1. En el segundo semestre de 1978, el Departamento de Lengua y
Literatura convocó a un concurso para contratar dos profesores
A medio tiempo.. (Entre una decena de postulantes, ocupé el primer
puesto. En el semestre siguiente, el Jefe de Departamento, el
doctor González Villaverde, procedió a renovar el contrato.
En 1981, la Oficina General de Personal convocó a concurso dos
plazas, a tiempo completo, para ingreso a la docencia regular.
Los expedientes de los postulantes fueron sometidos a la revisión
de rigor.(El señor Julio Piedra, funcionario antiguo y reconocido
por su eficiencia, descubrió una anomalía en el certificado de
antecedentes penales del profesor Juan Paredes Carbonell: la
fecha de emisión había sido borrada y modificada; para colmo,
correspondía a un domingo. Según el reglamento, se procedió a la
descalificación: El Consejo Universitario con una flexibilidad
inusual- consideró necesaria la opinión del Director de esa
dependencia.
El Consejo Universitario, en manifiesta complicidad, avaló el
argumento.
El jurado lo conformaba Adolfo Alva Lezcano (Presidente), Luis
Cabos Yepes (Secretario), Elia Álvarez del Villar, Julio
Rodríguez y José Huamán Delgado; Secundino Rodríguez
(accesitario) y el antropólogo Eduardo Achútegui como
delegado docente. Salvado el "impase", se procedió a la
calificación del curriculum vítae. Allí se manifestó otro
síntoma sospechoso. Aquejado por una fuerte gripe, no concurrí.
2. Uno de los postulantes, Juan Segura Vasquez, cuando
correspondió mi turno, la mayoría de mis certificados fueron
rechazados, algunos.... merecieron el puntaje normal los
documentos de Juan Paredes Carbonell y de Manuel Melgarejo eran
aceptados sin reparos. El doctor José Huamán, el único que podía
darles guerra, renunció. Lo remplazó Secundino Rodríguez, una
presencia decorativa y un voto incondicional para ellos.
Para las exposiciones se concedió sólo veinte minutos. (¿Acaso
porque ya no había necesidad de escuchar a lo; postulantes o no
les interesaba evaluar sus cualidades didácticas?). Éramos siete
y el orden se estableció por sorteo. Me correspondió la segunda.
En la primera, Rene Estrada Cruz expuso un tema acerca de la
identidad real de Don Juan Tenorio, Paredes Carbonell no abordó.
Era un trabajo bien documentado, pero no correspondía al nivel
de postulación. El trabajo parecía un informe de asignatura de
un estudiante y no excedía de veinte páginas.
Sustenté mi ensayo sobre Cien años de soledad. Debí limitarme a
lo esencial. En la fase de las preguntas, pude advertir que la
mayoría de los miembros del jurado no habían leído la novela o,
en el mejor de los casos, tal vez lo habían hojeado por compromiso.
Las preguntas, vagas o descontextualizadas, me dificultaban las
explicaciones; el doctor Julio Rodríguez, más honesto, se
abstuvo.
La doctora Álvarez fue la excepción: se había preparado para
demostrar que era un mamarracho Lástima, sus argumentos carecían
3. de sustento.
En su error equiparó a Melquíades con el médico nazi Joseph
Mengele. Intenté explicarle que la alquimia es una metáfora
referida a la posibilidad de una mutación psicológica.
Más inflexible que Amaranta, no me atendió ni entendió. Otro
grueso dislate fue sostener que yo había confundido Canaán con
Caná.
Con esta apreciable profesora tuve, hasta antes del concurso, una
relación muy cordial. Su actitud, sospecho, se afectó por mi
manifiesta filiación masónica , organización excomulgada por la
Iglesia Católica.
No es un secreto, el ingreso a la docencia en las universidades
estatales ha dependido más de los intereses políticos o del
acercamiento a los clanes de poder. Si la izquierda peruana se
había propuesto capturar el gobierno de las universidades
estatales como parte de un proyecto para impulsar una revolución
popular armada, yo no encajaba en sus planes.
En la experiencia que nos atañe, el doctor Gil Malea no aplicó
el reglamento por una razón: había empezado a levantar su
plataforma para ser elegido rector, llegada la oportunidad, con
el apoyo de la izquierda. ¡Aunque yo lo sospechaba, me la confirmó
en la Primera Feria Internacional del Libro (año 2012) un poeta
y veterano militante de la izquierda (guardo su identidad por
discreción). Mientras bebíamos cerveza y evocábamos nuestros
trajines iniciales en la literatura, L. aludió a mi ensayo y a
4. ese concurso. El apoyo decisivo se obtuvo a través de Alfonso
Barrantes" Lingán, en ese momento el líder de la izquierda
peruana. Así se explica que el doctor Gil Malea encubrió la
irregularidad del documento cuestionado. Trece años después
cumpliría su caro anhelo.
Recuerdo, a fines de la década del setenta, un concurso en la
Facultad de Matemáticas tuvo un desenlace trágico: una profesora,
decepcionada por el descaro con que el jurado la había
perjudicado, se suicidó.
La profesora Elsa Tatiana Chávez Gutiérrez (no existe relación
de parentesco, por si acaso) fue mi alumna en el curso de
Literatura Latinoamericana, Ocupó el primer puesto en su
promoción y alcanzó el más alto puntaje de la Facultad de
Educación. Ha trabajado contratada durante catorce años,
participado en tres concursos, pero el grupo de poder le cerró
las puertas.
Eduardo Quirós Sánchez se había retirado dos o tres años antes,
pero no cesado. Resuelto) favorablemente el motivo de su
alejamiento, se reincorporo en 1984. El año siguiente, como un
justo reconocimiento a su trayectoria y un poco a manera de
desagravio, fue elegido Decano de la Facultad de Educación.
La incorporación de Sanie1 Lozano Alvarado a la UNT, amigo y uno
de los integrantes más destacados de mi promoción, resultó
providencial. Por razones familiares necesitaba trasladarse a
Trujillo. Durante varios años realizó gestiones en vano. Lozano
5. Alvarado continuó sus gestiones en la Asamblea Nacional de
Rectores y logró su traslado a la UNT.
Ingresábamos a las aulas y aplicábamos pruebas de ortografía y
redacción para demostrar el pobre nivel de dominio idiomático de
los estudiantes. Con muchas gestiones adicionales, logramos el
objetivo.
Antes del concurso, 1985, el ingeniero Mashahiro Iwanaga Ángulo
fue elegido Secretario General del Sindicato_de Docentes.
Después se distanció de la izquierda empeñada en capturar el
poder a costa de deshonestidades y había sufrido con indignación
el fraude que se cometió en mi contra en 1981.
