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REFERENCIAS LITERARIAS AL DUELO

“La   ausencia es como una herida de metralla –dije-, en la que el

fragmento de metal se ha enquistado en un punto al que los cirujanos no

se atreven a llegar, así que deciden dejarlo. Al principio duele, duele

horrores, tanto que uno se maravilla de poder vivir con ello. Pero después

la piel crece en derredor hasta que ya no duele. No como antes, Pero de

vez en cuando se sienten esas punzadas cuando uno menos se lo espera, y

uno se da cuenta de que aquello está allí y siempre lo estará. Forma parte

de uno. Un punto fijo y duro en el interior.”




Robert Wilson

“Solo una muerte en Lisboa” pag 357-358.

RBA Editores
“El     olor de mi madre estuvo mucho tiempo en la casa, pegado a los

sillones, a las faldillas de la mesa, el olor y los ruidos que ella hacía al

andar alejándose por el pasillo. Yo la veía a veces. Fugazmente, la veía.

Cuando entraba en casa, sentía su presencia detrás de la puerta, igual que

siempre, igual que cuando me esperaba alterada para preguntarme si era

cierto que era Milagros la mujer que conducía el taxi. Nunca te la quitarás

de encima decía. Y yo pensaba, ni a ti tampoco. La sentía igual que

entonces y el corazón me empezaba a latir y cuando, armada de valor,

miraba tras la puerta, ya había desaparecido…”




.........................................................................................................................




“Es      tremendo el daño que nos puede hacer un enfermo, primero nos

convierte en esclavos de su debilidad y luego, una vez que ha muerto, nos

hace preguntarnos si lo hicimos de buen grado o estuvimos deseando a

cada rato que se muriera. Y aunque estoy convencida de que en cierta

medida los remordimientos son necesarios para prevenir locuras tales

como acabar con la vida de tu madre antes de que tu madre acabe con la
tuya y que sólo los psicópatas no los tienen y sólo los ateos radicales los

evitan, los remordimientos después de que ella muriera fueron tan

continuos y agresivos que me llevaron primero al psiquiatra del seguro y

luego al sacerdote al que ella solía acudir y que tuvo el detalle de decir

una misa en su memoria sin que tuviéramos que abonarle nada, sólo por

amistad. Pero ni una cosa ni la otra dio resultado.”




Elvira Lindo
Una palabra tuya. Pág 101-102
Editorial Seix Barral. 2005
“Y, sin embargo, hay un esquema del duelo al que, en cierto modo, te

obligan a ajustarte. Si al cabo de dos días te ven riendo a carcajada

limpia, los que están a tu alrededor pensarán que lo haces para hacerles

sentir bien, o que es una postura artificial, o que has perdido el juicio.

Ahora bien, si al cabo de diez años lloras a tu amado como si hubiera

muerto hace cuatro días, nadie se acordará ni siquiera de que te sucedió

algo. De hecho, no es necesario esperar diez años. Al cabo de seis meses,

hablo con una conocida que estuvo muy atenta tras la muerte de él, y

cuando me pregunta cómo estoy y le digo que mejor, me dice: “¿Has

estado enferma?”. Desde fuera, el duelo de los demás pasa a un ritmo muy

distinto. Cuando pierdes a alguien muy querido, pasan cosas extrañas,

imprevisibles, intransferibles. Los comentarios que escuchas a tu

alrededor dan una idea del abismo que se abre entre el duelo de los demás

y el tuyo.”




.........................................................................................................................

“...El       arte          tiene          la       peculiaridad,                muy          a       menudo,                de   ser

extraordinariamente oportuno. ¿No os pasa a vosotros que escucháis una

canción y habla de eso, abrís una novela y habla de eso, veis una pintura y
habla de eso? A mí sí. O quizá es otra cosa que tenemos en común los

escritores paranoicos...”




Imma Monsó

Un hombre de palabra. Pág 122-123 y Pág 161

Editorial Alfaguara. 2006
“Mientras escribo esto, me doy cuenta de que no quiero terminar este

relato. Ni tampoco quería terminar el año. La locura disminuye, pero la

claridad no la sustituye. Busco objetivos y no encuentro ninguno.

