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BORRADOR DE MANUAL
                                   CAPITULO 1

1. La Palabra de Dios en la Vida y Misión de la Iglesia.

   La Iglesia vive de la Palabra de Dios.
    La Palabra de Dios, “es viva, es eficaz y más cortante que una espada de dos
       filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y
       tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb 4, 2).
   Que con estas palabras debemos tener clara conciencia de que la iglesia es toda
   palabra de Dios y Tradición, que ellas están íntimamente unidas y compenetradas, son
   base fundamental en que se basa la vida y misión de la Iglesia, es en ella donde se
   refleja la eficacia del fruto del mandato de nuestro señor Jesucristo, “id por todo el
   mundo y predicar el evangelio”.

    1.1-La palabra de dios en la vida de la Iglesia.
La Iglesia ha venerado siempre la Sagrada Escritura, al igual que el mismo Cuerpo del
Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de
palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo. Siempre la ha considerado y considera,
juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe. (CVII, DV#21)
Cuando el Espíritu Santo inicia a mover la vida del pueblo, uno de los primeros y más
fuertes signos es el amor a la Palabra de Dios en la Escritura y el deseo de conocerla
mejor. Tiene una inmediatez extraordinaria y el poder de penetrar en lo íntimo del ser
humano.
La Biblia es el libro de un pueblo para un pueblo. Ella es una herencia, un testamento
consignado a lectores, para que realicen en sus vidas la historia de la salvación
atestiguada en lo que está escrito.
Existe, por lo tanto, una relación recíproca y de vital pertenencia entre pueblo y Palabra:
La Biblia continúa siendo una colección de libros vivos con el pueblo que la lee; el
pueblo no subsiste sin ellos, porque en éstos encuentra su razón de ser, su vocación y su
identidad.
Habrá fidelidad a la Palabra cuando la primera forma de caridad se realice en el respeto
de los derechos de la persona humana, en la defensa de los oprimidos y de los que sufren.
Principalmente cuando se asume desde dentro de las estructuras eclesiales, para luego
también ser transformado por dicha palabra, y que con ello conlleva a una buena
realización del objetivo principal de la Iglesia: que es Evangelizar.

    1.1.1-Una realidad que nos interpela.

En la primera parte del documento de Aparecida se expresa la coexistencia de una doble
realidad en nuestros pueblos de América Latina y el Caribe: vida y anti-vida… Por una
parte, se reconoce y se agradece a Dios la existencia de muchos signos de vida (cap. I) y,
por la otra, se describe una realidad preñada de signos de negación de la vida (muerte)
(cap. II).



                                                                                         1
Por una parte, se reconoce al Dios de la Vida actuante en nuestra historia así como la
difusión del Reino de vida a través de nuestra libre colaboración:

Bendecimos a Dios con ánimo agradecido, porque nos ha llamado a ser instrumentos
de su Reino de amor y de vida, de justicia y de paz […]. Él mismo nos ha encomendado
la obra de sus manos para que la cuidemos y la pongamos al servicio de todos.
Agradecemos a Dios por habernos hecho sus colaboradores para que seamos
solidarios con su creación de la cual somos responsables […] (DA 24).

“Mirada de los discípulos sobre la realidad” así se presenta el segundo capítulo del
documento de aparecida y nos presenta una “realidad que nos interpela a todos”. A partir
de un breve análisis del fenómeno de la globalización señala y denuncia la dinámica de
muerte que dicho fenómeno ha venido generando en las últimas décadas; esto, sin
desconocer sus aspectos positivos.

-    Se reconoce la existencia de grandes cambios que afectan profundamente la vida de
     nuestros pueblos y el desafío que estos nos presentan:

Los pueblos de América Latina y de El Caribe viven hoy una realidad marcada por
grandes cambios que afectan profundamente sus vidas. Como discípulos de Jesucristo,
nos sentimos interpelados a discernir los “signos de los tiempos”, a la luz del Espíritu
Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que
todos tengan vida y “para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10). (DA 33).

-    Se señala el alcance global de dichos cambios y su impacto en todos los ámbitos de
     la vida humana:

El fenómeno de la globalización ha ido desquebrajando las bases de una sociedad más
solidaria, y por lo tanto debe ser redireccionado para que la misión de llevar un mensaje
de esperanza penetre en los sectores más marginados.
Esta nueva escala mundial del fenómeno humano trae consecuencias para todos los
ámbitos de la vida social, impactando la cultura, la economía, la política, las ciencias, la
educación, el deporte, las artes y también, naturalmente, la religión (DA 35).

Conducida por una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, la
globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de
pocos, […] lo que produce la exclusión de todos aquellos no suficientemente capacitados
e informados, aumentando las desigualdades que marcan tristemente nuestro continente
y que mantiene en la pobreza a una multitud de personas… (DA 62).

[…] Una globalización sin solidaridad afecta negativamente a los sectores más pobres.
Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo
nuevo: la exclusión social […]. Los excluidos no son solamente “explotados” sino
“sobrantes” y “desechables” (DA 65).




                                                                                          2
-     En cuanto “signo de los tiempos”, se reconoce en el fenómeno de la globalización
      una manifestación de “la profunda aspiración del género humano a la unidad”, pero
      al mismo tiempo se advierte que dicho fenómeno “comporta el riesgo de los
      grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo” (DA 60), con
      consecuencias muy graves en contra de la vida humana:


Asimismo se señala la fuerza destructora de la globalización, en su fase actual, contra las
identidades culturales y contra la naturaleza:

Hoy, los pueblos indígenas y afros están amenazados en su existencia física, cultural y
espiritual… pues la globalización económica y cultural pone en peligro su propia
existencia como pueblos diferentes… (DA 90).

La naturaleza ha sido y continúa siendo agredida. La tierra fue depredada (DA 84).

En efecto, la compleja problemática por la que está pasando la humanidad, querámoslo o
no, nos pone ante “el peligro de una muerte planetaria” y, por ende, ante la perspectiva de
un humanicidio global. ¿Cuáles serían las posibles formas de una muerte del planeta? Los
gestores de “la moral planetaria” vislumbran al menos dos escenarios: “la conflagración
nuclear y la fractura Norte/Sur, es decir, el mundo abrazado por la guerra nuclear y el
mundo demolido por la revuelta de los países pobres. Se trata, en definitiva, de dos
bombas igualmente destructoras: la bomba ‘termonuclear’ y la ‘bomba de la miseria’, que
pueden ocasionar una muerte violenta. Pero también puede darse – ya se está dando- una
muerte gradual del planeta. Se trata de una muerte tan radical como la violenta” 1.

En síntesis, el análisis de la realidad que se presenta en Aparecida nos permite vislumbrar
“una nueva civilización emergente, marcada por la globalización y por la búsqueda de un
mundo solidario, como dos fuerzas que debaten entre sí y que tratan de sobreponerse. Por
un lado, encontramos una globalización de corte neoliberal, como una realidad
consumada y, al mismo tiempo, como una tendencia que lo está afectando todo y a todos,
con prácticas predatorias que están causando estragos inimaginables en la humanidad y
en el planeta entero; por el otro lado está la lucha por valores y prácticas esencialmente
constructivos, orientadas a una solidaridad universal. En el fondo se trata de una lucha
entre la vida y la muerte, no sólo de la familia humana, sino del planeta mismo”2.
-     De manera clara y enfática, Aparecida señala cómo las consecuencias negativas de
      una globalización equivocada contradicen radicalmente el proyecto del Reino de
      vida y nos desafían a trabajar decididamente por una “cultura de la vida”:

 […] las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su
miseria y su dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpelan a los creyentes a un
mayor compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a
traer es incompatible con esas situaciones inhumanas. Si pretendemos cerrar los ojos

1
   Valadez Salvador, Globalización y solidaridad. Una aproximación teológico-pastoral desde América
Latina, Publicaciones de la Universidad Pontificia de México, México 2005, p. 304.
2
  Ibíd., p. 9.

