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IMAGENES AFGANAS 1
SISTEMAS INTI
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(¸.•´ (¸.•` LIBRO 1 Parte 1
En el distrito de Barranco de Lima, Perú, en la intersección de los jirones
Tacna y Centenario, se encontraba un pequeño niñito de catorce años apenas
cumplidos, vendiendo galletitas, maíz inflado, chicha, gaseosas, y otras cosas
dulces.
Él se llamaba Leopoldo Alberdi, y era un niñíto esmirriado, de piel lechosa
europea, y cabellos y ojos negros hispánicos.
Siendo esa mañana el primer día de Leo en ese trabajo, el dueño del carrito
estaba con él.
El hombre tenía unos cuarenta años, siendo alto y delgado, de poco pelo, y con
ojos negros, los cuales él solía abrir acentuando sus palabras, diciendo: "Yo
también era así de chambeador, Leo. Siempre quise mi propia independencia en la
vida. Fíjate tú pues, que ahora yo tengo una panadería en Miraflores, y media
docena de carritos... una casa dentro de un barrio vallado, con pileta inflable
y todo".
El dueño del carrito rió, entonces, y con sus dedos delicados él levantó un
banderín colgando allí, del Alianza Lima.
El dueño entonces agregó: "Éste fin de semana con mi hijo vamos a Matute... Si
tú quieres, yo te invito a ver el partido con nosotros".
Sorprendentemente, el pequeño Leopoldo entonces respondió: "Lo siento, don
Francisco, tengo que estudiar".
El hombre entonces le acarició la cabeza a Leopoldo, diciendo: "Estudiar, sí...
eso es bueno, claro que sí... estudiar", y con esas palabras él se alejó por el
jirón Centenario entonces.
Desde su infancia más temprana "chambeando" (trabajando) en su Callao natal, Leo
al mismo tiempo se había dedicado a comprarse libros de medicina, viviendo para
sueño tal exclusivamente, el de recibirse de médico algún día.
Leopoldo entonces en esa mañana en el Barranco se preparó a trabajar por primera
vez legalmente en toda su infancia.
Unas niñitas escolares muy hermosas, de un colegio pituco de allí en esa misma
esquina, pasaban bamboleando sus faldas cortas, y Leopoldo Alberdi no pudo
evitar el dar vuelta su cabeza y observarles por varios segundos.
Desde su infancia chalaca, Leopoldo gustaba de la música cumbia y salsa
peruanas, por lo cual entonces él encendió sus parlantes chinos MP3, y aunque
éstos sonaron al lado de su propia cabeza, Leo no tardó en caer dormido, luego
de haber estado estudiando medicina la noche previa, hasta altas horas, allí en
su Callao.
Fue entonces, que un golpetear violento sobre la superficie de madera del
carrito le despertó.
Leo se sobresaltó, reaccionando diciendo: "¿Eh? Sí doña... ¿Qué es lo que
desea?", aunque sorprendentemente ante él en aquella esquina de Barranco, se
encontraban dos sujetos muy raros.
Uno de ellos era un rubio teutón con gafas oscuras en su rostro, y él aún
sostenía algo sólido en su mano, cerca de su carrito, luego de haber pegado con
él allí.
Atemorizando realmente a Leopoldo, el rubio comenzó a hablar con un acento ruso:
"Eh, Leo... Te dejaremos un recado... No nos decepciones... ¿Está bien?".
El rubio entonces abrió su mano sobre el carrito, dejando una especie de piedra
espejada, y le sonrió a Leo por debajo de sus gafas ahumadas.
El otro sujeto era más bajo y regordete, con una remera blanca con líneas
horizontales negras debajo de su saco beige. Su cara tenía una barba frondosa
negra, y al sonreirle a Leo, el mostró sus dientes amarillentos.
En verdad, Leopoldo Alberdi sintió algo de resquemor ante tal encuentro con
aquellos rusos, quienes sin decir nada más se subieron a una motocicleta
Kawasaki Ninja entonces, y en ella salieron de allí.
Leopoldo Alberdi entonces cogió el objeto pesado con su mano, observando su
superficie espejada perfecta, de un material que él no era capaz de identificar,
jamás visto por él hasta aquel día.
El objeto pesado tenía una cara redonda casi perfecta, con una muesca larga
vertical, y otras tres horizontales igualmente espaciadas cruzándola
perpendicularmente.
Por un momento, Leo pensó en el logo identificatorio tradicional de América TV.
Cerrando su ojo derecho, e inspeccionando la pieza de metal, Leopoldo pudo
apreciar el reflejo espejado verdaderamente perfecto, dado por su superficie,
apreciando las calles arboladas en esa esquina del "Barranco", las palmeras del
malecón cercano, y hasta el océano Pacífico, moviéndose a la distancia.
Leo entoces masculló: "Pitri mitri...".
Sin embargo, con las palmeras por detrás hacia el oeste, una niñita con un
vestido pituco y aristocrático, aunque muy gracioso de principios del siglo
veinte, se apareció entonces reflejada en el fragmento metálico, viéndose de pie
en medio del asfalto del jirón Centenario.
Martillando desde dentro la propia cabeza de Leopoldo Alberdi, la voz dulce de
ella se oyó: "¡Hola! Sé un buen amigo, por dios...".
Alarmado, Leo giró su cabeza hacia allí, aunque la calle estaba vacía, con
algunos carros circulando al fondo por el Malecón Pazos.
De todos modos, la voz de la niñita volvió a oirse, entonces muy cerca de él.
Leo giró su cabeza a la entrada en la esquina del colegio Santa Rosa, en cuyo
segundo escalón la niñita entonces estaba mirándole fijamente.
Ella no movió los labios de su rostro rosado, y Leopoldo de todos modos oyó: "Tú
harás cosas grandes, Leo... Nunca te des por vencido...".
El timbre del colegio de la esquina allí en "Barranco" sonó justo entonces, y la
imágen de la niñita se desvaneció.
Leopoldo lentamente le dedicó otra mirada al metal espejado, bien aferrado en su
mano, y el jovenzuelo limeño entonces susurró: "¡Qué buenaso, pues!...".
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(¸.•´ (¸.•` Parte 2
"Vamos a lavar algo...".
Leopoldo Alberdi camina por el asfalto del verano, en la avenida, adentro del
Banco Azteca, cuyo aire acondicionado instantáneamente reconforta.
Allí dentro, las paredes y las vidrieras estaban cubiertas con imágenes de
"Meteoro", y el que atendía en la ventanilla tenía bigote en cerrojo bicolor,
ojos azules, un gorrito diciendo "Speed Racer" con una bandera a cuadros, una
remera azul y un pañuelo rojo en su cuello.
En la cola, Leopoldo hace una risilla y murmura: "Todos los crimenes financieros
del mundo no justifican esto".
Leopoldo sale del banco caminando rumbo norte.
Siguiendo caminando al norte por la avenida Grau de Barranco, Leopoldo Alberdi
se detiene a metros del jirón Sáenz Peña, y le pide un taco a la dueña del la
sanguchería.
La mujer se sonríe reconociéndolo a Leo, desde hace años chambeando por el
Barranco, y ella le dice: "Serás un gran médico, algún día, chibolito...",
siendo que ella le conocía desde hacía años antes, y viéndolo crecer a él.
Leopoldo coge su taco, y golpea la mesa con su palma abierta: "Gracias, doña
Shirley".
La mujer se sonríe, viéndole salir a él, y murmura: "¡Huerfanito lindo!".
En el casino de la calle Nicolás de Pierola, suena un tiro, y la multitud del
casino corre todo alrededor.
Leopoldo por el contrario se apura caminando a la esquina y asoma la cabeza.
Una moto japonesa salía de allí con uno de los motociclistas, con una remera con
la bandera del Japón, llevándose una cartera como mostrándola en el aire.
Un guarda del casino sale imprevistamente, toma posición en medio de la avenida,
y dispara dos veces luego de evidentemente hacer algo de puntería. Finalmente,
él levanta su brazo con su arma lamentándose y moviendo su arma muy
cancheramente.
Algunos de los transeuntes allí seguían filmando con sus celulares.
Leopoldo hace una cuadra de más en su recorrido, al norte, para pasar por la
esquina en donde aún estaba su puestito de golosinas, con un tipo adulto, quien
lo saluda: "Chau, Leo".
Con su barba negra, Leopoldo apenas lo saluda.
La oficina daba al Pacífico, y era realmente lujosa.
Leopoldo deja un gorilita con un escalpelo del lado de la ventana: "Mañana será
un año menos, cada vez más cerca de terminar con las estafas finacieras".
El quejar de Leopoldo es interrumpido por la voz femenina de Ana Guerreiro:
"¡Ey, bobito! Ten cuidado con lo que dices, que te estoy escuchando".
Ana se da vuelta y le extiende un café de la cafetera.
Ana señala la estatuilla, con su mentón y su pelo rubio y ojos azules: "Ustedes
los hombres sí que saben hacer lo que quieren. Nosotras las mujeres estudiamos y
estudiamos. Nos dedicamos totalmente a nuestras carreras. Después terminamos
lavándoles la ropa a ustedes, los profesionales".
Leopoldo toma un sorbo de su café, y responde: "Vamos, Anita. Uga Uga. El mundo
no es más así cómo tu dices".
El jefe Timoteo Garcilaso asoma: "¿Eh, Leo? Escuché que hubo un asalto en tu
camino, está todo bien?".
Leopoldo Alberdi le responde: "Sí, don Timoteo, el trámite está realizado y
archivado como corresponde".
Timoteo: "¿Seguro?".
Leopoldo Alberdi asiente con la cabeza, y toma de su taza de café.
Timoteo: "Sigue así, Alberdi. Eres un gran trabajador en mi equipo, en esta
oficina".
Leopoldo Alberdi: "Gracias, don Timoteo".
Leopoldo con su café sale de la cocina y se mete entre los cubículos de la
oficina.
Finalmente, él se detiene dentro de uno con una muy linda jóven, Débora Moreno,
apenas unos años más que él, vistiendo un vestido muy corto de cuero viejo.
Antes de que ella reaccionara, Leopoldo irrumpe y dice: "¿Te anotás conmigo a ir
a bailar salsa hoy a la noche, al boliche Marte?".
Débora Moreno da vuelta su cabeza con un lápiz amarillo y negro en su boca de
labios carnosos y responde alarmada: "¡No eran tus finales de medicina mañana,
Leopoldo!".
Ana Guerreiro interrumpe la conversación, tomando una carpeta con documentos:
"Deberías dejar de hacerte el pituco con los de la facultad, y estudiar,
Leopoldo".
Leopoldo: "Gracias, mami", y se da vuelta para consultarle a Débora: "¿Y? ¿Tú
qué dices?".
Débora Moreno silenciosamente mueve su cabeza, con su lápiz amarillo y negro en
su boca, asientiendo.
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(¸.•´ (¸.•` Parte 3
San Isidro y Miraflores son los dos distritos de Lima más representativos de una
clase media alta, que está realmente al mismo nivel que todas sus similares del
resto de Sudamérica.
San Isidro en verdad es más residencial, con sus mansiones y sus calles repletas
de los autos de la más alta gama, en tanto que Miraflores es más comercial y
financiero, aunque igualmente adinerado en la "Ciudad de los reyes".
Tanto la peruana Osama Hussein, de San Isidro, con sus trece añitos, como su
compañerito de estudios Fortunato Rico, de Miraflores, finalizaban los dos en
esos días de verano su primer añito de secundario, juntos en el colegio "Peruano
Chino Diez de Octubre".
En verdad, los dos vecinos de distrito en verdad eran más que compañeros de
estudios y amigos.
Nacida en realidad allá en las sierras, en Cuzco, Osamita Hussein vivía entonces
en San Isidro, en Lima, con su padre biológico, don Nicolás Olazábal, en un
hogar de una afluente entrada de dinero.
Por su parte, Fortunato Rico tenía a su padre, trabajando en su propia tienda de
compra y venta de alhajas y oro, de Miraflores, en la intersección de la calle
Schell y la avenida La Paz.
Luego de haber asistido a clases en ese mismo día viernes, esa tarde Osamita y
Leopoldo están visitando aquella joyería.
La peruana Osama Hussein y Fortunato Rico les llevan un disco plano y sólido,
apenas más grande que un disco musical de vinilo, al papá de Rico.
El papá se queda admirando el círculo con sus dos manos.
Osama Hussein le dice que se trata de un plato ceremonial inca, y papá Rico
bromea: "¿Los incas sabían de diseño industrial?".
Osama Hussein: "Es decorativo".
Fortunato Rico: "Sí, es del amigo peludo de Osama".
El papá se distrae hacia abajo.
Osama golpea a Fortunato Rico, quien aclara: "Quize decir... De su tío Costa
Méndez. Es un barbudo".
Papá Rico comienza a trabajar en el disco de oro, con materiales aportados por
Osama Hussein: Pintura roja, blanca, verde, añil, y amarilla.
La tintura increíble dejaba una terminación como holográfica, al ser aplicada,
como siendo una cáscara plástica al solidificar.
Finalmente, papá Rico suelda el rectángulo con la bandera peruana de "¡Viva el
Perú!", sobre el círculo de oro.
Osama Hussein mira a Fortunato Rico y le sonríe muy contenta.
Inspeccionando de lado a lado el objeto, papá Rico comenta: "¿De qué deporte es
esta cosa?".
Sin dejarlo pensar, Osama Hussein le extiende su mano delicada y le dice: "Me
tengo que ir, Don Rico, me espera mi papá".
Papá Rico: "Sí, claro. Nos vemos, Osamita".
Llegando a la esquina, Fortunato Rico abraza a Osama Hussein, quien lleva el
círculo en su mochilita negra, con una bandera peruana grande por detrás, y
luego van de la mano.
En la esquina llegan al teatro, el guarda saluda a "Fortunato".
En la función infantil, un sujeto se mueve con movimientos gimnásticos lentos,
en medio de unas ramas espinosas.
Fortunato Rico y Osama Hussein se besan.
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(¸.•´ (¸.•` Parte 4
La peruana Osama Hussein se levanta estando desnuda con su remerita del
Cienciano roja.
"Ven Osamita, te estoy esperando", una voz fantasmal invade su mente.
Osama Hussein gira su cabeza y con su ojo derecho todavía cerrado, ella
pregunta: "¿Zainab (‫زينب‬ )? ¿Eres tú?".
Osama rápidamente se sienta con sus piernas largas al borde de su cama: "Mmm...
¿Qué está pasando?".
De todos modos, Osama Hussein comienza a dormitar nuevamente, con su cabeza
caída por delante.
La voz irrumpe de nuevo, claramente del piso inferior: "¡Ven aquí, Osama!".
Esta vez, la mujer reacciona rápidamente cogiendo el círculo de oro de su
infancia, aunque nuevamente se tranquiliza, y se queda mirando el grabado de
"¡Viva el Perú!", el cual estaba brillando como una luminosidad LED.
Osama Hussein desciende las escaleras de cerámica roja a la planta baja.
Allí abajo frente a su tabla playera para las olas de Lima, roja con una única
línea fina blanca en el medio de popa a proa, Osama Hussein nota que la
bicicleta rosada de Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal no estaba allí: "Menos mal que le
repito todo el tiempo que no debe salir a la calle sin mi".
El disco de oro en su mano estaba brillando, con distorsiones por sobre su
grabado luminoso "¡Viva el Perú!" central, por ésto Osama Hussein se da vuelta
súbitamente, y se encuentra con una niña pequeña de pie allí en frente de ella.
Siendo la misma de las calles con Leopoldo Alberdi.
Osama: "Vos sos Nadezhda (Надежда) Rasputín, aunque yo quería hablar con mi
Zainab (‫زينب‬ )".
Niñita: "¿Sabes, Osama? Yo no pude escapar el destino hasta que morí al lado de
tu cuna. Nada puede cambiarse".
Osama Hussein se pone en cuclillas, con su disco áureo sobre sus piernas
desnudas: "Sí, pues, aunque no creo que la vida sea tanto así, Nadezhda
(Надежда)".
Niñita: "Tú te crees tan superior, por ser un aborigen incaico".
Osama Hussein: "De parte de mi madre Puka Ñukñu, pues".
Osama Hussein de estar en cuclillas, entonces salta sobre el espectro, el cual
desaparece entre los dedos extendidos de su mano.
En seguida la voz fantasmal se escucha desde arriba: "Eres muy lenta, Osama,
mira adónde estoy ahora".
Osama Hussein trepa las escaleras rápidamente y encuentra nuevamente a Nadezhda
(Надежда), debajo de la ventana de su habitación, con el sol caluroso de la
mañana atravesando su consistencia semi transparente.
Niñita: "Yo nunca pude ser perfecta, siempre debí rendirme a mis enemigos. Nunca
pude ser libre".
Osama Hussein no responde a ésto, y con curiosidad total, ella vuelve a correr
hacia el fantasma de Nadezhda (Надежда), el cual no estaba allí.
Osama Hussein debe levantar su cabeza, encontrándose con las flores de cantuta
granates, en su ventana, el paredón de su mansión sobre la calle Cavero, en la
esquina con la calle de los Libertadores.
Allí sobre las piedras de su garaje, se hallaba aparcada su Ferrari Portofino
roja, al lado de las plantas de ají amarillo, que ella misma había traído allí
de su Cuzco natal.
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(¸.•´ (¸.•` Parte 5
Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal conversaba con Luciano Menéndez, vía su ordenador
portátil en el Starbucks a la vuelta de la mansión de Osama Hussein.
Al mismo tiempo, Zainab (‫زينب‬ ) jugaba ajedrez con alguien de Rusia.
"Acá está el anticipo de tu película, que filmaste en España".
Otras niñitas ingresaban en el local, así que Zainab (‫زينب‬ ) rápidamente cerró
todas las ventanas y se pone a hablar con ellas, con fotos de artistas famosos.
Todas ven el anticipo de la película española de fantasía, con Zainab (‫زينب‬ )
levantando una espada de oro, la cual brillaba. Todas las niñas murmuran:
"Guau...".
Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal vuelve a la mansión de Osama Hussein, quien estaba
saliendo con elastano rojo ahora en sus piernas, y una remera roja del cienciano
y gafas negras, con unos collares de oro, trayéndole el bolsito de Zainab (‫زينب‬
), también con la bandera del Perú.
Ambas suben a la Ferrari Portofino.
La peruana Osama Hussein recrimina: "Te pedí que no salieras sin mí, por éstas
calles".
Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal: "Tenemos la misma sangre, y la misma capacidad de
defendernos, Osamita".
Osama Hussein: "Tú eres una pendejita de mierda todavía... Yo a tu edad... A tu
edad... Hacía lo mismo que tú... pero está mal, ¿estamos?".
Ambas ríen, y luego de rugir varias veces el poderoso motor de la Ferrari
Portofino, ésta comienza a deslizarse, descendiendo por la rampa del garaje de
la mansión.
Llegan al colegio, y Zainab (‫زينب‬ ) se va con Nicanor Galmarini, de la mano.
Mirándoles discretamente detrás de sus gafas ahumadas, Osama Hussein murmura:
"Mirá que son divinos.
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(¸.•´ (¸.•` Parte 6
Federico Sposito baja un auto Honda nuevo cromado, con detalles rojos de líneas
en alta velocidad, leyéndose "SPEED" en su base.
La peruana Osama Hussein dobla por la calle Florida a la derecha, y queda a unos
veinte metros, desde dónde hace sonar su bocina tres veces.
Federico se acerca corriendo: "Oh... mi bomboncito, y le besa la boca".
Federico se saca sus gafas ahumadas, y grita: "¡Eh, muchachos! Déjenmelo allí
mismo, y ciérrenme la puerta del garaje".
Con su mano enguantada, uno de los obreros le levanta su pulgar derecho, y
Federico Sposito da vuelta alrededor de la Ferrari Portofino, para entrar al
automóvil importado de carreras.
Luciendo su remera roja del Cienciano de Cuzco, con joyería gruesa colgando de
su cuello, Osama Hussein aprieta el acelerador varias veces intimidantemente,
pela las gomas y sale a máxima velocidad, para luego frenar a velocidad normal
una cuadra después.
Federico suspira: "¡Uf!".
Tomando la avenida Andrés Aramburu, Osama Hussein frena en el cruce Suzuki, y
Osama Hussein suspira, con el semáforo de la avenida más cercano, casi a
cincuenta metros adelante, apenas visible: "Qué suerte, que soy amante de la
aventura. ¡Carajo!".
Había una cholita muy joven golpeando la ventanilla, y Osama Hussein exhala una
risilla viendo que debajo de su poncho andino colorido ella tenía realmente una
figura esbelta, como la de una cholita realmente linda.
Instantáneamente, Osama Hussein reacciona levantando su pulgar derecho, y le
compra una bolsita con Yuquitas fritas de quinoa. Osama murmura: "Yuquitas".
Osama Hussein paga muy generosamente sonriéndole a la cholita, quien le ríe con
todos sus dientes, y levanta la ventana.
Sosteniéndo la bolsita de papel con dos dedos, chorreando grasa, ella se lo pasa
a Federico, y le dice: "Ten ésto, Fede. Aliméntate para estar fuerte esta noche,
después del boliche Marte".
Federico estaba pensando en otra cosa, pero la mira a Osama Hussein y le sonríe
diciéndole: "Gracias, Osamita divina", y se come una Yuquita de harina de
quinoa, realmente disfrutando su sabor frito aceitoso.
Sin embargo, Federico no puede volver a acomodarse en su asiento, porque un
sujeto de campera negra inflada acababa de empujar violentamente a la cholita, y
luego de observarla lascivamente por unos segundos, el sujeto se da vuelta a la
Ferrari Portofino de Osama Hussein.
Instintivamente, Federico Sposito chequea girando su cabeza hacia atrás a su
izquierda, y en uno de los recesos del camino con pasto del medio de la avenida,
otro sujeto con la misma campera negra inflada y un casco estaba esperando sobre
una motocicleta japonesa Kawasaki Ninja, con su casco orientado hacia la
Ferrari.
Gruñendo, Federico murmura: "Dale marcha atrás, Osama, que estos tipos vienen
por nosotros".
Osama Hussein instantáneamente muestra sus dientes perlados de entre medio de
sus labios, y se cerciora por el espejo retrovisor de por arriba delante.
El sujeto a su lado tenía en su mano en ese momento un objeto que Federico llegó
a identificar como reluciendo siendo de metal, y el sujeto estaba claramente
decidido para hacer su maniobra.
Federico instintivamente se lleva su mano por debajo de la solapa de su saco
deportivo azul, en donde él tenía un discreto bulto, que era un revolver en
verdad.
Sin embargo, el sujeto de la campera inflada negra repentinamente se detiene,
con el objeto metálico aún visible, que él mismo entonces vuelve a guardar
dentro de su campera, para simplemente darse vuelta y volver a su moto.
Osama Hussein queda pensativa por unos segundos, para finalmente estallar en una
sonrisa, enseñando sus dientes perlados en sus labios.
Federico primero mira nerviosamente la reacción de ella, para entonces girar
rápidamente hacia la motocicleta de los tipos de las camperas. El sujeto montado
en la Kawasaki japonesa levanta sus dos brazos en el aire en recriminación.
Osama Hussein comenta fingiendo casualmente: "Los semáforos en Lima son todos
una cagada. ¡Carajo!", y luego de acelerar el motor de su auto de carreras
colorado varias veces, hace rechinar las gomas Michelin nuevamente para terminar
avanzando suavemente sobre ese cruce de avenidas.
Algunas calles más adelante, Osama Hussein gira hacia su izquierda por la
avenida de la Aviación, en donde ella frena con su Ferrari Portofino roja frente
a un casino, y casa de apuestas, con la imagen de Condorito, de esmoquin, con
varios collares de oro.
Cuando Federico Sposito vuelve al auto, Osama Hussein estaba tomando de una
botella de agua Cielo con un sorbete.
Federico Sposito murmura: "Colombia 3, Venezuela 1", y guarda el boleto de
apuesta en la guantera de la Ferrari Portofino, en la cual habían otros recibos
de apuestas similares.
Sin separar el sorbete plástico de su boca, Osama Hussein enciende el motor
discretamente con su mano derecha, lo hace rugir, y murmura: "Vos y mi papá
están perdidos".
Federico Sposito responde: "¿Don Nicolás? No... Tu papá es un ídolo, Osamita".
Osama Hussein reacciona besándo la boca de Federico con sus labios.
En la pantalla de la computadora de la Ferrari Portofino aparece un círculo
amarillo con manitos del mismo color, el sol incaico de las banderas de Uruguay
y Argentina en realidad, y sus ojitos digitales siguen en silencio las acciones
amorosas delante de la pantalla LCD, al cual Osama Hussein se sienta de nuevo
correctamente detrás del volante, y le murmura: "Cumbia peruana, Inti. Por
favor".
Tras lo cual comienza a sonar un tema clásico del Cuarteto Continental, y
canturreando la canción, Osama Hussein comienza a andar.
Por la avenida Borja Norte, Osama Hussein se sonríe viendo un gran cartel en una
esquina, en la cual estaba en verdad Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal, promoción de la
película de fantasía española, que ella acababa de filmar.
