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D I A 31 D E M A Y O
SANTA ANGELA DE MERICI
FUNDADORA DE LAS URSULINAS (1474 - 1540)
E
L nombre de Santa Ángela de ¡Vlérici es de los que mayor celebridad
han alcanzado en la historia de la Iglesia. En pleno Renacimiento,
cuando se está elaborando un mundo nuevo, en el momento en que
la herejía de Lutero empieza sus estragos, esta humilde creyente sin
letras comprende que la ignorancia es la gran plaga de la Iglesia, y orga-
niza para la educación de las niñas lo que San Ignacio de Loyola en favor
de los jóvenes. Por donde se ve cómo Dios sabe escoger a su debido tiempo
instrumentos dóciles para realizar sus designios providenciales.
Funda la Com pañía de Santa Úrsula, primera Congregación de mujeres
dedicadas a la enseñanza. Para cumplir su misión, las primeras Ursulinas vi-
virán en medio del mundo; transformarán el ideal de la vida religiosa, que
para las mujeres no pasaba del claustro y del hábito monacal.
Por otra parte, la fundadora determina que, dócil a la autoridad ecle-
siástica, el Instituto se adapte a los tiempos y lugares. «A estas dos Compa-
ñías de Ursulinas y Jesuítas, deben principalmente muchas naciones de Euro-
pa haber conservado la verdadera doctrina católica».
UNA FAMILIA PIADOSA. — INFANCIA DE UNA SANTA
A
NGELA nació el 21 de marzo de 1474, en Desenzano, puerto de pesca
a orillas del lago de Garda, a treinta kilómetros de Breseia. Su padre,
Juan de Mériei, y su madre, Biancosi, vivían en la granja de los
Grezze, subsistente en la actualidad, de la cual eran propietarios. Ángela
era la última de cinco hijos: tres niños y dos niñas.
La casa paterna era un verdadero santuario; se vivía y trabajaba con-
tinuamente con el pensamiento de «Dios me ve»; se rezaba en común; por
la tarde, la lectura de un libro de piedad o la Vida de los Santos daba fin
a los trabajos del día.
Ángela seguía con extremado esmero e íntima satisfacción estas piado-
sas prácticas. Con tan santas ideas y elevados pensamientos, se trazó un gé-
nero de vida que tenía mucho de retiro y soledad. Con la ayuda de su her-
mana, que tenía aspiraciones muy semejantes, transformó en oratorio una
habitación reducida, donde se retiraban cada tarde a horas determinadas
para orar y cantar las divinas alabanzas. A estos ejercicios juntaba Ángela
los rigores de la penitencia. A los nueve años consagró a Dios su virginidad,
haciendo voto de guardarla, y persuadió a su hermana para que hiciera lo
mismo. Desde entonces renunció a todos los adornos mundanos, y su única
preocupación era complacer en todo a Nuestro Señor Jesucristo.
Ángela estaba dotada de rara hermosura: poseía una abundante cabellera,
cuyos bucles de oro flotaban a merced del viento. Un día, oyendo alabar su
belleza se turbó y, no pudiendo cortar sus doradas trenzas sin singularizarse
imprudentemente, optó por anular su brillo empleando una extraña loción,
compuesta de agua, hollín y miel.
Tenía trece años cuando, a sus instancias, fué admitida a la primera Co-
munión. Hubiera querido comulgar todos los días, pero la lamentable cos-
tumbre de las comuniones tardías y raras, esclavizaba a las almas amantes
de Jesús en la Eucaristía. Por lo cual, cuando Jesús venía a su alma estaba
en el colmo de la felicidad: pasaba todo aquel día sin querer tomar ningún
otro alimento, y tenía sabrosísimos coloquios con su dulce y amable Jesús.
NUEVA MORADA. — HUIDA AL DESIERTO
H
ACIA el año 1487, Juan de Mériei. que contaba sólo unos cuarenta
años, fué atacado por una fiebre maligna que en contados días le
quitó la vida. Dos años más tarde su virtuosa mujer le seguía a la
tumba. Con motivo de esta repetida desgracia, las dos huérfanas buscaron
quien pudiese guiarlas y dirigirlas por el buen camino emprendido, y aban-
donaron la población de Desenzano.
Bartolomé Biancosi, hermano de su madre, las tomó a su cargo y las
llevó consigo a Salo, población situada igualmente a orillas del lago de Gar-
da, a unos 25 kilómetros al norte de Desenzano. Era un rico comerciante
y, sobre todo, un cristiano ejemplar muy respetado por sus conciudadanos.
En esta mansión hospitalaria, donde todo favorecía sus deseos de perfección,
fué fácil a las dos jóvenes trazarse acertado reglamento de vida, distribu-
yendo el día entre el trabajo y la oración, sin dejar un solo instante a la
ociosidad.
Si la desgracia había aumentado el cariño entre Ángela y su hermana,
haciendo que cada día sirviesen con más amor a Dios, el bienestar de su
nueva existencia contrariaba sus deseos de mortificación. Enardecidas con
la lectura de los Padres del desierto, determinan un día buscar en la monta-
ña alguna cueva donde poder llevar vida eremítica. Con mucho ardor y
decisión parten después de oír misa, solas, sin provisiones y sin manifestar
nada a nadie. Al anochecer escogen un abrigo entre los árboles y las rocas.
Su buen tío, inquieto al ver que no volvían a casa al mediodía, búscalas
por todas partes, y acaba por descubrir a las dos fugitivas en el retiro donde
se creían completamente aisladas del mundo.
No Ies dice ninguna palabra de reproche: se contenta con manifestarles
los peligros a que las exponía una piedad mal entendida. Pero, lejos de
combatir el atractivo de sus sobrinas por la vida silenciosa y retirada, les
prepara en su propia casa una celda. En ella pudieron practicar lo que en
el desierto no les hubiera sido fácil poner por obra. '
SANTA ÁNGELA TERCIARIA FRANCISCANA
H
ACÍA ya unos seis años que Ángela y su hermana vivían en casa de
su tío, cuando esta hermana tan querida fué arrebatada a su ca-
riño por una muerte repentina, sin que el sacerdote tuviese tiempo
de administrarle los últimos Sacramentos. Ángela quedó muy apenada por
esta nueva desgracia.
Una angustia dolorosa la apesadumbraba; temblaba por la suerte de esta
alma, llamada de improviso al tribunal de Dios. Algún tiempo después,
cuando llevaba la comida a los segadores, vió sobre su cabeza, en una re-
vuelta del camino, una nube luminosa, y en ella a la Santísima Virgen,
que le presentaba a su hermana llena de gloria y rodeada de un cortejo de
ángeles. «¡Oh Ángela! — dijo la feliz predestinada— , persevera como has
empezado, y gozarás conmigo de la misma alegría y felicidad».
Este acontecimiento tuvo grandísima influencia sobre nuestra Santa, y
fué causa de que cada día se desprendiese más de las cosas de la tierra.
Por esta época determinó entrar en la Orden Tercera de San Francisco,
cuyo espíritu y regla abrazó en toda su plenitud y eficacia. Desde aquel mo-
mento se llamó «Hermana Ángela». Revestida del hábito franciscano, que
llevó hasta la muerte y con el cual quiso ser enterrada, nuestra Santa pudo,
aun permaneciendo en el mundo, vivir como perfecta religiosa.
También por este tiempo, en 1495 ó 1496, la muerte le arrebató a su tío
Bartolomé; Ángela volvió a habitar la casa paterna en Desenzano, en donde
permaneció veinte años más.
