1. Educación y política: notas para pensar más allá de las
dicotomías
¿Puede la educación separarse verdaderamente de la política? Contrario a
lo que afirman y difunden ciertos discursos públicos, empeñados en
segmentar la realidad en dicotomías falsamente opuestas entre sí, en el caso
de educación y política el vínculo es, quizá por fortuna, más indisoluble de lo
que a veces se nos quiere hacer ver.
Por: Margarita Pacheco - 22/03/2013 a las 11:03:33
0
inShare
mexico / ciencia-educacion
En el modelo de producción social que vivimos
en estos tiempos, se dan fenómenos sospechosos todos los días, la mayoría relacionados
con la forzada separación de cosas que no están separadas en realidad; a estas les podemos
llamar dicotomías (división en dos partes de algo que es complementario). Aquellos que
buscan mantener y reproducir el orden de cosas tal y como está en la sociedad capitalista,
en su versión neoliberal, constantemente tratan de explicarnos el mundo a partir de
dicotomías, de separar las cosas que están relacionadas. Este afán de diseccionar tiene
como finalidad dificultar la comprensión de la realidad misma y facilitar la legitimación de
lo no-legitimable; es decir, además de los efectos en la construcción del pensamiento –
aunque de la mano con esto-, pensar en términos dicotómicos la realidad, tiene
implicaciones profundamente políticas.
Estas escisiones, que sólo pueden sostenerse recurriendo a discursos retóricos, son
inexistentes en los hechos, no obstante cumplen un propósito específico: crear la ficción de
que los intereses económicos de ciertos grupos no inciden en la organización del poder y, al
mismo tiempo, que estos no pautan las líneas que han de seguir las instituciones sociales de
acuerdo a proyectos de sociedad encaminados a beneficiar a determinadas élites.
Es usual que cuando escuchamos hablar del, por demás complejo, asunto de la educación
sea común que se dicotomice economía–política, educación–política, educación-economía,
2. sin reconocer que todas estas dimensiones de lo social se encuentran relacionadas. Para los
ideólogos que pretenden preservar el poder tal y como está, resulta conveniente presentar a
la educación como un terreno “neutral”, más allá de los intereses de los grupos que
controlan el poder o los que manejan la economía ―que casi siempre son los mismos. Es
corriente escuchar en las declaraciones de los secretarios de educación frases como “la
educación debe estar por encima de intereses partidistas”, “la formación de nuestros niños
es la prioridad de este gobierno” y más del estilo. Mientras de manera discursiva se sostiene
que los programas de las instituciones educativas deben ser ajenos a los intereses de los
grupos políticos, en los hechos, estos programas atienden a las necesidades e intereses
concretos de éstos.
Debemos tener claro que procesos educativos nunca son neutros, encarnan en todo
momento un proyecto político, es decir, en última instancia, da cuenta de un proyecto de
sociedad específico. Cuando hablo de proyecto político quiero referirme a una forma
específica de organizar el poder para la producción y reproducción de una sociedad. En este
sentido, cada sociedad demanda sujetos ―personas, hombres y mujeres― que hayan sido
formados de acuerdo a los valores, creencias, costumbres, formas de producir y consumir,
con una manera de entender el mundo y su movimiento de acuerdo a la historia que les ha
tocado encarnar.
Siendo así, es necesario reconocer en todo momento que la educación, la manera y los
contenidos con los que se forma a los sujetos de una sociedad, es un terreno que se
encuentra en permanente disputa; que se halla en tensión entre los intereses de los
diferentes grupos de poder (políticos, empresarios, organismos internacionales…) y las
necesidades profundas de las sociedades en las que se insertan. Depende de la fuerza de una
sociedad para organizarse y su capacidad de reconocer y defender sus necesidades, que se
trasluzcan sus demandas educativas en el sistema de educación, en cualquiera de sus
niveles. Una sociedad poco reflexiva en torno a la formación que requiere para transformar
sus condiciones de existencia, se encuentra a expensas de la imposición de programas
educativos que buscarán, primordialmente, generar ganancias a partir de la explotación del
trabajo de una población que difícilmente se beneficiará de ellas.
En la sociedad capitalista contemporánea, en la que las pautas sobre las que se organizan
mujeres y hombres dimana de la organización del mercado, y ésta a su vez de las
necesidades de acumulación de un grupo muy, pero muy reducido de personas, la
educación lógicamente está encauzada a alimentar la acumulación de los dineros en las
manos de este grupo. No solamente en términos de la preparación de cuadros aptos para
realizar tal o cual trabajo en la cadena productiva; el diseño del sistema escolar también
busca establecer los contenidos y mecanismos que susciten la legitimación del modelo de
sociedad en el que emerge, es decir, su aceptación en el imaginario social. El trabajo de
formación y aceptación ideológica en una sociedad como la nuestra se construye de manera
cotidiana a través de los medios de información masiva y los sistemas educativos, de allí
que sea indispensable analizarlos con lupa crítica.
Si estamos de acuerdo en que cada proyecto educativo está vinculado a un proyecto político
específico, hay que poner atención entonces a cuáles son los intereses a los que éste
responde. En el caso del sistema educativo mexicano (como en la mayoría de los casos del
3. mundo), es posible ubicar históricamente a qué propósitos ha servido el aparato educativo
institucional de acuerdo a las necesidades sociales, económicas y políticas de los grupos de
y en el poder en cada momento. Tristemente, tras un recuento de las transformaciones que
ha sufrido la educación institucional en este país, es posible reconocer que, salvo honrosas
excepciones (las Casas del Pueblo en los años 20, el proyecto Cardenista de educación
socialista –con sus limitantes-, la creación de las Normales Rurales, y mucho más
recientemente, la fundación de los Colegios de Ciencias y Humanidades por Pablo
González Casanova), los movimientos que se operan en el sistema educativo mexicano han
estado encaminados a reacomodarlo en función de las necesidades de los grupos políticos
en el poder y, a últimas décadas, cada vez más de las necesidades de los empresarios
(verbigracia la Educación por competencias, que traspasa la evaluación en las
organizaciones empresariales, a los sistemas escolares).
En estos tiempos en los que el debate en torno a lo educativo en México cobra nueva
actualidad, es importante trascender los discursos popularizados que pretenden
desconocerla como real terreno que es disputado por los diferentes proyectos de sociedad,
para estar atentos a cuáles son los intereses profundos que guían las transformaciones del
sistema educativo en el país. A fin de ir deshebrando la enredada madeja de lo educativo, es
necesario profundizar en un análisis que asuma la educación como elemento central en la
organización y legitimación del orden social, que sea capaz de ubicar la relación que la
dimensión educativa mantiene con lo político, lo económico, lo cultural; es imprescindible
reconocer cómo es que se tejen estas relaciones, de qué manera se condicionan o
determinan y cómo impactan en la vida cotidiana de mujeres y hombres, niñas y niños.
Quedan un puño de aristas que considerar para ir avanzando en la comprensión del tema
educativo; en siguientes entregas trataré de ir planteando algunos elementos que considero
centrales para elaborar una crítica reflexiva y concienzuda sobre la educación. Nos quedan
pendientes temas como la diferenciación entre educación y escolarización, la
transformación de los modelos en los últimos años en beneficio del mercado, la
pauperización de la enseñanza, pero también, nos resta hablar de las experiencias de
educación que, a veces desde el terreno institucional y otras fuera de él, proponen formas
educativas desde el diálogo, la equidad y el reconocimiento del otro, para la construcción
de sociedades que trabajen para la libertad.