Sin embargo, en la radio, uno de los conductores de la radio anunciaba el
fallecimiento de un familiar de él, a lo cual Federico murmura: "Seguro que fue
un asalto callejero".
Osama Hussein comenta: "No se puede andar por Lima sin un revolver. ¡Carajo!", a
lo cual Federico suspira riéndose y dice: "¡Por supuesto!".
Al final de la Borja Norte, se hallaba el Hipódromo Monterrico de Lima, en el
cual, Osama Hussein es saludada por uno de los acomodadores del estacionamiento,
tocándose su gorra y diciéndole: "Señorita Osama", y sin mirarle, ella le
entrega las llaves de la Ferrari Portofino, para ser aparcada
correspondientemente.
Minutos después, con su conjunto de remera roja del Cienciano y elastano rojo en
sus piernas, con zapatillas mullidas rojas, Osamita estaba de pie en el medio
del pasillo de las ventanillas de apuestas.
Silenciosamente, ella finalmente le dio un sorbo a su botella plástica de Inca
Kola sin azúcar, y en medio de la gente que iba y venía, ella se acerca a una
ventanilla con barotes dorados.
Osama Hussein escuetamente le indica al vendedor: "Noble potrillo", dejándole su
tarjeta de crédito de platino sobre el mármol de la ventanilla.
De allí, Osamita se da vuelta y camina el mármol del lugar, sube unas escaleras,
y disfruta por un segundo con el verde y el potrero de tierra, que constituía la
pista principal del hipódromo, con algunas carpas de fiestas aristocráticas
limeñas, de igual manera allí abajo.
Luego de calzarse sus gafas ahumadas de esqueleto de oro, Osama Hussein trepa
las escalinatas, en medio de la zona de las mesas, con gente bebiendo y comiendo
entre carreras.
Sin embargo, en uno de los recesos en su ascenso, Osama Hussein súbitamente se
da vuelta, e intempestivamente ella coge unos boletos sacándoselos de la mano de
un sujeto muy pequeño, blanco europeo, de grandes ojos negros.
Osama Hussein le dice: "¡Estos boletos son falsos, te estafaron, carajo!".
El sujeto de corta estatura mira su rostro blanco, los boletos en su mano, y
finalmente él reacciona apuntando con su brazo hacia arriba en las tribunas,
gritando con un acento furiosamente ibérico: "¡Socorro, los chorros de allá me
estafaron!".
Se trataba de un sujeto muy delgado y alto, con un estrabismo muy severo en sus
ojos negros, junto a un sujeto mórbidamente obeso, el cual rápidamente clama:
"¡Rajemos, che!".
Entonces, los dos tipos desesperadamente se dirigieron a una de las salidas por
otro de los caminos descendentes, seguidos por los guardas del hipódromo, con la
víctima de su estafa corriendo por detrás.
Osama Hussein se queda mirando la escena por unos segundos, y luego de darle
otro sorbo discreto a su Inca Kola sin azúcar, ella siguió ascendiendo las
escaleras de la tribuna.
Llegando a su reservado, Federico Sposito seguía de pie esperando su llegada, y
entonces él la abraza y besa sus labios, en medio de sus risillas.
Con una sonrisa cómplice, Federico comenta: "¿Qué te paso allí? ¿Qué fue eso?".
Federico Sposito se sienta con una sonrisa sobre su respaldo, y luego de pensar
por unos segundos, con su mano sobre la rodilla de elastano roja de Osamita, él
agrega: "A estas alturas, tú no me sorprendes más, Osamita".
Osama Hussein le dice: "Y bue... Tú sabes que tengo mis secretos".
Luego de reir resoplando por su nariz, Federico Sposito nuevamente se agacha
sobre su plato, consistiendo de una Cotoletta de carne con ensalada mixta, a lo
cual Osama Hussein observa con una sonrisa.
En ese preciso momento, un disparo resuena en la inmensidad del Hipódromo de
Lima, tras lo cual todos los caballos salen de sus gateras, y Osama Hussein
reacciona mordiéndose su labio inferior, demostrando algo de nerviosismo.
Federico Sposito recien se distrajo de su plato Cotoletta y su vino argentino
mendocino, en cuanto los caballos entran en la recta final.
Por ese entonces, "Noble potrillo", la apuesta de la peruana Osamita estaba en
tercera posición, aunque cruzando el disco éste toma la delantera apenas a
tiempo, ganando la carrera por una cabeza.
Osama Hussein reacciona levantando sus dos brazos, con su remera roja de
Cienciano de Cuzco, y aparentemente siendo conocida por los "burreros" de
alrededor, de las mesas más cercanas todos los ocupantes se levantan y le
aplauden mirándole a ella, a lo cual ella vuelve a sentarse.
Federico Sposito rápidamente la abraza, repitiendo: "Tú no me sorprendes más,
Osamita".
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(¸.•´ (¸.•` Parte 7
Siendo las cuatro en punto de la tarde, Leopoldo Alberdi regresa a su
departamento del callao, situado en una esquina en punta triangular, en un
edificio antigüo y gris de tres pisos.
Leopoldo Alberdi deja su bolso de hombro pesadamente en el piso, saca una
tableta del mismo, enchufa su aparatito de wifi, y se cerciora de lo que queda
de esa tarde de chamba en su oficina, para entonces dejar caer suavemente la
tableta sobre uno de los sillones.
Sobre la mesa en su sala de estar, había un libro abierto con todas fórmulas
químicas, y entonces Leopoldo se sienta en él, y comienza a leer, tomando
algunas notas, y en ocasiones recitando párrafos de memoria, y volviéndose a
cerciorar sobre todo lo que estaba escrito delante de él.
Sin embargo, música comenzó a sonar desde un departamento por debajo, por lo
cual Leopoldo debe levantarse, cerrar la ventana, y encender el aire
acondicionado, cuyo zumbido, siendo un modelo viejo de simil madera, le distrajo
haciéndole pensar en las cuentas de la luz a pagar por ello.
Sintiendo que sería un mal necesario y lógico de todos modos, Leopoldo se vuelve
a sentar en su mesa.
Nuevamente, los conceptos científicos de fórmulas químicas y de desarrollos
fisiológicos, ganaron su mente, con conceptos que le resultaban harto
familiares, habiéndolos estado estudiando desde casi su infancia de niño
huérfano, en su habitación aislada en la casa de sus tios, allí mismo en el
Callao.
Sin embargo, las ventanas cerradas y el aire acondicionado uniformemente
ruidoso, no pudieron ocultar que una sucesión de disparos de armas de fuego
ocurrió cercanamente a su departamento, allí en las calles del Callao.
La sorpresa forzó a Leopoldo Alberdi a girar su cabeza hacia afuera, quedándose
observando el cielo azul por unos segundos, para entonces sí finalmente volver a
sus libros.
Segundos más tarde, como era de esperarse, unas sirenas del serenazgo del
Callao, allí en Lima, irrumpieron también en su intimidad, y en verdad, no
dejaban de sonar fuertemente.
Leopoldo Alberdi agarró con sus dos manos su cabellera negra, con sus ojos
oscurecidos en su piel blanca europea, y finalmente musitó: "Hoy no, por dios.
Déjenme en paz".
Las sirenas se apagaron entonces, y Leopoldo sintió que sería todo por el
momento. Él entonces suspiró, y volvió a sus libros, susurrando los conceptos
científicos, escritos sobre todos los papeles delante suyo.
Poco tiempo pasó de ello, sin embargo, en tanto que además un helicóptero pasó
precisamente sobre su edificio, haciendo retumbar paredes y vidrios,
dirigiéndose a la misma dirección, y en verdad, por la ventana a la distancia,
la areonave flotante en el aire quedó pegada como una mosca del otro lado de su
ventana, como caminando sobre el vidrio de un lado a otro.
Leopoldo distrajo sus ojos negros hacia allá, y entonces finalmente cayó rendido
sobre sus dos brazos sobre la mesa.
Dando con su frente sobre sus antebrazos, con su camisa formal de la oficina
arremangada, su teléfono celular Samsung comenzó a sonar con el tono de "Cuando
la cama me da vueltas", del grupo musical peruano Arena Hash, el cual Leopoldo
Alberdi le había puesto a su teléfono celular.
Débora Moreno habla desde el otro lado de la línea: "¿Estás bien, Leo".
Leopoldo sin ocultar su risa le respondió: "¿A qué te refieres, Débora?".
Las palabras de Débora se oían tan melosamente como siempre, con un tono
adicional de consternación: "Mataron a un congresista de tu barrio. ¿No estás
viendo las noticias? ¡Estás estudiando!".
Leopoldo: "Sí Débora, no te preocupes, que ni me di cuenta de algo así".
Débora: "Estoy viendo tu edificio por la televisión, Leopoldo. ¿Seguro que estás
bien?":
Leopoldo mira por la ventana y responde: "No te preocupes, Débora. No pasa nada
acá. El Callao está tranquilo".
Débora susurra: "Me preocupé al pedo...".
Rápidamente Leopoldo Alberdi interrumpe el silencio: "Esta noche te paso a
buscar con mi carro, una hora antes. ¿Está bien?".
Débora responde: "¡Otra vez! Pasamos todo el fin de semana juntos en tu
departamento. ¿No fue suficiente?".
Leopoldo: "Nunca es suficiente con vos, Débora... ¿Me esperás a las doce
entonces?".
Luego de unos segundos de silencio, Débora Moreno responde: "Macanudo, che", y
corta.
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(¸.•´ (¸.•` Parte 8
Leopoldo Alberdi estaciona su Renault celeste en el estacionamiento de la
discoteca de salsa Marte.
Vistiendo la misma combinación muy de cuero viejo de la oficina, Débora Moreno
se sonríe y señala la Ferrari Portofino roja estacionada allí: "¡Ahí están tus
amigos pitucos!".
Habían varios guardas fuertemente musculosos, mirando a las calles aledañas.
La discoteca Marte consistía principalmente de paredes rudamente celestes, con
pequeños mosaicos triangulares espejados en las paredes, además de la bola de
discoteca colgando en medio de la pista, al centro.
Salsa y cumbia se escuchaban, para la mucha gente bailando.
Federico Sposito casualmente se cruza por delante de Leopoldo, y le toma por la
cintura para decirle: "¡Oh! Bienvenido Leo".
Federico Sposito detecta la sombra debajo de los ojos negros, en el rostro de
unos días de estudio de Leopoldo, y luego de inspeccionar a Débora, saludándole,
Federico gruñe muy amistosamente: "¡Fiera!", y le agrega a Débora: "El hombre
sabe cómo divertirse", a lo cual Débora Moreno le muestra sus dientes perlados.
La peruana Osama Hussein vestía una combinación negra, con una remera de
Cienciano con Macchu Pichu, y elastano negro en pantalones, y abundantes
collares de oro colgando de su cuello: "¡Hola Leopoldo!", y se lo lleva a
Federico a la pista de la mano, a lo cual Federico le sonríe a Leopoldo, quien
le retribuye la sonrisa.
Leopoldo apunta a un apartado, adonde había un sujeto muy alto y esbelto,
acompañado por una mujer de cabellos rubios y ojos azules.
El pinchadiscos era un sujeto muy delgado con una campera roja, con una capucha
sobre su cabeza, con una visera transparente.
Llegando al apartado, Leopoldo saluda a Luciano Menéndez, y se sienta a su lado,
del otro de Ksenia Raña, su acompañante. Débora se sienta del otro lado de
Leopoldo, quien señalando con su pulgar hacia atrás le dice a Menéndez: "Ella es
Débora, de mi chamba en la oficina. ¿La conocías?".
Luciano Menéndez: "Sí, claro. El sábado aún estaba bien lúcido, a pesar de todo
el Pisco Sauer que tomamos".
Instantáneamente ambos ríen, y Leopoldo abraza a Débora, a lo cual Ksenia palmea
sonriéndole a Luciano Menéndez, quien luego de dirigirle una mirada rápida a
Leopoldo y la despampanante Débora, se carcajea junto a Ksenia, y la besa.
Después de varias canciones de música movida, Osama Hussein se deja caer al lado
de Ksenia Raña, con Federico Sposito sentándose a su lado y abrazándole.
Débora Moreno estaba observando la remera de Cienciano gris oscura de Osama
Hussein, y Leopoldo Alberdi -abrazándole- gira su cabeza, y le comenta: "Vos
eras de River Plate... ¿No? Allá en Argentina".
Débora Moreno le sonríe, con su cabeza descansando sobre la camisa formal de su
pecho.
Igualmente argentina, Ksenia Raña chasquea: "Sos una millonaria".
Asimismo argentino, Luciano Menéndez interviene: "¡Ja! Gallina tenías que ser...
¡Dale Boca!", evidenciando su estado etílico por entonces, siendo casi las dos
de la mañana.
Débora Moreno pensaba entonces, que Ksenia y Luciano eran argentinos -como
ella-, aunque siendo él un empresario, podía pasar la madrugada de un día
viernes, así divirtiéndose sin preocupaciones, tanto como Federico, un
colombiano con mucho dinero de la industria cafetera.
Precisamente, Débora se le queda mirando a Federico, el cual se carcajeaba,
sacudiéndo del hombro a Osama Hussein, quien tenía sus piernas de elastano sobre
él.
Con sus ojos miel claros en su rostro, Osama entonces le dedica una mirada
Débora, y entonces -por sobre Federico-, Osama le toma la mano a Ksenia y se van
las dos a los baños de la discoteca Marte.
Con Osama Hussein habiéndose retirado del apartado, y caminando lejos, Federico
Sposito se acerca a los otros dos caballeros del apartado y se burla: "...es que
la situación está fuera de control... ¡Carajo!", imitando el dicho más frecuente
de Osama Hussein. Todos en el apartado ríen.
Sin embargo, Débora entonces discretamente se cerciora en su relojito de oro,
con correa de cuero, y Leopoldo se distrae y le mira: "¿Qué ocurre, Débora?".
Débora intenta decir bajito sus palabras, pero luego de haber tomado vodka éstas
resultan audibles hasta para Federico Sposito: "¿No tenés tu final en la
facultad, mañana?".
También estudiante de la misma cursada de medicina con Leopoldo y Osama Hussein,
Federico Sposito reacciona tirándose para atrás en su asiento y tomando su
trago, a lo cual Leopoldo Alberdi sale al rescate comentándole a Luciano
Menéndez: "Yo no sé nosotros, pero nuestra amiga Osama realmente sabe de
medicina".
Federico Sposito se suma a la discusión: "¡Tiene todos veintes y "A+" en su
libreta! Todo el mundo en la facultad dice que va a ser una nueva marca
histórica".
Luciano Menéndez levanta sus cejas negras: "A mi me parece un caso de corrupción
académica, en la universidad de Lima".
Leopoldo Alberdi rápidamente reacciona a su lado sacudiendo sus manos: "No, para
nada. Osama realmente sabe ¿Eh? Yo la anduve probando con sus conocimientos, y
evidentemente sabe más que los profesores. Incluso al hablar tiene un nivel
científico propio de quien ha estudiado a todos los premios Nobel que existen...
y más allá de la medicina. Osa tiene un gran conocimiento científico en general.
Ella absorbe los conocimientos científicos naturalmente".
Precisamente entonces, Osama Hussein regresaba de los baños, de la mano con
Ksenia Raña.
Con la otra dama sentándose, Osama se acerca a Federico y tirando de su brazo,
ella lo acerca a su lado y se besan, en tanto que en la pista comenzaban a sonar
canciones románticas.
Osama se lo lleva a Federico a la pista.
Luego de una seguidilla de casi una decena de canciones, Osama regresa abrazada
por Federico, y Osama nota que, sobre el hombro desnudo de Débora Moreno,
Leopoldo Alberdi se había quedado dormido, con su barba incipiente negra, en
tanto que Luciano Menéndez y Ksenia Raña conversaban, con Federico Sposito
sumándoles a ellos.
Osama Hussein se sienta al lado de Federico, le dedica una mirada atónita a
Luciano Menéndez, quien le dedica una sonrisa, y apoyando su rostro sobre
Federico Sposito, finalmente Osama sonríe descansando luego de haber bailado
tanto.
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(¸.•´ (¸.•` Parte 9
La sala "silenciosa" de la biblioteca médica de la universidad de San Fernando,
en Lima, era un área moderna y bien iluminada por ventanales, en el cuarto piso
de uno de sus edificios.
La peruana Osama Hussein estaba sentada de frente a una de las mesas, con su
superficie en caída para facilitar el apoyado de los libros. A su lado, se
hallaba sentado Federico Sposito, profundamente dormido sobre la mesa de
lectura, con su cabeza yaciendo sobre sus dos brazos cruzados, y vistiendo el
mismo atuendo de la noche anterior en la discoteca Marte.
Eran las horas del mediodía, y tanto Osama Hussein como Leopoldo Alberdi, en
otra mesa similar, aunque orientada frente a la de Osama, habían estado leyendo
los libros de la examinación final inminente, utilizando los mismos libros
médicos y científicos, intercambiándolos sin problemas.
Osama Hussein resopla confiada con el conocer todos los conceptos de los gruesos
tomos de ciencia, así que corre el suyo, y le da un trago largo a uno de los
vasitos plásticos de café a su lado, junto a otros similares, que habían sido
consumidos por Leopoldo y ella.
Casualmente, los ojos negros del hispano Leopoldo se cruzaron con los miel
claros del rostro de Osama.
Reaccionando rápidamente, Leopoldo señala a Federico Sposito con su cabeza, y
comenta: "Él sí que va a llegar bien descansado al final".
Osama Hussein gira su cabeza y escruta a su pareja colombiana cafetera, y
comenta: "No paramos de bailar...".
Luego de unos segundos de silencio, y haciéndole un gesto con su cabeza, ella le
comenta a Leopoldo Alberdi: "Vos te dormiste en la discoteca, y recién te
despertaste en cuanto la dejamos con la salida del sol".
Leopoldo sencillamente le hace un gesto levantando sus cejas negras y torciendo
su boca.
Entonces, Osama Hussein levanta su cuaderno universitario grande, con todas sus
notas, escondiéndose detras del mismo.
Osama Hussein dirige sus ojos miel claros ocultamente hacia adonde Leopoldo
mascullaba conceptos científicos, del otro lado.
Como en otras ocasiones, Osama Hussein comienza a escrutar la mente de Leopoldo
Alberdi, disfrutando acerca de su dulzura humana, y su intelecto, el cual en
realidad era de izquierda, de lo más socialista del partido político APRA, de lo
cual ella en verdad entendía muy poco, y tenía poco que ver con su estilo
exhibicionista y violento, con sus collares de oro colgando de su cuello.
De cualquier modo, bajando su cuaderno nuevamente, Osama Hussein en cambio se
apura extendiendo su mano sobre el hombro de Federico Sposito, y le pregunta:
"¿Duermes bien, mi amado?", a lo cual Federico Sposito muestra una sonrisa,
aunque siguiendo durmiendo.
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(¸.•´ (¸.•` Parte 10
La mesa de examinación se hallaba por debajo de una gran bandera roja y blanca
del Perú, con su escudo y sus dos arreglos circundantes, de una rama de palma, y
otra de laurel con bayas rojas.
De frente a la mesa de examinación, de la Universidad de San Fernando en Lima,
Osama Hussein extrae una bolilla del bolillero esférico y rotatorio, a lo cual
uno de los facultativos allí, de pelo blanco y dientes amarillos y salientes,
con la etiqueta de "Dr. Lambetta" pegada en su pecho sobre el guardapolvos,
consulta un listado, para comenzar a preguntarle a ella.
Osama Hussein en verdad se extiende más de lo esperado, e incluso otro de los
académicos médicos peruanos allí cruza sus manos en frente de su rostro
pensativo, con los codos sobre la mesa, y comienza a pedir una extensión de las
nociones científicas, que Osama Hussein acababa de presentar.
Osama Hussein: "Bueno, mire... Los preceptos universales nos dicen...".
El profesor abre sus ojos sorprendido y abre su boca: "¿Preceptos universales?".
Osama Hussein: "Eh... El sentido común, quise decir", tras lo cual ella se
acerca a uno de los libros de texto sobre la mesa, lo abre con un simple
movimiento en la página precisa correspondiente a su cátedra improvisada, y con
sus dedos esqueléticos, ella termina de fundamentar los conceptos de su
respuesta, sobre la imágen".
El profesor había permanecido apenas respirando ante tal intervención de Osama
Hussein, y temblando termina levantando su cabeza y musita nerviosamente: "Usted
es un ser humano fascinante, señorita. Realmente increíble".
A su lado, el doctor Lambetta dirige una mirada rápida a los dos, de algún modo
acostumbrado a los conocimientos increíbles de Osama Hussein, firma con un
veinte la libreta de la facultad de San Fernando de Lima, y ruidosamente
martilla el documento con un sello.
Lambetta le extiende la libreta a Osama Hussein, diciéndole: "Usted no me
sorprende más, señorita. Felicitaciones. Le deseo que siga así, engalanándonos
científicamente con sus conocimientos".
Osama Hussein sale por la puerta, en los pasillos exteriores de los edificios
más modernos dentro de la universidad de San Fernando, en medio de todo el verde
de su jardín botánico.
La tarde era soleada y hermosa, y tanto Federico Sposito como Leopoldo Alberdi
se apresuran hacia ella, aunque uno de los facultativos de la mesa justamente
clama por "Sposito" para su examinación siguiente.
Murmurando: "¡Oh, es mi turno!", Federico se toma su tiempo para darle un beso
en la boca de Osama Hussein, quien también pasa su lengua con él, muy
sensualmente.
Con su campera inflada negra, su remera gris muy oscura del Cienciano, con
Macchu Pichu estampada, su elastano negro en las piernas, y una gruesa capa de
collares de oro colgando de su cuello, Osama Hussein se da vuelta y lo ve a
Federico entrando en la mesa de examinación, de la cual el doctor Lambetta
inesperadamente sale y se dirige hacia ella.
Lambetta: "Mire, señorita Hussein, mis abuelos llegaron al Perú del norte de
Italia, y a diferencia de ellos yo no soy ni prejuicioso por lo político, por lo
cholo, o por lo que sea". En ese momento, el doctor Lambetta se delata a si
mismo, observando lo llamativo y presuntuoso de todo el oro colgando del cuello
de Osama Hussein, por sobre su remera del club Cienciano de Cuzco.
Osama Hussein seguía sus palabras con sus grandes ojos miel claros bien
abiertos, y en ese instante no pudo evitar el sonreír.
Lambetta siguió: "Lo que quiero decir es, que el rector está muy entusiasmado
con usted. Queremos que se haga cargo de las cursadas anteriores a su año, y que
nos acompañe a una conferencia en la propia Roma".
Osama Hussein comienza a hablar: "Mire, doctor Lambetta", tras lo cual ella
estalla con una risilla evidentemente cambiando para dar una respuesta de
compromiso: "Quiero decir... Sí, obviamente me interesa. Aunque por unos días
preciso despejarme. ¿Sabe? Ahora comienzan las vacaciones, y me comunicaré con
ustedes en los meses siguientes. ¿Le parece?".
Lambetta abre sus brazos, moviendo su rostro de pelo blanco con dientes
salientes amarillos para concluir: "¡Excelente! ¡Perfecto! ¡Maravilloso! Espero
su respuesta, señorita Hussein".
Apenas moviendo la punta de su zapatilla mullida negra sobre el concreto del
piso, con una sonrisa mostrando la punta de sus dientes perlados Osama Hussein,
le sigue a Lambetta volviendo al salón de examinación.
La voz de Leopoldo Alberdi se escuchó entonces a su lado: "Una nueva marca ¿Eh?
Lo hiciste nuevamente".
Sin sorprenderse con su intervención, Osama Hussein se da vuelta y le dice: "Es
así... A vos no te fue nada mal tampoco, aprobando con un dieciséis (un bueno)
en una materia tan difícil. Sos un médico nato sin duda".
En este momento Osama Hussein por primera vez desde siempre sintió culpa con
Leopoldo Alberdi, por haberlo forzado a asistir a la discoteca Marte en esa
misma noche, para las juergas desaforadas de Federico Sposito y ella, siempre
haciendo cosas así en sobremanera.
Tal como Osama Hussein presentía con su capacidad prodigiosa, Leopoldo Alberdi
efectivamente soñaba con demostrar el tener posición social, más allá de su
ímpetu permanente por ser un gran médico desde su niñez.
Pensando que Osama Hussein iba a ser más cuidadosa al respecto en el futuro con
su amigo de estudios, en verdad Osama Hussein también en ese momento se quedó
pensando en la vida romántica de la infancia huérfana de Leopoldo Alberdi, y
cuanto él luchó fuera de su pobreza para conseguir los libros de la carrera
médica desde una tierna edad, y estudiándolos. Y también por primera vez, Osama
Hussein comprendió los sueños en realidad de izquierda socialistas de Leopoldo,
para ayudar a los pobres y los desamparados del Perú, viajando por el país, en
tiendas médicas.
Leopoldo Alberdi y Osama Hussein, entonces compartieron un silencio muy
intrigante, con los ojos miel claros y sus ojos cansados y bien negros fijos el
uno con el otro.
El momento se prolongó por casi un minuto, momento en el cual Federico Sposito
salió de la mesa de examinación, y abrazó a Osama Hussein por su cintura, sin
sorprenderla.