Al principio de su regreso a Desenzano, Ángela administró el patrimonio
que había heredado; pero, por amor a la pobreza, poco a poco fué despo-
jándose del mismo y acabó por vivir de limosna. Sus penitencias fueron
cada día más rigurosas: una tabla o una estera sobre el suelo formaban su
cama, y unos sarmientos o una piedra le servían de almohada. Salía de casa
raras veces; el cilicio, las flagelaciones y los ayunos continuos, mortificaban
sin compasión su cuerpo. La Sagrada Eucaristía, que recibía todos los días
con el asentimiento de su director, la alimentaba y sostenía milagrosamente.
Entre las almas que en esta época trabaron amistad con nuestra Santa,
se contaba una joven cuyo nombre no nos es conocido, y que durante largo
tiempo fué su compañera. Juntas rezaban, trabajaban y visitaban a los po-
bres. Este cariño entre ambas amigas, fué también roto por la muerte hacia
el año 1506.
Un mes, poco más o menos, después de este acontecimiento, Ángela
va al campo en compañía de algunas amigas. Mientras éstas meriendan, ella
se retira para orar a la sombra de un emparrado, en un lugar llamado Bru-
dazzo. De pronto, las nubes se separan, rodéala una luz resplandeciente y
surge una escala semejante a la de Jacob, que llega hasta el cielo. Muche-
dumbre innumerable de vírgenes suben y bajan por ella, vestidas con túnicas
resplandecientes y llevan diadema real. Van de dos en dos dándose la mano,
y un cortejo celestial de ángeles músicos las acompañan con arrobadoras
melodías. Separándose del grupo, una de las vírgenes — en la que Ángela
reconoce a la amiga que acaba de perder —se acerca a nuestra Santa y le
dice: «Ángela, has de saber que Dios te ha enviado esta visión para indi-
carte que, antes de morir, fundarás en Brescia una Sociedad de vírgenes
muy semejantes a éstas».
Ángela comunicó a sus compañeras lo que acababa de suceder, y ellas
se pusieron bajo su dirección para consagrarse a obras de celo, educar a
los parvulitos, reunirlos para enseñarles las oraciones y el catecismo, visi-
tar y socorrer a los pobres y enfermos, entrar en los talleres y lugares de
trabajo para combatir la blasfemia. Era como un bosquejo de la obra
anunciada por la visión. La acción de la naciente Sociedad se dejó pronto
sentir; un renuevo de vida cristiana floreció en Desenzano y en toda la
SE presenta ante Santa Ángela un estudiante de la Universidad
de Padua, por curiosidad de ver si su virtud es tanta como
dicen. — «¿ D e modo — le pregunta la Santa-— que pretendes llegar
a ordenarte? M al lo veo, según lo orgulloso y vanidoso que eres,
a juzgar por tu continente y tus vestidos».
región. Ángela se trocó entonces en persona veneranda; venían a visitarla,
a recibir sus consejos y encomendarse a sus oraciones.
Sin embargo, la visión había hablado de Brescia: en efecto, en dicha
población había decidido la Providencia poner las bases de la futura Con-
gregación.
Había por entonces en Brescia una familia rica, los Pentagola, grandes
bienhechores de toda buena obra, de las iglesias y de los monasterios, que
iban cada año a pasar los meses de verano en su casa de campo de Paten-
go, aldea próxima a Desenzano. Habiendo conocido las virtudes y los mé-
ritos de Ángela, pronto fueron amigos y protectores de su naciente Sociedad.
Aconteció en 1516 que los Pentagola, recién llegados a Brescia, tras una
estancia de cuatro meses en Patengo, perdieron por muertes súbitas y se-
guidas a sus dos hijos. Abrumados de pena acuden a la caridad de Ángela
y la ruegan los vaya a consolar. Obedeciendo a sus superiores espirituales,
que le mandan acceder a la súplica, Ángela toma las providencias que juzga
necesarias para asegurar durante su ausencia el buen funcionamiento de su
pequeña Sociedad de Desenzano, y sale para Brescia, en donde van a cum-
plirse las divinas promesas.
EN BRESCIA. — PEREGRINACIONES A JERUSALÉN
Y ROMA
B
RESCIA acababa de sufrir el triste azote de la guerra que durante
veinte años desoló a Italia, y particularmente al Milanesado y al
Véneto. En medio de tal desolación, Ángela aparece en verdad como
el ángel de Dios. Predica a todos la conversión y reforma de vida. Su pobre
celda, cerca de la iglesia de San Bernabé, puede apenas contener a los que
desean verla; aquello parece una Universidad, pues entre otras gracias sobre-
naturales, Ángela ha recibido el don de la ciencia infusa; habla latín sin
haberlo estudiado nunca; explica los puntos más difíciles de las Sagradas
Escrituras y trata los asuntos teológicos con tan grande precisión, que los
más graves doctores acuden a sus consejos de vidente.
Un estudiante de la Universidad de Padua, fué a Brescia para cercio-
rarse de cuanto se decía de la sierva de Dios. Presentóse magníficamente
vestido, con bonete encarnado de Doctor, y en él la pluma vistosa y larga
que imponía la moda de aquella época.
— Estudio — le dijo— con gran deseo de llegar a ser sacerdote, y anhelo
saber si es, efectivamente, ésta la voluntad de Dios.
— Tiene usted que mejorarse mucho —le respondió ella— antes de abra-
■nr un estado que pide sencillez y modestia, pues me parece que está muy
iiii'liiiado a la vanidad.
1.1 joven, confundido, confesó su equivocación y comenzó con denuedo
lu reforma de su vida.
Consiguió también Ángela reconciliar personajes de la aristocracia que
hacia largo tiempo se profesaban un odio mortal; este hecho tuvo una reso-
niincia considerable. El duque de Milán, Francisco Sforza, encantado de la
Mibiduría de sus consejos, la llamaba su «madre espiritual» y procuraba
retenerla a su lado.
Aunque Ángela nada haya manifestado de sus tentaciones, no se puede
dudar que el demonio, ante tanta santidad, redoblaría sus esfuerzos para
inducirla a vanidad, valiéndose de las astucias propias del espíritu maligno.
Se sabe de cierto, que un día el demonio se le presentó en forma de ángel
de luz y le dirigió palabras de alabanza. Ángela advirtió el engaño; un
ángel que adula, no puede ser más que un demonio. «Retírate — le dijo— ,
tú eres el espíritu de la mentira. No soy más que una pecadora indigna de
ser visitada por los ángeles del cielo».
En el mes de mayo de 1524, Ángela emprendió con uno de sus primos,
Itiancosi, y un rico gentilhombre bresciano, la peregrinación a Tierra Santa,
pero al desembarcar en Candía, perdió de repente la vista. No obstante,
resolvió seguir el viaje. Al llegar a la santa colina del Calvario renovó sus
votos, y en la iglesia del Santo Sepulcro recibió nuevas luces acerca de
su misión.
A la vuelta, como el navio hiciera escala nuevamente en Candía, Ángela
fué conducida a una iglesia donde se veneraba un Santo Cristo milagroso.
Púsose en oración y al momento recobró la vista. Los peregrinos siguieron
su travesía con gran alegría y satisfacción, y llegaron sanos y salvos a Ve-
necia, después de haberse salvado milagrosamente de una terrible tempes-
tad, y haberse podido librar de la persecución de los piratas berberiscos.
Apenas desembarcaron en Venecia, la sierva de Dios fué objeto de la
admiración de todas las gentes; las autoridades civiles y religiosas le ofre-
cieron la dirección de los hospitales. Ella lo rehusó muy agradecida y, vien-
do lo que hacían para retenerla, huyó en secreto y se encaminó a Brescia.