Luis Cabos había sido inhabilitado por dos años para integrar
jurados. Acostumbrado a las trapacerías y artilugios. Esa vez no
le sirvieron sus argucias maquiavélicas y el Consejo
Universitario le aplicó la sanción correspondiente. Me contaron
que refiriéndose a mí había dicha "Si pretende ingresar, tendrá
que pasar sobre mi cadáver". Se cumplió lo que afirma Goethe: "Si
tú estás verdaderamente comprometido con tu meta, el universo
entero conspira a favor tuyo para que aparezcan los instrumentos
y personas que permitirán lograrla".
Una mañana de diciembre, en la puerta de la Ciudad Universitaria
nos encontramos con el doctor Rafael Narváez Cadenillas. Yo
entraba y él salía. Me detuve para saludarlo. No había sido mi
profesor en el colegio, pero sí en el segundo año de Letras, en
el curso Historia de la Cultura Universal. De esa generación de
6. excelentes profesores que entre la década de los cincuenta y
sesenta compartieron la enseñanza entre los colegios y la UNT,
el doctor Narváez fue, a mi juicio, el más carismático. Con el
aula atestada, apretados en bancas incómodas, dos horas nos
parecían diez minutos y jamás se percibía aburrimiento; al
contraria, nos dejaba con las ganas de continuar escuchándolo.
Fue el último profesor en el arte de enseñar sin otro recurso que
la palabra.
Mi participación en la VI Olimpiada Nacional Universitaria afectó
mi asistencia a las clases y mi ritmo de estudio. Decidí rezagar
su curso del doctor. Lo rendiría en marzo., Me preparé, pero la
fecha coincidió con el examen a los postulantes de preidiomas.
Lo busqué y lo encontré en el local de Almagro Le expliqué el
inconveniente y le solicité, como un favor especial, que me
fijara otra fecha. Me miró de pies a cabeza. "¿Cuál es su
nombre?" Se lo di. "Vaya a prepararse para su examen con Ernesto
Zierer". Me palmeó el hombro, sonrió y se retiró. Cuando fui a
ver la lista, temblando, figuraba entre los aprobados. Veinte
años después, mantenía el sentimiento de gratitud_con esa voz
cadenciosa que lo caracterizaba, me dijo: "Profesor Chávevlou
felicito. Estuve muy pendiente de los resultados del concurso.
(*) Usted es la mejor adquisición que ha hecho la universidad en
estos últimos años. Le deseo éxito...". Estrechó mi mano entre
las suyas y se alejó. Nunca volvería a verlo.
Por gestión del doctor Alberto Moya Obeso, uno de sus discípulos
7. predilectos desde la secundaria en "San Juan". Como los
verdaderos maestros, no necesitó escribir libros para dejar una
huella imperecedera. Fue una combinación feliz del docente culto
y del hombre decente. Por su actitud benevolente,- sus gestos
parsimoniosos, amplia tolerancia__y_, total entrega en el aula,
a mí siempre me pareció un sacerdote oficiando un ritual más que
un profesor explicando un tema.
La universidad me significó un incremento de la carga horaria y
más obligaciones, pero una disminución de mi sueldo, comparado
con el que había recibido en el Colegio Militar.
La década del ochenta ha sido la más nefasta del Perú en el siglo
XX. En 1983 apareció Sendero Luminoso. El desorden, crisis
económica, alcanzaron límites inauditos. A partir de 1985, el
gobierno aprista contribuyo a agravar la situación. En dos años
dilapida los recursos fiscales. El resultado fue una
hiperinflación de pesadilla y una inmoralidad generalizada. En
este pandemónium, los empleados estatales fuimos los más
perjudicados.
A partir de setiembre de 1987, la hiperinflación nos golpeó sin
misericordia. Recibíamos billetes que perdían su valor
adquisitivo en el lapso de horas. Quienes hemos' vivido .esa.
experiencia, ya conocemos el infierno. El fin de mes era esperado
con angustia. Dictábamos la clase con el pensamiento en el
cheque, y atentos al aviso "¡Ya están pagando!", para salir
corriendo a la Tesorería. Varios merodeábamos su oficina, en la
8. Facultad de Farmacia. Si aparecía y con un movimiento de mano
indicaba que ya había autorización, podíamos respirar
tranquilos. Era infalible.
En el Banco de la Nación la cola llegaba hasta medía cuadra del
jirón San Martín. Para ganar tiempo se recurría a endosar el
cheque a un colega. En el peor momento de la hiperinflación, los
sufrientes avanzábamos con un nudo en la garganta rogando que no
se acabara el dinero. La alternativa era correr a otro banco. Yo
iba al Nor-Perú, porque allí contaba con varios amigos. Entonces
debí recurrir a la Caja de Ahorro y Préstamo, en el Jr. Bolognesi,
junto al correo, donde yo cancelaba el arriendo por el
departamento.
La causa de mi trauma se remonta a esa época. Cuando Alan García
aparece en la pantalla del televisor, sonriente, rozagante,
optimista y derrochando la felicidad.
A fines de 1986, Hidrandina me contrató para dictar un taller de
"Ortografía y Corrección Idiomática" a su personal
administrativo. La capacitación coincidió con una prolongada
huelga universitaria. En cierta oportunidad, la que llegaba más
temprano me preguntó por el motivo de la huelga. Me pregunto,
cuánto ganaba un catedrático. "El rector, once mil quinientos
intis. La señorita abriólos ojos por el asombro. "¿Sabe cuánto
gana la señorita que se sienta al fondo, llega tarde y no sabe
dónde colocar la coma?". Me encogí de hombros. "Trece mil intis".
En la década del ochenta, el Perú vivía una anomia y la universidad
9. no pudo ser la excepción. Las huelgas (reclamando por aumentos
salariales y la homologación) eran tan frecuentes y tan largas
que el año académico se reducía a un ciclo.
El Sindicato había acordado una multa por la asistencia. Con
Saniel Lozano íbamos al Teatrín "Copérnico". Nos sentábamos en
la última fila. "Anoto los errores que comenten los colegas cuando
hablan", me respondió y me mostró la página.
También los estudiantes ya exhibían las nefastas consecuencias
de la Reforma Educativa, la masificación del magisterio y un
concesivo sistema de ingreso. Daba la impresión de que la
secundaria había sido una formalidad. A pesar de que la UNT aún
era la única en Trujillo, permitía el ingreso según el orden de
mérito, sin considerar el criterio del puntaje mínimo. Ciertas
facultades cubrían su cupo de vacantes con alumnos que no habían
alcanzado ni diez puntos e, incluso, debían puntos. Con alumnos
sin las aptitudes y habilidades indispensables, la Universidad
sacrifica, su característica esencial: albergar una élite
intelectual.