Osama automáticamente le dio otro beso muy sensual en la boca a Federico, y ella
como una formalidad preguntó: "¿Te fue bien, mi amor?".
Federico Sposito: "Aprobé, sí, con un diez con cincuenta?", lo cual era el
mínimo para pasar el exámen.
Con un dejo de sus pensamientos confusos por Alberdi, Osama Hussein por un
instante sintió resentimiento por la situación, la cual era corrupta en verdad,
entonces discurriendo: "Eso fue por el soborno que pagaste, mi querido amor...".
Inmediátamente, Leopoldo Alberdi sonrió mostrando sus dientes grandes y blancos,
palmeando el brazo de Federico y diciéndole: "¡Muy bien! Pasamos todos,
entonces. Debiéramos celebrarlo".
Federico Sposito responde: "Claro que sí. Tengo un plan al respecto, de hecho.
Vamos caminando, que les cuento".
El edificio de la facultad de San Fernando era de más de cien años, realmente
gigantesco y rodeado por el jardín botánico de Lima.
La tarde era soleada, y caminando sobre las cintas de asfalto y concreto por
allí, al lado de estudiantes repasando sus libros, sentados en todo banco o
superficie apropiada, Federico explicaba: "Tengo mi avión listo en el hangar del
aeropuerto Chávez, pensaba proponerles a ustedes mis amigos, el escaparnos a mi
Bogotá por todo el fin de semana".
Bajo su brazo derecho, Osama Hussein emite una risilla discreta, y luego de
besarlo en la boca, con su rostro ella dice: "Tu ocurrencia me parece perfecta,
Federico. Por eso te amo tanto".
Leopoldo Alberdi: "Realmente me va a hacer bien el descanso. Voy a decirle a
Débora para que venga con nosotros", y entonces Leopoldo Alberdi saca su celular
y deja un mensaje en WhatsApp.
Con la voz de Leopoldo sonando de fondo, Federico le habla a Osama Hussein: "Vos
siempre me pediste el arreglar tu escape de Lima ¿no es cierto?", a lo cual
Osama Hussein se aferró a la cintura de Federico más fuertemente.
En medio de los edificios gigantescos de más de cien años, de la facultad de
medicina San Fernando de Lima, con sus jardines, había un laberinto de caminos
pavimentados.
En uno de esos recovecos, cerca a una pequeña tienda de refrescos dentro de la
facultad, se hallaba aparcada la Ferrari Portofino roja de Osama Hussein, a la
cual ella camina sin decir una palabra y abre la puerta de su lado de conductor,
y se sienta silenciosamente.
Federico se queda por detrás hablando con Leopoldo: "Bueno, te espero en tres
horas en el aeropuerto, entonces, la vamos a pasar bomba, ya verás".
Leopoldo con su barba negra del estudio intenso en esos días rápidamente
estrecha su mano con Federico, quien corre hacia su asiento de acompañante de la
Ferrari Portofino, cuyo motor rugía repetidamente por Osama Hussein, mientras
que el techo retráctil se plegaba espectacularmente hacia atrás. Todos los
estudiantes limeños de medicina alrededor no dejaban de filmar con sus teléfonos
celulares.
Con las cabezas de Federico y Osama Hussein, al volante, ya visibles, la Ferrari
Portofino maniobró dócilmente fuera de la Facultad de San Fernando, con Leopoldo
Alberdi despidiéndoles moviendo su mano en saludo, a lo cual solamente Federico
se da vuelta, levantando su brazo y gritando: "¡Te esperamos, Leopoldo!".
Con su barba negra, Leopoldo Alberdi entonces gime una sonrisa y se da vuelta,
caminando unos metros hacia su carro Renault celeste, que era un modelo de diez
años de antigüedad en realidad.
Dejando su saco y su mochila en el asiento del acompañante, Leopoldo murmura:
"Un año más cerca de mi título médico, entonces", y entonces él hace girar la
llave, encendiendo su automóvil, el cual él conduce, saliendo hacia la avenida
Miguel Grau, con todos los pequeños sanatorios informales y coloridos de modo
vario pinto que muy informalmente tenían invadida el área allí.
Leopoldo Alberdi entonces susurra: "Un día, muy pronto, yo tendré mi propio
sanatorio..."
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(¸.•´ (¸.•` Parte 11
Eran las siete de la tarde en ese día caluroso del verano, cuando la peruana
Osama Hussein aparca su Ferrari Portofino roja en la puerta del restaurante "El
Pez Espada", en el Callao, en frente a los muros inmensos de la Fortaleza Real
Felipe.
Parando su rodado de carreras importado de Europa, Osama Hussein hace sonar su
bocina varias veces, a Leopoldo Alberdi, quien se hallaba visible detrás de los
ventanales, con el periódico "El Comercio" frente suyo, y con una leche de tigre
en su mano, la cual él se apresura a terminar.
En tanto que Leopoldo Alberdi sale del restaurante, Osama Hussein pliega muy
espectacularmente su techo desplegable, y así la cabina de su auto de dos
asientos queda cerrada.
Leopoldo Alberdi entra al asiento del acompañante comentando: "Es la primera vez
que salgo del país, o de Lima en realidad, en toda mi vida".
Osama Hussein hace una sonrisa, muy complacida con la sinceridad súbita de su
camarada de estudios universitarios, para comentarle: "En realidad, yo tampoco
he salido mucho del país, habre ido un par de veces a Bolivia, el norte de Chile
y Argentina, nada más. Mi familia es muy protectiva a mi.
Conduciendo por el par de cuadras del puerto del Callao hasta la avenida Miguel
Grau, entre semáforo y semáforo, Osama Hussein no puede evitar el comentar: "Ese
BMW nos está siguiendo".
Leopoldo Alberdi entonces se da vuelta, para observar por la ventanilla trasera,
desde donde efectivamente se distinguía un BMW plateado de dos puertas, un Serie
6 E63, muy compacto y desgastado, con al menos diez años de antigüedad, con un
sujeto de gafas, realmente amenazador.
Leopoldo Alberdi con su cabeza torcida susurra: "Bueno... Conmigo acá, nadie te
va a secuestrar, Osa...".
Prestándole poca atención al comentario, Osama Hussein pela gomas para girar por
la avenida Miguel Grau, y en verdad acelerar a velocidades de carrera por unos
cientos de metros, hasta asegurarse de perder a su perseguidor.
Entonces, Leopoldo Alberdi mirando para atrás nota que el BMW plateado tenía
unas gomas especiales, realmente gruesas y anchas, como habiendo sido adaptado
para correr a altas velocidades en realidad.
Leopoldo Alberdi murmura: "Éso es increíble", a lo cual Osama Hussein se distrae
con sus ojos miel claros hacia él brevemente, y estalla en una risilla.
Unas cuadras más adelante, Osama Hussein nuevamente acelera a altas velocidades
y gira rechinando sus gomas Michelin nuevas, para girar intentando sorprender
hacia la derecha por la calle Colina, y nuevamente, pocos metros después a la
derecha, adentro de la calle California, conduciendo a contra mano en realidad.
Entonces Osama Hussein aparca su Ferrari Portofino roja por delante de un micro
de transporte de pasajeros informal 'Coaster'.
Osama Hussein con su motor encendido mantiene su zapatilla inflada roja sobre el
pedal de la Ferrari, expectante.
Osama Hussein vestía una remera de cienciano roja, con la sombra de las ruinas
incaicas de Macchu Pichu, con gruesas cadenas de oro colgando de su cuello, y
elastano rojo vistiendo sus piernas esqueléticas.
Leopoldo Alberdi no dejaba de escrutar hacia atrás, y en un momento murmura:
"Parece que lo perdimos...".
El silencio se prolongó por unos segundos hasta que Osama Hussein susurra:
"lamentablemente... no", y entonces pisa el pedal de su Ferrari Portofino a
fondo, para hacer un giro en "U" usando también su freno de mano, acelerando a
fondo por California, en tanto que detrás suyos, la BMW plateada se dirigía
directamente hacia ellos.
Luego de ir a altas velocidades por un par de calles, Osama Hussein vuelve a la
avenida Miguel Grau, en dirección este.
Unas diez calles más hacia el este, contiguo al estadio Grau, Osama Hussein se
acerca hacia la derecha a las rejas, de unos de los barrios vallados de la zona,
en la cual había un guarda, un moreno de saco y corbata con una cabellera muy
rigurosa, cortita y con rulos, que se aproxima como una formalidad para
hablarle.
Osama Hussein susurra: "Ahí viene Julio Fraga, pues", sorprendiendo a Leopoldo
Alberdi a su lado, quien efectivamente conocía al sujeto de unas chambas
estivales de antaño, en esas calles cercanas a su departamento.
En efecto, el portero de ese barrio al agacharse reconoce a Leopoldo y le
sonríe, aunque de todos modos Osama Hussein les interrumpe diciéndole
rápidamente: "Vamos, Julio, abranos la reja, que quiero visitar a mi abuelo, y
el sujeto que viene en el BMW plateado detrás nos quiere chorrear".
Distrayéndose apenas con todo el oro colgando del cuello de Osama, Julio Fraga
se apura corriendo para mover la verja de la calle, a lo cual Osama Hussein
vuelve a apretar su acelerador a fondo, pasando con una aceleración muy alta y
haciendo rechinar las gomas de su Ferrari Portofino.
Circulando a altas velocidades en la Ferrari, Leopoldo sorprendido comenta:
"Pensaba que únicamente yo conocía éstas calles", a lo cual Osama Hussein vuelve
a sorprenderle diciéndole: "Mirá que sos un viejo chambeador de Lima vos.
¡Carajo!", a lo cual Leopoldo se carcajea, dándose cuenta lo mucho que
disfrutaba el estar junto a Osama.
Girando a la izquierda por la segunda calle al fondo del barrio vallado, Osama
Hussein se encuentra que la salida al fondo se halla obstaculizada por más de
dos filas de vehículos estacionados, cruzados en medio de la calle.
Osama Hussein comenta: "No se qué harán acá, si hay un incendio y los bomberos
necesitan pasar por ahí. ¡Carajo!", tras lo cual rápidamente ella hace girar su
Ferrari Portofino roja nuevamente violentamente en "U", para salir de esa calle
y volver a la entrada original rápidamente.
Leopoldo Alberdi fue sorprendido nuevamente por la maniobra del auto de carreras
italiano, ejecutada con tal maestría por Osama Hussein, aunque en realidad
estaba aún más sorprendido, porque palabra por palabra, era éso mismo lo que él
sentía con esa costumbre de ese barrio vallado en particular, con los carros
aparcados de cualquier modo, descuidadamente.
Osama Hussein siguió conduciendo de vuelta por la calle Noguera hacia la entrada
del barrio, en donde se distinguía un grupo de gente aglutinado allí.
Viéndo llegar la Ferrari Portofino de Osama, el portero Julio Fraga
instantáneamente vuelve a abrir la verja negra y amarilla.
Detrás del volante, Osama Hussein debe esquivar el BMW plateado dejado
abandonado vacío a su izquierda, con sus gomas Bridgestone japonesas gruesas de
carrera y su puerta abierta, aunque el sujeto que los seguía no estaba allí.
Del lado del acompañante de la Ferrari, Leopoldo Alberdi sí pudo observar que en
el suelo de la vereda, a su derecha, se hallaba el sujeto que los perseguía, aun
con sus gafas ahumadas en su cabeza, y una remera rosada del club de balonpié
Sport Boys del Callao contra el suelo.
Osama Hussein se toma su tiempo, conduciendo a muy baja velocidad, escrutando la
aglomeración de vecinos y el par de policías del serenazgo local, allí, con
muchos filmando la escena con sus teléfonos celulares.
El sospechoso en el suelo pudo ser escuchado por los dos en la Ferrari, diciendo
furiosamente, con un acento que parecía ruso curiosamente: "Suéltenme ahora
mismo. ¡No saben con quién se están metiendo!".
Reaccionando inmediatamente a ésto, Leopoldo Alberdi se levanta del asiento del
acompañante de la Ferrari Portofino, y sacando hacia su derecha sus hombros al
exterior exclama: "Llévenselo a la comisaría, al transexual ese", haciendo
referencia a los colores tradicionales de la casaca deportiva de los del Callao,
vestida por el atacante detenido.
Volviéndose a sentar, apretando él el botón correcto a su derecha, levantando la
ventanilla, y hablando a su izquierda Leopoldo le comenta a Osama Hussein: "Qué
suerte que yo siempre fui de Alianza Lima", a lo cual ambos estallan en una
carcajada.
Casi a medio camino de llegar por la Grau hacia el desvío hacia el aeropuerto
Chávez, Osama Hussein vuelve a sorprender a Leopoldo comentando: "¡Qué buena
Chifa china es esa! Que suerte que le levantaron la clausura, pues...",
señalando con su mentón hacia un restaurante muy pintoresco, con la decoración
escalonada tradicional, con decoraciones pekinesas.
Leopoldo no pudo evitar el golpe de sorpresa, dejando caer su mandíbula, con la
boca abierta por segundos, siendo ese su restaurante preferido en su Callao,
terminando siempre allí, desde haber estado cumpliendo con todos sus trabajos en
la zona del Callao, desde incluso su adolescencia temprana.
Leopoldo Alberdi: "¿También viniste vos acá?".
Osama Hussein estalla en una risilla y susurra sin distraer sus ojos miel claros
de la avenida Grau: "Tengo una Ferrari... Me gusta pasear con ella, pues".
Luego de subir rápidamente al norte por la avenida Faucett, y cruzar el puente
del Rimac, totalmente desecado y con algunas bolsas de basura, inocultablemente,
Osama Hussein ingresa a las instalaciones del aeropuerto internacional Jorge
Chávez, por uno de las verjas del sector militar, en donde el personal
aeronáutico rápidamente le hace una venia militar por saludo, a lo cual Osama
Hussein reacciona rápidamente aclarándole a Leopoldo: "Esa no fui yo, sino que
Federico les indicó para que me recibieran con la Ferrari".
De todos modos, Osama Hussein no tardó en acelerar a altas velocidades en
segundos una vez más, para girar violentamente en el amplio espacio asfaltado
con varios hangares y aeronaves de toda clase, tamaño, y antigüedad, todos de la
fuerza aérea peruana.
La Ferrari Portofino roja terminó, así, aparcada prolijamente dentro de uno de
los hangares militares, y Federico Sposito, allí, no tardó en apurarse a abrirle
la puerta de la Ferrari a Osama Hussein, quien inmediatamente se colgó de su
cuello, y le besó en la boca con sus labios delicados largamente, tiempo
suficiente para que Leopoldo Alberdi descienda de la Ferrari, coja su gran bolso
del piso del carro de carreras, y se acerque lentamente a ellos, dándole la
vuelta por delante a la Ferrari.
Federico Sposito rápidamente entonces separó sus labios de Osama Hussein, y
luego de sonreirle a ella, él comentó: "Leo, qué suerte que estés acá... Tu
amiga Débora no pudo venir con nosotros, parece...".
Leopoldo Alberdi estrecha sus manos con él, y le comenta: "No pude traerla,
porque tenía que hacer trabajo atrasado de sus clientes, mañana sábado en la
oficina, para la visita de un extranjero".
Desinteresada, Osama Hussein había comenzado a caminar silenciosamente hacia el
avión ultra moderno pequeño de Federico Sposito, con sus turbinas, que habían
sido encendidas de antemano a su llegada allí.
Federico Sposito le dedica una mirada furtiva a ella, y entonces le murmura a
Leopoldo: "No te preocupes, hombre. Yo tengo la mejor agenda de gatitas en toda
Bogotá. No te vas a arrepentir".
Osama Hussein había llegado a la base de la escalinata móvil al lado del avión,
y entonces sí, Federico Sposito hace una pequeña carrerilla hacia ella, la
abraza y ambos suben hablando en susurros, con sonrisas ocasionales.
Esperando porque ellos dos ingresaran al avión pequeño, Leopoldo Alberdi muy
entusiasmadamente asciende las escaleras, y antes de entrar a la cabina del
avión ultra moderno, él murmura, mirando hacia el sudeste, apreciando las
colinas de Lima, la polución, y pensando en toda su geografía, que él tan bien
conoce.
Leopoldo murmura: "Adios, mi Lima querida", siendo la primera vez en su vida de
viajar tan lejanamente como fuera de su urbe natal, incluso para llegarse hasta
Colombia en éste caso.
Luego de unas pocas maniobras por las pistas del aeropuerto Chávez, el avión
pequeño de Federico Sposito con sus turbinas poderosas tomó vuelo al final de
una de las pistas secundarias.
Entonces, el BMW plateado, con sus gomas inmensas de carrera, también se llegó a
los hangares de la fuerza aérea peruana.
Con su remera rosada del Callao, el sujeto rubio teutón violentamente se removió
sus gafas negras, revelando tener también ojos curiosamente blancos.
En esta ocasión, el sujeto misterioso tenía su celular en su mano, al cual él le
habló con su acento fuertemente ruso: "Lo siento mucho, jefe... ¡La perdimos!".
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(¸.•´ (¸.•` Parte 12
En Bogotá, eran las horas de la noche, en cuanto, abrazada por Federico Sposito,
la peruana Osama Hussein ingresó en el departamento ático, del piso cuarenta de
uno de los edificios más lujosos de la ciudad.
Al abrirse la puerta del departamento, quedó en evidencia todo el lujo del
lugar, con pieles de animales cazados sobre el piso, y cabezas trofeos de caza
sobre las paredes, con especímenes africanos, incluyendo la de un elefante, un
alce de grandes cuernos espiralados, un león, y una cebra.
Las paredes también tenían tapices muy vistosos, muchos con detalles de bordado
en oro.
La sala amplia con sus muchos sillones grandes y mullidos estaban también
engalanados por un ventanal inmenso, de piso a techo, y de pared a pared, el
cual daba a una visión panorámica de Bogotá.
Precisamente, Osama Hussein caminó lentamente hacia la abertura vidriada
monumental, desde donde la ciudad de Bogotá podía ser apreciada bulliendo con su
vida nocturna, con las luces dinámicamente por debajo.
Leopoldo Alberdi en cambio optó por apresurarse hacia uno de los sillones
mullidos, dejándose caer allí muy ruidosamente.
Federico Sposito se sentó cruzado de piernas sobre un sillón individual, a
cierta distancia, a lo cual Osama Hussein reacciona felinamente, caminando
lentamente con su elastano rojo en sus piernas hacia allí, y comienza a
acariciar el rostro de Federico con su respiración, besándole de tanto en tanto.
El silencio se prolongó por unos segundos, tras lo cual Leopoldo Alberdi
masculla: "Bueno... Al fin en Colombia. Fuera de mi Lima querida, por la primera
vez en mi vida".
Precisamente entonces, la puerta del departamento vuelve a abrirse, por la cual
ingresa un sujeto alto, el más alto de todos allí, de piel morena oscura,
escoltado por dos mujeres, de muy escasa vestimenta.
El sujeto moreno se llamaba Diego Tinelli, y lucía un bigote en cepillo de
dientes negro en su cara. Con un gesto de su cara, ambas gatitas colombianas
pasan saltando directamente hacia el sillón de Leopoldo Alberdi, tomando asiento
a cada lado de él.
"Hola, yo soy Claudia...", "...y yo me llamo Milett", ambas se presentan muy
profesionalmente a Leopoldo, quien levanta las cejas negras de sus ojos cansados
y susurra: "En serio... ¡Qué lindos que son sus nombres!".
Con Osama Hussein besándole el cuello entonces, Federico Sposito se carcajea
ruidosamente, y comenta: "¡Qué afortunado que es Leopoldo!... Gracias Diego", y
su asistente personal allí en Bogotá entonces vuelve a salir por la puerta,
saliendo de la sala de estar gigantesca.
Leopoldo Alberdi pronto abraza a ambas damas, y luego de dirigir una mirada
furtiva a su camarada limeño de estudios, siempre besándole a Federico y pasando
su mano sobre su pecho, Osama Hussein le dice al oído a su novio colombiano:
"...quiero dar una vuelta por la ciudad antes de... lo que tú sabes que haremos
hoy".
Federico menea su cabeza y comenta: "¿Por qué? ¿qué te ocurre? No has descansado
por dos días seguidos. ¿Porqué quieres salir ahora?".
Osama Hussein responde a ello, dejando su cabeza inmóvil con su cabellera lacia
negra encima de su hombro por unos segundos para entonces decir: "Quiero salir
un ratito...".
Federico Sposito entonces reacciona tirando su cabeza para atrás pensativo, y
entonces gira hacia Leopoldo Alberdi, consultando: "¿No la notás nerviosa a la
Osa?".
A ésto, Leopoldo se distrae de las dos mujeres a sus lados, y le levanta los
hombros a Federico en señal de confusión, acerca de ese punto.
Luego de observarlo con sus ojos miel claros furtivamente nuevamente a Leopoldo,
Osama Hussein le da un beso prolongado a Federico Sposito, se ríe desde su
garganta, y finalmente se pone de pie sobre sus piernas, con su elastano rojo, y
su remerita roja del Cienciano de Cuzco, con todas las cadenas de oro colgando
de su cuello.
Osama Hussein entonces le extiende su esquelética mano hacia abajo hacia
Federico Sposito, quien levanta su cabeza para mirarla a los ojos.
El silencio de varios segundos fue interrumpido, cuando Leopoldo Alberdi le
habla a una de las gatitas colombianas, a sus lados: "¿Tú qué dices, Pochita?
¿Vamos a dar una vuelta por Bogotá, nosotros dos, con nuestros amigos?".
La mujer muestra sus grandes dientes perlados, para hablar sorprendida:
"¡¿Pochita?! Porqué es que tú me llamas así".
Leopoldo Alberdi entonces se levanta con ella de la mano, diciéndole: "Ahora te
cuento, mujer, verás que es una historia muy divertida... te va a encantar", y
así ambos se dirigen a la puerta.
Desconcertado, Federico Sposito los sigue con sus ojos negros, y luego
finalmente toma la mano de Osama Hussein, y se levanta a su lado: "Bueno,
entonces. Vamos a dar una vuelta, Osita, pero rápida, por acá el centro de
Bogotá. ¿Estamos?".
Osama Hussein responde a ésto de pie, besándole largamente con sus labios, tan
apasionadamente, que Leopoldo apenas se distrae de la mujer a su lado.
Leopoldo de todos modos pasa su brazo derecho alrededor de la cintura de
"Pochita", y comienza a decir: "Había una vez un capitán peruano, que era muy
puritano...".
En eso, siendo también jalada por su pareja Federico, Osama Hussein extiende su
brazo para coger su pequeña mochila, con la bandera del Perú estampada roja y
blanca y con su escudo rodeado de hojas andinas, aunque Federico reacciona
rápidamente tomando el saco con sus dos manos y tirándolo en el sillón, del cual
se había levantado un rato antes.
Federico Sposito abraza a Osama Hussein, y le dice: "Dijimos que saldríamos por
un momento, no vamos a ir tan lejos como para que lo necesites".
Osama Hussein entonces abraza a Federico por el cuello muy sensualmente: "Está
bien... Tú tienes razón, mi amor", y así, cruzándose con Diego Tinelli entrando
nuevamente a la sala gigantesca, finalmente ambos dejan el departamento,
cerrando su puerta por detrás.
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(¸.•´ (¸.•` Parte 13
El centro de Bogotá era un mar de gente, en un viernes por la noche.
Los tres camaradas de estudios de la universidad de Lima caminaban contentos,
deteniéndose en los escaparates de las firmas italianas allí, apreciando los
relojes, las carteras, y las prendas de vestir.
La peruana Osama Hussein murmura: "Nada como en Lima. ¡Carajo!".
La gente también parecía más educada en verdad, y Leopoldo Alberdi, con su
escolta femenina, se detuvo frente a un escaparate de una gran tienda de gafas
"Ray Ban" para conversar con una vendedora muy esbelta totalmente vestida de
rojo, como una de las modelos de sombrilla de la Fórmula 1, con una chaqueta
roja con publicidades de todos los auspiciantes de Ferrari en esa categoría
deportiva, con una campera de cuero y una capucha de cuero, promocionando un
proyecto de un parque de diversiones ultra moderno para la marca Ferrari de
Italia para Colombia, tal como en Abu Dabi.
Precisamente también vestida toda de rojo, Osama Hussein tenía su remerita del
Cienciano de Cuzco, con pantalones elastano rojos, y zapatillas mullidas del
mismo color, aunque también de su cuello colgaban una multitud de collares de
oro resplandeciente.
Federico Sposito distrae a Osama Hussein, señalando uno de los escaparates más
lujosos, y preguntándole: "¿No es lindo, mi Osita?".
Los pensamientos más profundos de Osama Hussein la traicionaron entonces,
forzándola a una risilla, viendo en detalle uno de los modelos Audemars Piguet,
con una cara totalmente deformada y casi ilegible con sus números romanos
totalmente distorsionados, a pesar de ser de oro y de tener incrustado muchos
diamantes, costando decenas de miles de dólares.