En realidad, no quiero que el año termine porque sé que a medida que

pasen los días, cuando enero dé paso a febrero y febrero, al verano,

sucederán ciertas cosas. Mi imagen de John en el momento de su muerte

se irá haciendo menos inmediata, menos cruda. Será algo que sucedió otro

año. Mi percepción del propio John, del John vivo, se hará más lejana,

incluso “porrosa”, suavizada, transformada en cualquier cosa que sirva

mejor a mi vida sin él. En realidad, ya está empezando a suceder. Durante

todo el año he ido resiguiendo el calendario del año pasado: ¿qué hacíamos

este mismo día el año pasado? ¿Dónde cenamos? ¿Es el día que hace un

año volamos a Honolulu después de la boda de Quintana? ¿Es el día que

hace un año volvimos de París? ¿Es el día? Hoy, por primera vez, me doy

cuenta de que mi recuerdo de este día de hace un año era 31 de diciembre

de 2003. Hace un año, John no vio aquel día. John estaba muerto.

Cruzaba Lexington Avenue cuando me di cuenta de esto.
Sé que intentamos mantener vivos a los muertos: intentamos mantenerlos

vivos para que sigan con nosotros.

También sé que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que

debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos

muertos.

Dejarlos que se conviertan en la fotografía sobre la mesa.

Dejarlos que sean un nombre en las cuentas fiduciarias.

Soltarlos en el agua.

El saberlo no me hace más fácil tener que soltarlo en el agua.

De hecho, la constatación de que nuestra vida en común irá poco a poco

dejando de ser el centro de mi vida cotidiana, me pareció hoy, en

Lexington Avenue, una traición tan clara que perdí la noción del curso del

tráfico”




Joan Didion

El año del pensamiento mágico. Pág 209-210.

(Biblioteca Palabra de Mujer)

GLOBAL Rhythm. 2006
“Los dos días que pasaron en Berlín también fueron tristes. Se celebró el

funeral, y Bruno, Gretel, Padre, Madre y el Abuelo se sentaron en primera

fila; Padre llevaba su uniforme más impresionante, el almidonado y

planchado con las condecoraciones. Madre explicó a Bruno que Padre era

quien estaba más triste, porque había discutido con la Abuela y no habían

hecho las paces antes de que ella muriera.”




John Boyne

El niño con el pijama de rayas. Pág 176.

Ediciones Salamandra, 2007
“Es muy difícil escribir estas páginas, Paula, recorrer de nuevo las etapas

de este doloroso viaje, precisar los detalles, imaginar cómo habría sido si

hubieras caído en mejores manos, si no te hubieran aturdido con drogas,

si... ¿Cómo sacudirme la culpa? Cuando mencionaste la porfiria pensé que

exagerabas y en vez de buscar más ayuda confié en esta gente vestida de

blanco, les entregué sin reservas a mi hija. Es imposible retroceder en el

tiempo, no debo mirar hacia atrás, sin embargo no puedo dejar de hacerlo,

es una obsesión. Para mí sólo existe la certeza irremisible de este

hospital madrileño, el resto de mi existencia se ha esfumado en una densa

niebla.”




Isabel Allende

Paula. Pág 30-31.

Plaza & Janés Editores, 1994
“Te buscaba, hija. Pensaba en tu alma, atrapada en un cuerpo inmóvil

durante aquel largo año de 1992. A veces sentía una garra en la garganta y

apenas podía aspirar aire, o me agobiaba el peso de un saco de arena en el

pecho y me sentía enterrada en un hoyo, pero pronto me acordaba de

dirigir al respiración al sitio del dolor, con calma, como se supone que se

debe hacer durante el parto, y de inmediato disminuía la angustia.

Entonces visualizaba una escalera que me permitía salir del hoyo y subir a

la claridad del día, al cielo abierto. El miedo es inevitable, debo aceptarlo,

pero no puedo permitir que me paralice. Una vez dije –o escribí en alguna

parte- que después de tu muerte ya no tengo miedo de nada, pero no es

verdad, Paula. Temo perder o ver sufrir a las personas que amo, temo el

deterioro de la vejez, temo la creciente pobreza, violencia y corrupción

en el mundo. En estos años sin ti he aprendido a manejar la tristeza, a

hacerla mi aliada. Poco a poco tu ausencia y otras pérdidas de mi vida se

van convirtiendo en una dulce nostalgia. Eso es lo que pretendo en mi

tambaleante                práctica           espiritual:            deshacerme                 de       los      sentimientos