                                                                                                 3
ante estas realidades no somos defensores de la vida del Reino y nos situamos en el
camino de la muerte… (DA 358).

1.1.2. El ser humano en búsqueda de sentido

La creación es el modo como la Biblia afirma la soberanía absoluta de Dios sobre el
mundo: el creador es el dueño de todo, también del hombre: «Tú eres mío» (Is 43, 1). Por
eso el que Dios entregue el mundo al hombre habla de la totalidad del don y de sus
límites: «Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios» (1 Cor 3, 22-
23). El creyente vive el mundo como don de Dios; de ahí procede una actitud de
confianza ante la vida, una confianza radical en la bondad del mundo basada en el
convencimiento de que el Creador del mundo es el Padre de Jesucristo y de todos los
hombres:

«¿Por qué preocuparos a causa de la ropa? Aprended de los lirios del campo, cómo
crecen. Ni trabajan, ni hilan, y, sin embargo, os digo que ni siquiera el rey Salomón, con
todo su esplendor, llegó a vestirse como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba
del campo, que hoy está verde y mañana será quemada en el horno, ¿no hará mucho más
por vosotros? ¡Qué poca es vuestra fe! No os preocupéis pensando qué vais a comer, qué
vais a beber o con qué vais a vestiros. Esas son las cosas que preocupan a los que no
conocen a Dios; pero vuestro Padre que está en los cielos ya sabe que las necesitáis» (Mt
6, 28-32).

La revelación bíblica acerca de la creación del mundo no significa, pues, una respuesta a
la pregunta teórica sobre el origen de las cosas. Es una enseñanza acerca del modo de
vivir en el mundo y acerca del sentido de la vida, la creaturidad del mundo no disminuye
su dignidad, sino todo lo contrario: como obra de Dios, el mundo goza ya de por sí del
refrendo y la aceptación de Aquél que al crearlo lo encontró «muy bueno».

Pero la responsabilidad del hombre es sobre todo activa: puede transformar el mundo,
corrompiéndolo o mejorándolo. Cuando el hombre hace el balance de su actividad
mundana, no puede dejar de hacerlo ante el mismo Dios. El juicio que recoge la Biblia es
más bien negativo: por el «pecado» humano la tierra sufre maldición (Gn 3, 17) y el
mundo está «condenado al fracaso» y sometido a la «corrupción» (Rm 8, 19-22), aunque
su bondad radical no haya podido ser corrompida y los elementos sigan obedeciendo a
Dios a pesar de la desobediencia del hombre (Dt. 4, 26; Is 1, 2-3; Miq 1, 2; Jer 8, 7, etc.).



1.1.3. La buena nueva de “salvación” hoy3: una vida plena en Jesucristo

En efecto, la noción de vida, en el documento conclusivo de Aparecida, es esencialmente
cristológica4. La “vida plena” sólo se comprende en y desde Cristo:
3
  Cf. Valadez Fuetes Salvador, Espiritualidad para la acción misionera, Medellín 135 (septiembre 2008)
465-488, aquí p. 471-473.
4
  Cf. Fernández Víctor Manuel, “La misión como comunicación de vida: un estado permanente de Misión
para la plenitud de nuestros pueblos”, en Consejo Episcopal Latinoamericano-Secretaría General, Testigos

                                                                                                      4
Aparecida presenta a Jesucristo como una oferta de vida que integra los legítimos anhelos
humanos y, al mismo tiempo, invita a que dichos anhelos se orienten hacia una vida
verdaderamente plena, la cual sólo se puede lograr en y desde Cristo5.

Se trata de mostrar que la relación con Jesucristo no es un obstáculo para la felicidad,
sino la forma más genuina para alcanzar dicha felicidad. Se deja claro que “Jesús no nos
exige que renunciemos a nuestros anhelos de intensidad vital”, sino que nos ayuda a
darles sentido y realización, pues “Él ama nuestra felicidad también en esta tierra” (DA
355). En otras palabras: “la vida nueva de Jesucristo desarrolla en plenitud la existencia
humana “en su dimensión personal, familiar, social y cultural” (DA 356). Así es como
Jesús se manifiesta “como nuestro Salvador en todo el sentido de la palabra” (DA 356).
La vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el
gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quien nos necesite, el contacto con la
naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad
vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su
amor sincero. Podemos encontrar al Señor en medio de las alegrías de nuestra limitada
existencia… (DA 356).

Por otra parte, también se insiste en la dimensión social-comunitaria y oblativa de nuestra
existencia. La vida plena sólo se alcanza dando la propia vida, a ejemplo de Cristo:

La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho,
los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se
apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. Aquí descubrimos otra ley
profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega
para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión (DA 360; cf. 359).

En la propuesta de Aparecida la palabra “salvación” adquiere un matiz especial: equivale
a “vida plena en Cristo”. Por tanto, trabajar por la salvación significa trabajar para que
todos tengan vida plena en Él. Dicha salvación abarca a todos los hombres y mujeres
(1Tm 4,2); a todo el ser humano, en la integralidad de su ser y a la creación entera. Si
bien la salvación total sólo ocurrirá en el encuentro definitivo con Cristo (cf. Ap 19,1).

Así pues, si el objetivo esencial de la misión es continuar la obra salvífica de Cristo, para
nosotros dicha misión significará proclamar y hacer viable la “buena nueva de la vida”.
En otras palabras: el objetivo esencial de la misión evangelizadora de la Iglesia es
trabajar para que todos y todo tengan vida plena en Cristo (Jn 14,6).

Cabe señalar que la razón de ser de los valores que hacen visible el Reino: verdad,
justicia, libertad, paz, solidaridad, amor, solo cobrarán sentido en la medida en que
contribuyan a la vida, pues el deseo y la Gloria del Padre es que todos sus hijos e hijas
tengan vida plena6.

de Aparecida, Publicaciones del CELAM, 2008, p. 300-368. Aquí, p. 303.
5
  Cf. Fernández Víctor Manuel, “La misión como comunicación de vida”, op. cit., p. 304.
6
  Gloria Dei homo vivens: “La gloria de Dios es que el hombre viva” (San Ireneo).

                                                                                           5
El Reino que Jesús vino a instaurar es el “Reino de la vida”; en consecuencia, los
seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu de Jesús y “hacer
propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a
los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de
gracia del Señor (cf. Lc 4, 18-19)” (DA 152)7.


1.2-La palabra de Dios en la misión de la Iglesia.

Al anunciar la Buena Noticia la misión de la Iglesia está estrechamente vinculada a la
experiencia de la Palabra de Dios en la vida. El « ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!»
(1 Co 9, 16) de San Pablo resuena también hoy en la Iglesia con urgencia y es para todos
los cristianos no en una simple información, sino una llamada al servicio del Evangelio
para el mundo.
Desde el concilio Vaticano II en su constitución dogmatica Dei Verbum, la misión de la
iglesia con respecto a la Palabra de Dios, logro dar avances significativos en cuanto a la
forma de realizar los acercamientos a la Palabra de Dios en todos los niveles, así nos lo
dice en DV#25, el santo Concilio recomienda insistentemente a todos los cristianos en
particular a los religiosos, a que aprendan “ el sublime conocimiento de Jesucristo” (Fil
3,8) con la lectura frecuente de las Divinas Escrituras.
Es de esta fuente primordial en donde la iglesia fundamenta sus acciones pastorales, en la
que ayuda a las obras que coloque como metas, y que su accionar todo este impregnado
de las sagradas Escrituras para así dar directrices, luces y acciones que lleven al
conocimiento pleno de la Verdad.

