Lecciones 07 Esc. Sabática. Motivados por la esperanza
El escándalo interminable. apuntes sobre el sistema de opinión pública
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EL ESCÁNDALO INTERMINABLE.
APUNTES SOBRE EL SISTEMA DE OPINIÓN PÚBLICA
Fernando Escalante Gonzalbo1
La vida pública en México, en el cambio de siglo, fue particularmente agitada. El país vivió entre
sobresaltos, en un clima de amenazas y escándalos que parecían cada vez más graves, desde la elección
de 1988 hasta la rebelión zapatista, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el encarcelamiento de Raúl
Salinas de Gortari, la investigación de los gastos de campaña del año 2000, las protestas tras la elección
de 2006. Sólo a título de ejemplo: en 2008, el que fuera secretario general del PAN, Manuel Espino,
publicó un libro titulado Señal de alerta; Porfirio Muñoz Ledo, como dirigente del Frente Amplio
Progresista, publicó La ruptura que viene: crónica de una transición catastrófica. Se entiende la necesidad
de títulos llamativos, sobre todo en la literatura panfletaria, pero no deja de ser significativo que el tema
básico sea el peligro y no la esperanza, la libertad, el desarrollo o cualquier cosa semejante. El mensaje es
indudable y repetido: vivimos amenazados, en un periodo turbulento. E inmersos además en una densa
trama de corrupción.
Es lo primero que llama la atención. Lo segundo, la presencia de los intelectuales en el espacio público:
intelectuales que firman desplegados y manifiestos, que figuran constantemente en la prensa, la radio, la
televisión y que asumen una especie de “liderazgo moral”. No que antes no hubiera intelectuales o que
no tuviesen un lugar en el espacio público —Vasconcelos, Reyes, Torres Bodet, Novo—, pero nunca
habían tenido una presencia tan cotidiana, nunca una fama parecida.
Ambos rasgos forman parte de una nueva configuración del sistema de la opinión pública: más plural,
más politizado y sin duda mucho más espectacular, en cualquier sentido que se le quiera dar a la palabra.
Y que es consecuencia de la transición política del fin de siglo, pero sobre todo de la transformación de
los medios —editoriales, prensa, radio, televisión—, integrados ya como industria del espectáculo. Me
interesa sobre todo ver los cambios en lo que llamo el sistema de la opinión pública, en el entendido de
que es eso: un sistema, estructurado, cuyo eje está en la industria editorial.
A partir de los años noventa, con el deterioro del régimen revolucionario, el sistema de la opinión pública
se hace intensamente político: en los periódicos ganan importancia las páginas de opinión, donde
empiezan a figurar regularmente los intelectuales más reconocidos, en la radio aparecen largos
programas de noticias cada vez más incisivos, se multiplican también en la televisión los programas de
análisis y discusión de asuntos políticos (llega a haber en la televisión abierta dos y tres programas todos
los días: algunos con entrevistas, reportajes, otros tan solo con mesas de debate). Y los temas que son
motivo de escándalo se suceden, uno tras otro. En un primer momento, los grandes sucesos: el asesinato
del cardenal de Guadalajara, Posadas Ocampo, la aparición del EZLN, los asesinatos de Luis Donaldo
1 Profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales deEl Colegio de México
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Colosio y José Francisco Ruiz Massieu; el gran tema —casi único— es la transición democrática, cuya
discusión se apoya en un impreciso pero amplísimo consenso “antipriista”.
De 2000 en adelante cambia el tono, se hace mucho más agresivo y se impone una creciente, áspera
polarización.
El cambio político coincide con un cambio en la estructura del mercado del libro y de las prácticas de
lectura en todo el mundo. Si algunos rasgos son más acusados en México es sólo porque prácticamente
ha desaparecido la industria editorial nacional. Aparte del Fondo de Cultura Económica y unas cuantas
editoriales minúsculas, artesanales, no hay casi nada en el nuevo siglo.
Entre 1970 y 1990 cambió el mundo de la edición en todas partes. Hasta entonces las casas editoriales
eran —salvo excepciones— pequeños negocios, con frecuencia negocios familiares, de ciclo muy lento,
con tasas de ganancia relativamente pequeñas (alrededor de 4%, poco más); cada sello tenía una
personalidad propia, más o menos según el gusto del editor, y los libros de mayor venta o de venta más
rápida servían para cubrir las pérdidas o la más lenta recuperación de la inversión de otros que, sin
embargo, servían para dar prestigio al catálogo. Era un mercado pequeño y muy diversificado, en el que
sólo se hacían grandes negocios con la venta de libros de texto.
El panorama es hoy enteramente distinto: unos cuantos grandes grupos empresariales controlan casi
todos los sellos conocidos y hasta 75% del mercado, a veces más. Son todos ellos lo que se llama
empresas “multimedia”, es decir, que aparte de editoriales tienen periódicos, revistas, cadenas de radio
y televisión, productoras de discos, de cine, y son también multinacionales, con filiales o sucursales en
numerosos países y con frecuencia en varios idiomas.
