguidos y siempre podrán decir: «Habéis sido perseguidos. Durante
algunos meses, durante algunos días, habéis sido acusados de haber publicado un libro
inmoral, de haber cometido un ultraje a las buenas costumbres.»
Ese es el auténtico terreno donde se está desarrollando el proceso actual, y, tras
haber respondido a los calumniadores, debemos investigar los móviles que los han
inspirado, el interés que tenían en auspiciar esas persecuciones, y como el único hecho
de ser citados ante el jurado constituye el arma más preciosa en sus manos contra
nosotros, y tal vez contra otros.
Hemos escuchado lo que decían los concurrentes ante los imputados, incluso en
un momento en el que se les dejaba ya presentir. Era el propietario de una gran editorial
quién decía a uno de nuestros amigos las siguientes palabras: «No tenemos ninguna
razón para ser amables con la editorial Dentu.» Fue el representante de otra gran
editorial que dijo ante uno de nosotros, en relación con la publicación de un libro de
éxito, que varios editores se habían disputado: «Si se hubiese podido imputar en este
asunto a la casa Dentu, sería su puntilla.» Fue el propietario de la primera librería, casa
célebre en el mundo, quién dijo abiertamente, en relación con el proceso actual y en una
fecha donde se realizaban maniobras, de las que nosotros conocemos todos los hilos,
para atraer la atención de la Fiscalía sobre este libro y ponerla en disposición de actuar
contra nosotros: «¡No, no es al autor a quien quiero, es a la editorial Dentu!»
He aquí los hechos, he aquí el conjunto de actuaciones que nos llevan a declarar
muy alto: No se trata de un libro ni de la cuestión de la inmoralidad, se trata de una casa
editorial que busca, por todos los medios, desacreditar, arruinar, despojar si es posible.
Pero, que se sepa bien, eso no solamente es imposible, eso sería, si fuese posible, una
monstruosidad.
No nos iremos por las ramas y diremos sin ambages a nuestros adversarios: «Es
de vosotros de quienes se aprovechan los perseguidos, sois vosotros quienes los habéis
provocado.» Is fecit cui prodest, reza un axioma jurídico, el único infalible, aquel en el
que se inspiran invariablemente los más avispados agentes de la justicia humana, los de
la prefectura de Policía y los de la Fiscalía.
Digamos pues ahora quiénes somos nosotros y quiénes son ellos. De entrada,
despojémonos de nuestras propias cualidades, como el autor ha hecho por su propia
cuenta en el prefacio, y como nosotros lo hemos hecho ante el juez de instrucción.
EDMOND HIPPEAU
«Sin vanidad he de decir que he hecho serios estudios clásicos, habiendo obtenido
éxito en concursos y conseguido mi diploma de licenciado en letras, al mismo tiempo
que el de licenciado en derecho. Todo ello completándolo con trabajos personales y
asociándome con grandes historiadores de los que he tenido el honor de ser el
secretario: Amédée Thierry, Chéruel y Henri Martin, he seguido durante ocho años una
carrera administrativa, que, en opinión de mis jefes jerárquicos y ministros que me han
honrado con su apoyo, no ha sido sin brillo. Sin embargo he abandonado mi puesto en
el ministerio de los asuntos exteriores, en 1878, para dedicarme únicamente a la carrera
literaria, en la cual todavía no había hecho más que un aprendizaje concienzudo, pero
tímido; colaboré en el Bien public, en l’Opinion nationale, en la Tribune, en l’Écho
universal, con unos estudios de historia de la diplomacia, de crítica literaria y artística,
incidentalmente había abordado las cuestiones candentes de la política militante. Ingresé
en el Événement como principal redactor político, tras haber ratificado mi dimisión para
vivir de mi pluma.– Lo digo de paso: el eminente sabio del que tengo el honor de llevar
el apellido, no ha dejado, después de ochenta años de trabajo y con una obra
considerable que hace autoridad en el mundo de las letras, la fortuna que hubiese
permitido a los suyos considerar la vida como un divertido vaudeville donde está
permitido no preocuparse del sustento. He conocido, con los deberes y las
responsabilidades de la educación de tres hijos que viven de mi trabajo, los crueles
extremos de la lucha por la existencia; habría podido sucumbir allí como tantos otros, y
si mi coraje ha sido favorecido por felices circunstancias, no tengo el amor propio ni la
ilusión de creerme más merecedor de ello o más hábil que el prójimo. La amistad de
hombres eminentes que me han apoyado con sus consejos y su protección es lo que me
ha ayudado a hacerme un nombre, y siempre les tendré el más profundo
reconocimiento.
» Desde que he alcanzado la mayoría de edad, he conocido las alternativas de la
buena y mala fortuna, y, en el momento presente, a pesar de las enemistades que me han
valido la independencia de mis opiniones y una firmeza de carácter de la que pretendo
honrarme, tengo conciencia de haber siempre cumplido con mi deber de hombre
honesto y de patriota. Exento del servicio militar, me he enrolado voluntariamente en
los cazadores a pie, a principios de la guerra de 1870. Ningún caso nuevo de exención
me impediría todavía cumplir con mi deber al lado de los tres reclutas que he dado al
ejército para la futura revancha.»
» Hay, analizad mi vida, sopesad mis trabajos, mis escritos, todos esos artículos
realizados, publicados durante catorce años día a día en defensa del derecho, de la
justicia; apreciad los servicios que he podido rendir a la causa republicana, durante tres
años de campaña en el Événement y cuatro como director del Avenir diplomatique;
preguntad a todos aquellos con los que he colaborado y de los que conservé su amistad,
eligiendo a las personalidades más elevadas del Parlamento, de la Prensa, y las del
mundo de las letras y los artes, que han querido también contribuir al éxito de algunos
volúmenes de crítica y de historia que he publicado; consultad incluso a mis
adversarios, y si se encuentra uno solo que desmienta mi lealtad, mi rectitud, el coraje y
todas las virtudes que conforman al hombre de honor y al hombre honesto, ¡que se
levante y que hable!» –
Sea lo que sea que nos depare el destino, estad convencidos de que caminaremos
con la cabeza muy alta para no soportar jamás otra vergüenza como la indignación que
inspira a nuestra conciencia una acusación contra la que no tendríamos que defendernos
nunca. No somos nosotros los que debemos sonrojarnos, más bien serían nuestros
adversarios los que deberían llevar la pena de los calumniadores y de los delatores.
Decimos muy alto que la Instrucción no es responsable del error o de la iniquidad
cometida: ella no ha podido desvincularse de la hábil maniobra en la que los
magistrados han sido envueltos de igual modo que nosotros. Y ahora que se sabe que
por parte de los inculpados no hay crimen, ni criminales, es necesario que los auténticos
culpables comparezcan ante el público y que la opinión los censure.
Pero no queremos dar carnaza a la Fiscalía: nos conformamos con exponer los
hechos.
¿Contra quién está dirigido este proceso?
Contra una mujer.
¿Cuál es el crimen de esta mujer?
Ha gozado del respeto del apellido de su marido y tenido la abnegación maternal
de sacrificar su descanso, su salud, su vida a los intereses de sus hijos.
Esto es lo que hay que decir hoy, y es útil que lo gritemos por encima de los
tejados, puesto que la justicia no puede alcanzar a los culpables, cuyas tortuosas
intenciones, disimuladas con el arte de las sabias intrigas, pueden escapar a la represión
de las leyes, pero no a la reprobación pública.
Mañana, nuestros testigos comparecerán para atestiguar los hechos que vamos a re
velar. Al menos, el proceso habrá sido divulgado, y, desenmascarando a nuestros
adversarios, les desafiamos a que nos respondan o a que nos impidan demostrar los
hechos que vamos a precisar.
Situaremos pues el debate sobre su verdadero terreno. ¿Por qué se ha querido
incriminar a la editorial Dentu y por qué se ha elegido como pretexto esta vaga
acusación: Ultraje a las costumbres?
Vamos a contar todo con la franqueza de la que venimos haciendo gala.
«Buscad a la mujer», se dice a menudo. En esta ocasión, la encontraréis ante
vosotros, y es ella la que pide justicia contra sus perseguidores.
____
No hablaremos de los comparsas y agentes secundarios: un único personaje nos
bastará para figurar en este debate como el instrumento directo y necesario de la
conspiración preparada minuciosamente contra la editorial Dentu.
Estos son los hechos:
Edouard Dentu, el último descendiente de los grandes libreros que han dirigido la
célebre casa del Palais-Royal hoy centenario, murió el 13 de abril de 1884.
Dos días antes, un joven, su pariente, repetía a uno de nuestros testigos unas
imprudentes palabras que desvelaban las componendas secretas que se tramaban ya a la
cabecera del moribundo:
«Se desheredará a la Sra. Dentu, se la desautorizará y se pondrá la editorial bajo
secuestro.»
No solamente son palabras imprudentes, la idea es criminal y odiosa. Y se ha
traducido mediante una serie de hechos que serían demasiado largos de enumerar, pero
de los que hay que hacer hincapié en el principal, el esencial: la tentativa confesa y
constatada de arrancar a la Sra. Dentu la propiedad de su editorial, propiedad que le
pertenece en exclusiva y de la que no puede ser desposeída más que por una maniobra
fraudulenta o una sorpresa, pues sus derechos son elementos inatacables que nadie se ha
atrevidos a cuestionarlos jamás.
Ahora bien, no había más que un medio seguro, práctico, y hábil a la vez. La Sra.
Dentu no había dado ningún pretexto para una demanda de secuestro o de consejo
judicial, por lo que no se podía buscar más que en un hecho calificado de ultraje a las
costumbres los elementos para intentar una acción contra ella para arrebatarle su tutela y
privarla del ejercicio legítimo de sus derechos. En esta ocasión, los motivos de las
persecuciones actuales se tambalean a pesar de todos los subterfugios y todos los
disimulos.
Pero no profundizaremos en los detalles de esta abominable maquinación.
Solamente digamos, sin buscar intereses de familia en juego en este asunto, que el
hermano mayor de Edouard Dentu había rechazado tomar la editorial a su cargo en
1849, a la muerte de su padre, Gabriel-André, y que la rechazó una segunda vez en
1884, a la muerte de su hermano. Su única hermana se casó con un funcionario judicial;
no quedaba pues a la muerte de Dentu más que su viuda y sus dos hijas menores, la
mayor casada desde hace unos días solamente.
Estos son detalles íntimos que está permitido recordar, pues todos los periódicos
sin excepción los han publicado al día siguiente de la muerte de Dentu: los artículos
necrológicos que hacen mención de ello han sido reunidos en una hermosa publicación
impresa por la Sra. Dentu y distribuida por ella a todos los amigos de su marido, a los
miembros de la Sociedad de Letrados y a los periódicos que habían hecho aparecer
dichos artículos.
Es precisamente en esa fecha a la que se remonta el origen del actual proceso, no
solamente porque las palabras citadas anteriormente denuncian a las claras las codicias
y las pretensiones que se afirmaban cínicamente entre los enemigos de la familia de
Edouard Dentu, sino porque el libro que se ha elegido para intentar esta persecución fue
recibido, antes de ser escrito, con un año de adelanto, por el representante de la sucesión
de Edouard Denu, antes de que la editorial hubiese sido oficialmente declarada
propiedad personal de su viuda.
Por lo demás, subrayaremos que nadie estaba cualificado, durante ese periodo,
para contratar publicaciones adquiridas por cuenta del sucesor de Edouard Dentu. El
contrato de matrimonio de los esposos Dentu había atribuido la común propiedad
indivisa de la casa editorial reservando al último sobreviviente la propiedad exclusiva,
mediando un precio a pagar a los herederos después de inventario y valoración. A falta
de renuncia en el plazo de tres meses, a contar desde la fecha de defunción, se
consideraría que el sobreviviente aceptaba.
Con un inventario listo que hubiese proporcionado todos los elementos de un
peritaje inmediato, esta operación, destinada a salvaguardar los intereses de los hijos,
habría podido tener lugar en ocho días, incluso dentro de los quince días posteriores al
deceso. La Sra. Dentu fue la primera en pedir que tuviese lugar sin demora y que la
liquidación de la herencia comenzase por ahí. En la previsión de que esas formalidades
no durasen más de un mes, se nombró, por el Tribunal de primera instancia, un
administrador provisional cuyos poderes no traspasaban este límite; pero a fuerza de
procedimientos dilatorios, de retrasos, de dificultades y de contratiempos de todo tipo,
se encontró el medio de ampliar los poderes de ese administrador dos meses aún, para
alcanzar en último término los tres meses que constituían el plazo máximo estipulado
par las clausulas del contrato.
Fue este administrador provisional, Sr. Sauvaître, quién recibió el libro Le Gaga,
mediante un documento cuya copia ha sido entregada al juez de instrucción y cuyo
original existen entre los contratos conservados en la editorial.
He aquí los términos del mismo:
Recibí del Sr. Sauvaître, administrador de la editorial Dentu, la suma de ………..
Me comprometo a entregar a la editorial Dentu una próxima novela, titulada Le
Gaga y que le entregaré lista para ser impresa y editada en el espacio de un año, como
máximo, a partir de este día.
París, 30 de junio de 1884
DUBUT DE LAFOREST
Los poderes del Sr. Sauvaître expiran el 13 de julio de 1884; la Sra. Dentu ha sido
declarada solo propietaria en esta última fecha y el contrato del 30 de junio tuvo lugar
pues sin su intervención: nosotros añadimos que no le fue comunicado hasta el despido
del Sr. Sauvaître, el 10 de diciembre de 1885, cuando este empleado tuvo que
reconocerse el único autor de los hechos que han comprometido la responsabilidad de
los dueños de la editorial y cuando, tras haberlo despedido por haber actuado así, como
en otras circunstancias, sin autorización y cometiendo un auténtico abuso de poder, se
ha buscado en los registros y los dossiers, de los que jamás había querido desprenderse
hasta los orígenes del asunto, siendo él el único responsable.