1.2.1. Ser fuente de vida: horizonte de la misión de la Iglesia

Se señala que la Iglesia está orientada al primer anuncio, "ad gentes", a los que todavía
no conocen al Verbo, Palabra de Dios, pero también a aquellos que han sido bautizados
pero que necesitan una nueva evangelización para redescubrir la Palabra de Dios".
 Colocar la vida plena como el horizonte de la misión, la brújula orientadora de la
evangelización, tiene enormes consecuencias pastorales, en el contexto actual. Veamos
algunas:
1)    El espíritu misionero deberá estar marcado por un profundo amor al Dios de la
      Vida y por una radical “pasión por la vida”.
2)    La Iglesia debe crear dinamismos generadores de vida y desechar todos aquellos
      factores que merman o dificultan la circulación de la “savia del Espíritu”,
      generadora de vida divina. Dicho de otro modo: debe entrar en un proceso radical
      de conversión pastoral. Conversión que implica hacer reformas “espirituales,
      pastorales e institucionales” (DA 367), “abandonar estructuras caducas” (365), etc.
      Dicha conversión debe estar orientada a “someterlo todo al servicio de la
      instauración del Reino de vida. (DA 366).
3)    La acción evangelizadora debe incidir en los ámbitos donde se encuentran los
      dinamismos generadores de vida o de muerte: “Los discípulos y misioneros de
7
    Cf. DA 149-151.

                                                                                        6
Cristo deben iluminar con la luz del Evangelio todos los ámbitos de la vida social.
         […]. Si muchas de las estructuras actuales generan pobreza, en parte se ha debido a
         la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con
         especiales responsabilidades políticas, económicas y culturales” (DA 501).
4)       Luchar con decisión y radicalidad por una “cultura de la vida” implica para la
         Iglesia, trabajar sin tregua por:

         - El rescate de la dignidad humana (cap. 8): “la importancia de la lucha por la
           vida, la dignidad y la integridad de la persona humana. La defensa fundamental
           de la dignidad y de estos valores comienza en la familia” (DA 468).
         - El fortalecimiento de la Familia (cap. 9): “la familia es uno de los tesoros más
           importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños, y es patrimonio de la
           humanidad entera” (DA 432).
         - La promoción integral de nuestros Pueblos (cap. 10): valorar y promover las
           culturas e identidades, así como cuidar de nuestra casa común. Teniendo como
           trasfondo la opción preferencias por los más pobres (cf. DA 396).

5)       Esta firme decisión misionera, en busca de una vida plena para todos, debe
         impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis,
         parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la
         Iglesia… (DA 365).
6)       La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus
         miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas
         transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos
         para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios (DA 367).
7)       Perfilar un nuevo modelo de Iglesia: Discípula-Misionera-Madre-Pedagoga-
         Samaritana. Es necesario que la Iglesia se manifieste “como una madre que sale al
         encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera”
         (DA 370).
8)       “Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan
         vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas
         prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar
         junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano [así como]
         “crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que
         no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos” (DA 384; cf. 385).

En fin, la opción por la vida plena en Cristo, exige una reeducación radical del ser
humano8, que implica un cambio de mentalidad, opciones y actitudes, así como una
modificación radical de nuestras conductas y comportamientos. es necesario educar (nos)
para desechar de nuestros esquemas tantas necesidades ficticias, creadas por una
publicidad agresiva y falsa. Para transformar la actual sociedad de consumo es necesario
volver al “buen uso de la vida monástica”9, es decir, el de la moderación, la austeridad y
la ascesis, que nos “desintoxiquen” del espíritu materialista, nos liberen del consumismo
hedonista, y nos permitan un desarrollo espiritual, así como una profunda interiorización

8
    Cf. M. Lacroix, Por uma moral planetária, op. cit. p. 135-158.
9
    Ibíd., p. 142.

                                                                                            7
que nos haga capaces de disfrutar de los verdaderos valores, como son la alegría
profunda, la paz y el amor.

1.2.2. El mundo como «palabra» y «revelación»

Para los griegos el concepto de verdad significa el hecho de que el ser es lo no-oculto, lo
patente, lo que se desvela. El fariseo de la parábola es el hipócrita que se oculta tras la
maraña de su palabrería, y al enmarañarse y ocultarse huye de la luz y de toda posibilidad
de ser justificado por la luz. Dios es la luz, como es el amor. Y el que la primera obra de
Dios sea la creación de la luz creación que, paradójicamente, precede a la de los astros
(cf. Gn 1, 3-5 y 14-19)- indica cuál es el «ser» de toda realidad creada: la luz y la palabra.
Dios es la palabra por esencia:

«Cuando todas las cosas comenzaron ya existía aquél que es la Palabra, y aquél que es la
Palabra vivía junto a Dios y era Dios. Junto a Dios vivía cuando todas las cosas
comenzaron. Todo fue hecho por medio de él y nada se hizo sin contar con él» (Jn 1, 1-
3).

El mundo entero, creado por la palabra del Dios-Palabra, es él mismo «palabra». En la
Creación entera hablan las cosas de Dios, habla el mismo Dios, con una palabra
silenciosa que se confunde con el «ser» obediente de las criaturas y que está siempre
reclamando que se le una la palabra hablada del hombre. De este modo, el mundo
adquiere sentido como revelación de Dios. En /Sb/13/01-09 y /Rm/01/18-23 se denuncia
el grave peligro de que por el pecado del hombre las cosas dejen de remitir a Dios y no
hablen sino de sí mismas, convirtiéndose en ídolos. Rigurosamente, un ídolo es una
realidad que ha perdido su función simbólica y su relación con todas las demás cosas del
mundo, y que, por ello mismo, tiende a reclamar para sí misma una consideración
absoluta y exclusiva. Indudablemente, hoy asistimos a esta total idolatría de las cosas,
que han perdido su dimensión transitiva y simbólica y su significación última de ser
«palabras de Dios». Esta última fórmula, que cierra la lectura litúrgica de los textos
bíblicos, deberla poder ser dicha ante la contemplación del mundo; pero esa posibilidad
nos ha sido casi totalmente arrebatada.

En este contexto debe hablarse del tema de la IMAGEN DE DIOS. «Dijo Dios: Hagamos
el hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza, y dominen en los peces del mar,
en las aves del cielo, en los ganados y en las alimañas, y en toda sierpe que serpea sobre
la tierra. Y creó Dios el hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; macho y
hembra los creó» (Gn 1, 26-27. Cf. Gn 5, 1ss.; 9, 6ss.; Eclo 17, 2-4; Sab. 2, 23; 7, 26; Sal
8).

El hombre es la última palabra de Dios, la definitiva, la cumbre de su creación por la
palabra. De este modo interpretamos aquí la expresión bíblica, sin pretender que sea la
mejor interpretación posible y sin ignorar que se han dado otras muchas, ya desde la
misma Biblia. Eclo 17, 2-4 habla del dominio sobre los animales, aunque inmediatamente
añade: «Les formó boca, lengua, ojos, oídos y un corazón para pensar. De saber e
inteligencia los llenó, les enseñó el bien y el mal. Puso su ojo en sus corazones, para

                                                                                            8
mostrarles la grandeza de sus obras. Por eso su santo nombre alabarán, contando la
grandeza de sus obras» (versículos 6-10). Sab. 2, 23 habla, en expresión helenística, de la
«incorruptibilidad» del ser humano.

