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El pasado reciente:
entre la historia y la memoria.
por Florencia Levín
Cuando hablamos de pasado cercano nos referimos a un pasado de naturaleza aún
inacabada, abierto a las pasiones y las luchas simbólicas (y no tan simbólicas) de diversos
actores que pugnan por capturar y edificar sus sentidos. Se trata de un pasado abierto e
inconcluso, cuyos efectos en los procesos individuales y colectivos interpelan nuestro
presente. De un pasado que entreteje la trama de los más íntimo y privado con la trama de
lo público y lo colectivo. De un pasado que, a diferencia de otros pasados, no está hecho
únicamente de representaciones y discursos socialmente construidos y transmitidos, sino
que, además, está alimentado de vivencias y recuerdos personales, rememorados en
primera persona. De un pasado, en suma, que aún barniza u opaca el poder de diversos
grupos y que, asimismo, se proyecta de modo intenso en la creación de identidades tanto
individuales y colectivas. De un pasado que convoca actores y espacios muy diversos y
que concita el interés y la atención del grueso de la sociedad que demanda, no sólo
explicaciones, sino también reparación y justicia. De un pasado cuya politicidad penetra
nuestro presente fuertemente.
Se trata, en suma, de un pasado radicalmente incompatible con la neutralidad. De un
pasado que suele evocar miradas mitificadas, plagadas de juicios valorativos y posturas
maniqueas que pretenden señalar dónde radical el "mal", quiénes son los responsables,
dónde yace el territorio de los justos.
En estas dos clases intentaremos avanzar en la definición de algunas de las especificidades
de dichos pasados como así también abordar los dos principales espacios discursivos que
sobre el mismo generan sentidos y significados: la historia y la memoria.
Comenzaremos en esta primera clase por reflexionar acerca de las características de lo que
llamamos pasado cercano y avanzar en la noción teórica de memoria y memoria social
para, finalmente, abordar las distintas memorias sobre el pasado reciente argentino. En la
segunda clase, entonces, nos detendremos con mayor detalle a reflexionar acerca de la
historia reciente como campo académico, sus especificidades, sus alcances y sus
proyecciones.
1. VIOLENCIA Y TRAUMA
La historia reciente argentina, al igual que la de otros países del llamado Cono Sur, está
surcada por la violencia, la masacre, la muerte y la desaparición de miles de personas (y
también de diversos proyectos de cambio y transformación social) en el marco del
accionar de un aparato de estado terrorista.
Es una historia que se asocia, por lo tanto, a procesos sociales considerados traumáticos en
tanto y en cuanto amenazan el mantenimiento del lazo social y son vividos por sus
contemporáneos como momentos de profundas rupturas y discontinuidades, tanto en el
plano de la experiencia individual como colectiva (Franco y Levín, 2007: 34).
Aunque no se trata en esta ocasión de abordar la compleja historia de ese pasado cercano,
es preciso aclarar, en primer término, que nos estamos refiriendo a un período cuyo inicio
podemos ubicar tentativamente a partir de los hechos conocidos como “el Cordobazo” y
que se extiende durante toda la década del setenta atravesando el período de la última
2
dictadura militar hasta el momento de la asunción de Raúl Alfonsín que, como veremos
más adelante, se vivió como el fin de un ciclo y la inauguración de una nueva etapa en la
historia nacional.
Imágenes del histórico "Cordobazo"
En segundo lugar, es preciso destacar que el rasgo distintivo de esta etapa fue el gran
protagonismo que adquirió la violencia en el escenario político. Los fenómenos
englobados bajo el ubicuo y polisémico término de violencia política son muy variados e
involucran a un conjunto heterogéneo de actores.
La gran mayoría de las veces suele emplearse el término para referir a las acciones de
fuerzas que se vuelcan en contra del orden establecido (particularmente a la acción de
organizaciones político-militares tales como ERP y Montoneros), mientras que se reserva
el término “represión” para referir a la empleada por agentes paraestatales y estatales.