¿El hecho mismo de la recepción de un libro, con un año de adelanto, sin
autorización de nadie y por propia iniciativa de un administrador provisional,
comprometía desde entonces al sucesor de Dentu? Sin duda, a condición de que la Sra.
Dentu hubiese tenido conocimiento desde su toma de posesión de la casa comercial; ella
hubiese podido, desde entonces, aceptar o rechazar el contrato cerrado por el mandatario
de la sucesión.
Pero él no solo no se lo había comunicado, ni a ella ni a sus representantes, sino
que fue establecido que ella jamás tuviese conocimiento del compromiso, de la
recepción del manuscrito, de su envío a la imprenta y de la tirada y publicación del
libro.
Fue sobre esta constatación de su plena y entera buena fe como las persecuciones
dirigidas contra ella han sido trasladadas a su mandatario directo, que las ha aceptado;
pero él también actuó de buena fe y para negar su responsabilidad, como tiene el deber
de constatar aquí, a su vez, los hechos de la causa; él se ha explicado sobre este punto
con la misma lealtad ante el juez de instrucción, Sr. Athalin, un magistrado concienzudo
e imparcial.
Ahora bien, los poderes dados al administrador provisional excluían formalmente
toda firma de contratos nuevos con los autores. Ellos especificaban los actos generales
de gestión y de contabilidad con el fin de asegurar el buen funcionamiento de los
servicios interiores durante el periodo de transición que debía preceder a la toma de
posesión de la editorial por la Sra. Dentu; tenían por objeto permitir al administrador
arreglar y expedir los asuntos corrientes por cuenta del sucesor de Dentu o de la propia
sucesión, según que el precio de estimación que fuese fijado después de inventario y
peritaje de los fondos fuese aceptado o rechazado por la Sra. Dentu. Estas operaciones
no autorizaban al delegado de los herederos a cerrar ningún contrato nuevo. La prueba
de ello es que no ha pasado con ningún otro libro que el Gaga, salvo la firma de
aquellos que habían sido preparados por el propio Dentu en vida, y que además, para el
más importante de todos, de entre estos últimos, para aquel al que concernía la
publicación de una serie de volúmenes bajo el título el Decamerón, las negociaciones
fueron suspendidas hasta el día de la toma de posesión definitiva de la editorial por la
Sra. Dentu.
¿No hubiera debido ocurrir otro tanto para el volumen de Le Gaga, que constituía
un asunto nuevo y cuya responsabilidad debía pertenecer exclusivamente al sucesor de
Dentu y no al apoderado intermediario de la sucesión?
Hay mucho más. En previsión de las dificultades que encontraría en la ejecución
de los contratos firmados sin su autorización y que podían comprometerla a sus espaldas
y a su pesar, la Sra. Dentu había prohibido por adelantado al administrador que
negociase con los autores durante ese periodo. Nombrando como su representante al Sr.
Edmond Hippeau, al que había designado para negociar en su nombre con los autores,
había notificado al administrador provisional sus reservas por el cierre de todo contrato
pasado sin su consentimiento; fue el 25 de abril de 1884, once días después del
fallecimiento de Dentu, cuando ella eligió como su representante al Sr. Hippeau,
dirigiéndole la siguiente carta, que figura igualmente en el expediente del proceso:
25 de abril de 1884.
Mi querido amigo,
Como estoy demasiado ocupada por los asuntos de familia para tener que asumir
ahora la dirección de la editorial, ¿quiere tener la bondad de ver lo más pronto posible
al Sr. Sauvaître para comunicarle la carta de Gonzalès?
Puesto que usted ha querido ponerse a mi disposición durante las vacaciones que
le dejan tiempo libre, le doy plenos poderes para que negocie en mi nombre con los
autores que han de contratar la publicación de nuevas obras y actuar de acuerdo con el
Sr. Sauvaître en toda cuestión de negocios. Le ruego también que dé a conocer mi
decisión de conservar la editorial, conforme a los derechos que me da mi contrato
matrimonial, y dirigirla yo misma, y sola.
Crea, etc.
VDA. DE E. DENTU
Fue el mismo día que esta carta fue comunicada no solamente al Sr. Sauvaître,
sino al delegado de la Sociedad de Letrados, en presencia de varios miembros del
comité, entre los cuales se encontraban los Sres. Jules Clère, Eugène Moret y Pierre
Zaccone. Esta carta fue igualmente notificada algunos días más tarde a una delegación
de tres miembros de la Sociedad elegida por el comité para obtener de la Sra. Dentu
unas declaraciones precisas concernientes a la propiedad de la editorial, en interés de los
autores que tenían que negociar con el sucesor de Dentu o de aquellos que tenían que
reclamar las cuentas de obras que se encontraban en depósito. Los delegados eran los
Sres. Charles Valois, Gourdon de Genouillac y Charles Diguet.
Además, como circulaban, precisamente en la misma fecha, rumores de los que
varios periódicos se habían hecho eco, anunciando que la editorial iba a ser puesta en
venta, la Sra. Dentu había dirigido a los medios más importantes una carta que fue
publicada el 28 de abril, desmintiendo categóricamente esa noticia, divulgada con un
evidente y malicioso objetivo, en un momento en el que se empleaban por todas partes
los procedimientos de presión e intimidación más condenables para obligarla a
renunciar al legítimo ejercicio de sus derechos.
«La editorial me pertenece, decía ella, y mi intención es conservar sola la
dirección.»
Esta declaración pública y las explicaciones proporcionadas al mismo tiempo a
todos los interesados no podían dejar dudas a nadie sobre el carácter temporal y especial
de la gestión del administrador provisional. Estaba claro que este no tenía ninguna
autoridad para negociar con los autores en nombre de la Sra. Dentu, y que cometía una
usurpación de funciones y una impostura atribuyéndose el título de gerente, provisto de
plenos poderes, del que se había apoderado él mismo desde esa época.
Así, para no hablar más que de las consecuencias comerciales y civiles, la Sra.
Dentu tiene absolutos fundamentos para decir que el contrato de adquisición del libro El
Gaga, que ella y su representante autorizado han ignorado, constituye un abuso de
poder por parte del administrador provisional, y se reserva las acciones legales contra él
por las consecuencias, sean cuales sean, que han podido o puedan resultar de este hecho.
Además, ha sido establecido que este abuso de poder no es un hecho aislado y
que, durante toda la gestión del Sr. Sauvaître, tanto anteriormente como posteriormente
a la toma de posesión de la casa editorial por la Sra. Dentu, él se ha creído con derecho
a negociar directamente con los autores o los impresores y proveedores para todo tipo
de publicación o de negocios; estos actos han sido objeto de una nota que completa el
expediente del proceso y da lugar ya a las mismas reservas que el contrato para el libro
El Gaga.
Resulta, en efecto, de esta nota y de los documentos que han sido proporcionados
en apoyo de estos hechos al juez de instrucción, que la Sra. Dentu, una vez declarada
propietaria, el 13 de julio de 1884, se ha negado formalmente a dar al Sr. Sauvaître una
procuraduría general y que ha limitado estrictamente sus poderes a la recepción de la
correspondencia, letras cargadas y valores adquiridos y al cobro de las órdenes de pago
libradas por los administradores públicos, reservándose otros actos de dirección,
especialmente la firma y entrega de cheques, mandatos, contratos y valores, así como
las relaciones personales con los autores y la firma de contratos para los cuales ella
renovaba especialmente, mediante una carta del 29 de agosto de 1884, igualmente
comunicada al Sr. Athalin, el mandato de representarla, concedido al Sr. Edmond
Hippeau.
Es bastante singular constatar que fue el Sr. Sauvaître el primero en argumentar en
su defensa el no haber ingerido jamás en los asuntos concernientes a los autores, y que a
la misma hora en la que pretendía obtener de la Sra. Dentu plenos poderes
administrativos, como ella no podía concederle sin abdicar de toda autoridad y privarse
de todo control en su casa, él admitía ingenuamente su incompetencia para todas las
cuestiones relativas a la recepción y publicación de obras nuevas.
En efecto, cuando él enumeraba en su carta del 13 de julio de 1884, los servicios
que debían formar parte de sus atribuciones, quería conceder a la Sra. Dentu la dirección
literaria de su editorial, concluyendo en los siguientes términos:
La cuestión relativa a nuevos manuscritos es muy sencilla, es necesario que usted
sea consultada y que de su aprobación a su recepción.
Añado, etc.
L. SAUVAITRE.
Fue a esta carta a la que la Sra. Dentu respondió limitando formalmente el
mandato de este funcionario en los hechos de administración interior y renovando los
poderes de su representante, el Sr. Edmond Hippeau, único encargado del servicio de
los manuscritos y de las relaciones con los autores.
Toda la cuestión es saber si el Sr. Sauvaître se conformó con esas instrucciones, y
no nos ocuparemos más de la publicación del libro Le Gaga, sin detenernos en todos los
demás hechos de abuso de poder realizados por el Sr. Sauvaître, no solamente por los
actos administrativos de contabilidad, de escrituras y de negociaciones con proveedores
cerradas por él sin mandato y sin autorización expresa, sino por todos los actos de
dirección que no pertenecían más que a la Sra. Dentu o a su representante, Sr. Hippeau,
el conocer y solucionar.
Sobre estos hechos de abuso de poder, ha sido constatado ya que la mayoría de los
autores han visto modificado o roto sus contratos y los compromisos adquiridos entre
ellos y la librería, a consecuencia de la irregular e ilegítima intervención del Sr.
Sauvaître, y que además, los actos de su gestión han sido de una naturaleza tal que han
comprometido gravemente y mediante procedimientos por los que se hará justicia, los
intereses y la dignidad de la casa editorial.
Que el Sr. Sauvaître se defienda contra los comentarios maliciosos que el mundo
de los letrados ha podido recibir, cuando se le ha acusado de buscar la ruina de la
editorial Dentu por sus actuaciones, con el objetivo secreto de entregarla a un
comprador a bajo precio; que se justifique de las imputaciones que se le dirigen, de
negligencia voluntaria, de desorden premeditado, de gestión infiel e irregular, con el
supuesto móvil de comprometer a la viuda de Edouard Dentu, haciéndole atribuir a ella
sola, la responsabilidad de las torpezas, de las faltas y los errores de los que solo él sería
culpable, a consecuencia de los abusos de poder que se han denunciado; que confiese
haber servido de instrumento al complot, cuyo secreto hemos desvelado, complot
preparado mucho tiempo por adelantado, para arruinar y deshonrar a la mujer a la que se
pretendía despojar, arrancándole lo que es más sagrado que su fortuna: el patrimonio de
sus hijos; en definitiva, que se acuse él mismo tomando ahora la actitud de un enemigo
irreconciliable, o que se haga absolver por la confesión pública de sus errores, es a partir
de ahora asunto suyo y nosotros no penetraremos en las conciencias para extraer lo que
ellas quieren dejar ignorar a todos.
Es precisamente el proceso actual el que permite apreciar exactamente las
actuaciones que caracterizan la administración del Sr. Sauvaître y los abusos de poder
de los que es culpable.
___
Hemos dicho que el libro había sido recibido un año antes por adelantado, bajo la
administración provisional de un liquidador y a pesar de las reservas y la prohibición
expresa de la Sra. Dentu. La obra fue presentada bajo forma de manuscrito en la época
acordada entre él y el autor, en julio de 1885. Fue en esta época en la que el Sr.
Sauvaître, a pesar de las prohibiciones reiteradas que le habían sido hechas de pagar
adelantos sobre derechos de autor sin haber informado a la Sra. Dentu, incluso por obras
que ella habría rechazado directamente o por la intermediación de su representante,
entregó al Sr. Dubut de Laforest una suma equivalente a los derechos de autor de cuatro
ediciones del volumen. Él recibió el manuscrito y lo envió a imprimir sin leerlo.
Fue entonces cuando la novela llegó de la imprenta, en planchas, hacia finales de
septiembre, como el secretario, Sr. Emile Faure, informó sobre esta obra al Sr. Hippeau,
que regresaba entonces de un viaje de negocios por las ciudades balneario del centro.
Queda por definir la parte de responsabilidad del Sr. Hippeau, y lejos de intentar
minimizarla, él la reivindica de la forma más amplia posible. Leyó la obra en planchas y
declaró a continuación al Sr. Emile Faure que había que renunciar a publicarla si el
autor no consentía en retocar su libro de arriba abajo. El Sr. Dubut de Laforest consintió
en ello sin vacilar, defendiéndose siempre de haber producido una obra escandalosa:
reconoció que tratándose de un tema «de observación dura», según palabras de uno de
los críticos citados anteriormente, tenía el deber de descartar toda interpretación
maliciosa, absteniéndose de descripciones atrevidas y de términos equívocos; en
definitiva, reconoció la necesidad de revisar con el mayor cuidado su libro, atenuando
en la mayor proporción posible las crudezas de los términos patológicos propios de los
libros científicos, pero escabrosos en una novela de costumbres.
Esta modificación demostraba la prudencia, el tacto y la discreción del autor;
proporcionó hoy el arma que se dirige contra él. Por su parte, el Sr. Hippeau no creyó
que quedase aún bastante para exponerlo al reproche que había querido evitar por
encima de todo, tras haber cumplido con su deber, cara a cara con el autor, que
reclamaba toda su parte de responsabilidad, y mantenía en negar absolutamente la del
editor con una total abnegación.