Al año siguiente fué a Roma para ganar el jubileo. Al entrar en la basí-
lica de San Pedro encontró a un camarero del Papa, que había sido com-
pañero suyo de viaje al regresar de Tierra Santa, el cual la presentó al
Sumo Pontífice. Sabedor de las maravillas debidas a la santidad de esta
humilde mujer, Clemente V II hubiera querido que fijase su residencia en
Roma, para ponerla al frente de las casas de caridad; pero Ángela le dió a
conocer su visión de Brudazzo y la misión que de Dios había recibido. El
Papa la escuchó y bendijo la fidelidad que ponía para seguir el divino lla-
mamiento.
FUNDACIÓN DE LAS URSULINAS
INCO años han de pasar antes de que la fundadora ponga las bases
lidad de Francisco I y Carlos V. En 1529 Brescia es de nuevo ata.
cada; sus habitantes buscan refugio en Cremona y no vuelven hasta qui-
se firma la paz, por Navidad del mismo año.
La Providencia interviene al fin, y Nuestro Señor en persona ordena a
Ángela que ponga manos a la obra sin más pérdida de tiempo. Nuestra
Santa escoge entonces doce jóvenes de Brescia, y Ies propone, de parte del
divino Maestro, llevar una vida retirada en sus respectivas casas; luego,
en sucesivas reuniones las instruye en el amor y práctica de la pureza, mor-
tificación, obediencia, pobreza y en la perfecta caridad. Hacia el fin del
año 1533 sus hijas espirituales son veintiocho, y las reúne todos los días.
Les hace ver los males de la Iglesia: pues Inglaterra es arrastrada al cisma
por su rey; Lombardía amenazada por el protestantismo que destroza a
Alemania, y en todas partes la ignorancia religiosa trae males sin cuento;
a la vez póneles de relieve el bien que puede producir en el mundo la
fundación de un grupo de religiosas que sepan hermanar la vida activa con
la contemplativa.
Las primeras religiosas de este Instituto emitieron los votos el 25 de
noviembre de 1535 en Brescia, en la iglesia de Santa Afra: eran veintisiete;
un mes después su número llegaba a sesenta; a los tres votos de religión
añadían el de consagrarse a la enseñanza.
Ángela no quiso que se diera su nombre al nuevo Instituto: lo puso
bajo la protección de Santa Úrsula, la virgen mártir de Colonia, que se le
había aparecido tres veces para guiarla y animarla, y a quien las Univer-
sidades de la Edad Media habían escogido ya como patrona de la juventud
y de los estudios.
■—Formaremos — decía— la Com pañía de Santa Úrsula... Ella será vues-
tra patrona y la mía. Trabajaremos bajo su estandarte por la propagación
de la fe y la extinción del vicio y del error; instruiremos en la santa doc-
trina de Jesucristo a las personas de nuestro sexo.
Y, repartiéndose los barrios de la ciudad, comenzaron diligentes su labor
bienhechora. La Regla recibió la primera aprobación del cardenal Comaro,
obispo de Brescia, el 8 de agosto de 1536. Las Constituciones recibieron la
primera aprobación de Paulo III, en 1544. En ese mismo año la Compañía
adoptó la Regla de San Agustín.
El movimiento se tomó con gran entusiasmo y se propagó rápidamente
por Italia, Alemania y Francia. En pocos años la Orden contó muchas casas.
de su Instituto. La guerra ha vuelto a Italia, por la histórica riva^
ÁNGELA, SUPERIORA GENERAL. — SU MUERTE
LGUNOS meses más tarde, el 18 de marzo de 1537, se reunía el
primer Capítulo general, y la Hermana Ángela, a pesar de todas
sus instancias, fué elegida Superiora General de la Compañía. Con-
tinuó durante tres años instruyendo, guiando y, sobre todo, edificando a sus
primeras hijas, cuyo número iba aumentando rápidamente.
Cayó enferma al principio de enero de 1540. y, habiendo reunido a sus
hijas apenadas y entristecidas alrededor de su lecho, les dió sus últimas ins-
trucciones. Luego recibió los Santos Sacramentos «con angélica devoción»,
cerró los ojos y entregó suavemente su alma a Dios, el 28 de enero de 1540,
musitando sus labios el santo nombre de Jesús. Ángela iba a cumplir se-
senta y siete años.
Su cuerpo fué llevado con gran pompa y solemnidad a la catedral de
Santa Afra, donde estuvo expuesto durante un mes. Los prodigios se ma-
nifestaron muy pronto ante el sepulcro de la «virgen de Brescia», y la igle-
sia llegó a ser pronto un centro de peregrinaciones.
Clemente X III aprobó, el 30 de abril de 1768, el culto que el pueblo
daba espontáneamente a la sierva de Dios. En 1790, el papa Pío V I iba a
proceder a su canonización, mas la Revolución francesa se lo impidió, y
Pío V II la canonizó el 24 de mayo de 1807. El 11 de junio de 1861, Pío IX
elevó la fiesta de Santa Ángela a rito doble.
S
A N TA Ángela no había hecho más que poner los primeros fundamentos
de la obra que Dios le había ordenado establecer, y que debía exten-
derse por el mundo entero con maravillosa rapidez.
Las hijas de Santa Ángela se dedicaron, sobre todo, a formar el corazón
de la infancia en los principios de la vida cristiana, y a reformar de esta
suerte la sociedad corrompida por la doctrina luterana. En pocos años to-
maron tal desarrollo, aun en las comarcas más lejanas, que se vió verda-
deramente que la obra correspondía a los designios de la Providencia, y
que, si el hombre planta y riega, sólo Dios da el crecimiento. Por todas
partes reclamaban a las hijas de Ángela, y todos deseaban procurar a la
infancia maestras tan prácticas y experimentadas en el arte de la Pedagogía.
La Compañía de Santa Ürsula fué aprobada por la Santa Sede el 9 de
junio de 1544. Las comunidades de Santa Ürsula eran independientes entre
sí; pero un deseo general de unión se manifestó en el seno de la Orden a
fines del siglo X IX . De aquí nació «La Unión romana de las Ursulinas»,
realizada por el papa Pío X , por un decreto del 14 de septiembre de 1903.
DESARROLLO Y EXTENSIÓN DEL INSTITUTO
DI A 1.2 DE J U N I O
BTO. FRANCISCO DE MORALES
DOMINICO, MARTIR DEL JAPÓN (1567 - 1622)
C
UANDO el sol de nuestro gran Siglo de Oro iluminaba al mundo
con los destellos de su Literatura y el imperio de sus armas,
nuestra sacrosanta Religión iba ganando terreno en los remotos
países del Oriente infiel, merced a la siembra fecunda de los mi-
KÍoneros que España enviaba al mundo entero, para alumbrarlo con la fe y
los reverberos de la Cruz.
Cierto día llegó a Manila un navio japonés que llevaba a bordo un crecido
número de cristianos, cuya primera diligencia, al desembarcar, fué irse a
lu iglesia de los Padres Dominicos, establecidos en el país desde principios
del siglo X V II. A unas preguntas de los Padres, los visitantes contestaron
que venían del reino de Sat-Suma, abundante en cristianos, pero carente de
sacerdotes.
Ello excitó el celo de los misioneros, quienes procedieron con la pru-
dencia que el caso requería. El superior entregó una carta al capitán del
navio para que la hiciera llegar a manos del rey. En ella ofrecía al monarca
los servicios espirituales de su comunidad.
Al año siguiente recibió contestación del príncipe, la cual, traducida a
lu letra, del japonés, dice así:
«Tintionguen, rey de Sat-Suma escribe con cuidado, diligencia y res-
peto a los Padres de Santo Domingo del reino de Luzón. El año pasado, un
navio mercante de mi reino fué al precioso reino de Luzón. Los pasajeros
suplicaron a los Padres que viniesen con ellos a mi reino, cosa que enton-
ces no hicieron. Ahora bien, tengo entendido que tratáis con mucha honra
a cuantos van allí de mis Estados. Eso se ha contado a mis súbditos que
están aquí, y de ello están contentísimos; os recibiré, pues, muy compla-
cido. Venid cuanto antes sin miedo de que os suceda nada malo. Os suplico
que no deis al olvido esta mi carta.