Sin embargo, unas y otras, al desbordar los canales institucionalizados y derramarse
expansiva y descontroladamente sobre la sociedad, son comprendidas en tanto fenómenos
relativos a la noción de violencia. Desde ya que el hecho de que todas estas prácticas
puedan ser definidas a partir de la noción de violencia no implica homologarlas ni, mucho
menos, considerarlas comparables P. Por otro lado, esta problematización del término
violencia no debería llevarnos a suponer que violencia es la antítesis de democracia P
Los orígenes del creciente rol de la violencia insurreccional en la política constituyen tema
de debate entre los estudiosos del período, pero es indudable que los mismos se asocian
con niveles crecientes de censura, proscripción y cierre de los canales institucionales para
el ejercicio de la política. Por otro lado, es posible afirmar que durante el período en
cuestión se produjo una suerte de autonomización de la violencia en tanto y en cuanto, una
vez efectuadas las elecciones de marzo de 1973, el argumento de la ilegitimidad del
régimen –esgrimido en su momento para legitimar la violencia como modalidad de acción
política- no pudo ser efectivamente sostenido. Asimismo, en relación con la violencia
represiva, puede considerarse que el paroxismo de dicha autonomización está expresado
en la organización de “grupos de tareas” y centros clandestinos de concentración y tortura
característicos del terrorismo de estado.
3
De este modo, la ola de secuestros y ejecuciones, la aparición de cuerpos acribillados en
los márgenes de los caminos o de cadáveres flotando en los ríos desde los primeros años
70, el hallazgo más tardío de cientos de tumbas NN y la apreciación visual de
allanamientos, tiroteos y redadas no fueron acontecimientos aislados sino que formaron
parte del día a día de la vida cotidiana de millones de argentinos de entonces.
El saldo de esta historia es una sociedad totalmente fragmentada y desarticulada, una
estructura socioeconómica paralizada y destruida, y la trágica cifra de 30.000 personas
desaparecidas.
Es ese pasado, entonces, el que debe ser socialmente procesado para dar lugar a las
palabras, es decir, a la elaboración, siempre conflictiva y siempre inacabada de las
interpretaciones, los significados y las explicaciones.
Mucho antes de que la historiografía se haya pronunciado al respecto, fueron los discursos
de las memorias los que tomaron la palabra. Antes de adentrarnos en las diversas
memorias sobre el período en cuestión, sus interpretaciones y reivindicaciones, sus actores
y sus contextos históricos es preciso que nos detengamos en la compleja y polisémica
noción de memoria que se vincula de un modo inextricable y problemático con la de
historia.
2. LA NOCION DE MEMORIA
En este apartado vamos a concentrarnos entonces en explorar distintos significados que se
le atribuyen a la noción de memoria. Para ello, es necesario que nos zambullamos en un
conjunto de problemas teóricos y epistemológicos.
Para empezar, el término memoria puede aludir a la capacidad de retener, conservar o
almacenar información y al mecanismo mediante el cual recuperamos (“recordamos”)
información previamente adquirida. El material a “recordar” es de muy diversa índole e
incluye tanto los recuerdos de experiencias pasadas, de imágenes oníricas, y de
experiencias sensoriales (olores, sabores, sensaciones táctiles, etc.) como de información
recibida e incorporada. Este tipo de acepciones de la noción de memoria está fuertemente
relacionado con el campo de la neurobiología y la psicología cognitiva, disciplinas que,
entre otras cosas, se dedican a estudiar los procesos eléctricos y químicos que ocurren en
el cerebro cuando “recordamos” P.
Dentro de este campo de estudios existe, asimismo, otro tipo de memoria, llamada
memoria de procedimiento o memoria de acción que no tiene que ver con mecanismos
cognitivos conscientes sino con la capacidad de reproducir aprendizajes motores tales
como caminar, atarse los zapatos o andar en bicicleta.
4
Ahora bien; si nos apartamos del ámbito de las llamadas ciencias cognitivas, el panorama
en torno a la noción de memoria se torna más bien confuso en tanto y en cuanto existen y
conviven una gran cantidad de acepciones del término que, por otro lado, se emplean para
describir un conjunto amplio y variado de fenómenos tanto individuales como sociales. En
principio, podemos reconocer un uso, más bien coloquial y cotidiano del término que,
fuertemente impregnado de su acepción científica, entiende la memoria como la capacidad
de evocar experiencias pasadas. El problema es que, desde esta perspectiva, la memoria se
piensa como un mecanismo en cierto modo pasivo mediante el cual el recuerdo de hechos
y procesos pasados se re-actualiza de un modo más o menos mecánico y sin ocasionar
ningún tipo de transformación en el material recordado. Dicho de otro modo, sin
contemplar la diferencia entre el hecho o proceso recordado en sí y las representaciones
que sobre el mismo se construyen.