Según mi experiencia, la Facultad de Medicina fue la excepción.
Presté servicios un total ocho años y puedo afirmar que allí he
encontrado los alumnos más inteligentes y disciplinados. Nunca
tuve necesidad de llamar la atención o reprender. Querían
aprender todo lo posible. Lo demostraron en una oportunidad. Como
miembro del Consejo de la Facultad de Educación, en una
sesión extraordinaria el debate se extendió demasiado y no pude
10. asistir. Asistieron todos. En otra oportunidad comenté La
incógnita del hombre y lo recomendé. En la semana siguiente, más
de diez ya lo habían comprado y empezado a leer.
En 1981 apareció, en la entrada de la UNT, la primera pinta en
el suelo anunciando la presencia de Sendero Luminoso. Ya había
empezado a matar campesinos en la sierra central, pero el ingenuo
Belaúnde Terry los confundió con abigeos. Cobró más fuerza y en
menos de una década causó daños cuantiosos a la economía, cobró
miles de víctimas, sembró el terror y generó el caos.
Al inicio de una clase de Lenguaje, un alumno -alto, esquelético,
nariz aguileña, ojeroso- levantó la mano. Me manifestó su
disconformidad: el camino de la espiritualidad no había
funcionado, el lobo (el capitalismo) se disfrazaba de cordero
para explotar mejor, el sistema no podría mejorar con sermones.
Concluida la clase, un alumno me acompañó hasta mi cubículo.
Quería información sobre Gurdjieff. Antes de salir me dijo: "Ese
alumno, dicen, pertenece a Sendero. Cuídese, profesor..." Le
agradecí. El defensor de la violencia desapareció del aula Dos
o tres meses después vi su nombre en La Industria: en una redada,
la policía lo había capturado como presunto terrorista.
El profesor Cabos, con casi treinta años de servicios, no había
ejercido oficialmente ningún cargo de gobierno en la burocracia
de la universidad.
A mediado de 1984 empezaron a circular en la Facultad de Educación
pasquines atacando al doctor González, Herido en su amor propio,
11. solicitó su cese. Alguien me informó que la doctora Elia Álvarez,
amiga entrañable del doctor González, había llorado de
indignación y, quizá, arrepentido de haber apoyado a ese grupo.
Cuando ingresé a la docencia regular en 1985, José Huamán Delgado
era el Jefe de Departamento. Aparte de editar la revista
"Literatura", se dedicaba a controlar la puntualidad y
permanencia de los docentes con un celo de capataz.
No le importaba el sueldo de hambre que recibíamos, que yo no era
profesor a Dedicación Exclusiva; tampoco, que cumplía Con mi
horario normal y para esos cachuelos empleaba mis horas libres
en la noche o los sábados.
Tres años después, lo reemplazó Luis Cabos. Quirós Sánchez era
el Decano de la Facultad, Saniel Lozano recién había sido
trasladado de Cajamarca, Paredes y Melgarejo no compitieron.
Pero quería algo especial,. Antes de la votación apeló a sus
recursos persuasivos para que se lo eligiera por unanimidad.
Saniel y yo habíamos ido con la idea de votar en blanco, pero
luimos generosos y le concedimos la oportunidad que solicitaba.
Me pareció, extraño estrechar esa manita pequeña y blanda que sin
dudarlo hubiese firmado mi sentencia de muerte.
Cabos era la cabeza visible y pública de un grupo de docentes de
la Facultad de Educación. Para comprometerlos, exhibía sus
nombres en una lista pegada en una de las paredes de su cubículo.
Lo calificaba de "estratega político", obviamente en mérito a su
12. inteligencia y sólida formación ideológica, y ocupaba un lugar
en su altar de rezos matutitos junto a Marx, Lenin y Mao Tse Tung.
Un profesor había rendido su examen para ascenso de categoría.
El jurado lo integramos Luis Cabos, ManueL Melgarejo, Saniel
Lozano, Enrique Segura y yo. Lamentablemente, el Trabajo de
Habilitación resultó_ inconsistente y la exposición, peor.
Entonces Cabos, con tacto diplomático, nos pidió reconsiderar
nuestros, calificativos. Su argumento: evitarle al colega la
vergüenza pública. Cabos empezó a parpadear y a jugar,
incomodísimo, con el lapicero. "¡Esto debe denunciarse!", bramó
y nos miró uno por uno. Cabos quizá como un último recurso
persuasivo, le preguntó: "Manuel, ¿acaso estoy perdiendo un
amigo?" "¡Por supuesto, y me avergüenzo de haberlo sido!" El
camarada, el admirador, el acólito y turiferario se había
insubordinado. Metió sus papeles en su cartapacio y antes de salir
nos advirtió: "Si lo aprueban, no firmaré el acta".
En 1991 Saniel Lozano fue elegido Jefe de Departamento. Antes
había formado el "Centro de Estudiantes de Lengua y Literatura"
y con ese apoyo empezó a realizar cursos.. conferencias,
conversatorios y editar boletines. Su dinamismo, prestigio
intelectual y carisma le facilitaron su elección como Mecano, en
abril de 1992. Debía vacar en la Jefatura del Departamento y
convocarse a una elección extraordinaria para cubrir el cargo.
Como Eduardo Quirós y Cabos Yepes se habían retirado, sólo
quedaban cuatro Principales (Lozano, Huarnán, Paredes y
13. Melgarejo); Zulueta y yo éramos Asociados; César Acevedoy Hermer
Rubiños, Auxiliares. La fecha fijada fue el 22 de mayo, a
mediodía. Antes de iniciársela votación, el representante del
Decanato, responsable de garantizar el proceso, leyó el
reglamento.
Cumplir las nuevas obligaciones me impuso horarios rígidos y un
recargo de tareas, porque no se contaba con secretaria. Cuando
se me presentaba situaciones difíciles, no tenía a quién
recurrir. Prefería solicitar el asesoramiento en otros
departamentos o en el Decanato. Estar sentado detrás de un
escritorio atendiendo gente y tramitando documentos me empujó a
fumar con el ritmo del doctor González Villaverde. Curiosamente,
la dependencia desapareció, sin tratamiento ni esfuerzo, seis
meses antes de retirarme de la universidad.
En diciembre de 1992, Huamán Delgado cesó del servicio. En
reconocimiento a su solvencia académica y dedicación, merecía una
despedida.
El al año 1988 se anunció que pronto funcionaría la sección de
postgrado. Se ofrecería el grado de maestro, pero con un
requisito: el de bachiller; también, que los ascensos a la
categoría de asociado y principal estarían condicionados a
ostentar los grados de maestro y doctor, respectivamente.
