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¡A romper las cadenas!

  El carnaval invita a destrozar con un paso de murga los grilletes que atenazaban a los
 esclavos, pero también a deshacerse de las trabas mentales y permitirse ingresar en un
   mundo en el que todo vale. Está permitido jugar, molestar a otro con agua o espuma,
disfrazarse de mujer, niño o viejo y cantar a los cuatro vientos una canción que critique al
                                          poder.


Por Sol Peralta (desde Montevideo)


Brillos metálicos, música a todo volumen, baile en la calle, disfraces impactantes, crítica social, desfiles de
carrozas, cuerpos pintados, serpentina, espuma y agua, gritos de alegría y el todo vale como consigna.
Exageración. Exacerbación de los sentidos. Febrero es el mes del carnaval y, con el calor en la piel y en los
corazones, la gente se apropia de la calle. Este festejo es una curiosa combinación de diversión y crítica
sobre el poder. La fecha varía de un año a otro y se calcula en relación la primera luna de la primavera en
el hemisferio norte. Y ya sea en Río de Janeiro, Venecia, Oruro, Montevideo, Barranquilla, Buenos Aires,
Santa Cruz de Tenerife, Cádiz o Gualeguaychú, de un día para el otro el mundo se da vuelta, “el
prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”, y los murgueros de ley
aprovechan para desplegar sus talentos y darse todos los gustos.
La antropóloga social Analía Canale destaca la oportunidad que da esta fiesta para recuperar el espacio
público como lugar de encuentro, participación y disfrute colectivo. “Esto se logra gracias a la autogestión
por parte de asociaciones vecinales y de comerciantes, sin contar con el impulso que recibe el turismo.
Hay gente que vive todo el año de lo que gana en carnaval y todavía más personas que viven todo el año
para el carnaval, soñando, preparando y practicando, para lucirse frente al público en esos días especiales
de la fiesta”, dice.
Su nombre es una adaptación de una palabra latina que se usaba en el Medioevo para referirse a la
prohibición religiosa de consumir carne durante los cuarenta días previos a la Pascua. Carnelevarium,
despedir la carne. Es un llamado a gozar de esos placeres por última vez antes de que empiece la
cuaresma. En las llanuras rioplatenses, el carnaval tiene personalidades múltiples. En Buenos Aires, el
clima lo imponen el baile de los murgueros –con saltos característicos que simbolizan la liberación de los
grilletes– y el bombo con platillo. “Este instrumento se usaba a mediados del siglo XIX en las bandas de
circo o las que acompañaban desfiles religiosos o militares y en los carnavales del sur europeo. Debe
contemplarse como un instrumento único que ha conservado tal carácter en la carnavalesca de Buenos
Aires, donde se lo toca junto con el silbato”, cuenta Canale. Del lado oriental, Uruguay sobresale por las
ácidas letras de sus canciones, el contenido cultural de los festejos y las representaciones sobre el
escenario. Corrientes y sobre todo Gualeguaychú, son dueñas de mega producciones con comparsas al
estilo de Río de Janeiro. Ámbitos y culturas tan diversos siempre han compartido un núcleo clave: la
combinación del espíritu del vale todo, las máscaras y la nieve en pomo, con una elaborada crítica social,
que aparece en las letras de las canciones. Cientos de miles de personas encuentran un espacio de
expresión y lo mejor de todo es que la división entre los artistas y el público se diluye para que todos
podamos ser parte de un sentimiento compartido. “Para mí, en principio como habitante de barrio
porteño, ser murguero es llevar el orgullo y la rabia del marginado que necesita el baile, el desfile y la
ropa como identidad. Ya como artista, solo implica ser un nexo entre calle y escenario de la murga, y otras
‘negritudes’”, define el músico Ariel Prat.


Suenan tambores
Los negros esclavos que vivían en la Colonia fueron los que trajeron a nuestras tierras el candombe
bailado y sobre esa base se asentaron las futuras comparsas de blancos. De acuerdo al Centro Murga “Los
Presumidos del Carnaval”, las primeras comparsas argentinas se vieron en el barrio porteño de
Monserrat a mediados del siglo XIX y un par de décadas más tarde se realizó el primer corso oficial, con
carruajes y todo. Alrededor de 1920, con la llegada de los inmigrantes europeos, las murgas fueron
adquiriendo características propias. Tal como dice Canale, “el carnaval en el Río de la Plata tiene la
particularidad de haberse conformado por los aportes de distintos grupos en las sucesivas oleadas de
asentamiento de la población migrante”.