Contrariamente, dentro del campo de la reflexión teórica y también de los estudios sobre la
memoria social, si bien existen muy diversas aproximaciones y variantes, la memoria
suele ser considerada como un proceso activo de elaboración y construcción simbólica de
sentidos sobre el pasado (Jelin, 2000).
En este caso, no se trata ya de la capacidad pasiva de evocar eventos pasados sino más
bien del proceso activo de articulación de sentidos y representaciones sobre ese pasado.
Desde esta perspectiva, se entiende que la noción de memoria mantiene una estrecha
vinculación con las inquietudes, preguntas y necesidades presentes y, por tanto, con el
horizonte de expectativas futuras.
En otros términos, esta perspectiva tiende a considerar que es en función de los problemas
y cuestiones que atañen a un sujeto y a una sociedad que se elaboran y construyen sentidos
del pasado. Y que esos sentidos, además, son pasibles de ser expresados en relatos
comunicables en forma narrativa (Jelin, 2002). Como puede apreciarse, la noción de
memoria, así entendida, puede aludir tanto a los procesos mediante los cuales los sujetos
se relacionan individualmente con su pasado, como a las modalidades mediante las cuales
una sociedad elabora y negocia sentidos colectivos sobre su pasado (por ejemplo, en
conversaciones con amigos o familiares, en la práctica de escribir diarios íntimos, cartas,
etc., como así también mediante un trabajo psicoanalítico).
Llegados a este punto, cabe preguntarse si lo que diferencia a la memoria individual de la
memoria colectiva es únicamente una cuestión de escala. En otros términos:
¿La memoria colectiva puede ser considerada como una agregación de memorias
individuales? O, contrariamente, ¿debemos suponer que la memoria colectiva constituye -
o debiera constituir- una narrativa representativa para todos los individuos y grupos de
una sociedad y por tanto consensuada entre todos ellos.
A pesar de que la respuesta en ambos casos es evidentemente negativa, estos interrogantes
son útiles ya que, por un lado, contribuyen a despejar algunos lugares comunes en los usos
ingenuos del término y que, por otro, nos conducen a uno de los problemas fundamentales
a desentrañar a la hora de abordar la problemática de la memoria: esto es, la relación entre
las dimensiones individual y colectiva de la memoria.
Comencemos entonces por plantear una cuestión clave:
Los mecanismos neurológicos estudiados y descritos por biólogos y psicólogos cognitivos
llamados memoria refieren a procesos químicos y eléctricos que ocurren a nivel neuronal
5
dentro del cerebro de cada individuo mientras que, dentro del campo de los estudios
sociales, la noción de memoria es usada para referir a procesos colectivos que de ningún
modo se asemejan ni son equiparables a esos procesos neurobiológicos descritos a nivel
individual.
Sin embargo, esta distinción entre una y otra noción de memoria, necesaria y fundamental
a los efectos de lo que nos interesa, no debe desconocer que, aún a nivel individual, al
estar mediatizada por el lenguaje la memoria es siempre, también, un fenómeno social.
Asimismo, y simétricamente, debe contemplarse que aquello que llamamos memoria
social o colectiva es procesado por cada uno de los individuos que componen esa sociedad
o colectividad por lo que, en tanto fenómeno procesado por el cerebro, es, también, un
fenómeno neurobiológico. Por último, debe considerarse que la memoria individual es
también un objeto de interés de los estudios sociales, al menos en los casos en que esas
memorias refieren a las modalidades en que los individuos procesan experiencias
subjetivas de procesos sociales traumáticos.
Ahora bien; la relación entre los aspectos individuales y colectivos que atañen a la
memoria social no se reduce a la distinción planteada, en tanto y en cuanto el pasado
objeto de la memoria tiene aristas públicas y colectivas, como también personales y
privadas. De modo que cuando hablamos de memoria social siempre vamos a estar
refiriendo a procesos extremadamente complejos que anudan, articulan y retroalimentan lo
más íntimo de cada experiencia con procesos compartidos, de un modo o de otro, por una
colectividad. Por ejemplo, ¿qué ocurre cuando la memoria refiere a un pasado lo
suficientemente cercano y al mismo tiempo lo suficientemente lejano de modo que
algunos sujetos tendrán “recuerdos” propiamente dichos mientras que otros no los tendrán
puesto que no habían nacido entonces? Por otro lado, ¿qué relación existe entre la
memoria de aquellos sujetos que experimentaron en primera persona sucesos que esa
memoria recupera y la memoria de quienes fueron espectadores de dichos sucesos? Más
aún, ¿qué ocurre con la memoria de un sujeto a medida que transcurre el tiempo?
