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El problema laboral español
Carta de Diego flbad de Santillán a nuestro
colaborador en Madrid, Juan López Sánchez
Querido amigo:
Necesitaba, y necesitábamos,
tu carta del 21 de octubre, para
saber de tu situación personal y
de tus impresiones y perspecti-
vas. Estoy convencido de que tu
presencia ha de ser provechosa
para el destino del sindicalismo
en nuestro país y para ti será
como un antídoto contra las des-
viaciones y derivaciones más o
menos líricas en que nos debati-
mos los supervivientes de un exi-
lio infecundo, porque para los
más el trasplante compulsivo no
culminó aún en la adaptación
plena al nuevo ambiente. Yo es-
toy entre los afortunados que,
por haber conocido la emigración
desde comienzos del siglo, he su-
frido menos en la última. Sin
embargo, jamás en épocas ante-
riores había sentido tal necesidad
de España y tal obsesión por lo
español; uno de esos de Madrid
dijo que yo era un patriota del
siglo xix. No sé; lo que sé es que
ya no curaré de esa enfermedad,
debilidad o como se llame.
Desearía dedicar unas cuantas
horas a comentar aspectos de tu
carta, y no bastarían por muchos
que fuesen. Dejo de lado, pues,
todo aquello en lo que sabes que
hay absoluta coincidencia y los
pocos minutos disponibles los con-
sagraré a algunas sugestiones y
observaciones marginales.
No veo para España otra sa-
lida constructiva que la que pue-
de ofrecer al mundo del trabajo,
todo un mundo, la única base de
integración real para cualquier
empresa. Esa integración fue im-
posible mientras se persistiera en
considerar a los trabajadores y
a los campesinos esclavos, sier-
vos y a lo sumo esclavos asala-
riados. Reconocidos como seres
humanos y dignos (tú sabes que
el trabajo manual fue legalmente
un impedimento para incorporar-
se a las gentes dignas), ya tene-
mos razón para formar parte de
la sociedad, de la comunidad y
esa conquista altera una secesión
forzosa e inicua y condiciona
tácticas y actitudes distintas, las
de miembro de una comunidad
con múltiples facetas, pero con
un mismo interés de trabajo crea-
dor y de prosperidad y justicia
para todos.
Jamás nos hemos sentido re-
presentados en las Cortes, de la
monarquía o de la república, por
diputados de la derecha, de la
izquierda o del centro, amigos o
adversarios; jamás hemos tenido
solidaridad con ninguna fracción
política, porque la hemos consi-
derado desintegradora. Tampoco
hemos admitido ni propagado nun-
ca la idea de la dictadura de una
clase sobre otra, ni la de privile-
giados de la riqueza ni la de des-
heredados, porque no hemos he-
cho nuestra nunca la idea de cla-
se en el sentido marxista, y ahí
está la historia de un largo siglo
de resistencia contra ese peligro
y esa desviación. No hemos po-
dido nunca marchar juntos con
los que pretendían poner el mo-
vimiento a remolque y al servi-
cio de un partido cualquiera, no
importa el nombre y el programa
que tuviese. Nada tenemos que
rectificar hoy en ese punto. So-
mos de una comunidad, y parte
importante, por lo que represen-
tamos como base de sustentación
de la comunidad entera; y ser
parte de la comunidad supone
que no queremos separarnos de
ella, vivir en un régimen de se-
cesión, sino integrarnos en ella,
con todos los derechos y todo el
respeto.
Un siglo y medio de luchas
penosas y muchas veces sangrien-
tas ha costado a España el dere-
cho de asociación de los traba-
jadores y sabes el papel que nos
ha tocado en ese calvario trági-
co. Con el derecho de asocia-
ción, institucionalizado, por mu-
chos que sean los defectos, las
fallas y los inconvenientes ini-
ciales, se ha logrado una conquis-
ta trascendental. Si la hubiésemos
disfrutado medio siglo atrás tan
solo, tres cuartos de siglo atrás,
la historia de España habría to-
mado otro rumbo, el que habrá
de tomar un día, porque el im-
pulso constructivo nuestro tuvo
que ser derivado al terreno de la
militancia épica para subsistir, y
eso hizo que para muchos se ha-
ya llegado a confundir nuestra
aspiración revolucionaria con un
buen manejo de la pistola.
No soy, ni he sido nunca, un
propagador de la huelga, que la
lucha más o menos violenta; el
subversivismo romántico no ha
sido santo de mi devoción; pero
he tenido que intervenir o estar
cerca de huelgas que pasaron a
la historia por su desarrollo y sus
consecuencias. Tú sabes que he
tenido en la mano muchos pape-
les y documentos del pasado si-
glo y del actual vinculados a la
beligerancia social; puedo asegu-
rarte que éramos esencialmente
un movimiento de fondo cristia-
no, evangélico, educador. No fue
nuestra la culpa de que haya ha-
bido necesidad de defender el de-
recho a la vida, nuestro y de
nuestro pueblo, con armas distin-
tas a las que son siempre nues-
tras: la organización del trabajo,
de la producción, una mejor dis-
tribución de los bienes.
Pero si continúo con esto, los
minutos que quiero dedicar a tu
carta, pasarán sin entrar en nin-
guno de los temas que desearía
tocar aunque sólo sea de paso.
Logrado el derecho de asocia-
ción, cualesquiera que hayan si-
do los móviles de su reconoci-
miento, es imprescindible, por un
lado, que la asociación obrera se
rija a sí misma, con autonomía,
con el grado de democracia que
en este terreno es posible, para
que los integrantes de los sindi-
catos lleguen a considerarlos co-
mo algo propio, su creación y su
centro de gravedad. De otro mo-
30 / NORTE
do, la mecánica gremial de arriba
abajo, nos lleva a algo como la
dictadura del proletariado, un
régimen donde el proletariado no
tiene voz ni voto. Para el porve-
nir de nuestro país no se concibe
un movimiento sindical sin que
los sindicados lo admitan, le den
su aporte de fe, sus iniciativas, su
alma; de otra manera puede ser
el clásico coloso de los pies de
arcilla, sujeto a las contingencias
y eventuales cambios. Pero hay
tantos elementos constructivos y
tantas posibilidades en la organi-
zación obrera existente, que se-
ríamos ciegos y torpes si no los
tuviésemos en cuenta, especial-
mente nosotros, que no tuvimos
ni queremos tener más vincula-
ción que con el movimiento obre-
ro,
Cuando Pedro Lamata me hi-
zo ver los originales de un libro
suyo que tituló Apología del Sin-
dicalismo,, le dije que Juan Ló-
pez y yo no tendríamos ninguna
vacilación en firmarlo íntegra-
mente, y lo edité en México; ya
te haré llegar una copia. Última-
mente me ha hecho llegar otro
de sus trabajos, que publicó Mu-
ñoz Alonso en Madrid, Sindica-
lismo de Participación, que con-
tiene igualmente muchos puntos
esenciales de coincidencia con
nosotros. La única objeción que
hago a Lamata, un excelente mi-
litante sindical de la nueva ge-
neración, es que busca argumen-
tos y refuerzos en el exterior para
una doctrina que podemos reivin-
dicar como española, como una
aspiración nuestra de siempre,
hasta de los momentos en que
había que defender la vida con-
tra absurdos intentos de destruir-
nos y aniquilarnos.
Creo que coincidirás conmigo
MADERERIA
Las Selvas, S. A.
MADERAS
TRIPLAY, CELOTEX, FIBRACEL, MA-
SONITE, DUELA PARA PISOS, CAOBA,
CEDRO ROJO, OCOTE Y PRIMAVERA.
Tels.: 22-23-22, 22-10-22 y 22-29-06
EMILIANO ZAPATA, 124
MEXICO 1, D. F.
en que si en algo no necesitamos
lecciones, es precisamente en lo
relativo a la organización del tra-
bajo y de los trabajadores y en
la fijación de sus metas, Ya Marx
y Bakunin, en plena hostilidad,
coincidieron, el primero en 1870,
el segundo en 1872, en presentar
al mundo como modelo de orga-
nización obrera a la española. En
eso hemos acumulado bastante
experiencia y doctrina para no
tener que buscar fuera mentores,
mentores que, cuando se les co-
noce de cerca, como los he cono-
cido yo, no quiero comparar con
centenares, con millares de nues-
tros hombres ni moral ni inte-
lectualmente. He traducido y pu-
blicado muchas obras de carácter
social, y las más importantes, co-
mo las de Nettlau y las de Ro-
dolfo Rocker, porque han confe-
sado siempre su admiración por
lo español y su deuda con las lec-
ciones de nuestro pasado. En ese
punto desconfío de intervenciones
foráneas, y me resisto a ellas, y
sabes que esas intervenciones nos
han causado bastantes daños, por-
que siempre encuentran algún
sector y algún eco. Los problemas
de España tienen que ser resuel-
tos por los españoles, solamente
por ellos, y conforme a sus pro-
pios intereses y no a los de nin-
guna fracción política del exte-
rior, de Oriente u Occidente.
No tenemos hoy la fuerza nu-
mérica que hemos tenido en otros
tiempos; pero tenemos un factor
que no tienen todos: tenemos la
historia, y la historia no se pue-
de interrumpir caprichosamente.
Todavía podemos hacer mucho
para que el movimiento sindical
español resuelva sus problemas
propios y los problemas de la co-
munidad entera a la que pertene-
ce; y es con esa perspectiva que
desearía que nos fuese posible
una intervención activa. No es
buena política, desde ningún pun-
to de vista, dificultar o imposibi-
litar una publicación periódica
desde la cual pudiésemos hablar
a nuestros amigos en el lenguaje
para ellos más accesible. Tu opi-
nión respecto a la unidad sindi-
cal y a lo absurdo de un porvenir
con multiplicación de organiza-
ciones, es la mía. Pero esa uni-
dad no puede basarse sólo en- el
ajuste pasivo a una estructura
dada, sino en llevar a esa estruc-
tura un hálito casi místico como
el que nos mantuvo tantos años
en trincheras de lucha épica. Si
lográsemos que nuestros amigos
se incorporasen a la vida sindical
española, ofrecerían un refuerzo
valiosísimo para que España jue-
gue en el mundo, desde esa base
del trabajo organizado, un papel
de primera fila, sobre todo en el
área de nuestra lengua. Con una
publicación que sostuviese la doc-
trina gremial española, podría-
mos secundar tu labor, vencer al-
gunas resistencias, sicológicamen-
te comprensibles, y dar una tó-
nica dinámica a lo que tiene que
ser algo más que un mecanismo
para el cobro de las cotizaciones.
tiene que ser un sindicalismo de
participación. Advierto a través
de correspondencias que conta-
mos con excelentes reservas hu-
manas, que tienen lo que no en-
cuentras en todos los sectores:
honradez, abnegación, compren-
sión, responsabilidad.
Naturalmente, los tiempos han
cambiado; el capitalismo empre-
sario actual, no es el mismo que
aquel con el cual tuvimos que
enfrentarnos con perfecto sentido
de justicia; y las organizaciones
MADERERIA
CARDENAS
M. ALONSO Y CIA.
•
Ferrocarril de Cintura 209
Tels.: 26-53-16 y 29-12-28
MEXICO 2, D. F.
NORTE / 31
obreras no pueden ser aquéllas
que ponían como condición de
ingreso en ellas las manos callo-
sas; el trabajo no es sólo el de
las manos, lo es también el del
ingenio técnico, el del investiga-
dor puro. Nos guste o no nos
guste, la ciencia y la técnica han
tomado las riendas del desarrollo
económico para resolver proble-
mas que no tienen solución sin
ellas. Hay todavía vestigios del
pasado: hay carretas de bueyes
todavía, y en mis montañas de
León se conserva el arado roma-
no; pero ni la carreta ni el arado
romano son representativos de la
vida nueva a que nos llevaron
los acontecimientos en el último
medio siglo. No concebí ayer, y
no lo concibo hoy, la separación
del trabajo y de la técnica, de
los obreros y los técnicos a in-
vestigadores, sobre todo con vis-
tas a un porvenir inmediato en
que el obrero y el campesino se-
rán técnicos mor necesidad inelu-
dible y han de prepararse en esa
línea. No es menos esencial un
genetista en la agricultura que un
tractorista o el conductor de una
cosechadora mecánica, y no pue-
den estar aislados, sino fusionados
en el mismo interés y el mismo
proceso productivo.
Con el nuevo capitalismo po-
demos resolver eventuales discre-
panci.as en torno a una mesa de
discusión y de acuerdo razona-
ble. No reniego del pasado ni de
mi intervención en algunos con-
flictos de gran envergadura en
España y América; pero siempre
he deseado que un día fuese po-
sible evitarlos, y se pueden evi-
tar con el diálogo de igualdad de
partes integrantes de un todo. El
nuevo capitalismo ha comenzado
a comprender que uno de los ci-
mientos de su prosperidad es la
supresión de la pobreza, es la an-
tieconómica retardataria, porque
no es consumidora. La solución
no está en la sustitución posible
de los obreros por robots mecá-
nicos, que no consumen los pro-
ductos que fabrican, ni en el
mantenimiento de grandes masas
de la población en un forzoso in-
fraconsumo, es decir, en la mi-
seria. El nuevo capitalismo cifra
sus aspiraciones en el desarrollo,
en la gran producción, en el gran
mercado; y en esas aspiraciones
tenemos una plataforma de co-
operación, porque solamente don-
de hay una gran producción pue-
de haber mejor distribución y
más equitativa de los bienes vi-
tales. Y un día, lo que hoy sería
fecundo, la mancomunión de los
obreros, los campesinos y los téc-
nicos y hombres de ciencia, po-
dría culminar en la mancomunión
del trabajo integral organizado
con esos grandes espíritus de em-
presa, de visión y prospección
que hoy se agrupan en un plano
superior como algo que tiene in-
tereses en pugna con los intere-
ses comunes, herencia de la vieja
dicotomia: obreros-capitalistas.
Una empresa que nos permita
vincularnos con el mundo del tra-
bajo en España y una mano ami-
ga y solidaria con la ciencia y
la técnica, ésas son para mí las
condiciones que harán que la Es-
paña del trabajo organizado diga
al mundo un nuevo mensaje.
No puedo seguir hoy. Desea-
ría conversar largamente. Veo
desde lejos la acción de los co-
munistas y su penetración me-
tódica. Y dudo de que puedas
hacer todo lo que habría que ha-
cer, si no te respaldan y apoyan
muchos de nuestros amigos que
no han llegado a comprender lo
que hay en juego y cuales son
las salidas más adecuadas y más
justas. Por mi parte, sabes que
estoy contigo y que haré todo
lo que pueda por ayudarte.
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32 / NORTE
por Raffaello CAUSA
Murillo
La Virgen dcl Rosario - París, 1Jusc,t del LoitT,re.
y sus realizaciones ante el mundo
ARTOLOME Esteban Murillo nació en Se-
villa, de padres pobres, el 19 de enero de
1618, y, siendo aún adolescente, se consagró
a la pintura en el estudio de Juan del Cas-
tillo, donde permaneció poco menos de un
decenio, hasta 1639. Su obra inicial, probablemente
destinada a los comerciantes de las ferias o al mer-
cado de escasas pretensiones de la América espa-
ñola, es todavía desconocida, y las producciones
primeras que hasta ahora se le han reconocido re-
velan cualidades modestas. Sin embargo, en 1646
se produjo, imprevista y brillantemente, la mani-
festación de su genio con las telas del Claustro Pe-
queño de los Franciscanos de Sevilla, que inmedia-
tamente le dieron notoriedad y prestigio, aun en
el altísimo nivel alcanzado por la pintura española
de aquellos años. Así se inició su espléndida carre-
ra, que se desarrolló casi por completo en su ciu-
dad natal, sin interrupciones ni desmayos.
De su presunto viaje de estudios a Madrid, ates-
tiguado por Palomino, aún no ha sido determinada
la fecha -quizá pudo realizarse antes de 1645, o
en el bienio 1648-50, cuando su presencia en Se-
villa no está documentada- y, por lo demás, la
misma referencia está lejos de ser segura, mientras
que no falta alguna que otra fuente antigua que
nos da vagas noticias de un viaje del pintor a Ita-
lia. En 1660 Murillo fundó la Academia de Sevilla,
siendo su primer director, junto con Herrera el
Joven; pero que él fue el animador de dicha ins-
titución lo prueba el hecho de que, a su muerte,
aquélla desapareció también. Murillo trabajó casi
exclusivamente para las iglesias y conventos de
Sevilla, realizando a menudo importantes ciclos uni-
tarios (para los Franciscanos, la Merced Calzada.
la Catedral, Santa María la Blanca, los Capuchi-
nos, el Hospital de la Caridad y los Agustinos),
que hoy, sin embargo, ya no se pueden ver en los
lugares originarios, salvo alguna excepción, por ha-
berse separado sus piezas, en los siglos xviii y xlx,
desperdigándose en colecciones públicas y privadas
de Europa y América. Consta que abandonó su ciu-
dad sólo una vez, siendo ya viejo, después de 1680,
para trasladarse por un año, aproximadamente, a
Cádiz (donde pintó los frescos de la iglesia de los
Capuchinos). Murió el 3 de agosto de 1682. En su
vasta producción de carácter religioso Murillo ex-
presa, aunque con acentos dulzones y a veces con-
vencionales, un íntimo y sincero misticismo (es
significativo notar que tres de sus hijos se consa-
graron a la vida eclesiástica) ; fue también retra-
tista de feliz captación introspectiva, e indagador
de la vida popular, a través de características es-
cenas costumbristas, tal vez superficiales, pero tra-
tadas con una modernidad de acentos que parece
anunciar algunos de los mejores logros del siglo
XVIII.
Su éxito entre sus contemporáneos fue inmen-
so, y prácticamente fijó rumbos a la pintura espa-
ñola, de modo que tuvo incontables discípulos e
imitadores, y no sólo los que lo fueron directamen-
te (Tobar, Llorente, Antolínez y Sarabia, Meneses
Osorio, Gutiérrez, Gómez, Núñez de Villavicencio),
sino también los que lo siguieron en el siglo xviii
e incluso en el xix.
NORTE / 33
por Raffaello CAUSA
Humanizó profundamente
la religiosidad exaltada
de la Contrarreforma
Éxtasis de Santa Teresa - París, Afuseo d4 Louvre.
tuya, era la de Sevilla, que contraponía al
esplendor de la capital, el poder de las ór-
denes religiosas y la riqueza de su comer-
cio. De Sevilla había partido Velázquez pa-
ra afrontar los nuevos fastos pictóricos del Reino,
y en Sevilla había realizado sus más extáticos rap-
tos Francisco de Zurbarán, precisamente en las
mismas iglesias en que Murillo, poco después, di-
vulgaría pacatas imágenes de una fe sin dramas y
sin inquietudes. Pero Murillo llegaba tarde, y era
hombre nuevo respecto a la clase de Velázquez y
de Zurbarán, partícipe de una generación que, bajo
el signo del estilo barroco, se revelaba dispuesta a
renegar de sus altísimos precedentes, y a discutir,
en nombre de otras poéticas, la supremacía de los
maestros de la primera etapa heroica, protagonistas
y acompañantes, innovadores y seguidores, cual-
quiera que fuese el grado de su modernidad, como
lo eran Velázquez y Zurbarán, y también Ribera,
Ribalta, De las Roelas y Herrera el Viejo.
La gran crisis que, de pronto, había provocado
la aparición de los anacrónicos cuadros de Mora-
les, o la del Greco, Navarrete y Sánchez Coello, o
la oleada creciente que el Caravaggio había levan-
tado a principios del siglo xvii en la península
ibérica, parecen ya aplacarse, tras haber experi-
mentado las más diversas y originales salidas: la
exaltación de una monarquía que ostenta firme-
mente los emblemas del poder terrenal, o la ce-
ñuda severidad de un misticismo que ha alcanzado
los sublimes vértices de la escéptica, pero, también,
la sombría y torturada revelación de la miseria y
de la caducidad terrenas, expresadas con notas de
violencia abiertamente anticlásicas, que parecen ha-
cer revivir lejanas emociones góticas. Una época
pictórica muy floreciente, respecto de la cual Mu-
34 / NORTE
T NA España diferente, al menos para la pin- rillo nace tarde. Por lo demás, también de Italia
llegan voces disonantes, que revelan claramente
cómo ya el naturalismo de Caravaggio puede con-
siderarse doblegado ante otras exigencias, de las
que la acepción propiamente barroca va haciendo
justicia, imponiéndose como la esencia de una más
actual cultura pictórica. Y Murillo afronta su aven-
tura en los términos de una inmediata correspon-
dencia, plenamente consciente de que se hace in-
térprete de una posición íntimamente subversiva
en España, y que parte, precisamente, del desco-
nocimiento de lo heroico, de lo sublime, de lo ab-
soluto.