La creación entera surge de la palabra de Dios y es palabra de Dios. También el hombre
lo es, y en ello se asemeja a todas las demás criaturas. Pero la gran diferencia radica en
que esa palabra se dirige al hombre, y por ello fue creado el sexto día y no el primero.
Dios dialoga únicamente con el hombre: también el hombre puede pronunciar palabras
que brotan de su «ser-palabra». El hombre es, pues, imagen de Dios porque puede
relacionarse con él en un diálogo auténtico.

Pero hay que añadir algo más: siendo «imagen» de Dios, el hombre es la gran palabra
que Dios dirige al hombre mismo: por medio del hombre habla Dios al hombre. En él se
revela el Creador de un modo privilegiado, él es la única «visibilidad» posible de Dios, y
queda prohibido en la Ley bíblica hacer cualquiera otra «imagen» tomada del mundo
astral o animal (Ex 20, 4-6; Dt. 4, 15-20). Juan expresa esta idea con particular fuerza en
1Jn 4, 12 y 20.

Juan nos da aquí una importante clave de «lectura»: sólo el amor es capaz de descubrir en
el otro la imagen de Dios. Sin embargo, la pregunta de la «parábola» del Juicio final -
«¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer...?» (Mt 25, 37-39)- parece
contradecir esta afirmación, tampoco confirmada por nuestra propia experiencia. Por eso
hay que completar: sólo el amor... que nace de la fe en la encarnación de la Palabra de
Dios en el hombre-Jesús. Porque, efectivamente, el Nuevo Testamento no habla del
hombre como imagen de Dios: la única imagen es Cristo, el Cristo glorificado, según la
teología de Pablo 7. Dios ha dicho su primera palabra al hombre a través del hombre
mismo; pero su palabra última y definitiva la ha dicho por medio de su HiJo (Heb 1, 1-5),
y quien por la fe y el amor descubre en todo hombre la presencia del Hijo sigue
escuchando esa eterna palabra.

1.2.3. El mundo como «historia hacia Cristo»

La dependencia del mundo respecto a la palabra de Dios pone de manifiesto la dimensión
esencial de aquél: el mundo es, ante todo, Historia. «El mundo dice Wittgenstein al
comienzo de su Tractatus es todo lo que acaece. El mundo es la totalidad de los hechos,
no de las cosas.» Cualquiera que sea la interpretación que se dé a esta cita, al menos aleja
de la consideración del mundo como «cosa que está ahí», y nos orienta hacia el mundo
como acontecimiento. Aún más: hay que pensar el mundo como mundo-del-hombre. Y
como algo abierto «hacia adelante», pero no tanto como «evolución», sino como
Historia. En este sentido, los conceptos de Naturaleza y de Historia se separan claramente
entre sí, evidenciándose de qué lado cae el concepto de Mundo. Si son la palabra y la
acción humanas las creadoras de historia, lo que ha surgido de la palabra de Dios
pertenece con mayor razón a la Historia. Como veremos, ésta es la concepción bíblica de
la realidad.




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Con razón la Palabra es aquí denominada «Grito», puesto que es no sólo la Palabra que
está al principio del mundo, sino sobre todo la Palabra que llama desde su meta final.
Dios es el futuro del mundo, y, por ello mismo, su sentido. Y aquí «sentido» no es ya
«significación», sino «movimiento hacia», determinado por la Palabra de Dios. «El cielo
y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31; cf. Mt 5, 18): la palabra de
Dios impulsa la historia y sostiene el mundo en su dinámica, sin ella . «pasarían» como
una sombra y perderían todo su sentido. Todo esto nos obliga a profundizar en el tema de
la Creación. El «grito» de Dios domina:

«Voz de Yahvé sobre las aguas, el Dios que se manifiesta truena, es Yahvé sobre las
inmensas aguas, voz de Yahvé con fuerza, voz de Yahvé con majestad, voz de Yahvé que
desgaja los cedros...» (Sal 29, 3-5).

Dios grita y surge el mundo. La Biblia emplea para designar esta actividad de Dios el
verbo hebreo BARA, traducido ordinariamente por «crear». El sujeto de este verbo es
siempre y exclusivamente Dios, nunca el hombre. no deja de actuar, su palabra no cesa,
sino que es continuamente emitida, es un acto siempre presente. Hay, pues, una «creación
continuada» «creatio continua» en la teología clásica, pero que tiene una dimensión
fundamentalmente histórica: Dios es el «creador de Israel» (Is 43, 15), y cada pasaje
importante de su historia es una maravillosa aparición de «lo nuevo». Sacar el mundo de
las aguas primitivas, sacar a Israel de Egipto, haciéndole pasar por las aguas del mar
Rojo, o rescatar a los desterrados en Babilonia, devolviéndoles a su tierra a través de un
desierto que recordará el comienzo del mundo (Gn 2, 5), son toda una misma acción
continuada de la Palabra omnipotente. Con el trasfondo de la creación del mundo, el
Deuteroisaías une el éxodo y el retorno del exilio, mostrando que Yahvé, el rey de Israel,
es «el primero y el último, el único Dios» (Is 44, 6), el que pone en la existencia y
conduce a la libertad final:

«Así dice Yahvé, que trazó camino en el mar, y vereda en aguas impetuosas. El que hizo
salir carros y caballos a una con poderoso ejército; a una se echaron para no levantarse,
se apagaron, como mecha se extinguieron. ¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la
cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo
reconocéis? Sí, pongo en el desierto un camino, senderos en el páramo. Las bestias del
campo me darán gloria, los chacales y las avestruces, pues pondré agua en el desierto y
ríos en la soledad para dar de beber a mi pueblo elegido. El pueblo que yo he formado
cantará mi alabanza» (Is 43, 16-21).

La responsabilidad del creyente es no quedarse en el «tiempo bíblico», sino vivir en el
presente la continua renovación del mundo como historia. Es culpable ceguera no saber
descifrar «los signos de los tiempos» (Mt 16, 3). Dios no visita el mundo para dejarlo en
su «ahora» estático, sino para moverlo en su avanzar hacia el «después» histórico.

Por eso, el acercamiento de Dios al mundo es también histórico: la palabra de los
profetas, la encarnación de su Palabra, la presencia de su Espíritu. Cristo es, de hecho, el
futuro del mundo. El hombre ya no está sometido al «sistema» caduco de este mundo, ni
a sus leyes: « ¡Qué más da estar circuncidados o no estarlo! Lo que importa es ser

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hombres nuevos» (Gál 6, 15). Lo que se impone es optar por el mundo que comienza con
Cristo: «El que está en Cristo es un hombre nuevo; lo viejo ha pasado, y una realidad
nueva está presente» (2 Cor 5, 17). La dialéctica “viejo-nuevo” que aquí aparece
coincide con la dialéctica muerte-resurrección, pero su dimensión cósmica es más
evidente. Todas las promesas de Dios respecto al hombre y al mundo se encierran en «lo
nuevo»:

«He aquí que Dios ha montado su tienda de campaña entre los hombres. Habitará con
ellos, ellos serán su pueblo y él será el Dios-con-ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos,
y ya no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Es todo un mundo viejo el que pasó.
Y el que estaba sentado en el trono anunció: Ahora voy a hacer nuevas todas las cosas»
(Ap 21, 3-5).