De todos modos, Federico Sposito la tenía bien aferrada a Osama Hussein,
buscando los modos que él conocía bien para excitarla sensualmente, y
repitiéndole en ocasiones: "Tu osito está muy desesperado, Osita", a lo cual
Osama Hussein reaccionaba siempre mostrándole los dientes y besándole en la boca
fervorosamente.
La situación se estaba convirtiendo en una escena tal, que la "Pochita" de
Leopoldo le sonríe mostrándole sus dientes, y ambos estallan en risillas.
De hecho, Federico Sposito llega a captar esa escena en particular, y
finalmente, besándole su cuello delgado, encara a Osama Hussein: "¿Qué ocurre?
¿Te esquivás a vos misma? No dormiste en dos días. ¿No piensas descansar y
relajarte un poco?".
El momento íntimo y romántico fue interrumpido inesperadamente, porque desde las
alturas del cielo de Bogotá, que estaba apenas nuboso en esa noche tropical
estrellada, una luminosidad colorida y relampagueante hace su aparición con un
gran sonido metálico y desgarrador.
Osama Hussein instantáneamente levanta su cabeza con sus ojos miel claros, con
una sonrisa mostrando la punta de sus dientes perlados, sin verse
particularmente sorprendida.
En pocos segundos, los tres camaradas de estudios de Lima estaban absortos,
juntos hombro contra hombro, sin poder creer realmente la aparición celestial,
claramente de escasa explicación científica convencional.
De pronto, la luminosidad en el cielo se transforma en un largo rastro luminoso
entre las estrellas, y un segundo más tarde, en las calles de Colombia, todo
estalla con la onda ultra sónica consecutiva.
Los vidrios de los escaparates del centro de Colombia se rajan, o estallan en
pedazos y caen, y hay gente que termina en el piso agarrándose la cabeza.
Únicamente Osama Hussein permanece firme de pie en su sitio, mirando al cielo
con sus ojos miel claros, mientras todos alrededor, incluyendo a Federico y
Leopoldo son presas del pandemonio callejero.
Osama Hussein se distrajo apenas cuando una niñita, a diez metros de distancia,
tira su helado al suelo, y comienza a gritar, señalando con su manito y brazito
hacia un punto en la peatonal turística, adonde nada se veía fuera de lo usual,
más allá de los vidrios rotos, y la gente herida circulando.
De todos modos, Osama Hussein entonces masculla: "...les he estado esperando
toda mi vida por este encuentro. ¡Carajo!".
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(¸.•´ (¸.•` Parte 14
Osama Hussein mantenía sus ojos miel claros fijos hacia una tienda con recuerdos
para turistas, lleno de remeras con figuras famosas estampadas en ellas.
En ese sitio precisamente, tres figuras semi desnudas humanoides, de piel gris
de pronto aparecieron de la nada. Esos seres eran realmente altos, y sin
cabellos sobre su piel. Su cabeza alargada tenía ojos negros gigantescos. Togas
anaranjadas de discreto tamaño colgaban de su cuerpo esquelético, agarradas de
diferentes modos a ellos.
En su brazo derecho, cerca de sus hombros, las criaturas tenían un brazalete de
oro, con un grabado en forma de "X", el cual brillaba tenuemente. Además, con
sus manos derechas de dedos muy alargados éstos estaban sosteniendo unos
manubrios alargados, también de color anaranjado, su superficie emitiendo una
luminosidad leve.
La acompañante femenina de Leopoldo no pudo evitar el salir corriendo fuera del
lugar a los gritos, en tanto, que instintivamente tanto Federico Sposito como
Leopoldo Alberdi dan un paso atrás, para quedar por detrás del cuerpo
esquelético de Osama Hussein, quien parecía decidida a enfrentar a las
apariciones, ella vistiendo su remerita roja del Cienciano de Cuzco, sus
pantalones de elastano rojo, y sus zapatillas mullidas del mismo color.
Osama Hussein masculla con un gruñido entonces: "He estado esperando este
momento por toda mi vida. ¡Carajo!".
De los tres seres humanoides de piel gris clara, el del medio, un paso por
delante de los otros dos, reacciona violentamente emitiendo un siseo fantasmal
desde su cuello alargado, para emitir una serie de sonidos ininteligibles, en su
lenguaje extraño.
Osama Hussein sin embargo parece entender el significado de sus dichos
fantasmales y comenta: "Sí, claro. Tú quisieras. ¡Carajo!".
Detrás de ella, Leopoldo Alberdi entonces no puede evitar reaccionando con el
comentario: "¿Qué nos dijo esa cosa?", aunque Osama Hussein estaba demasiado
distraída con la situación para responderle a su camarada de estudios de Lima.
De cualquier modo, la criatura de la toga naranja del medio entonces aferra su
manubrio con las dos manos, y comienza a levantar su manubrio anaranjado
lentamente hacia los tres estudiantes del Perú, a lo cual Osama Hussein
repentinamente hace un movimiento con su brazo esquelético desnudo, como
tirándolo para atrás.
Con ésto, el manubrio anaranjado de la criatura de la toga anaranjada sale
disparada de sus manos alargadas de piel gris blanquecina, y así termina
directamente aferrada por las dos manos de Osama Hussein.
Siendo la primera vez que tiene algo así en sus manos esqueléticas, Osama
Hussein no pudo ocultar su fascinación con el manubrio anaranjado de los otros
tres seres extraños, con los ojos de sus dos camaradas de estudios también sobre
el mismo.
El aparato emitía cierta luminosidad sobre su superficie metálica aunque,
también así encendido, éste presentaba un curioso circular de caracteres
puntiformes, los cuales eran exactamente como los de los dados de los juegos de
mesas tradicionales terrestres, con caracteres del uno al ocho en realidad.
Los caracteres circulaban en franjas horizontales sobre toda la superficie del
dispositivo, para súbitamente cambiar de dirección y posición, y seguir así.
Osama Hussein estaba fascinada con lo que efectivamente sabía leer sobre el
aparato, forzándolo a Federico Sposito, detrás suyo a murmurarle: "¿Qué es lo
que dice esa cosa, Osita?".
Por entonces, por delante de los tres estudiantes peruanos, el sujeto adelantado
de los tres de las togas naranjas estaba levantando su brazo derecho y oteando
rápidamente hacia atrás, hacia sus dos acompañantes extraños, dando indicaciones
con su voz siseadora fantasmal.
Accidentalmente, la mano del líder extraño de toga naranja quedó enredada de una
de las remeras que colgaban allí, tratándose de una con la imágen del cantante
argentino Charly García, mostrando su dedo medio y con la frase "Say no more".
De cualquier modo, las otras dos criaturas de togas naranjas entonces dieron un
paso adelante, cogieron sus manubrios con sus dos manos, y levantaron
rápidamente sus manubrios anaranjados, con sus brazaletes de oro con la "X"
uniformemente en sus brazos derechos.
A ésto, Osama Hussein no distrajo sus ojos miel claros del aparato en sus manos,
sino que simplemente alzó rápidamente su mano derecha para apenas mover sus
dedos cortos cerrándola hacia arriba muy delicadamente, lo cual de todos modos
bastó, para que los otros dos manubrios anaranjados amenazadores salieran
disparados de las manos de las criaturas gigantescas de las togas anaranjadas.
Los dispositivos perdieron su luminosidad tenue, y con su pintura anaranjada
original se llegaron raspando sobre las baldosas de la calle de Bogotá hasta los
pies de los tres camaradas de estudio de Lima, Perú.
Federico Sposito se agachó entonces rápidamente, cogiendo uno de los aparatos
anaranjados, el cual permanecía opaco.
Federico entonces comenta: "¡Maldición! Éste se descompuso", y la ridiculez del
comentario fuerza a Osama Hussein a estallar con una risilla.
Envalentonados por la mucha diferencia de estatura entre los dos bandos de tres,
en las calles de Bogotá, las criaturas de las togas anaranjadas habían comenzado
a caminar hacia ellos entonces, a lo cual Osama Hussein sí levanta su cabeza
hacia ellos.
En ese momento, el peinado lacio negro llegándole a sus hombros comenzó a flotar
tenuemente en el aire, en tanto que Osama Hussein levanta el manubrio anaranjado
por sus dos extremos, sosteniéndolo como el volante de una motocicleta
convencional.
Osama Hussein entonces grita: "¡No den un paso más, carajo!", aunque las
criaturas de las togas naranjas siguieron avanzando hacia ella.
Sin embargo, el líder de las criaturas de las togas anaranjadas repentinamente
queda paralizado, endurecido como una estatua en su lugar, a lo cual las otras
dos criaturas se dan vuelta y lo observan, emitiendo una serie de sonidos
fantasmales cortos, desconcertados.
Entonces, la criatura de toga naranja que permanecía cautiva en sus propios
pasos inmóviles, comienza a temblar frenéticamente, evidentemente sufriendo con
este evento.
En simultaneo entonces, las otras dos criaturas de toga anaranjada giran sus
cabezas hacia Osama Hussein, quien no evidenciaba algún esfuerzo sosteniendo el
manubrio anaranjado por delante suyo.
Finalmente, las criaturas de las togas naranjas se miran la una con la otra, y
con los brazaletes de oro siempre brillosos en sus brazos esqueléticos derechos
éstas deciden echarse a correr fuera del lugar.
Federico Sposito reacciona inmediatamente gritando: "¡Detengan a esos
guerrilleros!", y corre hacia un oficial de la policía colombiana allí, quien lo
reconoce, y tras decirle: "Sí, señorito Federico", ambos salen corriendo detrás
de las criaturas de toga anaranjada.
Leopoldo Alberdi se había acercado a la criatura de la toga naranja, que había
quedado como una estatua tremolante, y curiosamente Leopoldo lo toca con su dedo
índice derecho, aunque rápidamente lo vuelve a sacar, habiéndose quemado en
realidad.
Leopoldo examina su dedo, y efectivamente había quedado rojo acusando el
sufrimiento de altas temperaturas, y él murmura: "Micro ondas...".
Osama Hussein confirma ésto diciendo: "Esa cosa ahora es chicharrón...", tras lo
cual frente a la mirada de los ojos negros de Leopoldo, el ser de toga
anaranjada evidencia un rostro de sufrimiento extremo, lo cual en este caso se
trataba de la deformación por derretimiento de toda su anatomía, de modo que en
segundos su cuerpo termina todo deformado, yaciendo como una masa de plástico
derretido en el piso, sobre la cual la remera de Charly García termina yaciendo
también, junto a su toga anaranjada.
Leopoldo Alberdi gime una sonrisa, y entonces le grita a Osama Hussein: "Voy a
ver en qué se metió Federico. ¡Vos quedate acá!", para rápidamente salir
corriendo en dirección hacia Federico y el policía colombiano.
Osama Hussein no puede evitar mirándole furtivamente a Leopoldo, en tanto que él
había reaccionado sinceramente para protegerla a ella ante un peligro verdadero.
De todos modos, con sus zapatillas infladas rojas, Osama Hussein se llega
caminando a los restos de la criatura atacante tirada en el piso, su cuerpo
completamente deformado y derretido, su toga anaranjada, y la remera blanca de
Charly García.
Dándole un pequeño empujón a la masa en el piso, Osama Hussein susurra: "Los
Oranzhevyys terminaron siendo poca cosa. Basura de mierda, para mí. ¡Carajo!".
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(¸.•´ (¸.•` Parte 15
Era casi la medianoche en Bogotá, cuando, con un sinnúmero de luces LED
multicolores el camión blindado inmenso Inka Hurón se llegó frenando
violentamente, exactamente en frente de Federico Sposito, quien apenas giró su
cuerpo con algo de preocupación por la violencia de la maniobra.
Del vehículo monumental, nueve policías con casco, gafas de aviador, y
ametralladoras descendieron diestramente, para formar una línea a un lado del
blindado.
Federico Sposito, junto al oficial de policía de calle original en el encuentro
contra los seres extraterrestres de toga anaranjada, conocidos universalmente
como los Oranzhevyys, comenzó a caminar frente a la fuerza armada allí presente.
Federico Sposito de hecho dio las órdenes correspondientes a ser el comandante
semi oficial en esa operación extraordinaria, diciéndoles: "¡Muy bien, hombres
de armas! Evidentemente estamos lidiando contra la guerrilla, que ha desangrado
nuestra amada Colombia desde hace décadas ya... En este caso, nuestro enemigo se
ha llegado más cerca nuestro que nunca. Luchando por su causa foránea... eh, la
del comunismo... permaneciendo desnudos, y librando su lucha criminal, aún
habiendo quedado casi desnudos. ¡No dejen a nadie vivo! ¡El honor de nuestra
nación, Colombia, así bautizada por el más grande descubridor en la historia del
mundo, nos lo demanda!".
Los nueve policías colombianos rugieron en unísono entonces: "¡Sí, señor!".
Con Leopoldo Alberdi bastante sorprendido a su lado, Federico Sposito entonces
sobriamente giró en dirección al objetivo de toda la operación, y con dos dedos
de su mano blanca y europea itálica, él señaló hacia allí.
La fuerza policial fuertemente armada, entonces se dirigió diligentemente hacia
allí, trotando.
Federico Sposito se queda de pie en su lugar, con sus manos agarrándose entre sí
a sus espaldas, a lo cual Leopoldo Alberdi se acerca lentamente, hasta decirle:
"Muy impresionante, Federico. Realmente no puedo dejar de admirarte".
Federico relaja su postura, y batiendo sus dos brazos alegremente, entonces
aclara: "No te preocupes, Leo. Yo no he cambiado un ápice con todo este asunto.
Tú aún eres uno de mis mejores amigos en el mundo", y sacando el revólver que
ocultaba bajo su saco de cuero, y tomando el hombro izquierdo de Leopoldo,
Federico dice: "Ven, acompañame adentro del lugar, verás que no tendrás nada que
temer".
El sitio en cuestión se trataba de una manzana entera, de la ciudad de Bogotá,
en la cual había una fábrica abandonada por años.
Ya en la primera habitación, con un claro instinto de cazador profesional,
Federico Sposito distingue un líquido inusual en uno de los rincones, de un
color marrón claro.
Habiéndose calzado unos guantes de cuero negro en el interín previamente,
Federico pasa sus dedos sobre ese material viscoso, y se lo lleva delante de su
nariz, iluminándolo con la linterna en su otra mano.
Con sus ojos negros, Federico deja escurrir esa gelatina orgánica al piso,
preguntándose: "¿Extraterrestres? ¿Será posible, realmente?".
Por dentro, la factoría abandonada era un gran espacio con escaleras y
plataformas a distintos niveles, construidos en torno a maquinarias diversas de
buen tamaño.
Las fuerzas policiales colombianas recorrían por todos esos lugares, escrutando
el lugar e iluminando su paso con sus linternas de mano, en medio de la
oscuridad dominante.
Fue uno de los oficiales en una de las tarimas más elevadas, el que hizo el
primer disparo, con una ráfaga de su ametralladora.
El oficial subsiguientemente comenzó a gritar como un desaforado: "¡Pues, que te
he visto, carroña! ¡Date por muerto, coño!", en tanto que disparaba
desenfrenadamente ráfagas hacia un sitio, que él mismo permanecía iluminando,
pero en el cual nada podía ser distinguido, en realidad, por ese entonces.
De hecho, Federico Sposito, con su revólver en su mano enguantada derecha, no
pudo evitar el murmurar: "¿A qué cominos le está disparando ese bestia?".
Aunque todas las linternas de los nueve policías del cuerpo elite antiterrorista
también apuntaron iluminando hacia el mismo sitio, en cambio Leopoldo Alberdi
giró su cabeza hacia el lugar impreciso, adonde se hallaba el policía de los
disparos fuera de control.
Leopoldo Alberdi entonces se percató de que la linterna de ese policía en
particular repentinamente murió, aunque nadie en toda la fábrica vio aquello.
Consecuentemente, nadie más disparaba en la oscuridad dominante de la fábrica, y
fue Leopoldo quien comenzó a tironear de la campera de cuero negro de Federico
Sposito, quien por el contrario reaccionó rechazándole diciendo: "¡Espérate
hombre! Ahí está uno de esos engendros".
Tomando la iniciativa, Leopoldo manotea la linterna de la mano de Federico, y
apuntando en la dirección de la plataforma elevada en cuestión, en verdad
Leopoldo se queda iluminando el rostro alargado, con dos ojos negros grandotes y
sin nariz, de uno de los seres de piel gris blanquecina, y de toga anaranjada.
Incluso, el ser extraordinariamente peculiar, pronto reaccionó cubriéndo su
crisma alargada con sus dos antebrazos largos y esqueléticos.
Federico por su parte, primero reaccionó muy negativamente al arrebato de
Leopoldo, diciéndole a su camarada de estudios de Lima: "Entonces, tú que te
crees, mi amigo...", aunque rápidamente Leopoldo mueve su cabeza hacia arriba,
en dirección a la tarima sostenida alta en el aire de la fábrica, con lo cual
Federico pierde inmediatamente su discordia hacia él, y el enojo en su cara,
levantando sus cejas.
En menos de un segundo, Federico Sposito comienza a disparar su revolver hacia
la criatura semi desnuda, esbelta, y muy alta, con su toga anaranjada, la cual
luego de acusar el haber sido baleado efectivamente, emite un sonido fantasmal
desgarrador, por el cual todos allí llevan sus dos manos a sus oídos, sintiendo
una sordera temporalmente.
Aunque rápidamente la criatura saltó fuera del haz de luz, en manos de Leopoldo
Alberdi, ya era muy tarde para ella, pues todos los oficiales de la fábrica
reaccionaron rápidamente, y la plataforma metálica elevada se transformó en el
blanco de todas las ráfagas de ametralladoras, muchas de las cuales pegaban
sobre puntos sólidos y metálicos, dejando una multitud de destellos sobre el
área.
Pronto, los sonidos fantasmales de esa criatura en particular murieron con la
misma, y la consistencia de su cuerpo gris blanquecino terminó por deformarse, y
a fluir desgastándose como el cuerpo de una vela derritiéndose, por sobre su
toga anaranjada.
Federico Sposito luego de meditarlo por unos instantes murmuró: "Uno menos, y
queda otro más", y luego de permanecer pensativo con su nariz oteando hacia
arriba, él levanta sus cejas y se dirige a Leopoldo: "Perdóname mi amigo. Tú
tenías razón, evidentemente".
Federico con su mano enguantada izquierda aprieta el hombro derecho de Leopoldo
y agrega: "Gracias a tí, también he cazado un extraterrestre. Esa toga va a ser
una gran decoración en la pared de mi departamento".
La celebración duró muy poco sin embargo, porque un siseo fantasmal siguió a las
palabras de Federico, tras lo cual el otro ser gigantesco y esquelético, de piel
gris clara, arremetió físicamente sobre Federico Sposito, llevándoselo colgando
en el aire, cogiéndole por debajo de sus dos axilas.
Inútilmente, Federico Sposito pateaba en el aire con sus dos piernas, que no
parecían lo atlético que él solía ser, sino que las de un enano sin esperanzas,
y él comenzó a gritar: "¿Qué están esperando? ¡Comienzen a disp...", pero los
dedos extremadamente largos de la criatura de gran altura cubrió su rostro
acallándolo, con su brazo derecho esquelético pero inmenso, el cual también
tenía montado un brazalete de oro con una gran "X", cerca del hombro.
Todos los ocho policías de la fuerza especial apuntaban siguiendo a la criatura
de otro planeta, con sus ametralladoras y con la luz de sus linternas, mientras
Federico aún se resistía, pateando con sus piernas al aire con todas sus
fuerzas.
La intención de la criatura resultó claramente ser la del salir del área,
llevándose al sujeto más preciado en el lugar, que era el millonario cafetero de
Federico Sposito mismo.
Leopoldo Alberdi también se sumó desesperadamente a la situación, comenzando a
golpear la espalda del extraterrestre esquelético y alto, frenéticamente con la
culata de la linterna de Federico, que había terminado en el piso, y con el puño
de su otra mano.
La criatura de la toga anaranjada apenas daba cuenta de esa golpiza sobre su
espalda, aunque no pudo anticipar de todos modos, que Federico se las arregló
elásticamente para hacer pie con sus dos piernas en el marco de la puerta de
salida del área grande de la fábrica, aplicando la fuerza suficiente para
empujar y hacer tropezar al extraterrestre Oranzhevyy gigantesco, contra los
ataques de Leopoldo Alberdi, quien sintiendo la obstrucción del andar
Oranzhevyy, instintivamente arremete abrazando ambas piernas largas y desnudas,
y efectivamente forzando su caída hacia atrás.
Leopoldo Alberdi consigue mantenerse de pie rápidamente, aunque bajo las luces
de todas las linternas de todos los oficiales de las fuerzas especiales de la
policía colombiana, Federico Sposito reacciona rápidamente saltando sobre
Leopoldo, y sacándolo fuera de la línea de fuego.
Efectivamente, entonces todas las ametralladoras de la fábrica abren fuego sobre
la criatura extraterrestre Oranzhevyy, tendida entonces sobre el suelo de
concreto con su cuerpo longilíneo gris blanquecino con su toga anaranjada, muy
aturdida luego de haber pegado con su cabeza grandota contra el piso.
La lluvia de balas rápidamente deformó el cuerpo de la criatura de otro planeta,
con Federico y Leopoldo corriendo del lugar, con algunas balas perdidas, que
rebotaban desde todos lados allí inevitablemente para pasar zumbando muy cerca
de los oídos de los dos estudiantes de Lima.
La consistencia del cuerpo del Oranzhevyy de otro planeta, pronto se deformó en
una gran mancha gris blanquecina, chorreando de la toga anaranjada, que hacía
instantes había sido su única vestimenta.
En la calma subsiguiente, los policías dentro de la fábrica celebraron todos con
cantos, como en un estadio de balonpié para un evento deportivo, mientras que
Federico se acercaba con el brazalete de oro, con una "X" grande estampada en su
superficie, aunque con varias magulladuras de bala sobre ella.
Federico guarda el brazalete en el bolsillo de su campera de cuero negro, y
levanta la toga anaranjada, aún chorreando con la consistencia remanente del
cuerpo del extraterrestre Oranzhevyy, con sus dos manos.
Leopoldo Alberdi rápidamente se pone en cuclillas tanteando con sus dedos
desnudos el material viviente de otro planeta, mientras que apenas distrayéndose
con él, Federico Sposito murmura: "Esa cosa no resultó ser más que carroña...".
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(¸.•´ (¸.•` Parte 16
Nunca antes en su vida, la peruana Osama Hussein se había sentido tan libre.
"Al demonio con los complementos vitamínicos. ¡Carajo!", ella se había declarado
en rebeldía con ella misma, entonces saboreando con sus labios un kebab de
carne, de un restaurante callejero en una de las peatonales céntricas de Bogotá.
Poco antes de apagar su teléfono celular Kodak, la voz de Federico Sposito le
había dicho: "La situación ya está bajo control acá, Osita. Espero que ya hayas
llegado al departamento", a lo cual Osama Hussein sencillamente apagó el
aparato, para seguir disfrutando su cena.
Las demandas de haber sido perseguida desde su nacimiento, por esas criaturas
extraterrestres Oranzhevyys, habían forzado a la siempre esquelética Osama
Hussein a recluirse en el Perú, ocultamente, tanto en Cuzco como en Lima, casi
sin poder salir de ese círculo protector.
Ahora, Osama Hussein se sentía libre por primera vez, desde tener memoria.
Así, ella comenzó a caminar vagando entre la multitud de gente de un viernes por
la noche en el centro de Bogotá, tomando de una botella de agua "Evian" como si
nada.
Su curiosidad y sus gustos culturales entonces, le hicieron volver al escaparate
del comercio "Ray Ban", con la parafernalia de una muestra de la marca de carros
Ferrari, planeando construir un gran parque de diversiones en Colombia tal como
en el medio oriente, cuyo vidrio se hallaba rajado luego de los incidentes de
esa misma noche.
La exhibición allí consistía de un modelo de buen tamaño, representación a
escala de un parque de diversiones gigantesco de la escudería Ferrari de Fórmula
Uno. Todas las paredes y la base del escaparate rojo eran terciopelos rojos,
llegando desde arriba. Asimismo, una colección de autitos de carrera Fórmula Uno
de la historia de la escudería Ferrari colgaban de hilos transparentes, con un
movimiento contínuo.
Espontáneamente entonces allí, Osama Hussein con sus dedos esqueléticos entonces
se puso a buscar una canción de música moderna peruana, en MP3, con su teléfono
celular Kodak.
Sin embargo delante suyo, la iluminación del muestrario del parque de
diversiones de Ferrari comenzó a parpadear, y repentinamente se apagó delante de
Osama.
En cada uno de los tres fragmentos del vidrio roto del escaparate, entonces, se
hace aparente el fantasma Nadezhda (Надежда), de una niñita rusa aristocrática
de Moscú, quien le dice: "Aquí estamos, Osama... Yo sabía que éste momento
llegaría. Ahora, debes comenzar a prepararte para el futuro".
Osama Hussein entonces masculla: "¿Qué carajo?", lo cual pareció motivar que
instantáneamente la iluminación del escaparate vuelva a encenderse, con los
autitos de carrera Ferrari, colgando en el aire de sus hilos transparentes.