En la época que me recibí el título sólo se necesitaba la clase
modelo o magistral.
un proyecto que había germinado como lector desde mi etapa de
14. estudiante universitario. Ofrecer una propuesta me demandó
trabajar muy fuerte durante un año. La titulé Los niveles de la
literatura (Hacia una taxonomía para la valoración de la obra
literaria).
Presenté el proyecto y fue aprobado. La sustenté en abril del
1989. El jurado para lo conformaron Saniel Lozano, Juan Paredes
y Manuel Melgarejo. Lozano y Paredes - inteligentes, asiduos
lectores y creadores de literatura- lo aprobaron; Melgarejo
colocó su balota negra. Si acaso su intención fue estigmatizar
mis limitaciones como investigador, cumplo con satisfacerlo.
El doctor Antonio González Villaverde había llegada de España,
a principios de la década del cincuenta, renunciando a su vocación
sacerdotal y huyendo del franquismo. Lo conocí en el primer año
de Letras.
Durante sus clases, los cigarrillos se sucedían uno tras otro,
desbordaba de información que intercalaba con citas, a menudo en
latín. Nunca antes había conocido un profesor tan culto.
Los que escogimos la especialidad de Castellano y Literatura,
gracias a él aprendimos Morfología y Sintaxis, Literatura
Española, Literatura Moderna, Teoría Literaria y Estética; mejor
dicho, todo.
Para estudiar en la especialidad exigía dos condiciones escribir
decorosamente y gustar de la lectura. En la primera clase de
Español I aplicaba una prueba de ortografía. La calificaba y la
devolvía personalmente. A los desaprobados les recomendaba la
15. conveniencia de trasladarse a Historia o Filosofía.
Era muy exigente. En Español I (el curso que le servía para conocer
a sus alumnos) estudiábamos todas las funciones gramaticales y
había que aprenderlas de memoria. Tomaba individualmente un
examen oral de conjugación. No se podía aprobar el curso ni sin
cumplir con este requisito. Aunque no pasaba lista, su estupenda
memoria le permitía llevar el control de los ausentes y faltar
a sus clases lo interpretaba como una muestra de desinterés.
Una virtud en el doctor González era su interés por conocer de
cerca a sus alumnos y establecer un nexo de confianza. Para esto,
siempre al inicio del año, promovía un paseo a algún lugar
cercano. En el primer año de especialidad fuimos a Virú. Antes
del almuerzo, todos con un vaso en la mano, nos internamos en un
huerto de ciruelos, en la parte posterior del restaurante.
Después del almuerzo, a la ahora de los brindis y el baile, nos
enfrascamos en una larga charla sobre libros y autores...
Su mayor alegría era descubrir un estudiante "envenenado" por el
vicio de la lectura. Entonces nos ofrecía libros y, sólo a
algunos, una prueba: reemplazarlo en una clase.
El día señalado llegué con el temor del debutante. El doctor
González me esperaba. Al verme, fue a sentarse al fondo. Añadí
algunos comentarios sobre su original concepción de la novela y
su feroz crítica a la perversión doctrinal del Cristianismo. El
doctor González se puso de pie, hizo un gesto para que me detuviera
y salió del aula.
16. Era las nueve de la mañana. Debimos ir a "Kioko" a tomar café,
pero un grupo de mis compañeros propusieron el Bar "Porturas"
para "celebrar" el acontecimiento.
En la clase siguiente, el doctor González continuó hablando de
Unamuno. Profundizó las explicaciones acerca del existencialismo
y El sentimiento trágico de la vida.
Ejerció, con varios de sus alumnos, una tradición que ya se ha
perdido y él, creo, fue el último representante: "el maestrazgo".
El año y medio que trabajé a su lado fue tremendamente formativo
para mí.
Me ofrecía sus opiniones y al día siguiente me proporcionaba
libros para ampliar la comprensión del tema.
Me proveía de libros Me traía cuatro o cinco y me pedía una
opinión. Un lunes colocó sobre mi mesita uno de pasta anaranjada.
"Te va a interesar", me dijo. Era Hacia un humanismo americano,
de Orrego, recién publicado por Juan Mejía Baca (1966).
Esa generosidad se extendía a otros. Me consta, prestaba sus
libros, sin documento ni cargo. A lo largo de treinta años_ debe
haber perdido muchos. Conmigo fue generoso hasta el último.
Quienes tuvimos el privilegio de ser sus alumnos en la década del
sesenta, la figura inolvidable del maestro la asociamos
necesariamente con el Seminario de Letras, en el jirón Diego de_
Almagro, junto al Consultorio Jurídico.
Lugar obligatorio de encuentro, allí acudíamos para elaborar los
trabajos grupales y ensayar las exposiciones; también para
17. encontrar a alguien dispuesto a ir al cine, al café o al bar; pero
acaso lo más importante era ver al maestro, siempre leyendo y
fumando
En ese recinto, pequeño,, penumbroso y maloliente viví una etapa
feliz, porque estaba rodeado de libros. No pude leerlos todos,
pero sí muchos.
Allí, a mediados de 1967, me enteré de la publicación de Cien años
de Soledad. Manuel Peralta Merino (era estudiante de filosofía),
la elogió con exceso y me ofreció prestármela (había una larga
cola esperando). Me la llevó un viernes y me dio tres días de plazo
para devolverla. La leí en día y medio, de pie, hebetado, casi
negándome a aceptar tanta maravilla.
El doctor González se retiró de la UNT en la plenitud de sus
facultades. Los que le mordieron la mano que alguna vez les
ofreció amistad, quisieron ignorar su alejamiento de las aulas.
Pero como el mérito real nunca puede ser ignorado ni olvidado un
nutrido número de sus exalumnos solicitaron, mediante un memorial
dirigido a la Facultad de Educación, que se le_ concediera la
distinción de Profesor Emérito.
Conociéndolo, nunca presentaría la solicitud. En un intento por
lograr una excepción, publiqué el artículo "Nuestro último
maestro" (La Industria, 06-VIII-1987), en el que resaltaba sus
altas cualidades intelectuales, su trayectoria docente y su
aporte a más de treinta promociones de la especialidad.
Había escrito unas líneas de agradecimiento con palabras^
18. sentidas y bellas. La nota se perdió en un robo perpetrado en mi
cubículo -años más tarde, pero sus palabras las conservo
fielmente en mi memoria y en mi corazón; y lo que me deseó como
expresión de gratitud, se viene cumpliendo.
Entonces, urgidos por el imperativo de que el maestro recibiera
lo que merecía, se nos ocurrió una bribonada: redactar la
solicitud, imitar su firma e ingresarla sin su consentimiento.
