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4.2 Formación y manifestación de la personalidad
La expresión personalidad proviene del griego “prosopón”, que cuyo significado de
“máscara” alude a las máscaras que en el teatro griego se colocaban los actores
para interpretar a los personajes de las tragedias. Puede considerarse que en cierto
modo responde a aquello que se percibe o la forma como se aparece ante otros;
posiblemente una traducción más apropiada fuera “imagen”. En latín el
término “personare” equivale a “resonar a través de...” (per sonare); es decir que
también alude a la forma como se es percibido por los otros, o en que cada uno se
manifiesta ante los otros.
Pero la personalidad no solamente consiste en la forma en que un individuo se
presenta o es percibido por los demás; la personalidad está conformada por ciertos
rasgos que conforman patrones en la forma en que el individuo percibe y se
relaciona con el ambiente y las demás personas, pero también consigo mismo, y
que se pone de manifiesto en una amplia gama de actitudes y aún de pensamientos,
tanto sociales como personales.
Como factores componentes del concepto de personalidad, es posible discernir
varios elementos:
Se trata de un componente estrictamente propio y distintivo de cada individuo
humano.
Es un elemento altamente integrado al individuo, que conserva sus rasgos
fundamentales y permanentes a lo largo de su vida.
No obstante, se mantiene en un estado permanente de evolución dinámica,
abierto a su constante desarrollo; aunque algunos rasgos estructurales
esenciales son de muy difícil modificación.
A la vez que tiene características inherentes al sujeto mismo, tiene una permanente
interacción con el mundo exterior; tanto en cuanto a la proyección del sujeto sobre
éste, como en cuanto a la influencia que ese mundo exterior y su propia peripecia
vital ejercen sobre aquella evolución constante. Esto ocurre especialmente en las
etapas iniciales de la vida, en que la integración de la personalidad es más receptiva
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a las influencias del medio, especialmente el familiar, y del proceso educativo (que
no debe confundirse con el proceso meramente instructivo).
Diversos autores han dado sus propias definiciones de la personalidad:
Para Gordon Allport, la personalidad es la organización dinámica en el
interior del individuo, de los sistemas neuropsíquicos que determinan su
conducta y su pensamiento característico.
Para Aldous Huxley, lo que alguien es depende de tres factores: de lo que
ha heredado; de lo que la circunstancia haya hecho de él; y de lo
que eligiendo libremente haya hecho de su circunstancia y de su herencia.
Para Jean Claude Filloux, la personalidad es la configuración única que
toma, a lo largo de la historia de un individuo, el conjunto de los
sistemas responsables de su conducta.
Para Giménez Vargas, la personalidad es el principio integrador específico y
propio de cada ser humano, según el cual se estructuran las cualidades
adquiridas y heredadas, en síntesis que establecen un modo individual
de relación con el medio.
Para Roustand la personalidad es la conciencia del Yo. Esto se entiende en
el sentido de percepción de su propio ser, como una individualidad
autónoma, la percepción de las sensaciones del propio cuerpo, el recuerdo
de su propia historia, y también un ideal hacia el cual se tiende como
persona.
La personalidad de cada individuo humano en cuanto él constituye un ser
absolutamente peculiar y diferenciable de todos los restantes integrantes de su
especie está compuesta de un conjunto de elementos altamente integrados entre
sí, que funcionan de una manera coherente. Cumplen diversas funciones en
el comportamiento y en la intimidad de su conciencia de sí mismo; que en definitiva
dan por resultado una estructura que opera como una unidad específica que
conforma su personalidad.