¿Se podía ir más lejos, entrando en una vía de recriminaciones personales, poner
al desnudo tejemanejes interiores que no son de interés señalar aquí, y que, por lo
demás, no tienen más que una relación indirecta con la causa presente, pero se aplican a
todos los actos administrativos que han precedido al despido del Sr. Sauvaître? ¿Hay
que exponer la discreción, la paciencia, el tacto y la reserva de la que el representante
autorizado de la Sra. Dentu se creyó obligado a dar prueba ante todos los autores,
prohibiéndose él mismo ejercer ninguna acción con aquellos que, como el Sr. Dubut de
Laforest, se apoyaban en contratos cerrados en vida de Dentu, y dándose como tarea
especial unir a los apellidos de los ilustres escritores contratados por el buen renombre
de su predecesor, los de los laboriosos recién llegados, que intentan vencer mediante el
talento y el coraje en la ruda arena literaria, para elevarse al lugar de las maestros
desaparecidos? ¿Hay que ponerse a esta modesta y escrupulosa actitud del apoderado
las pretensiones altivas y las maneras agrias y tajantes del subalterno irresponsable,
queriendo arrancar hasta la menor parcela de autoridad y de control a aquellos de los
que no gozaba de su confianza más que para denigrarlos ante los autores, con los cuales
se arrogaba todos los derechos, manteniendo aparte, incluso poniendo en sospecha a los
que debían levantarse un día contra él como acusadores, cuando se había hecho el
juramento de Tartufo:
La casa es mía, yo la daré a conocer ?
Está cercano el día en el que estos hechos, que no se relacionan más que
incidentalmente con el proceso actual, sean sacados a la luz. Por cualquier abuso de
poder que haya cometido un empleado inferior, la responsabilidad de los jefes de la casa
no existe menos a los ojos de la ley y nosotros la asumimos, pero no sin protestar.
Nuestra defensa es la supresión del auténtico culpable, al que la ley no puede golpear
más que en nuestra persona. Incluso disculpados por el jurado, y ya absueltos por
nuestra propia conciencia, no tenemos menos el deber de hacer justicia sumaria y
ejemplar, y es el mismo día en el que la inculpación pesaba sobre nosotros cuando la
hemos hecho.
Tales son los hechos que han sido presentados ante el Sr. Athalin, juez de
instrucción, por el Sr. Dubut de Laforest, por el Sr. Edmond Hippeau, por la Sra. Dentu
y por el Sr. Sauvaître. Este último, tras haber constatado de entrada que asumía solo
toda la responsabilidad del asunto, se retractó de sus declaraciones y no se atrevió a
comparecer ante el jurado para defenderse a sí mismo.
No le faltará más hoy que erigirse por su parte en acusador y presentarse como
una vícitma. Algunos indicios dejarían suponer que incluso no retrocedería ante esta
inversión de los papeles; sin embargo, es bueno constatar que fue después de haber
reconocido por completo la exactitud de todos estos hechos, y cuando se confesaba
único responsable del asunto, hasta tal punto que proponía, en caso de una condena a
una multa para el editor, circunstancia que le parecía inadmisible, de hacerse cargo de la
suma a cuenta de sus recursos personales, que la Sra. Dentu creyó su deber rechazar esta
oferta desafortunada y responder mediante un despido simple y llano de este empleado.
Es bueno destacar que las explicaciones y las confesiones del Sr. Sauvaître en este tema
han sido recogidas en presencia de tres personas, las más importantes por su situación
en la editorial, y que fue a consecuencia de su confesión ante testigos como su despido
ha sido decidido y le ha sido informado inmediatamente y de forma irrevocable. Sin
embargo se le ha dejado la facultad de hacer una última llamada a la Sra. Dentu para
justificar su conducta, si creía poder hacerlo, pero no ha considerado útil apelar contra la
rigurosa medida de la que era objeto.
Es cierto que algunos periódicos, poco numerosos por otra parte, han publicado
algunos días más tarde una nota concebida en los términos más benevolentes para él, y
conteniendo una invitación no disimulada a los inversores capitalistas para ayudarlo a
constituir una editorial destinada a hacer competencia a la casa Dentu, bajo la dirección
de ese «funcionario modelo», según la propia expresión de dicha nota.
No sabemos si los inversores han sido seducidos por el prestigio de esta caída tan
hábilmente camuflada por las flores de una retórica por encargo, pero estamos seguros
de que la sombra del Sr. de Montyon, cuyas manes estaban evocadas en una elocuente
prosopopeya por el apologista anónimo del Sr. Sauvaître, no se ha estremecido en su
tumba.
Se deprende no obstante un hecho decisivo de esta rápida exposición de un asunto
que puede parecer tenebroso si se lo considera bajo otros aspectos aún misteriosos, y es
que la Sra. Dentu ha permanecido, de todas las formas posibles, absolutamente ajena, y
que no se ha considerado la posibilidad de inculparla. Aquel que se honra de ser elegido
para defender la dignidad y el honor de la editorial no puede lamentar más que una cosa:
que la calidad de subordinado irresponsable reconocido como principal culpable no le
permita rendir cuentas a la justicia por su intervención irregular en este asunto, siendo el
delito de abuso de poder justiciable en otra jurisdicción. El jurado no tendrá menos
elementos de apreciación necesarios para pronunciarse con toda la competencia y con
pleno conocimiento de causa, después de esas leales y precisas explicaciones; y en
cuanto a la opinión pública, sabemos desde este momento, que está con nosotros.
Pero la libertad del editor permanece íntegra, habiendo solicitado el autor toda
responsabilidad por su obra; no nos pertenece ni presentar su defensa ni pronunciar una
sola palabra que pueda proporcionar un argumento a sus acusadores. Ante la justicia, no
somos responsable más que desde el punto de vista del derecho; no tenemos que
ocuparnos del hecho sobre el que el juez de instrucción no nos ha ni siquiera
interrogado.
Así pues, y cuando el magistrado ha rechazado admitir que la intención haya
existido en el editor, ¿es posible que se incrimine, que se sospeche incluso de las
intenciones y la lealtad de los jefes de una casa, que tienen la ambición de justificar las
tradiciones? Si piden ser disculpados, si quieren ser juzgados únicamente por sus actos,
es que tienen la pretensión de rendir a la literatura los mismos servicios que sus ilustres
predecesores, debiéndose al apellido que la viuda de Edouard Dentu tiene a la vez de su
marido y su glorioso padre, Decamps, como su representante actual conserva
piadosamente el honor del apellido que está orgulloso de llevar.
En cuanto al autor, la perspectiva de un proceso criminal es menos lo que teme
que la confusión en la que esta acusación, hábilmente propagada por los enemigos de la
casa al servicio de la cual él dedica su actividad intelectual y su energía, puede arrojar
en la opinión pública. Es fácil adivinar lo que hubiesen hecho de esta casa respetada los
instigadores de las maquinaciones en la sombra de las que se vanagloriaban al poner la
mano sobre ella, si hubiesen podido despojar a aquella que legítimamente ha
conservado su propiedad, cuando se constata, así como se ha visto claramente aquí, las
tendencias contra las cuales la Sra. Dentu se ha visto reducida a luchar, y la obstinación
con la cual se intentaba oponerse a su autoridad y arruinar sus prerrogativas más
preciosas.
Cuando el jurado se haya pronunciado, y sea cual sea la sentencia, podemos
preecir que la opinión pública nos habrá absuelto por adelantado acogiendo nuestras
declaraciones y constatando con ello, según las etapas del proceso, el origen y las
circunstancias de las persecuciones. Estamos seguros de nuestra conciencia y de nuestro
sentido común, y no tememos el desprecio de una parte del público, pues lo hemos
dicho todo; él sabe ahora que los acusadores son unos calumniadores, y que los
acusados son personas honestas calumniadas.
Creemos haber arrojado la más completa luz, pues hemos querido decir todo antes
de que nuestros adversarios hayas podido confundir a la opinión pública denunciando
como culpables a aquellos que jamás lo han sido, asociándose por ahí a las tentativas
que tenían por objeto proporcionar la temible arma al complot dirigido contra una sola
mujer, sin defensa, expuesta a inconfesable concupiscencias, y teniendo incluso que
luchar contra la conspiración del silencio.
Lo que permanece desde este momento, es que se ha calumniado a los
representantes de la editorial Dentu y al autor de El Gaga, suponiendo que ha habido en
ellos la triste idea de publicar, no un estudio serio, de análisis intenso y profundo, sino
una obra escandalosa, cuando está demostrado que las persecuciones actuales no son
más que un accidente, debido, bien a un lamentable error de la justicia, bien a una serie
de maniobras criminales cuyos instigadores no permanecerán siempre impunes.
Pero, ocurra lo que ocurra, no se arrojara el descrédito sobre un escritor y su
editor, incriminando a este último en relación con un hecho que no compromete más
que su responsabilidad en derecho, reivindicando el autor, en voz muy alta, como para
todas sus obra precedentes, como para todos sus trabajos futuros, la plena y completa
responsabilidad moral.
EDMOND HIPPEAU.
Este opúsculo ya estaba en la imprenta en el momento en que la prensa parisina y
departamental comentaba las persecuciones ordenadas contra el libro le Gaga. Nos falta
tiempo para expresar las opiniones de nuestros colegas: Sres. Pierre Véron, del Monde
illustré; La Máscara de hierro, del Figaro; Lambert, del Gaulois; Sosie, del Paris;
Albert Dubrujeaud, del XIX Siècle; A. Peyrouton, de l’Echo de Paris; Mermeix, de la
France y del Tout-Paris; Charley, del Télégraphe; Un Halagador, de la Nation; Paul
d’Armon, de la France libre; Guillet, de la Journée; Thélene, de la Petite Gazette;
Marcel Fouquier, del Progrès libéral de Toulouse, etc., etc. Pero el autor se reserva
reproducir a la audiencia todos los artículos publicados sobre su obra poniendo de
manifiesto, desde hoy, que ni un periódico se ha mostrado favorable a las persecuciones.
PARIS
IMPRENTA DE G. BALITOUT & Cª
7, RUE Baillif, et rue de Valois, 18

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El caso del gaga

  • 1. EL CASO DEL « GAGA» POR EDMOND HIPPEAU CON UNA CARTA DE DUBUT DE LAFOREST PARIS 1886 E. DENTU, LIBRAIRE-ÉDITEUR PALAIS-ROYAL, 15-17-19, GALERIE D’ORLÉANS 1886
  • 2. Título original: Le affaire du «Gaga» Edmond Hippeau. Editorial Dentu. Paris 1886 Traducción José Manuel Ramos González. Pontevedra, abril 2014 para http://dubutdelaforest.blogspot.com
  • 4. INTRODUCCIÓN En vísperas de comparecer ante el jurado del Sena, mi amigo Edmond Hippeau consideró oportuno recoger la opinión pública de algunos hechos inherentes a la publicación de mi libro: Le Gaga. El Sr. Hippeau me ha solicitado que escribiese algunas páginas en mi defensa al principio de su alegato que le ha sido inspirado por su conciencia y corazón. No solo acedo encantado a su deseo, sino que espero que este opúsculo resulte para todos la prueba evidente de que el Sr. Hippeau, ajeno a la causa, no debía ser imputado. Esa es la cuestión capital. Pero antes de hacer pública la carta escrita el 12 de diciembre de 1885, – carta que me ha parecido conveniente no añadir a mi interrogatorio, estimando haber dicho lo suficiente para que la Fiscalía no prosiguiese con mi imputación, tengo que declarar lo siguiente: Varios colegas, – lo refrenderán en los debates, – me han dado inolvidables muestras de su estima literaria y su amistad, manifestando su intención de divulgarlas en prensa, y desde el primer día realizar una campaña a mi favor. He rogado a mis amigos que guardasen silencio; me daba por satisfecho con las numerosas críticas literarias ya publicadas sobre mi libro y no quería esos reclamos caritativos que tal vez ayuden a la venta de los volúmenes y a la piedad de los jueces, pero que siempre dejan tras ellos un poso amargo y doloroso. Tengo plena conciencia de haber producido una obra seria y reivindico en voz alta toda la responsabilidad. He aquí la carta del 12 de diciembre de 1885: ni añado, ni suprimo nada. AL SEÑOR ATHALIN Juez de instrucción del Tribunal del Sena. Palacio de Justicia. Señor juez de instrucción, Usted me ha autorizado a añadir, al interrogatorio al que acabo de someterme ante usted, algunas informaciones complementarias y sobre mi persona, mis escritos y sobre la novela el Gaga que ha motivado la acusación de ultraje a las buenas costumbres, y que usted ha sido encargado de instruir a instancias de la Fiscalía del Sena. Usted ha obedecido a un sentimiento de elevada justicia concediendo a un escritor francés el derecho y el poder de responder a su primera investigación. Se lo agradezco. Voy a hablarle de mi vida, Señor juez de instrucción; voy a exponerle mi obra y sus tendencias, sencillamente, lealmente. He pasado toda mi juventud trabajando. Siendo redactor de l’Avenir de la Dordogne, durante el periodo del 16 de mayo, fui perseguido y condenado por el tribunal correccional de Nontron, por la publicación de dos artículos republicanos, titulados: Nuestros Abogados de pueblo y Carta a un Ministro. He debutado en la vida literaria escribiendo un Ensayo sobre Italia y una Noticia sobre las obras de Villemain. Yo era licenciado en derecho; tenía la edad de abordar las funciones públicas; fui nombrado consejero de prefectura del Oise, bajo la recomendación especial de Gambetta, ese gran hombre que me honró con su amistad.