negativos que impiden caminar con soltura. Quiero transformar la rabia en

energía creativa y la culpa en una burlona aceptación de mis fallas; quiero

barrer hacia fuera la arrogancia y la vanidad. No me hago ilusiones, nunca

alcanzaré el desprendimiento absoluto, la auténtica compasión o el estado

de éxtasis de los iluminados, parece que no tengo huesos de santa, pero

puedo aspirar a las migas: menos ataduras, algo de cariño hacia los demás,

la alegría de una conciencia limpia. “



.........................................................................................................................
“Con Willie decidimos que era hora de tomar vacaciones. Estábamos

cansados y yo no lograba sacudirme el duelo, aunque ya habían

transcurrido casi cuatro años de tu muerte y tres de la desaparición de

Jennifer. Aún no sabía que la tristeza nunca se va del todo, se queda bajo

la piel; sin ella hoy no sería yo y no podría reconocerme en el espejo.”



.........................................................................................................................



“A Willie le faltaba poco para los sesenta y yo recorría con paso dotaría

firme la década de los cincuenta, pero mi juventud terminó junto a ti,

Paula, en el corredor de los pasos perdidos de aquel hospital madrileño.”



 Isabel Allende

 La suma de los días. Pag 118-119, pag 140 y pag 179.

 Random House Mondadori, S.A. 2007
”Ahora están las dos delante del espejo que compartieron tantas veces. El

silencio o los comentarios que se refieren al maquillaje que la mayor

extiende sobre los párpados queridos de su hermana ocultan una

conversación subterránea que no son capaces de expresar. No pueden

nombrar a esa madre de la que tanto hblaron, robándole horas la sueño, en

los meses que siguieron a su muerte, con el fin inconsciente de liberarse,

a fuerza de recordarla, de aquella mujer cuya enfermedad marcó siete

años de sus vidas. No pueden nombrarl porque fueron educadas, cuando

ella aún vivía, para esconder las heridas y no quejarse, y saben de sobra

que su recuedo, en un día como éste, podría provocar un llanto por el que

luego sentirían vergüenza”



Elvira Lindo

Lo que me queda por vivir. Pág 59.

