BIOGRAFIA MARIANO MELGAR presentacion en power point
Anhelos de juan
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Anhelos de Juan
JUAN (ANTES CARACOL, ANTES pájaro, antes rey) salió preocupado esa
mañana de su casa. Algo lo incomodaba; un presentimiento oscuro tal vez,
oscuro y acuoso.
Al pasar frente a la casa de la vecina, vio los hemerocallis de su cantero,
turgentes, rebosantes de savia (dulce, exquisita y nutritiva savia), y sintió el
repentino impulso de darles un gran mordisco. Este tipo de deseos y otros más
excéntricos aún asaltaban repentinamente a Juan, sin que supiera de dónde
surgían, pero percibiendo en sus tripas que venían de algún lugar lejano,
antiguo, anterior a él. Esta vez no mordió los hemerocallis; la vecina miraba,
sus codos en la ventana.
Iba camino al trabajo, ya tomaba la autopista, pero un súbito deseo de
libertad, de naturaleza, de horizontes amplios, le hizo cambiar de rumbo.
Impredecible Juan, así como aquellas tormentas de verano. Mientras conducía
miraba hacia el cielo y se perdía entre las nubes, forzando el volante hacia
arriba, como queriendo remontar vuelo con auto y todo. Juan pájaro. Remontó
altura en sus recuerdos, y viajó a los doce años, cuando conoció el mar; aquel
día mágico entre los días; un día de olas, de ojos ardientes de sal y de
sonrisas. Siguió hacia la ruta 2.
A los pocos kilómetros debió parar a cargar nafta. Rasgó en sus bolsillos
sacando algunos billetes arrugados y desde las nubes en las que flotaba cayó
hasta el suelo, enredado como una mosquita en la telaraña del nerviosismo
urgente de las cuentas sin pagar; cuentas que nunca serían saldadas. Juan
preocupado por el dinero, recriminándose la preocupación, percibiendo en un
recoveco profundísimo y secreto del cerebro, el ridículo recuerdo de haber
poseído riquezas, poder, una bravura indómita, y también una daga en la
espalda; en un tiempo que no era ese tiempo y en algún mundo que no era ese
mundo. Juan rey.
Antes del mediodía llegó al mar, allí donde es un poco mar y un poco
todavía río. Bajó del auto y caminó por la playa. Tuvo ganas de mojar su rostro.
Se descalzó, se arremangó el pantalón y sació sus ganas sumergiendo la
cabeza entera en la cresta de una pequeña ola que moría sobre la arena. Sintió
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entonces el anhelo de irse con el agua que regresaba a la profundidad de
corrientes negras. Gustó la sal, saboreó golosamente el olor de las algas y
chapoteó con sus manos en la espuma, arrastrado por un absurdo deseo
acuático de sumergirse y partir hacia la profundidad en ese instante,
inmediatamente.
Permaneció luego sentado un largo rato en la playa, mirando la eternidad de
las olas ensayando su perpetuo vaivén. Miró el horizonte aún queriendo irse y
tal vez lloró sintiendo que aquello era el fin de algo. Recién al caer la tarde
sintió frío y decidió volver al auto. Pero se sentía cansado para hacer el viaje de
regreso a su casa. Fue hasta el pueblo más cercano y pidió un cuarto en un
hotel barato del que fue esa noche el único huésped. Se dio una ducha. En la
cena rechazó con asco la oferta de pescado y comió pastas. La comida le
sentó bien y le invadió un repentino buen humor, llegó a reír incluso, casi a
carcajadas, al pensar que él estaba allí mientras su jefe estaría regresando
entre bocinas y sirenas nocturnas a su aburrida casa.
Juan (antes caracol, antes pájaro, antes rey), se durmió contento,
profundamente satisfecho de su fuga y con el extraño presentimiento de que ya
no regresaría a la ciudad. A la mañana siguiente la dueña del hotel pegó un
grito al encontrar un cuerpo rígido y frío en la cama del cuarto ocupado la
noche anterior, pero Juan no lo escuchó, no estaba allí, había despertado en el
mar, siendo ahora pez.
Fin