"Bueno, pues... amén, entonces" Osama Hussein se dijo a sí misma con sus labios,
pero antes de que ella pueda volver a bajar sus ojos miel claros a su teléfono
celular, la base de la exhibición de Ferrari comienza a deformarse, con la voz
de Nadezhda (Надежда) oyéndose nuevamente: "Prepárate para el futuro, Osama".
Osama Hussein en este punto tenía su mente hipnotizada por la situación
desarrollándose en un color granate intenso delante suyo.
La tela de la base de la exhibición de las Ferraris escarlatas se había
deformado de tal forma, convirtiéndose en una cara mirando fijamente al techo,
la misma de la superficie del planeta Marte, la cual se deslizó entonces, y la
superficie de tela colorada se convirtió en una reproducción a escala de las
pirámides marcianas.
Osama Hussein entonces masculla: "¡Carajo!", en tanto que las pirámides rojizas
se movieron, haciendo circular en la misma exhibición del escaparate ante los
ojos de ella, todas las pirámides de las civilizaciones ancestrales de la
Tierra, incluyendo la del museo del Louvre de París.
Osama Hussein no pudo evitar el sonreir mostrando sus dientes perlados por sus
labios entonces, a lo cual el escaparate -ella sabía- comenzaba a mostrarle
muchas otras pirámides, de todo el universo, de los millones de millones de años
de su historia casi infinita.
Todas las luces del escaparate se extinguieron nuevamente entonces, delante de
los ojos miel claros de Osama Hussein.
La voz de Nadezhda (Надежда) se despidió entonces: "Tú tienes la noción correcta
de tu grandeza, Osama... El hado de tu porvenir depende únicamente de tí".
Las luces en la vidriera de las Ferraris granates, y todo en ella, volvieron a
normalizarse entonces, ante Osama Hussein, quien se halló entonces a ella misma
respirando inquietamente como nunca antes.
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(¸.•´ (¸.•` SISTEMAS INTI

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  • 1. IMAGENES AFGANAS 1 SISTEMAS INTI ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` LIBRO 1 Parte 1 En el distrito de Barranco de Lima, Perú, en la intersección de los jirones Tacna y Centenario, se encontraba un pequeño niñito de catorce años apenas cumplidos, vendiendo galletitas, maíz inflado, chicha, gaseosas, y otras cosas dulces. Él se llamaba Leopoldo Alberdi, y era un niñíto esmirriado, de piel lechosa europea, y cabellos y ojos negros hispánicos. Siendo esa mañana el primer día de Leo en ese trabajo, el dueño del carrito estaba con él. El hombre tenía unos cuarenta años, siendo alto y delgado, de poco pelo, y con ojos negros, los cuales él solía abrir acentuando sus palabras, diciendo: "Yo también era así de chambeador, Leo. Siempre quise mi propia independencia en la vida. Fíjate tú pues, que ahora yo tengo una panadería en Miraflores, y media docena de carritos... una casa dentro de un barrio vallado, con pileta inflable y todo". El dueño del carrito rió, entonces, y con sus dedos delicados él levantó un banderín colgando allí, del Alianza Lima. El dueño entonces agregó: "Éste fin de semana con mi hijo vamos a Matute... Si tú quieres, yo te invito a ver el partido con nosotros". Sorprendentemente, el pequeño Leopoldo entonces respondió: "Lo siento, don Francisco, tengo que estudiar". El hombre entonces le acarició la cabeza a Leopoldo, diciendo: "Estudiar, sí... eso es bueno, claro que sí... estudiar", y con esas palabras él se alejó por el jirón Centenario entonces. Desde su infancia más temprana "chambeando" (trabajando) en su Callao natal, Leo al mismo tiempo se había dedicado a comprarse libros de medicina, viviendo para sueño tal exclusivamente, el de recibirse de médico algún día. Leopoldo entonces en esa mañana en el Barranco se preparó a trabajar por primera vez legalmente en toda su infancia. Unas niñitas escolares muy hermosas, de un colegio pituco de allí en esa misma esquina, pasaban bamboleando sus faldas cortas, y Leopoldo Alberdi no pudo evitar el dar vuelta su cabeza y observarles por varios segundos. Desde su infancia chalaca, Leopoldo gustaba de la música cumbia y salsa peruanas, por lo cual entonces él encendió sus parlantes chinos MP3, y aunque éstos sonaron al lado de su propia cabeza, Leo no tardó en caer dormido, luego de haber estado estudiando medicina la noche previa, hasta altas horas, allí en su Callao. Fue entonces, que un golpetear violento sobre la superficie de madera del carrito le despertó. Leo se sobresaltó, reaccionando diciendo: "¿Eh? Sí doña... ¿Qué es lo que desea?", aunque sorprendentemente ante él en aquella esquina de Barranco, se encontraban dos sujetos muy raros. Uno de ellos era un rubio teutón con gafas oscuras en su rostro, y él aún sostenía algo sólido en su mano, cerca de su carrito, luego de haber pegado con
  • 2. él allí. Atemorizando realmente a Leopoldo, el rubio comenzó a hablar con un acento ruso: "Eh, Leo... Te dejaremos un recado... No nos decepciones... ¿Está bien?". El rubio entonces abrió su mano sobre el carrito, dejando una especie de piedra espejada, y le sonrió a Leo por debajo de sus gafas ahumadas. El otro sujeto era más bajo y regordete, con una remera blanca con líneas horizontales negras debajo de su saco beige. Su cara tenía una barba frondosa negra, y al sonreirle a Leo, el mostró sus dientes amarillentos. En verdad, Leopoldo Alberdi sintió algo de resquemor ante tal encuentro con aquellos rusos, quienes sin decir nada más se subieron a una motocicleta Kawasaki Ninja entonces, y en ella salieron de allí. Leopoldo Alberdi entonces cogió el objeto pesado con su mano, observando su superficie espejada perfecta, de un material que él no era capaz de identificar, jamás visto por él hasta aquel día. El objeto pesado tenía una cara redonda casi perfecta, con una muesca larga vertical, y otras tres horizontales igualmente espaciadas cruzándola perpendicularmente. Por un momento, Leo pensó en el logo identificatorio tradicional de América TV. Cerrando su ojo derecho, e inspeccionando la pieza de metal, Leopoldo pudo apreciar el reflejo espejado verdaderamente perfecto, dado por su superficie, apreciando las calles arboladas en esa esquina del "Barranco", las palmeras del malecón cercano, y hasta el océano Pacífico, moviéndose a la distancia. Leo entoces masculló: "Pitri mitri...". Sin embargo, con las palmeras por detrás hacia el oeste, una niñita con un vestido pituco y aristocrático, aunque muy gracioso de principios del siglo veinte, se apareció entonces reflejada en el fragmento metálico, viéndose de pie en medio del asfalto del jirón Centenario. Martillando desde dentro la propia cabeza de Leopoldo Alberdi, la voz dulce de ella se oyó: "¡Hola! Sé un buen amigo, por dios...". Alarmado, Leo giró su cabeza hacia allí, aunque la calle estaba vacía, con algunos carros circulando al fondo por el Malecón Pazos. De todos modos, la voz de la niñita volvió a oirse, entonces muy cerca de él. Leo giró su cabeza a la entrada en la esquina del colegio Santa Rosa, en cuyo segundo escalón la niñita entonces estaba mirándole fijamente. Ella no movió los labios de su rostro rosado, y Leopoldo de todos modos oyó: "Tú harás cosas grandes, Leo... Nunca te des por vencido...". El timbre del colegio de la esquina allí en "Barranco" sonó justo entonces, y la imágen de la niñita se desvaneció. Leopoldo lentamente le dedicó otra mirada al metal espejado, bien aferrado en su mano, y el jovenzuelo limeño entonces susurró: "¡Qué buenaso, pues!...". ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 2 "Vamos a lavar algo...". Leopoldo Alberdi camina por el asfalto del verano, en la avenida, adentro del
  • 3. Banco Azteca, cuyo aire acondicionado instantáneamente reconforta. Allí dentro, las paredes y las vidrieras estaban cubiertas con imágenes de "Meteoro", y el que atendía en la ventanilla tenía bigote en cerrojo bicolor, ojos azules, un gorrito diciendo "Speed Racer" con una bandera a cuadros, una remera azul y un pañuelo rojo en su cuello. En la cola, Leopoldo hace una risilla y murmura: "Todos los crimenes financieros del mundo no justifican esto". Leopoldo sale del banco caminando rumbo norte. Siguiendo caminando al norte por la avenida Grau de Barranco, Leopoldo Alberdi se detiene a metros del jirón Sáenz Peña, y le pide un taco a la dueña del la sanguchería. La mujer se sonríe reconociéndolo a Leo, desde hace años chambeando por el Barranco, y ella le dice: "Serás un gran médico, algún día, chibolito...", siendo que ella le conocía desde hacía años antes, y viéndolo crecer a él. Leopoldo coge su taco, y golpea la mesa con su palma abierta: "Gracias, doña Shirley". La mujer se sonríe, viéndole salir a él, y murmura: "¡Huerfanito lindo!". En el casino de la calle Nicolás de Pierola, suena un tiro, y la multitud del casino corre todo alrededor. Leopoldo por el contrario se apura caminando a la esquina y asoma la cabeza. Una moto japonesa salía de allí con uno de los motociclistas, con una remera con la bandera del Japón, llevándose una cartera como mostrándola en el aire. Un guarda del casino sale imprevistamente, toma posición en medio de la avenida, y dispara dos veces luego de evidentemente hacer algo de puntería. Finalmente, él levanta su brazo con su arma lamentándose y moviendo su arma muy cancheramente. Algunos de los transeuntes allí seguían filmando con sus celulares. Leopoldo hace una cuadra de más en su recorrido, al norte, para pasar por la esquina en donde aún estaba su puestito de golosinas, con un tipo adulto, quien lo saluda: "Chau, Leo". Con su barba negra, Leopoldo apenas lo saluda. La oficina daba al Pacífico, y era realmente lujosa. Leopoldo deja un gorilita con un escalpelo del lado de la ventana: "Mañana será un año menos, cada vez más cerca de terminar con las estafas finacieras". El quejar de Leopoldo es interrumpido por la voz femenina de Ana Guerreiro: "¡Ey, bobito! Ten cuidado con lo que dices, que te estoy escuchando". Ana se da vuelta y le extiende un café de la cafetera. Ana señala la estatuilla, con su mentón y su pelo rubio y ojos azules: "Ustedes los hombres sí que saben hacer lo que quieren. Nosotras las mujeres estudiamos y estudiamos. Nos dedicamos totalmente a nuestras carreras. Después terminamos lavándoles la ropa a ustedes, los profesionales". Leopoldo toma un sorbo de su café, y responde: "Vamos, Anita. Uga Uga. El mundo no es más así cómo tu dices". El jefe Timoteo Garcilaso asoma: "¿Eh, Leo? Escuché que hubo un asalto en tu camino, está todo bien?". Leopoldo Alberdi le responde: "Sí, don Timoteo, el trámite está realizado y archivado como corresponde". Timoteo: "¿Seguro?". Leopoldo Alberdi asiente con la cabeza, y toma de su taza de café. Timoteo: "Sigue así, Alberdi. Eres un gran trabajador en mi equipo, en esta oficina". Leopoldo Alberdi: "Gracias, don Timoteo". Leopoldo con su café sale de la cocina y se mete entre los cubículos de la oficina. Finalmente, él se detiene dentro de uno con una muy linda jóven, Débora Moreno, apenas unos años más que él, vistiendo un vestido muy corto de cuero viejo. Antes de que ella reaccionara, Leopoldo irrumpe y dice: "¿Te anotás conmigo a ir a bailar salsa hoy a la noche, al boliche Marte?". Débora Moreno da vuelta su cabeza con un lápiz amarillo y negro en su boca de labios carnosos y responde alarmada: "¡No eran tus finales de medicina mañana, Leopoldo!". Ana Guerreiro interrumpe la conversación, tomando una carpeta con documentos:
  • 4. "Deberías dejar de hacerte el pituco con los de la facultad, y estudiar, Leopoldo". Leopoldo: "Gracias, mami", y se da vuelta para consultarle a Débora: "¿Y? ¿Tú qué dices?". Débora Moreno silenciosamente mueve su cabeza, con su lápiz amarillo y negro en su boca, asientiendo. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 3 San Isidro y Miraflores son los dos distritos de Lima más representativos de una clase media alta, que está realmente al mismo nivel que todas sus similares del resto de Sudamérica. San Isidro en verdad es más residencial, con sus mansiones y sus calles repletas de los autos de la más alta gama, en tanto que Miraflores es más comercial y financiero, aunque igualmente adinerado en la "Ciudad de los reyes". Tanto la peruana Osama Hussein, de San Isidro, con sus trece añitos, como su compañerito de estudios Fortunato Rico, de Miraflores, finalizaban los dos en esos días de verano su primer añito de secundario, juntos en el colegio "Peruano Chino Diez de Octubre". En verdad, los dos vecinos de distrito en verdad eran más que compañeros de estudios y amigos. Nacida en realidad allá en las sierras, en Cuzco, Osamita Hussein vivía entonces en San Isidro, en Lima, con su padre biológico, don Nicolás Olazábal, en un hogar de una afluente entrada de dinero. Por su parte, Fortunato Rico tenía a su padre, trabajando en su propia tienda de compra y venta de alhajas y oro, de Miraflores, en la intersección de la calle Schell y la avenida La Paz. Luego de haber asistido a clases en ese mismo día viernes, esa tarde Osamita y Leopoldo están visitando aquella joyería. La peruana Osama Hussein y Fortunato Rico les llevan un disco plano y sólido, apenas más grande que un disco musical de vinilo, al papá de Rico. El papá se queda admirando el círculo con sus dos manos. Osama Hussein le dice que se trata de un plato ceremonial inca, y papá Rico bromea: "¿Los incas sabían de diseño industrial?". Osama Hussein: "Es decorativo". Fortunato Rico: "Sí, es del amigo peludo de Osama". El papá se distrae hacia abajo. Osama golpea a Fortunato Rico, quien aclara: "Quize decir... De su tío Costa Méndez. Es un barbudo". Papá Rico comienza a trabajar en el disco de oro, con materiales aportados por Osama Hussein: Pintura roja, blanca, verde, añil, y amarilla. La tintura increíble dejaba una terminación como holográfica, al ser aplicada, como siendo una cáscara plástica al solidificar. Finalmente, papá Rico suelda el rectángulo con la bandera peruana de "¡Viva el Perú!", sobre el círculo de oro. Osama Hussein mira a Fortunato Rico y le sonríe muy contenta. Inspeccionando de lado a lado el objeto, papá Rico comenta: "¿De qué deporte es esta cosa?". Sin dejarlo pensar, Osama Hussein le extiende su mano delicada y le dice: "Me tengo que ir, Don Rico, me espera mi papá". Papá Rico: "Sí, claro. Nos vemos, Osamita". Llegando a la esquina, Fortunato Rico abraza a Osama Hussein, quien lleva el círculo en su mochilita negra, con una bandera peruana grande por detrás, y luego van de la mano. En la esquina llegan al teatro, el guarda saluda a "Fortunato".
  • 5. En la función infantil, un sujeto se mueve con movimientos gimnásticos lentos, en medio de unas ramas espinosas. Fortunato Rico y Osama Hussein se besan. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 4 La peruana Osama Hussein se levanta estando desnuda con su remerita del Cienciano roja. "Ven Osamita, te estoy esperando", una voz fantasmal invade su mente. Osama Hussein gira su cabeza y con su ojo derecho todavía cerrado, ella pregunta: "¿Zainab (‫زينب‬ )? ¿Eres tú?". Osama rápidamente se sienta con sus piernas largas al borde de su cama: "Mmm... ¿Qué está pasando?". De todos modos, Osama Hussein comienza a dormitar nuevamente, con su cabeza caída por delante. La voz irrumpe de nuevo, claramente del piso inferior: "¡Ven aquí, Osama!". Esta vez, la mujer reacciona rápidamente cogiendo el círculo de oro de su infancia, aunque nuevamente se tranquiliza, y se queda mirando el grabado de "¡Viva el Perú!", el cual estaba brillando como una luminosidad LED. Osama Hussein desciende las escaleras de cerámica roja a la planta baja. Allí abajo frente a su tabla playera para las olas de Lima, roja con una única línea fina blanca en el medio de popa a proa, Osama Hussein nota que la bicicleta rosada de Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal no estaba allí: "Menos mal que le repito todo el tiempo que no debe salir a la calle sin mi". El disco de oro en su mano estaba brillando, con distorsiones por sobre su grabado luminoso "¡Viva el Perú!" central, por ésto Osama Hussein se da vuelta súbitamente, y se encuentra con una niña pequeña de pie allí en frente de ella. Siendo la misma de las calles con Leopoldo Alberdi. Osama: "Vos sos Nadezhda (Надежда) Rasputín, aunque yo quería hablar con mi Zainab (‫زينب‬ )". Niñita: "¿Sabes, Osama? Yo no pude escapar el destino hasta que morí al lado de tu cuna. Nada puede cambiarse". Osama Hussein se pone en cuclillas, con su disco áureo sobre sus piernas desnudas: "Sí, pues, aunque no creo que la vida sea tanto así, Nadezhda (Надежда)". Niñita: "Tú te crees tan superior, por ser un aborigen incaico". Osama Hussein: "De parte de mi madre Puka Ñukñu, pues". Osama Hussein de estar en cuclillas, entonces salta sobre el espectro, el cual desaparece entre los dedos extendidos de su mano. En seguida la voz fantasmal se escucha desde arriba: "Eres muy lenta, Osama, mira adónde estoy ahora". Osama Hussein trepa las escaleras rápidamente y encuentra nuevamente a Nadezhda (Надежда), debajo de la ventana de su habitación, con el sol caluroso de la mañana atravesando su consistencia semi transparente. Niñita: "Yo nunca pude ser perfecta, siempre debí rendirme a mis enemigos. Nunca pude ser libre". Osama Hussein no responde a ésto, y con curiosidad total, ella vuelve a correr hacia el fantasma de Nadezhda (Надежда), el cual no estaba allí. Osama Hussein debe levantar su cabeza, encontrándose con las flores de cantuta granates, en su ventana, el paredón de su mansión sobre la calle Cavero, en la esquina con la calle de los Libertadores. Allí sobre las piedras de su garaje, se hallaba aparcada su Ferrari Portofino roja, al lado de las plantas de ají amarillo, que ella misma había traído allí de su Cuzco natal. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 5 Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal conversaba con Luciano Menéndez, vía su ordenador portátil en el Starbucks a la vuelta de la mansión de Osama Hussein. Al mismo tiempo, Zainab (‫زينب‬ ) jugaba ajedrez con alguien de Rusia.