Y con una fuerte imaginaria apocalíptica, la segunda carta de Pedro concluye: «El día del
Señor vendrá como un ladrón. Entonces los cielos se derrumbarán con estrépito, los
elementos del mundo quedarán pulverizados por el fuego, y desaparecerá la tierra con
cuanto hay en ella. Si todo ha de ser aniquilado, ¡qué vida tan entregada a Dios y tan fiel
debe ser la nuestra, mientras esperáis y aceleráis la venida del día del Señor! Ese día en
que los cielos arderán y se desintegrarán, y en que los elementos del mundo se derretirán
consumidos por el fuego. Nosotros, sin embargo, confiados en la promesa de Dios,
esperarnos unos cielos nuevos y una tierra nueva que sean morada de la justicia» (2 Pe 3,
10-13).

El mundo nuevo no es dado al que simplemente «espera», sino al que vive y lucha en una
esperanza activa. O, como acabamos de leer, al que «acelera» la venida del día del Señor.
La resurrección de Cristo debe convertirse en la insurrección de los hombres contra un
mundo que han de denunciar como caduco y contrario al Reino de Dios. El anuncio
evangélico se hace también denuncia. Y la proclamación alcanza una dimensión cósmica:
«anunciad la buena noticia a toda la creación» (Mc 16, 15).




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Manual cp. 1. anibal. corregido abca2012