"La persistencia de la memoria", de Salvador Dalí
Estos interrogantes nos llevan a trazar algunas distinciones y aclaraciones. En primer
lugar, es preciso diferenciar la memoria vivida de la memoria transmitida. En el primer
caso, se trata de una memoria hecha, entre otras cosas, de recuerdos de experiencias
vividas en primera persona (ya sea como protagonista o como espectador) mientras que,
en el segundo, se trata de la transmisión entre generaciones de valores, argumentos y
representaciones sobre el pasado.
Por otra parte, es preciso considerar, además, que cuando un sujeto “recuerda”, en el
sentido de recuperar impresiones de experiencias pasadas, su recuerdo no supone un
proceso mecánico de recuperación de información previamente almacenada ni tampoco
supone que las imágenes y representaciones que advienen cuando se evoca el pasado sean
fieles a los sentidos experimentados durante ese pasado (ni mucho menos, por supuesto,
fieles a una realidad “objetiva” en sí). En otros términos, cuando un sujeto “recuerda”, en
esa evocación se filtran, por decirlo de algún modo, sentidos, representaciones, e
6
imaginarios presentes. Y esta serie de elementos que se “filtran” son producto de una
compleja interacción entre el sujeto y los discursos de la llamada memoria colectiva que,
como dice Hugo Vezzetti, pueden cumplir una función performativa –en el sentido de “dar
forma”- de la memoria individual (Vezzetti, 1998) impregnando con valores presentes
recuerdos de experiencias pasadas. Es posible, incluso, que un sujeto “recuerde” cosas que
jamás sucedieron.
De lo anterior se desprende que la memoria nos habla tanto sobre el pasado como sobre el
presente y sobre el horizonte de expectativas futuras. Y se desprende también que la
memoria colectiva supone la construcción de discursos fuertemente anclados en un tiempo
y en un espacio y, por lo tanto, que la memoria social tiene una naturaleza ineludiblemente
política, Aunque no siempre, o no necesariamente, partidaria. Se desprende, finalmente,
que existe una fuerte articulación entre memoria e identidad, tanto personal como
colectiva.
Por lo tanto, hablar de memoria colectiva es hablar de la existencia de diversos actores
que, con sus acciones materiales y simbólicas, elaboran diversas narrativas o, lo que es lo
mismo, diversas interpretaciones acerca del pasado. Estas tienen, a su vez, un gran
impacto en los mecanismos de creación identitaria de esos grupos así como en el terreno
de la acción política en la medida en que esos grupos llevan adelante reivindicaciones y
demandas específicas en relación con ese pasado. En otros términos, el campo de la
memoria social es un terreno de luchas simbólicas (y no sólo simbólicas) por los sentidos
del pasado (Jelin, 2000).
7
Hasta el momento, hemos estado aludiendo a memoria en tanto recuerdos, discursos o
representaciones, ya sean individuales o colectivos, que se producen y circulan
socialmente a partir de una compleja interacción entre sujeto y sociedad. Ahora bien;
existe otra dimensión de la noción de memoria que se asocia a lo que algunos estudiosos y
teóricos han denominado anamnesis y que, siguiendo a Yosef Yerushalmi, podríamos
definir como un conjunto de creencias, ritos y normas que hacen a la identidad y al
“destino” de un grupo (Yerushalmi, 1989:22).
De ahí la noción de “razón anamnética” como imperativo ético de recuperar aquellas
identidades avasalladas y silenciadas por regímenes de exterminio industrializado que
representan formas del crimen imprescriptible e imperdonable (Ricoeur, 2000), categoría
dentro de la cual entran, sin duda, los atroces crímenes cometidos por el aparato terrorista
de estado durante la última dictadura militar argentina.