Como su firma no era muy complicada, resultó una tarea sencilla.
Una semana después se enteró del trámite y fue a buscarnos. Nos
invitó al cafetín. Ya había dejado de fumar y no sabía cómo
disimular su engorro. Mientras bebíamos el café, un poco en broma,
un poco en serio, amenazó con descubrir al autor de la broma para
descargarle "un derechazo en la mandíbula".
En abril de 1988, en el la oficina del rectorado, en una ceremonia
privada, el ingeniero Carlos Chirinos Villanueva le otorgó la
medalla de Profesor Emérito. Invitó a sus colegas, amigos más
íntimos y algunos colegas del Departamento. Nos dispusimos a
escuchar un discurso memorable; pero, ganado por la emoción, se
limitó a agradecer la presencia de sus colegas y amigos, se quedó
callado un largo rato y, con cierto esfuerzo, concluyó: "La
universidad ha sido una madre para mí". Repitió dos veces más la
frase y se sentó.
Dos años después lo atacó un cáncer linfático. Su esposa, la
doctora Yolanda Baldwin, lo trasladó a Lima para que recibiera
un tratamiento intensivo. Estuvo dos meses y debieron volver. El
19. mal lo había invadido. Lo internaron en la clínica del Hospital
de Belén. Lo visitamos con José Huamán. Agonizaba.
Enflaquecido, pálido, en posición fetal, apenas pudo
reconocernos, pero sonrió y cerró los ojos, como dormitando. Me
hubiese gustado decirle que mi deuda de gratitud era eterna;
"Adiós, Maestro y Amigo" y que me respondiera con su inolvidable
voz pedregosa. Tomé una de sus manos y la apreté. Antes de que
mi pesar se convirtiera en llanto, salí.
Entre los escasos honores que he recibido en mi vida, lo considero
el más significativo.
La ceremonia se realizó en el Paraninfo. El salón estaba repleto
de exalumnos, familiares, amigos, profesores de la Facultad de
Educación y autoridades académicas. Había preparado con esmero
un discurso que titulé "Laurel para un Maestro". El sonoro y
prolongado aplauso del público fue un tributo ofrecido con
respeto y admiración a este generoso maestro, acaso el profesor
más culto en la historia de la UNT.
El programa de maestría en la Facultad de Educación empezó en
marzo de 1994. No postulé. Esperé cumplir con la función de Jefe
de Departamento y, de paso, preparar mi trabajo para ascender de
categoría. Me presenté en el examen siguiente con un proyecto
titulado "Hacía un pedagogía trascendental” El doctor Gil Malea
presidía el jurado. Gané la plaza.
En esa época se estudiaba de lunes a viernes, desde la cinco de
la tarde hasta las nueve y media de la noche, y los sábados, hasta
20. mediodía. La dinámica preferida era la conformación de grupos,
la elaboración de informes y la sustentación en un pleno, bajo
la conducción del docente.
Todos conocían su materia y demostraban empeño. El primer ciclo,
en el curso Proyectos e Informes de Investigación, aplicó una
metodología novedosa: nos proporcionaba, cada .emana, un
proyecto de tesis de las presentadas en el ciclo anterior y nos
encargaba leerla minuciosamente para descubrir los aciertos y
desaciertos. Tres ciclos consecutivos practicando esa
metodología nos permitió despertar una especie de "ojo clínico"
para descubrir, con rapidez y eficacia, los puntos flacos en un
informe de tesis.
Me beneficié aún más con él, porque fue el asesor de mi tesis.
Un criterio estrecho de la Escuela de Postgrado prohibió las de
tipo filosófico o discursivo. En mi caso, debí cambiar el proyecto
inicial por otro que permitiera medir resultados y ofrecerlos
con porcentajes y cuadros estadísticos,. Mi nuevo proyecto de
tesis se tituló "El Método Tonológico para mejorar el dominio de
la puntuación en el nivel universitario".
En abril de 1996, antes de iniciar el cuarto ciclo, llegó a los:
"maestristas" (extraño neologismo) un documento de la Dirección
de Postgrado. No aceptar el acuerdo del Consejo Universitario
obligaba a la devolución económica de los costos; negarse
implicaba la anulación de los estudios. Ese año yo cumplía treinta
y tres años de servicios y había decidido solicitar mi cese apenas
21. concluidos, los estudios...
No firmé el documento. Presenté una carta alegando lo que yo había
postulado sin esa condición; por lo tanto, el nuevo acuerdo no
era válido para mí. Continué estudiando, pero antes de concluir
el ciclo recibí una resolución. Se me comunicaba que había sido
excluido del programa por incumplimiento de pagos, se me
Ululaba la matrícula y todos los estudios previos.
Nuevamente mi destino se cruzaba con el doctor Guillermo Gil
Malea, ahora como rector. El fallo fue desfavorable. No consideró
que mi caso era una excepción ni mi colaboración .id honorem como
director de la Revista Universitaria. En este caso sí cumplía
fielmente con el acuerdo del Consejo Universitario.
Apelé ante un Tribunal Administrativo. El SUDUNT (Sindicato de
Trabajadores de la UNT) me apoyó con los servicios de un abogado.
Lo ubiqué. Cuando Je. Informé del asunto, se indignó: "¡Cómo es
posible, colega!. ¡Cuánto abuso hay en nuestra querida
universidad! Bueno, no se preocupe.
Había decidido mi retiro, porque quería construir mi casa y
necesitaba dinero. El sueldo había mejorado con el gobierno de
Fujimori, pero no sería suficiente. Desde 1992 trabajaba en la
Universidad "César Vallejo" estaba creciendo y me habían ofrecido
aumentar la carga horaria.
Entre las clases en la Vallejo y los ajetreos de la construcción,
me había olvidado de la apelación. Un día, de regreso de la
Vallejo, Amelia me entregó un sobre. Debajo, escondido, he
22. encontrado este sobre". Lo abrí. Era el acuerdo denegatorio. Le
informé a Amelia de su contenido y le dije que renunciaba a la
maestría. "Perdiste los estudios de doctorado por tonto. Pero
nunca te perdonaría si le das gusto a esos sinvergüenzas. Busca
un abogado para que te asesore".
Me habían dado noticias de un abogado especialista en derecho
administrativo que defendía a los docentes y nunca había perdido
un juicio. Lo fui a buscar. Después de escucharme, me dijo: "Se
ha cometido una arbitrariedad y un atropello.
Después de cuatro meses llegó el fallo: me obligaba el pago a
partir de la fecha del acuerdo (el cuarto ciclo). El abogado me
propuso un litigio en los tribunales. Considerando el factor
tiempo, los costos y otras molestias, decliné.