Es natural que esta inédita experiencia se
realice en Sevilla, donde, junto a precedentes de
transición entre lo viejo y lo nuevo, como los
de Juan de las Roelas, o junto a las obras de trans-
figurada densidad estilística, poco menos que herme-
tizantes, de Zurbarán, no faltan ejemplos extranje-
ros de muy reciente adquisición, que, curiosamente,
contrastan con tanta severidad, y que desconcier-
tan, por su directa referencia a un mundo más
fácil de imágenes y de sentimientos. Obras de ar-
tistas que no derivan de Velázquez o de Zurbarán,
y que nada tienen en común con Ticiano, con Co-
rregio, con Rafael o con Baroci, aun cuando es
curioso que conserven un específico eco de ellos,
una implícita resonancia interior, un aire de tra-
dición asimilada y lejana, más fácil de interpretar
que acudiendo, en Madrid, a los dificilísimos ori-
ginales de las colecciones reales: estamos refirién-
donos al hecho de que las casas de Sevilla acogen
en estos años, sin reservas, y en amplia medida, la
nueva producción italiana, de Nápoles principal-
mente, pero también de Roma y Génova; y las no-
vedades que vienen a competir con los viejos pri-
mados de Horacio Gentileschi o de Borgianni, de
j o
Z
o
La curación del paralítico (detalle) - Londres, Galería Nacional - El rostro del paralítico conserva toda la intensa
marca de los sufrimientos pasados, abriéndose, al mismo tiempo, a la imprevista esperanza del próximo milagro; con-
sumada maestría del pintor está aquí puesta al servicio exclusivo de la captación psicológica del personaje.
La .5'aYnu1a Faruilia del tajuritu
.lladrid, .llrrsco (¡el Prado. -
.Sanr José y, el .Viiro Jesrís - París, .1luseo del Lou^'rc.
Valentín o de Ribera llevan nombres más modestos,
de resonancia limitada, si bien revelan, a primera
vista, una suasoria modernidad de acentos: Stan-
zione, Vaccaro, Cavallino, Monrealese, Falcone.
Assereto o Juan Andrés de Ferrari. Es lo suficiente
para que Murillo pueda proceder a contracorriente,
liberándose del yugo de la gran pintura local, aun
sin salir de los confines de Andalucía.
Porque el problema se plantea, precisamente, en
estos términos: la hazaña absolutamente antitradi-
cional de Murillo no se puede explicar, con segu-
ridad, invocando, una vez más, a los grandes padres
del Renacimiento italiano, ya con una antigüedad de
cien años para cuya asimilación, además, hubieran
sido necesarias visitas de estudio a las colecciones
de la Corte. Que Murillo realizara algún viaje a
Madrid es, sin duda, verosímil; pero no sabemos
hasta qué punto semejante dato puede ser impor-
tante, a juzgar por la realidad de los hechos: para
un pintor que salía del modesto estudio de Juan
del Castillo ( y cuya primera obra conocida, que
está en la actualidad en el Museo Fitzwilliam de
Cambridge, es bien poca cosa), una estancia de dos
años en Madrid, bajo la altísima protección de Ve-
lázquez, habría sido un acontecimiento de tal al-
cance que hubiera dejado señales mucho más evi-
dentes, de modo que difícilmente habríamos podido
distinguir, en la fase inicial , al joven sevillano de
un Martínez del Mazo, de un Agüero, de un Juan
de Pareja o de un Antonio Puga, es decir, de tan-
tos y tantos pintores que gravitaban fielmente en
la órbita del famoso maestro. Y, sin embargo, cuan-
do, desconocido y pobre, Murillo afronta -acep-
tando una compensación completamente irrisoria,
impensable para un pintor de algún éxito en la
capital, aunque sólo hubiera sido por la protección
de Velázquez-, la serie de las once telas para el
36 / NORTE
Claustro Chico del Convento de San Francisco de
Sevilla, es ya un pintor hecho y maduro, uno de los
más singulares y modernos pintores de toda Euro-
pa, sin retraso provinciano alguno. Además revela,
con esa capacidad suya para manejar hábilmente
resultados diversos por origen y por carácter, que
ha digerido el estilo del precedente más inmediato,
que es Zurbarán, y que sirve de los mismos hallaz-
gos de Velázquez, pero con una bella actitud de
independencia y con un aire poco menos que crí-
tico.
¿Las colecciones de Madrid? Sin duda debió
de visitarlas , con el alma vibrante y la inteligencia
atenta a todo lo que podía aprender: pero lo que
resulta incontrovertible es su hermosa familiaridad
con la más moderna producción napolitana y geno-
vesa. Y queda siempre la sospecha de un viaje
de estudios a Italia, un viaje que Palomino niega
explícitamente y que, por regla general, excluyen
los especialistas en pintura ibérica, aunque es men-
cionado por Sandrart con expeditiva sequedad, si
bien en fecha muy antigua. Y seguirá siendo una
sospecha , al menos hasta que la crítica estudie con
más atención el problema de Murillo, liberándolo,
de una vez para siempre, de las inútiles generali-
zaciones del xix, que hablan de él como de un
"Rafael español", con las acostumbradas referen-
cias líricas a Corregio y a Ticiano, sin perjuicio de
degradarlo luego al rango de pintor de segunda fila,
juicio precipitado e injusto que se basa en su in-
sistencia sobre una determinada temática, trans-
formada en oratoria pietista y convencional. El he-
cho es que sus comienzos están en las telas del
Claustro Chico, en San Francisco de Sevilla. Co-
mienzos increíbles, muy felices; poco o nada hay
allí en común con los precedentes más significa-
tivos de la pintura sevillana -las grandes telas de
7
Zurbarán, en la iglesia de San Pablo, en la de los
Jesuitas, en el Alcázar o en los Capuchinos-; por
el contrario, en abierta antítesis, hay una búsqueda
absolutamente independiente, que apunta a reducir
el sentido místico de las grandes representaciones
religiosas, liberándolas de todo acento metafísico-
doctrinal y del habitual aparato de desgarradores
martirios, de lacerantes languideces, de sorprenden-
tes abandonos místicos, para trasladarlas a una co-
mún medida humana, casi crónica sumaria y apacible
de acontecimientos sencillos, sobre los que no puede
surgir ni la sombra de la duda, y que, en virtud
de su misma familiaridad, se cargan de una gene-
ral e inequívoca evidencia. Y si esta posición men-
tal, respecto a las rigurosas meditaciones de Zur-
barán, es poco menos que irrespetuosa, también
respecto a la firmeza naturalista, de visión ejem-
plar, del primer Velázquez, resulta no menos ines-
perada e innovadora. Ciertamente, la apertura co-
rresponderá siempre a Velázquez, pues Murillo
academiza inmediatamente la nueva vía naturalista
en fórmulas preparadas. en las que prevalece el
decoro de la invención como expediente retórico
sobre toda efectiva captación del natural. Pero de
aquí a la acusación, que tanta crítica vieja y nueva
repite genéricamente, de un Murillo amanerado,
dulzón y pesado, asemejándolo (¡con qué confusión
de ideas!) a otros artistas contemporáneos absolu-
tamente distintos, como un Reni o un Dolci, hay
un abismo. Murillo se muestra partidario de una
cómoda religiosidad, fijada en términos de narra-
ción familiar, y ajena, por ello, tanto a las abstrac-
ciones formales como a las conceptuales: se trata.
una vez más, de la pintura como biblia pauperum,
pero realizada con gran refinamiento de recursos, a
un tiempo accesible y agradable, pero también cul-
ta y compleja; y es presupuesto el que unifica y
reconcilia la gran variedad de influencias en que
se basa la pintura de Murillo, las que, sin embar-
go, se mantienen independientes, sin transformarse
jamás (sólo más adelante adquirirá un particular
relieve la relación con Van Dyck) en componen-
tes básicos. Tensiones frecuentes y multiformes,
que vienen a insertarse en la tranquila textura de
un lenguaje de origen provinciano, influido por los
ejemplos de Alonso Cano y de Ribalta, además,
de, naturalmente, los del viejo Juan de las Roelas
y de Ribera.
Pero es precisamente esta interpretación pro.
fana y cotidiana de los temas religiosos la que nos
introduce directamente en la famosa producción de
escenas costumbristas de Murillo: aquellas que re-
presentan a niños y niñas en actitudes de la vida
diaria, y que nos muestran una galería de chicos
que comen melón, se espulgan, juegan a los dados,
o sonríen ofreciendo flores; producción que repre-
senta el aspecto mayor y, sin duda, el más univer-
salmente apreciado de la personalidad de Murillo.
Y, sin embargo, en esta fase, el giro de las prefe-
rencias desborda la órbita puramente ibérica, e
NORTE / 37
implica, con una evidencia mayor, el conocimiento
de las fuentes italianas y, en particular, de la últi-
ma escuela napolitana, influida por Caravaggio:
Stanzione, Guarino y, todavía más, por Aniello Fal-
cone y su "caravaggismo de tono menor". Piénse-
se, específicamente, en La Sagrada Familia del
Pajarito, conservada en el Museo del Prado, del
período 1645-50. La epopeya picaresca de la pin-
tura costumbrista de Murillo sirve para aclarar,
también, las razones y las intenciones del pintor,
así como su propia poética, en la elaboración de
las grandes telas eclesiásticas. En ellas, la expre-
sión de una nueva religiosidad burguesa, antiheroi-
ca y milagrera, que se correspondía, en todo, con
las exigencias de la Contrarreforma tardía (para-
lela a las últimas tendencias de la pintura propia-
período sevillano, cada detalle sugería considera-
ciones morales y sociales que configuraban un ce-
rrado cuadro de ambiente y de costumbres; en la
obra de los bambochistas, en fin, que también des-
arrollan este mismo gusto en experiencias entre
documentales y folklóricas (pensamos, sobre todo,
en los correspondientes más directos de Murillo:
Sweerts y, posteriormente, Monsú Bernardo), la
verdad natural aparece todavía sondeada con em-
peño total, así en el plano de la forma como en el
del contenido. Mas, para Murillo, toda voluntad de
indagación y de denuncia cede ante una ligera vena
espectacular, revelando de lleno el sustancial des-
interés por cualquier problema humano relacionado
con la representación; y será la sonrisa de un niño.
la franca naturalidad de un ademán, o la humorís-
San Antonio de Padua - París, Musco del Louz,rc.
mente barroca de la Europa central) predomina,
imponiendo una nueva convención temática; en ésta,
con procedimiento absolutamente análogo, los mis-
mos presupuestos de adaptación entre realidad y
evasión valorizan el carácter decorativo y epidér-
mico de las obras, de modo que, en la descripción
de un mundo de plebe lacerada y hambrienta, el
interés se centre en la belleza física y la tipicidad
de los modelos, en la gracia y la placidez del asun-
to. Los "pequeños Bacos" de Caravaggio, anterio-
res en cincuenta años, si no estaban enfermos de
terciana o de malaria tenían un aspecto protervo y
ambiguo que producía malestar; así, también en
las fregonas o en los maleantes de Velázquez, en su
tica notación de un guiño lo que traslade la obra
a un plano más concreto de inmediatez, redimiendo
así también la uniformidad y la trivialidad de la
ambientación, reducida a unos pocos elementos de
repertorio. Pero, ¿por qué habríamos de pedir a
Murillo lo que es ajeno a su sensibilidad de narra-
dor plácido y de salón, siempre en el término me-
dio del buen sentido burgués cuando afronta los
grandes temas de la fe, o cuando, por el contrario,
hace pintura genéricamente inspirada en temas de
carácter popular? Otras son las razones de interés
de su obra, porque, apenas distingamos en esta
misma serie "profana" las telas más juveniles (por
ejemplo, La vendedora de naranjas, de Leningra-
38 / NORTE
La pequeña frutera - Munich, Pinacoteca Antigua - El magnífico fragmento de naturaleza muerta de la derecha, con
sus bellos empastes, y las transparencias luminosas del fondo , vago y esfumado, sitúan esta obra hacia el final de
la actividad de Murillo ; son piezas que ya presagian la delicadeza y la gracia de muchas pinturas dieciochescas.
Murillo
humanizó
la pintura
do, de trazo todavía duro e incisivo, o La gallega
de la moneda, del Museo del Prado) de las obras de
la plena madurez (sean éstas las excepcionales
telas de Dulwich, o la no menos sugestiva de Las
gallegas en la ventana, de la colección Wiedner, de
Filadelfia), nos daremos cuenta de que, a través
del proceso de desarrollo de esta pintura, se van
abriendo nuevos horizontes no sólo por lo que se
refiere a España y al siglo xvii, sino para el arte
europeo, y de que, en suma, a través de estas aper-
turas, se pueden entrever los logros futuros, ya
ni siquiera muy lejanos, de un Watteau o un Fra-
gonard, o incluso de un Greuze, y sólo con que
se cambie el pigmento del juicio social y de la re-
probación moral, de Goya. Aquí está el inequívoco
significado histórico de la pintura de Murillo.
Esta actitud suya se revelará, con no menos
claridad; en sus retratos, que representan gran
parte de su producción y son personalísimos y nue-
vos, absolutamente libres de ese aire de superiori-
dad individual, de arquetipos humanos, que tan
sutilmente caracteriza los personajes de Velázquez,
sean nobles o soberanos, enanos o bufones. Pero
sobre los retratos de Murillo resulta claro que ac-
tuó en profundidad la amplia difusión de la obra
de Van Dyck. Murillo, al que hemos visto en su
primera fase y, por consiguiente, hasta 1650, más
o menos imbuido de influencias italianizantes o de
condicionamiento local, se nos va revelando poco a
poco cada vez más sensibilizado a la infiltración en
España de la pintura flamenca, y no tanto de la de
Rubens como, sobre todo, de la de Van Dyck, En el
estado actual de los estudios, es difícil captar el pun-
to de partida de este proceso de asimilación, pero
resulta manifiesto que fue bastante precoz y pro-
gresivo, en una dependencia cada vez más estre-
cha que implica evidentes notas de contaminación.
Las famosas composiciones de La Inmaculada trans-
portada al Cielo, o de La Virgen con el Niño en
brazos, que en la iconografía del siglo xvii debieron
parecer logros personalísimos de Murillo, no repre-
sentan otra cosa que la simplificación, en una ac-
titud sentimental más familiar, de los modelos del
pintor flamenco. E incluso obras alejadas en el
tiempo, a lo largo de toda la actividad madura de
Murillo, como La Visión de San Antonio, de la Ca-
tedral de Sevilla, que es de 1656, El milagro de la
Porciúncula, que se encuentra en Colonia (1674-
76), o el cuadro de época muy tardía, llamado Los
místicos desposorios de Santa Catalina, de 1682,
demuestran la continuidad de esta corriente artís-
tica, que no sólo actúa sobre la temática del pintor
sevillano, sino que, del pictoricismo academizante
de sus primeras obras, lo hace pasar a un croma-
tismo difuso y leve, sensible a las más íntimas exi-
gencias expresivas, y ya de inspiración barroca.
La tradición que reconoce a Pedro de Moya el
mérito de haber importado y difundido en España
-con función determinante para el arte de Muri-
llo-, el conocimiento de la gran experiencia de
Van Dyck, es preciso rechazarla, porque Pedro de
Moya se trasladó a Inglaterra para estudiar con
Van Dyck y, por tanto, se convirtió en el sostene-
dor del último estilo del artista, mientras que Mu-
rillo se relaciona todavía con el Van Dyck de
Génova o de Sicilia, con el Van Dyck tirrénico y
juvenil (y, en ocasiones, parece entreverse clara-
mente una interpretación de Van Dyck, compendia-
da sobre los textos de Monrealese o de Cavallino),
y, por consiguiente, la coyuntura hay que hacerla
retroceder a un momento más antiguo. A lo sumo,
Pedro de Moya, con su adhesión, tan sólo acentuó
la propagación del conocimiento del pintor flamen-
co, provocando un mayor interés por los ejempla-
res juveniles de éste, que debían haber llegado
incluso muy tempranamente a la península ibérica.
El encuentro con este aspecto del arte septentrio-
nal europeo es, pues, de notable valor para la de-
terminación de la personalidad de Murillo, pero
viene a superponerse a una visión que ya estaba
realizada por completo, y en la que había crista-
lizado la última iconografía oficial de la Contra-
rreforma, válida hasta nuestros días.
Si de estas circunstancias surge el juicio limi-
tativo que pesa sobre tan buena parte de la pintura
de Murillo (porque, inevitablemente, la exigencia
práctica dejó sentir su peso, y de la misma fortuna
de la fórmula nació la repetición y el desgaste),
también en ello está la razón de todo el reconoci-
miento que se le debe al pintor de las Inmacula-
das, quien a través de un empeñoso trabajo de bús-
queda cultural había ofrecido a la Iglesia, y no sólo
a las iglesias de Sevilla, las imágenes más moder-
nas y actuales de la fe, y las que mejor respondían,
con plena sinceridad de acentos, a las nuevas exi-
gencias del mundo católico.
40 / NORTE
por Ernesto B. RODRIGUEZ
NTRE fines del siglo xvi y comienzos del
1 xviii la pintura alcanza un elevado refina-
miento.miento. Son muchos los pintores, dentro de
la geografía europea, que logran una técni-
ca admirable para reproducir los diversos
temas que la Naturaleza les impone. En verdad, la
mayoría de estos pintores son virtuosos artesanos
más que artistas . Asomados a la gran herencia del
pasado, obedientemente la siguen con pincel cui-
dadoso. Pintores herederos, en suma, que trabajan
atendiendo las sencillas exigencias de su tiempo.
Un paisaje, una naturaleza muerta, un retrato; te-
mas mitológicos y religiosos también encaran, pero
sin esa profundidad y calidad plástica de aquellos
primitivos pintores italianos y del Renacimiento.
Estos pintores padecen el drama de casi todos los
herederos: ser dueños de un rico pasado, tan rico
que los obliga a ser virtuosos, meros repetidores de
esos tesoros. Y sólo se salva, como se sabe, el he-
redero que tiene alma de fundador. Son épocas en
que la visión refleja predomina sobre la visión au-
daz del creador. Sin embargo, pese a los signos
negativos señalados, en este tiempo pletórico de pin-
turas repetidas y pintores herederos nos encontra-
mos, en cierto momento, con algunas altas cimas de
esplendor, con algunos grandes artistas que si bien
continúan con sus obras la gran tradición del arte,
la transforman al par creadoramente. Rubens, por
ejemplo, o Velázquez, o Rembrandt. Hay otros, sin
duda, cuyos méritos son de reconocimiento más di-
fícil, ya sea por la poca obra que se les atribuye;
ya sea por la variabilidad de sus visiones. A esta
última consideración pertenece el nombre del más
dulce de los pintores sevillanos : Murillo. Bartolomé
Esteban Murillo nace en 1618. Lo primero y más
singular que advertimos en su vida es una inque-
brantable fidelidad al terruño. En él parece que
se cumplió cabalmente aquel sutil pensamiento del
sabio chino Lao Tsé: "Sin salir de casa se puede
conocer lo humano". En efecto, grandes historiado-
res afirman que el pintor jamás salió del perímetro
sevillano. Su obra es, pues, la obra de un auténtico
autodidacto, que se proyecta sin mayores compli-
caciones en un ambiente colorido y saleroso. Por
eso el espíritu de aventura no lo toma, ni la cu-
riosidad le pica, por conocer los grandes testimo-
nios del arte de otros países, Italia, por ejemplo.
A él le bastaba con visitar periódicamente la igle-
sia de Santa Cruz y quedarse en demorada contem-
plación ante el Descendimiento de Pedro de Cam-
paña, su pintor favorito. Cuando en 1682 -al caer
desde un andamio, mientras pintaba el gran cuadro
NORTE / 41
Los místicos desposorios de Santa Catalina- es
sepultado en la misma iglesia de Santa Cruz y jus-
to debajo del cuadro de sus amores. Así cumplió
Sevilla con su gran pintor.
Tres épocas se distinguen con bastante preci-
sión en la pintura de Murillo. Signada la primera
por una gama fría, la segunda por una gama semi-
cálida y la tercera por una gama cálida. Su pintura
pasa así de lo lunar a lo solar. En su primera épo-
ca, su pupila se limita a reflejar una clásica tra-
dición; de esos cuadros primeros emana una luz
fría, espectral : son cuadros lunares. El Murillo ver-
dadero adviene a partir de 1645. La serie de obras
que realiza desde ese año hasta su muerte nos
pone en presencia de un pintor que a veces se en-
trega a la realización, con acariciante pincel, de
imágenes religiosas; otras veces, humaniza esas
imágenes, tanto, que parecen pertenecer a escenas
de la vida diaria. Valga como ejemplo la notable
pintura denominada La cocina de los ángeles, co-
nocida también por el nombre de El Milagro de
San Diego. En sus últimas obras se torna admira-
ble testigo de hechos y personajes de la vida coti-
diana. Entonces surge un Murillo que pinta con
agudo pincel pícaros y viejas, chicos harapientos
pero llenos de vida, como los Muchachos comiendo
uvas y melón y el Muchacho asomado al balcón.
En las extraordinarias páginas que Ortega y
Gasset consagra al universal pintor sevillano Ve-
lázquez, menciona en una ocasión a Murillo con
estas palabras: "En España, antes de Goya, y de-
jando a un lado a Murillo porque es un típico epí-
gono, no ha habido más que cuatro pintores im-
portantes, de los que tres son gigantescos : Ribera,
Zurbarán, Alonso Cano y Velázquez". Y agrega, en
una llamada a pie de página, estas líneas sugestivas
sobre Murillo : "Lo cual no justifica que desde ha-
ce tiempo se hable tan poco de él. Necesitamos un
nuevo libro sobre Murillo, que nos proponga una
nueva interpretación de su arte y persona. Es
una figura encantadora y conmovedora de artista,
porque su delicioso talento es el talento que un
hombre puede tener cuando se ha acabado la can-
tera del talento. Crea cuando ya no se puede crear.
Inventa cuando ya no hay que inventar . Algo pa-
recido acontece en Italia con Tiépolo. Estorbaría
sin beneficio, en las esquemáticas páginas que si-
guen, tener que hacer en cada momento una con-
sideración especial de Murillo , que es en efecto
un caso muy especial".