Como sea, estas dos dimensiones de la noción de memoria (memoria como conjunto de
representaciones y discursos / memoria como imperativo ético) aparecen, generalmente
confundidas, cuando no indiscriminadas, tanto en la arena pública cuanto en los espacios
académicos (Franco y Levín, 2007: 41).

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El pasado reciente

  • 1. 1 El pasado reciente: entre la historia y la memoria. por Florencia Levín Cuando hablamos de pasado cercano nos referimos a un pasado de naturaleza aún inacabada, abierto a las pasiones y las luchas simbólicas (y no tan simbólicas) de diversos actores que pugnan por capturar y edificar sus sentidos. Se trata de un pasado abierto e inconcluso, cuyos efectos en los procesos individuales y colectivos interpelan nuestro presente. De un pasado que entreteje la trama de los más íntimo y privado con la trama de lo público y lo colectivo. De un pasado que, a diferencia de otros pasados, no está hecho únicamente de representaciones y discursos socialmente construidos y transmitidos, sino que, además, está alimentado de vivencias y recuerdos personales, rememorados en primera persona. De un pasado, en suma, que aún barniza u opaca el poder de diversos grupos y que, asimismo, se proyecta de modo intenso en la creación de identidades tanto individuales y colectivas. De un pasado que convoca actores y espacios muy diversos y que concita el interés y la atención del grueso de la sociedad que demanda, no sólo explicaciones, sino también reparación y justicia. De un pasado cuya politicidad penetra nuestro presente fuertemente. Se trata, en suma, de un pasado radicalmente incompatible con la neutralidad. De un pasado que suele evocar miradas mitificadas, plagadas de juicios valorativos y posturas maniqueas que pretenden señalar dónde radical el "mal", quiénes son los responsables, dónde yace el territorio de los justos. En estas dos clases intentaremos avanzar en la definición de algunas de las especificidades de dichos pasados como así también abordar los dos principales espacios discursivos que sobre el mismo generan sentidos y significados: la historia y la memoria. Comenzaremos en esta primera clase por reflexionar acerca de las características de lo que llamamos pasado cercano y avanzar en la noción teórica de memoria y memoria social para, finalmente, abordar las distintas memorias sobre el pasado reciente argentino. En la segunda clase, entonces, nos detendremos con mayor detalle a reflexionar acerca de la historia reciente como campo académico, sus especificidades, sus alcances y sus proyecciones. 1. VIOLENCIA Y TRAUMA La historia reciente argentina, al igual que la de otros países del llamado Cono Sur, está surcada por la violencia, la masacre, la muerte y la desaparición de miles de personas (y también de diversos proyectos de cambio y transformación social) en el marco del accionar de un aparato de estado terrorista. Es una historia que se asocia, por lo tanto, a procesos sociales considerados traumáticos en tanto y en cuanto amenazan el mantenimiento del lazo social y son vividos por sus contemporáneos como momentos de profundas rupturas y discontinuidades, tanto en el plano de la experiencia individual como colectiva (Franco y Levín, 2007: 34). Aunque no se trata en esta ocasión de abordar la compleja historia de ese pasado cercano, es preciso aclarar, en primer término, que nos estamos refiriendo a un período cuyo inicio podemos ubicar tentativamente a partir de los hechos conocidos como “el Cordobazo” y que se extiende durante toda la década del setenta atravesando el período de la última
  • 2. 2 dictadura militar hasta el momento de la asunción de Raúl Alfonsín que, como veremos más adelante, se vivió como el fin de un ciclo y la inauguración de una nueva etapa en la historia nacional. Imágenes del histórico "Cordobazo" En segundo lugar, es preciso destacar que el rasgo distintivo de esta etapa fue el gran protagonismo que adquirió la violencia en el escenario político. Los fenómenos englobados bajo el ubicuo y polisémico término de violencia política son muy variados e involucran a un conjunto heterogéneo de actores. La gran mayoría de las veces suele emplearse el término para referir a las acciones de fuerzas que se vuelcan en contra del orden establecido (particularmente a la acción de organizaciones político-militares tales como ERP y Montoneros), mientras que se reserva el término “represión” para referir a la empleada por agentes paraestatales y estatales. Sin embargo, unas y otras, al desbordar los canales institucionalizados y derramarse expansiva y descontroladamente sobre la sociedad, son comprendidas en tanto fenómenos relativos a la noción de violencia. Desde ya que el hecho de que todas estas prácticas puedan ser definidas a partir de la noción de violencia no implica homologarlas ni, mucho menos, considerarlas comparables P. Por otro lado, esta problematización del término violencia no debería llevarnos a suponer que violencia es la antítesis de democracia P Los orígenes del creciente rol de la violencia insurreccional en la política constituyen tema de debate entre los estudiosos del período, pero es indudable que los mismos se asocian con niveles crecientes de censura, proscripción y cierre de los canales institucionales para el ejercicio de la política. Por otro lado, es posible afirmar que durante el período en cuestión se produjo una suerte de autonomización de la violencia en tanto y en cuanto, una vez efectuadas las elecciones de marzo de 1973, el argumento de la ilegitimidad del régimen –esgrimido en su momento para legitimar la violencia como modalidad de acción política- no pudo ser efectivamente sostenido. Asimismo, en relación con la violencia represiva, puede considerarse que el paroxismo de dicha autonomización está expresado en la organización de “grupos de tareas” y centros clandestinos de concentración y tortura característicos del terrorismo de estado.
