Este es un pequeño ducumento de revisión sobre la importancia del construccionismo social como paradigma epistemologico, en el estudio de la participación política ciudadana en contextos de control social ciudadano.
El construccionismo social como proceso pedagógico en el control social de la gestión pública
1. Elaborado por: Hernando Hurtado Rodríguez
Trabajador Social
El construccionismo social como proceso pedagógico en el control social de la gestión
pública
Comprendiendo que el construccionismo social se presenta como un paradigma de
conocimiento en las ciencias sociales, y teniendo presente que la vida social se desenvuelve en
complejos procesos de interacción; es necesario plasmar para un ejercicio de política pública
un enfoque constructivista. Cabe señalar, que el construccionismo social es un ejercicio
hermenéutico que nos permite comprender, de la forma más cómoda posible, un fenómeno
social específico, que en este caso es la participación ciudadana en procesos de control a la
gestión pública.
La génesis del construccionismo social está dada por los debates filosóficos y sociológicos de
comienzos y mediados del siglo XX, donde autores como Berger & Luckmann, desde la
denominada sociología del conocimiento, han elevado el debate a su máxima expresión, en
tanto recogen conceptos y perspectivas de conocimiento, que han y siguen siendo
fundamentales en la configuración epistemológica de las ciencias sociales. Estas corrientes de
pensamiento son el marxismo, el pensamiento nietzscheniano y el historicismo alemán.
Otras corrientes de pensamiento se han integrado como insumo importante en la constitución
del paradigma construccionista, como la biología, desde los postulados de Adolf Portmann; la
antropología, con los postulados de Helmuth Plessner; el psicoanálisis con los postulados de
Sigmund Freud y la construcción del yo (1921-1923); y la psicología social, desde los
postulados de George Herbert Mead y el interaccionismo simbólico. Las distintas teorías que
han integrado el construccionismo social, dan una visión y una argumentación más fuerte
sobre los alcances de éste paradigma.
Es así, que el construccionismo social permite postular que la realidad se construye
socialmente, y es a partir de complejos procesos de interacción que es posible constituir un
orden social (Berger & Luckmann, 2001: 13). Este orden social permite instituir una “suprema
realidad” (Berger al et., 2001: 39) que se expresa en la vida cotidiana. Esta suprema realidad se
impone ante las múltiples realidades que atraviesan a un individuo. Por consiguiente, la
suprema realidad instaura un conocimiento pragmático sobre los individuos, el cual permitirá
una relación normalizada entre éstos, a partir de un orden social determinado.
Cabe señalar, que este proceso de construcción social de la realidad es materializado a partir del
tiempo y el espacio en el que se da, ya que existirán diversos órdenes sociales dependiendo las
especificidades de cada sociedad. La construcción de lo que se considera como real dentro de
una sociedad, esta dado igualmente por la configuración de un conocimiento pragmático, que
le permite al individuo incorporar la suprema realidad a su existir, para de esta forma significar
el mundo circundante.
En este proceso de construcción de la realidad el lenguaje se presenta como el medio más
apropiado para encausar la objetivación de la realidad, ya que el lenguaje permite significar la
realidad, y al mismo tiempo objetivar la subjetividad del individuo. Es decir, es el lenguaje el
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que permite la objetivación de la realidad o “suprema realidad” para ordenarla y darle senti do
en la vida cotidiana (Berger al et., 2001: 39). De igual manera, el lenguaje permite crear objetos
significantes.
Esta construcción de significantes es lo que posibilita la configuración de un sentido común,
que estará presente en la vida cotidiana de todos los individuos que constituyen una
determinada sociedad. Este sentido común es producto de objetivar la experiencia subjetiva
cotidiana. Es decir, que mi percepción sobre el buen gobierno, tomando esto como ejemplo, es
que las instituciones públicas deben estar al servicio de los ciudadanos y no al servicio de entes
particulares. Esta percepción subjetiva se objetiva en el momento en que muchos individuos
piensan lo mismo, dando paso así a una construcción de sentido común, articulado a principios
compartidos de bien público, democracia participativa y transparencia.
Para poder entender la complejidad que subyace la construcción de significantes sociales, y
como los individuos de una sociedad determinada se desenvuelven en éstos, necesitamos partir
de lo que se considera como “sistemas simbólicos de la cultura” (Bruner, 1991: 47), para llegar
a entender que las relaciones sociales se dan a partir de tipificaciones, como plantean Berger y
Luckmann (2001), que tal vez podríamos denominar como estereotipos, creados por una
determinada sociedad para aprehender de forma directa “cara a cara” al otro, ese otro que
permite construir el yo del individuo; todo esto a través del lenguaje.