Los Programas de Complementación y Profesionalización_
Extraordinaria se empezaron a ofrecer en la Facultad de
Educación en el primer quinquenio de la década de los noventa,
con el propósito de democratizar el acceso al título de
Licenciado concedido por la UNT
Esta experiencia me permitió comprobar el déficit de una mayoría
considerable de los participantes en el tema de corrección
idiomática. Debo destacar el interés y el empeño de esos
profesores venidos desde lugares distantes con grandes
sacrificios económicos.
Las secciones de Profesionalizaron la integraban^ ingenieros,
abogados, contadores, administradores, economistas. También se
23. necesitó un trabajo sostenido para que mejoraran su nivel de
comunicación oral y escrita.
El año 2008, cuando ya era un exdocente de la UNT, recibí una
invitación del PRONAFCAP (Programa Nacional de Capacitación
Permanente), a través de la coordinadora, la profesora Betty
Cabrera, en ese periodo administrado por el Departamento de
Educación de la UNT. Querían alguien con experiencia y -supongo-con
cara seria. En la clase inicial apliqué un test de puntuación.
Aprobaron sólo cinco. El resto (treinta y cinco) se alarmaron,
pero al cabo de un mes ya se había nivelado en este tema.
El programa de Complementación Académica ganó mucha expectativa
y generó demanda en los departamentos del norte. Los profesores
deberíamos viajar en dos oportunidades: la primera para ofrecer
la fase teórica y después para la evaluación.
Mi primera comisión fue Pucará (tierra natal del coordinador, el
profesor Gilberto Delgado Puelles), en la provincia de Jaén. Me
instruyeron cómo llegar: "En Chiclayo tomas una combi; le
preguntas al chofer dónde bajar; hay un solo hotel; allí te
esperará el delegado-alumno". El espacio disponible, en el
asiento posterior, era un triángulo negro y lustroso con el
espacio justo para acomodar una nalga; una de mis piernas debí
introducirla entre las piernas de un pasajero del asiento del
frente.
Por primera vez experimenté lo que significa una tortuga física
real. De costado y; encogido, cada kilómetro me parecía
24. interminable. Trascurridas dos horas se me adormeció la nalga
heroica y sentí la inminencia de un calambre en la pierna
estirada. Le pedí al chofer que detuviera su incómodo monstruo
para cumplir una necesidad orgánica. En el segundo trama intenté
distraer los dolores de la mala posición recordando momentos
felices de mi infancia en Cartavio; reconstruí minuciosamente
argumentos de películas y novelas…
Estaba al borde del grito 0 del llanto cuando vi luces a la derecha
de la carretera. Minutos después, el aparato se detuvo. Me habían
indicado que avanzara cuatro cuadras y luego hacia la izquierda.
Empecé a buscar una fachada con un letrero que dijera hospedaje
u hostal. Salió a recibirme el delegado-alumno. Me presentó al
dueño, un señor alto, flaco, que trataba de disimular su calvicie
con un mechón cruzado; vestía una camisa multicolor y apenas dijo
"Mucho gusto" denunció su inclinación sexual. El dueño, muy
amable, me indicó el lugar del baño y desapareció. Quedaba al
final de la única fila de cuartos. Me lavé el rostro y salí a comer
galletas y beber una gaseosa en una tiendecita.
A las siete de la mañana me despertaron unos golpes en la puerta.
Era el delegado. Me avisó que el curso empezaría a las nueve, que
regresaría a las ocho para tomar desayuno y luego trasladarme a
una pensión. El delegado tocó. Nos abrió una señora con aire y
gestos maternales. "Pase, doctor, mucho gusto", me dijo. En la
sala, a la izquierda, había improvisado, con sábanas, un
dormitorio con lo indispensable.
25. Abordamos una mototaxi que cruzó todo el pueblo y nos llevó a las
afueras. Bajamos al borde de un cerro de poca altura. El centro
educativo había sido construido en la parte alta y se llegaba por
una escalera labrada en la roca.
En la noche, después de cenar, quise conocer el pueblo. Caminé
algunas cuadras, sin rumbo. Pregunté si había un cine. Hacía años
que ya no funcionaba. Me acerqué. El restaurantito estaba vacío.
Entré, me senté y pedí una cerveza. El que atendía depositó
la botella, y me preguntó: "¿El señor viene de Lima?" Le respondí
que de Trujillo. Él era chiclayano y conocía Trujillo. A los cinco
minutos charlábamos como viejos amigos. La señora se disculpó por
no haberme dado una llave. La urgencia de orinar me despertó
en la madrugada. Tanteando, me aventuré a encontrar el baño.
Tropecé con algo y un perro ladró furiosamente. Se encendió una
lámpara. Apareció la señora. Me dijo que había un bacín al pie
de la cama.
Después de cenar me hubiese gustado quedarme a leer, pero la bulla
del televisor, las voces y la incomodidad de la mesita me
disuadieron.
A las siete y treinta el delegado me recogió de la pensión. En
una mototaxi nos dirigimos hacia el norte. Cruzarnos un puente
y entramos a una avenida muy ancha. Sirvieron pollo y varias
botellas de vino. Uno de ellos habló para expresar el
reconocimiento del grupo por el trabajo cumplido. Después de
comer, apareció una guitarra. La alegría continuó. A las once
26. seguíamos en penumbra. Le pregunté al delegado si había movilidad
disponible para el retorno. Negó con la cabeza. Le dije que
deberíamos retornar.
Afuera formamos una fila, con las manos colocadas sobre los
hombros. A mí me colocaron en casi al final. Empezamos caminar
con pasitos cortos, como engrilletados, para no pisarnos los
talones.
A tientas, avancé pegado a la pared. El delegado prendió un
fósforo. Reconocí la puerta de la pensión. Agradecí a todos,
introduje la llave y me hundí en otra oscuridad, pero donde podía
manejarme solo.
A mediodía, cuando me despedía de cada uno con un apretón de manos
y un abrazo, me detuve ante nuestro guía vidente. "¿Cómo lo
lograste? Eres el Nictálope de Pucará" le dije. El delegado me
acompaño a la pensión a sacar mi maleta. A la señora le había
pedido que no me preparara el almuerzo^ porque quería ir al
restaurante del chiclayano a probar su cebiche. La señora me
abrazó y me pidió que disculpara las incomodidades. Invité al
delegado a almorzar. El chiclayano se esmeró en atendernos.
Mientras comíamos el cebiche y brindábamos con cerveza, sentía
que esos cinco días habían durado un instante. Al borde de la
carretera, en el momento de despedirnos, el delegado me preguntó:
-Profesor, ¿qué le ha parecido la experiencia en Pucará?" La
respuesta me salió sin pensarlo: "¡Inolvidable!"
