Los científicos descubrieron una charca en el desierto de Mauritania que albergaba una población aislada de 30 cocodrilos que se habían mantenido allí durante miles de años. Los cocodrilos se alimentaban de los peces abundantes en la charca, que a su vez se alimentaban de microorganismos en el agua. Los indígenas consideraban sagrados a los cocodrilos y no les hacían daño, estableciéndose así un equilibrio frágil entre la actividad humana y este ecosistema único.