  • 6. "Acá está el anticipo de tu película, que filmaste en España". Otras niñitas ingresaban en el local, así que Zainab (‫زينب‬ ) rápidamente cerró todas las ventanas y se pone a hablar con ellas, con fotos de artistas famosos. Todas ven el anticipo de la película española de fantasía, con Zainab (‫زينب‬ ) levantando una espada de oro, la cual brillaba. Todas las niñas murmuran: "Guau...". Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal vuelve a la mansión de Osama Hussein, quien estaba saliendo con elastano rojo ahora en sus piernas, y una remera roja del cienciano y gafas negras, con unos collares de oro, trayéndole el bolsito de Zainab (‫زينب‬ ), también con la bandera del Perú. Ambas suben a la Ferrari Portofino. La peruana Osama Hussein recrimina: "Te pedí que no salieras sin mí, por éstas calles". Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal: "Tenemos la misma sangre, y la misma capacidad de defendernos, Osamita". Osama Hussein: "Tú eres una pendejita de mierda todavía... Yo a tu edad... A tu edad... Hacía lo mismo que tú... pero está mal, ¿estamos?". Ambas ríen, y luego de rugir varias veces el poderoso motor de la Ferrari Portofino, ésta comienza a deslizarse, descendiendo por la rampa del garaje de la mansión. Llegan al colegio, y Zainab (‫زينب‬ ) se va con Nicanor Galmarini, de la mano. Mirándoles discretamente detrás de sus gafas ahumadas, Osama Hussein murmura: "Mirá que son divinos. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 6 Federico Sposito baja un auto Honda nuevo cromado, con detalles rojos de líneas en alta velocidad, leyéndose "SPEED" en su base. La peruana Osama Hussein dobla por la calle Florida a la derecha, y queda a unos veinte metros, desde dónde hace sonar su bocina tres veces. Federico se acerca corriendo: "Oh... mi bomboncito, y le besa la boca". Federico se saca sus gafas ahumadas, y grita: "¡Eh, muchachos! Déjenmelo allí mismo, y ciérrenme la puerta del garaje". Con su mano enguantada, uno de los obreros le levanta su pulgar derecho, y Federico Sposito da vuelta alrededor de la Ferrari Portofino, para entrar al automóvil importado de carreras. Luciendo su remera roja del Cienciano de Cuzco, con joyería gruesa colgando de su cuello, Osama Hussein aprieta el acelerador varias veces intimidantemente, pela las gomas y sale a máxima velocidad, para luego frenar a velocidad normal una cuadra después. Federico suspira: "¡Uf!". Tomando la avenida Andrés Aramburu, Osama Hussein frena en el cruce Suzuki, y Osama Hussein suspira, con el semáforo de la avenida más cercano, casi a cincuenta metros adelante, apenas visible: "Qué suerte, que soy amante de la aventura. ¡Carajo!". Había una cholita muy joven golpeando la ventanilla, y Osama Hussein exhala una risilla viendo que debajo de su poncho andino colorido ella tenía realmente una figura esbelta, como la de una cholita realmente linda. Instantáneamente, Osama Hussein reacciona levantando su pulgar derecho, y le compra una bolsita con Yuquitas fritas de quinoa. Osama murmura: "Yuquitas". Osama Hussein paga muy generosamente sonriéndole a la cholita, quien le ríe con todos sus dientes, y levanta la ventana. Sosteniéndo la bolsita de papel con dos dedos, chorreando grasa, ella se lo pasa a Federico, y le dice: "Ten ésto, Fede. Aliméntate para estar fuerte esta noche, después del boliche Marte". Federico estaba pensando en otra cosa, pero la mira a Osama Hussein y le sonríe diciéndole: "Gracias, Osamita divina", y se come una Yuquita de harina de quinoa, realmente disfrutando su sabor frito aceitoso. Sin embargo, Federico no puede volver a acomodarse en su asiento, porque un sujeto de campera negra inflada acababa de empujar violentamente a la cholita, y luego de observarla lascivamente por unos segundos, el sujeto se da vuelta a la
  • 7. Ferrari Portofino de Osama Hussein. Instintivamente, Federico Sposito chequea girando su cabeza hacia atrás a su izquierda, y en uno de los recesos del camino con pasto del medio de la avenida, otro sujeto con la misma campera negra inflada y un casco estaba esperando sobre una motocicleta japonesa Kawasaki Ninja, con su casco orientado hacia la Ferrari. Gruñendo, Federico murmura: "Dale marcha atrás, Osama, que estos tipos vienen por nosotros". Osama Hussein instantáneamente muestra sus dientes perlados de entre medio de sus labios, y se cerciora por el espejo retrovisor de por arriba delante. El sujeto a su lado tenía en su mano en ese momento un objeto que Federico llegó a identificar como reluciendo siendo de metal, y el sujeto estaba claramente decidido para hacer su maniobra. Federico instintivamente se lleva su mano por debajo de la solapa de su saco deportivo azul, en donde él tenía un discreto bulto, que era un revolver en verdad. Sin embargo, el sujeto de la campera inflada negra repentinamente se detiene, con el objeto metálico aún visible, que él mismo entonces vuelve a guardar dentro de su campera, para simplemente darse vuelta y volver a su moto. Osama Hussein queda pensativa por unos segundos, para finalmente estallar en una sonrisa, enseñando sus dientes perlados en sus labios. Federico primero mira nerviosamente la reacción de ella, para entonces girar rápidamente hacia la motocicleta de los tipos de las camperas. El sujeto montado en la Kawasaki japonesa levanta sus dos brazos en el aire en recriminación. Osama Hussein comenta fingiendo casualmente: "Los semáforos en Lima son todos una cagada. ¡Carajo!", y luego de acelerar el motor de su auto de carreras colorado varias veces, hace rechinar las gomas Michelin nuevamente para terminar avanzando suavemente sobre ese cruce de avenidas. Algunas calles más adelante, Osama Hussein gira hacia su izquierda por la avenida de la Aviación, en donde ella frena con su Ferrari Portofino roja frente a un casino, y casa de apuestas, con la imagen de Condorito, de esmoquin, con varios collares de oro. Cuando Federico Sposito vuelve al auto, Osama Hussein estaba tomando de una botella de agua Cielo con un sorbete. Federico Sposito murmura: "Colombia 3, Venezuela 1", y guarda el boleto de apuesta en la guantera de la Ferrari Portofino, en la cual habían otros recibos de apuestas similares. Sin separar el sorbete plástico de su boca, Osama Hussein enciende el motor discretamente con su mano derecha, lo hace rugir, y murmura: "Vos y mi papá están perdidos". Federico Sposito responde: "¿Don Nicolás? No... Tu papá es un ídolo, Osamita". Osama Hussein reacciona besándo la boca de Federico con sus labios. En la pantalla de la computadora de la Ferrari Portofino aparece un círculo amarillo con manitos del mismo color, el sol incaico de las banderas de Uruguay y Argentina en realidad, y sus ojitos digitales siguen en silencio las acciones amorosas delante de la pantalla LCD, al cual Osama Hussein se sienta de nuevo correctamente detrás del volante, y le murmura: "Cumbia peruana, Inti. Por favor". Tras lo cual comienza a sonar un tema clásico del Cuarteto Continental, y canturreando la canción, Osama Hussein comienza a andar. Por la avenida Borja Norte, Osama Hussein se sonríe viendo un gran cartel en una esquina, en la cual estaba en verdad Zainab (‫زينب‬ ) Olazábal, promoción de la película de fantasía española, que ella acababa de filmar. Sin embargo, en la radio, uno de los conductores de la radio anunciaba el fallecimiento de un familiar de él, a lo cual Federico murmura: "Seguro que fue un asalto callejero". Osama Hussein comenta: "No se puede andar por Lima sin un revolver. ¡Carajo!", a lo cual Federico suspira riéndose y dice: "¡Por supuesto!". Al final de la Borja Norte, se hallaba el Hipódromo Monterrico de Lima, en el cual, Osama Hussein es saludada por uno de los acomodadores del estacionamiento, tocándose su gorra y diciéndole: "Señorita Osama", y sin mirarle, ella le
  • 8. entrega las llaves de la Ferrari Portofino, para ser aparcada correspondientemente. Minutos después, con su conjunto de remera roja del Cienciano y elastano rojo en sus piernas, con zapatillas mullidas rojas, Osamita estaba de pie en el medio del pasillo de las ventanillas de apuestas. Silenciosamente, ella finalmente le dio un sorbo a su botella plástica de Inca Kola sin azúcar, y en medio de la gente que iba y venía, ella se acerca a una ventanilla con barotes dorados. Osama Hussein escuetamente le indica al vendedor: "Noble potrillo", dejándole su tarjeta de crédito de platino sobre el mármol de la ventanilla. De allí, Osamita se da vuelta y camina el mármol del lugar, sube unas escaleras, y disfruta por un segundo con el verde y el potrero de tierra, que constituía la pista principal del hipódromo, con algunas carpas de fiestas aristocráticas limeñas, de igual manera allí abajo. Luego de calzarse sus gafas ahumadas de esqueleto de oro, Osama Hussein trepa las escalinatas, en medio de la zona de las mesas, con gente bebiendo y comiendo entre carreras. Sin embargo, en uno de los recesos en su ascenso, Osama Hussein súbitamente se da vuelta, e intempestivamente ella coge unos boletos sacándoselos de la mano de un sujeto muy pequeño, blanco europeo, de grandes ojos negros. Osama Hussein le dice: "¡Estos boletos son falsos, te estafaron, carajo!". El sujeto de corta estatura mira su rostro blanco, los boletos en su mano, y finalmente él reacciona apuntando con su brazo hacia arriba en las tribunas, gritando con un acento furiosamente ibérico: "¡Socorro, los chorros de allá me estafaron!". Se trataba de un sujeto muy delgado y alto, con un estrabismo muy severo en sus ojos negros, junto a un sujeto mórbidamente obeso, el cual rápidamente clama: "¡Rajemos, che!". Entonces, los dos tipos desesperadamente se dirigieron a una de las salidas por otro de los caminos descendentes, seguidos por los guardas del hipódromo, con la víctima de su estafa corriendo por detrás. Osama Hussein se queda mirando la escena por unos segundos, y luego de darle otro sorbo discreto a su Inca Kola sin azúcar, ella siguió ascendiendo las escaleras de la tribuna. Llegando a su reservado, Federico Sposito seguía de pie esperando su llegada, y entonces él la abraza y besa sus labios, en medio de sus risillas. Con una sonrisa cómplice, Federico comenta: "¿Qué te paso allí? ¿Qué fue eso?". Federico Sposito se sienta con una sonrisa sobre su respaldo, y luego de pensar por unos segundos, con su mano sobre la rodilla de elastano roja de Osamita, él agrega: "A estas alturas, tú no me sorprendes más, Osamita". Osama Hussein le dice: "Y bue... Tú sabes que tengo mis secretos". Luego de reir resoplando por su nariz, Federico Sposito nuevamente se agacha sobre su plato, consistiendo de una Cotoletta de carne con ensalada mixta, a lo cual Osama Hussein observa con una sonrisa. En ese preciso momento, un disparo resuena en la inmensidad del Hipódromo de Lima, tras lo cual todos los caballos salen de sus gateras, y Osama Hussein reacciona mordiéndose su labio inferior, demostrando algo de nerviosismo. Federico Sposito recien se distrajo de su plato Cotoletta y su vino argentino mendocino, en cuanto los caballos entran en la recta final. Por ese entonces, "Noble potrillo", la apuesta de la peruana Osamita estaba en tercera posición, aunque cruzando el disco éste toma la delantera apenas a tiempo, ganando la carrera por una cabeza. Osama Hussein reacciona levantando sus dos brazos, con su remera roja de Cienciano de Cuzco, y aparentemente siendo conocida por los "burreros" de alrededor, de las mesas más cercanas todos los ocupantes se levantan y le aplauden mirándole a ella, a lo cual ella vuelve a sentarse. Federico Sposito rápidamente la abraza, repitiendo: "Tú no me sorprendes más, Osamita". ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 7
  • 9. Siendo las cuatro en punto de la tarde, Leopoldo Alberdi regresa a su departamento del callao, situado en una esquina en punta triangular, en un edificio antigüo y gris de tres pisos. Leopoldo Alberdi deja su bolso de hombro pesadamente en el piso, saca una tableta del mismo, enchufa su aparatito de wifi, y se cerciora de lo que queda de esa tarde de chamba en su oficina, para entonces dejar caer suavemente la tableta sobre uno de los sillones. Sobre la mesa en su sala de estar, había un libro abierto con todas fórmulas químicas, y entonces Leopoldo se sienta en él, y comienza a leer, tomando algunas notas, y en ocasiones recitando párrafos de memoria, y volviéndose a cerciorar sobre todo lo que estaba escrito delante de él. Sin embargo, música comenzó a sonar desde un departamento por debajo, por lo cual Leopoldo debe levantarse, cerrar la ventana, y encender el aire acondicionado, cuyo zumbido, siendo un modelo viejo de simil madera, le distrajo haciéndole pensar en las cuentas de la luz a pagar por ello. Sintiendo que sería un mal necesario y lógico de todos modos, Leopoldo se vuelve a sentar en su mesa. Nuevamente, los conceptos científicos de fórmulas químicas y de desarrollos fisiológicos, ganaron su mente, con conceptos que le resultaban harto familiares, habiéndolos estado estudiando desde casi su infancia de niño huérfano, en su habitación aislada en la casa de sus tios, allí mismo en el Callao. Sin embargo, las ventanas cerradas y el aire acondicionado uniformemente ruidoso, no pudieron ocultar que una sucesión de disparos de armas de fuego ocurrió cercanamente a su departamento, allí en las calles del Callao. La sorpresa forzó a Leopoldo Alberdi a girar su cabeza hacia afuera, quedándose observando el cielo azul por unos segundos, para entonces sí finalmente volver a sus libros. Segundos más tarde, como era de esperarse, unas sirenas del serenazgo del Callao, allí en Lima, irrumpieron también en su intimidad, y en verdad, no dejaban de sonar fuertemente. Leopoldo Alberdi agarró con sus dos manos su cabellera negra, con sus ojos oscurecidos en su piel blanca europea, y finalmente musitó: "Hoy no, por dios. Déjenme en paz". Las sirenas se apagaron entonces, y Leopoldo sintió que sería todo por el momento. Él entonces suspiró, y volvió a sus libros, susurrando los conceptos científicos, escritos sobre todos los papeles delante suyo. Poco tiempo pasó de ello, sin embargo, en tanto que además un helicóptero pasó precisamente sobre su edificio, haciendo retumbar paredes y vidrios, dirigiéndose a la misma dirección, y en verdad, por la ventana a la distancia, la areonave flotante en el aire quedó pegada como una mosca del otro lado de su ventana, como caminando sobre el vidrio de un lado a otro. Leopoldo distrajo sus ojos negros hacia allá, y entonces finalmente cayó rendido sobre sus dos brazos sobre la mesa. Dando con su frente sobre sus antebrazos, con su camisa formal de la oficina arremangada, su teléfono celular Samsung comenzó a sonar con el tono de "Cuando la cama me da vueltas", del grupo musical peruano Arena Hash, el cual Leopoldo Alberdi le había puesto a su teléfono celular. Débora Moreno habla desde el otro lado de la línea: "¿Estás bien, Leo". Leopoldo sin ocultar su risa le respondió: "¿A qué te refieres, Débora?". Las palabras de Débora se oían tan melosamente como siempre, con un tono adicional de consternación: "Mataron a un congresista de tu barrio. ¿No estás viendo las noticias? ¡Estás estudiando!". Leopoldo: "Sí Débora, no te preocupes, que ni me di cuenta de algo así". Débora: "Estoy viendo tu edificio por la televisión, Leopoldo. ¿Seguro que estás bien?":
  • 10. Leopoldo mira por la ventana y responde: "No te preocupes, Débora. No pasa nada acá. El Callao está tranquilo". Débora susurra: "Me preocupé al pedo...". Rápidamente Leopoldo Alberdi interrumpe el silencio: "Esta noche te paso a buscar con mi carro, una hora antes. ¿Está bien?". Débora responde: "¡Otra vez! Pasamos todo el fin de semana juntos en tu departamento. ¿No fue suficiente?". Leopoldo: "Nunca es suficiente con vos, Débora... ¿Me esperás a las doce entonces?". Luego de unos segundos de silencio, Débora Moreno responde: "Macanudo, che", y corta. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 8 Leopoldo Alberdi estaciona su Renault celeste en el estacionamiento de la discoteca de salsa Marte. Vistiendo la misma combinación muy de cuero viejo de la oficina, Débora Moreno se sonríe y señala la Ferrari Portofino roja estacionada allí: "¡Ahí están tus amigos pitucos!". Habían varios guardas fuertemente musculosos, mirando a las calles aledañas. La discoteca Marte consistía principalmente de paredes rudamente celestes, con pequeños mosaicos triangulares espejados en las paredes, además de la bola de discoteca colgando en medio de la pista, al centro. Salsa y cumbia se escuchaban, para la mucha gente bailando. Federico Sposito casualmente se cruza por delante de Leopoldo, y le toma por la cintura para decirle: "¡Oh! Bienvenido Leo". Federico Sposito detecta la sombra debajo de los ojos negros, en el rostro de unos días de estudio de Leopoldo, y luego de inspeccionar a Débora, saludándole, Federico gruñe muy amistosamente: "¡Fiera!", y le agrega a Débora: "El hombre sabe cómo divertirse", a lo cual Débora Moreno le muestra sus dientes perlados. La peruana Osama Hussein vestía una combinación negra, con una remera de Cienciano con Macchu Pichu, y elastano negro en pantalones, y abundantes collares de oro colgando de su cuello: "¡Hola Leopoldo!", y se lo lleva a Federico a la pista de la mano, a lo cual Federico le sonríe a Leopoldo, quien le retribuye la sonrisa. Leopoldo apunta a un apartado, adonde había un sujeto muy alto y esbelto, acompañado por una mujer de cabellos rubios y ojos azules. El pinchadiscos era un sujeto muy delgado con una campera roja, con una capucha sobre su cabeza, con una visera transparente. Llegando al apartado, Leopoldo saluda a Luciano Menéndez, y se sienta a su lado, del otro de Ksenia Raña, su acompañante. Débora se sienta del otro lado de Leopoldo, quien señalando con su pulgar hacia atrás le dice a Menéndez: "Ella es Débora, de mi chamba en la oficina. ¿La conocías?". Luciano Menéndez: "Sí, claro. El sábado aún estaba bien lúcido, a pesar de todo el Pisco Sauer que tomamos". Instantáneamente ambos ríen, y Leopoldo abraza a Débora, a lo cual Ksenia palmea sonriéndole a Luciano Menéndez, quien luego de dirigirle una mirada rápida a Leopoldo y la despampanante Débora, se carcajea junto a Ksenia, y la besa. Después de varias canciones de música movida, Osama Hussein se deja caer al lado de Ksenia Raña, con Federico Sposito sentándose a su lado y abrazándole. Débora Moreno estaba observando la remera de Cienciano gris oscura de Osama Hussein, y Leopoldo Alberdi -abrazándole- gira su cabeza, y le comenta: "Vos eras de River Plate... ¿No? Allá en Argentina". Débora Moreno le sonríe, con su cabeza descansando sobre la camisa formal de su pecho. Igualmente argentina, Ksenia Raña chasquea: "Sos una millonaria". Asimismo argentino, Luciano Menéndez interviene: "¡Ja! Gallina tenías que ser... ¡Dale Boca!", evidenciando su estado etílico por entonces, siendo casi las dos de la mañana.
  • 11. Débora Moreno pensaba entonces, que Ksenia y Luciano eran argentinos -como ella-, aunque siendo él un empresario, podía pasar la madrugada de un día viernes, así divirtiéndose sin preocupaciones, tanto como Federico, un colombiano con mucho dinero de la industria cafetera. Precisamente, Débora se le queda mirando a Federico, el cual se carcajeaba, sacudiéndo del hombro a Osama Hussein, quien tenía sus piernas de elastano sobre él. Con sus ojos miel claros en su rostro, Osama entonces le dedica una mirada Débora, y entonces -por sobre Federico-, Osama le toma la mano a Ksenia y se van las dos a los baños de la discoteca Marte. Con Osama Hussein habiéndose retirado del apartado, y caminando lejos, Federico Sposito se acerca a los otros dos caballeros del apartado y se burla: "...es que la situación está fuera de control... ¡Carajo!", imitando el dicho más frecuente de Osama Hussein. Todos en el apartado ríen. Sin embargo, Débora entonces discretamente se cerciora en su relojito de oro, con correa de cuero, y Leopoldo se distrae y le mira: "¿Qué ocurre, Débora?". Débora intenta decir bajito sus palabras, pero luego de haber tomado vodka éstas resultan audibles hasta para Federico Sposito: "¿No tenés tu final en la facultad, mañana?". También estudiante de la misma cursada de medicina con Leopoldo y Osama Hussein, Federico Sposito reacciona tirándose para atrás en su asiento y tomando su trago, a lo cual Leopoldo Alberdi sale al rescate comentándole a Luciano Menéndez: "Yo no sé nosotros, pero nuestra amiga Osama realmente sabe de medicina". Federico Sposito se suma a la discusión: "¡Tiene todos veintes y "A+" en su libreta! Todo el mundo en la facultad dice que va a ser una nueva marca histórica". Luciano Menéndez levanta sus cejas negras: "A mi me parece un caso de corrupción académica, en la universidad de Lima". Leopoldo Alberdi rápidamente reacciona a su lado sacudiendo sus manos: "No, para nada. Osama realmente sabe ¿Eh? Yo la anduve probando con sus conocimientos, y evidentemente sabe más que los profesores. Incluso al hablar tiene un nivel científico propio de quien ha estudiado a todos los premios Nobel que existen... y más allá de la medicina. Osa tiene un gran conocimiento científico en general. Ella absorbe los conocimientos científicos naturalmente". Precisamente entonces, Osama Hussein regresaba de los baños, de la mano con Ksenia Raña. Con la otra dama sentándose, Osama se acerca a Federico y tirando de su brazo, ella lo acerca a su lado y se besan, en tanto que en la pista comenzaban a sonar canciones románticas. Osama se lo lleva a Federico a la pista. Luego de una seguidilla de casi una decena de canciones, Osama regresa abrazada por Federico, y Osama nota que, sobre el hombro desnudo de Débora Moreno, Leopoldo Alberdi se había quedado dormido, con su barba incipiente negra, en tanto que Luciano Menéndez y Ksenia Raña conversaban, con Federico Sposito sumándoles a ellos. Osama Hussein se sienta al lado de Federico, le dedica una mirada atónita a Luciano Menéndez, quien le dedica una sonrisa, y apoyando su rostro sobre Federico Sposito, finalmente Osama sonríe descansando luego de haber bailado tanto. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 9 La sala "silenciosa" de la biblioteca médica de la universidad de San Fernando, en Lima, era un área moderna y bien iluminada por ventanales, en el cuarto piso de uno de sus edificios. La peruana Osama Hussein estaba sentada de frente a una de las mesas, con su superficie en caída para facilitar el apoyado de los libros. A su lado, se hallaba sentado Federico Sposito, profundamente dormido sobre la mesa de lectura, con su cabeza yaciendo sobre sus dos brazos cruzados, y vistiendo el mismo atuendo de la noche anterior en la discoteca Marte.
  • 12. Eran las horas del mediodía, y tanto Osama Hussein como Leopoldo Alberdi, en otra mesa similar, aunque orientada frente a la de Osama, habían estado leyendo los libros de la examinación final inminente, utilizando los mismos libros médicos y científicos, intercambiándolos sin problemas. Osama Hussein resopla confiada con el conocer todos los conceptos de los gruesos tomos de ciencia, así que corre el suyo, y le da un trago largo a uno de los vasitos plásticos de café a su lado, junto a otros similares, que habían sido consumidos por Leopoldo y ella. Casualmente, los ojos negros del hispano Leopoldo se cruzaron con los miel claros del rostro de Osama. Reaccionando rápidamente, Leopoldo señala a Federico Sposito con su cabeza, y comenta: "Él sí que va a llegar bien descansado al final". Osama Hussein gira su cabeza y escruta a su pareja colombiana cafetera, y comenta: "No paramos de bailar...". Luego de unos segundos de silencio, y haciéndole un gesto con su cabeza, ella le comenta a Leopoldo Alberdi: "Vos te dormiste en la discoteca, y recién te despertaste en cuanto la dejamos con la salida del sol". Leopoldo sencillamente le hace un gesto levantando sus cejas negras y torciendo su boca. Entonces, Osama Hussein levanta su cuaderno universitario grande, con todas sus notas, escondiéndose detras del mismo. Osama Hussein dirige sus ojos miel claros ocultamente hacia adonde Leopoldo mascullaba conceptos científicos, del otro lado. Como en otras ocasiones, Osama Hussein comienza a escrutar la mente de Leopoldo Alberdi, disfrutando acerca de su dulzura humana, y su intelecto, el cual en realidad era de izquierda, de lo más socialista del partido político APRA, de lo cual ella en verdad entendía muy poco, y tenía poco que ver con su estilo exhibicionista y violento, con sus collares de oro colgando de su cuello. De cualquier modo, bajando su cuaderno nuevamente, Osama Hussein en cambio se apura extendiendo su mano sobre el hombro de Federico Sposito, y le pregunta: "¿Duermes bien, mi amado?", a lo cual Federico Sposito muestra una sonrisa, aunque siguiendo durmiendo. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 10 La mesa de examinación se hallaba por debajo de una gran bandera roja y blanca del Perú, con su escudo y sus dos arreglos circundantes, de una rama de palma, y otra de laurel con bayas rojas. De frente a la mesa de examinación, de la Universidad de San Fernando en Lima, Osama Hussein extrae una bolilla del bolillero esférico y rotatorio, a lo cual uno de los facultativos allí, de pelo blanco y dientes amarillos y salientes, con la etiqueta de "Dr. Lambetta" pegada en su pecho sobre el guardapolvos, consulta un listado, para comenzar a preguntarle a ella. Osama Hussein en verdad se extiende más de lo esperado, e incluso otro de los académicos médicos peruanos allí cruza sus manos en frente de su rostro pensativo, con los codos sobre la mesa, y comienza a pedir una extensión de las nociones científicas, que Osama Hussein acababa de presentar. Osama Hussein: "Bueno, mire... Los preceptos universales nos dicen...". El profesor abre sus ojos sorprendido y abre su boca: "¿Preceptos universales?". Osama Hussein: "Eh... El sentido común, quise decir", tras lo cual ella se acerca a uno de los libros de texto sobre la mesa, lo abre con un simple movimiento en la página precisa correspondiente a su cátedra improvisada, y con sus dedos esqueléticos, ella termina de fundamentar los conceptos de su respuesta, sobre la imágen". El profesor había permanecido apenas respirando ante tal intervención de Osama Hussein, y temblando termina levantando su cabeza y musita nerviosamente: "Usted es un ser humano fascinante, señorita. Realmente increíble".
