Beethoven se propuso ir más allá que sus antecesores al unir sentimiento humano, obra de arte y mensaje humanista en sus composiciones. Aunque sufrió de sordera que empeoró con el tiempo, esto no impidió que compusiera obras maestras como su Sonata Claro de Luna, inspirada después de escuchar a una joven ciega tocar el piano y lamentarse de no poder ver la luna, lo que llevó a Beethoven a componer esta pieza para transmitir la sensación de ver la luna.
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Beethoven - Genio Romántico y la “Sonata quasi una fantasia”
1. Ludwig van Beethoven
El Genio Romántico y la “Sonata Quasi una fantasia”
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“Si algún compositor puede decir, al modo del Rey sol, “la Música soy yo”, ése es Ludwig van
Beethoven“. Así comienza Eugenio Trías, Catedrático de Estética en la Universidad Autónoma de
Barcelona, uno de sus ensayos sobre el artista de Bonn. La diferencia más importante, fruto
también de la época que le tocó vivir, entre Beethoven y Mozart es que el primero pensaba en sí
mismo como un “artista” (palabra que nunca aparece en la correspondencia del segundo).
Beethoven, en cambio, se consideraba parte conformante de una raza especial, un espíritu
creador y eso lo ponía al mismo nivel de la realeza y casi de los dioses.
Beethoven se propuso ir más allá que cualquiera de sus
antecesores. La composición era algo muy simple, su objetivo
último era unir sentimiento humano, obra de arte y mensaje
humanista en una sola partitura, de ahí que revisase hasta la
saciedad cada uno de los detalles y no dejara lugar a la
interpretación (tal vez ayudado por la invención del metrónomo,
que le permitió determinar el tempo con mayor exactitud).
Beethoven explotó los límites de la sonata hasta el último
paroxismo; tanto es así que tras él, se dice, nadie más compuso
grandes obras de este estilo, y quien lo intentó solamente logró
que se le comparara al Gran Romántico, como el caso de Mahler
en el siglo XX. Trabajaba hasta la saciedad cada una de sus
obras, tanto como para emplear años enteros en cada una de
ellas.
Goethe estaba absorto por la fuerza que desprendía su personalidad. Escribió: “nunca he
conocido un artista con tanta concentración espiritual, tanta intensidad, tanta vitalidad y gran
corazón. Entiendo muy bien lo difícil que debe resultarle adaptarse al mundo y sus formas”.
Personalmente, esta fuerza y esta pasión, además de en sus composiciones instrumentales, las
podemos encontrar en su escritura y en su mirada.
Beethoven, como Wagner posteriormente, sentía que el mundo le debía una vida porque él era un
genio. “La simple audición de la Heroica puede significar presentarse ante el monstruo de las
sinfonías. Una sinfonía más larga que cualquiera de las que se habían hecho jamás. Armonías
complejas, fuerza titánica, disonancias feroces, marcha fúnebre, intensidad paralizante”, decía
Schönberg.
Todo comenzó a cambiar cuando, tras esta composición, el genio comenzó a padecer dificultades
auditivas que empezaron a afligirlo aproximadamente. La Novena, Fidelio, Apassionata y otras
fueron compuestas en su época de extrema sordera. Cuando murió Beethoven estaba
componiendo la Décima sinfonía, de la que sólo nos ha pervivido el primer movimiento y gracias a
la atrevida reconstrucción de Barry Coope. La música de Beethoven no es cortés. Lo que él
ofrecía a sus oyentes era un sentimiento de drama, de conflicto y de resolución, como ningún
compositor había conseguido hacerlo luego. La música de la Novena no es bonita y tampoco
atractiva… es simplemente sublime.
2. Los quebrantos de Beethoven perduraron hasta su muerte. La sordera le producía dolores de
cabeza, le impedía escuchar sus propias composiciones. En su testamento escribió: “qué
humillación cuando alguien parado junto a mí oía una flauta y yo nada oía, o cuando alguien oía al
pastor en su canto y de nuevo yo nada oía. Varias veces llegué casi a la desesperación; un poco
más y hubiera puesto fin a mi vida. Fue mi arte lo único que me detuvo […] La recreación en la
sociedad humana, los pasajes más deleitables de la conversación, las confidencias; ninguna de
estas cosas es para mí […] si estoy en compañía de otros, cae sobre mí un terrible temor, el temor
de que lleguen a saber de mi condición“. La mitad de sus póstumas palabras están relacionadas
con sus tormentos y su desesperación en vida. Su temperamento fue ardiente, profundo, decía
que inhumano.
Sin embargo, la sordera de Beethoven dio lugar a una de las composiciones más bellas que el
genio ha podido escribir. “Sonata quasi una fantasía”, más conocida por el nombre que le dio el
crítico alemán Ludwig (que casualidad) Rellstab: Sonata Claro de Luna, por compararla al claro de
luna que se proyectaba en el Lago de Lucerna.
Dicha composición, entrando primero en un plano algo más técnico, “es una de las obras que el
lenguaje humano no puede comprender”, dice Berlioz. Beethoven afirmó con extrema humildad,
ante el gran éxito de la misma “he escrito obras mejores”. Tres movimientos componen la pieza:
un pianissimo (construido casi en su totalidad con las escalas mayores de la mano derecha, un
minuetto y un experimento en forma de sonata (pero que no lo es formalmente, de ahí el título
“sonata quasi una fantasía”), formada por una suerte de arpegios y escalas a dos manos en un
diálogo de réplica y contrarreplica.
Más bella es quizá la explicación romántica. Una buena noche de 1801, cuando ya contaba con
31 años, Beethoven paseaba por la ciudad de Boon con un colega de oficio. Beethoven,
atormentado siempre por su sordera, se lamentaba de no poder escucharlo claramente y tener
que prestarle atención en vano, por lo que a veces le dejaba una libreta que siempre llevaba
encima para poder comunicarse con mayor claridad, lo cual retrasaba mucho los diálogos. Al
pasar por una casa, su acompañante escuchó música. Ambos entraron en la misma.
Allí una muchacha, la Condesa Giulietta Guicciardi, de 17 años,
tocaba el piano. Beethoven se lamentó hasta el llanto de no
poder escuchar a mujer tan bella tocar esas notas, pero ella le
respondió diciendo “yo daría todo por ver una noche de claro
de luna”. Efectivamente, la condesa era ciega. Al fin y al cabo
él podía ver. Tan hondo caló esta desgracia en Beethoven que
se propuso componer una pieza con la que transmitir a Giuletta
Guicciardi la sensación que a él le invadía al contemplar, en
una noche de cielo limpio y profundo, la luna en su completa
entereza. Algunos estudiosos de música dicen que las tres
notas que se repiten desde el principio son la plasmación
sonora para las sílabas de la palabra “por qué” en alemán:
warum (va-a-rum) ¿Por qué aquella muchacha estaba ciega?, ¿por qué no podía ver la luna?,
¿por qué yo no puedo escuchar?, ¿por qué es tal mi sufrimiento? Las tribulaciones del genio eran
muchas, como hemos visto.
Algunos dicen que Beethoven terminó enamorándose de la muchacha, pero quizá es otra de esas
leyendas. Lo cierto es que escribir esta partitura le ayudó en cierta medida a salir de su
resentimiento. Le hizo mirar la vida con otros ojos, y nunca mejor dicho. Hasta donde llegó tal
mejora que años después escribiría el Himno de la Alegría.