El documento resume varios acontecimientos recientes en la República Democrática del Congo. Describe la llegada tardía y complicada del autor al aeropuerto, el descubrimiento de que un árbol centenario junto a la iglesia local se había caído, y un intento de robo en unos contenedores cercanos a su casa. También habla de una epidemia de cólera que afectó a barrios pobres con falta de servicios sanitarios, causando miles de casos y más de 100 muertes.
1. KILIMA 77 Junio 2008
Queridos amigos:
Pensaba continuar en este número lo que había comenzado en el anterior con
respecto al estado de la sanidad en el país, pero como a mi vuelta al Congo me he
encontrado con una serie de acontecimientos, prefiero darles prioridad para que no
pierdan actualidad.
El vuelo tenía que llegar a las 10 de la noche, pero por esas cosas que nunca se
saben y por esas esperas que se prolongan sin explicaciones, llegamos a las tres de la
madrugada. Últimamente habían colocado una cinta transportadora en un pequeño local,
para dar aires de modernidad y generalmente suele funcionar pero en esa madrugada
ocurrió que se había quemado algo en el motor que le hace dar vueltas y se encontraba
parada.
Las maletas tenían que ser traídas desde el avión en una camioneta y
depositarlas a la puerta de ese local, donde cada cual se encargaba de alargar el
pescuezo para descubrir lo que esperaba y abrirse paso a codazos para recuperar la suya.
Nadie se sentía molesto por los pisotones o empujones aunque de vez en cuando alguna
mirada airada demostraba el humor del ofendido. Como todo el mundo piensa que si se
está distraído los equipajes pueden tomar un rumbo desconocido todos los allí presentes,
blancos y negros, intentábamos alzarnos sobre los hombros de los que estaban delante
para descubrir nuestras pertenencias y gritar a los maleteros con el billete en mano para
demostrar que éramos los propietarios. La camioneta andaba floja de batería y con poco
carburante en el depósito, lo cual le obligaba a apagar el motor cada vez que llegaba a
una parada. A la hora de ir a por más maletas, el chófer pedía la contribución voluntaria
de los que estábamos esperando y empujando todos a una la poníamos en marcha para
que efectuara otro viaje
La cinta transportadora estaba averiada pero nos servía a todos como pasillo para
acercarnos o alejarnos de la puerta con nuestros equipajes, a pesar de las
recomendaciones del personal del aeropuerto que no quería que anduviéramos por
encima porque la íbamos a estropear definitivamente. Esa noche tuvimos la suerte de
que los aduaneros se encontraban cansados y no había nadie que se interesara por el
contenido de nuestros equipajes.
Cuando a la mañana siguiente llegué a la parroquia, constaté que había
cambiado el entorno de la iglesia. Junto a ella hay una pequeña campa con un árbol
majestuoso cuya edad era difícil de calcular pero parecía centenario. Sus estiradas y
gruesas ramas parecían querer abrazar a los fieles que cada domingo frecuentaban la
parroquia y su presencia se había hecho familiar, parecía como que la iglesia y el árbol
formaban una única entidad y no podía existir la una sin la otra.
Nunca habría pensado que aquel árbol podría desaparecer, hasta que aquel día vi
que el árbol yacía en el suelo. Su tronco se había partido en dos dejando ver sus secas
entrañas y sus alargadas ramas obstruían en parte el paso de la carretera. Hacía tiempo
que la sabia había dejado de correr por sus venas y se mantenía en pie sostenido por la
anchura de su tronco.
Aquí, a todo se le encuentra una explicación, sea válida o inverosímil, y cuando
les pregunté lo que había pasado, la respuesta que me dieron con la mayor seriedad es
que los hechiceros tenían costumbre de reposar por las noches sobre sus ramas, pero
últimamente había habido una afluencia extraordinaria de tales maléficos elementos y el
peso de todos ellos dio al traste con el árbol. Las lechuzas son consideradas como los
disfraces de los hechiceros que por la noche se introducen en esos pájaros y anuncian la
desgracia allí donde se posan sembrando la inquietud de sus moradores. Si uno de esos
2. bichos se posa en el tejado de una casa y sus graznidos despiertan a los habitantes,
pronto saldrán casi aterrorizados a ahuyentarlo a pedradas para que vaya a anunciar la
muerte a otro sitio.
