El autor argumenta en contra de expulsar a los estudiantes del salón de clases cuando tienen mala conducta. Considera que los adolescentes entienden las consecuencias de sus acciones y que expulsarlos sería una medida demasiado drástica para la escuela primaria. En su lugar, cree que los estudiantes deben aprender que el mundo no es como su hogar y que sus acciones trazarán su propio destino. Prefiere no expulsarlos y dejar que el destino se encargue de ellos en el futuro.