En esa breve y también esquiva referencia de
Ortega y Gasset a Murillo encontramos una serie
de matices, positivos unos, negativos otros, y al-
gunos contradictorios, pero todos ellos tan fecun-
dos que tornan incitante nuestra atrevida empre-
sa de rozar en algo la personalidad artística del
encantador pintor sevillano. Porque -siguiendo a
Ortega-, ¿cómo es ese delicioso talento que mis-
teriosamente puede surgir cuando se ha acabado
la cantera del talento ? ¿ Cómo es posible crear
cuando ya no se puede crear? Lástima grande que
así como lo hizo magistralmente con Velázquez, el
gran pensador no nos legara otros papeles semejan-
tes sobre Murillo. Entonces esos interrogantes ten-
drían la lúcida respuesta de un artista del pensa-
miento. Eso no lo podemos remediar. Pero lo cierto
es que en el enigma que esos interrogantes pro-
ponen vemos transparentarse vagamente el perfil
de un Murillo distinto al habitual, tan visto en
42 / NORTE
numerosas reproducciones de sus obras y tan poco
pensado. Sí, un Murillo que no es sólo el pintor
heredero de los refinamientos pictóricos del pasa-
do, sino que, paradojalmente, sin dejar de ser re-
finado, se atreve a ser pintor testigo de la realidad
Un Murillo que sabe reobrar sobre un pasado ya
pasado, y consigue curiosamente esplender aún con
nuevos mirajes plásticos cuando "se ha acabado la
cantera del talento".
Hay un Murillo que todo el mundo conoce. Es
el realizador de célebres Inmaculadas ; de Vírgenes
que rezuman sublimidad y dulzura, envueltas ev
grandes mantos con gracia de alas, y rodeadas por
angelotes rubicundos que retozan con mística ale-
gría. Esos cuadros de idealizadas imágenes religio-
sas, con sus poses hechas para la adoración, es de-
cir, para el creyente que ve de veras en ellas una
imagen celestial, son popularmente admiradas, y
las reproducciones innumerables que se han publi-
cado de ellas, curiosamente endulzan aún más las
imágenes, de manera que el que ve esas reproduc-
ciones con mirada estimativa las encuentra dema-
siendo blandas, sin nervio interior, demasiado boni-
tas, y, ¿por qué no decirlo ?, bastante superficiales.
De manera que el juicio que merecen esas obras
de Murillo en reproducciones se inclina a rebajar
su valor. Pero, al ver las obras originales ¿ segui-
mos manteniendo un juicio tan negativo? ¡Ah!, al
ver esas obras en la realidad de pintura y tela
descubrimos con estupor que por vez primera las
vemos; que por primera vez nos llega la irradiación
de su mensaje plástico; que ellas tienen una autén-
tica calidad pictórica que las reproducciones les
niegan. ¡Qué le vamos a hacer! La obra de Murillo
pertenece a esa clase de obras que, para ser valo-
radas en profundidad, hay que verlas directamente.
La fotografía de ellas, si bien no traicionan la ima-
gen, la anécdota, traicionan en cambio irremedia-
blemente la materia-pintura en que ellas encarnan.
El hecho será todo lo vago que se quiera, pero es
así: hay pinturas que son fotogénicas -como al-
gunos rostros privilegiados o como las estrellas del
cine-, y otras pinturas que no, que son sordas a
ese reclamo mecánico , que se niegan, en fin, a re-
velar la urdimbre de su técnica . Es ése un fenó-
meno, sorprendente, pero cierto . Es más, hay pintu-
ras, como las realizadas por Fray Angélico, a las
que la reproducción las favorece, y hay otras
-ejemplo, Giotto-, cuya reproducción las desme-
rece. En fin, es ése un enigma de laboratorio que
no nos compete a nosotros develar. Pero lo cierto
es que esos cuadros tan preciosistas que pinta Mu-
rillo están realizados, sin contradicción, con una
noble materia de pintor. Y ahora se hace evidente
para nosotros esta verdad singular: el preciosismo
de Murillo, en términos de pintura, es un precio-
sismo serio. Sí contra la frivolidad del habitual, el
suyo está encarnado en un auténtico pintor, y por
eso es serio . Y lo es más fundamentalmente -y
ahora sí encontramos en las palabras de Ortega
y Gasset un verdadero juicio del siglo xx sobre el
artista-, lo es, "porque su delicioso talento es
el talento que un hombre puede tener cuando se
ha acabado la cantera del talento". Con esas pala-
bras iluminadoras de Ortega cerramos nuestra sern-
blanza. ¿No se podría comenzar a escribir con ellas
el libro revelador que la personalidad humana y
artística que Murillo reclama?
EL MISTERIO DE
TIAHUANACO,
EN BOLIVIA
El notable escritor francés Ronert Charroux, autor, entre otros libros, del titulado
"HISTOIRE INCONNUE DES HOMMES DEPUIS CENT MILLE ANS" (HISTORIA
DESCONOCIDA DE LOS HOMBRES DESDE HACE CIEN MIL AÑOS), nos habla,
en el capítulo III de dicha obra , del MISTERIO DE TIAHUANACO, en Bolivia.
La revista NORTE, siempre atenta a todo lo relacionado con esta América nues-
tra, ofrece a sus lectores este interesantísimo capítulo , en la confianza que desper-
tará el interés de todos.
por Robert CHARROUX -
versión de Juan DE SAN MIGUEL.
Entre las primeras civilizaciones
y la nuestra, existen eslabones y,
en primer lugar, las civilizaciones
preincaicas de la Cordillera de los
Andes y la de Glozel.
Ya en 1876, el arqueólogo fran-
cés Wiener, escribía:
"Un día, vendrá en que se podrá
decir de las civilizaciones clásicas
de los faraones, de los caldeos y de
los brahmanes: ya están cataloga-
das en nuestros libros, como están
las más antiguas, pero la ciencia
prueba que la civilización preincai-
ca de Tiahuanaco, es en muchos
miles de años anterior a las cita-
das".
¿Interfieren, acaso, las civiliza-
ciones preincaicas con el mito de la
Atlántida? Probablemente, Platón no
es el único partidario de la teoría
de los ancestros superiores.
Es por la "Puerta del Sol" por
la que se penetra en el mundo ig-
norado de Tiahuanaco, que procla-
ma su antiguo esplendor en Bolivia
a 4,000 metros de altura sobre el
nivel del mar.
Un día de 1958, un francés ve-
nía de La Paz en un pequeño tren
de los que hacen servicio en la
montaña y descubrió sobre una am-
plia extensión arenosa, una ciudad
en ruinas. Los niños que deambu-
laban en la pequeña estación fe-
rrocarrilera, vendían pequeñas es-
tatuillas de barro y respondieron a
su pregunta: ¿Qué es aquí?
-Aquí es Tiahuanaco, la ciudad
más vieja del mundo.
Este francés, el periodista Roger
Delorme, no desconocía la historia
incaica de las tradiciones de los va-
lles andinos. Había visitado Cuzco,
Pachacamac, Olantaytambo y Pisac
y había admirado las colosales cons-
trucciones de piedras gigantes en las
que podían admirarse multitud de
diversos tonos.
Los antiguos templos incas, Ma-
chu Pichu en particular, le habían
impresionado por su majestuosa ar-
monía, a pesar de sus proporciones
gigantescas. Pero en Tiahuanaco,
frente a las piedras y las estatuas
esparcidas por el suelo en muchos
kilómetros, delante de esta "Puerta
del Sol", cincelada como un braza-
lete morisco, subsistía una impre-
sión indefinible, una especie de
magia que sobrepasaba a todas las
emociones que había sentido en los
más altos lugares del Perú.
En Tiahuanaco, el desierto deso-
lado guardaba un secreto extraor-
dinario que el espíritu no podía
identificar.
Roger Delorme permaneció va-
rias semanas en la altiplanicie bo-
liviana, subyugado por la "Puerta
del Sol", interrogando al monolito
partido por en medio, según la tra-
dición, por una piedra caída del cie-
lo, preguntando a los indígenas,
tratando de dar un sentido lógico
y científico a sus palabras y a sus
parábolas y luchando por descifrar
el contenido de sus petroglifos.
Estos petroglifos guardan su
misterio literalmente, un secreto to-
davía indescifrable y que puede ser
el secreto del origen de los hom-
bres.
En los alrededores, sobre la al-
tiplanicie, personajes monolíticos de
barro, con grandes orejas y manos
de cuatro dedos y arrodillados en
una actitud hierática, contemplan la
vida del hombre del siglo xx que
trata de comprender su mensaje.
El origen de Tiahuanaco se pier-
de en los milenios. Los incas, en
tiempo de la conquista del Perú
por Pizarro, pretendían no haber
visto Tiahuanaco sino en ruinas.
Los Aymaras, considerados como
los más viejos pobladores de los
Andes, decían que era la ciudad
de los primeros pobladores de la
Tierra y que había sido creada por
el dios Viracocha, antes de la
cración del Sol y las estrellas.
Roger Deforme, cuando volvió a
NORTE / 43
"La Murta dri Sol" de Tiahuanaco, Boli;'ia, a la que coi; •dría mejor llamar "La Puer-
ta de Danos
Francia con un gran acopio de no-
tas, habló con entusiasmo del alto
lugar de la Cordillera de los An-
des y fue por una verdadera ca-
sualidad que llamó la atención del
capitán Tony Mangel, viejo corsa-
rio de los mares, de quien se supo
que había sido entronizado como
"ambi" o rey en la América del
Sur.
Al mismo tiempo, el capitán re-
lató que había en esa región del
mundo un Renovador de la Reli-
gión del Sol inca: el señor Beltrán
García, biólogo español descendien-
te directo de Garcilaso de la Vega,
el gran historiador de la Conquis-
ta.
Esto debería despertar un ma-
yor interés a la extraordinaria le-
yenda y la historia de Tiahuanaco.
El señor Beltrán había hereda-
do de sus abuelos documentos iné-
ditos relacionados con las tradicio-
nes andinas. "La Puerta del Sol"
no era por sí misma, más que un
testigo incompleto. Las tradiciones
andinas no eran otra cosa más que
fábulas. El todo, yuxtapuesto, daba
lugar a interpretaciones frágiles de
mitologías y de tradiciones america-
nas, egipcias, griegas y hasta babi-
lónicas, pero de todo ello podía ha-
cerse, al fin, una explicación acep-
table.
La historia, que se detenía en
las últimas dinastías faraónicas, ve-
nía a dar un brinco en el pasado
y se prolongaba hasta el décimo
milenio antes de nuestra era, si-
no es que hasta más lejos.
He aquí lo que revelaron los do-
cumentos secretos de Garcilaso de
la Vega, traducidos y comentados
por el señor Beltrán:
Los escritas pictográficos de Tia-
huanaco, dicen que en la era de
los tapires gigantes, seres humanos
muy civilizados, palmeados y de
una sangre diferente a la nuestra,
vinieron de otro planeta y encon-
traren conveniente establecerse en
el lago y después en lo alto de la
Tierra.'
En el curso de su viaje interpla-
netario, los pilotos lanzaron sus ex-
crementos hacia abajo y dieron al
lago la forma de un ser humano.
No se olvidaron del ombligo, lu-
gar en donde se posaría nuestra
primera Madre, encargada de la in-
seminación de la inteligencia hu-
mana.
Esta leyenda, ayer, nos habría
hecho reir; hoy día, nuestros hom-
bres-rana, copian artificialmente los
dedos palmeados de los colosos de
Tiahuanaco.
Los indígenas andinos viven a
una altura donde les hombres blan-
cos no pueden aclimatarse y esta es
la prueba de que puede existir otra
clase de sangre.
Con sus potentes telescopios los
visitantes siderales buscaron, pues,
una altura y un lago favorables a
su organismo y a su vida anfibia.
La significación de "excremen-
to" pueden ser cosas llevadas en la
astronave para modificar los con-
tornos del lago, quizá bombas ató-
micas.
Hay que hacer notar que paro,
arruinar la tradición y para des-
1 literal.
acreditar el lago en el espíritu de
los andinos, las cartas geográficas
lo representaban hasta 1912, con
una forma casi redonda. El nombre
verdadero del lago es: Titi (lago de
misterio y de sol) al que se agrega
el sufijo "caca", que en muchas
lenguas significa excremento.
Así, pues, los documentos del
descendiente de Garcilaso de la Ve-
ga, nos revelan a una Eva de ori-
gen extraterrestre y nos hablan de
máquinas interplanetarias.
Y nos dan precisiones asombro-
sas.
En la era terciaria, hace alre-
dedor de cinco millones de años,
cuando ningún ser humano existía
aún sobre nuestro planeta, pobla-
do solamente de animales fantásti-
cos, una aeronave brillante como el
sol, vino a posarse sobre la isla del
sol del lago Titicaca.
De esa aeronave descendió una
mujer resplandeciente, parecida a
las mujeres actuales, desde los pies
hasta los senos; pero tenía la ca-
beza en forma de cono y grandes
orejas z y manos palmeadas con
cuatro dedos solamente.
2 Los de las grandes orejas u Ore-
jones, formaban una casta superior en
la América del Sur que emigró a la
Isla de Pascua. Las estatuas gigantes
de Pascua y de Bamiyan tienen todas
grandes orejas y es curioso notar que
los budas de la India tienen, igualmen-
te, la misma particularidad. Por otra
parte, fueron los orejones, según Garci-
laso de la Vega y Cieza de León, los
que escondieron los tesoros de los Incas
en sitios que no fueron jamás divulga-
dos nor los iniciados.
44 / NORTE
1
Su nombre era "orejona" es de-
cir: de grandes orejas y venía del
planeta Venus cuya atmósfera es,
más o menos, análoga a la de la
Tierra.3
Sus manos palmeadas indicaban
que el agua existía en abundancia
sobre el planeta original y desem-
peñaba un papel principal y defi-
nitivo en la vida de los venusinos.
Orejona andaba verticalmente
como lo hacemos nosotros, estaba
dotada de inteligencia y sin duda
tenía la intención de crear una hu-
manidad terrestre, porque tuvo re-
laciones con un tapir, animal que
caminaba en cuatro patas. Orejona
engendró muchos hijos.
Esta progenie nació de un cruza-
miento monstruoso, tenía dos ma-
mas, una inteligencia mediana y los
órganos reproductores eran los mis-
mos del tapir-puerco.
Un día, cumplida su misión o tal
vez, aburrida de la Tierra y deseo-
sa de volver a Venus, donde podía
encontrar un marido a su imagen,
Orejona emprendió el vuelo en una
astronave. Sus hijos procrearon y
permanecieron fieles a su padre tu-
pir, pero en la región del Titicaca,
una tribu permaneció fiel a la me-
moria de Orejona y desarrolló su
inteligencia, conservó sus ritos reli-
giosos y fue el punto de partida de
las civilizaciones preincaicas.
Esto es lo que está escrito en el
frente de la "Puerta del Sol", en
Tiahuanaco.
He aquí lo que había, avivado
considerablemente nuestra curiosi-
dad, después provocado nuestra es-
tupefacción, hasta que los identi-
ficamos sobre los petroglifos de las
escafandras autónomas y vimos má-
quinas de motor misterioso, má-
quinas verdaderamente siderales;
todo de una claridad singular.
Tan claros son estos dibujos, que
uno se hace inmediatamente diver-
sas conjeturas e interrogaciones:
los antiguos Ayamaras o aquellos
que vivieron hace unos 10,000 años
antes que nosotros, grabaron estas
figuras, las endurecieron y cubrie-
ron con una preparación a base de
silicón a fin de asegurarse su con-
servación y su mensaje (¿plastifi-
cación?).
Lo que subsiste sobre el alto
de la meseta, permite imaginar una
vieja ciudad (¿pero se trata real-
mente de una ciudad?) con sus ca-
lles, sus templos y sus parques pú-
blicos. Las estatuas, las piedras gra-
badas; los objetos que se encuen-
3 En el estado actual de las observa-
ciones astronáuticas, puede admitirse que
el planeta Venus está habitado, por lo
menos en lo alto de las montañas.
tran en la arena, revelan una téc-
nica asaz rudimentaria análoga a la
de los Aymaras, los Incas y los
Aztecas. No se sabe si se trata de
un arte primitivo o de un arte de-
generado.
¡Por el contrario!, la "Puerta del
Sol" brilla en esta selva como una
joya pura.
A primera vista, parece que Tia-
huanaco ha sido la ciudad de los
hombres poco evolucionados que
esculpieron a sus dioses y a sus
totems al mismo tiempo que otros
hombres infinitamente más hábiles
y cultivados que cincelaron su men-
saje en los frisos de la "Puerta del
Sol".
Más tarde, según los geólogos,
un cataclismo arruinó la ciudad,
abatió sus templos y sus casas y
Tiahuanaco se convirtió en una
ciudad muerta. Puede ser que las
leyes naturales quieran significar
así a la vez el final de un reino
y la desaparición de una raza.
Se carece completamente de do-
cumentación sobre la ciudad en rui-
nas, enterrada o sumergida y damos
cierto crédito a las revelaciones del
señor Manuel González de la Rosa
en su opúsculo. Los dos Tiahuana-
cos.4
EL LENGUAJE DE
LAS CUERDECILLAS
González de la Rosa, que vivió
largo tiempo en el Perú, informa
de las declaraciones del "picocama-
yo" (intérprete de los quipus incas)
Catar¡, quien retirado en Cocha-
chamba en el siglo xvi, tradujo, por
encargo de los jesuitas la lengua
enimágtica de las cuerdecillas con
nudos.
El manuscrito de la traducción
fue donado hacia 1625 por el canó-
nigo de Chuquisaca (Sucre) Barto-
lomé Cervantes al jesuita A. Oliva.
Después el documento ha permane-
cido secreto en la Biblioteca Vati-
cana, pero lo esencial de su conte-
nido, se conoce.
He aquí en resumen la traduc-
ción del viejo Catar¡, comentado por
González de la Rosa:
El nombre primitivo de Tiahua-
naco era Chucara. La ciudad era
enteramente subterránea y lo que
existía en la superficie, no era más
que la cantera de la que se sacaban
las piedras para tallarse y la mo-
rada de los canteros.
La ciudad subterránea daría la
clave de una sorprendente civil¡-
4 Los dos Tiahuanacos por Manuel
González de la Rosa, Viena, 1909.
Orejona. Scgiín la ¡?adición andina,
habría llegado de otro planeta, 1'e-
mis, probublenaetite, en un cohete es-
pacial. Su cráneo era en forma de
corto, sus manas palmeadas r con
cuatro dedos solamente.
zación que se remonta a los tiem-
pos más lejanos.
Se llegaba a la ciudad por diver-
sas entradas que fueron vistas por
el gran naturalista francés Alcide
d'Orbigny y los viajeros Tschudi,
Castelnau y Squier, que hablaron de
galerías sombrías y fétidas que des-
embocaban en el encintamiento de
Tiahuanaco.
Esta ciudad subterránea había si-
do edificada para permitir a sus ha-
bitantes gozar de una temperatura
más clemente, lo que prueba bien
que la altura no ha variado jamás.
Cerca del lago Titicaca, existía
un palacio del que no quedan ras-
tros, porque su edificación se re-
montaba, según los textos, a la épo-
ca de la "creación del mundo".
El primer señor de Chucara, que
quiere decir "casa del sol" se lla-
maba Huyustus y había dividido el
mundo en varios reinos. Los últimos
habitantes de Chucara, no fueron
los Aymaras, sino los Quechuas.
En Tiahuanaco, se enterraba a los
muertos, acostados. En las islas del
lago vivía una raza blanca y bar-
bada.
Para González de la Rosa, los
ancestros de los Uros, fueron los
fundadores de Tiahuanaco.
Esta tradición, muy poco cono-
cida, aun de los americanistas, apo-
ya la tesis del origen extranjero
de los colonos instalados alrededor
del Lago Titicaca. Desde luego, to-
das las tradiciones aseguran que
muchísimos años antes de la llega-
da de los Incas, una casta superior
NORTE / 45
En la cabeza del pei,sonaje grabado
en piedra hace miles de amos, se ve
un extraño dibujo que intriga a los
arqueólogos. Escandra f a espacial?
Máquina desconocida? ¿Motor?
de hombres blancos se había esta-
blecido en los Andes.
Garcilaso de la Vega, escribió:
El dios Sol, ancestro de los In-
cas, les envió en tiempos muy an-
tiguos, a uno de sus hijos y a una
de sus hijas para darles el conoci-
miento. A estos delegados, los re-
conocieron como divinos por sus
palabras y por su color claro.
Pedro Pizarro, primo del Con-
quistador, dice en una de sus cró-
nicas:
Las mujeres nobles son agrada-
bles de ver: se saben bellas y lo
son en efecto. Los cabellos de los
hombres y de las mujeres son blon-
dos como el trigo y ciertos indivi-
duos tienen la piel más clara que
los españoles.
En ese país, yo he visto a una
mujer y a un niño, de una blancura
desacostumbrada. Los indios pre-
tenden que se trata de descendien-
tes de los ídolos (sus dioses).
Estos ídolos, que llevaron la
ciencia, pueden identificarse como
los viajeros de la astronave venu-
sina, habitantes de las cumbres de
Venus, en donde el gas carbónico
de los valles hace que el aire sea
más puro y más parecido al aire
terrestre.