El carnaval de Buenos Aires fue declarado Patrimonio Cultural de la Ciudad en 1997. Este año, la
Comisión de Carnaval del Ministerio de Cultura porteño desplegó 35 tablados (escenarios) para los
corsos barriales, que tendrán festejos todos los fines de semana, con baile, murgas y bombitas de agua. La
Comisión agrupa a 180 agrupaciones, integradas por más de 20.000 murgueros. Su vestuario
característico consiste en un frac, guantes y grandes galeras, que no son otra cosa que una parodia de la
ropa vieja que recibían los esclavos de sus patrones. La gran sorpresa para este año es que se proyecta un
gran desfile sobre la Av. 9 de julio, desde Sarmiento hasta México, que pretende tener los brillos de la
celebración del Bicentenario. Lo organiza el gobierno nacional para el 25, 26 y 27 de este mes y
habrá escolas do samba de Río, comparsas con los clásicos diablos de Oruro, murgas uruguayas,
batucadas africanas de Bahía y carrozas colombianas. De este modo, se le sumará al carnaval porteño la
impronta multicultural de la región.
“Llega febrero y se ilumina Buenos Aires. Lo interesante es que surjan la ironía y la crítica. Por ejemplo,
cuando Fernando De La Rúa era jefe de Gobierno y se perfilaba como presidente, se intentaron cerrar los
corsos para ahorrar energía. Entonces, Tute Cabrero hizo la mitad de la presentación con las luces
apagadas y un juego de linternas, en clara respuesta”, cuenta Agustín Abregú, representante de la
Federación Europea de Ciudades del Carnaval en la Argentina y fundador de Tute Cabrero, una murga de
estilo uruguayo que ya lleva 18 febreros en su haber.


Prohibida la alegría
Los militares a cargo del poder en la última dictadura, con Videla a la cabeza, habían eliminado los
feriados de carnaval. Además de contradecir el espíritu castrense, estas fiestas implicaban a más de tres
personas juntas en la calle, y el estado de sitio lo prohibía. La presidenta Cristina Fernández los restituyó
en 2011 y, para celebrarlo, se desplegó más serpentina que nunca. “Después de 27 años en democracia y
tras 14 multitudinarias marchas carnavaleras, logramos un hecho histórico, sin precedentes y de una
profunda y enorme alegría: volver a tener los feriados de carnaval", declaró la Agrupación Murgas cuando
se conoció la noticia.
“La murga no podía cantar casi en ningún sitio, eso ayudó al empobrecimiento de las letras y del trabajo
de voces. Distinto a Uruguay, en donde siguieron mostrándose ininterrumpidamente desde el año 1952.
Pero si bien la cantidad de murgas se achicaron, los murgueros de ley siguieron siéndolo”, recuerda Prat.
La llegada de la democracia “permitió cierta legalidad, se fue cayendo aquella clase media prejuiciosa. No
hay que olvidarse de que bailar murga significaba, no solo para la ley, sino para gran parte de la sociedad
del medio pelo, un sinónimo de marginalidad por ‘portación de ritmo’”, ironiza. Con respecto a la
incorporación de los feriados al calendario, Abregú considera que el año pasado hubo un auge de
actividad, incluso desde el punto de vista del turismo, pero que hay que esperar para observar su
verdadera influencia. Desde Mar del Plata, un integrante de La Miseria es Ilegal, Ernesto Iche, destaca que
“los feriados deberían transformarse en fiestas populares participativas, que ayuden a la organización de
los vecinos en el seno de su barrio, para recomponer los lazos sociales rotos entre los trabajadores de una
misma zona geográfica. La creciente participación de los trabajadores en actividades autogestionadas y la
recuperación de la calle como punto de encuentro son fenómenos en los que está inmersa la murga, pero
son un reflejo del fenómeno político que conocemos como Argentinazo”.