  • 3. 3 De este modo, la ola de secuestros y ejecuciones, la aparición de cuerpos acribillados en los márgenes de los caminos o de cadáveres flotando en los ríos desde los primeros años 70, el hallazgo más tardío de cientos de tumbas NN y la apreciación visual de allanamientos, tiroteos y redadas no fueron acontecimientos aislados sino que formaron parte del día a día de la vida cotidiana de millones de argentinos de entonces. El saldo de esta historia es una sociedad totalmente fragmentada y desarticulada, una estructura socioeconómica paralizada y destruida, y la trágica cifra de 30.000 personas desaparecidas. Es ese pasado, entonces, el que debe ser socialmente procesado para dar lugar a las palabras, es decir, a la elaboración, siempre conflictiva y siempre inacabada de las interpretaciones, los significados y las explicaciones. Mucho antes de que la historiografía se haya pronunciado al respecto, fueron los discursos de las memorias los que tomaron la palabra. Antes de adentrarnos en las diversas memorias sobre el período en cuestión, sus interpretaciones y reivindicaciones, sus actores y sus contextos históricos es preciso que nos detengamos en la compleja y polisémica noción de memoria que se vincula de un modo inextricable y problemático con la de historia. 2. LA NOCION DE MEMORIA En este apartado vamos a concentrarnos entonces en explorar distintos significados que se le atribuyen a la noción de memoria. Para ello, es necesario que nos zambullamos en un conjunto de problemas teóricos y epistemológicos. Para empezar, el término memoria puede aludir a la capacidad de retener, conservar o almacenar información y al mecanismo mediante el cual recuperamos (“recordamos”) información previamente adquirida. El material a “recordar” es de muy diversa índole e incluye tanto los recuerdos de experiencias pasadas, de imágenes oníricas, y de experiencias sensoriales (olores, sabores, sensaciones táctiles, etc.) como de información recibida e incorporada. Este tipo de acepciones de la noción de memoria está fuertemente relacionado con el campo de la neurobiología y la psicología cognitiva, disciplinas que, entre otras cosas, se dedican a estudiar los procesos eléctricos y químicos que ocurren en el cerebro cuando “recordamos” P. Dentro de este campo de estudios existe, asimismo, otro tipo de memoria, llamada memoria de procedimiento o memoria de acción que no tiene que ver con mecanismos cognitivos conscientes sino con la capacidad de reproducir aprendizajes motores tales como caminar, atarse los zapatos o andar en bicicleta.