LOS HOMBRES AZULES
Otra tesis más atractiva ha apa-
recido en Rusia. Ella asimila los
ídolos a los misteriosos hombres de
"`sangre azul" que, en tiempos le-
46 / NORTE
janos, constituían una especie de
gente escogida.
En 1960, una revista soviética,
apoyándose en las relaciones del his-
toriador egipcio Manethon, en Hero-
doto y en las inscripciones del pa-
piro de Turín, así como de la Piedra
de Palermo, aportan una contribu-
ción preciosa, tanto al enigma de
la Atlántida, como a la venida
de extraterrestres.
En su número de diciembre de
1960, la revista Atlantis, bajo la
firma del arqueólogo Henry Bac, da
esta información.
Los rusos hacen la pregunta si-
guiente: "¿Fueron los Atlantes un
pueblo azul?", haciendo notar que
Platón les atribuye un origen dis-
tinto que el de los terrestres y una
sangre diferente.
"Según ciertas tradiciones", re-
vela el documento, "los Atlantes
debieron ser los fundadores de la
civilización egipcia. Los jefes más
antiguos de las dinastías divinas,
doce mil años antes de nuestra era,
eran los Atlantes de raza pura".
Los egipcios, prosigue Henry Bac,
reproducían muy soñadoramente los
objetos sobre sus frescos y en lo
que respecta a los colores, ¿de qué
colores pintaban a sus dioses?
Si Osiris era verde (dios de la
vegetación renaciente) Thot era pin-
tado bien de verde o bien de azul
pálido; Amón y Shou eran dioses
azules. ¿Por qué este color funda-
mental era el atributo de los dioses
egipcios? Una sola respuesta nos
parece posible: estos dioses serían
los descendientes de un pueblo de
piel azul o considerados como ta-
les.
Osiris y Thot, al llegar a Egipto,
no encontraron las condiciones de
un país de altas montañas, sino por
el contrario, una planicie y un cli-
ma caliente y asoleado, que les mo-
dificó el color de la tez que vino a
ser olivácea (azul + amarillo) re-
presentado por el color verde en las
pinturas de los primeros egipcios.
Hipótesis admisible si se consi-
dera que existen poblados de "in-
dios azules" en las altas mesetas
de los Andes, cuya pigmentación
es causada por la falta de oxígeno
en la sangre. Los Guanches, des-
aparecidos de la Isla de Tenerife en
las Islas Canarias, tenían una piel
olivácea.
Es biológicamente posible que
la piel tome un tinte azul un tanto
vivo por la incorporación de gránu-
los de melanina, pigmento caracte-
rístico de las piedras negras. Este
fenómeno explica la presencia de
tintes azul claro, azul fuerte y vio-
leta en la piel de ciertos simios.
Existen "hombres azules" en los
alrededores de Goulemine, al sur de
Agadir y los Pictos de la Escocia
antigua tenían la costumbre de pin-
tarse la piel de azul.
Es curioso, en fin, citar la no-
ción bien conocida de "sangre azul"
que se emplea a propósito de la no-
bleza antigua. Se notará, que esta
noción, muy vieja, es originaria de
la Península Ibérica.
Si examinamos todos estos he-
chos por cuanto ve a la Geografía,
nos daremos cuenta de que en la
mayor parte de los casos en que
existen tribus de piel olivácea o
azul, natural o pintada artificial-
mente, están ligados al litoral del
Atlántico.
Hay que imaginar, entonces, que
los Atlantes habitaban una co-
marca en las montañas elevadas y
constituían una población de piel
azul, bien fuera por causa de las
condiciones biológicas, de la heren-
cia o del medio ambiente. Esta po-
blación está en vías de extinción y
perdió sus características principa-
les en el momento de la desapari-
ción de la Atlántida.
Sin embargo, en signo de perte-
nencia a la antigua raza, los des-
cendientes de la dinastía regente de
la Atlántida se vestían con hábitos
azules en ocasión de las fiestas, en
tanto que ciertos pueblos del lito-
ral atlántico europeo y africano, se
teñían artificialmente la piel para
parecerse a los pujantes Atlantes.
Esta hipótesis la refuerza Platón
cuando habla de los sacrificios noc-
turnos y de los hechos de justicia
de los reyes atlantes, que se reves-
tían, por una razón desconocida,
con hábitos pintados de azul oscuro.
Es posible que la parte de la pig-
mentación proviniera en los Atlan-
tes de una migración ulterior que
hubiera tenido por consecuencia ha-
cerlos vivir en regiones menos ele-
vadas, circunstancia que determina-
ría la desaparición de la carencia
de oxígeno en la sangre, así como
del tinte azul resultante y que ha-
bía permanecido estable durante
milenios.
Henry Bac, analizando esta ex-
posición soviética, dice que la ex-
presión "sangre azul" todavía se
emplea en América del Sur y que
en ciertas regiones de la costa del
Pacífico, se dice de una persona que
procede de la unión de un indio y
una europea o de un europeo y una
india, que es de "sangre azul".
En Europa, esta expresión se
1
aplica sólo a los individuos que per-
tenecen a la alta y antigua nobleza.
En Rusia y en Mongolia, los no-
bles tenían la reputación de ser de
sangre azul, lo que, incuestionable-
mente, indica la idea de superiori-
dad.
La declaración de Platón y la
exposición rusa, toman un valor
singular si se les aplica a los seres
extraterrestres venidos del planeta
Venus donde la alta cantidad de
gas carbónico explica una pigmen-
tación naturalmente azul.
Venus, el planeta "azul" de los
antiguos, con sus montañas de 40,000
metros de elevación, su vegetación
y su temperatura en algunas regio-
nes soportable para el hombre, se-
gún los datos aportados por el
cohete estadounidense Mariner II,
¿sería la patria de los hombres azu-
les, de los Atlantes, de la raza de
Tiahuanaco y de Glozel?
Tal vez no resultaría inútil re-
ferirse a acontecimientos extraor-
dinarios, observados por dos astró-
nomos antiguos y que ocurrieron en
Venus en una época muy remota.
San Agustín dice, citando a Varron,
que Cástor, el de Rodas, dejó es-
crita la relación de un prodigio
asombroso que ocurrió en Venus.
Este planeta, que tenía muchos sa-
télites, cambió de color, de tamaño,
de figura y de curso.
Este hecho sin precedente ocu-
rrió en tiempos del rey Ogyeges,
como lo atestiguan Adrastus, Cyzi-
cenus y Dion, nobles matemáticos
de Nápoles.
¿De qué orden fue este prodi-
gio? ¿Colisión? ¿Explosión nuclear?
No lo sabríamos decir, pero es muy
probable que el "planeta herma-
no", provisto de uno o de varios
satélites, muchas veces observados,
esté ligado a la historia de nuestra
humanidad.
No están muy lejanos los tiem-
pos en que los satélites fantasmas
se identifiquen como máquinas es-
paciales dirigidas y puede ser la as-
tronave "brillante como el oro" que
transporte sobre nuestra tierra a los
náufragos de Venus constreñidos de
abandonar su planeta amenazado.
Es curioso hacer notar que los
rusos, pioneros de los viajes por el
Cosmos, se interesen en descifrar el
misterio de Venus en Tiahuanaco.
El arqueólogo americano A. Po-
sansky ha descubierto cinco civili-
zaciones sucesivamente extinguidas
por catástrofes naturales, de las cua-
les dos han sido inundaciones o di-
luvios y que autentifican la más
alta antigüedad a Tiahuanaco y
acreditan ciertas aproximaciones del
orden de 15,000 a 40,000 años.
Ciertos americanistas, como De-
nis Saurat y Hoerbiger, han expli-
cado estas catástrofes por una es-
pantosa teoría según la cual, la
Luna, descendiendo a la proximidad
de la Tierra, habría absorbido, as-
pirándolas, las aguas oceánicas en
la zona sudamericana. En conse-
cuencia, los mares, dejando conver-
tido en desierto el resto del mundo,
se acumularían en una gigantesca
pompa de agua salada alrededor de
Tiahuanaco que se habían tragado.
Saurat apoya esta hipótesis en
la existencia de una línea de sedi-
mentos marinos de 700 kilómetros
de largo.
"Esta línea -escribe Saurat-
comienza cerca del Lago Umayo en
el Perú apenas a cien metros de al-
tura abajo del Lago Titicaca y pasa
al sur de ese lago a 30 metros bajo
el nivel del agua y va a terminar,
inclinándose más y más hacia el
sur ...... Y más adelante dice: "Los
malecones del puerto de Tiahuana-
co existen aún y están, no cerca-
nos al perímetro del lago, sino sobre
la línea de sedimentos".
Por desgracia, la realidad está por
encima de la ficción.
La altura de Tiahuanaco es de
3.825 metros y la del lago de 3.812
metros.
La línea sedimentaria estando
situada entre 100 metros y 30 me-
tros bajo el nivel del lago, el di-
cho "puerto" de Tiahuanaco debería
ser el puerto de una ciudad inmer-
gida a 87 metros bajo las aguas.
Esto, en verdad, es poco serio.
En revancha, entre otras hipó-
tesis, y por hacer un sacrificio al
mito de la Atlántida, puede admi-
tirse que después de las lluvias que
se abatieron sobre la Tierra en la
época del Diluvio, la ciudad sub-
terránea de Tiahuanaco fue devo-
rada por las avalanchas de agua,
de lodo y de tierra erosionada que
en particular dieron un sentido a
esta "Puerta del Sol" que se abre
sobre la vida de un lugar o de una
ciudad inexistentes.
Los petroglifos de la "Puerta del
Sol" han guardado para los astró-
nomos y para los técnicos de la as-
tronáutica vivas sorpresas. Los di-
bujos representan, tal vez, máquinas
interplanetarias. Así, al menos las
describe el descendiente de Garci-
laso de la Veqa:
"`El ideograma sobre la cabeza
del personaje, es una astronave te-
rrestre (cabeza de jaguar: fuerza,
vida terrestre; conos estilizados: ca-
binas, habitáculos; cabeza de cón-
dor: viaje, espacio) ".
Esta interpretación del señor
Beltrán reúne a las de los sabios en
lo que concierne a los dibujos gra-
bados sobre el personaje : escafan-
Otro dibujo misterioso que se presu-
me ser de uu motor a reacción.
Puede ser un motor ión-solar? Se
trata, incuestionablemente de un men-
saje legado por la raza de hombres
que vivieron en TI'tihiiaíítzco.
dra interplanetaria con motor atrás.
En el pájaro: motor a reacción o
más verisiblemente a propulsión, la
fuerza motriz utilizada resultante,
sin duda "de la descomposición de
los rayos solares o de su desinte-
gración en sus dos polaridades, co-
mo se descomponen en los colores
del espectro".
El físico francés Jean Plantier ha
estudiado esta fuerza ion-solar que
propulsará, sin duda, los cohetes si-
derales, si es que no lo ha hecho ya.
Por otra parte, el ingeniero so-
viético Alexander Kazantzev ha
identificado un calendario venusino
sobre la "Puerta del Sol" de Tia-
huanaco.
-El más antiguo calendario de
la Tierra, dijo, con años de 225 días
terrestres.
Si no se tratara más que de una
coincidencia, sería una coincidencia
extraordinaria.
Y rebautizando la "Puerta del
Sol" el sabio ruso hace una inte-
rrogación:
-¿Cómo los ancestros de los
Incas han podido conocer el año ve-
nusino y por qué se interesaban
ellos tanto en este planeta?
Se puede, por tanto, pensar que
estas hipótesis de los sabios mate-
rialistas acreditan singularmente la
tradición de Orejona, la Eva de Ve-
nus, llegada a la Tierra, puede ser,
hace millones de años y en astro-
nave espacial.
Bien entendido: la tradición de
Orejona, así como todos los dibu-
jos de la "Puerta del Sol" han sido
deformados. ¿Los descendientes de
los Venusinos nuestros ancestros?
Tal vez habían olvidado la técnica
del viaje sideral, pero tenían ciertos
NORTE / 47
conocimientos científicos. Sentían
confusamente que su civilización
degeneraba y por eso los últimos
iniciados legaron a la humanidad
futura el mensaje de la "Puerta del
Sol".
¿Eran estos ancestros america-
nos los Atlantes? Esta hipótesis
explicaría, a la vez, la revelación de
la Atlántida por Platón en el Timeo
y en las Críticas; y la repentina, la
maravillosa, la incomprensible apa-
rición de la civilización egipcia.
UN EXILIO EN EGIPTO
En todo caso, es cierto que la
alta civilización de Tiahuanaco, se
desarrolló paralelamente a la épo-
ca neolítica y, sin duda, de la pa-
leolítica. En América habitaban
entonces hombres que dibujaban
cohetes siderales, en tanto que en
Europa, en Asia y en África vege-
taban los hombres mucho menos
evolucionados -puede ser de otro
origen- apenas capaces de tallar
sus útiles en sílex.
Resta conocer la naturaleza del
cataclismo que sacudió brutalmente
la evolución de los Andinos del Pe-
rú. Hubo, tal vez, diluvios, erup-
ciones volcánicas; pero esos cata-
clismos naturales no pueden explicar
la destrucción del genio. Tiahuana-
co fue habitado por hombres con
conocimientos científicos profundos,
a los que sucedieron hombres me-
nos y menos instruidos que vivieron
como dentro de un vaso cerrado sin
que el resto de la Tierra supiera
nada de ellos.
Esta raza andina fue, sin duda
alguna, víctima de un mal que
sacudió sus facultades de repro-
ducción, después de un estado de
amenguamiento intelectual que des-
apareció por la no procreación. Se
puede imaginar el drama: la raza,
en su apogeo, es víctima de una
irradiación por haber jugado con
fuerzas peligrosas. Los sobrevivien-
tes se sentían condenados. Los úl-
timos que conservaron un poco de
saber inscribieron su doloroso men-
saje sobre las piedras de la "Puer-
ta del Sol".
La raza había perecido, pero
Tiahuanaco no se acabará jamás.
Una segunda hipótesis, paralela,
es más creíble y más seductora:
seres del planeta Venus aportaron,
repentinamente sobre la meseta an-
dina una civilización maravillosa.
Su colonización precisa la pre-
sencia, en la época prehistórica, es-
te enclave de cuatro mil metros de
altitud, dejando atrás a los hom-
bres del neolítico e incapaz, puede
ser, de posibilidades de vida que en
torno al lago Titicaca (volvemos a
la tradición).
Estos venusinos de cuatro dedos
tenían intercambio con su planeta
original y comenzaron la construc-
ción de Tiahuanaco; pero su acli-
matación sobre la Tierra les resul-
tó contraria por una fuerte y pro-
funda modificación de las condicio-
nes biológicas naturales. La repro-
ducción se hizo mal, la raza perí-
clita y los últimos venusinos, inca-
paces de volver a su planeta, trans-
mitieron el mensaje de la "Puerta
del Sol" antes de su extinción com-
pleta.
Si los terrícolas llegaran un día
a Venus o a Marte, tal vez les re-
sultaría imposible el retorno. ¿Qué
sería de esos colonos? Si el medio
biológico de Marte o de Venus fue-
ra contrario a su reproducción -lo
cual es probable-, estos colonos
sufrirían exactamente el mismo des-
tino de los hombres de Tiahuanaco.
Así, en tanto que en el Grand-
Pressigny, en Lussac-les-Chateaux,
en Carroux, en Lascaux, los ver-
daderos habitantes de la Tierra ca-
zaban osos y arponeaban peces,
hombres, en otro punto del globo,
utilizaban, puede ser, cohetes espa-
ciales y motores ión-solares.
¿No hubo ningún intercambio
entre esas dos humanidades?
Parece que los cosmonautas se
arriesgaron a viajar fuera de las zo-
nas de la meseta de Tiahuanaco.
Puede ser que pagaran con su
vida la audacia de descender en
los valles o franquear el Océano;
pero sí tuvieron esta audacia, par-
ticularmente ¿espués del engulli-
miento por el mar y de la destruc-
ción de su ciudad y la tradición
griega, con Platón, nos ha dejado
este emocionante testimonio.
EL MISTERIO DE PROMETEO
Prometeo fue el hijo de Clyme-
ne, la Océanida de pies maravillo-
sos. Dio a los hombres un relucien-
te rayo divino. Fue el dios del Fue-
go y aparece en la mitología clásica
como iniciador de la primera civi-
lización humana. Júpiter, padre de
los dioses, castigó cruelmente a los
mortales a causa de ese Fuego de
Prometeo y lo castigó a él también.
La historia de Prometeo aparece
nuevamente en el estallido maléfico
de las bombas de Hiroshima y Na-
gasaki.
Imaginémonos después de cierta
aclimatación a un cosmonauta ve-
nusino volando de Tiahuanaco,
atravesando el Atlántico y llegan-
do al África estéril de Egipto, don-
de ya la conciencia de los hombres
comenzaba a liberarse.
En Egipto, el cosmonauta en-
cuentra un círculo de sacerdotes a
los cuales trata de comunicar su
saber. Para las egipcios, el hombre
del otro lado del Atlántico es un
Atlante -para los griegos-, él se-
rá Prometeo-, y ellos le creen
cuando dice que ha venido del cie-
lo (es decir, de un planeta).
Les cuenta el fin trágico de Tia-
huanaco engullido por las aguas
del mar y les revela secretos extra-
ordinarios que los egipcios no com-
prenden jamás completamente; em-
pero, algunos de estos secretos ex-
plicaron, justificaron y dieron vali-
dez a la expansión milagrosamente
rápida de la cultura egipcia.
El hombre de Tiahuanaco aporta
la ciencia del Cosmos, de los as-
tros, de la escritura, de las artes,
de la arquitectura, de la medicina
y aporta, también, el secreto del
fuego.
Los sacerdotes egipcios reciben
sus conocimientos; pero los olvi-
dan, los deforman, los desfiguran,
aunque su inteligencia comienza a
salir del limbo en que se encontra-
ban y bien pronto comienzan a es-
tablecer las primeras leyes de una
ciencia que sobrepasa la de su tiem-
po y de muchos milenios y obtienen
ese saber que se materializa en los
templos, en las Pirámides y en la
civilización de sus sucesores orien-
tales y griegos.
Se puede presumir que el cos-
monauta, el Hombre de Tiahuana-
co, ha debido pagar el tributo de
su inadaptación a la atmósfera es-
pesa, tórrida de las planicies arábi-
gas. Entonces, siguiendo las riberas
del Mar Rojo, él se dirigirá hacia el
país de las cimas nebulosas, dejan-
do sobre su ruta la Arabia, la Cal-
dea, la Asiria y dejando caer desde
las alturas algo de su saber para
que lo recojan los terrícolas.
Y se piensa aún en Prometeo,
iniciador de los hombres, castigado
por Júpiter y encadenado precisa-
mente, según la tradición griega,
sobre la cima del Cáucaso a una
altura que es, exactamente la de
la meseta de los Andes. El pareci-
do es estrujante entre el Atlante,
hijo de Orejona y Prometeo, hijo
de la Océanida de los pies bonitos.
Cualesquiera que ello sea, den-
tro de 10,000 años, Tiahuanaco en-
trará en la noche del olvido y Aby-
dos, Heliópolis, Tebas, Menfis, Kar-
nae y Sais, abrirán para el mundo
occidental las primeras páginas de
la Historia Desconocida de los Hom-
bres.
48 / NORTE
ARTE POPULAR
DE AMERCA
V FLPNAS
NORTE / 49
50 / NORTE
En una de las amplias naves
del Museo de América, de la Ciu-
dad Universitaria de Madrid, ha
sido reunida la más importante y
rica muestra de arte popular de
América y Filipinas que nunca
haya podido coleccionarse. La
instalación de este magno museo
de lo popular está a punto de fi-
nalizarse, tras cuatro largos años
de laboriosas gestiones para reu-
nir la totalidad de piezas que lo
integran y una cuidada selección
en favor de la autenticidad, el
interés y la variedad de todas
ellas.
Absolutamente todos los paí-
ses del Norte, Centro y Sudamé-
rica, así como Filipinas, se en-
cuentran representados en la ex-
hibición. El total de piezas que
figuran en catálogo es de 4,174.
Pero la Exposición recoge asi-
mismo una serie de interesantes
objetos no relacionados en el ca-
tálogo. Hay que destacar como
única una pieza de arte popular
de los Estados Unidos. Todo este
prodigioso conjunto ha sido reu-
nido gracias a la gestión incan-
sable de don Luis González Ro-
bles, del Instituto de Cultura
Hi.spánica de Madrid, y sus valio-
sos colaboradores de España y
América, tanto personas como
instituciones.
El criterio seguido para aglu-
tinar toda esta variedad artesa-
na, ha sido el de entender por
arte popular aquello que hoy se
puede comprar en cualquier mer-
CITA DE DISTINCION Y ELEGANCIA
AV. MORELOS Y PASEO DE LA REFORMA
Teléfonos : 35-37-93 y 35-73-94
MEXICO 1, D. F.
cado de los países convocados y
que se fabrica actualmente -de
acuerdo con una tradición más
o menos añeja-, por las manos
del pueblo. El país de represen-
tación más nutrida es México.,
representado con 1,190 objetos.
Le siguen Perú, Ecuador, Colom-
bia, Guatemala ... La modalidad
predominante en la muestra es la
cerámica. Uno de los aspectos
más sugestivos de la Exposición
es el de las máscaras. Los pane-
les de máscaras, primitivas y fe-
roces o ingenuas y regocijadas,
atraen enseguida la atención del
visitante. Guatemala, Venezuela,
Puerto Rico, México, Ecuador y
Bolivia son los principales puntos
de origen de estas sugerentes y
variadas máscaras, que tienen to-
davía en sí la expresión y el se-
creto, la mueca y el color de an-
tiguos ritos.
