texto argumentativo, ejemplos y ejercicios prácticos
El encuentro con el jaguar
1. El lapacho
Mis pasos hacían crujir las hojas bajo mis pies. Escuchaba la melodía de los pájaros
diciéndome que me alejara de allí.
Si bien mi intención era encontrar un lapacho, no deseaba utilizar su madera para un fino
mueble. Había contado a mis mejores amigos el propósito de mi travesía.
Al estar en casa, rara vez me abordaba la inspiración. Por lo que, para ser reconocida en el
diario donde trabajaba, necesitaba primero encontrar esa fuente de memorias e intrigas que resonaban
bajo la punta de mi pluma.
Es difícil pensar, que rodeada por tantos colores y aromas embriagantes, mis sentidos se
encontraban centrados en un mismo objetivo: el lapacho.
Aturdida por mis propias preocupaciones, no sentí el peligro al que exponía. Fue entonces
cuando lo oí. El rugido inconfundible de un jaguar. Me quedé inmóvil. Supuse que si luchaba era
totalmente inútil. Todavía no lo había visto, pero el sonido que provino de él, había sido muy claro
como para indicarme su posición: a menos de cien metros de mí. Sabía que era tan reconocible como
un cartel de neón en la terraza de la Casa Rosada…Pero…¿Qué tal si no venía por mí? Nunca había
escuchado que un jaguar atacase a un humano para alimentarse.
Entreabrí los ojos para ver mejor entre la maleza. Me quedé perpleja. Sí, el jaguar venía por mí,
pero lo que lo detenía era otro jaguar que estaba justo delante de mi cuerpo. Pensé, uno de ellos está
defendiendo su comida de los depredadores.
Instintivamente retrocedí tres pasos y al escucharlos uno de ellos me miró. Tenía ojos
inteligentes, color miel. Sentí como cada músculo de mi cuerpo se relajaba. No entendía como me
sentía tranquila ante esa situación, lejos de cualquier ser humano que me auxiliara.
El cruce de miradas con el jaguar duró sólo un instante, el otro se lanzó hacia nosotros. Desvié
la mirada, no quería ser parte de la lucha. Luego de unos segundos, ya no se escuchaba nada. Entonces
abrí los ojos y me preparé para la horrorosa escena. El jaguar que había sido mi protector me
observaba curioso. Con pasos indecisos y cautelosos se acercó a mí y frenó cuando estaba lo
suficientemente cerca como para que lo tocase.
No sé el tiempo que pasó pero todo fue tan rápido que desapareció ante mi asombro.
Simplemente dejó un rastro de ramas. Lo seguí y hallé lo que me había traído a ese lugar desde
un principio: el lapacho.
Cuando regresé a Buenos Aires, mis amigos me aconsejaron que escribiera novelas fantásticas y
mi jefe consideró seriamente que continuase con mis tiras cómicas.
Pero yo insistí, no importaba cual había sido el resultado de mi viaje, aprendí que hay veces en
las que no importa el fin, sino el medio que nos sorprende.
Catalina Samilian