  • 4. 4 Ahora bien; si nos apartamos del ámbito de las llamadas ciencias cognitivas, el panorama en torno a la noción de memoria se torna más bien confuso en tanto y en cuanto existen y conviven una gran cantidad de acepciones del término que, por otro lado, se emplean para describir un conjunto amplio y variado de fenómenos tanto individuales como sociales. En principio, podemos reconocer un uso, más bien coloquial y cotidiano del término que, fuertemente impregnado de su acepción científica, entiende la memoria como la capacidad de evocar experiencias pasadas. El problema es que, desde esta perspectiva, la memoria se piensa como un mecanismo en cierto modo pasivo mediante el cual el recuerdo de hechos y procesos pasados se re-actualiza de un modo más o menos mecánico y sin ocasionar ningún tipo de transformación en el material recordado. Dicho de otro modo, sin contemplar la diferencia entre el hecho o proceso recordado en sí y las representaciones que sobre el mismo se construyen. Contrariamente, dentro del campo de la reflexión teórica y también de los estudios sobre la memoria social, si bien existen muy diversas aproximaciones y variantes, la memoria suele ser considerada como un proceso activo de elaboración y construcción simbólica de sentidos sobre el pasado (Jelin, 2000). En este caso, no se trata ya de la capacidad pasiva de evocar eventos pasados sino más bien del proceso activo de articulación de sentidos y representaciones sobre ese pasado. Desde esta perspectiva, se entiende que la noción de memoria mantiene una estrecha vinculación con las inquietudes, preguntas y necesidades presentes y, por tanto, con el horizonte de expectativas futuras. En otros términos, esta perspectiva tiende a considerar que es en función de los problemas y cuestiones que atañen a un sujeto y a una sociedad que se elaboran y construyen sentidos del pasado. Y que esos sentidos, además, son pasibles de ser expresados en relatos comunicables en forma narrativa (Jelin, 2002). Como puede apreciarse, la noción de memoria, así entendida, puede aludir tanto a los procesos mediante los cuales los sujetos se relacionan individualmente con su pasado, como a las modalidades mediante las cuales una sociedad elabora y negocia sentidos colectivos sobre su pasado (por ejemplo, en conversaciones con amigos o familiares, en la práctica de escribir diarios íntimos, cartas, etc., como así también mediante un trabajo psicoanalítico). Llegados a este punto, cabe preguntarse si lo que diferencia a la memoria individual de la memoria colectiva es únicamente una cuestión de escala. En otros términos: ¿La memoria colectiva puede ser considerada como una agregación de memorias individuales? O, contrariamente, ¿debemos suponer que la memoria colectiva constituye - o debiera constituir- una narrativa representativa para todos los individuos y grupos de una sociedad y por tanto consensuada entre todos ellos. A pesar de que la respuesta en ambos casos es evidentemente negativa, estos interrogantes son útiles ya que, por un lado, contribuyen a despejar algunos lugares comunes en los usos ingenuos del término y que, por otro, nos conducen a uno de los problemas fundamentales a desentrañar a la hora de abordar la problemática de la memoria: esto es, la relación entre las dimensiones individual y colectiva de la memoria. Comencemos entonces por plantear una cuestión clave: Los mecanismos neurológicos estudiados y descritos por biólogos y psicólogos cognitivos llamados memoria refieren a procesos químicos y eléctricos que ocurren a nivel neuronal
  • 5. 5 dentro del cerebro de cada individuo mientras que, dentro del campo de los estudios sociales, la noción de memoria es usada para referir a procesos colectivos que de ningún modo se asemejan ni son equiparables a esos procesos neurobiológicos descritos a nivel individual. Sin embargo, esta distinción entre una y otra noción de memoria, necesaria y fundamental a los efectos de lo que nos interesa, no debe desconocer que, aún a nivel individual, al estar mediatizada por el lenguaje la memoria es siempre, también, un fenómeno social. Asimismo, y simétricamente, debe contemplarse que aquello que llamamos memoria social o colectiva es procesado por cada uno de los individuos que componen esa sociedad o colectividad por lo que, en tanto fenómeno procesado por el cerebro, es, también, un fenómeno neurobiológico. Por último, debe considerarse que la memoria individual es también un objeto de interés de los estudios sociales, al menos en los casos en que esas memorias refieren a las modalidades en que los individuos procesan experiencias subjetivas de procesos sociales traumáticos. Ahora bien; la relación entre los aspectos individuales y colectivos que atañen a la memoria social no se reduce a la distinción planteada, en tanto y en cuanto el pasado objeto de la memoria tiene aristas públicas y