1. REFERENCIAS LITERARIAS AL DUELO
“La ausencia es como una herida de metralla –dije-, en la que el
fragmento de metal se ha enquistado en un punto al que los cirujanos no
se atreven a llegar, así que deciden dejarlo. Al principio duele, duele
horrores, tanto que uno se maravilla de poder vivir con ello. Pero después
la piel crece en derredor hasta que ya no duele. No como antes, Pero de
vez en cuando se sienten esas punzadas cuando uno menos se lo espera, y
uno se da cuenta de que aquello está allí y siempre lo estará. Forma parte
de uno. Un punto fijo y duro en el interior.”
Robert Wilson
“Solo una muerte en Lisboa” pag 357-358.
RBA Editores
2. “El olor de mi madre estuvo mucho tiempo en la casa, pegado a los
sillones, a las faldillas de la mesa, el olor y los ruidos que ella hacía al
andar alejándose por el pasillo. Yo la veía a veces. Fugazmente, la veía.
Cuando entraba en casa, sentía su presencia detrás de la puerta, igual que
siempre, igual que cuando me esperaba alterada para preguntarme si era
cierto que era Milagros la mujer que conducía el taxi. Nunca te la quitarás
de encima decía. Y yo pensaba, ni a ti tampoco. La sentía igual que
entonces y el corazón me empezaba a latir y cuando, armada de valor,
miraba tras la puerta, ya había desaparecido…”
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“Es tremendo el daño que nos puede hacer un enfermo, primero nos
convierte en esclavos de su debilidad y luego, una vez que ha muerto, nos
hace preguntarnos si lo hicimos de buen grado o estuvimos deseando a
cada rato que se muriera. Y aunque estoy convencida de que en cierta
medida los remordimientos son necesarios para prevenir locuras tales
como acabar con la vida de tu madre antes de que tu madre acabe con la
3. tuya y que sólo los psicópatas no los tienen y sólo los ateos radicales los
evitan, los remordimientos después de que ella muriera fueron tan
continuos y agresivos que me llevaron primero al psiquiatra del seguro y
luego al sacerdote al que ella solía acudir y que tuvo el detalle de decir
una misa en su memoria sin que tuviéramos que abonarle nada, sólo por
amistad. Pero ni una cosa ni la otra dio resultado.”
Elvira Lindo
Una palabra tuya. Pág 101-102
Editorial Seix Barral. 2005
4. “Y, sin embargo, hay un esquema del duelo al que, en cierto modo, te
obligan a ajustarte. Si al cabo de dos días te ven riendo a carcajada
limpia, los que están a tu alrededor pensarán que lo haces para hacerles
sentir bien, o que es una postura artificial, o que has perdido el juicio.
Ahora bien, si al cabo de diez años lloras a tu amado como si hubiera
muerto hace cuatro días, nadie se acordará ni siquiera de que te sucedió
algo. De hecho, no es necesario esperar diez años. Al cabo de seis meses,
hablo con una conocida que estuvo muy atenta tras la muerte de él, y
cuando me pregunta cómo estoy y le digo que mejor, me dice: “¿Has
estado enferma?”. Desde fuera, el duelo de los demás pasa a un ritmo muy
distinto. Cuando pierdes a alguien muy querido, pasan cosas extrañas,
imprevisibles, intransferibles. Los comentarios que escuchas a tu
alrededor dan una idea del abismo que se abre entre el duelo de los demás
y el tuyo.”
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“...El arte tiene la peculiaridad, muy a menudo, de ser
extraordinariamente oportuno. ¿No os pasa a vosotros que escucháis una
canción y habla de eso, abrís una novela y habla de eso, veis una pintura y
5. habla de eso? A mí sí. O quizá es otra cosa que tenemos en común los
escritores paranoicos...”
Imma Monsó
Un hombre de palabra. Pág 122-123 y Pág 161
Editorial Alfaguara. 2006
6. “Mientras escribo esto, me doy cuenta de que no quiero terminar este
relato. Ni tampoco quería terminar el año. La locura disminuye, pero la
claridad no la sustituye. Busco objetivos y no encuentro ninguno.
En realidad, no quiero que el año termine porque sé que a medida que
pasen los días, cuando enero dé paso a febrero y febrero, al verano,
sucederán ciertas cosas. Mi imagen de John en el momento de su muerte
se irá haciendo menos inmediata, menos cruda. Será algo que sucedió otro
año. Mi percepción del propio John, del John vivo, se hará más lejana,
incluso “porrosa”, suavizada, transformada en cualquier cosa que sirva
mejor a mi vida sin él. En realidad, ya está empezando a suceder. Durante
todo el año he ido resiguiendo el calendario del año pasado: ¿qué hacíamos
este mismo día el año pasado? ¿Dónde cenamos? ¿Es el día que hace un
año volamos a Honolulu después de la boda de Quintana? ¿Es el día que
hace un año volvimos de París? ¿Es el día? Hoy, por primera vez, me doy
cuenta de que mi recuerdo de este día de hace un año era 31 de diciembre
de 2003. Hace un año, John no vio aquel día. John estaba muerto.
Cruzaba Lexington Avenue cuando me di cuenta de esto.
7. Sé que intentamos mantener vivos a los muertos: intentamos mantenerlos
vivos para que sigan con nosotros.
También sé que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que
debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos
muertos.