Quizás porque es un ticket liberado para que los adultos también jueguen con agua –una costumbre que
viene desde la época colonial –y se disfracen, tal vez porque acá el carnaval cae en verano o, por ahí,
porque queremos sentir que la alegría no es solo brasilera, este festejo revivió con la llegada de la
democracia. Se volvieron a llenar los corsos de los barrios y los bailes de los clubes, que habían sido muy
populares desde los cincuenta hasta mediados de los setenta, y el Club Comunicaciones fue famoso por
sus fiestas musicalizadas por Mochín Marafioti.
Unos kilómetros río arriba, tomando por el Paraguay, se llega a la Mesopotamia, donde dos ciudades se
disputan la corona del Rey Momo: Corrientes, la Capital del Carnaval, y Gualeguaychú, donde se celebra el
Carnaval del País. Se cuenta que el original fue el de Corrientes y que sus vecinos de Entre Ríos
reformularon la idea y “se robaron” al público. Al contrario de lo que pasó en todo el país, en
Gualeguaychú se formó la primera comisión de carnaval durante la dictadura, en 1979. De esos años son
las cinco comparsas que siguen vigentes: Papelitos del Oeste, O’Bahía, Marí Marí, Kamarr y Ara Yeví y en
1997 se inauguró un gran corsódromo, con capacidad para 30 mil personas, que les dio proyección
nacional e internacional y los posicionó por encima de Corrientes, que mantuvo las tradiciones. Por eso,
sus detractores los acusan de poco originales y afirman que son una imitación del carnaval de Brasil.
Cada año desfilan tres comparsas, la ganadora lo hace también al verano siguiente y las otras dos se van
al descenso, para que ingresen las que habían quedado descansando. Este año pasan por el escenario
Marí Marí, Papelitos y O’Bahía, que eligen un tema y lo desarrollan en la carroza de apertura, las
escuadras, la pareja de embajadores, los pasistas y la Reina. La música queda a cargo de cada orquesta y
batucada. Desde la más pequeña lentejuela hasta la estructura de los carros, todo se realiza en los talleres
cedidos por la Municipalidad, en los galpones del puerto. Son fábricas de un mundo de fantasía, donde
conviven los competidores en sorprendente armonía. Cada comparsa requiere una inversión de 800 mil
pesos y les da trabajo a unas 400 personas. El resultado se ve en los trajes fastuosos, con plumas y brillos
que se mueven con el ritmo de cada paso de baile. Para quien los haya visto, son notables las horas de
ensayo, con artistas que se toman esta tarea con gran profesionalismo y le dedican mucho tiempo y
esfuerzo.


Al otro lado del río
En Uruguay, el 27 de enero comenzó la magia y la avenida principal de la capital, la 18 de julio, se
convirtió en la pasarela del desfile inaugural para los 48 grupos que concursan en cinco categorías:
comparsas de negros y lubolos, murgas, humoristas, parodistas y revistas. Luego seguirá el certamen
oficial en el Teatro de Verano y, además, realizan presentaciones fuera de competencia en los tablados.
“En los años 30 había 300 por todo Montevideo, pero hoy quedan 25. Igual sigue siendo distintivo que el
carnaval uruguayo es de escenario”, explica Eduardo Rabelino, fundador y coordinador del Museo del
Carnaval de Montevideo. Como en Uruguay hay hora de verano, al comienzo del desfile seguía habiendo
luz. Con ganas de divertirse, la gente se fue ubicando en las sillas dispuestas a lo largo de la avenida y los
que no compraron entradas buscaron el mejor lugar de pie, un poco más atrás. El desfile comenzó y todos
los grupos mostraron por primera vez sus trajes, guardados celosamente durante los ensayos. Pese al
revoloteo de la gente del público, que suele ingresar al espacio de circulación con espuma, agua, telgopor
triturado y aerosoles de serpentina, las carrozas y los artistas dejaron lo mejor de sí y nunca perdieron la
sonrisa. La murga Agarrate Catalina fue una de las más esperadas. “La murga proviene de Cádiz, España,
por eso se usa el término tablado, que deriva de ‘tablao’; mientras que el parodismo es una versión
uruguaya de la comedia musical. El candombe, en cambio, tienen un color más folklórico”, explica Juan
Castel, un periodista charrúa especializado en la historia del carnaval. Otra murga, Curtidores de hongos,
este año festeja un siglo de vida y tiene integrantes fieles que, en algunos casos, llevan 20 años en el
grupo. Durante un ensayo, la noche anterior al debut, su director escénico y arreglador, Martín Angiolini,
dio su opinión sobre un hecho notable: la murga es un género de varones. “No estoy tan de acuerdo con
que haya pocas mujeres, ya que hay dos murgas integradas completamente por chicas. El género es cada
vez menos discriminatorio. Aunque lo tradicional es que seamos muchos hombres, las cosas van
cambiando”, cuenta.