Otro interesante aspecto de la
Exposición es el del arte religioso
católico, tan influido por España.
Así, encontramos un "Nacimien-
to" chileno (fuera de catálogo)
de singular encanto, otro perua-
no y dos mexicanos. Entre las
ropas y tejidos, Argentina destaca
con un bellísimo sobrecama. Asi-
mismo, hay piezas muy intere-
santes de Ecuador, Guatemala,
México y Chile. La influencia del
arte popular español asoma a ve-
ces en algunos aspectos de la
muestra, y se hace evidente en
los toritos de barro de Pucará
(Perú), que tienen su inmediato
precedente en los de Cuenca.
Las piezas de mayor tamaño
de la muestra son dos muñecos
de cartón, mexicanos, de tres me-
tros de altura. Les sigue una vis-
tosa carreta costarricense. Las
piezas más pequeñas son también
unos muñecos, éstos de dos cen-
tímetros, procedentes de Ilobas-
co (El Salvador).
El señor González Robles, co-
misario de Exposiciones del Ins-
tituto y director de esta Colec-
ción, ha repartido la misma en
siete apartados:
1. Lo que une al hombre con
su Dios.
2. Lo que recuerda y celebra
a los muertos (en su mayoría ar-
te mexicano).
3. Lo que se emplea para tra-
bajar.
4. Lo que se lleva puesto.
5. Con lo que se divierte el
hombre.
6. Lo que utiliza en la casa.
7. Lo que adorna la casa.
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1
Arriba, a la derecha, un candelabro mexicano. Abajo,
galeón español trabajado en madera 1' conchas y en las
esquinas, pie.,as de cerámica de Guatemala, Chile, Perú
y Bolivia.
NORTE / 53

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Revista norte 221b FRENTE DE AFIRMACIÓN HISPANISTA

  • 1. El problema laboral español Carta de Diego flbad de Santillán a nuestro colaborador en Madrid, Juan López Sánchez Querido amigo: Necesitaba, y necesitábamos, tu carta del 21 de octubre, para saber de tu situación personal y de tus impresiones y perspecti- vas. Estoy convencido de que tu presencia ha de ser provechosa para el destino del sindicalismo en nuestro país y para ti será como un antídoto contra las des- viaciones y derivaciones más o menos líricas en que nos debati- mos los supervivientes de un exi- lio infecundo, porque para los más el trasplante compulsivo no culminó aún en la adaptación plena al nuevo ambiente. Yo es- toy entre los afortunados que, por haber conocido la emigración desde comienzos del siglo, he su- frido menos en la última. Sin embargo, jamás en épocas ante- riores había sentido tal necesidad de España y tal obsesión por lo español; uno de esos de Madrid dijo que yo era un patriota del siglo xix. No sé; lo que sé es que ya no curaré de esa enfermedad, debilidad o como se llame. Desearía dedicar unas cuantas horas a comentar aspectos de tu carta, y no bastarían por muchos que fuesen. Dejo de lado, pues, todo aquello en lo que sabes que hay absoluta coincidencia y los pocos minutos disponibles los con- sagraré a algunas sugestiones y observaciones marginales. No veo para España otra sa- lida constructiva que la que pue- de ofrecer al mundo del trabajo, todo un mundo, la única base de integración real para cualquier empresa. Esa integración fue im- posible mientras se persistiera en considerar a los trabajadores y a los campesinos esclavos, sier- vos y a lo sumo esclavos asala- riados. Reconocidos como seres humanos y dignos (tú sabes que el trabajo manual fue legalmente un impedimento para incorporar- se a las gentes dignas), ya tene- mos razón para formar parte de la sociedad, de la comunidad y esa conquista altera una secesión forzosa e inicua y condiciona tácticas y actitudes distintas, las de miembro de una comunidad con múltiples facetas, pero con un mismo interés de trabajo crea- dor y de prosperidad y justicia para todos. Jamás nos hemos sentido re- presentados en las Cortes, de la monarquía o de la república, por diputados de la derecha, de la izquierda o del centro, amigos o adversarios; jamás hemos tenido solidaridad con ninguna fracción política, porque la hemos consi- derado desintegradora. Tampoco hemos admitido ni propagado nun- ca la idea de la dictadura de una clase sobre otra, ni la de privile- giados de la riqueza ni la de des- heredados, porque no hemos he- cho nuestra nunca la idea de cla- se en el sentido marxista, y ahí está la historia de un largo siglo de resistencia contra ese peligro y esa desviación. No hemos po- dido nunca marchar juntos con los que pretendían poner el mo- vimiento a remolque y al servi- cio de un partido cualquiera, no importa el nombre y el programa que tuviese. Nada tenemos que rectificar hoy en ese punto. So- mos de una comunidad, y parte importante, por lo que represen- tamos como base de sustentación de la comunidad entera; y ser parte de la comunidad supone que no queremos separarnos de ella, vivir en un régimen de se- cesión, sino integrarnos en ella, con todos los derechos y todo el respeto. Un siglo y medio de luchas penosas y muchas veces sangrien- tas ha costado a España el dere- cho de asociación de los traba- jadores y sabes el papel que nos ha tocado en ese calvario trági- co. Con el derecho de asocia- ción, institucionalizado, por mu- chos que sean los defectos, las fallas y los inconvenientes ini- ciales, se ha logrado una conquis- ta trascendental. Si la hubiésemos disfrutado medio siglo atrás tan solo, tres cuartos de siglo atrás, la historia de España habría to- mado otro rumbo, el que habrá de tomar un día, porque el im- pulso constructivo nuestro tuvo que ser derivado al terreno de la militancia épica para subsistir, y eso hizo que para muchos se ha- ya llegado a confundir nuestra aspiración revolucionaria con un buen manejo de la pistola. No soy, ni he sido nunca, un propagador de la huelga, que la lucha más o menos violenta; el subversivismo romántico no ha sido santo de mi devoción; pero he tenido que intervenir o estar cerca de huelgas que pasaron a la historia por su desarrollo y sus consecuencias. Tú sabes que he tenido en la mano muchos pape- les y documentos del pasado si- glo y del actual vinculados a la beligerancia social; puedo asegu- rarte que éramos esencialmente un movimiento de fondo cristia- no, evangélico, educador. No fue nuestra la culpa de que haya ha- bido necesidad de defender el de- recho a la vida, nuestro y de nuestro pueblo, con armas distin- tas a las que son siempre nues- tras: la organización del trabajo, de la producción, una mejor dis- tribución de los bienes. Pero si continúo con esto, los minutos que quiero dedicar a tu carta, pasarán sin entrar en nin- guno de los temas que desearía tocar aunque sólo sea de paso. Logrado el derecho de asocia- ción, cualesquiera que hayan si- do los móviles de su reconoci- miento, es imprescindible, por un lado, que la asociación obrera se rija a sí misma, con autonomía, con el grado de democracia que en este terreno es posible, para que los integrantes de los sindi- catos lleguen a considerarlos co- mo algo propio, su creación y su centro de gravedad. De otro mo- 30 / NORTE
  • 2. do, la mecánica gremial de arriba abajo, nos lleva a algo como la dictadura del proletariado, un régimen donde el proletariado no tiene voz ni voto. Para el porve- nir de nuestro país no se concibe un movimiento sindical sin que los sindicados lo admitan, le den su aporte de fe, sus iniciativas, su alma; de otra manera puede ser el clásico coloso de los pies de arcilla, sujeto a las contingencias y eventuales cambios. Pero hay tantos elementos constructivos y tantas posibilidades en la organi- zación obrera existente, que se- ríamos ciegos y torpes si no los tuviésemos en cuenta, especial- mente nosotros, que no tuvimos ni queremos tener más vincula- ción que con el movimiento obre- ro, Cuando Pedro Lamata me hi- zo ver los originales de un libro suyo que tituló Apología del Sin- dicalismo,, le dije que Juan Ló- pez y yo no tendríamos ninguna vacilación en firmarlo íntegra- mente, y lo edité en México; ya te haré llegar una copia. Última- mente me ha hecho llegar otro de sus trabajos, que publicó Mu- ñoz Alonso en Madrid, Sindica- lismo de Participación, que con- tiene igualmente muchos puntos esenciales de coincidencia con nosotros. La única objeción que hago a Lamata, un excelente mi- litante sindical de la nueva ge- neración, es que busca argumen- tos y refuerzos en el exterior para una doctrina que podemos reivin- dicar como española, como una aspiración nuestra de siempre, hasta de los momentos en que había que defender la vida con- tra absurdos intentos de destruir- nos y aniquilarnos. Creo que coincidirás conmigo MADERERIA Las Selvas, S. A. MADERAS TRIPLAY, CELOTEX, FIBRACEL, MA- SONITE, DUELA PARA PISOS, CAOBA, CEDRO ROJO, OCOTE Y PRIMAVERA. Tels.: 22-23-22, 22-10-22 y 22-29-06 EMILIANO ZAPATA, 124 MEXICO 1, D. F. en que si en algo no necesitamos lecciones, es precisamente en lo relativo a la organización del tra- bajo y de los trabajadores y en la fijación de sus metas, Ya Marx y Bakunin, en plena hostilidad, coincidieron, el primero en 1870, el segundo en 1872, en presentar al mundo como modelo de orga- nización obrera a la española. En eso hemos acumulado bastante experiencia y doctrina para no tener que buscar fuera mentores, mentores que, cuando se les co- noce de cerca, como los he cono- cido yo, no quiero comparar con centenares, con millares de nues- tros hombres ni moral ni inte- lectualmente. He traducido y pu- blicado muchas obras de carácter social, y las más importantes, co- mo las de Nettlau y las de Ro- dolfo Rocker, porque han confe- sado siempre su admiración por lo español y su deuda con las lec- ciones de nuestro pasado. En ese punto desconfío de intervenciones foráneas, y me resisto a ellas, y sabes que esas intervenciones nos han causado bastantes daños, por- que siempre encuentran algún sector y algún eco. Los problemas de España tienen que ser resuel- tos por los españoles, solamente por ellos, y conforme a sus pro- pios intereses y no a los de nin- guna fracción política del exte- rior, de Oriente u Occidente. No tenemos hoy la fuerza nu- mérica que hemos tenido en otros tiempos; pero tenemos un factor que no tienen todos: tenemos la historia, y la historia no se pue- de interrumpir caprichosamente. Todavía podemos hacer mucho para que el movimiento sindical español resuelva sus problemas propios y los problemas de la co- munidad entera a la que pertene- ce; y es con esa perspectiva que desearía que nos fuese posible una intervención activa. No es buena política, desde ningún pun- to de vista, dificultar o imposibi- litar una publicación periódica desde la cual pudiésemos hablar a nuestros amigos en el lenguaje para ellos más accesible. Tu opi- nión respecto a la unidad sindi- cal y a lo absurdo de un porvenir con multiplicación de organiza- ciones, es la mía. Pero esa uni- dad no puede basarse sólo en- el ajuste pasivo a una estructura dada, sino en llevar a esa estruc- tura un hálito casi místico como el que nos mantuvo tantos años en trincheras de lucha épica. Si lográsemos que nuestros amigos se incorporasen a la vida sindical española, ofrecerían un refuerzo valiosísimo para que España jue- gue en el mundo, desde esa base del trabajo organizado, un papel de primera fila, sobre todo en el área de nuestra lengua. Con una publicación que sostuviese la doc- trina gremial española, podría- mos secundar tu labor, vencer al- gunas resistencias, sicológicamen- te comprensibles, y dar una tó- nica dinámica a lo que tiene que ser algo más que un mecanismo para el cobro de las cotizaciones. tiene que ser un sindicalismo de participación. Advierto a través de correspondencias que conta- mos con excelentes reservas hu- manas, que tienen lo que no en- cuentras en todos los sectores: honradez, abnegación, compren- sión, responsabilidad. Naturalmente, los tiempos han cambiado; el capitalismo empre- sario actual, no es el mismo que aquel con el cual tuvimos que enfrentarnos con perfecto sentido de justicia; y las organizaciones MADERERIA CARDENAS M. ALONSO Y CIA. • Ferrocarril de Cintura 209 Tels.: 26-53-16 y 29-12-28 MEXICO 2, D. F. NORTE / 31
  • 3. obreras no pueden ser aquéllas que ponían como condición de ingreso en ellas las manos callo- sas; el trabajo no es sólo el de las manos, lo es también el del ingenio técnico, el del investiga- dor puro. Nos guste o no nos guste, la ciencia y la técnica han tomado las riendas del desarrollo económico para resolver proble- mas que no tienen solución sin ellas. Hay todavía vestigios del pasado: hay carretas de bueyes todavía, y en mis montañas de León se conserva el arado roma- no; pero ni la carreta ni el arado romano son representativos de la vida nueva a que nos llevaron los acontecimientos en el último medio siglo. No concebí ayer, y no lo concibo hoy, la separación del trabajo y de la técnica, de los obreros y los técnicos a in- vestigadores, sobre todo con vis- tas a un porvenir inmediato en que el obrero y el campesino se- rán técnicos mor necesidad inelu- dible y han de prepararse en esa línea. No es menos esencial un genetista en la agricultura que un tractorista o el conductor de una cosechadora mecánica, y no pue- den estar aislados, sino fusionados en el mismo interés y el mismo proceso productivo. Con el nuevo capitalismo po- demos resolver eventuales discre- panci.as en torno a una mesa de discusión y de acuerdo razona- ble. No reniego del pasado ni de mi intervención en algunos con- flictos de gran envergadura en España y América; pero siempre he deseado que un día fuese po- sible evitarlos, y se pueden evi- tar con el diálogo de igualdad de partes integrantes de un todo. El nuevo capitalismo ha comenzado a comprender que uno de los ci- mientos de su prosperidad es la supresión de la pobreza, es la an- tieconómica retardataria, porque no es consumidora. La solución no está en la sustitución posible de los obreros por robots mecá- nicos, que no consumen los pro- ductos que fabrican, ni en el mantenimiento de grandes masas de la población en un forzoso in- fraconsumo, es decir, en la mi- seria. El nuevo capitalismo cifra sus aspiraciones en el desarrollo, en la gran producción, en el gran mercado; y en esas aspiraciones tenemos una plataforma de co- operación, porque solamente don- de hay una gran producción pue- de haber mejor distribución y más equitativa de los bienes vi- tales. Y un día, lo que hoy sería fecundo, la mancomunión de los obreros, los campesinos y los téc- nicos y hombres de ciencia, po- dría culminar en la mancomunión del trabajo integral organizado con esos grandes espíritus de em- presa, de visión y prospección que hoy se agrupan en un plano superior como algo que tiene in- tereses en pugna con los intere- ses comunes, herencia de la vieja dicotomia: obreros-capitalistas. Una empresa que nos permita vincularnos con el mundo del tra- bajo en España y una mano ami- ga y solidaria con la ciencia y la técnica, ésas son para mí las condiciones que harán que la Es- paña del trabajo organizado diga al mundo un nuevo mensaje. No puedo seguir hoy. Desea- ría conversar largamente. Veo desde lejos la acción de los co- munistas y su penetración me- tódica. Y dudo de que puedas hacer todo lo que habría que ha- cer, si no te respaldan y apoyan muchos de nuestros amigos que no han llegado a comprender lo que hay en juego y cuales son las salidas más adecuadas y más justas. Por mi parte, sabes que estoy contigo y que haré todo lo que pueda por ayudarte. Un abrazo cordial. 11111 uuuuiuiuiuiuwn11111 uiwuuiun^inr,m.niniunw^^mniniuHAlit Fabricantes de Redes, Piolas y Cables para la Industria Pesquera O Red Deportiva O Red Decorativa O Red de Protección Cables de Nylon y de Polipropileno para todos los usos Casa Matriz (ventas en México, D. F.) Geranio Ni? 327 - Col. Sta. Ma. Insurgentes México 4, D. F. -- Teléfono 47-06-75 Sucursales en los principales puertos de la República .511111E III uil,. Ella 111111 ¡¡El¡ 111111111 l lPIPID MAHI IIRLAH 111111IIIIIillllll el¡1111al¡uln¡El llllEl[lll El,¡¡ 11HUllllHU Pila¡¡ I Il Il l al, LLEl[ll 11f.11111111i el] El] 1¡lo¡lo 11111111111 al¡1 11111II IIf lI1^¡¡al¡ o il El¡ ili El¡ al¡ iiiiiiiii el¡ Í] 32 / NORTE
  • 4. por Raffaello CAUSA Murillo La Virgen dcl Rosario - París, 1Jusc,t del LoitT,re. y sus realizaciones ante el mundo ARTOLOME Esteban Murillo nació en Se- villa, de padres pobres, el 19 de enero de 1618, y, siendo aún adolescente, se consagró a la pintura en el estudio de Juan del Cas- tillo, donde permaneció poco menos de un decenio, hasta 1639. Su obra inicial, probablemente destinada a los comerciantes de las ferias o al mer- cado de escasas pretensiones de la América espa- ñola, es todavía desconocida, y las producciones primeras que hasta ahora se le han reconocido re- velan cualidades modestas. Sin embargo, en 1646 se produjo, imprevista y brillantemente, la mani- festación de su genio con las telas del Claustro Pe- queño de los Franciscanos de Sevilla, que inmedia- tamente le dieron notoriedad y prestigio, aun en el altísimo nivel alcanzado por la pintura española de aquellos años. Así se inició su espléndida carre- ra, que se desarrolló casi por completo en su ciu- dad natal, sin interrupciones ni desmayos. De su presunto viaje de estudios a Madrid, ates- tiguado por Palomino, aún no ha sido determinada la fecha -quizá pudo realizarse antes de 1645, o en el bienio 1648-50, cuando su presencia en Se- villa no está documentada- y, por lo demás, la misma referencia está lejos de ser segura, mientras que no falta alguna que otra fuente antigua que nos da vagas noticias de un viaje del pintor a Ita- lia. En 1660 Murillo fundó la Academia de Sevilla, siendo su primer director, junto con Herrera el Joven; pero que él fue el animador de dicha ins- titución lo prueba el hecho de que, a su muerte, aquélla desapareció también. Murillo trabajó casi exclusivamente para las iglesias y conventos de Sevilla, realizando a menudo importantes ciclos uni- tarios (para los Franciscanos, la Merced Calzada. la Catedral, Santa María la Blanca, los Capuchi- nos, el Hospital de la Caridad y los Agustinos), que hoy, sin embargo, ya no se pueden ver en los lugares originarios, salvo alguna excepción, por ha- berse separado sus piezas, en los siglos xviii y xlx, desperdigándose en colecciones públicas y privadas de Europa y América. Consta que abandonó su ciu- dad sólo una vez, siendo ya viejo, después de 1680, para trasladarse por un año, aproximadamente, a Cádiz (donde pintó los frescos de la iglesia de los Capuchinos). Murió el 3 de agosto de 1682. En su vasta producción de carácter religioso Murillo ex- presa, aunque con acentos dulzones y a veces con- vencionales, un íntimo y sincero misticismo (es significativo notar que tres de sus hijos se consa- graron a la vida eclesiástica) ; fue también retra- tista de feliz captación introspectiva, e indagador de la vida popular, a través de características es- cenas costumbristas, tal vez superficiales, pero tra- tadas con una modernidad de acentos que parece anunciar algunos de los mejores logros del siglo XVIII. Su éxito entre sus contemporáneos fue inmen- so, y prácticamente fijó rumbos a la pintura espa- ñola, de modo que tuvo incontables discípulos e imitadores, y no sólo los que lo fueron directamen- te (Tobar, Llorente, Antolínez y Sarabia, Meneses Osorio, Gutiérrez, Gómez, Núñez de Villavicencio), sino también los que lo siguieron en el siglo xviii e incluso en el xix. NORTE / 33
  • 5. por Raffaello CAUSA Humanizó profundamente la religiosidad exaltada de la Contrarreforma Éxtasis de Santa Teresa - París, Afuseo d4 Louvre. tuya, era la de Sevilla, que contraponía al esplendor de la capital, el poder de las ór- denes religiosas y la riqueza de su comer- cio. De Sevilla había partido Velázquez pa- ra afrontar los nuevos fastos pictóricos del Reino, y en Sevilla había realizado sus más extáticos rap- tos Francisco de Zurbarán, precisamente en las mismas iglesias en que Murillo, poco después, di- vulgaría pacatas imágenes de una fe sin dramas y sin inquietudes. Pero Murillo llegaba tarde, y era hombre nuevo respecto a la clase de Velázquez y de Zurbarán, partícipe de una generación que, bajo el signo del estilo barroco, se revelaba dispuesta a renegar de sus altísimos precedentes, y a discutir, en nombre de otras poéticas, la supremacía de los maestros de la primera etapa heroica, protagonistas y acompañantes, innovadores y seguidores, cual- quiera que fuese el grado de su modernidad, como lo eran Velázquez y Zurbarán, y también Ribera, Ribalta, De las Roelas y Herrera el Viejo. La gran crisis que, de pronto, había provocado la aparición de los anacrónicos cuadros de Mora- les, o la del Greco, Navarrete y Sánchez Coello, o la oleada creciente que el Caravaggio había levan- tado a principios del siglo xvii en la península ibérica, parecen ya aplacarse, tras haber experi- mentado las más diversas y originales salidas: la exaltación de una monarquía que ostenta firme- mente los emblemas del poder terrenal, o la ce- ñuda severidad de un misticismo que ha alcanzado los sublimes vértices de la escéptica, pero, también, la sombría y torturada revelación de la miseria y de la caducidad terrenas, expresadas con notas de violencia abiertamente anticlásicas, que parecen ha- cer revivir lejanas emociones góticas. Una época pictórica muy floreciente, respecto de la cual Mu- 34 / NORTE T NA España diferente, al menos para la pin- rillo nace tarde. Por lo demás, también de Italia llegan voces disonantes, que revelan claramente cómo ya el naturalismo de Caravaggio puede con- siderarse doblegado ante otras exigencias, de las que la acepción propiamente barroca va haciendo justicia, imponiéndose como la esencia de una más actual cultura pictórica. Y Murillo afronta su aven- tura en los términos de una inmediata correspon- dencia, plenamente consciente de que se hace in- térprete de una posición íntimamente subversiva en España, y que parte, precisamente, del desco- nocimiento de lo heroico, de lo sublime, de lo ab- soluto. Es natural que esta inédita experiencia se realice en Sevilla, donde, junto a precedentes de transición entre lo viejo y lo nuevo, como los de Juan de las Roelas, o junto a las obras de trans- figurada densidad estilística, poco menos que herme- tizantes, de Zurbarán, no faltan ejemplos extranje- ros de muy reciente adquisición, que, curiosamente, contrastan con tanta severidad, y que desconcier- tan, por su directa referencia a un mundo más fácil de imágenes y de sentimientos. Obras de ar- tistas que no derivan de Velázquez o de Zurbarán, y que nada tienen en común con Ticiano, con Co- rregio, con Rafael o con Baroci, aun cuando es curioso que conserven un específico eco de ellos, una implícita resonancia interior, un aire de tra- dición asimilada y lejana, más fácil de interpretar que acudiendo, en Madrid, a los dificilísimos ori- ginales de las colecciones reales: estamos refirién- donos al hecho de que las casas de Sevilla acogen en estos años, sin reservas, y en amplia medida, la nueva producción italiana, de Nápoles principal- mente, pero también de Roma y Génova; y las no- vedades que vienen a competir con los viejos pri- mados de Horacio Gentileschi o de Borgianni, de
  • 6.