  • 5. En ese momento, – en enero de 1880, – acababa de terminar un estudio de costumbres en provincias: les Dames de Lamète, libro editado por la Biblioteca Charpentier. El volumen obtuvo un cierto éxito; allí defendía la libertad de conciencia, dramatizando las angustias y la desesperación de un joven médico al que una mujer clerical se negaba a concederle la mano de su hija en matrimonio, porque el doctor pertenecía a la Fran-Masonería. Mis amigos, los senadores y diputados de la Dordogne, el almirante Fourichon y el Sr. Chavoix en primer lugar, y luego los señores Dusolier, Garrigat, Theulier y Escande me ofrecieron su participación para obtener un ascenso en la administración; El propio Gambetta, que siempre recordaba a aquellos a los que había ayudado, Gambetta, que no me olvidaba, me invitó a proseguir una carrera tan felizmente comenzada. En el ministerio del Interior, las notas de mi expediente eran excelentes. Todo el mundo me decía: «Usted puede perfectamente compatibilizar la administración con la literatura… » Iba a ser nombrado subprefecto de 2ª clase; ¡tendría una prefectura a los treinta años!... Pero no. Me sentía arrastrado hacia otros objetivos; no me gustaba dejar recaer sobre mis colegas del consejo la parte de trabajo que ya no podía asumir, aunque ellos me hubiesen ofrecido espontáneamente hacerse cargo de mi tarea. Sí, quería estar en París, en Paris, cuanto antes: solamente allí, en la luz entrevista de la inteligencia y del saber, podría pensar, observar, estudiar todo a mis anchas. Mediante una carta publicada en los periódicos del Oise y de la Dordogne, solicité al ministro que dispusiera de mí, reafirmando de nuevo mis opiniones republicanas. El ministro de la Instrucción Pública me nombró oficial de academia, y más de trescientos de mis antiguos compañeros del Instituto de Périgueux, del Instituto de Limoges y de la Facultad de derecho de Burdeos, reconocieron esta recompensa ofreciendo, mediante una suscripción, un magnífico objeto artístico al joven autor de les Dames de Lamète. Luego publiqué mi segunda obra: Tête à l’envers, en la République française. Este libro, Tête a l’envers, es realmente el punto de partida de las ideas psicológicas y observaciones patológicas que me preocuparían más adelante. La novela plantea y define este problema médico y social: «¿Una mujer adúltera, en posesión de sus facultades mentales, es siempre responsable de sus actos sexuales?» La protagonista es una pobre criatura que se arroja en el vicio y luego llora sus crímenes, con todas sus lágrimas. «¿Qué he hecho? Se lamenta… ¡Oh! ¡soy una desgraciada!... Quería resistir… El instinto se impuso… ¡No pensaba en lo que hacía!...» Todavía tenía su cabeza para las preocupaciones del hogar, para toda su vida exterior; solo se volvía irresponsable en «ciertos periodos», siempre en el acto sexual. Este problema del libre albedrío interesó a Alexandre Dumas hasta tal punto, que el autor de Demi-Monde prometió escribir el prefacio de la novela. Finalmente, Dumas no lo entregó por motivos ajenos al autor y a su obra; pero desde esa época, mi querido e ilustre maestro me ha recompensado ampliamente, primero por su afecto constante, y luego, por medio de una admirable carta que me dirigió hace tres meses en la Vie moderne, con ocasión de la publicación de Le Faiseur d’hommes. Insisto sobre la importancia filosófica y social de ese documento, del que toda la prensa ha reproducido amplios extractos: la carta de Alexandre Duma sobre Le Faiseur d’Hommes es uno de los fragmentos más notables de su obra y de nuestros tiempos. Después de Tête à l’envers, escribí Un Américain de Paris en l’Indépendence belge. En esa ocasión me vi inspirado por el mismo deseo de investigación patológica. Se trata de un hombre peculiar, una especie de monstruo, cuya filosofía se resume mediante estas palabras cuyo rigor hace olvidar su trivialidad: «Tengo tanto corazón en
  • 6. el pecho como en las suelas de mis zapatos». Y el protagonista actúa con esa doctrina, luchando contra su mal genio y desesperándose de vencerse a sí mismo. La novela concluye con la irresponsabilidad del personaje, tras haber analizado las causas de los trastornos cerebrales, la gradual obliteración, la anulación del sentido de la moral. El Américain in Paris es un neurópata. La crueldad le produce goce. Pierre Ténard, – el americano Petrus Tinders, – es un neurópata; es un monómano, Señor juez de instrucción, como el pirómano que grita: «¡Qué hermoso es el fuego!...»; como el asesino que os responde con entusiasmo al interrogatorio: «¡Que bello es el rojo!... ¡Oh! ¡qué hermosa es la sangre!...» Luego llegó La Crucifiée. Esta obra vio el día en la Justice. Allí aún, el autor utiliza observaciones científicas, pues el protagonista, Samuel Heymann, parece que padece satiriasis. Este Heymann, – un marqués de Sombreuse en germen, – es un poseso de los sentidos, la víctima de los pecados de sus antepasados solamente unidos por lazos de consanguinidad. La novela de la Crucifiée demuestra que las familias se debilitan fatalmente si no viven más que de sus propias fuerzas; que las naciones se atrofian y se desmoronan si no se mezclan razas diferentes. Entre estos trabajos prolijos, he publicado dos volúmenes ilustrados por nuestros más grandes pintores: el Rêve d’un Viveur y los Contes à la Paresseuse, son relatos que ya habían aparecido en el Figaro, en l’Echo de Paris y en la Vie Moderne. Pero mi temperamento me empujó de nuevo a abordar los problemas de la ciencia. Es por lo que entregué Mademoiselle Tantale, la historia de una joven mujer afectada de incapacidad sexual, un libro tan atrevido como el Gaga, desde todos los puntos de vista, un libro favorablemente acogido por el profesor Charcot, por el doctor Dechambre, por el doctor Despine, por el profesor Lombroso de la Universidad de Turin, etc., etc. Mientras corregía las galeradas de Mademoiselle Tantale, escribí el Faiseur d’hommes en colaboración con el Sr. Ram-Baud. En el Faiseur d’hommes, novela precedida de un prólogo del Sr. Georges Barral, el alumno más preclaro de Claude Bernard, estudiamos la fecundación artificial en la especie humana. El doctor Dechambre, de la Academia de medicina, por no citar más que a un ilustre entre las celebridades médicas que nos invitan a perseverar en esta vía tan interesante como peligrosa, el doctor Dechambre ha escrito una amplia y poderosa crítica de nuestra obra en la Gazette hebdomadaire de médecine y de chirurgie, y luego un nuevo análisis en el Dictionnaire encyclopédique des sciences médicales. Debemos continuar el estudio con el Fils du Faiseur d’hommes y mostrar lo que será el hombre artificial, «a través de una humanidad engendrada mediante las viejas fórmulas», según la propia expresión de Alexandre Dumas. Ya volviendo solo a la tarea, publiqué Belle-Maman, en el Voltaire; mi querido redactor jefe, el Sr. Aurélien Scholl quiso apadrinar el libro. Impactado por los peligros de la cohabitación, de las constantes amenazas que ocurren en el hogar doméstico por las dulces expansiones, las caricias filiales, los desbordamientos de afecto que alejan todo temor del mal y también toda vigilancia de sí mismo, he estudiado la situación demasiado íntima de un yerno y de su joven suegra. Si el yerno se ha convertido en el amante de su suegra, es que esta, mediante las embriagueces de sus inconscientes ternuras, ha prendido el incendio en el cerebro del hombre y azuzado el fuego hasta en las entrañas de la bestia sensual. Una vez más, la ciencia, siempre la ciencia. Después de Belle-Maman se encuentra un relato titulado: Une livre de sang, un estudio dramatizado de la transfusión de la sangre humana. El tema es simple. Un viejo ha sido afectado de alineación mental; va a sucumbir a los delirios de grandeza; su hijo le devuelve la razón dándole su sangre. El loco está curado, pero el sabio muere víctima de su sacrificio.
  • 7. Incluso preparando los documentos de próximos estudios, experimenté un reposo moral escribiendo para la Nouvelle Presse, una gran novela de aventuras: les Dévorants de Paris y su continuación: l’Espion Gismarck. Esos dos volúmenes han sido prohibidos en Alemania y especialmente retirados en Estrasburgo, a instancias de la orden dictada por el Sr. de Manteuffel, entonces gobernador de Alsacia y Lorena. La prohibición de los alemanes ha afectado a varios fardos de mercancía, incluso a numerosas obras NO INCRIMINADAS que acompañaban el envío. Al respecto he intercambiado una correspondencia con el barón de Courcel, embajador de Francia en Berlín. Nuestro representante me ha pedido, en términos muy corteses, que no insista; y como no era mi deseo en absoluto generar conflictos diplomáticos, me he despedido del embajador, « y mi libro ha ido a reunirse con nuestros relojes.» La Baronne Emma, novela de la République Française, le Locataire du Père Loreille, folletín del Voltaire y Suzette, folletín del XIX Siecle, son estudios de costumbres contemporáneas. En La Baronne Emma, la cuestión patológica ocupa un lugar destacado. Estamos en presencia de un aristócrata, con el temperamento de un Medici, que, obsesionado por la pasión, abandona a su esposa por la hija de su granjero y se vuelve a la vez Clitandro y Don Juan. La madre del aristócrata, un sujeto de estudio de los doctores Charcot y Dumontpallier, es una vieja senil, el último residuo de esa nobleza gangrenada hasta la médula por sus orgías durante la Monarquía. Finalmente, Señor juez de instrucción, llego al Gaga. De todos mis libros, es en el que más tiempo y en el que más seriamente he trabajado; es el que me ha valido las críticas más halagadoras de los escritores que tengo en alta estima por su talento y carácter. El Gaga es tanto una obra de ciencia como una novela, en el sentido ordinario de la palabra. Para convencerse de ello basta ver el lugar que ocupan, en la historia allí desarrollada. la enfermedad, las páginas dedicadas a la historia de la decadencia romana, los relatos relativos a los Íncubos y los Súcubos, las observaciones puramente médicas y relativas a los neurópatas, a los seniles, a los satiriásicos. Ninguna palabra obscena ha salido a relucir en la imputación. Los pasajes incriminados se refieren a cuadros útiles para la comprensión del drama, absolutamente necesarios para el estudio patológico que es lo que constituye el fondo principal. Ya le he dicho, Señor juez de instrucción, como me había sido inspirada la génesis del libro. Una santa mujer, la madre de uno de mis compañeros de colegio, había visto a su marido condenado por la corte de la Dordogne por ultraje a la moral pública; y la madre, en mi presencia, había roto a llorar en un acceso de desesperación, exclamando: «¡Si no hubiese sido tan fea, me habría hecho la puta de mi marido; lo hubiese colmado de caricias y lujuria y mi marido no estaría en la cárcel!» Pero lo que no le he dicho, y lo que resulta de un modo impactante en mi obra, es la revolución moral que se ha producido en mí, en mis noches febriles, cuando, huyendo del placer, dedicándome por entero al trabajo, la imaginación ardiendo, teniendo en mi mesa la Gazette des Tribunaux y los libros de ciencia, manejaba la pluma como un escalpelo y sentía el instrumento fuerte y penetrante, registrando, y tal vez curando, las entrañas de los monstruos humanos; lo que no le he dicho es mi compasión ante la bestia humana enferma; lo que no le he dicho, es la cólera que me invade contra los seres innobles y conscientes que torturan a las mujeres y mancillan la infancia, contra
  • 8. los inmundos viciosos que, cada día, comparecen ante usted, para responder de crímenes tan espantosos de los que yo apenas he esbozado el cuadro, de los que sobre todo he buscado y analizado las causas. ¿Es el Gaga una glorificación del vicio? No, censura el vicio; lo flagela bajo todas sus formas. Para los lectores cuya imaginación no está suficientemente armada, los pasajes escabrosos son letra muerta; aquellos que leen entre líneas, la novela le inspirará un horror profundo de las voluptuosidades contra natura. Se dirán: «¡He aquí en lo que no se puede caer!» Y convirtiéndose en sus propios vigilantes, dominarán sus instintos perversos; no activarán esa levadura de bestialidad sensual que fermenta en la carne dormida de todos los seres. Al final del libro, los dos libertinos – el corruptor y su víctima – son castigados. El conde de Mauval ya no es senador; ni siquiera es un hombre. Se le ve reducido al «chocheo» eterno de los viejos que no fueron prudentes, al infantilismo doloroso de las ideas lúbricas que será incapaz de satisfacer. Justifica esa grave frase del filósofo Jouffroy, que mi querido colega Henri Second recordaba, recientemente, a propósito del Gaga: «El castigo de los hombres que han amado demasiado a las mujeres, es amarlas siempre.» El marqués de Sombreuse – el satiriásico indómito – se vuelve loco; acaba en Bicêtre. La vida de ambos personajes víctimas de su inacción no puede ser a partir de ahora más que un sufrimiento, una tumba; su muerte será espantosa: tal es la lección. Queda una gran y noble figura: la crucificada viva. La Sra. de Mauval podía abandonar a su verdugo, deshonrarle, matarle como a un perro, me han dicho o escrito algunos de mis lectores; ella no lo ha hecho; ha inmolado su pudor de mujer; ha bebido todo el poso del cáliz; ha sufrido todas las vergüenzas, soportado todas las angustias para salvar a su marido del manicomio y de la cárcel: tal es la conclusión moral de la obra. No, insisto, no hay nada en este estudio que no tenga razón de ser, y se buscaría en él vanamente un análisis, un documento, una escena, un cuadro que esté presente por mero placer, sin relacionarse de un modo directo e intenso con los caracteres de los personajes y las observaciones médicas que han guiado al autor. Y para concluir, Señor juez de instrucción, se lo repito, no tengo más que una diversión: el trabajo. En cinco años he escrito catorce volúmenes; no estoy al final de mi tarea; si fuese necesario podría redactar aquí lo que contaba en el prefacio de Mademoiselle Tantale, cuando el profesor Charcot me concedió el gran honor de aceptar la dedicatoria de ese libro. Yo decía: «Todos mis trabajos preliminares no son más que jalones plantados sobre el inmenso panorama de la vida contemporánea, panorama cuyos horizontes se modifican bruscamente, por la ráfaga de nuestras fiebres. Hay que caminar y caminar siempre, pues el tiempo no sabe esperar. El estudio de las sensaciones, aplicada a la historia de las costumbres, las condiciones de salud física de los individuos influyendo en las condiciones de salud moral y estableciendo los cimientos de las comedias y dramas, tal es la ruta que trato de seguir, como observador atento y no ingeniero diplomado. Este viaje de exploración, lo he comenzado primero en el pueblo, en la pequeña ciudad, y luego en Paris…» Este viaje, Señor juez de instrucción, lo continuaré sin tregua ni reposo; continuaré con la investigación del desconocido patológico en la especie humana. Desde hoy, en efecto, superando las tristezas del proceso que me amenaza, preparo los documentos de próximos estudios sobre la fecundación artificial y sobre los trabajos de un sabio cirujano.