No es posible saber si en el momento de su nacimiento, el individuo humano porta
algunos elementos que puedan considerarse configurativos de un componente de
personalidad. Cabe admitir especialmente a medida que progresan los estudios
acerca de la genética que es muy posible que, de la misma manera que ocurre con
muchos otros componentes de su ser (que incluyen factores tales, como por ejemplo
la propensión a ciertas enfermedades), al menos algunos factores de su
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personalidad se encuentren contenidos en la herencia; o sean resultantes de la
combinación de componentes genéticos de los progenitores. La psiquiatría admite
que ciertas conformaciones patológicas de la personalidad puedan tener
componentes hereditarios; aunque también pueden influir en ello componentes
derivados del desarrollo de la personalidad en la convivencia con sus ascendientes
o con otras personas del ambiente familiar o social, durante su edad temprana.
De cualquier manera, puede afirmarse con certeza que en la estructuración de la
personalidad intervienen, de manera diversa y en buena medida aleatoria,
componentes que provienen de un fondo hereditario genético, por tanto y
componentes que provienen del medio ambiente, considerando éste no tanto en su
aspecto físico como en cuanto al medio social que rodea al individuo durante las
distintas etapas de su crecimiento y maduración, así como las experiencias que vive
y sobre todo los procesos educativos formales e informales que realiza,
principalmente pero no exclusivamente en los primeros años de su vida.
El sostenido avance de la investigación científica en torno a la genética, y el
progreso realizado por el proyecto del genoma humano, al mismo tiempo que
conduce a ciertas conclusiones positivas en cuanto a los factores hereditarios,
delimita aquellos factores que no es posible asignar a este origen.
En función de tales desarrollos, la separación de las
tendencias “genetista” y “ambientalista” acerca del origen y estructuración de la
personalidad que tuvo un importante impacto en las concepciones doctrinarias del
Derecho Penal y la eventual existencia de sujetos con propensión estructural al
delito ha ido cediendo terreno en favor de una concepción más
bien “complementarista”, que al tiempo que reconoce la coexistencia de ambos
factores, deberá aplicarse a cuantificar adecuadamente la incidencia de cada uno
de ellos.
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De todos modos, los progresos realizados en épocas recientes en los ámbitos de la
psicología, y la psiquiatría especialmente en relación a los trastornos de la
personalidad particularmente en el denominado trastorno de la personalidad
antisocial (TPA) habilitan a la criminología moderna a considerar la instrumentación
de medidas dirigidas a prevenir diversos tipos de delitos vinculados a la
personalidad patológicamente agresiva o a la ya de antiguo denominada locura
moral, o incapacidad para percibir adecuadamente los valores que deben ser
preservados para la convivencia en la sociedad.
En la medida en que se admita que por lo menos algunos componentes de la
personalidad tienen un origen genético, podrá concluirse que en el mismo momento
de producirse la fecundación del óvulo materno, e integrarse plenamente la cadena
del ADN del nuevo individuo, en él se encuentran presentes esos componentes de
su personalidad; al tiempo que comenzará el proceso continuado y en cierto modo
indefinido de integración de esa personalidad a partir del agregado de los
componentes emanados de su interacción con el mundo exterior.
El desarrollo intrauterino promedialmente de 270 días significa para el nuevo ser
un ambiente relativamente aislado, donde sus funciones fisiológicas, a medida que
van diferenciándose, se cumplen a través del organismo de su madre. En cierto
momento, es razonable considerar que la diferenciación del cerebro en el embrión,
alcanza en cierto momento un grado que da lugar al surgimiento de ciertos
elementos de conciencia de su propia existencia y de respuestas a los estímulos
externos; que ya comienzan a conformar un componente de memorización,
susceptible de influir en alguna forma en su futura personalidad.
El nacimiento procesado a través del acto del parto configura un cambio de
extraordinaria importancia en cuanto al medio vital en que se desarrollara el feto. La
propia circunstancia de que el parto se desarrolle por un proceso natural que
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desencadena un evento de índole casi catastrófica respecto del estado anterior del
feto o por procedimientos quirúrgicos eventualmente menos impactantes desde su
punto de vista, puede ser un factor de cierta trascendencia.