Año sexto de Keycho, a 22 del noveno mes.»
Nuevo campo de apostolado preparaba la Providencia a los Padres Do-
minicos. No esperaron más; espontáneamente y de muy buen grado se ofre-
cieron algunos religiosos; el padre Francisco de Morales fué a la cabeza de
esta pacífica expedición.
EN LA CORTE DEL REY DE SAT-SUMA
F
RANCISCO de Morales, nacido en la capital de España, el año de 1567,
ingresó, siendo jovcncito, en el convento de los Dominicos de Valla-
dolid. Pasados algunos años tuvo la oportunidad providencial de oír
de labios del padre Miguel de Benavides, misionero de Filipinas y más tarde
obispo de Nueva Segovia y arzobispo de Manila, el relato de los peligros
que arrostraban los misioneros y de las conquistas y abundante fruto de la
misión.
Estos relatos ganaron el corazón del padre Morales, quien se alistó
como misionero y, en compañía de otros Padres dirigidos por el padre Be-
navides, se embarcó en Cádiz en 1598.
En Manila enseñó Teología con notable fruto. También se ocupó en el
ministerio de la predicación. Los superiores, por la confianza que en él tenían,
le nombraron prior del convento de Santo Domingo. El Capítulo provincial
de 1602 le dió el cargo de definidor: entonces fué cuando la abandonada
Iglesia del Japón volvió los ojos a los misioneros de Filipinas para pedir
sacerdotes.
Llegó el padre Morales al islote de Kosigi, del reino de Sat-Suma, por el
mes de junio, junto con los padres Tomás Fernández, Alfonso de Mena,
Tomás del Espíritu Santo y el hermano Juan Abadía. Los isleños les dieron
buena acogida y los alojaron en una pagoda; pensaban con eso honrarlos
y darles gusto. El Señor permitió las cosas de manera que sus siervos con-
virtiesen aquel templo, hasta entonces consagrado a los ídolos, en santua-
rio del Dios verdadero. Bendijeron aquel lugar, levantaron un altar en el
que pusieron lina imagen de Nuestra Señora y celebraron los divinos mis-
(crios. Primicias de su misión fueron algunos pasajeros japoneses, compa-
ñeros de viaje, a quienes enseñaron lo doctrina de Cristo y bautizaron en
la pagoda convertida en capilla.
Aquellas gentes, por naturaleza muy curiosas, observaban de cerca a
los recién llegados. Cuanto en ellos veían les causaba admiración: su vida
cjemplarísiina, el canto de Maitines a media noche, su austeridad y pobreza,
el incansable celo con que enseñaban la doctrina al pueblo por medio de
intérpretes.
Luego, algunos embajadores del rey de Sat-Suma, con grande acompaña-
mientos de soldados y señores del reino, fueron a visitar a los misioneros
para ofrecerles, en nombre del soberano, magníficas cabalgaduras, en las que
podrían viajar cómodamente Insta la Corte. Los Padres agradecieron tan
gran favor y miramiento, pero cortésmente rehusaron el obsequio y prefi-
rieron ir a pie. Tras cuatro jornadas de viaje llegaron a la capital de la
isla. En todas partes eran recibidos con grandes honores y agasajos; ne-
cesitaron varios días para visitar a los principales personajes de la ciudad
y sus alrededores. Todos se mostraban con ellos muy corteses y cariñosos,
admirados de sus modales sencillos y afables, sin que les sorprendiera lo más
mínimo lo peregrino del hábito religioso.
LABOR DE LOS MISIONEROS EN LA ISLA
S
OLAMENTE los bonzos o sacerdotes de los ídolos se declararon, desde
el primer día, enemigos encarnizados de los misioneros, y juraron hacer-
los expulsar antes de mucho tiempo. No es que de buenas a primeras
solicitasen del rey tan radical determinación; pero con sus calumnias y ma-
lévolos informes, vinieron a entibiarse las primeras disposiciones del monar-
ca, tan favorables a los misioneros, y así aplazó el darles licencia para edi-
ficar iglesias y predicar en sus Estados.
No por eso se desalentaron Francisco de Morales y sus compañeros, antes
se recogieron en una humilde choza, y en ella vivieron como en su convento,
observando puntualmente la Regla. Sustentábanse de un poco de arroz que
les enviaba el rey. Movidos por el ejemplo de tan santa vida, los hospe-
deros pidieron el Bautismo y fueron bautizados pasadas unas semanas de
catecumenado.
Entretanto, los piadosos misioneros no cesaban de invocar a la Reina
de los Angeles, quebrantadora de la cabeza de la infernal serpiente y ven-
cedora de todas las herejías. María oyó sus fervientes súplicas. Aquellos
recién convertidos empezaron a su vez a evangelizar la isla y propagaron
por doquier la santidad y virtudes de los nobles extranjeros que sólo pre-
tendían salvar las almas.
De todas partes acudían las ¿entes para ver a aquellos hombres de quie-
nes tantas y tan buenas cosas se contaban. También la reina y las damas
de su Corte fueron a saludar a los misioneros; quisieron ver la imagen de
Nuestra Señora del Rosario y escucharon muy complacidas la explicación
de los artículos de nuestra santa fe. El rey, por su parte, volvió atrás de
sus malos prepósitos y no hizo ya ningún caso de las calumnias de los bonzos.
Precisamente en ese tiempo, uno de sus cortesanos, gravísimamente herido,
cobró la salud en cuanto le bautizaron. Por eso, a pesar de sus temores y
vacilaciones, el príncipe dejó al fin a los misioneros predicar libremente en
toda la isla de Kosigi y edificar en ella una capilla.
¡Cuántas estrecheces y privaciones debieron sufrir en aquel pobre país,
viviendo largo tiempo sólo de la caridad de los pescadores!
Finalmente, el rey de Sat-Suma, noticioso de los apuros y angustias de
los Padres, les ofreció las rentas de una extensa y rica heredad; los reli-
giosos, que preferían la pobreza de Cristo a la opulencia, se mostraron muy
agradecidos, pero rehusaron la real donación. Este desinterés agradó sobre-
manera al rey pagano; pero quiso que a lo menos aceptasen la ayuda de
doce hombres que, viviendo a cuenta de palacio, se encargarían de acom-
pañarles a todos los lugares donde quisiesen predicar.
En breve lograron tener una casita en Quiodemari, ciudad populosa de
la isla; desde allí salían por los alrededores, a visitar a los cristianos que
los llamaban de otras poblaciones. Multiplicábanse para servirlos; confesaban
sin tregua, administraban la Comunión, instruían a los catecúmenos, forta-
lecían la fe de los neófitos y consolaban a los moribundos. La princesa Isabel,
estando a punto de morir, mandó llamar a los padres Francisco de Morales,
Alfonso de Mena y Tomás del Espíritu Santo, y en su presencia hizo pro-
meter al joven príncipe Jaime, su hijo, que permanecería fiel a la religión
cristiana. Jaime cumplió su promesa; incluso al sobrevenir la persecución,
ya que prefirió perder sus bienes antes que ser traidor a la fe bautismal.
MALQUERENCIA DEL REY. — EMIGRACIÓN
L
LEVABA ya seis años el padre Morales limpiando de malezas el campo
tan lleno de abrojos de Sat-Suma, cuando el demonio, por el odio
que le tenía, interpuso graves obstáculos en la apostólica labor de los
misioneros. El rey, abúlico e inconstante, se dejó al fin vencer de la influen-
cia de los bonzos, quienes le repetían sin cesar que la protección que daba
a los cristianos acabaría con el trono antes de mucho tiempo.