  • 9. Puede suceder, y ocurrirá sin duda que, por una evolución natural de espíritu, abandone de vez en cuando el género de la novela para dedicarme a obras de pura ciencia. Sea cual sea el veredicto del jurado, no habrá que ver en esta nueva andadura el temor del autor en caer bajo el golpe de la ley a los reincidentes, sino sencillamente la sinceridad profunda de un hombre al que los dramas de la vida habrán interesado menos que las propias observaciones científicas. Después de tanta lucha, ahora que el porvenir es menos sombrío, que los primeros de entre los doctores y los más grandes escritores leen y discuten mis obras, usted no puede confundirme razonablemente con los autores de esas obras obscenas, sin literatura, sin intención científica, sin alcance moral, que deshonran el arte de escribir y la libertad de pensar. Quisiera agregar, Señor juez de instrucción, la seguridad de mis más distinguidos sentimientos. DUBUT DE LAFOREST
  • 10.
  • 11. La severidad de la ley que se invoca contra el autor y el editor del libro el Gaga, no es lo que nosotros tememos: son los desprecios de la opinión pública. Ante ella, reclamamos por encima de todo el derecho a la palabra, queriendo tomar en primer lugar al público por juez en nuestra causa. El autor y el editor tienen, en efecto, un primer deber que cumplir, el de defenderse contra una acusación que les atribuye a priori inclinaciones e intenciones que no son las suyas. Cuando el análisis desde el punto de vista del derecho sea zanjado por el veredicto del jurado, que apreciará la cuestión de buena fe, quedará al menos, incluso después de una absolución, un argumento de polémica que se usará por medio de una reticencia jesuítica o por vía de insinuación maliciosa. Nuestros adversarios, los que han puesto toda la carne en el asador para alentar este proceso, y que se vanaglorian ya de un éxito asegurado, quisieran poder decir, ocurra lo que ocurra: «El Sr. Dubut de Laforest ha sido perseguido por ultraje a las costumbres;» Y, lo que no es menos calumnioso: «La editorial Dentu ha sido perseguida por publicaciones pornográficas.» De la absolución, probable ya, no se hablará nunca; tan solo el hecho de ser expuestos ante un jurado nos expone a la difamación, y será mediante afirmaciones semejantes como se esforzarán en persuadir al público, a pesar de la absolución que esperamos obtener, que el autor de el Gaga es un escritor inmoral y que la casa Dentu es una editorial pornográfica. Eso es lo que nuestros adversarios quieren poder decir ya, eso es lo que los más atrevidos se atreven a decir o hacen decir cuando el valor les falta. Calumnias contra las cuales protestamos con la última de nuestras energías; y sea cual sea el desenlace del proceso, es necesario que la opinión pública sea informada sobre las circunstancias y los hechos de la causa, sin más dilación. De entrada, no queremos discutir si la Fiscalía se equivoca o no planteando querellas a los escritores y reclamando el respeto a la moral en la literatura, en el momento en que la ley acaba de proclamar con la más amplia clemencia la libertad de expresión y de pluma, tanto tiempo y tan injustamente oprimidas. No denunciamos a nuestros colegas, ni pretendemos establecer ninguna comparación entre este libro y tantos otros que, con la apariencia más inocente, tienden a turbar las conciencias y a suscitar codicias culpables y apetitos malsanos. No nos ocupamos de los libros escandalosos y de las publicaciones justamente llamadas pornográficas, que somos los primeros en denunciar, porque ese tipo de producciones no descansa sobre el estudio de los sentimientos y de las pasiones, ni sobre el análisis de fenómenos psicológicos y de los infinitos afectos del corazón humano, ni sobre las investigaciones patológicas. El autor al que se ha perseguido no pertenece a la literatura popular, y diga lo que diga el Sr. de Pressensé a sus corresponsales en el Athoenouem de Londres, él no apunta a los jefes de la escuela naturalista: Emile Zola, Edmond de Goncourt y Guy de Maupassant; admira las obras de esos maestros, pero nadie, excepto el Sr. de Pressensé, lo acusa de estar afiliado a esa escuela. El Sr. Dubut de Laforest realmente ocupa en la literatura contemporánea un lugar importante un poco aparte, así como testimonia el interés que en diversas ocasiones han suscitado sus obras entre las eminencias científicas de Francia y el extranjero: el profesor Lombroso, de la Universidad de Turin, el profesor Charcot, los filósofos Despine y Jules Soury, el doctor Dechambre, de la Academia de medicina de Paris. El autor del Gaga, que también es el autor de tantos otros curiosos estudios, entre los que recordaremos Tête à l’envers, Mademoiselle Tantale, Belle-maman, la
  • 12. Crucifiée, Un Américain de Paris, la Baronne Emma y Le Faiseur d’hommes, este infatigable escritor ha encontrado el medio de rejuvenecer, con gran éxito, los elementos un tanto envejecidos de la novela moderna, fortificando sus análisis mediante observaciones nuevas de patología. En el prólogo de uno de sus libros, del que el Sr. Aurélien Scholl ha aceptado la dedicatoria, el autor de Le Gaga se ha expresado muy claramente sobre las tendencias de sus obras. «Creo, dijo, que el arte es algo santo, no mancillado por el pecado original y que no debe tener sacerdotes, ni bautismos, ni pontífices… La novela de costumbres sufre una metamorfosis: con el estudio de las sensaciones tengo la firme creencia de caminar, como un pionero, sobre una tierra virgen…» Pero, para no hablar más que del libro incriminado, y solamente desde el punto de vista literario, he aquí las apreciaciones de cuatro de nuestros colegas más distinguidos en los periódicos más leídos. Los citaremos por orden de aparición: El Sr. Edmond Deschaumes, del Événement y de la Chronique Parisienne, el Sr. Henry Fouquier, redactor jefe del XIX Siècle, colaborador del Gil Blas; el Sr. Philippe Gille, del Figaro, y muy recientemente el Sr. Emile Dehau, del Siècle. Estas páginas de los maestros de la crónica darán a su vez una idea del carácter del escritor y de la filosofía de su obra: El Sr. Edmond Deschaumes: «… ¡Y Dubut de Laforest siempre trabajaba! » Meridional, infatigable, Dubut siempre ha tenido el cerebro bajo presión. Cuando no escribe, piensa. Por todas partes ve novelas. »– ¡Hay arsénico, decía un médico, en este palo de silla! »– ¡Hay una novela en no importa qué! – exclamaría Dubut de Laforest. » Atrevido, vibrante, buscando por todas partes molinos de viento, es un don Quijote de la idea y un narrador muy emotivo. Estilo rápido, imaginación fogosa, fecundidad inagotable: tales son los grandes rasgos del carácter del joven y brillante novelista. »… Acaba de publicar sus Contes à la paresseuse en la editorial Monnier. Hoy entrega el Gaga en la editorial Dentu. Mañana comenzará un folletín en un gran periódico. » Trabaja al mismo tiempo para la France, la République, Paris. Es uno de los dos autores del célebre Faiseur d’hommes. Es el Hombre-Novela, es Dubut de la Forest. » Es fecundo como Dumas padre, aventurero como un Gascon. Encuentra una tesis al levantarse y un tipo al acostarse. Sus sueños le sirven para dar con sus títulos. » Llegué una mañana al domicilio de Dubut. Instalado en su despacho, ya estaba enfrascado con las hojas que acababa de escribir, y entre sus labios mantenía un enorme cigarro cuya humareda lo envolvía. » –¡Vaya! ¿Fuma usted ahora desde la mañana? » – No soy yo el que fuma, me respondió Dubut con convicción, ¡es mi cerebro! » – Pronto será mediodía, le dije, salgamos a almorzar. Tengo un hambre de mil demonios. » Y Dubut de Laforest, inmerso en su trabajo: » – ¡Un final! ¡un final! ¡Eso es lo más duro de inventar!................. » EDMOND DESCHAUMES (L’Événement.) » 12 noviembre 1885. »
  • 13. Sr. Henry Fouquier: «… Un día, un hombre de genio, gran amigo y gran admirador de Dumas, como yo, cuando este acababa de estrenar una de sus comedias «fisiológicas», me dijo: «¡Ah! ¡qué hermoso guión para una obra de teatro acabo de encontrar para Dumas! Es la historia de un hombre joven que ama a una muchacha. La familia se opone al matrimonio, y, en el tercer acto, ¡ella consiente!» El amor simple es la salud del arte y la de nuestra sociedad. He aquí lo que quería decir, de forma irónica, el amigo de Dumas, – y tenía razón. Pero no se le escucha demasiado. » Ved, por ejemplo, la última novela de un hombre que no es nuestro enemigo, el Sr.Dubut de Laforest. El libro levanta polémica porque es audaz: lo merece porque en él hay talento. Pero yo no puedo impedir pensar en el camino recorrido por los novelistas desde Balzac. Aquí, la lección es impactante. Balzac ha pintado al barón Hulot: El Sr. Dubut de Laforest ha pintado el Gaga. Casi es el mismo personaje. Solamente, el amor- pasión se ha convertido, francamente, en el amor-enfermedad. Ustedes recuerdan al barón Hulot y a la baronesa. Jamás personajes algunos fueron más grandes. No hago incluso excepción con los más nobles y renombrados héroes de las tragedias clásicas, los Fedros y las Ifigenias. El barón es víctima de una especie de fatalidad, que de por sí ya es una enfermedad. Se hubiese dicho antaño que Vénus ofuscada lo había alcanzado con una flecha envenenada que él no podía arrancar de su pecho. Pero lucha aún contra esa espantosa necesidad de amar que lo devora. El hombre no ha desaparecido en él; tiene apariciones esporádicas y se rebela. Igualmente ocurre con la baronesa: es la mártir de la resignación, del amor que se inmola. Pero sobre su tumba se podrá levantar una estatua de puro mármol blanco. En treinta años las cosas han cambiado. El barón se ha transformado en el Gaga. Y su esposa lleva la resignación hasta complacencias sin nombre, tales que aún se puede llorarla, pero la piedad se asombra de ver a que degradaciones puede llegar la virtud. Nada más terrible que el espectáculo de una mujer que, para salvar de sí mismo a un anciano erótico, asume el rol de las peores mujerzuelas del arroyo y, para impedir que su marido vaya a vivir a lugares sórdidos, haga un lugar sórdido de su hogar conyugal. La concepción, lo repito, es de una fuerza sorprendente…. » HENRY FOUQUIER (Le Gil Blas) » 16 de noviembre de 1885. Sr. Philippe Gille: « Después de leer libros amarillos, azules y grises, llego a una novela que está levantando bastante polvareda en estos momentos: Le Gaga, del Sr. Dubut de Laforest. El Sr. Dubut de Laforest es joven y está lleno de razón ahora y luego también, porque madurará. Le Gaga es una novela de observación dura; un senador senil y sádico, un amigo inmundo, una esposa que lleva la abnegación hasta la exageración mediante actos insensatos tomados de las putas, a fin de retener a su marido en su alcoba. Eso es en dos palabras el meollo de la novela. Se puede adivinar que con tales protagonistas, el autor no nos lleva por los caminos del idilio. Confieso sin embargo que me esperaba más crudeza que la me he encontrado en el libro; el Sr. Dubut de Laforest se ha esforzado en salir de lo banal y ha hecho bien, pero nos ha mostrado demasiado a menudo la excepción y se equivoca. No tendré la crueldad de decirle que el gran maestro, el gran Balzac, ha tratado el mismo tema y ha encontrado el medio de ser todavía hoy el más
  • 14. joven de los jóvenes. Lo que diré sin embargo, es que la sencillez, la verdad nunca son banales y que la naturaleza es todavía bastante rica por sus bellezas para que se vea reducida a sus excepciones, a sus cosas ocultas, a sus verrugas y a sus deformidades. Dicho esto, constato un esfuerzo en Le Gaga (¡qué título!) y reconozco el derecho de que ese príncipe de los seniles sea examinado. Tras haber censurado al autor por haber obligado a la condesa (una madre que tiene una hija a punto de casarse) a realizar cabriolas sobre su cama para atraer al conde hacia el sendero de la virtud, detengo mis reservas. Este libro va a ser muy leído, estoy seguro de ello, y no dudo de su éxito en librerías, pero espero ansioso ver al joven autor pintarnos la sociedad desde otros puntos de vista… » PHILIPPE GILLE (Le Figaro) « 18 noviembre de 1885 » A continuación reproduciremos la crítica del Siècle. Este periódico había anunciado la persecución sometida al Gaga, quince días antes de la aparición de su Revista literaria. El autor quiere destacar, –en agradecimiento a nuestro valiente colega, – que el Siécle ha mantenido en relación con la obra, incluso ante el proceso criminal comenzado, toda su libertad de apreciación, y desea expresar aquí al Sr. Philippe Jourde, presidente del Sindicato de la prensa parisina y a su colaborador el Sr. Émile Dehau, su profunda gratitud. Sr. Émile Dehau: «… La condesa Julia de Mauval adora a su marido y, durante muchos años, su marido, hoy de unos cincuentas años de edad, ha correspondido a ese afecto. De pronto regresa del Extremo Oriente, como un torbellino, un personaje corrupto y fatal, el marqués de Sombreuse. Tiene algunos años más que su primo de Mauval, pero ha conservado un vigor que los excesos no han podido debilitar. De Sombreuse, que ha usado y abusado de todo, se enamora apasionadamente de su prima, la Sra. de Mauval, pero él sabe que la mujer es decente e incapaz de faltar nunca a su deber. ¿Qué maquina? Debilitar a base de excesos, idiotizar, convertir en senil, chocho, según la expresión popular, y ridiculizar al Sr. de Mauval. Esta empresa está maravillosamente llevada y obtiene un rotundo éxito. » La Sra. de Mauval no pierde el valor y consigue, tras mil torturas y múltiples sacrificios, arrancar a su marido de las garras del terrible corruptor. » Hay, en este libro tan vigoroso y tan poderoso del Sr. Dubut de Laforest, grandes cualidades de observación y análisis; es un estudio admirablemente traído y exhaustivo del corazón humano. El autor, sin embargo, me permitirá algunas objeciones; se debe la verdad a los escritores de talento y a sus amigos. Pues bien, nos ha parecido que algunas situaciones eran un poco forzadas, especialmente la visita que la Sra. de Mauval hace a una casquivana para pedirle que la inicie en los secretos de su oficio, a fin de poder retener a su marido. Es esta una crítica que en nada atenúa el mérito de esta original obra. » ÉMILE DEHAU (Le Siècle) » 3 de enero de 1886.»