Aquella noche, dormía plácidamente en casa descansando del viaje, del acarreo
de las maletas y de los primeros encuentros con la gente, cuando a eso de las doce de la
noche oí que llamaban al móvil. Lo había dejado en otra habitación. No es normal
emplearlo a esas horas y no hice caso. No habrían pasado diez minutos cuando el
teléfono volvió a sonar. Para cuando me levanté medio borracho de sueño ya había
dejado de sonar, pero esa insistencia de llamadas me desveló. Al poco rato el ring, ring,
rompía el silencio de la noche. Era el chófer de las monjas, que vive a unos 50 m. más
abajo de mi casa que me advertía: “Padre, hay ladrones. Están forzando los
contenedores que tiene al lado de casa. No sabemos cuántos son. No salga de casa pero
esté preparado porque enseguida subimos”.
Yo no oía nada, pero me vestí y les esperé. No pasó mucho tiempo cuando oí
que llamaban suavemente a la puerta. Venía el mecánico acompañado de un joven y del
coadjutor de la parroquia, un joven sacerdote, alto, fuerte, con una buena estaca en la
mano, única arma intimidatorio que se nos permite a los eclesiásticos. No tenían
linterna. Repartí entre ellos las que había traído de Bilbao y permanecimos un rato
quietos, tratando de descubrir la procedencia de los ruidos. No se oía nada. Nos
acercamos sigilosamente a la casa de los “sobrinos”, que son los niños que viven en mi
misma casa, pared por medio, y los descubrimos a todos acurrucados esperando nuestra
llegada.
Los contenedores están situados como a unos escasos 30 metros de la puerta de
su casa. Eran los que se habían utilizado para el envío de máquinas y material vario para
la escuela y el Centro y una vez vacíos nos servían como almacenes para guardar lo que
todavía no se había repartido, diverso material e incluso uno de ellos lo habíamos
convertido en un pequeño taller para las chapuzas de mantenimiento del Centro.
Los críos nos aseguraban que habían visto un grupo numeroso que aporreaba el
grueso candado de uno de los contenedores, que tenían linternas, pero que hacía un
tiempo no les veían. También yo había cogido una barra de hierro que guardo siempre
detrás de la puerta porque su empleo ante los visitantes nocturnos puede ser más eficaz
que el rosario de jaculatorias para su conversión.
Nos acercamos pausadamente, con el alma en un vilo, aferrando seriamente
nuestros “instrumentos” de ataque. Había un contenedor abierto pero ni se oían voces ni
ruidos de pisadas. Con la luz de las linternas fuimos alumbrando el interior del
contenedor. No había nadie. Vimos que habían roto el candado a golpes pero
aparentemente no se habían llevado nada.
El coadjutor, antes de venir por casa había corrido al puesto de policía para
alertar a los que estaban de guardia. Se encontró que no había más que uno y no podía
abandonar el puesto. Éste llamó a sus superiores y le autorizaron para que viniera en
nuestro auxilio. Llegó cuando ya habíamos hecho la inspección de los alrededores. Dio
la casualidad que ese día tanto la escuela como el Centro de Minusválidos, que
normalmente cuentan con un guarda nocturno, ninguno de los dos estaban presentes esa
noche. El policía tenía un arma pero nos dijo que no funcionaba bien, pero a pesar de
todo, le habían ordenado que se quedara en el lugar mientras buscaban una patrulla de
refuerzo.
Los “sobrinos” me echaron la gran bronca porque uno de ellos sintió necesidad
de vaciar su vejiga y cuando pasó por delante de la ventana oyó el ruido, vio el
movimiento de las personas e intentó llamarme. Ellos oían que el teléfono sonaba en mi
casa pero no oían ningún otro ruido que les hiciera creer que me habían despertado.