Este argumento impresionó vivamente al monarca, quien de allí en ade-
lante anduvo buscando medio de apartarlos de su reino. Espiaba cautelosa-
A
L fin expira el Beato Francisco de Morales, después de sufrir
varias horas las torturas de un fuego lento que, con refinada
crueldad, iban alargando los paganos. Durante todo ese tiem po, no
sólo no desmayó el heroico dom inico, sino que aun daba ánimo a
sus compañeros.

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  • 1. D I A 31 D E M A Y O SANTA ANGELA DE MERICI FUNDADORA DE LAS URSULINAS (1474 - 1540) E L nombre de Santa Ángela de ¡Vlérici es de los que mayor celebridad han alcanzado en la historia de la Iglesia. En pleno Renacimiento, cuando se está elaborando un mundo nuevo, en el momento en que la herejía de Lutero empieza sus estragos, esta humilde creyente sin letras comprende que la ignorancia es la gran plaga de la Iglesia, y orga- niza para la educación de las niñas lo que San Ignacio de Loyola en favor de los jóvenes. Por donde se ve cómo Dios sabe escoger a su debido tiempo instrumentos dóciles para realizar sus designios providenciales. Funda la Com pañía de Santa Úrsula, primera Congregación de mujeres dedicadas a la enseñanza. Para cumplir su misión, las primeras Ursulinas vi- virán en medio del mundo; transformarán el ideal de la vida religiosa, que para las mujeres no pasaba del claustro y del hábito monacal. Por otra parte, la fundadora determina que, dócil a la autoridad ecle- siástica, el Instituto se adapte a los tiempos y lugares. «A estas dos Compa- ñías de Ursulinas y Jesuítas, deben principalmente muchas naciones de Euro- pa haber conservado la verdadera doctrina católica».
  • 2. UNA FAMILIA PIADOSA. — INFANCIA DE UNA SANTA A NGELA nació el 21 de marzo de 1474, en Desenzano, puerto de pesca a orillas del lago de Garda, a treinta kilómetros de Breseia. Su padre, Juan de Mériei, y su madre, Biancosi, vivían en la granja de los Grezze, subsistente en la actualidad, de la cual eran propietarios. Ángela era la última de cinco hijos: tres niños y dos niñas. La casa paterna era un verdadero santuario; se vivía y trabajaba con- tinuamente con el pensamiento de «Dios me ve»; se rezaba en común; por la tarde, la lectura de un libro de piedad o la Vida de los Santos daba fin a los trabajos del día. Ángela seguía con extremado esmero e íntima satisfacción estas piado- sas prácticas. Con tan santas ideas y elevados pensamientos, se trazó un gé- nero de vida que tenía mucho de retiro y soledad. Con la ayuda de su her- mana, que tenía aspiraciones muy semejantes, transformó en oratorio una habitación reducida, donde se retiraban cada tarde a horas determinadas para orar y cantar las divinas alabanzas. A estos ejercicios juntaba Ángela los rigores de la penitencia. A los nueve años consagró a Dios su virginidad, haciendo voto de guardarla, y persuadió a su hermana para que hiciera lo mismo. Desde entonces renunció a todos los adornos mundanos, y su única preocupación era complacer en todo a Nuestro Señor Jesucristo. Ángela estaba dotada de rara hermosura: poseía una abundante cabellera, cuyos bucles de oro flotaban a merced del viento. Un día, oyendo alabar su belleza se turbó y, no pudiendo cortar sus doradas trenzas sin singularizarse imprudentemente, optó por anular su brillo empleando una extraña loción, compuesta de agua, hollín y miel. Tenía trece años cuando, a sus instancias, fué admitida a la primera Co- munión. Hubiera querido comulgar todos los días, pero la lamentable cos- tumbre de las comuniones tardías y raras, esclavizaba a las almas amantes de Jesús en la Eucaristía. Por lo cual, cuando Jesús venía a su alma estaba en el colmo de la felicidad: pasaba todo aquel día sin querer tomar ningún otro alimento, y tenía sabrosísimos coloquios con su dulce y amable Jesús. NUEVA MORADA. — HUIDA AL DESIERTO H ACIA el año 1487, Juan de Mériei. que contaba sólo unos cuarenta años, fué atacado por una fiebre maligna que en contados días le quitó la vida. Dos años más tarde su virtuosa mujer le seguía a la tumba. Con motivo de esta repetida desgracia, las dos huérfanas buscaron quien pudiese guiarlas y dirigirlas por el buen camino emprendido, y aban- donaron la población de Desenzano.
  • 3. Bartolomé Biancosi, hermano de su madre, las tomó a su cargo y las llevó consigo a Salo, población situada igualmente a orillas del lago de Gar- da, a unos 25 kilómetros al norte de Desenzano. Era un rico comerciante y, sobre todo, un cristiano ejemplar muy respetado por sus conciudadanos. En esta mansión hospitalaria, donde todo favorecía sus deseos de perfección, fué fácil a las dos jóvenes trazarse acertado reglamento de vida, distribu- yendo el día entre el trabajo y la oración, sin dejar un solo instante a la ociosidad. Si la desgracia había aumentado el cariño entre Ángela y su hermana, haciendo que cada día sirviesen con más amor a Dios, el bienestar de su nueva existencia contrariaba sus deseos de mortificación. Enardecidas con la lectura de los Padres del desierto, determinan un día buscar en la monta- ña alguna cueva donde poder llevar vida eremítica. Con mucho ardor y decisión parten después de oír misa, solas, sin provisiones y sin manifestar nada a nadie. Al anochecer escogen un abrigo entre los árboles y las rocas. Su buen tío, inquieto al ver que no volvían a casa al mediodía, búscalas por todas partes, y acaba por descubrir a las dos fugitivas en el retiro donde se creían completamente aisladas del mundo. No Ies dice ninguna palabra de reproche: se contenta con manifestarles los peligros a que las exponía una piedad mal entendida. Pero, lejos de combatir el atractivo de sus sobrinas por la vida silenciosa y retirada, les prepara en su propia casa una celda. En ella pudieron practicar lo que en el desierto no les hubiera sido fácil poner por obra. ' SANTA ÁNGELA TERCIARIA FRANCISCANA H ACÍA ya unos seis años que Ángela y su hermana vivían en casa de su tío, cuando esta hermana tan querida fué arrebatada a su ca- riño por una muerte repentina, sin que el sacerdote tuviese tiempo de administrarle los últimos Sacramentos. Ángela quedó muy apenada por esta nueva desgracia. Una angustia dolorosa la apesadumbraba; temblaba por la suerte de esta alma, llamada de improviso al tribunal de Dios. Algún tiempo después, cuando llevaba la comida a los segadores, vió sobre su cabeza, en una re- vuelta del camino, una nube luminosa, y en ella a la Santísima Virgen, que le presentaba a su hermana llena de gloria y rodeada de un cortejo de ángeles. «¡Oh Ángela! — dijo la feliz predestinada— , persevera como has empezado, y gozarás conmigo de la misma alegría y felicidad». Este acontecimiento tuvo grandísima influencia sobre nuestra Santa, y fué causa de que cada día se desprendiese más de las cosas de la tierra.