  • 15. Nos conformamos con estas citas que sería fácil multiplicar. No se trata de una cuestión moral en los artículos de eminentes escritores, pero está claro que ninguno de ellos hubiese dejado de hacer reservas en este aspecto. Tomad el contenido de este libro, extraed su moralidad, y decidnos si la novela que denuncia el desenfreno y el vicio, que ensalza la obra de abnegación conyugal, es una publicación licenciosa, o si por el contrario la obra proclama las todopoderosas reglas eternas de la moral y el respeto por la familia y las leyes sociales. El autor se ha defendido a sí mismo; antes de verse obligado a defenderse, había tenido la buena fe de presentar su tesis moral y de reivindicar su responsabilidad; había admitido la necesidad de suavizar las formas y se había sometido a la vigilancia más severa ante su propia inspiración; ¿podía pedírsele más aún? La propia ley no castiga el crimen cuando no se constata la premeditación, la evidente intención de cometerlo. ¿Por qué entonces se nos persigue? ¿Por qué, a pesar de nuestras protestas, a pesar de las elogiosas críticas de nuestros colegas, tenemos que defendernos de una tendencia que jamás hemos tenido? ¿Por qué, no siendo culpable y habiendo querido y creído hacer una obra honesta y moral, estamos destinados a comparecer en el banco donde se van a sentar criminales comunes? Esta vez, ya no es nuestra propia conciencia de personas honestas lo que basta para justificarnos, debemos emprenderla con nuestros adversarios. No tendremos reparo en repetírselo si aún nos arrojan al rostro el insulto de «pornógrafo», epíteto que rechazamos como una infame calumnia; aun apelando a su equidad, no esperamos verlos ceder incluso ante la absolución pues lo que han querido ya lo han obtenido. Estamos perseguidos y siempre podrán decir: «Habéis sido perseguidos. Durante algunos meses, durante algunos días, habéis sido acusados de haber publicado un libro inmoral, de haber cometido un ultraje a las buenas costumbres.» Ese es el auténtico terreno donde se está desarrollando el proceso actual, y, tras haber respondido a los calumniadores, debemos investigar los móviles que los han inspirado, el interés que tenían en auspiciar esas persecuciones, y como el único hecho de ser citados ante el jurado constituye el arma más preciosa en sus manos contra nosotros, y tal vez contra otros. Hemos escuchado lo que decían los concurrentes ante los imputados, incluso en un momento en el que se les dejaba ya presentir. Era el propietario de una gran editorial quién decía a uno de nuestros amigos las siguientes palabras: «No tenemos ninguna razón para ser amables con la editorial Dentu.» Fue el representante de otra gran editorial que dijo ante uno de nosotros, en relación con la publicación de un libro de éxito, que varios editores se habían disputado: «Si se hubiese podido imputar en este asunto a la casa Dentu, sería su puntilla.» Fue el propietario de la primera librería, casa célebre en el mundo, quién dijo abiertamente, en relación con el proceso actual y en una fecha donde se realizaban maniobras, de las que nosotros conocemos todos los hilos, para atraer la atención de la Fiscalía sobre este libro y ponerla en disposición de actuar contra nosotros: «¡No, no es al autor a quien quiero, es a la editorial Dentu!» He aquí los hechos, he aquí el conjunto de actuaciones que nos llevan a declarar muy alto: No se trata de un libro ni de la cuestión de la inmoralidad, se trata de una casa editorial que busca, por todos los medios, desacreditar, arruinar, despojar si es posible. Pero, que se sepa bien, eso no solamente es imposible, eso sería, si fuese posible, una monstruosidad. No nos iremos por las ramas y diremos sin ambages a nuestros adversarios: «Es de vosotros de quienes se aprovechan los perseguidos, sois vosotros quienes los habéis provocado.» Is fecit cui prodest, reza un axioma jurídico, el único infalible, aquel en el
  • 16. que se inspiran invariablemente los más avispados agentes de la justicia humana, los de la prefectura de Policía y los de la Fiscalía. Digamos pues ahora quiénes somos nosotros y quiénes son ellos. De entrada, despojémonos de nuestras propias cualidades, como el autor ha hecho por su propia cuenta en el prefacio, y como nosotros lo hemos hecho ante el juez de instrucción. EDMOND HIPPEAU «Sin vanidad he de decir que he hecho serios estudios clásicos, habiendo obtenido éxito en concursos y conseguido mi diploma de licenciado en letras, al mismo tiempo que el de licenciado en derecho. Todo ello completándolo con trabajos personales y asociándome con grandes historiadores de los que he tenido el honor de ser el secretario: Amédée Thierry, Chéruel y Henri Martin, he seguido durante ocho años una carrera administrativa, que, en opinión de mis jefes jerárquicos y ministros que me han honrado con su apoyo, no ha sido sin brillo. Sin embargo he abandonado mi puesto en el ministerio de los asuntos exteriores, en 1878, para dedicarme únicamente a la carrera literaria, en la cual todavía no había hecho más que un aprendizaje concienzudo, pero tímido; colaboré en el Bien public, en l’Opinion nationale, en la Tribune, en l’Écho universal, con unos estudios de historia de la diplomacia, de crítica literaria y artística, incidentalmente había abordado las cuestiones candentes de la política militante. Ingresé en el Événement como principal redactor político, tras haber ratificado mi dimisión para vivir de mi pluma.– Lo digo de paso: el eminente sabio del que tengo el honor de llevar el apellido, no ha dejado, después de ochenta años de trabajo y con una obra considerable que hace autoridad en el mundo de las letras, la fortuna que hubiese permitido a los suyos considerar la vida como un divertido vaudeville donde está permitido no preocuparse del sustento. He conocido, con los deberes y las responsabilidades de la educación de tres hijos que viven de mi trabajo, los crueles extremos de la lucha por la existencia; habría podido sucumbir allí como tantos otros, y si mi coraje ha sido favorecido por felices circunstancias, no tengo el amor propio ni la ilusión de creerme más merecedor de ello o más hábil que el prójimo. La amistad de hombres eminentes que me han apoyado con sus consejos y su protección es lo que me ha ayudado a hacerme un nombre, y siempre les tendré el más profundo reconocimiento. » Desde que he alcanzado la mayoría de edad, he conocido las alternativas de la buena y mala fortuna, y, en el momento presente, a pesar de las enemistades que me han valido la independencia de mis opiniones y una firmeza de carácter de la que pretendo honrarme, tengo conciencia de haber siempre cumplido con mi deber de hombre honesto y de patriota. Exento del servicio militar, me he enrolado voluntariamente en los cazadores a pie, a principios de la guerra de 1870. Ningún caso nuevo de exención me impediría todavía cumplir con mi deber al lado de los tres reclutas que he dado al ejército para la futura revancha.» » Hay, analizad mi vida, sopesad mis trabajos, mis escritos, todos esos artículos realizados, publicados durante catorce años día a día en defensa del derecho, de la justicia; apreciad los servicios que he podido rendir a la causa republicana, durante tres años de campaña en el Événement y cuatro como director del Avenir diplomatique; preguntad a todos aquellos con los que he colaborado y de los que conservé su amistad, eligiendo a las personalidades más elevadas del Parlamento, de la Prensa, y las del mundo de las letras y los artes, que han querido también contribuir al éxito de algunos volúmenes de crítica y de historia que he publicado; consultad incluso a mis
  • 17. adversarios, y si se encuentra uno solo que desmienta mi lealtad, mi rectitud, el coraje y todas las virtudes que conforman al hombre de honor y al hombre honesto, ¡que se levante y que hable!» – Sea lo que sea que nos depare el destino, estad convencidos de que caminaremos con la cabeza muy alta para no soportar jamás otra vergüenza como la indignación que inspira a nuestra conciencia una acusación contra la que no tendríamos que defendernos nunca. No somos nosotros los que debemos sonrojarnos, más bien serían nuestros adversarios los que deberían llevar la pena de los calumniadores y de los delatores. Decimos muy alto que la Instrucción no es responsable del error o de la iniquidad cometida: ella no ha podido desvincularse de la hábil maniobra en la que los magistrados han sido envueltos de igual modo que nosotros. Y ahora que se sabe que por parte de los inculpados no hay crimen, ni criminales, es necesario que los auténticos culpables comparezcan ante el público y que la opinión los censure. Pero no queremos dar carnaza a la Fiscalía: nos conformamos con exponer los hechos. ¿Contra quién está dirigido este proceso? Contra una mujer. ¿Cuál es el crimen de esta mujer? Ha gozado del respeto del apellido de su marido y tenido la abnegación maternal de sacrificar su descanso, su salud, su vida a los intereses de sus hijos. Esto es lo que hay que decir hoy, y es útil que lo gritemos por encima de los tejados, puesto que la justicia no puede alcanzar a los culpables, cuyas tortuosas intenciones, disimuladas con el arte de las sabias intrigas, pueden escapar a la represión de las leyes, pero no a la reprobación pública. Mañana, nuestros testigos comparecerán para atestiguar los hechos que vamos a re velar. Al menos, el proceso habrá sido divulgado, y, desenmascarando a nuestros adversarios, les desafiamos a que nos respondan o a que nos impidan demostrar los hechos que vamos a precisar. Situaremos pues el debate sobre su verdadero terreno. ¿Por qué se ha querido incriminar a la editorial Dentu y por qué se ha elegido como pretexto esta vaga acusación: Ultraje a las costumbres? Vamos a contar todo con la franqueza de la que venimos haciendo gala. «Buscad a la mujer», se dice a menudo. En esta ocasión, la encontraréis ante vosotros, y es ella la que pide justicia contra sus perseguidores. ____
  • 18.