De todos modos, en psicología clínica se analiza el impacto de ese episodio como
un cambio sumamente trascendental, desde un medio acuoso, casi silencioso y sin
imágenes visuales variadas, hacia el medio aéreo, lleno de nuevos y estrepitosos
estímulos sensoriales, (luz, sonido, temperatura, sensaciones táctiles, movimiento,
ciclo fisiológico, etc.) y el proceso eventualmente doloroso y de dificultades vitales
del tránsito vaginal hacia el nacimiento; denominándolo “trauma de nacimiento”.
En el momento del nacimiento, es indudable que el individuo humano posee desde
ya ciertos elementos heredados, algunos de los cuales constituyen
meras potencialidades pendientes de un ulterior desarrollo. Ciertos factores físicos
que son indudablemente producto de su conformación hereditaria, aparecen
claramente visibles; tales como sus rasgos anatómicos, el color de su piel o de sus
ojos; mientras que otros habrán de desarrollarse más o menos tempranamente en
función de su maduración neurológica y muscular, como el habla y el
desplazamiento bípedo. Acerca del grado en que el desarrollo de tales habilidades
es espontáneo o resulta de alguna forma de aprendizaje, suele mencionarse
algunos ejemplos de niños “salvajes” o “niños lobos”, que se indica no las
desarrollaron, por lo menos hasta que fueron inducidos a ello mediante un
aprendizaje.
Entre esos componentes potenciales generalmente para nada ostensibles en el
momento del nacimiento o en su primera época de vida se encuentran
sus capacidades intelectuales; cuya evolución resulta más tempranamente
ostensible cuando existen alteraciones del tipo del autismo o el síndrome de Down.
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En general, se acepta que los primeros cinco años de vida de los seres humanos
son los más importantes desde el punto de vista de conformar los elementos básicos
de su personalidad. En ellos, el niño establece y consolida factores primordiales de
su vinculación con el mundo exterior, y desarrolla sus primeras modalidades propias
de acción y reacción con el medio social.
Es posible que ese período inicial se establezca algunos componentes básicos,
tanto de lo que puede considerarse una personalidad “normal”, como de aquella que
se encuentre afectada por algunas alteraciones respecto de ese modelo.
En particular, ciertas experiencias vitales esenciales, transcurridas en este período,
pueden pasar a integrar componentes fundamentales de la personalidad. Las
condiciones de la alimentación según que ella sea obtenida en forma segura y
regular, y con adecuada calidad de componentes puede ser uno de esos factores.
Indudablemente, el ambiente familiar según que provea los componentes de afecto,
seguridad, protección, disciplinamiento, adquisición del concepto de los límites de
la acción, oportunidades de desarrollo y expresión, seguridad en sí mismo, etc;
constituye un factor de importantísima trascendencia en la conformación de una
personalidad equilibrada, bien socializada, emocionalmente estable; o lo contrario.
En ciertos aspectos, esos factores habrán de perdurar durante toda la vida ulterior
del individuo; o en todo caso sólo podrán variarse hasta cierto punto, algunos de
ellos. Las carencias del desarrollo físico provenientes de una alimentación
demasiado pobre en proteínas y componentes minerales, durante la época de
desarrollo del sistema óseo y neurológico, difícilmente podrán ser corregidas
ulteriormente.
No parecen carecer de cierto fundamento científico las opiniones de algunos
estudiosos del tema, que han vinculado el surgimiento de las primeras civilizaciones
más avanzadas al hecho de que se tratara de pueblos en cuya alimentación
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pesaban de manera importante componentes como el trigo (la “media luna de las
tierras fértiles”, Egipto) o el maíz (México, Perú); así como destacan al mismo tiempo
las limitaciones intelectuales generalizadas de los pueblos o los estamentos
sociales que no disponen de una alimentación suficientemente rica y equilibrada en
sus primeros años de vida.