  • 4. Por esta época determinó entrar en la Orden Tercera de San Francisco, cuyo espíritu y regla abrazó en toda su plenitud y eficacia. Desde aquel mo- mento se llamó «Hermana Ángela». Revestida del hábito franciscano, que llevó hasta la muerte y con el cual quiso ser enterrada, nuestra Santa pudo, aun permaneciendo en el mundo, vivir como perfecta religiosa. También por este tiempo, en 1495 ó 1496, la muerte le arrebató a su tío Bartolomé; Ángela volvió a habitar la casa paterna en Desenzano, en donde permaneció veinte años más. Al principio de su regreso a Desenzano, Ángela administró el patrimonio que había heredado; pero, por amor a la pobreza, poco a poco fué despo- jándose del mismo y acabó por vivir de limosna. Sus penitencias fueron cada día más rigurosas: una tabla o una estera sobre el suelo formaban su cama, y unos sarmientos o una piedra le servían de almohada. Salía de casa raras veces; el cilicio, las flagelaciones y los ayunos continuos, mortificaban sin compasión su cuerpo. La Sagrada Eucaristía, que recibía todos los días con el asentimiento de su director, la alimentaba y sostenía milagrosamente. Entre las almas que en esta época trabaron amistad con nuestra Santa, se contaba una joven cuyo nombre no nos es conocido, y que durante largo tiempo fué su compañera. Juntas rezaban, trabajaban y visitaban a los po- bres. Este cariño entre ambas amigas, fué también roto por la muerte hacia el año 1506. Un mes, poco más o menos, después de este acontecimiento, Ángela va al campo en compañía de algunas amigas. Mientras éstas meriendan, ella se retira para orar a la sombra de un emparrado, en un lugar llamado Bru- dazzo. De pronto, las nubes se separan, rodéala una luz resplandeciente y surge una escala semejante a la de Jacob, que llega hasta el cielo. Muche- dumbre innumerable de vírgenes suben y bajan por ella, vestidas con túnicas resplandecientes y llevan diadema real. Van de dos en dos dándose la mano, y un cortejo celestial de ángeles músicos las acompañan con arrobadoras melodías. Separándose del grupo, una de las vírgenes — en la que Ángela reconoce a la amiga que acaba de perder —se acerca a nuestra Santa y le dice: «Ángela, has de saber que Dios te ha enviado esta visión para indi- carte que, antes de morir, fundarás en Brescia una Sociedad de vírgenes muy semejantes a éstas». Ángela comunicó a sus compañeras lo que acababa de suceder, y ellas se pusieron bajo su dirección para consagrarse a obras de celo, educar a los parvulitos, reunirlos para enseñarles las oraciones y el catecismo, visi- tar y socorrer a los pobres y enfermos, entrar en los talleres y lugares de trabajo para combatir la blasfemia. Era como un bosquejo de la obra anunciada por la visión. La acción de la naciente Sociedad se dejó pronto sentir; un renuevo de vida cristiana floreció en Desenzano y en toda la
  • 5. SE presenta ante Santa Ángela un estudiante de la Universidad de Padua, por curiosidad de ver si su virtud es tanta como dicen. — «¿ D e modo — le pregunta la Santa-— que pretendes llegar a ordenarte? M al lo veo, según lo orgulloso y vanidoso que eres, a juzgar por tu continente y tus vestidos».
  • 6. región. Ángela se trocó entonces en persona veneranda; venían a visitarla, a recibir sus consejos y encomendarse a sus oraciones. Sin embargo, la visión había hablado de Brescia: en efecto, en dicha población había decidido la Providencia poner las bases de la futura Con- gregación. Había por entonces en Brescia una familia rica, los Pentagola, grandes bienhechores de toda buena obra, de las iglesias y de los monasterios, que iban cada año a pasar los meses de verano en su casa de campo de Paten- go, aldea próxima a Desenzano. Habiendo conocido las virtudes y los mé- ritos de Ángela, pronto fueron amigos y protectores de su naciente Sociedad. Aconteció en 1516 que los Pentagola, recién llegados a Brescia, tras una estancia de cuatro meses en Patengo, perdieron por muertes súbitas y se- guidas a sus dos hijos. Abrumados de pena acuden a la caridad de Ángela y la ruegan los vaya a consolar. Obedeciendo a sus superiores espirituales, que le mandan acceder a la súplica, Ángela toma las providencias que juzga necesarias para asegurar durante su ausencia el buen funcionamiento de su pequeña Sociedad de Desenzano, y sale para Brescia, en donde van a cum- plirse las divinas promesas. EN BRESCIA. — PEREGRINACIONES A JERUSALÉN Y ROMA B RESCIA acababa de sufrir el triste azote de la guerra que durante veinte años desoló a Italia, y particularmente al Milanesado y al Véneto. En medio de tal desolación, Ángela aparece en verdad como el ángel de Dios. Predica a todos la conversión y reforma de vida. Su pobre celda, cerca de la iglesia de San Bernabé, puede apenas contener a los que desean verla; aquello parece una Universidad, pues entre otras gracias sobre- naturales, Ángela ha recibido el don de la ciencia infusa; habla latín sin haberlo estudiado nunca; explica los puntos más difíciles de las Sagradas Escrituras y trata los asuntos teológicos con tan grande precisión, que los más graves doctores acuden a sus consejos de vidente. Un estudiante de la Universidad de Padua, fué a Brescia para cercio- rarse de cuanto se decía de la sierva de Dios. Presentóse magníficamente vestido, con bonete encarnado de Doctor, y en él la pluma vistosa y larga que imponía la moda de aquella época. — Estudio — le dijo— con gran deseo de llegar a ser sacerdote, y anhelo saber si es, efectivamente, ésta la voluntad de Dios. — Tiene usted que mejorarse mucho —le respondió ella— antes de abra-
  • 7. ■nr un estado que pide sencillez y modestia, pues me parece que está muy iiii'liiiado a la vanidad. 1.1 joven, confundido, confesó su equivocación y comenzó con denuedo lu reforma de su vida. Consiguió también Ángela reconciliar personajes de la aristocracia que hacia largo tiempo se profesaban un odio mortal; este hecho tuvo una reso- niincia considerable. El duque de Milán, Francisco Sforza, encantado de la Mibiduría de sus consejos, la llamaba su «madre espiritual» y procuraba retenerla a su lado. Aunque Ángela nada haya manifestado de sus tentaciones, no se puede dudar que el demonio, ante tanta santidad, redoblaría sus esfuerzos para inducirla a vanidad, valiéndose de las astucias propias del espíritu maligno. Se sabe de cierto, que un día el demonio se le presentó en forma de ángel de luz y le dirigió palabras de alabanza. Ángela advirtió el engaño; un ángel que adula, no puede ser más que un demonio. «Retírate — le dijo— , tú eres el espíritu de la mentira. No soy más que una pecadora indigna de ser visitada por los ángeles del cielo». En el mes de mayo de 1524, Ángela emprendió con uno de sus primos, Itiancosi, y un rico gentilhombre bresciano, la peregrinación a Tierra Santa, pero al desembarcar en Candía, perdió de repente la vista. No obstante, resolvió seguir el viaje. Al llegar a la santa colina del Calvario renovó sus votos, y en la iglesia del Santo Sepulcro recibió nuevas luces acerca de su misión. A la vuelta, como el navio hiciera escala nuevamente en Candía, Ángela fué conducida a una iglesia donde se veneraba un Santo Cristo milagroso. Púsose en oración y al momento recobró la vista. Los peregrinos siguieron su travesía con gran alegría y satisfacción, y llegaron sanos y salvos a Ve- necia, después de haberse salvado milagrosamente de una terrible tempes- tad, y haberse podido librar de la persecución de los piratas berberiscos. Apenas desembarcaron en Venecia, la sierva de Dios fué objeto de la admiración de todas las gentes; las autoridades civiles y religiosas le ofre- cieron la dirección de los hospitales. Ella lo rehusó muy agradecida y, vien- do lo que hacían para retenerla, huyó en secreto y se encaminó a Brescia. Al año siguiente fué a Roma para ganar el jubileo. Al entrar en la basí- lica de San Pedro encontró a un camarero del Papa, que había sido com- pañero suyo de viaje al regresar de Tierra Santa, el cual la presentó al Sumo Pontífice. Sabedor de las maravillas debidas a la santidad de esta humilde mujer, Clemente V II hubiera querido que fijase su residencia en Roma, para ponerla al frente de las casas de caridad; pero Ángela le dió a conocer su visión de Brudazzo y la misión que de Dios había recibido. El Papa la escuchó y bendijo la fidelidad que ponía para seguir el divino lla- mamiento.