Para terminar de entender las categorías de esta competencia, hay que saber que las comparsas son
conjuntos de negros y lubolos (blancos que en épocas de la colonia se maquillaban de mulatos), que
desfilan con una cuerda de tambores que interpreta candombe con tres tambores: chico, el piano y el
repique. Una cuerda de tambores puede llegar a tener 70 miembros. Como retoma las tradiciones
africanas, tiene personajes estables, como la mamá vieja, el gramillero y el escobero y en los años 50 se
incorporó uno nuevo, que es la vedete. Además tienen su cuerpo de baile y los preceden figuras
simbólicas, como la medialuna, la estrella, el estandarte y las banderas gigantes con los colores de cada
grupo. Se denomina “comparsa de llamada”, un término que hace referencia al repiqueteo de un bombo
solitario, que convocaba a otros a que se le unieran, los llamaba. Hoy los grupos son organizados y sus
espectáculos requieren ensayo y dedicación. Diego Paredes es director de cuerdas y jefe de la comparsa
Sinfonía de Ansina, que tiene dos décadas. “Nosotros mantenemos la tradición de este barrio y me gusta
que haya una cantidad pareja de tambores de cada tipo, pero otros forman con más ‘chicos’ para no
perder la métrica, o suman ‘pianos’ para que el sonido sea más gordo. Cada tipo de tambor lleva su propio
ritmo y el director de la cuerda hace los cortes, es decir, combina unos con otros”, cuenta, mientras acerca
su propio tambor al calor de un improvisado fuego, que permitirá que se dilate la lonja y se llegue a la
afinación buscada.
Fernando Couto, director de conjuntos, describe al resto de las categorías: “Los parodistas recrean hechos
históricos, personalidades, películas u obras teatrales, siempre en tono burlesco. Por ejemplo, un año se
parodió la fuga más importante de tupamaros del penal de Punta Carreta y lo increíble es que entre el
público había dos de los ex detenidos. Por otra parte, la revista surgió del género francés del boudeville,
más adelante se inspiró en la revista porteña de vedetes y finalmente se transformó en un musical. Para
mí el carnaval tiene al humor como elemento central en todas las categorías”.
Con respecto a la dictadura, Ravinelli piensa que el carnaval no pudo prohibirse en Uruguay porque está
muy arraigado en la gente. “Sí se censuraban las letras e, incluso, se clausuraron algunos grupos. También
desaparecieron los tablados populares, creados por la gente del barrio con los elementos que tuvieran a
su alcance. Pienso que contribuyeron la pérdida del sentimiento de barrio, junto con la televisión, que
permite ver los espectáculos desde casa. Pero, desde el año 80, las murgas redoblaron esfuerzos y fueron
buscando la forma de eludir la censura con mensajes subliminales, gracias a la complicidad entre el que
cantaba y el que escuchaba”, dijo. En la Argentina ocurría esto mismo con las murgas que resistían y se
presentaban en los clubes pese a las razias. Ravinelli continúa: “El canto se hizo distinto y ganó una
vocalización que permitía que se entendiera todo. Eso le dio un impulso muy grande al carnaval, con
tablados de día y de noche”. Para los uruguayos, el carnaval tiene un lugar equiparable al fútbol: hay
fanatismos y rivalidad entre distintos grupos, mucha cobertura periodística y programas especiales de
televisión.
Desde sus orígenes, el carnaval es una entrada al mundo de la irrealidad, donde todos podemos
olvidarnos de quiénes somos y convertirnos en un personaje soñado. El disfraz nos cambia de edad, de
género, de grupo étnico, convierte a pobres en ricos y a casados en solteros. Detrás de la máscara, los
pueblos cuestionan al gobierno y a quienes detentan el poder. Eso sí, sin perder la alegría y sin dejar de
divertirse.