  • 7.
  • 9. La curación del paralítico (detalle) - Londres, Galería Nacional - El rostro del paralítico conserva toda la intensa marca de los sufrimientos pasados, abriéndose, al mismo tiempo, a la imprevista esperanza del próximo milagro; con- sumada maestría del pintor está aquí puesta al servicio exclusivo de la captación psicológica del personaje.
  • 10. La .5'aYnu1a Faruilia del tajuritu .lladrid, .llrrsco (¡el Prado. - .Sanr José y, el .Viiro Jesrís - París, .1luseo del Lou^'rc. Valentín o de Ribera llevan nombres más modestos, de resonancia limitada, si bien revelan, a primera vista, una suasoria modernidad de acentos: Stan- zione, Vaccaro, Cavallino, Monrealese, Falcone. Assereto o Juan Andrés de Ferrari. Es lo suficiente para que Murillo pueda proceder a contracorriente, liberándose del yugo de la gran pintura local, aun sin salir de los confines de Andalucía. Porque el problema se plantea, precisamente, en estos términos: la hazaña absolutamente antitradi- cional de Murillo no se puede explicar, con segu- ridad, invocando, una vez más, a los grandes padres del Renacimiento italiano, ya con una antigüedad de cien años para cuya asimilación, además, hubieran sido necesarias visitas de estudio a las colecciones de la Corte. Que Murillo realizara algún viaje a Madrid es, sin duda, verosímil; pero no sabemos hasta qué punto semejante dato puede ser impor- tante, a juzgar por la realidad de los hechos: para un pintor que salía del modesto estudio de Juan del Castillo ( y cuya primera obra conocida, que está en la actualidad en el Museo Fitzwilliam de Cambridge, es bien poca cosa), una estancia de dos años en Madrid, bajo la altísima protección de Ve- lázquez, habría sido un acontecimiento de tal al- cance que hubiera dejado señales mucho más evi- dentes, de modo que difícilmente habríamos podido distinguir, en la fase inicial , al joven sevillano de un Martínez del Mazo, de un Agüero, de un Juan de Pareja o de un Antonio Puga, es decir, de tan- tos y tantos pintores que gravitaban fielmente en la órbita del famoso maestro. Y, sin embargo, cuan- do, desconocido y pobre, Murillo afronta -acep- tando una compensación completamente irrisoria, impensable para un pintor de algún éxito en la capital, aunque sólo hubiera sido por la protección de Velázquez-, la serie de las once telas para el 36 / NORTE Claustro Chico del Convento de San Francisco de Sevilla, es ya un pintor hecho y maduro, uno de los más singulares y modernos pintores de toda Euro- pa, sin retraso provinciano alguno. Además revela, con esa capacidad suya para manejar hábilmente resultados diversos por origen y por carácter, que ha digerido el estilo del precedente más inmediato, que es Zurbarán, y que sirve de los mismos hallaz- gos de Velázquez, pero con una bella actitud de independencia y con un aire poco menos que crí- tico. ¿Las colecciones de Madrid? Sin duda debió de visitarlas , con el alma vibrante y la inteligencia atenta a todo lo que podía aprender: pero lo que resulta incontrovertible es su hermosa familiaridad con la más moderna producción napolitana y geno- vesa. Y queda siempre la sospecha de un viaje de estudios a Italia, un viaje que Palomino niega explícitamente y que, por regla general, excluyen los especialistas en pintura ibérica, aunque es men- cionado por Sandrart con expeditiva sequedad, si bien en fecha muy antigua. Y seguirá siendo una sospecha , al menos hasta que la crítica estudie con más atención el problema de Murillo, liberándolo, de una vez para siempre, de las inútiles generali- zaciones del xix, que hablan de él como de un "Rafael español", con las acostumbradas referen- cias líricas a Corregio y a Ticiano, sin perjuicio de degradarlo luego al rango de pintor de segunda fila, juicio precipitado e injusto que se basa en su in- sistencia sobre una determinada temática, trans- formada en oratoria pietista y convencional. El he- cho es que sus comienzos están en las telas del Claustro Chico, en San Francisco de Sevilla. Co- mienzos increíbles, muy felices; poco o nada hay allí en común con los precedentes más significa- tivos de la pintura sevillana -las grandes telas de 7
  • 11. Zurbarán, en la iglesia de San Pablo, en la de los Jesuitas, en el Alcázar o en los Capuchinos-; por el contrario, en abierta antítesis, hay una búsqueda absolutamente independiente, que apunta a reducir el sentido místico de las grandes representaciones religiosas, liberándolas de todo acento metafísico- doctrinal y del habitual aparato de desgarradores martirios, de lacerantes languideces, de sorprenden- tes abandonos místicos, para trasladarlas a una co- mún medida humana, casi crónica sumaria y apacible de acontecimientos sencillos, sobre los que no puede surgir ni la sombra de la duda, y que, en virtud de su misma familiaridad, se cargan de una gene- ral e inequívoca evidencia. Y si esta posición men- tal, respecto a las rigurosas meditaciones de Zur- barán, es poco menos que irrespetuosa, también respecto a la firmeza naturalista, de visión ejem- plar, del primer Velázquez, resulta no menos ines- perada e innovadora. Ciertamente, la apertura co- rresponderá siempre a Velázquez, pues Murillo academiza inmediatamente la nueva vía naturalista en fórmulas preparadas. en las que prevalece el decoro de la invención como expediente retórico sobre toda efectiva captación del natural. Pero de aquí a la acusación, que tanta crítica vieja y nueva repite genéricamente, de un Murillo amanerado, dulzón y pesado, asemejándolo (¡con qué confusión de ideas!) a otros artistas contemporáneos absolu- tamente distintos, como un Reni o un Dolci, hay un abismo. Murillo se muestra partidario de una cómoda religiosidad, fijada en términos de narra- ción familiar, y ajena, por ello, tanto a las abstrac- ciones formales como a las conceptuales: se trata. una vez más, de la pintura como biblia pauperum, pero realizada con gran refinamiento de recursos, a un tiempo accesible y agradable, pero también cul- ta y compleja; y es presupuesto el que unifica y reconcilia la gran variedad de influencias en que se basa la pintura de Murillo, las que, sin embar- go, se mantienen independientes, sin transformarse jamás (sólo más adelante adquirirá un particular relieve la relación con Van Dyck) en componen- tes básicos. Tensiones frecuentes y multiformes, que vienen a insertarse en la tranquila textura de un lenguaje de origen provinciano, influido por los ejemplos de Alonso Cano y de Ribalta, además, de, naturalmente, los del viejo Juan de las Roelas y de Ribera. Pero es precisamente esta interpretación pro. fana y cotidiana de los temas religiosos la que nos introduce directamente en la famosa producción de escenas costumbristas de Murillo: aquellas que re- presentan a niños y niñas en actitudes de la vida diaria, y que nos muestran una galería de chicos que comen melón, se espulgan, juegan a los dados, o sonríen ofreciendo flores; producción que repre- senta el aspecto mayor y, sin duda, el más univer- salmente apreciado de la personalidad de Murillo. Y, sin embargo, en esta fase, el giro de las prefe- rencias desborda la órbita puramente ibérica, e NORTE / 37
  • 12. implica, con una evidencia mayor, el conocimiento de las fuentes italianas y, en particular, de la últi- ma escuela napolitana, influida por Caravaggio: Stanzione, Guarino y, todavía más, por Aniello Fal- cone y su "caravaggismo de tono menor". Piénse- se, específicamente, en La Sagrada Familia del Pajarito, conservada en el Museo del Prado, del período 1645-50. La epopeya picaresca de la pin- tura costumbrista de Murillo sirve para aclarar, también, las razones y las intenciones del pintor, así como su propia poética, en la elaboración de las grandes telas eclesiásticas. En ellas, la expre- sión de una nueva religiosidad burguesa, antiheroi- ca y milagrera, que se correspondía, en todo, con las exigencias de la Contrarreforma tardía (para- lela a las últimas tendencias de la pintura propia- período sevillano, cada detalle sugería considera- ciones morales y sociales que configuraban un ce- rrado cuadro de ambiente y de costumbres; en la obra de los bambochistas, en fin, que también des- arrollan este mismo gusto en experiencias entre documentales y folklóricas (pensamos, sobre todo, en los correspondientes más directos de Murillo: Sweerts y, posteriormente, Monsú Bernardo), la verdad natural aparece todavía sondeada con em- peño total, así en el plano de la forma como en el del contenido. Mas, para Murillo, toda voluntad de indagación y de denuncia cede ante una ligera vena espectacular, revelando de lleno el sustancial des- interés por cualquier problema humano relacionado con la representación; y será la sonrisa de un niño. la franca naturalidad de un ademán, o la humorís- San Antonio de Padua - París, Musco del Louz,rc. mente barroca de la Europa central) predomina, imponiendo una nueva convención temática; en ésta, con procedimiento absolutamente análogo, los mis- mos presupuestos de adaptación entre realidad y evasión valorizan el carácter decorativo y epidér- mico de las obras, de modo que, en la descripción de un mundo de plebe lacerada y hambrienta, el interés se centre en la belleza física y la tipicidad de los modelos, en la gracia y la placidez del asun- to. Los "pequeños Bacos" de Caravaggio, anterio- res en cincuenta años, si no estaban enfermos de terciana o de malaria tenían un aspecto protervo y ambiguo que producía malestar; así, también en las fregonas o en los maleantes de Velázquez, en su tica notación de un guiño lo que traslade la obra a un plano más concreto de inmediatez, redimiendo así también la uniformidad y la trivialidad de la ambientación, reducida a unos pocos elementos de repertorio. Pero, ¿por qué habríamos de pedir a Murillo lo que es ajeno a su sensibilidad de narra- dor plácido y de salón, siempre en el término me- dio del buen sentido burgués cuando afronta los grandes temas de la fe, o cuando, por el contrario, hace pintura genéricamente inspirada en temas de carácter popular? Otras son las razones de interés de su obra, porque, apenas distingamos en esta misma serie "profana" las telas más juveniles (por ejemplo, La vendedora de naranjas, de Leningra- 38 / NORTE
  • 13. La pequeña frutera - Munich, Pinacoteca Antigua - El magnífico fragmento de naturaleza muerta de la derecha, con sus bellos empastes, y las transparencias luminosas del fondo , vago y esfumado, sitúan esta obra hacia el final de la actividad de Murillo ; son piezas que ya presagian la delicadeza y la gracia de muchas pinturas dieciochescas.
  • 14. Murillo humanizó la pintura do, de trazo todavía duro e incisivo, o La gallega de la moneda, del Museo del Prado) de las obras de la plena madurez (sean éstas las excepcionales telas de Dulwich, o la no menos sugestiva de Las gallegas en la ventana, de la colección Wiedner, de Filadelfia), nos daremos cuenta de que, a través del proceso de desarrollo de esta pintura, se van abriendo nuevos horizontes no sólo por lo que se refiere a España y al siglo xvii, sino para el arte europeo, y de que, en suma, a través de estas aper- turas, se pueden entrever los logros futuros, ya ni siquiera muy lejanos, de un Watteau o un Fra- gonard, o incluso de un Greuze, y sólo con que se cambie el pigmento del juicio social y de la re- probación moral, de Goya. Aquí está el inequívoco significado histórico de la pintura de Murillo. Esta actitud suya se revelará, con no menos claridad; en sus retratos, que representan gran parte de su producción y son personalísimos y nue- vos, absolutamente libres de ese aire de superiori- dad individual, de arquetipos humanos, que tan sutilmente caracteriza los personajes de Velázquez, sean nobles o soberanos, enanos o bufones. Pero sobre los retratos de Murillo resulta claro que ac- tuó en profundidad la amplia difusión de la obra de Van Dyck. Murillo, al que hemos visto en su primera fase y, por consiguiente, hasta 1650, más o menos imbuido de influencias italianizantes o de condicionamiento local, se nos va revelando poco a poco cada vez más sensibilizado a la infiltración en España de la pintura flamenca, y no tanto de la de Rubens como, sobre todo, de la de Van Dyck, En el estado actual de los estudios, es difícil captar el pun- to de partida de este proceso de asimilación, pero resulta manifiesto que fue bastante precoz y pro- gresivo, en una dependencia cada vez más estre- cha que implica evidentes notas de contaminación. Las famosas composiciones de La Inmaculada trans- portada al Cielo, o de La Virgen con el Niño en brazos, que en la iconografía del siglo xvii debieron parecer logros personalísimos de Murillo, no repre- sentan otra cosa que la simplificación, en una ac- titud sentimental más familiar, de los modelos del pintor flamenco. E incluso obras alejadas en el tiempo, a lo largo de toda la actividad madura de Murillo, como La Visión de San Antonio, de la Ca- tedral de Sevilla, que es de 1656, El milagro de la Porciúncula, que se encuentra en Colonia (1674- 76), o el cuadro de época muy tardía, llamado Los místicos desposorios de Santa Catalina, de 1682, demuestran la continuidad de esta corriente artís- tica, que no sólo actúa sobre la temática del pintor sevillano, sino que, del pictoricismo academizante de sus primeras obras, lo hace pasar a un croma- tismo difuso y leve, sensible a las más íntimas exi- gencias expresivas, y ya de inspiración barroca. La tradición que reconoce a Pedro de Moya el mérito de haber importado y difundido en España -con función determinante para el arte de Muri- llo-, el conocimiento de la gran experiencia de Van Dyck, es preciso rechazarla, porque Pedro de Moya se trasladó a Inglaterra para estudiar con Van Dyck y, por tanto, se convirtió en el sostene- dor del último estilo del artista, mientras que Mu- rillo se relaciona todavía con el Van Dyck de Génova o de Sicilia, con el Van Dyck tirrénico y juvenil (y, en ocasiones, parece entreverse clara- mente una interpretación de Van Dyck, compendia- da sobre los textos de Monrealese o de Cavallino), y, por consiguiente, la coyuntura hay que hacerla retroceder a un momento más antiguo. A lo sumo, Pedro de Moya, con su adhesión, tan sólo acentuó la propagación del conocimiento del pintor flamen- co, provocando un mayor interés por los ejempla- res juveniles de éste, que debían haber llegado incluso muy tempranamente a la península ibérica. El encuentro con este aspecto del arte septentrio- nal europeo es, pues, de notable valor para la de- terminación de la personalidad de Murillo, pero viene a superponerse a una visión que ya estaba realizada por completo, y en la que había crista- lizado la última iconografía oficial de la Contra- rreforma, válida hasta nuestros días. Si de estas circunstancias surge el juicio limi- tativo que pesa sobre tan buena parte de la pintura de Murillo (porque, inevitablemente, la exigencia práctica dejó sentir su peso, y de la misma fortuna de la fórmula nació la repetición y el desgaste), también en ello está la razón de todo el reconoci- miento que se le debe al pintor de las Inmacula- das, quien a través de un empeñoso trabajo de bús- queda cultural había ofrecido a la Iglesia, y no sólo a las iglesias de Sevilla, las imágenes más moder- nas y actuales de la fe, y las que mejor respondían, con plena sinceridad de acentos, a las nuevas exi- gencias del mundo católico. 40 / NORTE
  • 15. por Ernesto B. RODRIGUEZ NTRE fines del siglo xvi y comienzos del 1 xviii la pintura alcanza un elevado refina- miento.miento. Son muchos los pintores, dentro de la geografía europea, que logran una técni- ca admirable para reproducir los diversos temas que la Naturaleza les impone. En verdad, la mayoría de estos pintores son virtuosos artesanos más que artistas . Asomados a la gran herencia del pasado, obedientemente la siguen con pincel cui- dadoso. Pintores herederos, en suma, que trabajan atendiendo las sencillas exigencias de su tiempo. Un paisaje, una naturaleza muerta, un retrato; te- mas mitológicos y religiosos también encaran, pero sin esa profundidad y calidad plástica de aquellos primitivos pintores italianos y del Renacimiento. Estos pintores padecen el drama de casi todos los herederos: ser dueños de un rico pasado, tan rico que los obliga a ser virtuosos, meros repetidores de esos tesoros. Y sólo se salva, como se sabe, el he- redero que tiene alma de fundador. Son épocas en que la visión refleja predomina sobre la visión au- daz del creador. Sin embargo, pese a los signos negativos señalados, en este tiempo pletórico de pin- turas repetidas y pintores herederos nos encontra- mos, en cierto momento, con algunas altas cimas de esplendor, con algunos grandes artistas que si bien continúan con sus obras la gran tradición del arte, la transforman al par creadoramente. Rubens, por ejemplo, o Velázquez, o Rembrandt. Hay otros, sin duda, cuyos méritos son de reconocimiento más di- fícil, ya sea por la poca obra que se les atribuye; ya sea por la variabilidad de sus visiones. A esta última consideración pertenece el nombre del más dulce de los pintores sevillanos : Murillo. Bartolomé Esteban Murillo nace en 1618. Lo primero y más singular que advertimos en su vida es una inque- brantable fidelidad al terruño. En él parece que se cumplió cabalmente aquel sutil pensamiento del sabio chino Lao Tsé: "Sin salir de casa se puede conocer lo humano". En efecto, grandes historiado- res afirman que el pintor jamás salió del perímetro sevillano. Su obra es, pues, la obra de un auténtico autodidacto, que se proyecta sin mayores compli- caciones en un ambiente colorido y saleroso. Por eso el espíritu de aventura no lo toma, ni la cu- riosidad le pica, por conocer los grandes testimo- nios del arte de otros países, Italia, por ejemplo. A él le bastaba con visitar periódicamente la igle- sia de Santa Cruz y quedarse en demorada contem- plación ante el Descendimiento de Pedro de Cam- paña, su pintor favorito. Cuando en 1682 -al caer desde un andamio, mientras pintaba el gran cuadro NORTE / 41
  • 16. Los místicos desposorios de Santa Catalina- es sepultado en la misma iglesia de Santa Cruz y jus- to debajo del cuadro de sus amores. Así cumplió Sevilla con su gran pintor. Tres épocas se distinguen con bastante preci- sión en la pintura de Murillo. Signada la primera por una gama fría, la segunda por una gama semi- cálida y la tercera por una gama cálida. Su pintura pasa así de lo lunar a lo solar. En su primera épo- ca, su pupila se limita a reflejar una clásica tra- dición; de esos cuadros primeros emana una luz fría, espectral : son cuadros lunares. El Murillo ver- dadero adviene a partir de 1645. La serie de obras que realiza desde ese año hasta su muerte nos pone en presencia de un pintor que a veces se en- trega a la realización, con acariciante pincel, de imágenes religiosas; otras veces, humaniza esas imágenes, tanto, que parecen pertenecer a escenas de la vida diaria. Valga como ejemplo la notable pintura denominada La cocina de los ángeles, co- nocida también por el nombre de El Milagro de San Diego. En sus últimas obras se torna admira- ble testigo de hechos y personajes de la vida coti- diana. Entonces surge un Murillo que pinta con agudo pincel pícaros y viejas, chicos harapientos pero llenos de vida, como los Muchachos comiendo uvas y melón y el Muchacho asomado al balcón. En las extraordinarias páginas que Ortega y Gasset consagra al universal pintor sevillano Ve- lázquez, menciona en una ocasión a Murillo con estas palabras: "En España, antes de Goya, y de- jando a un lado a Murillo porque es un típico epí- gono, no ha habido más que cuatro pintores im- portantes, de los que tres son gigantescos : Ribera, Zurbarán, Alonso Cano y Velázquez". Y agrega, en una llamada a pie de página, estas líneas sugestivas sobre Murillo : "Lo cual no justifica que desde ha- ce tiempo se hable tan poco de él. Necesitamos un nuevo libro sobre Murillo, que nos proponga una nueva interpretación de su arte y persona. Es una figura encantadora y conmovedora de artista, porque su delicioso talento es el talento que un hombre puede tener cuando se ha acabado la can- tera del talento. Crea cuando ya no se puede crear. Inventa cuando ya no hay que inventar . Algo pa- recido acontece en Italia con Tiépolo. Estorbaría sin beneficio, en las esquemáticas páginas que si- guen, tener que hacer en cada momento una con- sideración especial de Murillo , que es en efecto un caso muy especial". En esa breve y también esquiva referencia de Ortega y Gasset a Murillo encontramos una serie de matices, positivos unos, negativos otros, y al- gunos contradictorios, pero todos ellos tan fecun- dos que tornan incitante nuestra atrevida empre- sa de rozar en algo la personalidad artística del encantador pintor sevillano. Porque -siguiendo a Ortega-, ¿cómo es ese delicioso talento que mis- teriosamente puede surgir cuando se ha acabado la cantera del talento ? ¿ Cómo es posible crear cuando ya no se puede crear? Lástima grande que así como lo hizo magistralmente con Velázquez, el gran pensador no nos legara otros papeles semejan- tes sobre Murillo. Entonces esos interrogantes ten- drían la lúcida respuesta de un artista del pensa- miento. Eso no lo podemos remediar. Pero lo cierto es que en el enigma que esos interrogantes pro- ponen vemos transparentarse vagamente el perfil de un Murillo distinto al habitual, tan visto en 42 / NORTE numerosas reproducciones de sus obras y tan poco pensado. Sí, un Murillo que no es sólo el pintor heredero de los refinamientos pictóricos del pasa- do, sino que, paradojalmente, sin dejar de ser re- finado, se atreve a ser pintor testigo de la realidad Un Murillo que sabe reobrar sobre un pasado ya pasado, y consigue curiosamente esplender aún con nuevos mirajes plásticos cuando "se ha acabado la cantera del talento". Hay un Murillo que todo el mundo conoce. Es el realizador de célebres Inmaculadas ; de Vírgenes que rezuman sublimidad y dulzura, envueltas ev grandes mantos con gracia de alas, y rodeadas por angelotes rubicundos que retozan con mística ale- gría. Esos cuadros de idealizadas imágenes religio- sas, con sus poses hechas para la adoración, es de- cir, para el creyente que ve de veras en ellas una imagen celestial, son popularmente admiradas, y las reproducciones innumerables que se han publi- cado de ellas, curiosamente endulzan aún más las imágenes, de manera que el que ve esas reproduc- ciones con mirada estimativa las encuentra dema- siendo blandas, sin nervio interior, demasiado boni- tas, y, ¿por qué no decirlo ?, bastante superficiales. De manera que el juicio que merecen esas obras de Murillo en reproducciones se inclina a rebajar su valor. Pero, al ver las obras originales ¿ segui- mos manteniendo un juicio tan negativo? ¡Ah!, al ver esas obras en la realidad de pintura y tela descubrimos con estupor que por vez primera las vemos; que por primera vez nos llega la irradiación de su mensaje plástico; que ellas tienen una autén- tica calidad pictórica que las reproducciones les niegan. ¡Qué le vamos a hacer! La obra de Murillo pertenece a esa clase de obras que, para ser valo- radas en profundidad, hay que verlas directamente. La fotografía de ellas, si bien no traicionan la ima- gen, la anécdota, traicionan en cambio irremedia- blemente la materia-pintura en que ellas encarnan. El hecho será todo lo vago que se quiera, pero es así: hay pinturas que son fotogénicas -como al- gunos rostros privilegiados o como las estrellas del cine-, y otras pinturas que no, que son sordas a ese reclamo mecánico , que se niegan, en fin, a re- velar la urdimbre de su técnica . Es ése un fenó- meno, sorprendente, pero cierto . Es más, hay pintu- ras, como las realizadas por Fray Angélico, a las que la reproducción las favorece, y hay otras -ejemplo, Giotto-, cuya reproducción las desme- rece. En fin, es ése un enigma de laboratorio que no nos compete a nosotros develar. Pero lo cierto es que esos cuadros tan preciosistas que pinta Mu- rillo están realizados, sin contradicción, con una noble materia de pintor. Y ahora se hace evidente para nosotros esta verdad singular: el preciosismo de Murillo, en términos de pintura, es un precio- sismo serio. Sí contra la frivolidad del habitual, el suyo está encarnado en un auténtico pintor, y por eso es serio . Y lo es más fundamentalmente -y ahora sí encontramos en las palabras de Ortega y Gasset un verdadero juicio del siglo xx sobre el artista-, lo es, "porque su delicioso talento es el talento que un hombre puede tener cuando se ha acabado la cantera del talento". Con esas pala- bras iluminadoras de Ortega cerramos nuestra sern- blanza. ¿No se podría comenzar a escribir con ellas el libro revelador que la personalidad humana y artística que Murillo reclama?