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  • 1. REFERENCIAS LITERARIAS AL DUELO “La ausencia es como una herida de metralla –dije-, en la que el fragmento de metal se ha enquistado en un punto al que los cirujanos no se atreven a llegar, así que deciden dejarlo. Al principio duele, duele horrores, tanto que uno se maravilla de poder vivir con ello. Pero después la piel crece en derredor hasta que ya no duele. No como antes, Pero de vez en cuando se sienten esas punzadas cuando uno menos se lo espera, y uno se da cuenta de que aquello está allí y siempre lo estará. Forma parte de uno. Un punto fijo y duro en el interior.” Robert Wilson “Solo una muerte en Lisboa” pag 357-358. RBA Editores
  • 2. “El olor de mi madre estuvo mucho tiempo en la casa, pegado a los sillones, a las faldillas de la mesa, el olor y los ruidos que ella hacía al andar alejándose por el pasillo. Yo la veía a veces. Fugazmente, la veía. Cuando entraba en casa, sentía su presencia detrás de la puerta, igual que siempre, igual que cuando me esperaba alterada para preguntarme si era cierto que era Milagros la mujer que conducía el taxi. Nunca te la quitarás de encima decía. Y yo pensaba, ni a ti tampoco. La sentía igual que entonces y el corazón me empezaba a latir y cuando, armada de valor, miraba tras la puerta, ya había desaparecido…” ......................................................................................................................... “Es tremendo el daño que nos puede hacer un enfermo, primero nos convierte en esclavos de su debilidad y luego, una vez que ha muerto, nos hace preguntarnos si lo hicimos de buen grado o estuvimos deseando a cada rato que se muriera. Y aunque estoy convencida de que en cierta medida los remordimientos son necesarios para prevenir locuras tales como acabar con la vida de tu madre antes de que tu madre acabe con la
  • 3. tuya y que sólo los psicópatas no los tienen y sólo los ateos radicales los evitan, los remordimientos después de que ella muriera fueron tan continuos y agresivos que me llevaron primero al psiquiatra del seguro y luego al sacerdote al que ella solía acudir y que tuvo el detalle de decir una misa en su memoria sin que tuviéramos que abonarle nada, sólo por amistad. Pero ni una cosa ni la otra dio resultado.” Elvira Lindo Una palabra tuya. Pág 101-102 Editorial Seix Barral. 2005
  • 4. “Y, sin embargo, hay un esquema del duelo al que, en cierto modo, te obligan a ajustarte. Si al cabo de dos días te ven riendo a carcajada limpia, los que están a tu alrededor pensarán que lo haces para hacerles sentir bien, o que es una postura artificial, o que has perdido el juicio. Ahora bien, si al cabo de diez años lloras a tu amado como si hubiera muerto hace cuatro días, nadie se acordará ni siquiera de que te sucedió algo. De hecho, no es necesario esperar diez años. Al cabo de seis meses, hablo con una conocida que estuvo muy atenta tras la muerte de él, y cuando me pregunta cómo estoy y le digo que mejor, me dice: “¿Has estado enferma?”. Desde fuera, el duelo de los demás pasa a un ritmo muy distinto. Cuando pierdes a alguien muy querido, pasan cosas extrañas, imprevisibles, intransferibles. Los comentarios que escuchas a tu alrededor dan una idea del abismo que se abre entre el duelo de los demás y el tuyo.” ......................................................................................................................... “...El arte tiene la peculiaridad, muy a menudo, de ser extraordinariamente oportuno. ¿No os pasa a vosotros que escucháis una canción y habla de eso, abrís una novela y habla de eso, veis una pintura y
  • 5. habla de eso? A mí sí. O quizá es otra cosa que tenemos en común los escritores paranoicos...” Imma Monsó Un hombre de palabra. Pág 122-123 y Pág 161 Editorial Alfaguara. 2006
  • 6. “Mientras escribo esto, me doy cuenta de que no quiero terminar este relato. Ni tampoco quería terminar el año. La locura disminuye, pero la claridad no la sustituye. Busco objetivos y no encuentro ninguno. En realidad, no quiero que el año termine porque sé que a medida que pasen los días, cuando enero dé paso a febrero y febrero, al verano, sucederán ciertas cosas. Mi imagen de John en el momento de su muerte se irá haciendo menos inmediata, menos cruda. Será algo que sucedió otro año. Mi percepción del propio John, del John vivo, se hará más lejana, incluso “porrosa”, suavizada, transformada en cualquier cosa que sirva mejor a mi vida sin él. En realidad, ya está empezando a suceder. Durante todo el año he ido resiguiendo el calendario del año pasado: ¿qué hacíamos este mismo día el año pasado? ¿Dónde cenamos? ¿Es el día que hace un año volamos a Honolulu después de la boda de Quintana? ¿Es el día que hace un año volvimos de París? ¿Es el día? Hoy, por primera vez, me doy cuenta de que mi recuerdo de este día de hace un año era 31 de diciembre de 2003. Hace un año, John no vio aquel día. John estaba muerto. Cruzaba Lexington Avenue cuando me di cuenta de esto.