(Publicada en Caras y Caretas, febrero 2012)

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  • 1. ¡A romper las cadenas! El carnaval invita a destrozar con un paso de murga los grilletes que atenazaban a los esclavos, pero también a deshacerse de las trabas mentales y permitirse ingresar en un mundo en el que todo vale. Está permitido jugar, molestar a otro con agua o espuma, disfrazarse de mujer, niño o viejo y cantar a los cuatro vientos una canción que critique al poder. Por Sol Peralta (desde Montevideo) Brillos metálicos, música a todo volumen, baile en la calle, disfraces impactantes, crítica social, desfiles de carrozas, cuerpos pintados, serpentina, espuma y agua, gritos de alegría y el todo vale como consigna. Exageración. Exacerbación de los sentidos. Febrero es el mes del carnaval y, con el calor en la piel y en los corazones, la gente se apropia de la calle. Este festejo es una curiosa combinación de diversión y crítica sobre el poder. La fecha varía de un año a otro y se calcula en relación la primera luna de la primavera en el hemisferio norte. Y ya sea en Río de Janeiro, Venecia, Oruro, Montevideo, Barranquilla, Buenos Aires, Santa Cruz de Tenerife, Cádiz o Gualeguaychú, de un día para el otro el mundo se da vuelta, “el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”, y los murgueros de ley aprovechan para desplegar sus talentos y darse todos los gustos. La antropóloga social Analía Canale destaca la oportunidad que da esta fiesta para recuperar el espacio público como lugar de encuentro, participación y disfrute colectivo. “Esto se logra gracias a la autogestión por parte de asociaciones vecinales y de comerciantes, sin contar con el impulso que recibe el turismo. Hay gente que vive todo el año de lo que gana en carnaval y todavía más personas que viven todo el año para el carnaval, soñando, preparando y practicando, para lucirse frente al público en esos días especiales de la fiesta”, dice. Su nombre es una adaptación de una palabra latina que se usaba en el Medioevo para referirse a la prohibición religiosa de consumir carne durante los cuarenta días previos a la Pascua. Carnelevarium, despedir la carne. Es un llamado a gozar de esos placeres por última vez antes de que empiece la cuaresma. En las llanuras rioplatenses, el carnaval tiene personalidades múltiples. En Buenos Aires, el clima lo imponen el baile de los murgueros –con saltos característicos que simbolizan la liberación de los grilletes– y el bombo con platillo. “Este instrumento se usaba a mediados del siglo XIX en las bandas de circo o las que acompañaban desfiles religiosos o militares y en los carnavales del sur europeo. Debe contemplarse como un instrumento único que ha conservado tal carácter en la carnavalesca de Buenos Aires, donde se lo toca junto con el silbato”, cuenta Canale. Del lado oriental, Uruguay sobresale por las ácidas letras de sus canciones, el contenido cultural de los festejos y las representaciones sobre el escenario. Corrientes y sobre todo Gualeguaychú, son dueñas de mega producciones con comparsas al estilo de Río de Janeiro. Ámbitos y culturas tan diversos siempre han compartido un núcleo clave: la combinación del espíritu del vale todo, las máscaras y la nieve en pomo, con una elaborada crítica social, que aparece en las letras de las canciones. Cientos de miles de personas encuentran un espacio de
  • 2. expresión y lo mejor de todo es que la división entre los artistas y el público se diluye para que todos podamos ser parte de un sentimiento compartido. “Para mí, en principio como habitante de barrio porteño, ser murguero es llevar el orgullo y la rabia del marginado que necesita el baile, el desfile y la ropa como identidad. Ya como artista, solo implica ser un nexo entre calle y escenario de la murga, y otras ‘negritudes’”, define el músico Ariel Prat. Suenan tambores Los negros esclavos que vivían en la Colonia fueron los que trajeron a nuestras tierras el candombe bailado y sobre esa base se asentaron las futuras comparsas de blancos. De acuerdo al Centro Murga “Los Presumidos del Carnaval”, las primeras comparsas argentinas se vieron en el barrio porteño de Monserrat a mediados del siglo XIX