En consecuencia, las tipificaciones que se construyen en las relaciones cara a cara, son las que
permiten generar lo que se denomina como estructura social, convirtiéndose ésta en un
elemento esencial de la realidad instituida en la vida cotidiana (Berger al et., 2001: 52). Esta
realidad será la que posibilita el accionar de los individuos en sociedad, ya que con un marco
general de significación (sentido común) y de relación (estructura social), se instituye una
suprema realidad social, que será cambiante dependiendo del tiempo y el espacio en el que se
desenvuelvan las distintas sociedades.
De esta manera, los procesos de organización ciudadana estarán determinados por complejos
procesos de significación y construcción simbólica del poder político, donde la ideología,
entendida como las “ideas que sirven como arma para intereses sociales” (Berger al et., 2001:
19), se constituye en un principio social de interacción, donde las subjetividades encuentran su
objetivación por medio de institucionalizar la participación política ciudadana. Es decir, los
seres humanos somos seres ideológicos, en la medida que “no hay pensamiento humano (…)
que esté inmune a las influencias ideologizantes de su contexto social” (Berger al et., 2001: 24).
De esta manera, se puede señalar que la participación ciudadana no escapa de ser una
construcción social contemporánea, que ha constituido nuevas formas simbólicas de
interpretar las realidades políticas que atraviesan a las distintas sociedades del mundo
occidental. Desde el liberalismo clásico de los contractualistas, incluyendo el posterior
desarrollo de las ideas políticas en occidente y teniendo en cuenta el actual desarrollo del
neoliberalismo en las sociedades contemporáneas, podemos encontrar que la dicotomía entre
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Estado y sociedad civil se sigue manteniendo como distinción central en la organización de las
sociedades occidentales. Esta distinción es la que permite hablar de gobernantes y gobernados.
La distinción entre gobernantes y gobernados es una clave sustancial en el devenir de las
sociedades occidentales, en la medida que derivan de las categorías de Estado y sociedad civil
respectivamente. Estas dos categorías han permitido el posterior desarrollo de los postulados
que sustentan la idea de democracia representativa y democracia participativa, desde posturas
antiesencialistas que desdibujen del escenario socio-político esa concepción etimológica, -ya
clásica- de la democracia como poder del pueblo (Castoriadis, 1999).
Para entender un poco más el por qué de tal dicotomía, debemos remitirnos a la Grecia
antigua, donde la configuración de una comunidad política –con todos los reparos que se
podrían hacer sobre la exclusión de otros actores políticos, como mujeres, esclavos, etc, no
deja de ser un punto importante en el desarrollo de las ideas políticas de occidente- marcará el
punto de ruptura en el posterior desarrollo de las sociedades republicanas occidentales.
Esta ruptura, también permitirá establecer distinciones entre configuraciones público/privadas
presentadas dentro de los grupos sociales que conforman una sociedad. Estas configuraciones
de lo público/privado permiten ampliar el debate sobre las concepciones de esfera pública o
esfera privada (Fraser, 1997; Lozano, 2008), como puntos de convergencia analítica para el
estudio de lo público/privado en el marco de la democracia liberal burgués, heredada del siglo
XVIII.
Volviendo al tema de la participación y la representación política como punto de análisis, es
necesario señalar que el proceso discontinuo producido al interior de la historia de las ideas
políticas, muestra que los fenómenos presentados durante el tránsito de la comunidad política
griega a la republica romana, se presentan como el punto central y fundamental en el
surgimiento del Estado y la sociedad civil (Herrera, 2000). Este proceso histórico permitió
instaurar la dicotomía entre participación y representación política, produciendo una ruptura en
el imaginario y la práctica política griega, dividiendo el ejercicio de la política –como acción
colectiva- entre gobernantes y gobernados, y al mismo tiempo haciendo una transmutación
hacia los ámbitos de lo público y lo privado (Herrera, 2000)
La configuración de la acción política que se comenzó a gestar en la republica romana, necesitó
al mismo tiempo la aparición de un nuevo sujeto político que diera viabilidad a este nuevo
proceso de ejercicio del poder, para así forjar un nuevo proceso socio-político de constitución
estatal. Es así, que el desarrollo del mercantilismo en las postrimerías de la edad media,
permitiría constituir a un nuevo sujeto social posicionado entre el Estado y la sociedad civil, el
cual establecería la representación como nueva forma de lo político. En esta medida, se hace
“evidente la conexión e interacción entre el absolutismo estatal y el mercantilismo pues
confluyen dos principios cuasimodernos: las pasiones y los intereses, cuyo dinámico despliegue
forjarán la identidad del nuevo sujeto de la modernidad” (Herrera, 2000: 13).
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