  • 1. BORRADOR DE MANUAL CAPITULO 1 1. La Palabra de Dios en la Vida y Misión de la Iglesia. La Iglesia vive de la Palabra de Dios.  La Palabra de Dios, “es viva, es eficaz y más cortante que una espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb 4, 2). Que con estas palabras debemos tener clara conciencia de que la iglesia es toda palabra de Dios y Tradición, que ellas están íntimamente unidas y compenetradas, son base fundamental en que se basa la vida y misión de la Iglesia, es en ella donde se refleja la eficacia del fruto del mandato de nuestro señor Jesucristo, “id por todo el mundo y predicar el evangelio”. 1.1-La palabra de dios en la vida de la Iglesia. La Iglesia ha venerado siempre la Sagrada Escritura, al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo. Siempre la ha considerado y considera, juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe. (CVII, DV#21) Cuando el Espíritu Santo inicia a mover la vida del pueblo, uno de los primeros y más fuertes signos es el amor a la Palabra de Dios en la Escritura y el deseo de conocerla mejor. Tiene una inmediatez extraordinaria y el poder de penetrar en lo íntimo del ser humano. La Biblia es el libro de un pueblo para un pueblo. Ella es una herencia, un testamento consignado a lectores, para que realicen en sus vidas la historia de la salvación atestiguada en lo que está escrito. Existe, por lo tanto, una relación recíproca y de vital pertenencia entre pueblo y Palabra: La Biblia continúa siendo una colección de libros vivos con el pueblo que la lee; el pueblo no subsiste sin ellos, porque en éstos encuentra su razón de ser, su vocación y su identidad. Habrá fidelidad a la Palabra cuando la primera forma de caridad se realice en el respeto de los derechos de la persona humana, en la defensa de los oprimidos y de los que sufren. Principalmente cuando se asume desde dentro de las estructuras eclesiales, para luego también ser transformado por dicha palabra, y que con ello conlleva a una buena realización del objetivo principal de la Iglesia: que es Evangelizar. 1.1.1-Una realidad que nos interpela. En la primera parte del documento de Aparecida se expresa la coexistencia de una doble realidad en nuestros pueblos de América Latina y el Caribe: vida y anti-vida… Por una parte, se reconoce y se agradece a Dios la existencia de muchos signos de vida (cap. I) y, por la otra, se describe una realidad preñada de signos de negación de la vida (muerte) (cap. II). 1
  • 2. Por una parte, se reconoce al Dios de la Vida actuante en nuestra historia así como la difusión del Reino de vida a través de nuestra libre colaboración: Bendecimos a Dios con ánimo agradecido, porque nos ha llamado a ser instrumentos de su Reino de amor y de vida, de justicia y de paz […]. Él mismo nos ha encomendado la obra de sus manos para que la cuidemos y la pongamos al servicio de todos. Agradecemos a Dios por habernos hecho sus colaboradores para que seamos solidarios con su creación de la cual somos responsables […] (DA 24). “Mirada de los discípulos sobre la realidad” así se presenta el segundo capítulo del documento de aparecida y nos presenta una “realidad que nos interpela a todos”. A partir de un breve análisis del fenómeno de la globalización señala y denuncia la dinámica de muerte que dicho fenómeno ha venido generando en las últimas décadas; esto, sin desconocer sus aspectos positivos. - Se reconoce la existencia de grandes cambios que afectan profundamente la vida de nuestros pueblos y el desafío que estos nos presentan: Los pueblos de América Latina y de El Caribe viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que afectan profundamente sus vidas. Como discípulos de Jesucristo, nos sentimos interpelados a discernir los “signos de los tiempos”, a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y “para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10). (DA 33). - Se señala el alcance global de dichos cambios y su impacto en todos los ámbitos de la vida humana: El fenómeno de la globalización ha ido desquebrajando las bases de una sociedad más solidaria, y por lo tanto debe ser redireccionado para que la misión de llevar un mensaje de esperanza penetre en los sectores más marginados. Esta nueva escala mundial del fenómeno humano trae consecuencias para todos los ámbitos de la vida social, impactando la cultura, la economía, la política, las ciencias, la educación, el deporte, las artes y también, naturalmente, la religión (DA 35). Conducida por una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, la globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, […] lo que produce la exclusión de todos aquellos no suficientemente capacitados e informados, aumentando las desigualdades que marcan tristemente nuestro continente y que mantiene en la pobreza a una multitud de personas… (DA 62). […] Una globalización sin solidaridad afecta negativamente a los sectores más pobres. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social […]. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “desechables” (DA 65). 2
  • 3. - En cuanto “signo de los tiempos”, se reconoce en el fenómeno de la globalización una manifestación de “la profunda aspiración del género humano a la unidad”, pero al mismo tiempo se advierte que dicho fenómeno “comporta el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo” (DA 60), con consecuencias muy graves en contra de la vida humana: Asimismo se señala la fuerza destructora de la globalización, en su fase actual, contra las identidades culturales y contra la naturaleza: Hoy, los pueblos indígenas y afros están amenazados en su existencia física, cultural y espiritual… pues la globalización económica y cultural pone en peligro su propia existencia como pueblos diferentes… (DA 90). La naturaleza ha sido y continúa siendo agredida. La tierra fue depredada (DA 84). En efecto, la compleja problemática por la que está pasando la humanidad, querámoslo o no, nos pone ante “el peligro de una muerte planetaria” y, por ende, ante la perspectiva de un humanicidio global. ¿Cuáles serían las posibles formas de una muerte del planeta? Los gestores de “la moral planetaria” vislumbran al menos dos escenarios: “la conflagración nuclear y la fractura Norte/Sur, es decir, el mundo abrazado por la guerra nuclear y el mundo demolido por la revuelta de los países pobres. Se trata, en definitiva, de dos bombas igualmente destructoras: la bomba ‘termonuclear’ y la ‘bomba de la miseria’, que pueden ocasionar una muerte violenta. Pero también puede darse – ya se está dando- una muerte gradual del planeta. Se trata de una muerte tan radical como la violenta” 1. En síntesis, el análisis de la realidad que se presenta en Aparecida nos permite vislumbrar “una nueva civilización emergente, marcada por la globalización y por la búsqueda de un mundo solidario, como dos fuerzas que debaten entre sí y que tratan de sobreponerse. Por un lado, encontramos una globalización de corte neoliberal, como una realidad consumada y, al mismo tiempo, como una tendencia que lo está afectando todo y a todos, con prácticas predatorias que están causando estragos inimaginables en la humanidad y en el planeta entero; por el otro lado está la lucha por valores y prácticas esencialmente constructivos, orientadas a una solidaridad universal. En el fondo se trata de una lucha entre la vida y la muerte, no sólo de la familia humana, sino del planeta mismo”2. - De manera clara y enfática, Aparecida señala cómo las consecuencias negativas de una globalización equivocada contradicen radicalmente el proyecto del Reino de vida y nos desafían a trabajar decididamente por una “cultura de la vida”: […] las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpelan a los creyentes a un mayor compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a traer es incompatible con esas situaciones inhumanas. Si pretendemos cerrar los ojos 1 Valadez Salvador, Globalización y solidaridad. Una aproximación teológico-pastoral desde América Latina, Publicaciones de la Universidad Pontificia de México, México 2005, p. 304. 2 Ibíd., p. 9. 3
  • 4. ante estas realidades no somos defensores de la vida del Reino y nos situamos en el camino de la muerte… (DA 358). 1.1.2. El ser humano en búsqueda de sentido La creación es el modo como la Biblia afirma la soberanía absoluta de Dios sobre el mundo: el creador es el dueño de todo, también del hombre: «Tú eres mío» (Is 43, 1). Por eso el que Dios entregue el mundo al hombre habla de la totalidad del don y de sus límites: «Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios» (1 Cor 3, 22- 23). El creyente vive el mundo como don de Dios; de ahí procede una actitud de confianza ante la vida, una confianza radical en la bondad del mundo basada en el convencimiento de que el Creador del mundo es el Padre de Jesucristo y de todos los hombres: «¿Por qué preocuparos a causa de la ropa? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen. Ni trabajan, ni hilan, y, sin embargo, os digo que ni siquiera el rey Salomón, con todo su esplendor, llegó a vestirse como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy está verde y mañana será quemada en el horno, ¿no hará mucho más por vosotros? ¡Qué poca es vuestra fe! No os preocupéis pensando qué vais a comer, qué vais a beber o con qué vais a vestiros. Esas son las cosas que preocupan a los que no conocen a Dios; pero vuestro Padre que está en los cielos ya sabe que las necesitáis» (Mt 6, 28-32). La revelación bíblica acerca de la creación del mundo no significa, pues, una respuesta a la pregunta teórica sobre el origen de las cosas. Es una enseñanza acerca del modo de vivir en el mundo y acerca del sentido de la vida, la creaturidad del mundo no disminuye su dignidad, sino todo lo contrario: como obra de Dios, el mundo goza ya de por sí del refrendo y la aceptación de Aquél que al crearlo lo encontró «muy bueno». Pero la responsabilidad del hombre es sobre todo activa: puede transformar el mundo, corrompiéndolo o mejorándolo. Cuando el hombre hace el balance de su actividad mundana, no puede dejar de hacerlo ante el mismo Dios. El juicio que recoge la Biblia es más bien negativo: por el «pecado» humano la tierra sufre maldición (Gn 3, 17) y el mundo está «condenado al fracaso» y sometido a la «corrupción» (Rm 8, 19-22), aunque su bondad radical no haya podido ser corrompida y los elementos sigan obedeciendo a Dios a pesar de la desobediencia del hombre (Dt. 4, 26; Is 1, 2-3; Miq 1, 2; Jer 8, 7, etc.). 1.1.3. La buena nueva de “salvación” hoy3: una vida plena en Jesucristo En efecto, la noción de vida, en el documento conclusivo de Aparecida, es esencialmente cristológica4. La “vida plena” sólo se comprende en y desde Cristo: 3 Cf. Valadez Fuetes Salvador, Espiritualidad para la acción misionera, Medellín 135 (septiembre 2008) 465-488, aquí p. 471-473. 4 Cf. Fernández Víctor Manuel, “La misión como comunicación de vida: un estado permanente de Misión para la plenitud de nuestros pueblos”, en Consejo Episcopal Latinoamericano-Secretaría General, Testigos 4