Integrar el equipo para la elaboración del examen de admisión se
27. consideraba un premio: la paga, por tres días, correspondía al
de mes.
El local dispuesto era (y creo que continúa) en la primera cuadra
del jirón Independencia, donde funciona el Vicerrectorado
Académico.
Antes de ingresar, los policías nos revisaron el maletín de
mano. Los exámenes estaban programados para el sábado y domingo.
Entre docentes y personal de apoyo sumábamos aproximadamente
quince. En mi área, me correspondía elaborar la prueba de Lenguaje
y Literatura y la corrección gramatical de las pruebas; al
profesor Juan Segura Vásquez, Razonamiento Verbal y el control
de los criterios tecnológicos.
El llamado "Banco de preguntas" resultó un cajón de sastre, una
alforja de ciego. Le mostré los ítems a Segura y le manifesté que
yo no podría trabajar con esos mamarrachos.
A las once de la mañana, compartiendo el espacio de las pocas mesas
y pupitres, empezamos el trabajo. A las doce y media hubo un
revuelo: voces, abrir de puertas. Aparecieron los integrantes de
la Comisión Central (cinco o seis). Antes de medianoche hubo un
suspiro general cuando la impresora offset empezó a funcionar.
Alberto Pinillos, gracias a su don de conversador inagotable,
amenizó la duermevela. Me contó de sus innumerables viajes por
el Perú y el extranjero, anécdotas de Trujillo, chistes... Cuando
me adelantaba una lista de potajes y bebidas para el desayuno^
y_rne_ preguntaba qué me gustaría almorzar, me quedé dormido.
28. Un empleado verificaba el orden de la compaginación de la prueba,
otro la engrapaba y colocaba en una ruma; luego, los mismos
trabajaron en el empaquetado.
Yo había llevado una novela, pero las canciones ininterrumpidas
por Radio "Romántica", la charla y las risas me impedían leer.
Con la experiencia ganada el día anterior, la elaboración de la
segunda prueba resultó una tarea más sencilla.
El encierro me había parecido largo, incómodo, agotador un
poco asfixiante, pero novedoso _v_ formativo. Con el doctor
Soberón y Juan Segura Vásquez buscamos el barcito en el jirón
Bolognesi para comentar la experiencia.
En mayo de 1994 me sucedió en el cargo de Jefe de Departamento
el profesor Juan Paredes Carbonell. También ese año el Dr.
Guillermo Gil Malea había cumplido su sueño de ser Rector de la
Universidad Nacional de Trujillo. Muy gentil, me comunicó que
había pensado en mí para que asumiera la dirección de la Revista
Universitaria. Acepté. Me puntualizó que debía reflejar el reto
de la universidad en el trance de adecuarse a los cambios y
exigencias de la sociedad contemporánea.
En 1995 al Rector se le ocurrió aumentar la carga lectiva de los
docentes que estudiábamos maestría. Normalmente al director de
la Revista Universitaria seje reduce por tratarse de una comisión
especial.
Al inicio del ciclo, en Marzo, envié una carta a todas las
facultades, escuelas y programas solicitando artículos
29. humanísticos o de divulgación científica, según las
estipulaciones establecidas. Empecé a visitar personalmente
los cubículos de los profesores del Departamento de Educación,
Ciencias Sociales, Psicología, Filosofía, Idiomas y a
solicitarles como amigo, una colaboración..
Es imposible que la Revista Universitaria Vol. 35
(enero-octubre) 1995 se la más pobre en la historia de la UNT.
Con la ayuda de mis colaboradores, apenas pudimos reunir once
artículos. Había presupuesto para 120 páginas. Con el rubro
Actualidad Universitaria, las notas informativas y fotografías
, cuadros estadísticos apenas se llegó a 77. Quizá por tanta
indigencia intelectual, el Dr. Gil Malca nunca me envió un oficio
de agradecimiento.
Fue la primera universidad no estatal de Trujillo. Inició sus
actividades en la calle Caqueta. Me invitó, en el segundo semestre
de 1990, el doctor Aurelio Lazo Vílchez, un exdocente en la
Facultad de Educación de la UNT, el Presidente de la Comisión
Organizadora.
En una oportunidad, advertí que una señorita miraba hacia abajo.
Me acerqué: estaba pintándose las uñas. "Si no le interesa el
estudio, mejor dedíquese a otra cosa, le dije y continué la clase.
Días después, el doctor Luis Gorriti (uno de los promotores) me
buscó: "¿Usted le ha dicho a una alumna que se dedique a la
prostitución?". Me reí y recordé una advertencia que aparece en
todos los libros de Semántica; el significado no está en las
30. palabras, sino en la experiencia... Le informé el motivo el
contexto y mi intención: un oficio, una profesión práctica. Se
sorprendió de la distorsión semántica, pero me recomendó: "Trate
bien a los muchachos"; yo me sentí tentado a recomendarle que
seleccionaran mejor a los alumnos.
El año siguiente se inauguró el local en la Avenida América Sur.
Me asignaron una sección de Ciencias de la Comunicación en el
primer ciclo y otra, de Derecho, en el segundo. En la primera
encontré un grupo de estudiantes con enormes deseos de aprender:
Con ese grupo no hubo problemas, pero en la de Derecho aprobaron
muy pocos.
A mediados del ciclo encontré en el cafetín a un excolega de la
UNT incorporado a tiempo completo. Estaba solo. Me llamó para que
lo acompañara.. La charla derivó al rendimiento de los
estudiantes. Le informé de mi preocupación, porque Aurelio Lazo
me había advertido que un sector de Los alumnos de la sección de
Derecho se había quejado por mi nivel de exigencia y mi
temperamento "¿Por qué te haces problemas? Aquí llegan los que
no pudieron ingresar a la nacional, con el agravante de que allá
el nivel también ha bajado muchísimo.. .A muy pocos les interesa
prepararse bien. Sólo quieren el título…"Tú has venido a arreglar
tu presupuesto familiar, ¿no? Estos jóvenes llegan acostumbrados
al desorden, a la indisciplina, a la informalidad; sólo están
pensando en fiestas, ¿y tú no vas a cambiarlos? No te hagas el
héroe...". Ahora se trataba de cómo caminar sobre una cuerda floja
31. y no caerse en una universidad privada.
Le dije que no se preocupara, porque el más descontento era yo.
A fines de diciembre recibí una notificación: debía acercarme a
una oficina, en la primera cuadra del jirón Pizarro para la
renovación del contrato. Llegado mi turno, le pedí al empleado
que consultara mi situación. Salió de la oficinita y hablo con
alguien en una sala contigua. No se demoró ni dos minutos. "Es
correcto. Firme". Leí el documento. "Debe haber otro error. Aquí
dice tres años". "Profesor...": no perdamos tiempo. Firmé por
triplicado, "¿Seguro de que todo es correcto?" insistí.