En México, la industria editorial es minúscula, básicamente escolar, subsidiada y periférica. Es un
mercado entre cuatro y seis veces menor al español, por ejemplo, con más del doble de población;
ajustando las cifras, resulta que 75% de los libros que circulan en el país son textos para educación básica
y media, y hasta 90% son escolares, si se incluye a la educación técnica y superior; alrededor de 30% de los
ingresos de la industria proviene de compras del gobierno, coediciones y otras formas de subsidio; y en
todos los aspectos —volumen de ventas, porcentaje de importaciones, subsidios, producción— dominan
absolutamente el mercado los cuatro mayores grupos editoriales de lengua española: Planeta, Anaya,
Santillana y Random House, con alguna presencia en textos de educación básica de Pearson y McGraw-
Hill.
¿Qué significa eso para la vida pública? En primer lugar, hay una distancia creciente —producto de la
nueva industria— entre el gran público de lectores ocasionales, que conoce casi exclusivamente la oferta
masiva de novedades, reconoce tan solo los nombres del star system y se forma sobre todo a partir de la
televisión, y una minoría muy reducida, acaso 1% de la población, probablemente menos, que puede
formarse una opinión propia, tiene acceso a la producción de editoriales pequeñas y marginales, también
a lo que se publica en otros idiomas.
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En segundo lugar —y es consecuencia de lo anterior—, la opinión dominante en los medios, la que forma
el sentido común, es la de ese pequeño grupo que forma el star system, que depende absolutamente de
los medios masivos. No hay ningún vehículo rutinario para que las discusiones de los especialistas, que se
ventilan en los circuitos académicos, lleguen a un público mayor. Digámoslo en términos más concretos:
no hay en México la cantidad suficiente de lectores habituales para que circule ni siquiera una revista de
“diálogo culto”, de las que sirven como correa de transmisión entre la reflexión académica y la difusión
para el gran público. En sus primeros años, Plural, Vuelta y Nexos cumplieron con esa función en alguna
medida; con el paso del tiempo vienen a ser cada vez más revistas de divulgación: con un censo de
autores corto y repetido, de nombres famosos, y básicamente con la reiteración de los temas y los
argumentos que aparecen en los demás medios, en la prensa diaria y en la televisión.
El negocio de los grupos editoriales, lo mismo que el de los medios, depende de mantener el circuito de
las celebridades relativamente cerrado, con sus nombres representativos de la izquierda, la derecha, el
feminismo, el indigenismo, el libre mercado o el Estado de derecho. Y en eso, el ciclo del sistema de la
opinión pública en México ha coincidido con el ciclo mundial de la nueva industria del espectáculo.
En términos generales, lo que puede esperarse en el futuro inmediato es más de lo mismo: un sistema de
opinión pública básicamente escandaloso, superficial, mal informado, de inclinación antipolítica. No es
imaginable ningún medio que sustituya a la televisión ni tampoco una transformación del público
mexicano que ponga mayores niveles de exigencia. No hay motivos para esperar un aumento en la
proporción de lectores habituales ni de lectores de prensa tampoco.
La nueva legislación electoral aprobada en 2007 sólo tiene como propósito impedir las formas más
groseras de extorsión de las empresas de radiodifusión y teledifusión. Las nuevas tecnologías
teóricamente permitirían la existencia de un mayor número de empresas de radio y teledifusión; en la
práctica, no es fácil un cambio legislativo importante: Telmex podría convertirse en un tercer competidor
en oferta televisual, pero poco más.
La Ley de Fomento de la Lectura y el Libro, aprobada en 2008, es un paso vacilante y tímido en un
terreno que ningún grupo político considera prioritario: la idea de la promoción de la lectura se reduce,
todavía, a la publicación de libros baratos o regalados y la dotación de las bibliotecas de aula en las
escuelas públicas; no hay en las instituciones públicas ni siquiera un diagnóstico serio sobre las prácticas
de lectura en México, de modo que las iniciativas se siguen orientando a partir de El escándalo
interminable. Apuntes sobre el sistema de opinión pública 221 intuiciones bastante imprecisas y, en
general, equivocadas. La reforma educativa, igualmente anunciada en 2008, en caso de tener algún
éxito, sólo ofrecería resultados en un plazo de 10 o 15 años y no incluye ninguna novedad en lo que se
refiere a programas de lectura. Es decir, nadie, entre los actores políticos relevantes se ha tomado en
serio la formación del sistema de opinión pública en México.
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Nada indica que pueda haber cambios significativos en ese oculto —o discreto— corazón de la vida
pública que es la industria editorial. Seguirán —en el mundo, porque ése es su horizonte— con lento
movimiento de mastodontes, las fusiones de los grandes grupos y se abrirá algo más, en consecuencia, el
espacio para las pequeñas editoriales, de incidencia marginal. No habrá ni más lectores ni mejores
lectores, no habrá un público más exigente.
Eso significa que en el centro del sistema de opinión pública seguirá estando la televisión, con capacidad
para imponer el tono general e incluso los temas, con una baraja corta de celebridades para mantener su
prestigio. Sobrevivirán las docenas de periódicos que se publican actualmente, aunque sólo tres o cuatro
tengan alguna influencia; algo podría cambiar si cualquiera de ellos se decidiera a formar una escuela de
reporteros y comenzase a publicar información original, contrastada, creíble, pero no hay un público que
lo exija: incluso las faltas de ortografía y los errores de sintaxis, en las notas y en los titulares, se han
hecho tan frecuentes que no llaman la atención.