3. Al día siguiente me enteré quiénes podrían haber sido los ladrones, porque
alrededor de las nueve de la noche vieron un grupo de jóvenes con “amplio historial
delictivo”, muy conocidos en el barrio, que estaban reunidos en pantalón corto, pecho
descubierto, como haciendo una especie de conjuro para implorar el éxito de la
empresa. Algo les falló porque no les salieron las cosas como las habían planeado.
Otra de las cosas con las que me encontré a mi regreso y que me impactó
profundamente fue la epidemia de cólera. En nuestro barrio se dieron algunos casos y
hablan como de tres muertos, pero donde de verdad campeó la enfermedad fue en los
otros barrios periféricos de Likasi. La mayoría de estos barrios se han construido sin
ningún plan de urbanización, sin fuentes ni saneamientos, donde la gente se agolpa de
cualquier manera y se contenta con tener un techo aunque sea con goteras y lo mismo
pueden dormir dos que ocho personas en una habitación que no llega a tres por tres
metros cuadrados.
Las lluvias torrenciales de este año han movido todos los desperdicios humanos
y otros muchos, que abundan entre las casas y los han “paseado” por todas las calles
haciendo que la enfermedad se adueñara de los barrios. Las autoridades han callado la
existencia de esta epidemia y todo se ha llevado con el mayor secretismo. Se considera
como un deshonor el que en un determinado país o ciudad se de esta enfermedad porque
es sinónimo de miseria, abandono, suciedad, falta de agua, etc. y eso es ensuciar el
renombre del país. El personal que trabaja en el hospital habla de unos 2.000 casos de
gente infectada, de los que han muerto más de un centenar. Los muertos los enfundaban
en esas bolsas de plástico como las que emplean para desplazar a los militares muertos
en el campo de batalla y los conducían directamente al cementerio sin que las familias
pudieran llorar a sus difuntos según sus costumbres.
En un pueblito cercano a la parroquia también han padecido las consecuencias
de esta enfermedad. Murió un chaval joven, nieto del catequista, y éste pidió que no
manosearan su cuerpo en esos momentos de llanto en el que van acariciando al difunto
y que en lugar de ello lo enterraran rápidamente. Eso fue mal visto por la familia, quien
le consideró como hechicero por querer deshacerse del cuerpo y le dieron una soberana
paliza y le hubieran dado más si la policía no hubiera sido puesta al corriente de lo que
sucedía y al menos en este caso actuó con rapidez y energía.
Ya hemos entrado en la época seca. La epidemia ha desaparecido pero las
autoridades no han hecho nada para que el agua llegue a todos los puntos de la ciudad y
sobretodo que el agua sea potable. El próximo año nos exponemos a sufrir las mismas
consecuencias. Esperan a que alguna ONG resuelva el problema porque ellos dicen que
no cuentan con medios para hacerlo, cuando diariamente desfilan enormes camiones
cargados de mineral camino de Zambia, Zimbabwe y África del Sur.