  • 13. A su lado, el doctor Lambetta dirige una mirada rápida a los dos, de algún modo acostumbrado a los conocimientos increíbles de Osama Hussein, firma con un veinte la libreta de la facultad de San Fernando de Lima, y ruidosamente martilla el documento con un sello. Lambetta le extiende la libreta a Osama Hussein, diciéndole: "Usted no me sorprende más, señorita. Felicitaciones. Le deseo que siga así, engalanándonos científicamente con sus conocimientos". Osama Hussein sale por la puerta, en los pasillos exteriores de los edificios más modernos dentro de la universidad de San Fernando, en medio de todo el verde de su jardín botánico. La tarde era soleada y hermosa, y tanto Federico Sposito como Leopoldo Alberdi se apresuran hacia ella, aunque uno de los facultativos de la mesa justamente clama por "Sposito" para su examinación siguiente. Murmurando: "¡Oh, es mi turno!", Federico se toma su tiempo para darle un beso en la boca de Osama Hussein, quien también pasa su lengua con él, muy sensualmente. Con su campera inflada negra, su remera gris muy oscura del Cienciano, con Macchu Pichu estampada, su elastano negro en las piernas, y una gruesa capa de collares de oro colgando de su cuello, Osama Hussein se da vuelta y lo ve a Federico entrando en la mesa de examinación, de la cual el doctor Lambetta inesperadamente sale y se dirige hacia ella. Lambetta: "Mire, señorita Hussein, mis abuelos llegaron al Perú del norte de Italia, y a diferencia de ellos yo no soy ni prejuicioso por lo político, por lo cholo, o por lo que sea". En ese momento, el doctor Lambetta se delata a si mismo, observando lo llamativo y presuntuoso de todo el oro colgando del cuello de Osama Hussein, por sobre su remera del club Cienciano de Cuzco. Osama Hussein seguía sus palabras con sus grandes ojos miel claros bien abiertos, y en ese instante no pudo evitar el sonreír. Lambetta siguió: "Lo que quiero decir es, que el rector está muy entusiasmado con usted. Queremos que se haga cargo de las cursadas anteriores a su año, y que nos acompañe a una conferencia en la propia Roma". Osama Hussein comienza a hablar: "Mire, doctor Lambetta", tras lo cual ella estalla con una risilla evidentemente cambiando para dar una respuesta de compromiso: "Quiero decir... Sí, obviamente me interesa. Aunque por unos días preciso despejarme. ¿Sabe? Ahora comienzan las vacaciones, y me comunicaré con ustedes en los meses siguientes. ¿Le parece?". Lambetta abre sus brazos, moviendo su rostro de pelo blanco con dientes salientes amarillos para concluir: "¡Excelente! ¡Perfecto! ¡Maravilloso! Espero su respuesta, señorita Hussein". Apenas moviendo la punta de su zapatilla mullida negra sobre el concreto del piso, con una sonrisa mostrando la punta de sus dientes perlados Osama Hussein, le sigue a Lambetta volviendo al salón de examinación. La voz de Leopoldo Alberdi se escuchó entonces a su lado: "Una nueva marca ¿Eh? Lo hiciste nuevamente". Sin sorprenderse con su intervención, Osama Hussein se da vuelta y le dice: "Es así... A vos no te fue nada mal tampoco, aprobando con un dieciséis (un bueno) en una materia tan difícil. Sos un médico nato sin duda". En este momento Osama Hussein por primera vez desde siempre sintió culpa con Leopoldo Alberdi, por haberlo forzado a asistir a la discoteca Marte en esa misma noche, para las juergas desaforadas de Federico Sposito y ella, siempre haciendo cosas así en sobremanera. Tal como Osama Hussein presentía con su capacidad prodigiosa, Leopoldo Alberdi efectivamente soñaba con demostrar el tener posición social, más allá de su ímpetu permanente por ser un gran médico desde su niñez. Pensando que Osama Hussein iba a ser más cuidadosa al respecto en el futuro con su amigo de estudios, en verdad Osama Hussein también en ese momento se quedó pensando en la vida romántica de la infancia huérfana de Leopoldo Alberdi, y cuanto él luchó fuera de su pobreza para conseguir los libros de la carrera médica desde una tierna edad, y estudiándolos. Y también por primera vez, Osama Hussein comprendió los sueños en realidad de izquierda socialistas de Leopoldo, para ayudar a los pobres y los desamparados del Perú, viajando por el país, en
  • 14. tiendas médicas. Leopoldo Alberdi y Osama Hussein, entonces compartieron un silencio muy intrigante, con los ojos miel claros y sus ojos cansados y bien negros fijos el uno con el otro. El momento se prolongó por casi un minuto, momento en el cual Federico Sposito salió de la mesa de examinación, y abrazó a Osama Hussein por su cintura, sin sorprenderla. Osama automáticamente le dio otro beso muy sensual en la boca a Federico, y ella como una formalidad preguntó: "¿Te fue bien, mi amor?". Federico Sposito: "Aprobé, sí, con un diez con cincuenta?", lo cual era el mínimo para pasar el exámen. Con un dejo de sus pensamientos confusos por Alberdi, Osama Hussein por un instante sintió resentimiento por la situación, la cual era corrupta en verdad, entonces discurriendo: "Eso fue por el soborno que pagaste, mi querido amor...". Inmediátamente, Leopoldo Alberdi sonrió mostrando sus dientes grandes y blancos, palmeando el brazo de Federico y diciéndole: "¡Muy bien! Pasamos todos, entonces. Debiéramos celebrarlo". Federico Sposito responde: "Claro que sí. Tengo un plan al respecto, de hecho. Vamos caminando, que les cuento". El edificio de la facultad de San Fernando era de más de cien años, realmente gigantesco y rodeado por el jardín botánico de Lima. La tarde era soleada, y caminando sobre las cintas de asfalto y concreto por allí, al lado de estudiantes repasando sus libros, sentados en todo banco o superficie apropiada, Federico explicaba: "Tengo mi avión listo en el hangar del aeropuerto Chávez, pensaba proponerles a ustedes mis amigos, el escaparnos a mi Bogotá por todo el fin de semana". Bajo su brazo derecho, Osama Hussein emite una risilla discreta, y luego de besarlo en la boca, con su rostro ella dice: "Tu ocurrencia me parece perfecta, Federico. Por eso te amo tanto". Leopoldo Alberdi: "Realmente me va a hacer bien el descanso. Voy a decirle a Débora para que venga con nosotros", y entonces Leopoldo Alberdi saca su celular y deja un mensaje en WhatsApp. Con la voz de Leopoldo sonando de fondo, Federico le habla a Osama Hussein: "Vos siempre me pediste el arreglar tu escape de Lima ¿no es cierto?", a lo cual Osama Hussein se aferró a la cintura de Federico más fuertemente. En medio de los edificios gigantescos de más de cien años, de la facultad de medicina San Fernando de Lima, con sus jardines, había un laberinto de caminos pavimentados. En uno de esos recovecos, cerca a una pequeña tienda de refrescos dentro de la facultad, se hallaba aparcada la Ferrari Portofino roja de Osama Hussein, a la cual ella camina sin decir una palabra y abre la puerta de su lado de conductor, y se sienta silenciosamente. Federico se queda por detrás hablando con Leopoldo: "Bueno, te espero en tres horas en el aeropuerto, entonces, la vamos a pasar bomba, ya verás". Leopoldo con su barba negra del estudio intenso en esos días rápidamente estrecha su mano con Federico, quien corre hacia su asiento de acompañante de la Ferrari Portofino, cuyo motor rugía repetidamente por Osama Hussein, mientras que el techo retráctil se plegaba espectacularmente hacia atrás. Todos los estudiantes limeños de medicina alrededor no dejaban de filmar con sus teléfonos celulares. Con las cabezas de Federico y Osama Hussein, al volante, ya visibles, la Ferrari Portofino maniobró dócilmente fuera de la Facultad de San Fernando, con Leopoldo Alberdi despidiéndoles moviendo su mano en saludo, a lo cual solamente Federico se da vuelta, levantando su brazo y gritando: "¡Te esperamos, Leopoldo!". Con su barba negra, Leopoldo Alberdi entonces gime una sonrisa y se da vuelta, caminando unos metros hacia su carro Renault celeste, que era un modelo de diez años de antigüedad en realidad. Dejando su saco y su mochila en el asiento del acompañante, Leopoldo murmura: "Un año más cerca de mi título médico, entonces", y entonces él hace girar la llave, encendiendo su automóvil, el cual él conduce, saliendo hacia la avenida
  • 15. Miguel Grau, con todos los pequeños sanatorios informales y coloridos de modo vario pinto que muy informalmente tenían invadida el área allí. Leopoldo Alberdi entonces susurra: "Un día, muy pronto, yo tendré mi propio sanatorio..." ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 11 Eran las siete de la tarde en ese día caluroso del verano, cuando la peruana Osama Hussein aparca su Ferrari Portofino roja en la puerta del restaurante "El Pez Espada", en el Callao, en frente a los muros inmensos de la Fortaleza Real Felipe. Parando su rodado de carreras importado de Europa, Osama Hussein hace sonar su bocina varias veces, a Leopoldo Alberdi, quien se hallaba visible detrás de los ventanales, con el periódico "El Comercio" frente suyo, y con una leche de tigre en su mano, la cual él se apresura a terminar. En tanto que Leopoldo Alberdi sale del restaurante, Osama Hussein pliega muy espectacularmente su techo desplegable, y así la cabina de su auto de dos asientos queda cerrada. Leopoldo Alberdi entra al asiento del acompañante comentando: "Es la primera vez que salgo del país, o de Lima en realidad, en toda mi vida". Osama Hussein hace una sonrisa, muy complacida con la sinceridad súbita de su camarada de estudios universitarios, para comentarle: "En realidad, yo tampoco he salido mucho del país, habre ido un par de veces a Bolivia, el norte de Chile y Argentina, nada más. Mi familia es muy protectiva a mi. Conduciendo por el par de cuadras del puerto del Callao hasta la avenida Miguel Grau, entre semáforo y semáforo, Osama Hussein no puede evitar el comentar: "Ese BMW nos está siguiendo". Leopoldo Alberdi entonces se da vuelta, para observar por la ventanilla trasera, desde donde efectivamente se distinguía un BMW plateado de dos puertas, un Serie 6 E63, muy compacto y desgastado, con al menos diez años de antigüedad, con un sujeto de gafas, realmente amenazador. Leopoldo Alberdi con su cabeza torcida susurra: "Bueno... Conmigo acá, nadie te va a secuestrar, Osa...". Prestándole poca atención al comentario, Osama Hussein pela gomas para girar por la avenida Miguel Grau, y en verdad acelerar a velocidades de carrera por unos cientos de metros, hasta asegurarse de perder a su perseguidor. Entonces, Leopoldo Alberdi mirando para atrás nota que el BMW plateado tenía unas gomas especiales, realmente gruesas y anchas, como habiendo sido adaptado para correr a altas velocidades en realidad. Leopoldo Alberdi murmura: "Éso es increíble", a lo cual Osama Hussein se distrae con sus ojos miel claros hacia él brevemente, y estalla en una risilla. Unas cuadras más adelante, Osama Hussein nuevamente acelera a altas velocidades y gira rechinando sus gomas Michelin nuevas, para girar intentando sorprender hacia la derecha por la calle Colina, y nuevamente, pocos metros después a la derecha, adentro de la calle California, conduciendo a contra mano en realidad. Entonces Osama Hussein aparca su Ferrari Portofino roja por delante de un micro de transporte de pasajeros informal 'Coaster'. Osama Hussein con su motor encendido mantiene su zapatilla inflada roja sobre el pedal de la Ferrari, expectante. Osama Hussein vestía una remera de cienciano roja, con la sombra de las ruinas incaicas de Macchu Pichu, con gruesas cadenas de oro colgando de su cuello, y elastano rojo vistiendo sus piernas esqueléticas. Leopoldo Alberdi no dejaba de escrutar hacia atrás, y en un momento murmura: "Parece que lo perdimos...". El silencio se prolongó por unos segundos hasta que Osama Hussein susurra: "lamentablemente... no", y entonces pisa el pedal de su Ferrari Portofino a fondo, para hacer un giro en "U" usando también su freno de mano, acelerando a fondo por California, en tanto que detrás suyos, la BMW plateada se dirigía
  • 16. directamente hacia ellos. Luego de ir a altas velocidades por un par de calles, Osama Hussein vuelve a la avenida Miguel Grau, en dirección este. Unas diez calles más hacia el este, contiguo al estadio Grau, Osama Hussein se acerca hacia la derecha a las rejas, de unos de los barrios vallados de la zona, en la cual había un guarda, un moreno de saco y corbata con una cabellera muy rigurosa, cortita y con rulos, que se aproxima como una formalidad para hablarle. Osama Hussein susurra: "Ahí viene Julio Fraga, pues", sorprendiendo a Leopoldo Alberdi a su lado, quien efectivamente conocía al sujeto de unas chambas estivales de antaño, en esas calles cercanas a su departamento. En efecto, el portero de ese barrio al agacharse reconoce a Leopoldo y le sonríe, aunque de todos modos Osama Hussein les interrumpe diciéndole rápidamente: "Vamos, Julio, abranos la reja, que quiero visitar a mi abuelo, y el sujeto que viene en el BMW plateado detrás nos quiere chorrear". Distrayéndose apenas con todo el oro colgando del cuello de Osama, Julio Fraga se apura corriendo para mover la verja de la calle, a lo cual Osama Hussein vuelve a apretar su acelerador a fondo, pasando con una aceleración muy alta y haciendo rechinar las gomas de su Ferrari Portofino. Circulando a altas velocidades en la Ferrari, Leopoldo sorprendido comenta: "Pensaba que únicamente yo conocía éstas calles", a lo cual Osama Hussein vuelve a sorprenderle diciéndole: "Mirá que sos un viejo chambeador de Lima vos. ¡Carajo!", a lo cual Leopoldo se carcajea, dándose cuenta lo mucho que disfrutaba el estar junto a Osama. Girando a la izquierda por la segunda calle al fondo del barrio vallado, Osama Hussein se encuentra que la salida al fondo se halla obstaculizada por más de dos filas de vehículos estacionados, cruzados en medio de la calle. Osama Hussein comenta: "No se qué harán acá, si hay un incendio y los bomberos necesitan pasar por ahí. ¡Carajo!", tras lo cual rápidamente ella hace girar su Ferrari Portofino roja nuevamente violentamente en "U", para salir de esa calle y volver a la entrada original rápidamente. Leopoldo Alberdi fue sorprendido nuevamente por la maniobra del auto de carreras italiano, ejecutada con tal maestría por Osama Hussein, aunque en realidad estaba aún más sorprendido, porque palabra por palabra, era éso mismo lo que él sentía con esa costumbre de ese barrio vallado en particular, con los carros aparcados de cualquier modo, descuidadamente. Osama Hussein siguió conduciendo de vuelta por la calle Noguera hacia la entrada del barrio, en donde se distinguía un grupo de gente aglutinado allí. Viéndo llegar la Ferrari Portofino de Osama, el portero Julio Fraga instantáneamente vuelve a abrir la verja negra y amarilla. Detrás del volante, Osama Hussein debe esquivar el BMW plateado dejado abandonado vacío a su izquierda, con sus gomas Bridgestone japonesas gruesas de carrera y su puerta abierta, aunque el sujeto que los seguía no estaba allí. Del lado del acompañante de la Ferrari, Leopoldo Alberdi sí pudo observar que en el suelo de la vereda, a su derecha, se hallaba el sujeto que los perseguía, aun con sus gafas ahumadas en su cabeza, y una remera rosada del club de balonpié Sport Boys del Callao contra el suelo. Osama Hussein se toma su tiempo, conduciendo a muy baja velocidad, escrutando la aglomeración de vecinos y el par de policías del serenazgo local, allí, con muchos filmando la escena con sus teléfonos celulares. El sospechoso en el suelo pudo ser escuchado por los dos en la Ferrari, diciendo furiosamente, con un acento que parecía ruso curiosamente: "Suéltenme ahora mismo. ¡No saben con quién se están metiendo!". Reaccionando inmediatamente a ésto, Leopoldo Alberdi se levanta del asiento del acompañante de la Ferrari Portofino, y sacando hacia su derecha sus hombros al exterior exclama: "Llévenselo a la comisaría, al transexual ese", haciendo referencia a los colores tradicionales de la casaca deportiva de los del Callao, vestida por el atacante detenido. Volviéndose a sentar, apretando él el botón correcto a su derecha, levantando la ventanilla, y hablando a su izquierda Leopoldo le comenta a Osama Hussein: "Qué suerte que yo siempre fui de Alianza Lima", a lo cual ambos estallan en una carcajada.
  • 17. Casi a medio camino de llegar por la Grau hacia el desvío hacia el aeropuerto Chávez, Osama Hussein vuelve a sorprender a Leopoldo comentando: "¡Qué buena Chifa china es esa! Que suerte que le levantaron la clausura, pues...", señalando con su mentón hacia un restaurante muy pintoresco, con la decoración escalonada tradicional, con decoraciones pekinesas. Leopoldo no pudo evitar el golpe de sorpresa, dejando caer su mandíbula, con la boca abierta por segundos, siendo ese su restaurante preferido en su Callao, terminando siempre allí, desde haber estado cumpliendo con todos sus trabajos en la zona del Callao, desde incluso su adolescencia temprana. Leopoldo Alberdi: "¿También viniste vos acá?". Osama Hussein estalla en una risilla y susurra sin distraer sus ojos miel claros de la avenida Grau: "Tengo una Ferrari... Me gusta pasear con ella, pues". Luego de subir rápidamente al norte por la avenida Faucett, y cruzar el puente del Rimac, totalmente desecado y con algunas bolsas de basura, inocultablemente, Osama Hussein ingresa a las instalaciones del aeropuerto internacional Jorge Chávez, por uno de las verjas del sector militar, en donde el personal aeronáutico rápidamente le hace una venia militar por saludo, a lo cual Osama Hussein reacciona rápidamente aclarándole a Leopoldo: "Esa no fui yo, sino que Federico les indicó para que me recibieran con la Ferrari". De todos modos, Osama Hussein no tardó en acelerar a altas velocidades en segundos una vez más, para girar violentamente en el amplio espacio asfaltado con varios hangares y aeronaves de toda clase, tamaño, y antigüedad, todos de la fuerza aérea peruana. La Ferrari Portofino roja terminó, así, aparcada prolijamente dentro de uno de los hangares militares, y Federico Sposito, allí, no tardó en apurarse a abrirle la puerta de la Ferrari a Osama Hussein, quien inmediatamente se colgó de su cuello, y le besó en la boca con sus labios delicados largamente, tiempo suficiente para que Leopoldo Alberdi descienda de la Ferrari, coja su gran bolso del piso del carro de carreras, y se acerque lentamente a ellos, dándole la vuelta por delante a la Ferrari. Federico Sposito rápidamente entonces separó sus labios de Osama Hussein, y luego de sonreirle a ella, él comentó: "Leo, qué suerte que estés acá... Tu amiga Débora no pudo venir con nosotros, parece...". Leopoldo Alberdi estrecha sus manos con él, y le comenta: "No pude traerla, porque tenía que hacer trabajo atrasado de sus clientes, mañana sábado en la oficina, para la visita de un extranjero". Desinteresada, Osama Hussein había comenzado a caminar silenciosamente hacia el avión ultra moderno pequeño de Federico Sposito, con sus turbinas, que habían sido encendidas de antemano a su llegada allí. Federico Sposito le dedica una mirada furtiva a ella, y entonces le murmura a Leopoldo: "No te preocupes, hombre. Yo tengo la mejor agenda de gatitas en toda Bogotá. No te vas a arrepentir". Osama Hussein había llegado a la base de la escalinata móvil al lado del avión, y entonces sí, Federico Sposito hace una pequeña carrerilla hacia ella, la abraza y ambos suben hablando en susurros, con sonrisas ocasionales. Esperando porque ellos dos ingresaran al avión pequeño, Leopoldo Alberdi muy entusiasmadamente asciende las escaleras, y antes de entrar a la cabina del avión ultra moderno, él murmura, mirando hacia el sudeste, apreciando las colinas de Lima, la polución, y pensando en toda su geografía, que él tan bien conoce. Leopoldo murmura: "Adios, mi Lima querida", siendo la primera vez en su vida de viajar tan lejanamente como fuera de su urbe natal, incluso para llegarse hasta Colombia en éste caso. Luego de unas pocas maniobras por las pistas del aeropuerto Chávez, el avión pequeño de Federico Sposito con sus turbinas poderosas tomó vuelo al final de una de las pistas secundarias. Entonces, el BMW plateado, con sus gomas inmensas de carrera, también se llegó a los hangares de la fuerza aérea peruana. Con su remera rosada del Callao, el sujeto rubio teutón violentamente se removió sus gafas negras, revelando tener también ojos curiosamente blancos. En esta ocasión, el sujeto misterioso tenía su celular en su mano, al cual él le habló con su acento fuertemente ruso: "Lo siento mucho, jefe... ¡La perdimos!".
  • 18. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 12 En Bogotá, eran las horas de la noche, en cuanto, abrazada por Federico Sposito, la peruana Osama Hussein ingresó en el departamento ático, del piso cuarenta de uno de los edificios más lujosos de la ciudad. Al abrirse la puerta del departamento, quedó en evidencia todo el lujo del lugar, con pieles de animales cazados sobre el piso, y cabezas trofeos de caza sobre las paredes, con especímenes africanos, incluyendo la de un elefante, un alce de grandes cuernos espiralados, un león, y una cebra. Las paredes también tenían tapices muy vistosos, muchos con detalles de bordado en oro. La sala amplia con sus muchos sillones grandes y mullidos estaban también engalanados por un ventanal inmenso, de piso a techo, y de pared a pared, el cual daba a una visión panorámica de Bogotá. Precisamente, Osama Hussein caminó lentamente hacia la abertura vidriada monumental, desde donde la ciudad de Bogotá podía ser apreciada bulliendo con su vida nocturna, con las luces dinámicamente por debajo. Leopoldo Alberdi en cambio optó por apresurarse hacia uno de los sillones mullidos, dejándose caer allí muy ruidosamente. Federico Sposito se sentó cruzado de piernas sobre un sillón individual, a cierta distancia, a lo cual Osama Hussein reacciona felinamente, caminando lentamente con su elastano rojo en sus piernas hacia allí, y comienza a acariciar el rostro de Federico con su respiración, besándole de tanto en tanto. El silencio se prolongó por unos segundos, tras lo cual Leopoldo Alberdi masculla: "Bueno... Al fin en Colombia. Fuera de mi Lima querida, por la primera vez en mi vida". Precisamente entonces, la puerta del departamento vuelve a abrirse, por la cual ingresa un sujeto alto, el más alto de todos allí, de piel morena oscura, escoltado por dos mujeres, de muy escasa vestimenta. El sujeto moreno se llamaba Diego Tinelli, y lucía un bigote en cepillo de dientes negro en su cara. Con un gesto de su cara, ambas gatitas colombianas pasan saltando directamente hacia el sillón de Leopoldo Alberdi, tomando asiento a cada lado de él. "Hola, yo soy Claudia...", "...y yo me llamo Milett", ambas se presentan muy profesionalmente a Leopoldo, quien levanta las cejas negras de sus ojos cansados y susurra: "En serio... ¡Qué lindos que son sus nombres!". Con Osama Hussein besándole el cuello entonces, Federico Sposito se carcajea ruidosamente, y comenta: "¡Qué afortunado que es Leopoldo!... Gracias Diego", y su asistente personal allí en Bogotá entonces vuelve a salir por la puerta, saliendo de la sala de estar gigantesca. Leopoldo Alberdi pronto abraza a ambas damas, y luego de dirigir una mirada furtiva a su camarada limeño de estudios, siempre besándole a Federico y pasando su mano sobre su pecho, Osama Hussein le dice al oído a su novio colombiano: "...quiero dar una vuelta por la ciudad antes de... lo que tú sabes que haremos hoy". Federico menea su cabeza y comenta: "¿Por qué? ¿qué te ocurre? No has descansado por dos días seguidos. ¿Porqué quieres salir ahora?". Osama Hussein responde a ello, dejando su cabeza inmóvil con su cabellera lacia negra encima de su hombro por unos segundos para entonces decir: "Quiero salir un ratito...". Federico Sposito entonces reacciona tirando su cabeza para atrás pensativo, y entonces gira hacia Leopoldo Alberdi, consultando: "¿No la notás nerviosa a la Osa?". A ésto, Leopoldo se distrae de las dos mujeres a sus lados, y le levanta los hombros a Federico en señal de confusión, acerca de ese punto. Luego de observarlo con sus ojos miel claros furtivamente nuevamente a Leopoldo,
  • 19. Osama Hussein le da un beso prolongado a Federico Sposito, se ríe desde su garganta, y finalmente se pone de pie sobre sus piernas, con su elastano rojo, y su remerita roja del Cienciano de Cuzco, con todas las cadenas de oro colgando de su cuello. Osama Hussein entonces le extiende su esquelética mano hacia abajo hacia Federico Sposito, quien levanta su cabeza para mirarla a los ojos. El silencio de varios segundos fue interrumpido, cuando Leopoldo Alberdi le habla a una de las gatitas colombianas, a sus lados: "¿Tú qué dices, Pochita? ¿Vamos a dar una vuelta por Bogotá, nosotros dos, con nuestros amigos?". La mujer muestra sus grandes dientes perlados, para hablar sorprendida: "¡¿Pochita?! Porqué es que tú me llamas así". Leopoldo Alberdi entonces se levanta con ella de la mano, diciéndole: "Ahora te cuento, mujer, verás que es una historia muy divertida... te va a encantar", y así ambos se dirigen a la puerta. Desconcertado, Federico Sposito los sigue con sus ojos negros, y luego finalmente toma la mano de Osama Hussein, y se levanta a su lado: "Bueno, entonces. Vamos a dar una vuelta, Osita, pero rápida, por acá el centro de Bogotá. ¿Estamos?". Osama Hussein responde a ésto de pie, besándole largamente con sus labios, tan apasionadamente, que Leopoldo apenas se distrae de la mujer a su lado. Leopoldo de todos modos pasa su brazo derecho alrededor de la cintura de "Pochita", y comienza a decir: "Había una vez un capitán peruano, que era muy puritano...". En eso, siendo también jalada por su pareja Federico, Osama Hussein extiende su brazo para coger su pequeña mochila, con la bandera del Perú estampada roja y blanca y con su escudo rodeado de hojas andinas, aunque Federico reacciona rápidamente tomando el saco con sus dos manos y tirándolo en el sillón, del cual se había levantado un rato antes. Federico Sposito abraza a Osama Hussein, y le dice: "Dijimos que saldríamos por un momento, no vamos a ir tan lejos como para que lo necesites". Osama Hussein entonces abraza a Federico por el cuello muy sensualmente: "Está bien... Tú tienes razón, mi amor", y así, cruzándose con Diego Tinelli entrando nuevamente a la sala gigantesca, finalmente ambos dejan el departamento, cerrando su puerta por detrás. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 13 El centro de Bogotá era un mar de gente, en un viernes por la noche. Los tres camaradas de estudios de la universidad de Lima caminaban contentos, deteniéndose en los escaparates de las firmas italianas allí, apreciando los relojes, las carteras, y las prendas de vestir. La peruana Osama Hussein murmura: "Nada como en Lima. ¡Carajo!". La gente también parecía más educada en verdad, y Leopoldo Alberdi, con su escolta femenina, se detuvo frente a un escaparate de una gran tienda de gafas "Ray Ban" para conversar con una vendedora muy esbelta totalmente vestida de rojo, como una de las modelos de sombrilla de la Fórmula 1, con una chaqueta roja con publicidades de todos los auspiciantes de Ferrari en esa categoría deportiva, con una campera de cuero y una capucha de cuero, promocionando un proyecto de un parque de diversiones ultra moderno para la marca Ferrari de Italia para Colombia, tal como en Abu Dabi. Precisamente también vestida toda de rojo, Osama Hussein tenía su remerita del Cienciano de Cuzco, con pantalones elastano rojos, y zapatillas mullidas del mismo color, aunque también de su cuello colgaban una multitud de collares de oro resplandeciente. Federico Sposito distrae a Osama Hussein, señalando uno de los escaparates más lujosos, y preguntándole: "¿No es lindo, mi Osita?". Los pensamientos más profundos de Osama Hussein la traicionaron entonces, forzándola a una risilla, viendo en detalle uno de los modelos Audemars Piguet, con una cara totalmente deformada y casi ilegible con sus números romanos
  • 20. totalmente distorsionados, a pesar de ser de oro y de tener incrustado muchos diamantes, costando decenas de miles de dólares. De todos modos, Federico Sposito la tenía bien aferrada a Osama Hussein, buscando los modos que él conocía bien para excitarla sensualmente, y repitiéndole en ocasiones: "Tu osito está muy desesperado, Osita", a lo cual Osama Hussein reaccionaba siempre mostrándole los dientes y besándole en la boca fervorosamente. La situación se estaba convirtiendo en una escena tal, que la "Pochita" de Leopoldo le sonríe mostrándole sus dientes, y ambos estallan en risillas. De hecho, Federico Sposito llega a captar esa escena en particular, y finalmente, besándole su cuello delgado, encara a Osama Hussein: "¿Qué ocurre? ¿Te esquivás a vos misma? No dormiste en dos días. ¿No piensas descansar y relajarte un poco?". El momento íntimo y romántico fue interrumpido inesperadamente, porque desde las alturas del cielo de Bogotá, que estaba apenas nuboso en esa noche tropical estrellada, una luminosidad colorida y relampagueante hace su aparición con un gran sonido metálico y desgarrador. Osama Hussein instantáneamente levanta su cabeza con sus ojos miel claros, con una sonrisa mostrando la punta de sus dientes perlados, sin verse particularmente sorprendida. En pocos segundos, los tres camaradas de estudios de Lima estaban absortos, juntos hombro contra hombro, sin poder creer realmente la aparición celestial, claramente de escasa explicación científica convencional. De pronto, la luminosidad en el cielo se transforma en un largo rastro luminoso entre las estrellas, y un segundo más tarde, en las calles de Colombia, todo estalla con la onda ultra sónica consecutiva. Los vidrios de los escaparates del centro de Colombia se rajan, o estallan en pedazos y caen, y hay gente que termina en el piso agarrándose la cabeza. Únicamente Osama Hussein permanece firme de pie en su sitio, mirando al cielo con sus ojos miel claros, mientras todos alrededor, incluyendo a Federico y Leopoldo son presas del pandemonio callejero. Osama Hussein se distrajo apenas cuando una niñita, a diez metros de distancia, tira su helado al suelo, y comienza a gritar, señalando con su manito y brazito hacia un punto en la peatonal turística, adonde nada se veía fuera de lo usual, más allá de los vidrios rotos, y la gente herida circulando. De todos modos, Osama Hussein entonces masculla: "...les he estado esperando toda mi vida por este encuentro. ¡Carajo!". ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 14 Osama Hussein mantenía sus ojos miel claros fijos hacia una tienda con recuerdos para turistas, lleno de remeras con figuras famosas estampadas en ellas. En ese sitio precisamente, tres figuras semi desnudas humanoides, de piel gris de pronto aparecieron de la nada. Esos seres eran realmente altos, y sin cabellos sobre su piel. Su cabeza alargada tenía ojos negros gigantescos. Togas anaranjadas de discreto tamaño colgaban de su cuerpo esquelético, agarradas de diferentes modos a ellos. En su brazo derecho, cerca de sus hombros, las criaturas tenían un brazalete de oro, con un grabado en forma de "X", el cual brillaba tenuemente. Además, con sus manos derechas de dedos muy alargados éstos estaban sosteniendo unos manubrios alargados, también de color anaranjado, su superficie emitiendo una luminosidad leve. La acompañante femenina de Leopoldo no pudo evitar el salir corriendo fuera del lugar a los gritos, en tanto, que instintivamente tanto Federico Sposito como Leopoldo Alberdi dan un paso atrás, para quedar por detrás del cuerpo esquelético de Osama Hussein, quien parecía decidida a enfrentar a las apariciones, ella vistiendo su remerita roja del Cienciano de Cuzco, sus pantalones de elastano rojo, y sus zapatillas mullidas del mismo color.
