1. Consolidación de la Iglesia Romana.
Durante los seis siglos de este lapso lo que más llama la
atención, y es lo que usualmente se recalca en las crónicas,
es la consolidación del Pontificado Romano, que pasa a ser, -
exagerando-, el gobierno de la Cristiandad latina, mucho más
que los mismos gobiernos civiles y convertirá a la Iglesia más
en autoridad política que espiritual. Esta confusión se debió
en gran parte a que la autoridad civil había tomado para sí,
desde la oficialización del cristianismo, las funciones
religiosas: al Emperador correspondía el título de Vicario de
Cristo, y no es sino hacia el 1150, que el Pontífice romano lo
rescata para su sede, poniendo así en evidencia su
supremacía en lo religioso (el Patriarca oriental nunca ha sido
Vicario de Cristo, título que en Bizancio pertenece al
Emperador); hasta aquí todo habría estado bien, pero fue
inevitable que las cosas fueran más allá y pretendiera que la
autoridad del Emperador provenía de la Iglesia, pues, según
la teoría del Bonifacio VIII en su bula UnamSanctam (1296)
habría dos espadas en la sociedad cristiana y:
Ambas están en poder de la iglesia, la espada espiritual y la
material. La última debe ser empleada para el bien de la
Iglesia, la primera por la Iglesia misma; la primera por el
sacerdote, la última por reyes y capitanes, pero según la
voluntad y con la autorización del sacerdote. Una espada,
consecuentemente, deberá estar bajo la otra, y la autoridad
temporal sujeta a la espiritual... (cfr.Denzinger, 469).
De esta unidad espiritual, de la sujeción a una única Iglesia,
nació la idea de Europa como una unidad, reforzada aun más
por las guerras santas ("cruzadas") que promovió la Iglesia,
las cuales sembraron la semilla de un imperialismo, hasta
entonces no tan claramente sentido por la conciencia
europea.
En lo estrictamente religioso la centralización de la
2. administración eclesiástica, reitero, fue obra monástica,
impulsada por el deseo de los monjes de que los clérigos
realmente vivieran el ideal cristiano, y debe recalcarse, los
clérigos, no todo el pueblo cristiano, aunque las órdenes
mendicantes, a partir del siglo XII se entregarán a la tarea de
convertir al pueblo minuto y no sólo a la clerecía. La
centralización se logró mediante la creación de una
burocracia eclesiástica (la curia romana), para dilucidar
querellas eclesiásticas, puestas bajo su jurisdicción, así como
mediante la creación de universidades en las que se formaron
los profesionales que se harían cargo de estos menesteres y
mediante una sistemática disminución de las potestades y
jurisdicción de los obispos, quienes, -para todo fin práctico-,
perdieron su independencia, sin que de esto deba concluirse
que pasaron a ser obedientes siervos del Pontífice, pues el
gobierno civil, en sus continuas luchas con el eclesiástico,
centró sus contiendas precisamente en lo de a quién estaría
sujeto el obispo, si a la autoridad eclesiástica o a la civil, la
llamada lucha de las investiduras, cuya lógica se halla en que
el obispo era tanto autoridad religiosa como civil. A fin de
cuentas las iglesias cristianas quedarán sujetas, en realidad
de las cosas, a los poderes civiles, como será evidente en la
Reforma, que a fin de cuentas consistió en la creación de
iglesias nacionales que suplantarían a la universal: la capitis
deminutio, la depreciación del obispo es resultado irrefutable.
En la Iglesia romana pasa a ser lo que es hoy en día, un mero
burócrata dentro de una regimentada estructura burocrática,
en lugar del sucesor de los apóstoles, patriarca y señor último
de las cuestiones religiosas de su diócesis. Con todo, al
madurar la época, comenzó una resaca que trataría de
corregir las cosas, los movimientos conciliares, que intentaron
lograr que los obispos gobernaran la Iglesia, mediante los
concilios, lo que se alcanzó en las iglesias protestantes, pero
no en la Iglesia Romana, que continuaría como un monolito
centralista, hasta nuestros días.
3. En este período la Iglesia romana, que equivalía a la
Cristiandad latina, acumula un gran poder, y a la vez lo
pierde; sojuzga al poder civil, y es sojuzgada por él; se
asienta sobre la independencia que, -como señor feudal-,
deriva de sus posesiones en Italia, y es llevada al destierro de
Aviñón o manipulada por la aristocracia romana. Sus
escuelas catedralicias florecen en universidades, y desde las
universidades es tanto decantada la teología y convertida en
verdadera ciencia, como cuestionada la autoridad religiosa en
forma hasta entonces desconocida, desde la aurora de la
Cristiandad, cuando estuvo a merced de la crítica ilustrada de
los paganos.
De todo este crecimiento resultarán características externas e
interiores: sin importar quién hubiera sido el triunfador si la
Iglesia o el Imperio, la Iglesia se independiza casi totalmente
del poder y las influencias civiles; los papas son electos por
los cardenales, quienes son funcionarios nombrados por el
mismo pontífice, éste se convierte en tribunal de última
instancia en la mayor parte de las cuestiones civiles,
concebidas como religiosas (legitimación de los soberanos,
derecho de familia, administración de los sacramentos,
canonización de los santos, etc.). En lo interior, que es lo más
importante, se da una maduración de la concepción de Dios y
de su Ungido y una devoción moderna centrada en Cristo, por
donde se abandona la práctica cristiana hierática de la alta y
parte de la baja Edad Media: la religiosidad dejará de ser
liturgia de clérigos y adoración de reliquias, para convertirse
en un "vivir como Cristo" y no Cristo de cualquier forma, sino
crucificado.