  • 19. No hablaremos de los comparsas y agentes secundarios: un único personaje nos bastará para figurar en este debate como el instrumento directo y necesario de la conspiración preparada minuciosamente contra la editorial Dentu. Estos son los hechos: Edouard Dentu, el último descendiente de los grandes libreros que han dirigido la célebre casa del Palais-Royal hoy centenario, murió el 13 de abril de 1884. Dos días antes, un joven, su pariente, repetía a uno de nuestros testigos unas imprudentes palabras que desvelaban las componendas secretas que se tramaban ya a la cabecera del moribundo: «Se desheredará a la Sra. Dentu, se la desautorizará y se pondrá la editorial bajo secuestro.» No solamente son palabras imprudentes, la idea es criminal y odiosa. Y se ha traducido mediante una serie de hechos que serían demasiado largos de enumerar, pero de los que hay que hacer hincapié en el principal, el esencial: la tentativa confesa y constatada de arrancar a la Sra. Dentu la propiedad de su editorial, propiedad que le pertenece en exclusiva y de la que no puede ser desposeída más que por una maniobra fraudulenta o una sorpresa, pues sus derechos son elementos inatacables que nadie se ha atrevidos a cuestionarlos jamás. Ahora bien, no había más que un medio seguro, práctico, y hábil a la vez. La Sra. Dentu no había dado ningún pretexto para una demanda de secuestro o de consejo judicial, por lo que no se podía buscar más que en un hecho calificado de ultraje a las costumbres los elementos para intentar una acción contra ella para arrebatarle su tutela y privarla del ejercicio legítimo de sus derechos. En esta ocasión, los motivos de las persecuciones actuales se tambalean a pesar de todos los subterfugios y todos los disimulos. Pero no profundizaremos en los detalles de esta abominable maquinación. Solamente digamos, sin buscar intereses de familia en juego en este asunto, que el hermano mayor de Edouard Dentu había rechazado tomar la editorial a su cargo en 1849, a la muerte de su padre, Gabriel-André, y que la rechazó una segunda vez en 1884, a la muerte de su hermano. Su única hermana se casó con un funcionario judicial; no quedaba pues a la muerte de Dentu más que su viuda y sus dos hijas menores, la mayor casada desde hace unos días solamente. Estos son detalles íntimos que está permitido recordar, pues todos los periódicos sin excepción los han publicado al día siguiente de la muerte de Dentu: los artículos necrológicos que hacen mención de ello han sido reunidos en una hermosa publicación impresa por la Sra. Dentu y distribuida por ella a todos los amigos de su marido, a los miembros de la Sociedad de Letrados y a los periódicos que habían hecho aparecer dichos artículos. Es precisamente en esa fecha a la que se remonta el origen del actual proceso, no solamente porque las palabras citadas anteriormente denuncian a las claras las codicias y las pretensiones que se afirmaban cínicamente entre los enemigos de la familia de Edouard Dentu, sino porque el libro que se ha elegido para intentar esta persecución fue recibido, antes de ser escrito, con un año de adelanto, por el representante de la sucesión de Edouard Denu, antes de que la editorial hubiese sido oficialmente declarada propiedad personal de su viuda. Por lo demás, subrayaremos que nadie estaba cualificado, durante ese periodo, para contratar publicaciones adquiridas por cuenta del sucesor de Edouard Dentu. El contrato de matrimonio de los esposos Dentu había atribuido la común propiedad indivisa de la casa editorial reservando al último sobreviviente la propiedad exclusiva, mediando un precio a pagar a los herederos después de inventario y valoración. A falta
  • 20. de renuncia en el plazo de tres meses, a contar desde la fecha de defunción, se consideraría que el sobreviviente aceptaba. Con un inventario listo que hubiese proporcionado todos los elementos de un peritaje inmediato, esta operación, destinada a salvaguardar los intereses de los hijos, habría podido tener lugar en ocho días, incluso dentro de los quince días posteriores al deceso. La Sra. Dentu fue la primera en pedir que tuviese lugar sin demora y que la liquidación de la herencia comenzase por ahí. En la previsión de que esas formalidades no durasen más de un mes, se nombró, por el Tribunal de primera instancia, un administrador provisional cuyos poderes no traspasaban este límite; pero a fuerza de procedimientos dilatorios, de retrasos, de dificultades y de contratiempos de todo tipo, se encontró el medio de ampliar los poderes de ese administrador dos meses aún, para alcanzar en último término los tres meses que constituían el plazo máximo estipulado par las clausulas del contrato. Fue este administrador provisional, Sr. Sauvaître, quién recibió el libro Le Gaga, mediante un documento cuya copia ha sido entregada al juez de instrucción y cuyo original existen entre los contratos conservados en la editorial. He aquí los términos del mismo: Recibí del Sr. Sauvaître, administrador de la editorial Dentu, la suma de ……….. Me comprometo a entregar a la editorial Dentu una próxima novela, titulada Le Gaga y que le entregaré lista para ser impresa y editada en el espacio de un año, como máximo, a partir de este día. París, 30 de junio de 1884 DUBUT DE LAFOREST Los poderes del Sr. Sauvaître expiran el 13 de julio de 1884; la Sra. Dentu ha sido declarada solo propietaria en esta última fecha y el contrato del 30 de junio tuvo lugar pues sin su intervención: nosotros añadimos que no le fue comunicado hasta el despido del Sr. Sauvaître, el 10 de diciembre de 1885, cuando este empleado tuvo que reconocerse el único autor de los hechos que han comprometido la responsabilidad de los dueños de la editorial y cuando, tras haberlo despedido por haber actuado así, como en otras circunstancias, sin autorización y cometiendo un auténtico abuso de poder, se ha buscado en los registros y los dossiers, de los que jamás había querido desprenderse hasta los orígenes del asunto, siendo él el único responsable. ¿El hecho mismo de la recepción de un libro, con un año de adelanto, sin autorización de nadie y por propia iniciativa de un administrador provisional, comprometía desde entonces al sucesor de Dentu? Sin duda, a condición de que la Sra. Dentu hubiese tenido conocimiento desde su toma de posesión de la casa comercial; ella hubiese podido, desde entonces, aceptar o rechazar el contrato cerrado por el mandatario de la sucesión. Pero él no solo no se lo había comunicado, ni a ella ni a sus representantes, sino que fue establecido que ella jamás tuviese conocimiento del compromiso, de la recepción del manuscrito, de su envío a la imprenta y de la tirada y publicación del libro. Fue sobre esta constatación de su plena y entera buena fe como las persecuciones dirigidas contra ella han sido trasladadas a su mandatario directo, que las ha aceptado; pero él también actuó de buena fe y para negar su responsabilidad, como tiene el deber
  • 21. de constatar aquí, a su vez, los hechos de la causa; él se ha explicado sobre este punto con la misma lealtad ante el juez de instrucción, Sr. Athalin, un magistrado concienzudo e imparcial. Ahora bien, los poderes dados al administrador provisional excluían formalmente toda firma de contratos nuevos con los autores. Ellos especificaban los actos generales de gestión y de contabilidad con el fin de asegurar el buen funcionamiento de los servicios interiores durante el periodo de transición que debía preceder a la toma de posesión de la editorial por la Sra. Dentu; tenían por objeto permitir al administrador arreglar y expedir los asuntos corrientes por cuenta del sucesor de Dentu o de la propia sucesión, según que el precio de estimación que fuese fijado después de inventario y peritaje de los fondos fuese aceptado o rechazado por la Sra. Dentu. Estas operaciones no autorizaban al delegado de los herederos a cerrar ningún contrato nuevo. La prueba de ello es que no ha pasado con ningún otro libro que el Gaga, salvo la firma de aquellos que habían sido preparados por el propio Dentu en vida, y que además, para el más importante de todos, de entre estos últimos, para aquel al que concernía la publicación de una serie de volúmenes bajo el título el Decamerón, las negociaciones fueron suspendidas hasta el día de la toma de posesión definitiva de la editorial por la Sra. Dentu. ¿No hubiera debido ocurrir otro tanto para el volumen de Le Gaga, que constituía un asunto nuevo y cuya responsabilidad debía pertenecer exclusivamente al sucesor de Dentu y no al apoderado intermediario de la sucesión? Hay mucho más. En previsión de las dificultades que encontraría en la ejecución de los contratos firmados sin su autorización y que podían comprometerla a sus espaldas y a su pesar, la Sra. Dentu había prohibido por adelantado al administrador que negociase con los autores durante ese periodo. Nombrando como su representante al Sr. Edmond Hippeau, al que había designado para negociar en su nombre con los autores, había notificado al administrador provisional sus reservas por el cierre de todo contrato pasado sin su consentimiento; fue el 25 de abril de 1884, once días después del fallecimiento de Dentu, cuando ella eligió como su representante al Sr. Hippeau, dirigiéndole la siguiente carta, que figura igualmente en el expediente del proceso: 25 de abril de 1884. Mi querido amigo, Como estoy demasiado ocupada por los asuntos de familia para tener que asumir ahora la dirección de la editorial, ¿quiere tener la bondad de ver lo más pronto posible al Sr. Sauvaître para comunicarle la carta de Gonzalès? Puesto que usted ha querido ponerse a mi disposición durante las vacaciones que le dejan tiempo libre, le doy plenos poderes para que negocie en mi nombre con los autores que han de contratar la publicación de nuevas obras y actuar de acuerdo con el Sr. Sauvaître en toda cuestión de negocios. Le ruego también que dé a conocer mi decisión de conservar la editorial, conforme a los derechos que me da mi contrato matrimonial, y dirigirla yo misma, y sola. Crea, etc. VDA. DE E. DENTU
  • 22. Fue el mismo día que esta carta fue comunicada no solamente al Sr. Sauvaître, sino al delegado de la Sociedad de Letrados, en presencia de varios miembros del comité, entre los cuales se encontraban los Sres. Jules Clère, Eugène Moret y Pierre Zaccone. Esta carta fue igualmente notificada algunos días más tarde a una delegación de tres miembros de la Sociedad elegida por el comité para obtener de la Sra. Dentu unas declaraciones precisas concernientes a la propiedad de la editorial, en interés de los autores que tenían que negociar con el sucesor de Dentu o de aquellos que tenían que reclamar las cuentas de obras que se encontraban en depósito. Los delegados eran los Sres. Charles Valois, Gourdon de Genouillac y Charles Diguet. Además, como circulaban, precisamente en la misma fecha, rumores de los que varios periódicos se habían hecho eco, anunciando que la editorial iba a ser puesta en venta, la Sra. Dentu había dirigido a los medios más importantes una carta que fue publicada el 28 de abril, desmintiendo categóricamente esa noticia, divulgada con un evidente y malicioso objetivo, en un momento en el que se empleaban por todas partes los procedimientos de presión e intimidación más condenables para obligarla a renunciar al legítimo ejercicio de sus derechos. «La editorial me pertenece, decía ella, y mi intención es conservar sola la dirección.» Esta declaración pública y las explicaciones proporcionadas al mismo tiempo a todos los interesados no podían dejar dudas a nadie sobre el carácter temporal y especial de la gestión del administrador provisional. Estaba claro que este no tenía ninguna autoridad para negociar con los autores en nombre de la Sra. Dentu, y que cometía una usurpación de funciones y una impostura atribuyéndose el título de gerente, provisto de plenos poderes, del que se había apoderado él mismo desde esa época. Así, para no hablar más que de las consecuencias comerciales y civiles, la Sra. Dentu tiene absolutos fundamentos para decir que el contrato de adquisición del libro El Gaga, que ella y su representante autorizado han ignorado, constituye un abuso de poder por parte del administrador provisional, y se reserva las acciones legales contra él por las consecuencias, sean cuales sean, que han podido o puedan resultar de este hecho. Además, ha sido establecido que este abuso de poder no es un hecho aislado y que, durante toda la gestión del Sr. Sauvaître, tanto anteriormente como posteriormente a la toma de posesión de la casa editorial por la Sra. Dentu, él se ha creído con derecho a negociar directamente con los autores o los impresores y proveedores para todo tipo de publicación o de negocios; estos actos han sido objeto de una nota que completa el expediente del proceso y da lugar ya a las mismas reservas que el contrato para el libro El Gaga. Resulta, en efecto, de esta nota y de los documentos que han sido proporcionados en apoyo de estos hechos al juez de instrucción, que la Sra. Dentu, una vez declarada propietaria, el 13 de julio de 1884, se ha negado formalmente a dar al Sr. Sauvaître una procuraduría general y que ha limitado estrictamente sus poderes a la recepción de la correspondencia, letras cargadas y valores adquiridos y al cobro de las órdenes de pago libradas por los administradores públicos, reservándose otros actos de dirección, especialmente la firma y entrega de cheques, mandatos, contratos y valores, así como las relaciones personales con los autores y la firma de contratos para los cuales ella renovaba especialmente, mediante una carta del 29 de agosto de 1884, igualmente comunicada al Sr. Athalin, el mandato de representarla, concedido al Sr. Edmond Hippeau.
  • 23. Es bastante singular constatar que fue el Sr. Sauvaître el primero en argumentar en su defensa el no haber ingerido jamás en los asuntos concernientes a los autores, y que a la misma hora en la que pretendía obtener de la Sra. Dentu plenos poderes administrativos, como ella no podía concederle sin abdicar de toda autoridad y privarse de todo control en su casa, él admitía ingenuamente su incompetencia para todas las cuestiones relativas a la recepción y publicación de obras nuevas. En efecto, cuando él enumeraba en su carta del 13 de julio de 1884, los servicios que debían formar parte de sus atribuciones, quería conceder a la Sra. Dentu la dirección literaria de su editorial, concluyendo en los siguientes términos: La cuestión relativa a nuevos manuscritos es muy sencilla, es necesario que usted sea consultada y que de su aprobación a su recepción. Añado, etc. L. SAUVAITRE. Fue a esta carta a la que la Sra. Dentu respondió limitando formalmente el mandato de este funcionario en los hechos de administración interior y renovando los poderes de su representante, el Sr. Edmond Hippeau, único encargado del servicio de los manuscritos y de las relaciones con los autores. Toda la cuestión es saber si el Sr. Sauvaître se conformó con esas instrucciones, y no nos ocuparemos más de la publicación del libro Le Gaga, sin detenernos en todos los demás hechos de abuso de poder realizados por el Sr. Sauvaître, no solamente por los actos administrativos de contabilidad, de escrituras y de negociaciones con proveedores cerradas por él sin mandato y sin autorización expresa, sino por todos los actos de dirección que no pertenecían más que a la Sra. Dentu o a su representante, Sr. Hippeau, el conocer y solucionar. Sobre estos hechos de abuso de poder, ha sido constatado ya que la mayoría de los autores han visto modificado o roto sus contratos y los compromisos adquiridos entre ellos y la librería, a consecuencia de la irregular e ilegítima intervención del Sr. Sauvaître, y que además, los actos de su gestión han sido de una naturaleza tal que han comprometido gravemente y mediante procedimientos por los que se hará justicia, los intereses y la dignidad de la casa editorial. Que el Sr. Sauvaître se defienda contra los comentarios maliciosos que el mundo de los letrados ha podido recibir, cuando se le ha acusado de buscar la ruina de la editorial Dentu por sus actuaciones, con el objetivo secreto de entregarla a un comprador a bajo precio; que se justifique de las imputaciones que se le dirigen, de negligencia voluntaria, de desorden premeditado, de gestión infiel e irregular, con el supuesto móvil de comprometer a la viuda de Edouard Dentu, haciéndole atribuir a ella sola, la responsabilidad de las torpezas, de las faltas y los errores de los que solo él sería culpable, a consecuencia de los abusos de poder que se han denunciado; que confiese haber servido de instrumento al complot, cuyo secreto hemos desvelado, complot preparado mucho tiempo por adelantado, para arruinar y deshonrar a la mujer a la que se pretendía despojar, arrancándole lo que es más sagrado que su fortuna: el patrimonio de sus hijos; en definitiva, que se acuse él mismo tomando ahora la actitud de un enemigo irreconciliable, o que se haga absolver por la confesión pública de sus errores, es a partir de ahora asunto suyo y nosotros no penetraremos en las conciencias para extraer lo que ellas quieren dejar ignorar a todos.