Obviamente, la percepción de que tales factores originan diferenciaciones
estructurales en la conformación tanto física como intelectual, no solamente con
alcance individual sino eventualmente respecto de toda una comunidad étnica o de
radicación geográfica, no configura una actitud de discriminación racial o social; sino
el mero reconocimiento de una situación de la realidad, de hecho, a la cual, en todo
caso y en vez de asumir una actitud de mera negación, será pertinente procurarle
correctivos en la medida de lo posible.
Reiteramente se ha señalado la importancia del amamantamiento materno de los
bebés hasta un tiempo adecuado; no solamente desde el punto de vista alimenticio
e inmunológico, sino también en función de su incidencia sobre el equilibrio afectivo
del niño. Otro elemento interesante, es la vinculación generalmente aceptada que
existe entre el notorio incremento de la talla promedial en algunos países europeos
luego de la Guerra Mundial II, con el importante mejoramiento de las prácticas
nutricionales de los niños.
No obstante, es evidente que el proceso de conformación de la personalidad tiene
una etapa de intensa estructuración mucho más allá de ese período de los cinco
años iniciales.
Especialmente a partir de los primeros cinco años, en los casos en que la actividad
formativa se desenvuelve conforme a lo que debe considerarse la norma, el proceso
educativo asume un papel primordial en la conformación de la personalidad, a través
del desarrollo del componente intelectual y crecientemente racional. La educación
primaria transcurrida entre los 5 y los 12 o 13 años provee de un conglomerado
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de desarrollos intelectuales primordialmente instrumentales: el perfeccionamiento
del lenguaje, la adquisición de las capacidades de la lectura y la escritura y su
asociada la expresión oral y escrita cada vez más autónoma; unida a
una socialización extrafamiliar determinada por la integración disciplinada a una
organización jerarquizada por la existencia de una autoridad externa, legitimada y
aceptada. A ello, se agregan componentes de desarrollo intelectual más afinado
como las generadas por los conocimientos aritméticos y geométricos iniciales y
la inserción nacional emergente del conocimiento histórico, geográfico y cultural,
también primarios.
Es indudable, sin embargo, que en las décadas recientes esos factores han
soportado diversas circunstancias adversas. El predominio adquirido por
los sistemas educativos informales, tales como los medios de comunicación masiva
audiovisuales especialmente la televisión, con su elevado porcentaje de dedicación
temporaria, especialmente por los niños y jóvenes ha debilitado en alto grado la
incidencia de la lectura y la escritura y consiguientemente la expresión autónoma
como medios de adquisición de conocimientos y de pautas de conducta.
Factores como la creciente incapacidad expresiva en su propio idioma, la pobreza
extrema del vocabulario y especialmente de sus formas de expresión idiomática
más sutiles, la desastrosa ortografía; son resultado de esos factores; así, como de
ciertas concepciones pedagógicas supuestamente inclinadas a facilitar la
espontaneidad. Todo lo cual, sin ninguna duda, incide directamente en el
empobrecimiento de los matices y potencialidades de la personalidad,
especialmente en las nuevas generaciones.
La adolescencia y la pre-adolescencia constituyen, sin lugar a dudas, uno de los
períodos de la vida más trascendentales para la consolidación de la personalidad.
A partir de los 13 o 14 años, el proceso de maduración intelectual y fisiológica la
pubertad conduce a la consolidación de los componentes innatos y adquiridos, que
culminan la estructuración de la personalidad en su condición más firme y duradera.
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Aunque la propia configuración de algunos de esos componentes podrá determinar
en el futuro y a lo largo del resto de la vida alguna medida de variaciones, reajustes
y adiciones que, en definitiva, podrán incorporar matices y enriquecimientos, pero
difícilmente modificaciones importantes de su estructura fundamental.