  • 8. FUNDACIÓN DE LAS URSULINAS INCO años han de pasar antes de que la fundadora ponga las bases lidad de Francisco I y Carlos V. En 1529 Brescia es de nuevo ata. cada; sus habitantes buscan refugio en Cremona y no vuelven hasta qui- se firma la paz, por Navidad del mismo año. La Providencia interviene al fin, y Nuestro Señor en persona ordena a Ángela que ponga manos a la obra sin más pérdida de tiempo. Nuestra Santa escoge entonces doce jóvenes de Brescia, y Ies propone, de parte del divino Maestro, llevar una vida retirada en sus respectivas casas; luego, en sucesivas reuniones las instruye en el amor y práctica de la pureza, mor- tificación, obediencia, pobreza y en la perfecta caridad. Hacia el fin del año 1533 sus hijas espirituales son veintiocho, y las reúne todos los días. Les hace ver los males de la Iglesia: pues Inglaterra es arrastrada al cisma por su rey; Lombardía amenazada por el protestantismo que destroza a Alemania, y en todas partes la ignorancia religiosa trae males sin cuento; a la vez póneles de relieve el bien que puede producir en el mundo la fundación de un grupo de religiosas que sepan hermanar la vida activa con la contemplativa. Las primeras religiosas de este Instituto emitieron los votos el 25 de noviembre de 1535 en Brescia, en la iglesia de Santa Afra: eran veintisiete; un mes después su número llegaba a sesenta; a los tres votos de religión añadían el de consagrarse a la enseñanza. Ángela no quiso que se diera su nombre al nuevo Instituto: lo puso bajo la protección de Santa Úrsula, la virgen mártir de Colonia, que se le había aparecido tres veces para guiarla y animarla, y a quien las Univer- sidades de la Edad Media habían escogido ya como patrona de la juventud y de los estudios. ■—Formaremos — decía— la Com pañía de Santa Úrsula... Ella será vues- tra patrona y la mía. Trabajaremos bajo su estandarte por la propagación de la fe y la extinción del vicio y del error; instruiremos en la santa doc- trina de Jesucristo a las personas de nuestro sexo. Y, repartiéndose los barrios de la ciudad, comenzaron diligentes su labor bienhechora. La Regla recibió la primera aprobación del cardenal Comaro, obispo de Brescia, el 8 de agosto de 1536. Las Constituciones recibieron la primera aprobación de Paulo III, en 1544. En ese mismo año la Compañía adoptó la Regla de San Agustín. El movimiento se tomó con gran entusiasmo y se propagó rápidamente por Italia, Alemania y Francia. En pocos años la Orden contó muchas casas. de su Instituto. La guerra ha vuelto a Italia, por la histórica riva^
  • 9. ÁNGELA, SUPERIORA GENERAL. — SU MUERTE LGUNOS meses más tarde, el 18 de marzo de 1537, se reunía el primer Capítulo general, y la Hermana Ángela, a pesar de todas sus instancias, fué elegida Superiora General de la Compañía. Con- tinuó durante tres años instruyendo, guiando y, sobre todo, edificando a sus primeras hijas, cuyo número iba aumentando rápidamente. Cayó enferma al principio de enero de 1540. y, habiendo reunido a sus hijas apenadas y entristecidas alrededor de su lecho, les dió sus últimas ins- trucciones. Luego recibió los Santos Sacramentos «con angélica devoción», cerró los ojos y entregó suavemente su alma a Dios, el 28 de enero de 1540, musitando sus labios el santo nombre de Jesús. Ángela iba a cumplir se- senta y siete años. Su cuerpo fué llevado con gran pompa y solemnidad a la catedral de Santa Afra, donde estuvo expuesto durante un mes. Los prodigios se ma- nifestaron muy pronto ante el sepulcro de la «virgen de Brescia», y la igle- sia llegó a ser pronto un centro de peregrinaciones. Clemente X III aprobó, el 30 de abril de 1768, el culto que el pueblo daba espontáneamente a la sierva de Dios. En 1790, el papa Pío V I iba a proceder a su canonización, mas la Revolución francesa se lo impidió, y Pío V II la canonizó el 24 de mayo de 1807. El 11 de junio de 1861, Pío IX elevó la fiesta de Santa Ángela a rito doble. S A N TA Ángela no había hecho más que poner los primeros fundamentos de la obra que Dios le había ordenado establecer, y que debía exten- derse por el mundo entero con maravillosa rapidez. Las hijas de Santa Ángela se dedicaron, sobre todo, a formar el corazón de la infancia en los principios de la vida cristiana, y a reformar de esta suerte la sociedad corrompida por la doctrina luterana. En pocos años to- maron tal desarrollo, aun en las comarcas más lejanas, que se vió verda- deramente que la obra correspondía a los designios de la Providencia, y que, si el hombre planta y riega, sólo Dios da el crecimiento. Por todas partes reclamaban a las hijas de Ángela, y todos deseaban procurar a la infancia maestras tan prácticas y experimentadas en el arte de la Pedagogía. La Compañía de Santa Ürsula fué aprobada por la Santa Sede el 9 de junio de 1544. Las comunidades de Santa Ürsula eran independientes entre sí; pero un deseo general de unión se manifestó en el seno de la Orden a fines del siglo X IX . De aquí nació «La Unión romana de las Ursulinas», realizada por el papa Pío X , por un decreto del 14 de septiembre de 1903. DESARROLLO Y EXTENSIÓN DEL INSTITUTO
  • 10. DI A 1.2 DE J U N I O BTO. FRANCISCO DE MORALES DOMINICO, MARTIR DEL JAPÓN (1567 - 1622) C UANDO el sol de nuestro gran Siglo de Oro iluminaba al mundo con los destellos de su Literatura y el imperio de sus armas, nuestra sacrosanta Religión iba ganando terreno en los remotos países del Oriente infiel, merced a la siembra fecunda de los mi- KÍoneros que España enviaba al mundo entero, para alumbrarlo con la fe y los reverberos de la Cruz. Cierto día llegó a Manila un navio japonés que llevaba a bordo un crecido número de cristianos, cuya primera diligencia, al desembarcar, fué irse a lu iglesia de los Padres Dominicos, establecidos en el país desde principios del siglo X V II. A unas preguntas de los Padres, los visitantes contestaron que venían del reino de Sat-Suma, abundante en cristianos, pero carente de sacerdotes. Ello excitó el celo de los misioneros, quienes procedieron con la pru- dencia que el caso requería. El superior entregó una carta al capitán del navio para que la hiciera llegar a manos del rey. En ella ofrecía al monarca los servicios espirituales de su comunidad. Al año siguiente recibió contestación del príncipe, la cual, traducida a lu letra, del japonés, dice así:
  • 11. «Tintionguen, rey de Sat-Suma escribe con cuidado, diligencia y res- peto a los Padres de Santo Domingo del reino de Luzón. El año pasado, un navio mercante de mi reino fué al precioso reino de Luzón. Los pasajeros suplicaron a los Padres que viniesen con ellos a mi reino, cosa que enton- ces no hicieron. Ahora bien, tengo entendido que tratáis con mucha honra a cuantos van allí de mis Estados. Eso se ha contado a mis súbditos que están aquí, y de ello están contentísimos; os recibiré, pues, muy compla- cido. Venid cuanto antes sin miedo de que os suceda nada malo. Os suplico que no deis al olvido esta mi carta. Año sexto de Keycho, a 22 del noveno mes.» Nuevo campo de apostolado preparaba la Providencia a los Padres Do- minicos. No esperaron más; espontáneamente y de muy buen grado se ofre- cieron algunos religiosos; el padre Francisco de Morales fué a la cabeza de esta pacífica expedición. EN LA CORTE DEL REY DE SAT-SUMA F RANCISCO de Morales, nacido en la capital de España, el año de 1567, ingresó, siendo jovcncito, en el convento de los Dominicos de Valla- dolid. Pasados algunos años tuvo la oportunidad providencial de oír de labios del padre Miguel de Benavides, misionero de Filipinas y más tarde obispo de Nueva Segovia y arzobispo de Manila, el relato de los peligros que arrostraban los misioneros y de las conquistas y abundante fruto de la misión. Estos relatos ganaron el corazón del padre Morales, quien se alistó como misionero y, en compañía de otros Padres dirigidos por el padre Be- navides, se embarcó en Cádiz en 1598. En Manila enseñó Teología con notable fruto. También se ocupó en el ministerio de la predicación. Los superiores, por la confianza que en él tenían, le nombraron prior del convento de Santo Domingo. El Capítulo provincial de 1602 le dió el cargo de definidor: entonces fué cuando la abandonada Iglesia del Japón volvió los ojos a los misioneros de Filipinas para pedir sacerdotes. Llegó el padre Morales al islote de Kosigi, del reino de Sat-Suma, por el mes de junio, junto con los padres Tomás Fernández, Alfonso de Mena, Tomás del Espíritu Santo y el hermano Juan Abadía. Los isleños les dieron buena acogida y los alojaron en una pagoda; pensaban con eso honrarlos y darles gusto. El Señor permitió las cosas de manera que sus siervos con- virtiesen aquel templo, hasta entonces consagrado a los ídolos, en santua- rio del Dios verdadero. Bendijeron aquel lugar, levantaron un altar en el que pusieron lina imagen de Nuestra Señora y celebraron los divinos mis-
  • 12. (crios. Primicias de su misión fueron algunos pasajeros japoneses, compa- ñeros de viaje, a quienes enseñaron lo doctrina de Cristo y bautizaron en la pagoda convertida en capilla. Aquellas gentes, por naturaleza muy curiosas, observaban de cerca a los recién llegados. Cuanto en ellos veían les causaba admiración: su vida cjemplarísiina, el canto de Maitines a media noche, su austeridad y pobreza, el incansable celo con que enseñaban la doctrina al pueblo por medio de intérpretes. Luego, algunos embajadores del rey de Sat-Suma, con grande acompaña- mientos de soldados y señores del reino, fueron a visitar a los misioneros para ofrecerles, en nombre del soberano, magníficas cabalgaduras, en las que podrían viajar cómodamente Insta la Corte. Los Padres agradecieron tan gran favor y miramiento, pero cortésmente rehusaron el obsequio y prefi- rieron ir a pie. Tras cuatro jornadas de viaje llegaron a la capital de la isla. En todas partes eran recibidos con grandes honores y agasajos; ne- cesitaron varios días para visitar a los principales personajes de la ciudad y sus alrededores. Todos se mostraban con ellos muy corteses y cariñosos, admirados de sus modales sencillos y afables, sin que les sorprendiera lo más mínimo lo peregrino del hábito religioso. LABOR DE LOS MISIONEROS EN LA ISLA S OLAMENTE los bonzos o sacerdotes de los ídolos se declararon, desde el primer día, enemigos encarnizados de los misioneros, y juraron hacer- los expulsar antes de mucho tiempo. No es que de buenas a primeras solicitasen del rey tan radical determinación; pero con sus calumnias y ma- lévolos informes, vinieron a entibiarse las primeras disposiciones del monar- ca, tan favorables a los misioneros, y así aplazó el darles licencia para edi- ficar iglesias y predicar en sus Estados. No por eso se desalentaron Francisco de Morales y sus compañeros, antes se recogieron en una humilde choza, y en ella vivieron como en su convento, observando puntualmente la Regla. Sustentábanse de un poco de arroz que les enviaba el rey. Movidos por el ejemplo de tan santa vida, los hospe- deros pidieron el Bautismo y fueron bautizados pasadas unas semanas de catecumenado. Entretanto, los piadosos misioneros no cesaban de invocar a la Reina de los Angeles, quebrantadora de la cabeza de la infernal serpiente y ven- cedora de todas las herejías. María oyó sus fervientes súplicas. Aquellos recién convertidos empezaron a su vez a evangelizar la isla y propagaron por doquier la santidad y virtudes de los nobles extranjeros que sólo pre- tendían salvar las almas.
  • 13. De todas partes acudían las ¿entes para ver a aquellos hombres de quie- nes tantas y tan buenas cosas se contaban. También la reina y las damas de su Corte fueron a saludar a los misioneros; quisieron ver la imagen de Nuestra Señora del Rosario y escucharon muy complacidas la explicación de los artículos de nuestra santa fe. El rey, por su parte, volvió atrás de sus malos prepósitos y no hizo ya ningún caso de las calumnias de los bonzos. Precisamente en ese tiempo, uno de sus cortesanos, gravísimamente herido, cobró la salud en cuanto le bautizaron. Por eso, a pesar de sus temores y vacilaciones, el príncipe dejó al fin a los misioneros predicar libremente en toda la isla de Kosigi y edificar en ella una capilla. ¡Cuántas estrecheces y privaciones debieron sufrir en aquel pobre país, viviendo largo tiempo sólo de la caridad de los pescadores! Finalmente, el rey de Sat-Suma, noticioso de los apuros y angustias de los Padres, les ofreció las rentas de una extensa y rica heredad; los reli- giosos, que preferían la pobreza de Cristo a la opulencia, se mostraron muy agradecidos, pero rehusaron la real donación. Este desinterés agradó sobre- manera al rey pagano; pero quiso que a lo menos aceptasen la ayuda de doce hombres que, viviendo a cuenta de palacio, se encargarían de acom- pañarles a todos los lugares donde quisiesen predicar. En breve lograron tener una casita en Quiodemari, ciudad populosa de la isla; desde allí salían por los alrededores, a visitar a los cristianos que los llamaban de otras poblaciones. Multiplicábanse para servirlos; confesaban sin tregua, administraban la Comunión, instruían a los catecúmenos, forta- lecían la fe de los neófitos y consolaban a los moribundos. La princesa Isabel, estando a punto de morir, mandó llamar a los padres Francisco de Morales, Alfonso de Mena y Tomás del Espíritu Santo, y en su presencia hizo pro- meter al joven príncipe Jaime, su hijo, que permanecería fiel a la religión cristiana. Jaime cumplió su promesa; incluso al sobrevenir la persecución, ya que prefirió perder sus bienes antes que ser traidor a la fe bautismal. MALQUERENCIA DEL REY. — EMIGRACIÓN L LEVABA ya seis años el padre Morales limpiando de malezas el campo tan lleno de abrojos de Sat-Suma, cuando el demonio, por el odio que le tenía, interpuso graves obstáculos en la apostólica labor de los misioneros. El rey, abúlico e inconstante, se dejó al fin vencer de la influen- cia de los bonzos, quienes le repetían sin cesar que la protección que daba a los cristianos acabaría con el trono antes de mucho tiempo. Este argumento impresionó vivamente al monarca, quien de allí en ade- lante anduvo buscando medio de apartarlos de su reino. Espiaba cautelosa-
  • 14. A L fin expira el Beato Francisco de Morales, después de sufrir varias horas las torturas de un fuego lento que, con refinada crueldad, iban alargando los paganos. Durante todo ese tiem po, no sólo no desmayó el heroico dom inico, sino que aun daba ánimo a sus compañeros.