1. La consolidación de la iglesia católica romana.
Durante los seis siglos de este lapso lo que más llama la atención, y es lo que usualmente
se recalca en las crónicas, es la consolidación del Pontificado Romano, que pasa a ser, -
exagerando-, el gobierno de la Cristiandad latina, mucho más que los mismos gobiernos
civiles y convertirá a la Iglesia más en autoridad política que espiritual. Esta confusión se
debió en gran parte a que la autoridad civil había tomado para sí, desde la oficialización
del cristianismo, las funciones religiosas: al Emperador correspondía el título de Vicario de
Cristo, y no es sino hacia el 1150, que el Pontífice romano lo rescata para su sede,
poniendo así en evidencia su supremacía en lo religioso (el Patriarca oriental nunca ha
sido Vicario de Cristo, título que en Bizancio pertenece al Emperador); hasta aquí todo
habría estado bien, pero fue inevitable que las cosas fueran más allá y pretendiera que la
autoridad del Emperador provenía de la Iglesia, pues, según la teoría del Bonifacio VIII en
su bula UnamSanctam (1296) habría dos espadas en la sociedad cristiana.