y un par de décadas más tarde se realizó el primer corso oficial, con carruajes y todo. Alrededor de 1920, con la llegada de los inmigrantes europeos, las murgas fueron adquiriendo características propias. Tal como dice Canale, “el carnaval en el Río de la Plata tiene la particularidad de haberse conformado por los aportes de distintos grupos en las sucesivas oleadas de asentamiento de la población migrante”. El carnaval de Buenos Aires fue declarado Patrimonio Cultural de la Ciudad en 1997. Este año, la Comisión de Carnaval del Ministerio de Cultura porteño desplegó 35 tablados (escenarios) para los corsos barriales, que tendrán festejos todos los fines de semana, con baile, murgas y bombitas de agua. La Comisión agrupa a 180 agrupaciones, integradas por más de 20.000 murgueros. Su vestuario característico consiste en un frac, guantes y grandes galeras, que no son otra cosa que una parodia de la ropa vieja que recibían los esclavos de sus patrones. La gran sorpresa para este año es que se proyecta un gran desfile sobre la Av. 9 de julio, desde Sarmiento hasta México, que pretende tener los brillos de la celebración del Bicentenario. Lo organiza el gobierno nacional para el 25, 26 y 27 de este mes y habrá escolas do samba de Río, comparsas con los clásicos diablos de Oruro, murgas uruguayas, batucadas africanas de Bahía y carrozas colombianas. De este modo, se le sumará al carnaval porteño la impronta multicultural de la región. “Llega febrero y se ilumina Buenos Aires. Lo interesante es que surjan la ironía y la crítica. Por ejemplo, cuando Fernando De La Rúa era jefe de Gobierno y se perfilaba como presidente, se intentaron cerrar los corsos para ahorrar energía. Entonces, Tute Cabrero hizo la mitad de la presentación con las luces apagadas y un juego de linternas, en clara respuesta”, cuenta Agustín Abregú, representante de la Federación Europea de Ciudades del Carnaval en la Argentina y fundador de Tute Cabrero, una murga de estilo uruguayo que ya lleva 18 febreros en su haber. Prohibida la alegría Los militares a cargo del poder en la última dictadura, con Videla a la cabeza, habían eliminado los feriados de carnaval. Además de contradecir el espíritu castrense, estas fiestas implicaban a más de tres personas juntas en la calle, y el estado de sitio lo prohibía. La presidenta Cristina Fernández los restituyó en 2011 y, para celebrarlo, se desplegó más serpentina que nunca. “Después de 27 años en democracia y tras 14 multitudinarias marchas carnavaleras, logramos un hecho histórico, sin precedentes y de una profunda y enorme alegría: volver a tener los feriados de carnaval", declaró la Agrupación Murgas cuando se conoció la noticia.
  • 3. “La murga no podía cantar casi en ningún sitio, eso ayudó al empobrecimiento de las letras y del trabajo de voces. Distinto a Uruguay, en donde siguieron mostrándose ininterrumpidamente desde el año 1952. Pero si bien la cantidad de murgas se achicaron, los murgueros de ley siguieron siéndolo”, recuerda Prat. La llegada de la democracia “permitió cierta legalidad, se fue cayendo aquella clase media prejuiciosa. No hay que olvidarse de que bailar murga significaba, no solo para la ley, sino para gran parte de la sociedad del medio pelo, un sinónimo de marginalidad por ‘portación de ritmo’”, ironiza. Con respecto a la incorporación de los feriados al calendario, Abregú considera que el año pasado hubo un auge de actividad, incluso desde el punto de vista del turismo, pero que hay que esperar para observar su verdadera influencia. Desde Mar del Plata, un integrante de La Miseria es Ilegal, Ernesto Iche, destaca que “los feriados deberían transformarse en fiestas populares participativas, que ayuden a la organización de los vecinos en el seno de su barrio, para recomponer los lazos sociales rotos entre los trabajadores de una misma zona geográfica. La creciente participación de los trabajadores en actividades autogestionadas y la recuperación de la calle como punto de encuentro son fenómenos en los que está inmersa la murga, pero son un reflejo del fenómeno político que conocemos como Argentinazo”. Quizás porque es un ticket liberado para que los adultos también jueguen con agua –una