  • 24. Es precisamente el proceso actual el que permite apreciar exactamente las actuaciones que caracterizan la administración del Sr. Sauvaître y los abusos de poder de los que es culpable. ___
  • 25. Hemos dicho que el libro había sido recibido un año antes por adelantado, bajo la administración provisional de un liquidador y a pesar de las reservas y la prohibición expresa de la Sra. Dentu. La obra fue presentada bajo forma de manuscrito en la época acordada entre él y el autor, en julio de 1885. Fue en esta época en la que el Sr. Sauvaître, a pesar de las prohibiciones reiteradas que le habían sido hechas de pagar adelantos sobre derechos de autor sin haber informado a la Sra. Dentu, incluso por obras que ella habría rechazado directamente o por la intermediación de su representante, entregó al Sr. Dubut de Laforest una suma equivalente a los derechos de autor de cuatro ediciones del volumen. Él recibió el manuscrito y lo envió a imprimir sin leerlo. Fue entonces cuando la novela llegó de la imprenta, en planchas, hacia finales de septiembre, como el secretario, Sr. Emile Faure, informó sobre esta obra al Sr. Hippeau, que regresaba entonces de un viaje de negocios por las ciudades balneario del centro. Queda por definir la parte de responsabilidad del Sr. Hippeau, y lejos de intentar minimizarla, él la reivindica de la forma más amplia posible. Leyó la obra en planchas y declaró a continuación al Sr. Emile Faure que había que renunciar a publicarla si el autor no consentía en retocar su libro de arriba abajo. El Sr. Dubut de Laforest consintió en ello sin vacilar, defendiéndose siempre de haber producido una obra escandalosa: reconoció que tratándose de un tema «de observación dura», según palabras de uno de los críticos citados anteriormente, tenía el deber de descartar toda interpretación maliciosa, absteniéndose de descripciones atrevidas y de términos equívocos; en definitiva, reconoció la necesidad de revisar con el mayor cuidado su libro, atenuando en la mayor proporción posible las crudezas de los términos patológicos propios de los libros científicos, pero escabrosos en una novela de costumbres. Esta modificación demostraba la prudencia, el tacto y la discreción del autor; proporcionó hoy el arma que se dirige contra él. Por su parte, el Sr. Hippeau no creyó que quedase aún bastante para exponerlo al reproche que había querido evitar por encima de todo, tras haber cumplido con su deber, cara a cara con el autor, que reclamaba toda su parte de responsabilidad, y mantenía en negar absolutamente la del editor con una total abnegación. ¿Se podía ir más lejos, entrando en una vía de recriminaciones personales, poner al desnudo tejemanejes interiores que no son de interés señalar aquí, y que, por lo demás, no tienen más que una relación indirecta con la causa presente, pero se aplican a todos los actos administrativos que han precedido al despido del Sr. Sauvaître? ¿Hay que exponer la discreción, la paciencia, el tacto y la reserva de la que el representante autorizado de la Sra. Dentu se creyó obligado a dar prueba ante todos los autores, prohibiéndose él mismo ejercer ninguna acción con aquellos que, como el Sr. Dubut de Laforest, se apoyaban en contratos cerrados en vida de Dentu, y dándose como tarea especial unir a los apellidos de los ilustres escritores contratados por el buen renombre de su predecesor, los de los laboriosos recién llegados, que intentan vencer mediante el talento y el coraje en la ruda arena literaria, para elevarse al lugar de las maestros desaparecidos? ¿Hay que ponerse a esta modesta y escrupulosa actitud del apoderado las pretensiones altivas y las maneras agrias y tajantes del subalterno irresponsable, queriendo arrancar hasta la menor parcela de autoridad y de control a aquellos de los que no gozaba de su confianza más que para denigrarlos ante los autores, con los cuales se arrogaba todos los derechos, manteniendo aparte, incluso poniendo en sospecha a los que debían levantarse un día contra él como acusadores, cuando se había hecho el juramento de Tartufo: La casa es mía, yo la daré a conocer ?
  • 26. Está cercano el día en el que estos hechos, que no se relacionan más que incidentalmente con el proceso actual, sean sacados a la luz. Por cualquier abuso de poder que haya cometido un empleado inferior, la responsabilidad de los jefes de la casa no existe menos a los ojos de la ley y nosotros la asumimos, pero no sin protestar. Nuestra defensa es la supresión del auténtico culpable, al que la ley no puede golpear más que en nuestra persona. Incluso disculpados por el jurado, y ya absueltos por nuestra propia conciencia, no tenemos menos el deber de hacer justicia sumaria y ejemplar, y es el mismo día en el que la inculpación pesaba sobre nosotros cuando la hemos hecho. Tales son los hechos que han sido presentados ante el Sr. Athalin, juez de instrucción, por el Sr. Dubut de Laforest, por el Sr. Edmond Hippeau, por la Sra. Dentu y por el Sr. Sauvaître. Este último, tras haber constatado de entrada que asumía solo toda la responsabilidad del asunto, se retractó de sus declaraciones y no se atrevió a comparecer ante el jurado para defenderse a sí mismo. No le faltará más hoy que erigirse por su parte en acusador y presentarse como una vícitma. Algunos indicios dejarían suponer que incluso no retrocedería ante esta inversión de los papeles; sin embargo, es bueno constatar que fue después de haber reconocido por completo la exactitud de todos estos hechos, y cuando se confesaba único responsable del asunto, hasta tal punto que proponía, en caso de una condena a una multa para el editor, circunstancia que le parecía inadmisible, de hacerse cargo de la suma a cuenta de sus recursos personales, que la Sra. Dentu creyó su deber rechazar esta oferta desafortunada y responder mediante un despido simple y llano de este empleado. Es bueno destacar que las explicaciones y las confesiones del Sr. Sauvaître en este tema han sido recogidas en presencia de tres personas, las más importantes por su situación en la editorial, y que fue a consecuencia de su confesión ante testigos como su despido ha sido decidido y le ha sido informado inmediatamente y de forma irrevocable. Sin embargo se le ha dejado la facultad de hacer una última llamada a la Sra. Dentu para justificar su conducta, si creía poder hacerlo, pero no ha considerado útil apelar contra la rigurosa medida de la que era objeto. Es cierto que algunos periódicos, poco numerosos por otra parte, han publicado algunos días más tarde una nota concebida en los términos más benevolentes para él, y conteniendo una invitación no disimulada a los inversores capitalistas para ayudarlo a constituir una editorial destinada a hacer competencia a la casa Dentu, bajo la dirección de ese «funcionario modelo», según la propia expresión de dicha nota. No sabemos si los inversores han sido seducidos por el prestigio de esta caída tan hábilmente camuflada por las flores de una retórica por encargo, pero estamos seguros de que la sombra del Sr. de Montyon, cuyas manes estaban evocadas en una elocuente prosopopeya por el apologista anónimo del Sr. Sauvaître, no se ha estremecido en su tumba. Se deprende no obstante un hecho decisivo de esta rápida exposición de un asunto que puede parecer tenebroso si se lo considera bajo otros aspectos aún misteriosos, y es que la Sra. Dentu ha permanecido, de todas las formas posibles, absolutamente ajena, y que no se ha considerado la posibilidad de inculparla. Aquel que se honra de ser elegido para defender la dignidad y el honor de la editorial no puede lamentar más que una cosa: que la calidad de subordinado irresponsable reconocido como principal culpable no le permita rendir cuentas a la justicia por su intervención irregular en este asunto, siendo el delito de abuso de poder justiciable en otra jurisdicción. El jurado no tendrá menos elementos de apreciación necesarios para pronunciarse con toda la competencia y con
  • 27. pleno conocimiento de causa, después de esas leales y precisas explicaciones; y en cuanto a la opinión pública, sabemos desde este momento, que está con nosotros. Pero la libertad del editor permanece íntegra, habiendo solicitado el autor toda responsabilidad por su obra; no nos pertenece ni presentar su defensa ni pronunciar una sola palabra que pueda proporcionar un argumento a sus acusadores. Ante la justicia, no somos responsable más que desde el punto de vista del derecho; no tenemos que ocuparnos del hecho sobre el que el juez de instrucción no nos ha ni siquiera interrogado. Así pues, y cuando el magistrado ha rechazado admitir que la intención haya existido en el editor, ¿es posible que se incrimine, que se sospeche incluso de las intenciones y la lealtad de los jefes de una casa, que tienen la ambición de justificar las tradiciones? Si piden ser disculpados, si quieren ser juzgados únicamente por sus actos, es que tienen la pretensión de rendir a la literatura los mismos servicios que sus ilustres predecesores, debiéndose al apellido que la viuda de Edouard Dentu tiene a la vez de su marido y su glorioso padre, Decamps, como su representante actual conserva piadosamente el honor del apellido que está orgulloso de llevar. En cuanto al autor, la perspectiva de un proceso criminal es menos lo que teme que la confusión en la que esta acusación, hábilmente propagada por los enemigos de la casa al servicio de la cual él dedica su actividad intelectual y su energía, puede arrojar en la opinión pública. Es fácil adivinar lo que hubiesen hecho de esta casa respetada los instigadores de las maquinaciones en la sombra de las que se vanagloriaban al poner la mano sobre ella, si hubiesen podido despojar a aquella que legítimamente ha conservado su propiedad, cuando se constata, así como se ha visto claramente aquí, las tendencias contra las cuales la Sra. Dentu se ha visto reducida a luchar, y la obstinación con la cual se intentaba oponerse a su autoridad y arruinar sus prerrogativas más preciosas. Cuando el jurado se haya pronunciado, y sea cual sea la sentencia, podemos preecir que la opinión pública nos habrá absuelto por adelantado acogiendo nuestras declaraciones y constatando con ello, según las etapas del proceso, el origen y las circunstancias de las persecuciones. Estamos seguros de nuestra conciencia y de nuestro sentido común, y no tememos el desprecio de una parte del público, pues lo hemos dicho todo; él sabe ahora que los acusadores son unos calumniadores, y que los acusados son personas honestas calumniadas. Creemos haber arrojado la más completa luz, pues hemos querido decir todo antes de que nuestros adversarios hayas podido confundir a la opinión pública denunciando como culpables a aquellos que jamás lo han sido, asociándose por ahí a las tentativas que tenían por objeto proporcionar la temible arma al complot dirigido contra una sola mujer, sin defensa, expuesta a inconfesable concupiscencias, y teniendo incluso que luchar contra la conspiración del silencio. Lo que permanece desde este momento, es que se ha calumniado a los representantes de la editorial Dentu y al autor de El Gaga, suponiendo que ha habido en ellos la triste idea de publicar, no un estudio serio, de análisis intenso y profundo, sino una obra escandalosa, cuando está demostrado que las persecuciones actuales no son más que un accidente, debido, bien a un lamentable error de la justicia, bien a una serie de maniobras criminales cuyos instigadores no permanecerán siempre impunes. Pero, ocurra lo que ocurra, no se arrojara el descrédito sobre un escritor y su editor, incriminando a este último en relación con un hecho que no compromete más que su responsabilidad en derecho, reivindicando el autor, en voz muy alta, como para
  • 28. todas sus obra precedentes, como para todos sus trabajos futuros, la plena y completa responsabilidad moral. EDMOND HIPPEAU.
  • 29. Este opúsculo ya estaba en la imprenta en el momento en que la prensa parisina y departamental comentaba las persecuciones ordenadas contra el libro le Gaga. Nos falta tiempo para expresar las opiniones de nuestros colegas: Sres. Pierre Véron, del Monde illustré; La Máscara de hierro, del Figaro; Lambert, del Gaulois; Sosie, del Paris; Albert Dubrujeaud, del XIX Siècle; A. Peyrouton, de l’Echo de Paris; Mermeix, de la France y del Tout-Paris; Charley, del Télégraphe; Un Halagador, de la Nation; Paul d’Armon, de la France libre; Guillet, de la Journée; Thélene, de la Petite Gazette; Marcel Fouquier, del Progrès libéral de Toulouse, etc., etc. Pero el autor se reserva reproducir a la audiencia todos los artículos publicados sobre su obra poniendo de manifiesto, desde hoy, que ni un periódico se ha mostrado favorable a las persecuciones.
  • 30. PARIS IMPRENTA DE G. BALITOUT & Cª 7, RUE Baillif, et rue de Valois, 18