2. Le trajeron a una mujer
sorprendida en adulterio y,
poniéndola en medio, le
dijeron: Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida
en flagrante adulterio. En la
ley nos ordena Moisés
apedrearla. Tú, ¿qué dices?
[…] Jesús se incorporó y les
dijo: Aquel de vosotros que
esté libre de pecado, arroje
la primera piedra.
Juan 8, 1-11.
3. Los escribas y fariseos quieren comprometer a
Jesús. Y le traen a una mujer adúltera, apelando
a la ley. ¿Y tú, que dices?
4. Están muy lejos de comprender la
misericordia de Dios. Pero Jesús responde
con una táctica inteligente: «El que esté
libre de culpa, que tire la primera piedra».
5. Los fariseos y los
escribas
reconocen, a
regañadientes, que
ellos también son
pecadores.
Y dejan solo a Jesús
con la mujer.
Jesús, con suavidad
y firmeza, le pide
que no peque más.
6. Y a continuación otorga el perdón a la mujer.
Es el fiel reflejo del corazón de Dios, que nos
invita a vivir llenos de su gracia y de su amor.
7. El legalismo religioso antepone la ley al bien
de la persona. Jesús se muestra libre ante la
ley: esta debe estar al servicio de la persona
y no al contrario.
8. El mundo semita marginaba a al mujer. Muchas
conductas que hoy juzgamos reprochables eran
permitidas a los varones y condenadas en las mujeres.
Jesús sale a favor de la mujer, rompiendo con el
machismo de la sociedad judía.
9. La ley es el amor:
esta es la gran
revolución de Jesús.
No hay ley que
valga por encima de
la dignidad de la
persona.
10. Muchas leyes se valen de los sentimientos
humanitarios para favorecer intereses ocultos de
grupos de poder. Toda ley que suprima la vida de
un ser humano atenta contra la dignidad de la
persona y se convierte en instrumento de
dominación.
11. El perdón es la muestra del mayor amor.
A la mujer adúltera, Jesús le enseña el valor del
amor incondicional y verdadero. Ella conoce la
pureza de este amor con el perdón.
12. Libre de su condena, se siente amada y
perdonada.
Ya puede empezar una nueva vida.
El perdón regenera y da fuerzas para recomenzar.
13. Dios es el único libre de pecado y de culpa.
Si Jesús, pudiendo condenar, no lo
hace, ¿quiénes somos nosotros para
hacerlo? La Iglesia está llamada a ser
misericordiosa, como Dios mismo.