  • 5. Aparecida presenta a Jesucristo como una oferta de vida que integra los legítimos anhelos humanos y, al mismo tiempo, invita a que dichos anhelos se orienten hacia una vida verdaderamente plena, la cual sólo se puede lograr en y desde Cristo5. Se trata de mostrar que la relación con Jesucristo no es un obstáculo para la felicidad, sino la forma más genuina para alcanzar dicha felicidad. Se deja claro que “Jesús no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de intensidad vital”, sino que nos ayuda a darles sentido y realización, pues “Él ama nuestra felicidad también en esta tierra” (DA 355). En otras palabras: “la vida nueva de Jesucristo desarrolla en plenitud la existencia humana “en su dimensión personal, familiar, social y cultural” (DA 356). Así es como Jesús se manifiesta “como nuestro Salvador en todo el sentido de la palabra” (DA 356). La vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su amor sincero. Podemos encontrar al Señor en medio de las alegrías de nuestra limitada existencia… (DA 356). Por otra parte, también se insiste en la dimensión social-comunitaria y oblativa de nuestra existencia. La vida plena sólo se alcanza dando la propia vida, a ejemplo de Cristo: La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión (DA 360; cf. 359). En la propuesta de Aparecida la palabra “salvación” adquiere un matiz especial: equivale a “vida plena en Cristo”. Por tanto, trabajar por la salvación significa trabajar para que todos tengan vida plena en Él. Dicha salvación abarca a todos los hombres y mujeres (1Tm 4,2); a todo el ser humano, en la integralidad de su ser y a la creación entera. Si bien la salvación total sólo ocurrirá en el encuentro definitivo con Cristo (cf. Ap 19,1). Así pues, si el objetivo esencial de la misión es continuar la obra salvífica de Cristo, para nosotros dicha misión significará proclamar y hacer viable la “buena nueva de la vida”. En otras palabras: el objetivo esencial de la misión evangelizadora de la Iglesia es trabajar para que todos y todo tengan vida plena en Cristo (Jn 14,6). Cabe señalar que la razón de ser de los valores que hacen visible el Reino: verdad, justicia, libertad, paz, solidaridad, amor, solo cobrarán sentido en la medida en que contribuyan a la vida, pues el deseo y la Gloria del Padre es que todos sus hijos e hijas tengan vida plena6. de Aparecida, Publicaciones del CELAM, 2008, p. 300-368. Aquí, p. 303. 5 Cf. Fernández Víctor Manuel, “La misión como comunicación de vida”, op. cit., p. 304. 6 Gloria Dei homo vivens: “La gloria de Dios es que el hombre viva” (San Ireneo). 5
  • 6. El Reino que Jesús vino a instaurar es el “Reino de la vida”; en consecuencia, los seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu de Jesús y “hacer propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (cf. Lc 4, 18-19)” (DA 152)7. 1.2-La palabra de Dios en la misión de la Iglesia. Al anunciar la Buena Noticia la misión de la Iglesia está estrechamente vinculada a la experiencia de la Palabra de Dios en la vida. El « ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Co 9, 16) de San Pablo resuena también hoy en la Iglesia con urgencia y es para todos los cristianos no en una simple información, sino una llamada al servicio del Evangelio para el mundo. Desde el concilio Vaticano II en su constitución dogmatica Dei Verbum, la misión de la iglesia con respecto a la Palabra de Dios, logro dar avances significativos en cuanto a la forma de realizar los acercamientos a la Palabra de Dios en todos los niveles, así nos lo dice en DV#25, el santo Concilio recomienda insistentemente a todos los cristianos en particular a los religiosos, a que aprendan “ el sublime conocimiento de Jesucristo” (Fil 3,8) con la lectura frecuente de las Divinas Escrituras. Es de esta fuente primordial en donde la iglesia fundamenta sus acciones pastorales, en la que ayuda a las obras que coloque como metas, y que su accionar todo este impregnado de las sagradas Escrituras para así dar directrices, luces y acciones que lleven al conocimiento pleno de la Verdad. 1.2.1. Ser fuente de vida: horizonte de la misión de la Iglesia Se señala que la Iglesia está orientada al primer anuncio, "ad gentes", a los que todavía no conocen al Verbo, Palabra de Dios, pero también a aquellos que han sido bautizados pero que necesitan una nueva evangelización para redescubrir la Palabra de Dios". Colocar la vida plena como el horizonte de la misión, la brújula orientadora de la evangelización, tiene enormes consecuencias pastorales, en el contexto actual. Veamos algunas: 1) El espíritu misionero deberá estar marcado por un profundo amor al Dios de la Vida y por una radical “pasión por la vida”. 2) La Iglesia debe crear dinamismos generadores de vida y desechar todos aquellos factores que merman o dificultan la circulación de la “savia del Espíritu”, generadora de vida divina. Dicho de otro modo: debe entrar en un proceso radical de conversión pastoral. Conversión que implica hacer reformas “espirituales, pastorales e institucionales” (DA 367), “abandonar estructuras caducas” (365), etc. Dicha conversión debe estar orientada a “someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida. (DA 366). 3) La acción evangelizadora debe incidir en los ámbitos donde se encuentran los dinamismos generadores de vida o de muerte: “Los discípulos y misioneros de 7 Cf. DA 149-151. 6
  • 7. Cristo deben iluminar con la luz del Evangelio todos los ámbitos de la vida social. […]. Si muchas de las estructuras actuales generan pobreza, en parte se ha debido a la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas, económicas y culturales” (DA 501). 4) Luchar con decisión y radicalidad por una “cultura de la vida” implica para la Iglesia, trabajar sin tregua por: - El rescate de la dignidad humana (cap. 8): “la importancia de la lucha por la vida, la dignidad y la integridad de la persona humana. La defensa fundamental de la dignidad y de estos valores comienza en la familia” (DA 468). - El fortalecimiento de la Familia (cap. 9): “la familia es uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños, y es patrimonio de la humanidad entera” (DA 432). - La promoción integral de nuestros Pueblos (cap. 10): valorar y promover las culturas e identidades, así como cuidar de nuestra casa común. Teniendo como trasfondo la opción preferencias por los más pobres (cf. DA 396). 5) Esta firme decisión misionera, en busca de una vida plena para todos, debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia… (DA 365). 6) La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios (DA 367). 7) Perfilar un nuevo modelo de Iglesia: Discípula-Misionera-Madre-Pedagoga- Samaritana. Es necesario que la Iglesia se manifieste “como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370). 8) “Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano [así como] “crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos” (DA 384; cf. 385). En fin, la opción por la vida plena en Cristo, exige una reeducación radical del ser humano8, que implica un cambio de mentalidad, opciones y actitudes, así como una modificación radical de nuestras conductas y comportamientos. es necesario educar (nos) para desechar de nuestros esquemas tantas necesidades ficticias, creadas por una publicidad agresiva y falsa. Para transformar la actual sociedad de consumo es necesario volver al “buen uso de la vida monástica”9, es decir, el de la moderación, la austeridad y la ascesis, que nos “desintoxiquen” del espíritu materialista, nos liberen del consumismo hedonista, y nos permitan un desarrollo espiritual, así como una profunda interiorización 8 Cf. M. Lacroix, Por uma moral planetária, op. cit. p. 135-158. 9 Ibíd., p. 142. 7