  • 7. Sé que intentamos mantener vivos a los muertos: intentamos mantenerlos vivos para que sigan con nosotros. También sé que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos muertos. Dejarlos que se conviertan en la fotografía sobre la mesa. Dejarlos que sean un nombre en las cuentas fiduciarias. Soltarlos en el agua. El saberlo no me hace más fácil tener que soltarlo en el agua. De hecho, la constatación de que nuestra vida en común irá poco a poco dejando de ser el centro de mi vida cotidiana, me pareció hoy, en Lexington Avenue, una traición tan clara que perdí la noción del curso del tráfico” Joan Didion El año del pensamiento mágico. Pág 209-210. (Biblioteca Palabra de Mujer) GLOBAL Rhythm. 2006
  • 8. “Los dos días que pasaron en Berlín también fueron tristes. Se celebró el funeral, y Bruno, Gretel, Padre, Madre y el Abuelo se sentaron en primera fila; Padre llevaba su uniforme más impresionante, el almidonado y planchado con las condecoraciones. Madre explicó a Bruno que Padre era quien estaba más triste, porque había discutido con la Abuela y no habían hecho las paces antes de que ella muriera.” John Boyne El niño con el pijama de rayas. Pág 176. Ediciones Salamandra, 2007
  • 9. “Es muy difícil escribir estas páginas, Paula, recorrer de nuevo las etapas de este doloroso viaje, precisar los detalles, imaginar cómo habría sido si hubieras caído en mejores manos, si no te hubieran aturdido con drogas, si... ¿Cómo sacudirme la culpa? Cuando mencionaste la porfiria pensé que exagerabas y en vez de buscar más ayuda confié en esta gente vestida de blanco, les entregué sin reservas a mi hija. Es imposible retroceder en el tiempo, no debo mirar hacia atrás, sin embargo no puedo dejar de hacerlo, es una obsesión. Para mí sólo existe la certeza irremisible de este hospital madrileño, el resto de mi existencia se ha esfumado en una densa niebla.” Isabel Allende Paula. Pág 30-31. Plaza & Janés Editores, 1994
  • 10. “Te buscaba, hija. Pensaba en tu alma, atrapada en un cuerpo inmóvil durante aquel largo año de 1992. A veces sentía una garra en la garganta y apenas podía aspirar aire, o me agobiaba el peso de un saco de arena en el pecho y me sentía enterrada en un hoyo, pero pronto me acordaba de dirigir al respiración al sitio del dolor, con calma, como se supone que se debe hacer durante el parto, y de inmediato disminuía la angustia. Entonces visualizaba una escalera que me permitía salir del hoyo y subir a la claridad del día, al cielo abierto. El miedo es inevitable, debo aceptarlo, pero no puedo permitir que me paralice. Una vez dije –o escribí en alguna parte- que después de tu muerte ya no tengo miedo de nada, pero no es verdad, Paula. Temo perder o ver sufrir a las personas que amo, temo el deterioro de la vejez, temo la creciente pobreza, violencia y corrupción en el mundo. En estos años sin ti he aprendido a manejar la tristeza, a hacerla mi aliada. Poco a poco tu ausencia y otras pérdidas de mi vida se van convirtiendo en una dulce nostalgia. Eso es lo que pretendo en mi tambaleante práctica espiritual: deshacerme de los sentimientos negativos que impiden caminar con soltura. Quiero transformar la rabia en energía creativa y la culpa en una burlona aceptación de mis fallas; quiero barrer hacia fuera la arrogancia y la vanidad. No me hago ilusiones, nunca alcanzaré el desprendimiento absoluto, la auténtica compasión o el estado de éxtasis de los iluminados, parece que no tengo huesos de santa, pero puedo aspirar a las migas: menos ataduras, algo de cariño hacia los demás, la alegría de una conciencia limpia. “ .........................................................................................................................
  • 11. “Con Willie decidimos que era hora de tomar vacaciones. Estábamos cansados y yo no lograba sacudirme el duelo, aunque ya habían transcurrido casi cuatro años de tu muerte y tres de la desaparición de Jennifer. Aún no sabía que la tristeza nunca se va del todo, se queda bajo la piel; sin ella hoy no sería yo y no podría reconocerme en el espejo.” ......................................................................................................................... “A Willie le faltaba poco para los sesenta y yo recorría con paso dotaría firme la década de los cincuenta, pero mi juventud terminó junto a ti, Paula, en el corredor de los pasos perdidos de aquel hospital madrileño.” Isabel Allende La suma de los días. Pag 118-119, pag 140 y pag 179. Random House Mondadori, S.A. 2007
  • 12. ”Ahora están las dos delante del espejo que compartieron tantas veces. El silencio o los comentarios que se refieren al maquillaje que la mayor extiende sobre los párpados queridos de su hermana ocultan una conversación subterránea que no son capaces de expresar. No pueden nombrar a esa madre de la que tanto hblaron, robándole horas la sueño, en los meses que siguieron a su muerte, con el fin inconsciente de liberarse, a fuerza de recordarla, de aquella mujer cuya enfermedad marcó siete años de sus vidas. No pueden nombrarl porque fueron educadas, cuando ella aún vivía, para esconder las heridas y no quejarse, y saben de sobra que su recuedo, en un día como éste, podría provocar un llanto por el que luego sentirían vergüenza” Elvira Lindo Lo que me queda por vivir. Pág 59. Seix Barral. Biblioteca breve. 2010