- Era un viernes de cuaresma. Por la tarde tenemos la costumbre de celebrar el
Vía Crucis. La iglesia estaba abarrotada. El sacerdote con los monaguillos va
paseándose procesionalmente ante cada estación mientras los fieles van girando desde el
sitio en el que se encuentran para seguir con la mirada cada paso. Estábamos
enfrascados en la lectura de la décima estación. De repente se oye un tumulto en la
puerta de la iglesia y un grupo de jóvenes entra corriendo, persiguiendo a un loco que se
les había escapado en el barrio. Todos quedamos como las estatuas de sal, sin saber bien
qué hacer. Los jóvenes se abalanzaron sobre el loco, lo redujeron y empezaron a
descargar una lluvia de palos y bofetadas hasta dejarlo sin conocimiento. Se encontraba
a mis pies. Algunos fieles increparon a los jóvenes por la forma de maltratar a esa
persona enferma y les advirtieron que no era la iglesia el lugar de tortura. El loco, un
joven fornido, que de vez en cuando pasa por casa y me da la lata durante un buen rato,
pero siempre guardando una compostura, respiraba lastimosamente. Al poco abrió los
4. ojos y se agarró fuertemente a mis pies. Vestía una camiseta impregnada en aceite de
motor y unos pantalones cortos. Los jóvenes querían arrastrarle fuera de la iglesia, pero
el loco no me dejaba y en la medida que los demás tiraban de él, yo iba perdiendo el
equilibrio porque le tenía al loco que no soltaba prenda. Yo comenzaba a inclinarme
peligrosamente, no podía zafar mis pies porque estaban bien apretados por el abrazo que
el loco había dado a mis extremidades. Menos mal que en ese momento, un grupo de
mujeres que estaban en el lugar de los acontecimientos se dio cuenta que el cura no
conseguía guardar la verticalidad y vinieron en mi ayuda. Los jóvenes tiraban del loco,
el loco tiraba de mí y las mujeres me sostenían por las espaldas para que no fuera a dar
en el suelo con las losas de la iglesia. El momento no fue muy largo pero fue de mucha
intensidad. Por fin, los jóvenes vieron la cara del cura que no conseguía librarse del
apretón del loco y arremetieron contra sus manos hasta lograr librarme de su presa. El
alba quedó impregnada de aceite y con mil olores nauseabundos, pero pudimos terminar
el Vía Crucis mientras le llevaban al loco a su casa y le ataban a un árbol.
Precisamente esta misma semana ha ocurrido algo que debería sacarles los
colores pero para eso hace falta tener capacidad para sentir vergüenza. El jueves de esta
semana, en el noticiario de las 6H30 de la mañana, la radio France Inter denunciaba el
tráfico de uranio que se sigue explotando en Shinkolowe. Este es el lugar de donde se
sacó el uranio para la fabricación de las primeras bombas atómicas y del que todavía
hace un par de números os relataba el episodio de un camión cargado de dicho mineral a
quien se le obligó dar la vuelta y descargar todos los sacos en la mina de la que habían
extraído y en lugar de ello lo echaron en el río que es el que pasa por Panda y del que se
coge el agua para la estación depuradora.
Una vez mas, se había prohibido la explotación de este mineral, pero todo el
mundo sabía que nada había cambiado y que de forma artesanal, quien tenían una
bicicleta, un pico una pala y un saco, podía seguir “haciendo fortuna” con este mineral
con un porcentaje muy rico en uranio, aunque veremos qué consecuencias puede
originar todo esto en el futuro. Cuando ya se había olvidado todo este asunto, Francia
denuncia que todas las autoridades provinciales y algunos miembros del gobierno están
implicados en la continuación de este tráfico. En la esfera del gobernador sentó muy
mal que se diera publicidad a este asunto y mandó que detuvieran a todos los
inspectores del ejército y de la policía de Likasi quienes tenían que presentarse con sus
respectivos móviles porque querían descubrir quién había hablado con el periodista de
France Inter para contarle lo que ocurría. No dieron con el culpable y por la noche
volvían a sus casas, pero ahora todos los proveedores de móviles tienen que coger la
filiación de sus clientes y entregarlos a la policía para controlar que no haya fugas de
información a los medios de comunicación extranjeros. No se trata de atajar el mal sino
de ocultarlo porque todos participan en el reparto del pastel.
Con la llegada de la época seca comienzan de nuevo los “pesos pesados” a
utilizar nuestra carretera y nuestro puente. En este momento, la carretera está en muy
malas condiciones y no me va a quedar más remedio que arreglar los lugares peores
para conservar nuestro camión, que tiene que ayudar a la gente a sacar su cosecha y
llevar el material de construcción. Ya hemos comenzado la campaña de denuncias.
¿Qué conseguiremos? Probablemente nada, a los sumo alguna amenaza de alguno de
estos forajidos sin orden ni ley que hacen cuanto les viene en gana y aplastan a quien se
ponga delante.
Que disfrutéis del verano, del mar, de la montaña, del aire, del descanso, de la
familia, y de todo cuanto de bello y hermoso se encuentra a vuestro alcance.
Un abrazo.
Xabier