  • 8. que nos haga capaces de disfrutar de los verdaderos valores, como son la alegría profunda, la paz y el amor. 1.2.2. El mundo como «palabra» y «revelación» Para los griegos el concepto de verdad significa el hecho de que el ser es lo no-oculto, lo patente, lo que se desvela. El fariseo de la parábola es el hipócrita que se oculta tras la maraña de su palabrería, y al enmarañarse y ocultarse huye de la luz y de toda posibilidad de ser justificado por la luz. Dios es la luz, como es el amor. Y el que la primera obra de Dios sea la creación de la luz creación que, paradójicamente, precede a la de los astros (cf. Gn 1, 3-5 y 14-19)- indica cuál es el «ser» de toda realidad creada: la luz y la palabra. Dios es la palabra por esencia: «Cuando todas las cosas comenzaron ya existía aquél que es la Palabra, y aquél que es la Palabra vivía junto a Dios y era Dios. Junto a Dios vivía cuando todas las cosas comenzaron. Todo fue hecho por medio de él y nada se hizo sin contar con él» (Jn 1, 1- 3). El mundo entero, creado por la palabra del Dios-Palabra, es él mismo «palabra». En la Creación entera hablan las cosas de Dios, habla el mismo Dios, con una palabra silenciosa que se confunde con el «ser» obediente de las criaturas y que está siempre reclamando que se le una la palabra hablada del hombre. De este modo, el mundo adquiere sentido como revelación de Dios. En /Sb/13/01-09 y /Rm/01/18-23 se denuncia el grave peligro de que por el pecado del hombre las cosas dejen de remitir a Dios y no hablen sino de sí mismas, convirtiéndose en ídolos. Rigurosamente, un ídolo es una realidad que ha perdido su función simbólica y su relación con todas las demás cosas del mundo, y que, por ello mismo, tiende a reclamar para sí misma una consideración absoluta y exclusiva. Indudablemente, hoy asistimos a esta total idolatría de las cosas, que han perdido su dimensión transitiva y simbólica y su significación última de ser «palabras de Dios». Esta última fórmula, que cierra la lectura litúrgica de los textos bíblicos, deberla poder ser dicha ante la contemplación del mundo; pero esa posibilidad nos ha sido casi totalmente arrebatada. En este contexto debe hablarse del tema de la IMAGEN DE DIOS. «Dijo Dios: Hagamos el hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza, y dominen en los peces del mar, en las aves del cielo, en los ganados y en las alimañas, y en toda sierpe que serpea sobre la tierra. Y creó Dios el hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó» (Gn 1, 26-27. Cf. Gn 5, 1ss.; 9, 6ss.; Eclo 17, 2-4; Sab. 2, 23; 7, 26; Sal 8). El hombre es la última palabra de Dios, la definitiva, la cumbre de su creación por la palabra. De este modo interpretamos aquí la expresión bíblica, sin pretender que sea la mejor interpretación posible y sin ignorar que se han dado otras muchas, ya desde la misma Biblia. Eclo 17, 2-4 habla del dominio sobre los animales, aunque inmediatamente añade: «Les formó boca, lengua, ojos, oídos y un corazón para pensar. De saber e inteligencia los llenó, les enseñó el bien y el mal. Puso su ojo en sus corazones, para 8
  • 9. mostrarles la grandeza de sus obras. Por eso su santo nombre alabarán, contando la grandeza de sus obras» (versículos 6-10). Sab. 2, 23 habla, en expresión helenística, de la «incorruptibilidad» del ser humano. La creación entera surge de la palabra de Dios y es palabra de Dios. También el hombre lo es, y en ello se asemeja a todas las demás criaturas. Pero la gran diferencia radica en que esa palabra se dirige al hombre, y por ello fue creado el sexto día y no el primero. Dios dialoga únicamente con el hombre: también el hombre puede pronunciar palabras que brotan de su «ser-palabra». El hombre es, pues, imagen de Dios porque puede relacionarse con él en un diálogo auténtico. Pero hay que añadir algo más: siendo «imagen» de Dios, el hombre es la gran palabra que Dios dirige al hombre mismo: por medio del hombre habla Dios al hombre. En él se revela el Creador de un modo privilegiado, él es la única «visibilidad» posible de Dios, y queda prohibido en la Ley bíblica hacer cualquiera otra «imagen» tomada del mundo astral o animal (Ex 20, 4-6; Dt. 4, 15-20). Juan expresa esta idea con particular fuerza en 1Jn 4, 12 y 20. Juan nos da aquí una importante clave de «lectura»: sólo el amor es capaz de descubrir en el otro la imagen de Dios. Sin embargo, la pregunta de la «parábola» del Juicio final - «¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer...?» (Mt 25, 37-39)- parece contradecir esta afirmación, tampoco confirmada por nuestra propia experiencia. Por eso hay que completar: sólo el amor... que nace de la fe en la encarnación de la Palabra de Dios en el hombre-Jesús. Porque, efectivamente, el Nuevo Testamento no habla del hombre como imagen de Dios: la única imagen es Cristo, el Cristo glorificado, según la teología de Pablo 7. Dios ha dicho su primera palabra al hombre a través del hombre mismo; pero su palabra última y definitiva la ha dicho por medio de su HiJo (Heb 1, 1-5), y quien por la fe y el amor descubre en todo hombre la presencia del Hijo sigue escuchando esa eterna palabra. 1.2.3. El mundo como «historia hacia Cristo» La dependencia del mundo respecto a la palabra de Dios pone de manifiesto la dimensión esencial de aquél: el mundo es, ante todo, Historia. «El mundo dice Wittgenstein al comienzo de su Tractatus es todo lo que acaece. El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas.» Cualquiera que sea la interpretación que se dé a esta cita, al menos aleja de la consideración del mundo como «cosa que está ahí», y nos orienta hacia el mundo como acontecimiento. Aún más: hay que pensar el mundo como mundo-del-hombre. Y como algo abierto «hacia adelante», pero no tanto como «evolución», sino como Historia. En este sentido, los conceptos de Naturaleza y de Historia se separan claramente entre sí, evidenciándose de qué lado cae el concepto de Mundo. Si son la palabra y la acción humanas las creadoras de historia, lo que ha surgido de la palabra de Dios pertenece con mayor razón a la Historia. Como veremos, ésta es la concepción bíblica de la realidad. 9
  • 10. Con razón la Palabra es aquí denominada «Grito», puesto que es no sólo la Palabra que está al principio del mundo, sino sobre todo la Palabra que llama desde su meta final. Dios es el futuro del mundo, y, por ello mismo, su sentido. Y aquí «sentido» no es ya «significación», sino «movimiento hacia», determinado por la Palabra de Dios. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31; cf. Mt 5, 18): la palabra de Dios impulsa la historia y sostiene el mundo en su dinámica, sin ella . «pasarían» como una sombra y perderían todo su sentido. Todo esto nos obliga a profundizar en el tema de la Creación. El «grito» de Dios domina: «Voz de Yahvé sobre las aguas, el Dios que se manifiesta truena, es Yahvé sobre las inmensas aguas, voz de Yahvé con fuerza, voz de Yahvé con majestad, voz de Yahvé que desgaja los cedros...» (Sal 29, 3-5). Dios grita y surge el mundo. La Biblia emplea para designar esta actividad de Dios el verbo hebreo BARA, traducido ordinariamente por «crear». El sujeto de este verbo es siempre y exclusivamente Dios, nunca el hombre. no deja de actuar, su palabra no cesa, sino que es continuamente emitida, es un acto siempre presente. Hay, pues, una «creación continuada» «creatio continua» en la teología clásica, pero que tiene una dimensión fundamentalmente histórica: Dios es el «creador de Israel» (Is 43, 15), y cada pasaje importante de su historia es una maravillosa aparición de «lo nuevo». Sacar el mundo de las aguas primitivas, sacar a Israel de Egipto, haciéndole pasar por las aguas del mar Rojo, o rescatar a los desterrados en Babilonia, devolviéndoles a su tierra a través de un desierto que recordará el comienzo del mundo (Gn 2, 5), son toda una misma acción continuada de la Palabra omnipotente. Con el trasfondo de la creación del mundo, el Deuteroisaías une el éxodo y el retorno del exilio, mostrando que Yahvé, el rey de Israel, es «el primero y el último, el único Dios» (Is 44, 6), el que pone en la existencia y conduce a la libertad final: «Así dice Yahvé, que trazó camino en el mar, y vereda en aguas impetuosas. El que hizo salir carros y caballos a una con poderoso ejército; a una se echaron para no levantarse, se apagaron, como mecha se extinguieron. ¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocéis? Sí, pongo en el desierto un camino, senderos en el páramo. Las bestias del campo me darán gloria, los chacales y las avestruces, pues pondré agua en el desierto y ríos en la soledad para dar de beber a mi pueblo elegido. El pueblo que yo he formado cantará mi alabanza» (Is 43, 16-21). La responsabilidad del creyente es no quedarse en el «tiempo bíblico», sino vivir en el presente la continua renovación del mundo como historia. Es culpable ceguera no saber descifrar «los signos de los tiempos» (Mt 16, 3). Dios no visita el mundo para dejarlo en su «ahora» estático, sino para moverlo en su avanzar hacia el «después» histórico. Por eso, el acercamiento de Dios al mundo es también histórico: la palabra de los profetas, la encarnación de su Palabra, la presencia de su Espíritu. Cristo es, de hecho, el futuro del mundo. El hombre ya no está sometido al «sistema» caduco de este mundo, ni a sus leyes: « ¡Qué más da estar circuncidados o no estarlo! Lo que importa es ser 10
  • 11. hombres nuevos» (Gál 6, 15). Lo que se impone es optar por el mundo que comienza con Cristo: «El que está en Cristo es un hombre nuevo; lo viejo ha pasado, y una realidad nueva está presente» (2 Cor 5, 17). La dialéctica “viejo-nuevo” que aquí aparece coincide con la dialéctica muerte-resurrección, pero su dimensión cósmica es más evidente. Todas las promesas de Dios respecto al hombre y al mundo se encierran en «lo nuevo»: «He aquí que Dios ha montado su tienda de campaña entre los hombres. Habitará con ellos, ellos serán su pueblo y él será el Dios-con-ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Es todo un mundo viejo el que pasó. Y el que estaba sentado en el trono anunció: Ahora voy a hacer nuevas todas las cosas» (Ap 21, 3-5). Y con una fuerte imaginaria apocalíptica, la segunda carta de Pedro concluye: «El día del Señor vendrá como un ladrón. Entonces los cielos se derrumbarán con estrépito, los elementos del mundo quedarán pulverizados por el fuego, y desaparecerá la tierra con cuanto hay en ella. Si todo ha de ser aniquilado, ¡qué vida tan entregada a Dios y tan fiel debe ser la nuestra, mientras esperáis y aceleráis la venida del día del Señor! Ese día en que los cielos arderán y se desintegrarán, y en que los elementos del mundo se derretirán consumidos por el fuego. Nosotros, sin embargo, confiados en la promesa de Dios, esperarnos unos cielos nuevos y una tierra nueva que sean morada de la justicia» (2 Pe 3, 10-13). El mundo nuevo no es dado al que simplemente «espera», sino al que vive y lucha en una esperanza activa. O, como acabamos de leer, al que «acelera» la venida del día del Señor. La resurrección de Cristo debe convertirse en la insurrección de los hombres contra un mundo que han de denunciar como caduco y contrario al Reino de Dios. El anuncio evangélico se hace también denuncia. Y la proclamación alcanza una dimensión cósmica: «anunciad la buena noticia a toda la creación» (Mc 16, 15). 11