Por esta misma circunstancia, se hace mucho más necesario el cuidado de la índole
y la calidad de los contenidos educativos formales e informales y de las
circunstancias de experiencia vital. Las condiciones históricas imperantes en
muchos países especialmente de América Latina a partir de la finalización de la
Guerra Mundial II, han determinado la intensificación de la incidencia del uso de los
sistemas educativos institucionales, tanto formales como informales, en función de
inducir en el proceso de formación de las personalidades juveniles, determinados
efectos negativos; ya sea en forma intencional y organizada, o como derivación de
las políticas de contenidos aplicadas en función de supuestos resultados de
rentabilidad y “marketing” de los medios de comunicación masiva.
A medida que los jóvenes avanzan desde los 13 años hacia la plena adolescencia
y primera juventud, el proceso de su receptividad educativa formal e informal les va
poniendo en contacto con componentes cada vez más sustanciales de la vida de
relación y de la maduración intelectual de su personalidad. El proceso fisiológico
de la pubertad, incorpora a su desenvolvimiento íntimo como a su vida de relación,
un componente de especial trascendencia; que sin duda se constituye en un foco
de atención altamente competitivo con otros elementos necesarios de su formación
personal, especialmente en el plano intelectual y moral.
En este sentido, puede decirse sin riesgo de error grave, que a través de los
insumos vitales e intelectuales provenientes del sistema formal de educación, y de
los medios de comunicación social, adquiridos en la adolescencia, se consolidará la
personalidad, definitivamente; o casi.
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En la etapa adolescente, la personalidad incorpora generalmente algunas pautas
de inquietud íntima y de comportamiento social, que son resultantes del proceso de
auto-afirmación de la identidad; los cuales suscitan situaciones de enfrentamiento
con los sistemas de valores y con los sistemas institucionales establecidos de la
sociedad. Esa impropiamente llamada “rebeldía juvenil”, no constituye por sí una
situación valorable ni aceptable; sino una expresión de un mayor o menor grado de
inadaptación al proceso de consolidación de la personalidad; que los propios
jóvenes deben ser capaces de entender, y que normalmente está destinada a ser
superada a medida que avancen hacia la madurez, por lo que es profundamente
indeseable que sea ocasión de situaciones irreversibles.
Desgraciadamente, existen en la sociedad actual numerosos elementos algunos de
ellos absoluta e injustificablemente deliberados que conducen a exaltar como
valiosa, a reforzar y a menudo a explotar esa situación inapropiada y temporaria de
la etapa de formación de la personalidad en la edad adolescente. Esas actividades
propician desde la inducción al desmesurado consumismo económico (“modas”,
“marcas”, “ídolos” musicales o deportivos, etc.) hasta la captación ideológica;
pasando por la presentación de la violencia y de la promiscuidad sexual como
conductas “naturales”; la generalización de tatuajes, como signo de “compromiso”;
la “militancia” y la “lucha” como actitudes valorables y hasta “heroicas”, el consumo
del tabaco, las bebidas alcohólicas o las drogas psicotrópicas, como actividades
“divertidas”; o la degradación del lenguaje hasta los últimos extremos de lo soez,
como un componente de la “identidad generacional”.
En algunos desdichados casos, el deslizamiento de los jóvenes en seguimiento de
tales incitaciones, los lleva a situaciones tan lamentables como el abandono de sus
responsabilidades desde estudio; el abuso de las posibilidades económicas de su
familia; la incapacidad de sostener un trabajo estable; la indisciplina, la subversión
y aún el delito; el uso irracional de vehículos a altas velocidades, la drogadicción;
la promiscuidad sexual con las frecuentes consecuencias de la maternidad
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prematura, la irresponsabilidad paternal, las aberraciones sexuales o la contracción
y difusión de las enfermedades venéreas o el SIDA; sin contar con los que pasan a
ser los lamentables “héroes”, fallecidos, de los radicalismos políticos.
Todo lo cual parece un catálogo truculento y exageradamente catastrófico; pero
debe reflexionarse serenamente sobre ello, contraponiéndolo a la situación de los
jóvenes que, a partir de una personalidad estable y sólidamente integrada en la
sociedad, efectúan exitosamente sus estudios, se incorporan adecuadamente a la
vida económica de la sociedad, constituyen una pareja estable sobre la base del
amor y del respeto, y analizan las circunstancias sociales y políticas de su país con
solvencia y ecuanimidad.