En la primera semana de marzo acudí a la oficina donde asignaban
los horarios. Di mis apellidos. El empleado buscó en el paquete.
"¡Caramba!, no la encuentro." Levantó el auricular, mencionó mi
nombre y colgó. "No ha sido considerado", me dijo". "Por favor,
consulte de nuevo, porque he firmado un contrato...", "Hable
usted con el doctor Lazo". Salía, cuando escuché pasos detrás de
mí. Era un funcionara al que conocía de vista. Me entregó una copia
del contrato y, en un papelito, el nombre y la dirección de un
abogado.
Decidí ir consultar el asunto con Riña Osorio, en ese momento
Directora Departamental de Trabajo. (Habíamos estudiado en la
universidad en la misma época y asistido a la olimpiada de
Arequipa). Me atendió de inmediato. "Si pides tu reposición;
ganas; si acatas el despido, por el incumplimiento del contrato
tendrán que pagarte los tres años".
32. En casa le informé a Amelia del asunto. Estuvo por el arreglo,
porque en esa época se había presentado la posibilidad de comprar
una casa y necesitaríamos dinero. Aurelio llamó a la seis. Había
sido un error; podía ir a recoger mi horario. Le agradecí y
decliné.
Debí aceptar. Esa misma mañana, a mediodía, se me presentaría la
oportunidad de incorporarme a la recién fundada Universidad
"César Vallejo".
En 1995 compartía cursos en los estudios de maestría con Alfredo
Valle Riestra Ponce de León. Antropólogo de profesión, se había
dedicado a la docencia universitaria con éxito.
Nuestra relación se remontaba al corto tiempo que trabajé en la
UPAO. En una oportunidad me apartó del grupo y me dijo: "Se ha
aplicado un test de opinión a la promoción de Ciencias de la
Comunicación que egresa este año. Una pregunta les pedía
seleccionar a los profesores que consideraban más útiles en su
formación profesional. Figuras entre los diez primeros, en el
quinto puesto... La UPAO nunca debió dejarte ir..." Me palmoteo
el hombro, felicitándome.
A mediados del 2009, el periodista Luis Zelada Espinoza me
invitó a asistir a una actividad social organizada por el Colegio
de Periodistas. El decano era Alfredo Valle Riestra.
"Jorge, recién me entero de que has sido profesor de la
mayoría de periodistas en actividad de Trujillo.
A fines de setiembre recibí un oficio: en el "Día del Periodista"
33. se me otorgaría un diploma, en el local de la ex prefectura.
Concurrí. Alfredo me entregó el pergamino con solemnidad y gran
satisfacción. El texto del pergamino dice: "En mérito a haber sido
maestro de varias generaciones, de periodistas profesionales y
como reconocido intelectual de La Libertad".
A media cuadra al jirón Independencia reconocí a Augusto Aldave
Pajares, Lo esperé- Habíamos compartido labores en la UNT, la
Academia "Atenas" nos unía una amistad de antigua data y el
vínculo masónico. Me informó que en abril empezaría a funcionar
la Universidad Privada "César Vallejo". El gestor era el
ingeniero César Acuña Peralta. "¿Te gustaría trabajar con
nosotros?" "Por supuesto" le respondí “Entonces.. hablaré con
Eduardo Gallardo Él. Está a cargo de la parte académica. A Eduardo
lo conocía porque habíamos compartidos jornadas; académicas en
la UNT. Lo llamé. "Por mí, encantado; pero se necesita la anuencia
del ingeniero. Mañana te aviso" me dijo. la cita sería a las tres
de la tarde del día siguiente.
La oficina funcionaba en el jirón Independencia, frente a la
iglesia San Francisco. Eduardo y me condujo a un ambiente
contiguo. El ingeniero César Acuña Peralta revisaba
documentos. Levantó la vista, me extendió la mano y me invi tó
a sentarme. En varias oportunidades enfatizó que para plasmar
su proyecto de una universidad competitiva necesitaba personal
idónea Aparentemente muy joven para una empresa de tal
envergadura, me impresionó ese entusiasmo, y seguridad que
34. irradian las personas destinadas al liderazgo y al éxito. Cuando
salí a la calle, me hice una promesa: ofrecer mi cuota de trabajo
para que esa nueva universidad cumpliera su misión.
La apertura del año académico se realizó en el auditorio deja
Cooperativa de Ahorro y Crédito "León XIII", en la sexta cuadra
del jirón San Martín. Esa mañana de abril nos reunimos
--aproximadamente trescientas personas.
El primer acierto del ingeniero Acuña fue seleccionar como
colaboradores inmediatos a un grupo de académicos con experiencia
y trayectoria.
Las actividades lectivas empezaron en el local del ex instituto
"Carlos Uceda Meza" en el pabellón del tercer patio Habitualmente
puntual, llegué tarde a mi primera clase, quizá por un error
cometido cuando apunté el horario. Encontré en mi aula al
ingeniero Acuña conversando con los alumno. El me extendió la
mano y, juguetonamente, apuró mi ingreso.
El año siguiente se trasladó a su local propio en la avenida Larco.
Desde el primer momento la tónica imperante fue y se mantiene-la
capacitación a sus profesores. Un entrenador de lujo era
Eduardo Gallardo García, el primer docente universitario de
Trujillo entrenado en universidades extranjeras en la novedosa
Tecnología Educativa.
Durante los primeros años la universidad mantenía su promedio de
ingresantes. En esa época el ingeniero Acuña prácticamente vivía
en la universidad. Convocaba a reuniones con los docentes. Se
35. conversaba del curriculum, dejas metodologías, la
infraestructura, la evaluación, pero se omitía un asunto
fundamental: la calidad del alumno que recibíamos.
Manifesté que el diagnóstico como consecuencia de la crisis de
la educación nacional, la mayoría de ingresantes exhibían un
déficit en conocimientos y habilidades de aprendizaje que exige
el nivel universitario. Enfaticé que no deberíamos incurrir en
el error de la aprobación fácil, porque a largo plazo afectaría
el prestigio institucional. El ingeniero Acuña avaló mi
recomendación y nos pidió más esfuerzo para cubrir ese déficit.
Al término la reunión, Tose Huamán se acercó alarmado: "Le has
dicho a César que recibimos lo peor..." "Lo peor sería
mentirnos... No es ético maquillar a un enfermo para que luzca
saludable. Si partimos de un diagnóstico equivocado, los
problemas se complicarán más...", le respondí