Dejarlos que se conviertan en la fotografía sobre la mesa.
Dejarlos que sean un nombre en las cuentas fiduciarias.
Soltarlos en el agua.
El saberlo no me hace más fácil tener que soltarlo en el agua.
De hecho, la constatación de que nuestra vida en común irá poco a poco
dejando de ser el centro de mi vida cotidiana, me pareció hoy, en
Lexington Avenue, una traición tan clara que perdí la noción del curso del
tráfico”
Joan Didion
El año del pensamiento mágico. Pág 209-210.
(Biblioteca Palabra de Mujer)
GLOBAL Rhythm. 2006
8. “Los dos días que pasaron en Berlín también fueron tristes. Se celebró el
funeral, y Bruno, Gretel, Padre, Madre y el Abuelo se sentaron en primera
fila; Padre llevaba su uniforme más impresionante, el almidonado y
planchado con las condecoraciones. Madre explicó a Bruno que Padre era
quien estaba más triste, porque había discutido con la Abuela y no habían
hecho las paces antes de que ella muriera.”
John Boyne
El niño con el pijama de rayas. Pág 176.
Ediciones Salamandra, 2007
9. “Es muy difícil escribir estas páginas, Paula, recorrer de nuevo las etapas
de este doloroso viaje, precisar los detalles, imaginar cómo habría sido si
hubieras caído en mejores manos, si no te hubieran aturdido con drogas,
si... ¿Cómo sacudirme la culpa? Cuando mencionaste la porfiria pensé que
exagerabas y en vez de buscar más ayuda confié en esta gente vestida de
blanco, les entregué sin reservas a mi hija. Es imposible retroceder en el
tiempo, no debo mirar hacia atrás, sin embargo no puedo dejar de hacerlo,
es una obsesión. Para mí sólo existe la certeza irremisible de este
hospital madrileño, el resto de mi existencia se ha esfumado en una densa
niebla.”
Isabel Allende
Paula. Pág 30-31.
Plaza & Janés Editores, 1994
10. “Te buscaba, hija. Pensaba en tu alma, atrapada en un cuerpo inmóvil
durante aquel largo año de 1992. A veces sentía una garra en la garganta y
apenas podía aspirar aire, o me agobiaba el peso de un saco de arena en el
pecho y me sentía enterrada en un hoyo, pero pronto me acordaba de
dirigir al respiración al sitio del dolor, con calma, como se supone que se
debe hacer durante el parto, y de inmediato disminuía la angustia.
Entonces visualizaba una escalera que me permitía salir del hoyo y subir a
la claridad del día, al cielo abierto. El miedo es inevitable, debo aceptarlo,
pero no puedo permitir que me paralice. Una vez dije –o escribí en alguna
parte- que después de tu muerte ya no tengo miedo de nada, pero no es
verdad, Paula. Temo perder o ver sufrir a las personas que amo, temo el
deterioro de la vejez, temo la creciente pobreza, violencia y corrupción
en el mundo. En estos años sin ti he aprendido a manejar la tristeza, a
hacerla mi aliada. Poco a poco tu ausencia y otras pérdidas de mi vida se
van convirtiendo en una dulce nostalgia. Eso es lo que pretendo en mi
tambaleante práctica espiritual: deshacerme de los sentimientos
negativos que impiden caminar con soltura. Quiero transformar la rabia en
energía creativa y la culpa en una burlona aceptación de mis fallas; quiero
barrer hacia fuera la arrogancia y la vanidad. No me hago ilusiones, nunca
alcanzaré el desprendimiento absoluto, la auténtica compasión o el estado
de éxtasis de los iluminados, parece que no tengo huesos de santa, pero
puedo aspirar a las migas: menos ataduras, algo de cariño hacia los demás,
la alegría de una conciencia limpia. “
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11. “Con Willie decidimos que era hora de tomar vacaciones. Estábamos
cansados y yo no lograba sacudirme el duelo, aunque ya habían
transcurrido casi cuatro años de tu muerte y tres de la desaparición de
Jennifer. Aún no sabía que la tristeza nunca se va del todo, se queda bajo
la piel; sin ella hoy no sería yo y no podría reconocerme en el espejo.”
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“A Willie le faltaba poco para los sesenta y yo recorría con paso dotaría
firme la década de los cincuenta, pero mi juventud terminó junto a ti,
Paula, en el corredor de los pasos perdidos de aquel hospital madrileño.”
Isabel Allende
La suma de los días. Pag 118-119, pag 140 y pag 179.
Random House Mondadori, S.A. 2007
12. ”Ahora están las dos delante del espejo que compartieron tantas veces. El
silencio o los comentarios que se refieren al maquillaje que la mayor
extiende sobre los párpados queridos de su hermana ocultan una
conversación subterránea que no son capaces de expresar. No pueden
nombrar a esa madre de la que tanto hblaron, robándole horas la sueño, en
los meses que siguieron a su muerte, con el fin inconsciente de liberarse,
a fuerza de recordarla, de aquella mujer cuya enfermedad marcó siete
años de sus vidas. No pueden nombrarl porque fueron educadas, cuando
ella aún vivía, para esconder las heridas y no quejarse, y saben de sobra
que su recuedo, en un día como éste, podría provocar un llanto por el que
luego sentirían vergüenza”
Elvira Lindo
Lo que me queda por vivir. Pág 59.
Seix Barral. Biblioteca breve. 2010