Frente a esas situaciones de verdadero peligro para la formación de una
personalidad equilibrada, el grado de desarrollo de una intelectualidad crítica propia,
basada en la intensificación de la capacidad de análisis racional y sobre todo
fundado en la posesión de un adecuado grado de conocimientos sobre las
cuestiones fundamentales; es el único instrumento idóneo para contrarrestar la
incidencia de los enfoques deliberadamente deformados a veces involuntariamente
resultantes de las deformaciones ideológicas previamente inducidas en los propios
educadores en las actividades de educación formal.
Del mismo modo ocurrirá respecto de los contenidos de los medios de comunicación
social, determinados frecuentemente por agentes que actúan sin respetar la
objetividad en cuanto a la elección y presentación de sus contenidos; o sin
establecer debidamente y en forma explícita el carácter editorial de los mismos.
En este sentido, una de las mejores expresiones de la inteligencia, ha de consistir
en desarrollar la atención y la habilidad de discernir, en todas las expresiones sobre
asuntos de trascendencia vital filosóficos, históricos, políticos, ideológicos,
doctrinales, religiosos, éticos, corporativos, económicos, publicitarios,
propagandísticos, etc. los componentes implícitos. Es decir, aquellos elementos
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que no se explicitan, que se dan implícitamente como indiscutibles, axiomáticos;
pero que constituyen en realidad la médula del contenido que se trata de implantar
en los destinatarios de esas expresiones, y que lejos de ser incuestionables son en
sí mismos esencialmente discutibles.
El desarrollo de la personalidad, en cuanto es un proceso vital ininterrumpido,
prosigue a lo largo de las alternativas vitales, con diversos matices, en forma
continuada.
Generalmente, se sitúa el fin de la adolescencia en torno a los 21 a 25 años, en que
se completa la etapa educativa; no solamente de integración social y cultural, sino
frecuentemente de habilitación profesional que provee un medio de autosuficiencia
económica. En un momento variable según las circunstancias personales, ingresa
a la etapa de adulto, frecuentemente se consolida una pareja estable y se constituye
una familia, se emprende una carrera profesional, comercial o de otra índole y se
trata de cumplir en ella etapas de creciente desarrollo y mejor posicionamiento.
Se produce un afianzamiento cultural, frecuentemente autodidáctico, se desarrollan
los gustos personales y las actividades de auto-realización, se producen
integraciones en grupos sociales afines (clubes, asociaciones deportivas, etc.); todo
lo cual más las otras circunstancias vitales de alguna manera refuerzan los rasgos
de la personalidad o eventualmente los modifican, aunque difícilmente de manera
total.
Los casos más notorios en ese sentido, son precisamente aquellos de quienes en
su comportamiento juvenil han asumido posiciones extremas, radicales,
excesivamente idealistas; a quienes el devenir de su vida en madurez los
“aburguesa” moderando ampliamente aquellos extremismos, a menudo
insertándolos en el disfrute de buenas posiciones económicas y del prestigio social,
del éxito mediático o político, etc.; circunstancias reveladoras de que en realidad
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aquellas actitudes juveniles eran meras expresiones de la ansiedad por alcanzar
tales posiciones.
Esto es muy visible y notorio, especialmente, en personalidades cuya actividad era
en sí misma ajena en su contenido y en su profundización conceptual o técnica, a
los temas sobre los que asumían actitudes radicalizadas y de protagonismo;
aplicando una de las técnicas más insidiosas de la propaganda, el
llamado “testimonial transfer”, consistente en valerse del prestigio ganado en un
área para pretender solventar autoridad en otra totalmente distinta: desde la pasta
dental recomendada por el astro del fútbol, hasta el candidato político recomendado
por el músico exitoso, el literato célebre, o el galán de los teleteatros.