  • 17. EL MISTERIO DE TIAHUANACO, EN BOLIVIA El notable escritor francés Ronert Charroux, autor, entre otros libros, del titulado "HISTOIRE INCONNUE DES HOMMES DEPUIS CENT MILLE ANS" (HISTORIA DESCONOCIDA DE LOS HOMBRES DESDE HACE CIEN MIL AÑOS), nos habla, en el capítulo III de dicha obra , del MISTERIO DE TIAHUANACO, en Bolivia. La revista NORTE, siempre atenta a todo lo relacionado con esta América nues- tra, ofrece a sus lectores este interesantísimo capítulo , en la confianza que desper- tará el interés de todos. por Robert CHARROUX - versión de Juan DE SAN MIGUEL. Entre las primeras civilizaciones y la nuestra, existen eslabones y, en primer lugar, las civilizaciones preincaicas de la Cordillera de los Andes y la de Glozel. Ya en 1876, el arqueólogo fran- cés Wiener, escribía: "Un día, vendrá en que se podrá decir de las civilizaciones clásicas de los faraones, de los caldeos y de los brahmanes: ya están cataloga- das en nuestros libros, como están las más antiguas, pero la ciencia prueba que la civilización preincai- ca de Tiahuanaco, es en muchos miles de años anterior a las cita- das". ¿Interfieren, acaso, las civiliza- ciones preincaicas con el mito de la Atlántida? Probablemente, Platón no es el único partidario de la teoría de los ancestros superiores. Es por la "Puerta del Sol" por la que se penetra en el mundo ig- norado de Tiahuanaco, que procla- ma su antiguo esplendor en Bolivia a 4,000 metros de altura sobre el nivel del mar. Un día de 1958, un francés ve- nía de La Paz en un pequeño tren de los que hacen servicio en la montaña y descubrió sobre una am- plia extensión arenosa, una ciudad en ruinas. Los niños que deambu- laban en la pequeña estación fe- rrocarrilera, vendían pequeñas es- tatuillas de barro y respondieron a su pregunta: ¿Qué es aquí? -Aquí es Tiahuanaco, la ciudad más vieja del mundo. Este francés, el periodista Roger Delorme, no desconocía la historia incaica de las tradiciones de los va- lles andinos. Había visitado Cuzco, Pachacamac, Olantaytambo y Pisac y había admirado las colosales cons- trucciones de piedras gigantes en las que podían admirarse multitud de diversos tonos. Los antiguos templos incas, Ma- chu Pichu en particular, le habían impresionado por su majestuosa ar- monía, a pesar de sus proporciones gigantescas. Pero en Tiahuanaco, frente a las piedras y las estatuas esparcidas por el suelo en muchos kilómetros, delante de esta "Puerta del Sol", cincelada como un braza- lete morisco, subsistía una impre- sión indefinible, una especie de magia que sobrepasaba a todas las emociones que había sentido en los más altos lugares del Perú. En Tiahuanaco, el desierto deso- lado guardaba un secreto extraor- dinario que el espíritu no podía identificar. Roger Delorme permaneció va- rias semanas en la altiplanicie bo- liviana, subyugado por la "Puerta del Sol", interrogando al monolito partido por en medio, según la tra- dición, por una piedra caída del cie- lo, preguntando a los indígenas, tratando de dar un sentido lógico y científico a sus palabras y a sus parábolas y luchando por descifrar el contenido de sus petroglifos. Estos petroglifos guardan su misterio literalmente, un secreto to- davía indescifrable y que puede ser el secreto del origen de los hom- bres. En los alrededores, sobre la al- tiplanicie, personajes monolíticos de barro, con grandes orejas y manos de cuatro dedos y arrodillados en una actitud hierática, contemplan la vida del hombre del siglo xx que trata de comprender su mensaje. El origen de Tiahuanaco se pier- de en los milenios. Los incas, en tiempo de la conquista del Perú por Pizarro, pretendían no haber visto Tiahuanaco sino en ruinas. Los Aymaras, considerados como los más viejos pobladores de los Andes, decían que era la ciudad de los primeros pobladores de la Tierra y que había sido creada por el dios Viracocha, antes de la cración del Sol y las estrellas. Roger Deforme, cuando volvió a NORTE / 43
  • 18. "La Murta dri Sol" de Tiahuanaco, Boli;'ia, a la que coi; •dría mejor llamar "La Puer- ta de Danos Francia con un gran acopio de no- tas, habló con entusiasmo del alto lugar de la Cordillera de los An- des y fue por una verdadera ca- sualidad que llamó la atención del capitán Tony Mangel, viejo corsa- rio de los mares, de quien se supo que había sido entronizado como "ambi" o rey en la América del Sur. Al mismo tiempo, el capitán re- lató que había en esa región del mundo un Renovador de la Reli- gión del Sol inca: el señor Beltrán García, biólogo español descendien- te directo de Garcilaso de la Vega, el gran historiador de la Conquis- ta. Esto debería despertar un ma- yor interés a la extraordinaria le- yenda y la historia de Tiahuanaco. El señor Beltrán había hereda- do de sus abuelos documentos iné- ditos relacionados con las tradicio- nes andinas. "La Puerta del Sol" no era por sí misma, más que un testigo incompleto. Las tradiciones andinas no eran otra cosa más que fábulas. El todo, yuxtapuesto, daba lugar a interpretaciones frágiles de mitologías y de tradiciones america- nas, egipcias, griegas y hasta babi- lónicas, pero de todo ello podía ha- cerse, al fin, una explicación acep- table. La historia, que se detenía en las últimas dinastías faraónicas, ve- nía a dar un brinco en el pasado y se prolongaba hasta el décimo milenio antes de nuestra era, si- no es que hasta más lejos. He aquí lo que revelaron los do- cumentos secretos de Garcilaso de la Vega, traducidos y comentados por el señor Beltrán: Los escritas pictográficos de Tia- huanaco, dicen que en la era de los tapires gigantes, seres humanos muy civilizados, palmeados y de una sangre diferente a la nuestra, vinieron de otro planeta y encon- traren conveniente establecerse en el lago y después en lo alto de la Tierra.' En el curso de su viaje interpla- netario, los pilotos lanzaron sus ex- crementos hacia abajo y dieron al lago la forma de un ser humano. No se olvidaron del ombligo, lu- gar en donde se posaría nuestra primera Madre, encargada de la in- seminación de la inteligencia hu- mana. Esta leyenda, ayer, nos habría hecho reir; hoy día, nuestros hom- bres-rana, copian artificialmente los dedos palmeados de los colosos de Tiahuanaco. Los indígenas andinos viven a una altura donde les hombres blan- cos no pueden aclimatarse y esta es la prueba de que puede existir otra clase de sangre. Con sus potentes telescopios los visitantes siderales buscaron, pues, una altura y un lago favorables a su organismo y a su vida anfibia. La significación de "excremen- to" pueden ser cosas llevadas en la astronave para modificar los con- tornos del lago, quizá bombas ató- micas. Hay que hacer notar que paro, arruinar la tradición y para des- 1 literal. acreditar el lago en el espíritu de los andinos, las cartas geográficas lo representaban hasta 1912, con una forma casi redonda. El nombre verdadero del lago es: Titi (lago de misterio y de sol) al que se agrega el sufijo "caca", que en muchas lenguas significa excremento. Así, pues, los documentos del descendiente de Garcilaso de la Ve- ga, nos revelan a una Eva de ori- gen extraterrestre y nos hablan de máquinas interplanetarias. Y nos dan precisiones asombro- sas. En la era terciaria, hace alre- dedor de cinco millones de años, cuando ningún ser humano existía aún sobre nuestro planeta, pobla- do solamente de animales fantásti- cos, una aeronave brillante como el sol, vino a posarse sobre la isla del sol del lago Titicaca. De esa aeronave descendió una mujer resplandeciente, parecida a las mujeres actuales, desde los pies hasta los senos; pero tenía la ca- beza en forma de cono y grandes orejas z y manos palmeadas con cuatro dedos solamente. 2 Los de las grandes orejas u Ore- jones, formaban una casta superior en la América del Sur que emigró a la Isla de Pascua. Las estatuas gigantes de Pascua y de Bamiyan tienen todas grandes orejas y es curioso notar que los budas de la India tienen, igualmen- te, la misma particularidad. Por otra parte, fueron los orejones, según Garci- laso de la Vega y Cieza de León, los que escondieron los tesoros de los Incas en sitios que no fueron jamás divulga- dos nor los iniciados. 44 / NORTE 1
  • 19. Su nombre era "orejona" es de- cir: de grandes orejas y venía del planeta Venus cuya atmósfera es, más o menos, análoga a la de la Tierra.3 Sus manos palmeadas indicaban que el agua existía en abundancia sobre el planeta original y desem- peñaba un papel principal y defi- nitivo en la vida de los venusinos. Orejona andaba verticalmente como lo hacemos nosotros, estaba dotada de inteligencia y sin duda tenía la intención de crear una hu- manidad terrestre, porque tuvo re- laciones con un tapir, animal que caminaba en cuatro patas. Orejona engendró muchos hijos. Esta progenie nació de un cruza- miento monstruoso, tenía dos ma- mas, una inteligencia mediana y los órganos reproductores eran los mis- mos del tapir-puerco. Un día, cumplida su misión o tal vez, aburrida de la Tierra y deseo- sa de volver a Venus, donde podía encontrar un marido a su imagen, Orejona emprendió el vuelo en una astronave. Sus hijos procrearon y permanecieron fieles a su padre tu- pir, pero en la región del Titicaca, una tribu permaneció fiel a la me- moria de Orejona y desarrolló su inteligencia, conservó sus ritos reli- giosos y fue el punto de partida de las civilizaciones preincaicas. Esto es lo que está escrito en el frente de la "Puerta del Sol", en Tiahuanaco. He aquí lo que había, avivado considerablemente nuestra curiosi- dad, después provocado nuestra es- tupefacción, hasta que los identi- ficamos sobre los petroglifos de las escafandras autónomas y vimos má- quinas de motor misterioso, má- quinas verdaderamente siderales; todo de una claridad singular. Tan claros son estos dibujos, que uno se hace inmediatamente diver- sas conjeturas e interrogaciones: los antiguos Ayamaras o aquellos que vivieron hace unos 10,000 años antes que nosotros, grabaron estas figuras, las endurecieron y cubrie- ron con una preparación a base de silicón a fin de asegurarse su con- servación y su mensaje (¿plastifi- cación?). Lo que subsiste sobre el alto de la meseta, permite imaginar una vieja ciudad (¿pero se trata real- mente de una ciudad?) con sus ca- lles, sus templos y sus parques pú- blicos. Las estatuas, las piedras gra- badas; los objetos que se encuen- 3 En el estado actual de las observa- ciones astronáuticas, puede admitirse que el planeta Venus está habitado, por lo menos en lo alto de las montañas. tran en la arena, revelan una téc- nica asaz rudimentaria análoga a la de los Aymaras, los Incas y los Aztecas. No se sabe si se trata de un arte primitivo o de un arte de- generado. ¡Por el contrario!, la "Puerta del Sol" brilla en esta selva como una joya pura. A primera vista, parece que Tia- huanaco ha sido la ciudad de los hombres poco evolucionados que esculpieron a sus dioses y a sus totems al mismo tiempo que otros hombres infinitamente más hábiles y cultivados que cincelaron su men- saje en los frisos de la "Puerta del Sol". Más tarde, según los geólogos, un cataclismo arruinó la ciudad, abatió sus templos y sus casas y Tiahuanaco se convirtió en una ciudad muerta. Puede ser que las leyes naturales quieran significar así a la vez el final de un reino y la desaparición de una raza. Se carece completamente de do- cumentación sobre la ciudad en rui- nas, enterrada o sumergida y damos cierto crédito a las revelaciones del señor Manuel González de la Rosa en su opúsculo. Los dos Tiahuana- cos.4 EL LENGUAJE DE LAS CUERDECILLAS González de la Rosa, que vivió largo tiempo en el Perú, informa de las declaraciones del "picocama- yo" (intérprete de los quipus incas) Catar¡, quien retirado en Cocha- chamba en el siglo xvi, tradujo, por encargo de los jesuitas la lengua enimágtica de las cuerdecillas con nudos. El manuscrito de la traducción fue donado hacia 1625 por el canó- nigo de Chuquisaca (Sucre) Barto- lomé Cervantes al jesuita A. Oliva. Después el documento ha permane- cido secreto en la Biblioteca Vati- cana, pero lo esencial de su conte- nido, se conoce. He aquí en resumen la traduc- ción del viejo Catar¡, comentado por González de la Rosa: El nombre primitivo de Tiahua- naco era Chucara. La ciudad era enteramente subterránea y lo que existía en la superficie, no era más que la cantera de la que se sacaban las piedras para tallarse y la mo- rada de los canteros. La ciudad subterránea daría la clave de una sorprendente civil¡- 4 Los dos Tiahuanacos por Manuel González de la Rosa, Viena, 1909. Orejona. Scgiín la ¡?adición andina, habría llegado de otro planeta, 1'e- mis, probublenaetite, en un cohete es- pacial. Su cráneo era en forma de corto, sus manas palmeadas r con cuatro dedos solamente. zación que se remonta a los tiem- pos más lejanos. Se llegaba a la ciudad por diver- sas entradas que fueron vistas por el gran naturalista francés Alcide d'Orbigny y los viajeros Tschudi, Castelnau y Squier, que hablaron de galerías sombrías y fétidas que des- embocaban en el encintamiento de Tiahuanaco. Esta ciudad subterránea había si- do edificada para permitir a sus ha- bitantes gozar de una temperatura más clemente, lo que prueba bien que la altura no ha variado jamás. Cerca del lago Titicaca, existía un palacio del que no quedan ras- tros, porque su edificación se re- montaba, según los textos, a la épo- ca de la "creación del mundo". El primer señor de Chucara, que quiere decir "casa del sol" se lla- maba Huyustus y había dividido el mundo en varios reinos. Los últimos habitantes de Chucara, no fueron los Aymaras, sino los Quechuas. En Tiahuanaco, se enterraba a los muertos, acostados. En las islas del lago vivía una raza blanca y bar- bada. Para González de la Rosa, los ancestros de los Uros, fueron los fundadores de Tiahuanaco. Esta tradición, muy poco cono- cida, aun de los americanistas, apo- ya la tesis del origen extranjero de los colonos instalados alrededor del Lago Titicaca. Desde luego, to- das las tradiciones aseguran que muchísimos años antes de la llega- da de los Incas, una casta superior NORTE / 45
  • 20. En la cabeza del pei,sonaje grabado en piedra hace miles de amos, se ve un extraño dibujo que intriga a los arqueólogos. Escandra f a espacial? Máquina desconocida? ¿Motor? de hombres blancos se había esta- blecido en los Andes. Garcilaso de la Vega, escribió: El dios Sol, ancestro de los In- cas, les envió en tiempos muy an- tiguos, a uno de sus hijos y a una de sus hijas para darles el conoci- miento. A estos delegados, los re- conocieron como divinos por sus palabras y por su color claro. Pedro Pizarro, primo del Con- quistador, dice en una de sus cró- nicas: Las mujeres nobles son agrada- bles de ver: se saben bellas y lo son en efecto. Los cabellos de los hombres y de las mujeres son blon- dos como el trigo y ciertos indivi- duos tienen la piel más clara que los españoles. En ese país, yo he visto a una mujer y a un niño, de una blancura desacostumbrada. Los indios pre- tenden que se trata de descendien- tes de los ídolos (sus dioses). Estos ídolos, que llevaron la ciencia, pueden identificarse como los viajeros de la astronave venu- sina, habitantes de las cumbres de Venus, en donde el gas carbónico de los valles hace que el aire sea más puro y más parecido al aire terrestre. LOS HOMBRES AZULES Otra tesis más atractiva ha apa- recido en Rusia. Ella asimila los ídolos a los misteriosos hombres de "`sangre azul" que, en tiempos le- 46 / NORTE janos, constituían una especie de gente escogida. En 1960, una revista soviética, apoyándose en las relaciones del his- toriador egipcio Manethon, en Hero- doto y en las inscripciones del pa- piro de Turín, así como de la Piedra de Palermo, aportan una contribu- ción preciosa, tanto al enigma de la Atlántida, como a la venida de extraterrestres. En su número de diciembre de 1960, la revista Atlantis, bajo la firma del arqueólogo Henry Bac, da esta información. Los rusos hacen la pregunta si- guiente: "¿Fueron los Atlantes un pueblo azul?", haciendo notar que Platón les atribuye un origen dis- tinto que el de los terrestres y una sangre diferente. "Según ciertas tradiciones", re- vela el documento, "los Atlantes debieron ser los fundadores de la civilización egipcia. Los jefes más antiguos de las dinastías divinas, doce mil años antes de nuestra era, eran los Atlantes de raza pura". Los egipcios, prosigue Henry Bac, reproducían muy soñadoramente los objetos sobre sus frescos y en lo que respecta a los colores, ¿de qué colores pintaban a sus dioses? Si Osiris era verde (dios de la vegetación renaciente) Thot era pin- tado bien de verde o bien de azul pálido; Amón y Shou eran dioses azules. ¿Por qué este color funda- mental era el atributo de los dioses egipcios? Una sola respuesta nos parece posible: estos dioses serían los descendientes de un pueblo de piel azul o considerados como ta- les. Osiris y Thot, al llegar a Egipto, no encontraron las condiciones de un país de altas montañas, sino por el contrario, una planicie y un cli- ma caliente y asoleado, que les mo- dificó el color de la tez que vino a ser olivácea (azul + amarillo) re- presentado por el color verde en las pinturas de los primeros egipcios. Hipótesis admisible si se consi- dera que existen poblados de "in- dios azules" en las altas mesetas de los Andes, cuya pigmentación es causada por la falta de oxígeno en la sangre. Los Guanches, des- aparecidos de la Isla de Tenerife en las Islas Canarias, tenían una piel olivácea. Es biológicamente posible que la piel tome un tinte azul un tanto vivo por la incorporación de gránu- los de melanina, pigmento caracte- rístico de las piedras negras. Este fenómeno explica la presencia de tintes azul claro, azul fuerte y vio- leta en la piel de ciertos simios. Existen "hombres azules" en los alrededores de Goulemine, al sur de Agadir y los Pictos de la Escocia antigua tenían la costumbre de pin- tarse la piel de azul. Es curioso, en fin, citar la no- ción bien conocida de "sangre azul" que se emplea a propósito de la no- bleza antigua. Se notará, que esta noción, muy vieja, es originaria de la Península Ibérica. Si examinamos todos estos he- chos por cuanto ve a la Geografía, nos daremos cuenta de que en la mayor parte de los casos en que existen tribus de piel olivácea o azul, natural o pintada artificial- mente, están ligados al litoral del Atlántico. Hay que imaginar, entonces, que los Atlantes habitaban una co- marca en las montañas elevadas y constituían una población de piel azul, bien fuera por causa de las condiciones biológicas, de la heren- cia o del medio ambiente. Esta po- blación está en vías de extinción y perdió sus características principa- les en el momento de la desapari- ción de la Atlántida. Sin embargo, en signo de perte- nencia a la antigua raza, los des- cendientes de la dinastía regente de la Atlántida se vestían con hábitos azules en ocasión de las fiestas, en tanto que ciertos pueblos del lito- ral atlántico europeo y africano, se teñían artificialmente la piel para parecerse a los pujantes Atlantes. Esta hipótesis la refuerza Platón cuando habla de los sacrificios noc- turnos y de los hechos de justicia de los reyes atlantes, que se reves- tían, por una razón desconocida, con hábitos pintados de azul oscuro. Es posible que la parte de la pig- mentación proviniera en los Atlan- tes de una migración ulterior que hubiera tenido por consecuencia ha- cerlos vivir en regiones menos ele- vadas, circunstancia que determina- ría la desaparición de la carencia de oxígeno en la sangre, así como del tinte azul resultante y que ha- bía permanecido estable durante milenios. Henry Bac, analizando esta ex- posición soviética, dice que la ex- presión "sangre azul" todavía se emplea en América del Sur y que en ciertas regiones de la costa del Pacífico, se dice de una persona que procede de la unión de un indio y una europea o de un europeo y una india, que es de "sangre azul". En Europa, esta expresión se 1