costumbre que viene desde la época colonial –y se disfracen, tal vez porque acá el carnaval cae en verano o, por ahí, porque queremos sentir que la alegría no es solo brasilera, este festejo revivió con la llegada de la democracia. Se volvieron a llenar los corsos de los barrios y los bailes de los clubes, que habían sido muy populares desde los cincuenta hasta mediados de los setenta, y el Club Comunicaciones fue famoso por sus fiestas musicalizadas por Mochín Marafioti. Unos kilómetros río arriba, tomando por el Paraguay, se llega a la Mesopotamia, donde dos ciudades se disputan la corona del Rey Momo: Corrientes, la Capital del Carnaval, y Gualeguaychú, donde se celebra el Carnaval del País. Se cuenta que el original fue el de Corrientes y que sus vecinos de Entre Ríos reformularon la idea y “se robaron” al público. Al contrario de lo que pasó en todo el país, en Gualeguaychú se formó la primera comisión de carnaval durante la dictadura, en 1979. De esos años son las cinco comparsas que siguen vigentes: Papelitos del Oeste, O’Bahía, Marí Marí, Kamarr y Ara Yeví y en 1997 se inauguró un gran corsódromo, con capacidad para 30 mil personas, que les dio proyección nacional e internacional y los posicionó por encima de Corrientes, que mantuvo las tradiciones. Por eso, sus detractores los acusan de poco originales y afirman que son una imitación del carnaval de Brasil. Cada año desfilan tres comparsas, la ganadora lo hace también al verano siguiente y las otras dos se van al descenso, para que ingresen las que habían quedado descansando. Este año pasan por el escenario Marí Marí, Papelitos y O’Bahía, que eligen un tema y lo desarrollan en la carroza de apertura, las escuadras, la pareja de embajadores, los pasistas y la Reina. La música queda a cargo de cada orquesta y batucada. Desde la más pequeña lentejuela hasta la estructura de los carros, todo se realiza en los talleres cedidos por la Municipalidad, en los galpones del puerto. Son fábricas de un mundo de fantasía, donde conviven los competidores en sorprendente armonía. Cada comparsa requiere una inversión de 800 mil pesos y les da trabajo a unas 400 personas. El resultado se ve en los trajes fastuosos, con plumas y brillos que se mueven con el ritmo de cada paso de baile. Para quien los haya visto, son notables las horas de ensayo, con artistas que se toman esta tarea con gran profesionalismo y le dedican mucho tiempo y esfuerzo. Al otro lado del río
  • 4. En Uruguay, el 27 de enero comenzó la magia y la avenida principal de la capital, la 18 de julio, se convirtió en la pasarela del desfile inaugural para los 48 grupos que concursan en cinco categorías: comparsas de negros y lubolos, murgas, humoristas, parodistas y revistas. Luego seguirá el certamen oficial en el Teatro de Verano y, además, realizan presentaciones fuera de competencia en los tablados. “En los años 30 había 300 por todo Montevideo, pero hoy quedan 25. Igual sigue siendo distintivo que el carnaval uruguayo es de escenario”, explica Eduardo Rabelino, fundador y coordinador del Museo del Carnaval de Montevideo. Como en Uruguay hay hora de verano, al comienzo del desfile seguía habiendo luz. Con ganas de divertirse, la gente se fue ubicando en las sillas dispuestas a lo largo de la avenida y los que no compraron entradas buscaron el mejor lugar de pie, un poco más atrás. El desfile comenzó y todos los grupos mostraron por primera vez sus trajes, guardados celosamente durante los ensayos. Pese al revoloteo de la gente del público, que suele ingresar al espacio de circulación con espuma, agua, telgopor triturado y aerosoles de serpentina, las carrozas y los artistas dejaron lo mejor de sí y nunca perdieron la sonrisa. La murga Agarrate Catalina fue una de las más esperadas. “La murga proviene de Cádiz, España, por eso se usa el término tablado, que deriva de ‘tablao’; mientras que el parodismo es una versión uruguaya de la comedia musical. El candombe, en cambio, tienen un color más folklórico”, explica Juan Castel, un periodista charrúa especializado en la historia del carnaval. Otra murga, Curtidores de hongos, este año festeja un siglo de vida y tiene integrantes fieles que, en algunos casos, llevan 20 años