  • 21. Osama Hussein masculla con un gruñido entonces: "He estado esperando este momento por toda mi vida. ¡Carajo!". De los tres seres humanoides de piel gris clara, el del medio, un paso por delante de los otros dos, reacciona violentamente emitiendo un siseo fantasmal desde su cuello alargado, para emitir una serie de sonidos ininteligibles, en su lenguaje extraño. Osama Hussein sin embargo parece entender el significado de sus dichos fantasmales y comenta: "Sí, claro. Tú quisieras. ¡Carajo!". Detrás de ella, Leopoldo Alberdi entonces no puede evitar reaccionando con el comentario: "¿Qué nos dijo esa cosa?", aunque Osama Hussein estaba demasiado distraída con la situación para responderle a su camarada de estudios de Lima. De cualquier modo, la criatura de la toga naranja del medio entonces aferra su manubrio con las dos manos, y comienza a levantar su manubrio anaranjado lentamente hacia los tres estudiantes del Perú, a lo cual Osama Hussein repentinamente hace un movimiento con su brazo esquelético desnudo, como tirándolo para atrás. Con ésto, el manubrio anaranjado de la criatura de la toga anaranjada sale disparada de sus manos alargadas de piel gris blanquecina, y así termina directamente aferrada por las dos manos de Osama Hussein. Siendo la primera vez que tiene algo así en sus manos esqueléticas, Osama Hussein no pudo ocultar su fascinación con el manubrio anaranjado de los otros tres seres extraños, con los ojos de sus dos camaradas de estudios también sobre el mismo. El aparato emitía cierta luminosidad sobre su superficie metálica aunque, también así encendido, éste presentaba un curioso circular de caracteres puntiformes, los cuales eran exactamente como los de los dados de los juegos de mesas tradicionales terrestres, con caracteres del uno al ocho en realidad. Los caracteres circulaban en franjas horizontales sobre toda la superficie del dispositivo, para súbitamente cambiar de dirección y posición, y seguir así. Osama Hussein estaba fascinada con lo que efectivamente sabía leer sobre el aparato, forzándolo a Federico Sposito, detrás suyo a murmurarle: "¿Qué es lo que dice esa cosa, Osita?". Por entonces, por delante de los tres estudiantes peruanos, el sujeto adelantado de los tres de las togas naranjas estaba levantando su brazo derecho y oteando rápidamente hacia atrás, hacia sus dos acompañantes extraños, dando indicaciones con su voz siseadora fantasmal. Accidentalmente, la mano del líder extraño de toga naranja quedó enredada de una de las remeras que colgaban allí, tratándose de una con la imágen del cantante argentino Charly García, mostrando su dedo medio y con la frase "Say no more". De cualquier modo, las otras dos criaturas de togas naranjas entonces dieron un paso adelante, cogieron sus manubrios con sus dos manos, y levantaron rápidamente sus manubrios anaranjados, con sus brazaletes de oro con la "X" uniformemente en sus brazos derechos. A ésto, Osama Hussein no distrajo sus ojos miel claros del aparato en sus manos, sino que simplemente alzó rápidamente su mano derecha para apenas mover sus dedos cortos cerrándola hacia arriba muy delicadamente, lo cual de todos modos bastó, para que los otros dos manubrios anaranjados amenazadores salieran disparados de las manos de las criaturas gigantescas de las togas anaranjadas. Los dispositivos perdieron su luminosidad tenue, y con su pintura anaranjada original se llegaron raspando sobre las baldosas de la calle de Bogotá hasta los pies de los tres camaradas de estudio de Lima, Perú. Federico Sposito se agachó entonces rápidamente, cogiendo uno de los aparatos anaranjados, el cual permanecía opaco. Federico entonces comenta: "¡Maldición! Éste se descompuso", y la ridiculez del comentario fuerza a Osama Hussein a estallar con una risilla. Envalentonados por la mucha diferencia de estatura entre los dos bandos de tres, en las calles de Bogotá, las criaturas de las togas anaranjadas habían comenzado
  • 22. a caminar hacia ellos entonces, a lo cual Osama Hussein sí levanta su cabeza hacia ellos. En ese momento, el peinado lacio negro llegándole a sus hombros comenzó a flotar tenuemente en el aire, en tanto que Osama Hussein levanta el manubrio anaranjado por sus dos extremos, sosteniéndolo como el volante de una motocicleta convencional. Osama Hussein entonces grita: "¡No den un paso más, carajo!", aunque las criaturas de las togas naranjas siguieron avanzando hacia ella. Sin embargo, el líder de las criaturas de las togas anaranjadas repentinamente queda paralizado, endurecido como una estatua en su lugar, a lo cual las otras dos criaturas se dan vuelta y lo observan, emitiendo una serie de sonidos fantasmales cortos, desconcertados. Entonces, la criatura de toga naranja que permanecía cautiva en sus propios pasos inmóviles, comienza a temblar frenéticamente, evidentemente sufriendo con este evento. En simultaneo entonces, las otras dos criaturas de toga anaranjada giran sus cabezas hacia Osama Hussein, quien no evidenciaba algún esfuerzo sosteniendo el manubrio anaranjado por delante suyo. Finalmente, las criaturas de las togas naranjas se miran la una con la otra, y con los brazaletes de oro siempre brillosos en sus brazos esqueléticos derechos éstas deciden echarse a correr fuera del lugar. Federico Sposito reacciona inmediatamente gritando: "¡Detengan a esos guerrilleros!", y corre hacia un oficial de la policía colombiana allí, quien lo reconoce, y tras decirle: "Sí, señorito Federico", ambos salen corriendo detrás de las criaturas de toga anaranjada. Leopoldo Alberdi se había acercado a la criatura de la toga naranja, que había quedado como una estatua tremolante, y curiosamente Leopoldo lo toca con su dedo índice derecho, aunque rápidamente lo vuelve a sacar, habiéndose quemado en realidad. Leopoldo examina su dedo, y efectivamente había quedado rojo acusando el sufrimiento de altas temperaturas, y él murmura: "Micro ondas...". Osama Hussein confirma ésto diciendo: "Esa cosa ahora es chicharrón...", tras lo cual frente a la mirada de los ojos negros de Leopoldo, el ser de toga anaranjada evidencia un rostro de sufrimiento extremo, lo cual en este caso se trataba de la deformación por derretimiento de toda su anatomía, de modo que en segundos su cuerpo termina todo deformado, yaciendo como una masa de plástico derretido en el piso, sobre la cual la remera de Charly García termina yaciendo también, junto a su toga anaranjada. Leopoldo Alberdi gime una sonrisa, y entonces le grita a Osama Hussein: "Voy a ver en qué se metió Federico. ¡Vos quedate acá!", para rápidamente salir corriendo en dirección hacia Federico y el policía colombiano. Osama Hussein no puede evitar mirándole furtivamente a Leopoldo, en tanto que él había reaccionado sinceramente para protegerla a ella ante un peligro verdadero. De todos modos, con sus zapatillas infladas rojas, Osama Hussein se llega caminando a los restos de la criatura atacante tirada en el piso, su cuerpo completamente deformado y derretido, su toga anaranjada, y la remera blanca de Charly García. Dándole un pequeño empujón a la masa en el piso, Osama Hussein susurra: "Los Oranzhevyys terminaron siendo poca cosa. Basura de mierda, para mí. ¡Carajo!". ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 15 Era casi la medianoche en Bogotá, cuando, con un sinnúmero de luces LED multicolores el camión blindado inmenso Inka Hurón se llegó frenando violentamente, exactamente en frente de Federico Sposito, quien apenas giró su cuerpo con algo de preocupación por la violencia de la maniobra. Del vehículo monumental, nueve policías con casco, gafas de aviador, y
  • 23. ametralladoras descendieron diestramente, para formar una línea a un lado del blindado. Federico Sposito, junto al oficial de policía de calle original en el encuentro contra los seres extraterrestres de toga anaranjada, conocidos universalmente como los Oranzhevyys, comenzó a caminar frente a la fuerza armada allí presente. Federico Sposito de hecho dio las órdenes correspondientes a ser el comandante semi oficial en esa operación extraordinaria, diciéndoles: "¡Muy bien, hombres de armas! Evidentemente estamos lidiando contra la guerrilla, que ha desangrado nuestra amada Colombia desde hace décadas ya... En este caso, nuestro enemigo se ha llegado más cerca nuestro que nunca. Luchando por su causa foránea... eh, la del comunismo... permaneciendo desnudos, y librando su lucha criminal, aún habiendo quedado casi desnudos. ¡No dejen a nadie vivo! ¡El honor de nuestra nación, Colombia, así bautizada por el más grande descubridor en la historia del mundo, nos lo demanda!". Los nueve policías colombianos rugieron en unísono entonces: "¡Sí, señor!". Con Leopoldo Alberdi bastante sorprendido a su lado, Federico Sposito entonces sobriamente giró en dirección al objetivo de toda la operación, y con dos dedos de su mano blanca y europea itálica, él señaló hacia allí. La fuerza policial fuertemente armada, entonces se dirigió diligentemente hacia allí, trotando. Federico Sposito se queda de pie en su lugar, con sus manos agarrándose entre sí a sus espaldas, a lo cual Leopoldo Alberdi se acerca lentamente, hasta decirle: "Muy impresionante, Federico. Realmente no puedo dejar de admirarte". Federico relaja su postura, y batiendo sus dos brazos alegremente, entonces aclara: "No te preocupes, Leo. Yo no he cambiado un ápice con todo este asunto. Tú aún eres uno de mis mejores amigos en el mundo", y sacando el revólver que ocultaba bajo su saco de cuero, y tomando el hombro izquierdo de Leopoldo, Federico dice: "Ven, acompañame adentro del lugar, verás que no tendrás nada que temer". El sitio en cuestión se trataba de una manzana entera, de la ciudad de Bogotá, en la cual había una fábrica abandonada por años. Ya en la primera habitación, con un claro instinto de cazador profesional, Federico Sposito distingue un líquido inusual en uno de los rincones, de un color marrón claro. Habiéndose calzado unos guantes de cuero negro en el interín previamente, Federico pasa sus dedos sobre ese material viscoso, y se lo lleva delante de su nariz, iluminándolo con la linterna en su otra mano. Con sus ojos negros, Federico deja escurrir esa gelatina orgánica al piso, preguntándose: "¿Extraterrestres? ¿Será posible, realmente?". Por dentro, la factoría abandonada era un gran espacio con escaleras y plataformas a distintos niveles, construidos en torno a maquinarias diversas de buen tamaño. Las fuerzas policiales colombianas recorrían por todos esos lugares, escrutando el lugar e iluminando su paso con sus linternas de mano, en medio de la oscuridad dominante. Fue uno de los oficiales en una de las tarimas más elevadas, el que hizo el primer disparo, con una ráfaga de su ametralladora. El oficial subsiguientemente comenzó a gritar como un desaforado: "¡Pues, que te he visto, carroña! ¡Date por muerto, coño!", en tanto que disparaba desenfrenadamente ráfagas hacia un sitio, que él mismo permanecía iluminando, pero en el cual nada podía ser distinguido, en realidad, por ese entonces. De hecho, Federico Sposito, con su revólver en su mano enguantada derecha, no pudo evitar el murmurar: "¿A qué cominos le está disparando ese bestia?". Aunque todas las linternas de los nueve policías del cuerpo elite antiterrorista también apuntaron iluminando hacia el mismo sitio, en cambio Leopoldo Alberdi giró su cabeza hacia el lugar impreciso, adonde se hallaba el policía de los disparos fuera de control. Leopoldo Alberdi entonces se percató de que la linterna de ese policía en particular repentinamente murió, aunque nadie en toda la fábrica vio aquello. Consecuentemente, nadie más disparaba en la oscuridad dominante de la fábrica, y
  • 24. fue Leopoldo quien comenzó a tironear de la campera de cuero negro de Federico Sposito, quien por el contrario reaccionó rechazándole diciendo: "¡Espérate hombre! Ahí está uno de esos engendros". Tomando la iniciativa, Leopoldo manotea la linterna de la mano de Federico, y apuntando en la dirección de la plataforma elevada en cuestión, en verdad Leopoldo se queda iluminando el rostro alargado, con dos ojos negros grandotes y sin nariz, de uno de los seres de piel gris blanquecina, y de toga anaranjada. Incluso, el ser extraordinariamente peculiar, pronto reaccionó cubriéndo su crisma alargada con sus dos antebrazos largos y esqueléticos. Federico por su parte, primero reaccionó muy negativamente al arrebato de Leopoldo, diciéndole a su camarada de estudios de Lima: "Entonces, tú que te crees, mi amigo...", aunque rápidamente Leopoldo mueve su cabeza hacia arriba, en dirección a la tarima sostenida alta en el aire de la fábrica, con lo cual Federico pierde inmediatamente su discordia hacia él, y el enojo en su cara, levantando sus cejas. En menos de un segundo, Federico Sposito comienza a disparar su revolver hacia la criatura semi desnuda, esbelta, y muy alta, con su toga anaranjada, la cual luego de acusar el haber sido baleado efectivamente, emite un sonido fantasmal desgarrador, por el cual todos allí llevan sus dos manos a sus oídos, sintiendo una sordera temporalmente. Aunque rápidamente la criatura saltó fuera del haz de luz, en manos de Leopoldo Alberdi, ya era muy tarde para ella, pues todos los oficiales de la fábrica reaccionaron rápidamente, y la plataforma metálica elevada se transformó en el blanco de todas las ráfagas de ametralladoras, muchas de las cuales pegaban sobre puntos sólidos y metálicos, dejando una multitud de destellos sobre el área. Pronto, los sonidos fantasmales de esa criatura en particular murieron con la misma, y la consistencia de su cuerpo gris blanquecino terminó por deformarse, y a fluir desgastándose como el cuerpo de una vela derritiéndose, por sobre su toga anaranjada. Federico Sposito luego de meditarlo por unos instantes murmuró: "Uno menos, y queda otro más", y luego de permanecer pensativo con su nariz oteando hacia arriba, él levanta sus cejas y se dirige a Leopoldo: "Perdóname mi amigo. Tú tenías razón, evidentemente". Federico con su mano enguantada izquierda aprieta el hombro derecho de Leopoldo y agrega: "Gracias a tí, también he cazado un extraterrestre. Esa toga va a ser una gran decoración en la pared de mi departamento". La celebración duró muy poco sin embargo, porque un siseo fantasmal siguió a las palabras de Federico, tras lo cual el otro ser gigantesco y esquelético, de piel gris clara, arremetió físicamente sobre Federico Sposito, llevándoselo colgando en el aire, cogiéndole por debajo de sus dos axilas. Inútilmente, Federico Sposito pateaba en el aire con sus dos piernas, que no parecían lo atlético que él solía ser, sino que las de un enano sin esperanzas, y él comenzó a gritar: "¿Qué están esperando? ¡Comienzen a disp...", pero los dedos extremadamente largos de la criatura de gran altura cubrió su rostro acallándolo, con su brazo derecho esquelético pero inmenso, el cual también tenía montado un brazalete de oro con una gran "X", cerca del hombro. Todos los ocho policías de la fuerza especial apuntaban siguiendo a la criatura de otro planeta, con sus ametralladoras y con la luz de sus linternas, mientras Federico aún se resistía, pateando con sus piernas al aire con todas sus fuerzas. La intención de la criatura resultó claramente ser la del salir del área, llevándose al sujeto más preciado en el lugar, que era el millonario cafetero de Federico Sposito mismo. Leopoldo Alberdi también se sumó desesperadamente a la situación, comenzando a golpear la espalda del extraterrestre esquelético y alto, frenéticamente con la culata de la linterna de Federico, que había terminado en el piso, y con el puño de su otra mano. La criatura de la toga anaranjada apenas daba cuenta de esa golpiza sobre su
  • 25. espalda, aunque no pudo anticipar de todos modos, que Federico se las arregló elásticamente para hacer pie con sus dos piernas en el marco de la puerta de salida del área grande de la fábrica, aplicando la fuerza suficiente para empujar y hacer tropezar al extraterrestre Oranzhevyy gigantesco, contra los ataques de Leopoldo Alberdi, quien sintiendo la obstrucción del andar Oranzhevyy, instintivamente arremete abrazando ambas piernas largas y desnudas, y efectivamente forzando su caída hacia atrás. Leopoldo Alberdi consigue mantenerse de pie rápidamente, aunque bajo las luces de todas las linternas de todos los oficiales de las fuerzas especiales de la policía colombiana, Federico Sposito reacciona rápidamente saltando sobre Leopoldo, y sacándolo fuera de la línea de fuego. Efectivamente, entonces todas las ametralladoras de la fábrica abren fuego sobre la criatura extraterrestre Oranzhevyy, tendida entonces sobre el suelo de concreto con su cuerpo longilíneo gris blanquecino con su toga anaranjada, muy aturdida luego de haber pegado con su cabeza grandota contra el piso. La lluvia de balas rápidamente deformó el cuerpo de la criatura de otro planeta, con Federico y Leopoldo corriendo del lugar, con algunas balas perdidas, que rebotaban desde todos lados allí inevitablemente para pasar zumbando muy cerca de los oídos de los dos estudiantes de Lima. La consistencia del cuerpo del Oranzhevyy de otro planeta, pronto se deformó en una gran mancha gris blanquecina, chorreando de la toga anaranjada, que hacía instantes había sido su única vestimenta. En la calma subsiguiente, los policías dentro de la fábrica celebraron todos con cantos, como en un estadio de balonpié para un evento deportivo, mientras que Federico se acercaba con el brazalete de oro, con una "X" grande estampada en su superficie, aunque con varias magulladuras de bala sobre ella. Federico guarda el brazalete en el bolsillo de su campera de cuero negro, y levanta la toga anaranjada, aún chorreando con la consistencia remanente del cuerpo del extraterrestre Oranzhevyy, con sus dos manos. Leopoldo Alberdi rápidamente se pone en cuclillas tanteando con sus dedos desnudos el material viviente de otro planeta, mientras que apenas distrayéndose con él, Federico Sposito murmura: "Esa cosa no resultó ser más que carroña...". ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` Parte 16 Nunca antes en su vida, la peruana Osama Hussein se había sentido tan libre. "Al demonio con los complementos vitamínicos. ¡Carajo!", ella se había declarado en rebeldía con ella misma, entonces saboreando con sus labios un kebab de carne, de un restaurante callejero en una de las peatonales céntricas de Bogotá. Poco antes de apagar su teléfono celular Kodak, la voz de Federico Sposito le había dicho: "La situación ya está bajo control acá, Osita. Espero que ya hayas llegado al departamento", a lo cual Osama Hussein sencillamente apagó el aparato, para seguir disfrutando su cena. Las demandas de haber sido perseguida desde su nacimiento, por esas criaturas extraterrestres Oranzhevyys, habían forzado a la siempre esquelética Osama Hussein a recluirse en el Perú, ocultamente, tanto en Cuzco como en Lima, casi sin poder salir de ese círculo protector. Ahora, Osama Hussein se sentía libre por primera vez, desde tener memoria. Así, ella comenzó a caminar vagando entre la multitud de gente de un viernes por la noche en el centro de Bogotá, tomando de una botella de agua "Evian" como si nada. Su curiosidad y sus gustos culturales entonces, le hicieron volver al escaparate
  • 26. del comercio "Ray Ban", con la parafernalia de una muestra de la marca de carros Ferrari, planeando construir un gran parque de diversiones en Colombia tal como en el medio oriente, cuyo vidrio se hallaba rajado luego de los incidentes de esa misma noche. La exhibición allí consistía de un modelo de buen tamaño, representación a escala de un parque de diversiones gigantesco de la escudería Ferrari de Fórmula Uno. Todas las paredes y la base del escaparate rojo eran terciopelos rojos, llegando desde arriba. Asimismo, una colección de autitos de carrera Fórmula Uno de la historia de la escudería Ferrari colgaban de hilos transparentes, con un movimiento contínuo. Espontáneamente entonces allí, Osama Hussein con sus dedos esqueléticos entonces se puso a buscar una canción de música moderna peruana, en MP3, con su teléfono celular Kodak. Sin embargo delante suyo, la iluminación del muestrario del parque de diversiones de Ferrari comenzó a parpadear, y repentinamente se apagó delante de Osama. En cada uno de los tres fragmentos del vidrio roto del escaparate, entonces, se hace aparente el fantasma Nadezhda (Надежда), de una niñita rusa aristocrática de Moscú, quien le dice: "Aquí estamos, Osama... Yo sabía que éste momento llegaría. Ahora, debes comenzar a prepararte para el futuro". Osama Hussein entonces masculla: "¿Qué carajo?", lo cual pareció motivar que instantáneamente la iluminación del escaparate vuelva a encenderse, con los autitos de carrera Ferrari, colgando en el aire de sus hilos transparentes. "Bueno, pues... amén, entonces" Osama Hussein se dijo a sí misma con sus labios, pero antes de que ella pueda volver a bajar sus ojos miel claros a su teléfono celular, la base de la exhibición de Ferrari comienza a deformarse, con la voz de Nadezhda (Надежда) oyéndose nuevamente: "Prepárate para el futuro, Osama". Osama Hussein en este punto tenía su mente hipnotizada por la situación desarrollándose en un color granate intenso delante suyo. La tela de la base de la exhibición de las Ferraris escarlatas se había deformado de tal forma, convirtiéndose en una cara mirando fijamente al techo, la misma de la superficie del planeta Marte, la cual se deslizó entonces, y la superficie de tela colorada se convirtió en una reproducción a escala de las pirámides marcianas. Osama Hussein entonces masculla: "¡Carajo!", en tanto que las pirámides rojizas se movieron, haciendo circular en la misma exhibición del escaparate ante los ojos de ella, todas las pirámides de las civilizaciones ancestrales de la Tierra, incluyendo la del museo del Louvre de París. Osama Hussein no pudo evitar el sonreir mostrando sus dientes perlados por sus labios entonces, a lo cual el escaparate -ella sabía- comenzaba a mostrarle muchas otras pirámides, de todo el universo, de los millones de millones de años de su historia casi infinita. Todas las luces del escaparate se extinguieron nuevamente entonces, delante de los ojos miel claros de Osama Hussein. La voz de Nadezhda (Надежда) se despidió entonces: "Tú tienes la noción correcta de tu grandeza, Osama... El hado de tu porvenir depende únicamente de tí". Las luces en la vidriera de las Ferraris granates, y todo en ella, volvieron a normalizarse entonces, ante Osama Hussein, quien se halló entonces a ella misma respirando inquietamente como nunca antes. ´¨) ¸.•´¸.•´¨) ¸.•¨) (¸.•´ (¸.•` SISTEMAS INTI