  • 21. aplica sólo a los individuos que per- tenecen a la alta y antigua nobleza. En Rusia y en Mongolia, los no- bles tenían la reputación de ser de sangre azul, lo que, incuestionable- mente, indica la idea de superiori- dad. La declaración de Platón y la exposición rusa, toman un valor singular si se les aplica a los seres extraterrestres venidos del planeta Venus donde la alta cantidad de gas carbónico explica una pigmen- tación naturalmente azul. Venus, el planeta "azul" de los antiguos, con sus montañas de 40,000 metros de elevación, su vegetación y su temperatura en algunas regio- nes soportable para el hombre, se- gún los datos aportados por el cohete estadounidense Mariner II, ¿sería la patria de los hombres azu- les, de los Atlantes, de la raza de Tiahuanaco y de Glozel? Tal vez no resultaría inútil re- ferirse a acontecimientos extraor- dinarios, observados por dos astró- nomos antiguos y que ocurrieron en Venus en una época muy remota. San Agustín dice, citando a Varron, que Cástor, el de Rodas, dejó es- crita la relación de un prodigio asombroso que ocurrió en Venus. Este planeta, que tenía muchos sa- télites, cambió de color, de tamaño, de figura y de curso. Este hecho sin precedente ocu- rrió en tiempos del rey Ogyeges, como lo atestiguan Adrastus, Cyzi- cenus y Dion, nobles matemáticos de Nápoles. ¿De qué orden fue este prodi- gio? ¿Colisión? ¿Explosión nuclear? No lo sabríamos decir, pero es muy probable que el "planeta herma- no", provisto de uno o de varios satélites, muchas veces observados, esté ligado a la historia de nuestra humanidad. No están muy lejanos los tiem- pos en que los satélites fantasmas se identifiquen como máquinas es- paciales dirigidas y puede ser la as- tronave "brillante como el oro" que transporte sobre nuestra tierra a los náufragos de Venus constreñidos de abandonar su planeta amenazado. Es curioso hacer notar que los rusos, pioneros de los viajes por el Cosmos, se interesen en descifrar el misterio de Venus en Tiahuanaco. El arqueólogo americano A. Po- sansky ha descubierto cinco civili- zaciones sucesivamente extinguidas por catástrofes naturales, de las cua- les dos han sido inundaciones o di- luvios y que autentifican la más alta antigüedad a Tiahuanaco y acreditan ciertas aproximaciones del orden de 15,000 a 40,000 años. Ciertos americanistas, como De- nis Saurat y Hoerbiger, han expli- cado estas catástrofes por una es- pantosa teoría según la cual, la Luna, descendiendo a la proximidad de la Tierra, habría absorbido, as- pirándolas, las aguas oceánicas en la zona sudamericana. En conse- cuencia, los mares, dejando conver- tido en desierto el resto del mundo, se acumularían en una gigantesca pompa de agua salada alrededor de Tiahuanaco que se habían tragado. Saurat apoya esta hipótesis en la existencia de una línea de sedi- mentos marinos de 700 kilómetros de largo. "Esta línea -escribe Saurat- comienza cerca del Lago Umayo en el Perú apenas a cien metros de al- tura abajo del Lago Titicaca y pasa al sur de ese lago a 30 metros bajo el nivel del agua y va a terminar, inclinándose más y más hacia el sur ...... Y más adelante dice: "Los malecones del puerto de Tiahuana- co existen aún y están, no cerca- nos al perímetro del lago, sino sobre la línea de sedimentos". Por desgracia, la realidad está por encima de la ficción. La altura de Tiahuanaco es de 3.825 metros y la del lago de 3.812 metros. La línea sedimentaria estando situada entre 100 metros y 30 me- tros bajo el nivel del lago, el di- cho "puerto" de Tiahuanaco debería ser el puerto de una ciudad inmer- gida a 87 metros bajo las aguas. Esto, en verdad, es poco serio. En revancha, entre otras hipó- tesis, y por hacer un sacrificio al mito de la Atlántida, puede admi- tirse que después de las lluvias que se abatieron sobre la Tierra en la época del Diluvio, la ciudad sub- terránea de Tiahuanaco fue devo- rada por las avalanchas de agua, de lodo y de tierra erosionada que en particular dieron un sentido a esta "Puerta del Sol" que se abre sobre la vida de un lugar o de una ciudad inexistentes. Los petroglifos de la "Puerta del Sol" han guardado para los astró- nomos y para los técnicos de la as- tronáutica vivas sorpresas. Los di- bujos representan, tal vez, máquinas interplanetarias. Así, al menos las describe el descendiente de Garci- laso de la Veqa: "`El ideograma sobre la cabeza del personaje, es una astronave te- rrestre (cabeza de jaguar: fuerza, vida terrestre; conos estilizados: ca- binas, habitáculos; cabeza de cón- dor: viaje, espacio) ". Esta interpretación del señor Beltrán reúne a las de los sabios en lo que concierne a los dibujos gra- bados sobre el personaje : escafan- Otro dibujo misterioso que se presu- me ser de uu motor a reacción. Puede ser un motor ión-solar? Se trata, incuestionablemente de un men- saje legado por la raza de hombres que vivieron en TI'tihiiaíítzco. dra interplanetaria con motor atrás. En el pájaro: motor a reacción o más verisiblemente a propulsión, la fuerza motriz utilizada resultante, sin duda "de la descomposición de los rayos solares o de su desinte- gración en sus dos polaridades, co- mo se descomponen en los colores del espectro". El físico francés Jean Plantier ha estudiado esta fuerza ion-solar que propulsará, sin duda, los cohetes si- derales, si es que no lo ha hecho ya. Por otra parte, el ingeniero so- viético Alexander Kazantzev ha identificado un calendario venusino sobre la "Puerta del Sol" de Tia- huanaco. -El más antiguo calendario de la Tierra, dijo, con años de 225 días terrestres. Si no se tratara más que de una coincidencia, sería una coincidencia extraordinaria. Y rebautizando la "Puerta del Sol" el sabio ruso hace una inte- rrogación: -¿Cómo los ancestros de los Incas han podido conocer el año ve- nusino y por qué se interesaban ellos tanto en este planeta? Se puede, por tanto, pensar que estas hipótesis de los sabios mate- rialistas acreditan singularmente la tradición de Orejona, la Eva de Ve- nus, llegada a la Tierra, puede ser, hace millones de años y en astro- nave espacial. Bien entendido: la tradición de Orejona, así como todos los dibu- jos de la "Puerta del Sol" han sido deformados. ¿Los descendientes de los Venusinos nuestros ancestros? Tal vez habían olvidado la técnica del viaje sideral, pero tenían ciertos NORTE / 47
  • 22. conocimientos científicos. Sentían confusamente que su civilización degeneraba y por eso los últimos iniciados legaron a la humanidad futura el mensaje de la "Puerta del Sol". ¿Eran estos ancestros america- nos los Atlantes? Esta hipótesis explicaría, a la vez, la revelación de la Atlántida por Platón en el Timeo y en las Críticas; y la repentina, la maravillosa, la incomprensible apa- rición de la civilización egipcia. UN EXILIO EN EGIPTO En todo caso, es cierto que la alta civilización de Tiahuanaco, se desarrolló paralelamente a la épo- ca neolítica y, sin duda, de la pa- leolítica. En América habitaban entonces hombres que dibujaban cohetes siderales, en tanto que en Europa, en Asia y en África vege- taban los hombres mucho menos evolucionados -puede ser de otro origen- apenas capaces de tallar sus útiles en sílex. Resta conocer la naturaleza del cataclismo que sacudió brutalmente la evolución de los Andinos del Pe- rú. Hubo, tal vez, diluvios, erup- ciones volcánicas; pero esos cata- clismos naturales no pueden explicar la destrucción del genio. Tiahuana- co fue habitado por hombres con conocimientos científicos profundos, a los que sucedieron hombres me- nos y menos instruidos que vivieron como dentro de un vaso cerrado sin que el resto de la Tierra supiera nada de ellos. Esta raza andina fue, sin duda alguna, víctima de un mal que sacudió sus facultades de repro- ducción, después de un estado de amenguamiento intelectual que des- apareció por la no procreación. Se puede imaginar el drama: la raza, en su apogeo, es víctima de una irradiación por haber jugado con fuerzas peligrosas. Los sobrevivien- tes se sentían condenados. Los úl- timos que conservaron un poco de saber inscribieron su doloroso men- saje sobre las piedras de la "Puer- ta del Sol". La raza había perecido, pero Tiahuanaco no se acabará jamás. Una segunda hipótesis, paralela, es más creíble y más seductora: seres del planeta Venus aportaron, repentinamente sobre la meseta an- dina una civilización maravillosa. Su colonización precisa la pre- sencia, en la época prehistórica, es- te enclave de cuatro mil metros de altitud, dejando atrás a los hom- bres del neolítico e incapaz, puede ser, de posibilidades de vida que en torno al lago Titicaca (volvemos a la tradición). Estos venusinos de cuatro dedos tenían intercambio con su planeta original y comenzaron la construc- ción de Tiahuanaco; pero su acli- matación sobre la Tierra les resul- tó contraria por una fuerte y pro- funda modificación de las condicio- nes biológicas naturales. La repro- ducción se hizo mal, la raza perí- clita y los últimos venusinos, inca- paces de volver a su planeta, trans- mitieron el mensaje de la "Puerta del Sol" antes de su extinción com- pleta. Si los terrícolas llegaran un día a Venus o a Marte, tal vez les re- sultaría imposible el retorno. ¿Qué sería de esos colonos? Si el medio biológico de Marte o de Venus fue- ra contrario a su reproducción -lo cual es probable-, estos colonos sufrirían exactamente el mismo des- tino de los hombres de Tiahuanaco. Así, en tanto que en el Grand- Pressigny, en Lussac-les-Chateaux, en Carroux, en Lascaux, los ver- daderos habitantes de la Tierra ca- zaban osos y arponeaban peces, hombres, en otro punto del globo, utilizaban, puede ser, cohetes espa- ciales y motores ión-solares. ¿No hubo ningún intercambio entre esas dos humanidades? Parece que los cosmonautas se arriesgaron a viajar fuera de las zo- nas de la meseta de Tiahuanaco. Puede ser que pagaran con su vida la audacia de descender en los valles o franquear el Océano; pero sí tuvieron esta audacia, par- ticularmente ¿espués del engulli- miento por el mar y de la destruc- ción de su ciudad y la tradición griega, con Platón, nos ha dejado este emocionante testimonio. EL MISTERIO DE PROMETEO Prometeo fue el hijo de Clyme- ne, la Océanida de pies maravillo- sos. Dio a los hombres un relucien- te rayo divino. Fue el dios del Fue- go y aparece en la mitología clásica como iniciador de la primera civi- lización humana. Júpiter, padre de los dioses, castigó cruelmente a los mortales a causa de ese Fuego de Prometeo y lo castigó a él también. La historia de Prometeo aparece nuevamente en el estallido maléfico de las bombas de Hiroshima y Na- gasaki. Imaginémonos después de cierta aclimatación a un cosmonauta ve- nusino volando de Tiahuanaco, atravesando el Atlántico y llegan- do al África estéril de Egipto, don- de ya la conciencia de los hombres comenzaba a liberarse. En Egipto, el cosmonauta en- cuentra un círculo de sacerdotes a los cuales trata de comunicar su saber. Para las egipcios, el hombre del otro lado del Atlántico es un Atlante -para los griegos-, él se- rá Prometeo-, y ellos le creen cuando dice que ha venido del cie- lo (es decir, de un planeta). Les cuenta el fin trágico de Tia- huanaco engullido por las aguas del mar y les revela secretos extra- ordinarios que los egipcios no com- prenden jamás completamente; em- pero, algunos de estos secretos ex- plicaron, justificaron y dieron vali- dez a la expansión milagrosamente rápida de la cultura egipcia. El hombre de Tiahuanaco aporta la ciencia del Cosmos, de los as- tros, de la escritura, de las artes, de la arquitectura, de la medicina y aporta, también, el secreto del fuego. Los sacerdotes egipcios reciben sus conocimientos; pero los olvi- dan, los deforman, los desfiguran, aunque su inteligencia comienza a salir del limbo en que se encontra- ban y bien pronto comienzan a es- tablecer las primeras leyes de una ciencia que sobrepasa la de su tiem- po y de muchos milenios y obtienen ese saber que se materializa en los templos, en las Pirámides y en la civilización de sus sucesores orien- tales y griegos. Se puede presumir que el cos- monauta, el Hombre de Tiahuana- co, ha debido pagar el tributo de su inadaptación a la atmósfera es- pesa, tórrida de las planicies arábi- gas. Entonces, siguiendo las riberas del Mar Rojo, él se dirigirá hacia el país de las cimas nebulosas, dejan- do sobre su ruta la Arabia, la Cal- dea, la Asiria y dejando caer desde las alturas algo de su saber para que lo recojan los terrícolas. Y se piensa aún en Prometeo, iniciador de los hombres, castigado por Júpiter y encadenado precisa- mente, según la tradición griega, sobre la cima del Cáucaso a una altura que es, exactamente la de la meseta de los Andes. El pareci- do es estrujante entre el Atlante, hijo de Orejona y Prometeo, hijo de la Océanida de los pies bonitos. Cualesquiera que ello sea, den- tro de 10,000 años, Tiahuanaco en- trará en la noche del olvido y Aby- dos, Heliópolis, Tebas, Menfis, Kar- nae y Sais, abrirán para el mundo occidental las primeras páginas de la Historia Desconocida de los Hom- bres. 48 / NORTE
  • 23. ARTE POPULAR DE AMERCA V FLPNAS NORTE / 49
  • 24. 50 / NORTE En una de las amplias naves del Museo de América, de la Ciu- dad Universitaria de Madrid, ha sido reunida la más importante y rica muestra de arte popular de América y Filipinas que nunca haya podido coleccionarse. La instalación de este magno museo de lo popular está a punto de fi- nalizarse, tras cuatro largos años de laboriosas gestiones para reu- nir la totalidad de piezas que lo integran y una cuidada selección en favor de la autenticidad, el interés y la variedad de todas ellas. Absolutamente todos los paí- ses del Norte, Centro y Sudamé- rica, así como Filipinas, se en- cuentran representados en la ex- hibición. El total de piezas que figuran en catálogo es de 4,174. Pero la Exposición recoge asi- mismo una serie de interesantes objetos no relacionados en el ca- tálogo. Hay que destacar como única una pieza de arte popular de los Estados Unidos. Todo este prodigioso conjunto ha sido reu- nido gracias a la gestión incan- sable de don Luis González Ro- bles, del Instituto de Cultura Hi.spánica de Madrid, y sus valio- sos colaboradores de España y América, tanto personas como instituciones. El criterio seguido para aglu- tinar toda esta variedad artesa- na, ha sido el de entender por arte popular aquello que hoy se puede comprar en cualquier mer- CITA DE DISTINCION Y ELEGANCIA AV. MORELOS Y PASEO DE LA REFORMA Teléfonos : 35-37-93 y 35-73-94 MEXICO 1, D. F.
  • 25. cado de los países convocados y que se fabrica actualmente -de acuerdo con una tradición más o menos añeja-, por las manos del pueblo. El país de represen- tación más nutrida es México., representado con 1,190 objetos. Le siguen Perú, Ecuador, Colom- bia, Guatemala ... La modalidad predominante en la muestra es la cerámica. Uno de los aspectos más sugestivos de la Exposición es el de las máscaras. Los pane- les de máscaras, primitivas y fe- roces o ingenuas y regocijadas, atraen enseguida la atención del visitante. Guatemala, Venezuela, Puerto Rico, México, Ecuador y Bolivia son los principales puntos de origen de estas sugerentes y variadas máscaras, que tienen to- davía en sí la expresión y el se- creto, la mueca y el color de an- tiguos ritos. Otro interesante aspecto de la Exposición es el del arte religioso católico, tan influido por España. Así, encontramos un "Nacimien- to" chileno (fuera de catálogo) de singular encanto, otro perua- no y dos mexicanos. Entre las ropas y tejidos, Argentina destaca con un bellísimo sobrecama. Asi- mismo, hay piezas muy intere- santes de Ecuador, Guatemala, México y Chile. La influencia del arte popular español asoma a ve- ces en algunos aspectos de la muestra, y se hace evidente en los toritos de barro de Pucará (Perú), que tienen su inmediato precedente en los de Cuenca. Las piezas de mayor tamaño de la muestra son dos muñecos de cartón, mexicanos, de tres me- tros de altura. Les sigue una vis- tosa carreta costarricense. Las piezas más pequeñas son también unos muñecos, éstos de dos cen- tímetros, procedentes de Ilobas- co (El Salvador). El señor González Robles, co- misario de Exposiciones del Ins- tituto y director de esta Colec- ción, ha repartido la misma en siete apartados: 1. Lo que une al hombre con su Dios. 2. Lo que recuerda y celebra a los muertos (en su mayoría ar- te mexicano). 3. Lo que se emplea para tra- bajar. 4. Lo que se lleva puesto. 5. Con lo que se divierte el hombre. 6. Lo que utiliza en la casa. 7. Lo que adorna la casa. LA MARINA , S . A . FABRICA TEXTIL ALTA CALIDAD AL SERVICIO DE LA INDUSTRIA PESQUERA Col. Santa María Insurgentes Sándalo No. 58 México 4, D. F. Teléfonos: 47-51-89 47-51-90 47-21-55 NORTE / 51
  • 26. 1 Arriba, a la derecha, un candelabro mexicano. Abajo, galeón español trabajado en madera 1' conchas y en las esquinas, pie.,as de cerámica de Guatemala, Chile, Perú y Bolivia.