colectivas, como también personales y privadas. De modo que cuando hablamos de memoria social siempre vamos a estar refiriendo a procesos extremadamente complejos que anudan, articulan y retroalimentan lo más íntimo de cada experiencia con procesos compartidos, de un modo o de otro, por una colectividad. Por ejemplo, ¿qué ocurre cuando la memoria refiere a un pasado lo suficientemente cercano y al mismo tiempo lo suficientemente lejano de modo que algunos sujetos tendrán “recuerdos” propiamente dichos mientras que otros no los tendrán puesto que no habían nacido entonces? Por otro lado, ¿qué relación existe entre la memoria de aquellos sujetos que experimentaron en primera persona sucesos que esa memoria recupera y la memoria de quienes fueron espectadores de dichos sucesos? Más aún, ¿qué ocurre con la memoria de un sujeto a medida que transcurre el tiempo? "La persistencia de la memoria", de Salvador Dalí Estos interrogantes nos llevan a trazar algunas distinciones y aclaraciones. En primer lugar, es preciso diferenciar la memoria vivida de la memoria transmitida. En el primer caso, se trata de una memoria hecha, entre otras cosas, de recuerdos de experiencias vividas en primera persona (ya sea como protagonista o como espectador) mientras que, en el segundo, se trata de la transmisión entre generaciones de valores, argumentos y representaciones sobre el pasado. Por otra parte, es preciso considerar, además, que cuando un sujeto “recuerda”, en el sentido de recuperar impresiones de experiencias pasadas, su recuerdo no supone un proceso mecánico de recuperación de información previamente almacenada ni tampoco supone que las imágenes y representaciones que advienen cuando se evoca el pasado sean fieles a los sentidos experimentados durante ese pasado (ni mucho menos, por supuesto, fieles a una realidad “objetiva” en sí). En otros términos, cuando un sujeto “recuerda”, en esa evocación se filtran, por decirlo de algún modo, sentidos, representaciones, e
  • 6. 6 imaginarios presentes. Y esta serie de elementos que se “filtran” son producto de una compleja interacción entre el sujeto y los discursos de la llamada memoria colectiva que, como dice Hugo Vezzetti, pueden cumplir una función performativa –en el sentido de “dar forma”- de la memoria individual (Vezzetti, 1998) impregnando con valores presentes recuerdos de experiencias pasadas. Es posible, incluso, que un sujeto “recuerde” cosas que jamás sucedieron. De lo anterior se desprende que la memoria nos habla tanto sobre el pasado como sobre el presente y sobre el horizonte de expectativas futuras. Y se desprende también que la memoria colectiva supone la construcción de discursos fuertemente anclados en un tiempo y en un espacio y, por lo tanto, que la memoria social tiene una naturaleza ineludiblemente política, Aunque no siempre, o no necesariamente, partidaria. Se desprende, finalmente, que existe una fuerte articulación entre memoria e identidad, tanto personal como colectiva. Por lo tanto, hablar de memoria colectiva es hablar de la existencia de diversos actores que, con sus acciones materiales y simbólicas, elaboran diversas narrativas o, lo que es lo mismo, diversas interpretaciones acerca del pasado. Estas tienen, a su vez, un gran impacto en los mecanismos de creación identitaria de esos grupos así como en el terreno de la acción política en la medida en que esos grupos llevan adelante reivindicaciones y demandas específicas en relación con ese pasado. En otros términos, el campo de la memoria social es un terreno de luchas simbólicas (y no sólo simbólicas) por los sentidos del pasado (Jelin, 2000).
  • 7. 7 Hasta el momento, hemos estado aludiendo a memoria en tanto recuerdos, discursos o representaciones, ya sean individuales o colectivos, que se producen y circulan socialmente a partir de una compleja interacción entre sujeto y sociedad. Ahora bien; existe otra dimensión de la noción de memoria que se asocia a lo que algunos estudiosos y teóricos han denominado anamnesis y que, siguiendo a Yosef Yerushalmi, podríamos definir como un conjunto de creencias, ritos y normas que hacen a la identidad y al “destino” de un grupo (Yerushalmi, 1989:22). De ahí la noción de “razón anamnética” como imperativo ético de recuperar aquellas identidades avasalladas y silenciadas por regímenes de exterminio industrializado que representan formas del crimen imprescriptible e imperdonable (Ricoeur, 2000), categoría dentro de la cual entran, sin duda, los atroces crímenes cometidos por el aparato terrorista de estado durante la última dictadura militar argentina. Como sea, estas dos dimensiones de la noción de memoria (memoria como conjunto de representaciones y discursos / memoria como imperativo ético) aparecen, generalmente confundidas, cuando no indiscriminadas, tanto en la arena pública cuanto en los espacios académicos (Franco y Levín, 2007: 41).