en el grupo. Durante un ensayo, la noche anterior al debut, su director escénico y arreglador, Martín Angiolini, dio su opinión sobre un hecho notable: la murga es un género de varones. “No estoy tan de acuerdo con que haya pocas mujeres, ya que hay dos murgas integradas completamente por chicas. El género es cada vez menos discriminatorio. Aunque lo tradicional es que seamos muchos hombres, las cosas van cambiando”, cuenta. Para terminar de entender las categorías de esta competencia, hay que saber que las comparsas son conjuntos de negros y lubolos (blancos que en épocas de la colonia se maquillaban de mulatos), que desfilan con una cuerda de tambores que interpreta candombe con tres tambores: chico, el piano y el repique. Una cuerda de tambores puede llegar a tener 70 miembros. Como retoma las tradiciones africanas, tiene personajes estables, como la mamá vieja, el gramillero y el escobero y en los años 50 se incorporó uno nuevo, que es la vedete. Además tienen su cuerpo de baile y los preceden figuras simbólicas, como la medialuna, la estrella, el estandarte y las banderas gigantes con los colores de cada grupo. Se denomina “comparsa de llamada”, un término que hace referencia al repiqueteo de un bombo solitario, que convocaba a otros a que se le unieran, los llamaba. Hoy los grupos son organizados y sus espectáculos requieren ensayo y dedicación. Diego Paredes es director de cuerdas y jefe de la comparsa Sinfonía de Ansina, que tiene dos décadas. “Nosotros mantenemos la tradición de este barrio y me gusta que haya una cantidad pareja de tambores de cada tipo, pero otros forman con más ‘chicos’ para no perder la métrica, o suman ‘pianos’ para que el sonido sea más gordo. Cada tipo de tambor lleva su propio ritmo y el director de la cuerda hace los cortes, es decir, combina unos con otros”, cuenta, mientras acerca su propio tambor al calor de un improvisado fuego, que permitirá que se dilate la lonja y se llegue a la afinación buscada. Fernando Couto, director de conjuntos, describe al resto de las categorías: “Los parodistas recrean hechos históricos, personalidades, películas u obras teatrales, siempre en tono burlesco. Por ejemplo, un año se parodió la fuga más importante de tupamaros del penal de Punta Carreta y lo increíble es que entre el público había dos de los ex detenidos. Por otra parte, la revista surgió del género francés del boudeville,
  • 5. más adelante se inspiró en la revista porteña de vedetes y finalmente se transformó en un musical. Para mí el carnaval tiene al humor como elemento central en todas las categorías”. Con respecto a la dictadura, Ravinelli piensa que el carnaval no pudo prohibirse en Uruguay porque está muy arraigado en la gente. “Sí se censuraban las letras e, incluso, se clausuraron algunos grupos. También desaparecieron los tablados populares, creados por la gente del barrio con los elementos que tuvieran a su alcance. Pienso que contribuyeron la pérdida del sentimiento de barrio, junto con la televisión, que permite ver los espectáculos desde casa. Pero, desde el año 80, las murgas redoblaron esfuerzos y fueron buscando la forma de eludir la censura con mensajes subliminales, gracias a la complicidad entre el que cantaba y el que escuchaba”, dijo. En la Argentina ocurría esto mismo con las murgas que resistían y se presentaban en los clubes pese a las razias. Ravinelli continúa: “El canto se hizo distinto y ganó una vocalización que permitía que se entendiera todo. Eso le dio un impulso muy grande al carnaval, con tablados de día y de noche”. Para los uruguayos, el carnaval tiene un lugar equiparable al fútbol: hay fanatismos y rivalidad entre distintos grupos, mucha cobertura periodística y programas especiales de televisión. Desde sus orígenes, el carnaval es una entrada al mundo de la irrealidad, donde todos podemos olvidarnos de quiénes somos y convertirnos en un personaje soñado. El disfraz nos cambia de edad, de género, de grupo étnico, convierte a pobres en ricos y a casados en solteros. Detrás de la máscara, los pueblos cuestionan al gobierno y a quienes detentan el poder. Eso sí, sin perder la alegría y sin dejar de divertirse. (Publicada en Caras y Caretas, febrero 2012)