Este documento discute la persistencia de la cultura patriarcal y la opresión de las mujeres a lo largo de la historia y en diferentes culturas. Aunque la igualdad de género ha sido consagrada constitucionalmente en algunas regiones, las prácticas cotidianas siguen reproduciendo el prejuicio y la desigualdad. La violencia contra las mujeres toma formas explícitas como el feminicidio y la mutilación genital femenina, así como formas sutiles a través de la carga desproporcionada del trabajo doméstico y
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Las mujeres no son hombres
Boaventura de Sousa Santos
Sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía
de la Universidad de Coimbra (Portugal) – Tomado de
http://www.cartamaior.com.br/templates/colunaMostrar.cfm
?coluna_id=4984
El pasado 8 de marzo se celebró el Día Internacional de la Mujer. Los días o
años internacionales no son, en general, celebraciones. Son, por el contrario,
modos de señalar que hay poco para celebrar y mucho para denunciar y
transformar. No hay naturaleza humana asexuada; hay hombres y mujeres.
Hablar de naturaleza humana sin hablar de la diferencia sexual es ocultar que
la "mitad" formada por las mujeres vale menos que la de los hombres. Bajo
formas que varían según el tiempo y el lugar, las mujeres han sido
consideradas como seres cuya humanidad es problemática (más peligrosa o
menos capaz) en comparación con la de los hombres. A la dominación sexual
que este prejuicio genera lo llamamos patriarcado y al sentido común que lo
alimenta y reproduce cultura patriarcal.
La persistencia histórica de esta cultura es tan fuerte que, incluso en las
regiones del mundo en las que ha sido oficialmente superada por la
consagración constitucional de la igualdad sexual, las prácticas cotidianas de
las instituciones y las relaciones sociales siguen reproduciendo el prejuicio y la
desigualdad. Ser feminista hoy significa reconocer que esta discriminación
existe, que es injusta y desear activamente su erradicación. En las actuales
condiciones históricas, hablar de naturaleza humana como si se tratara de algo
sexualmente indiferente, ya sea en el plano filosófico o político, es pactar con el
patriarcado.
La cultura patriarcal viene de lejos y atraviesa tanto la cultura occidental como
las culturas africanas, indígenas e islámicas. Para Aristóteles, la mujer es un
hombre mutilado y para Tomás de Aquino, siendo el varón el elemento activo
de la procreación, el nacimiento de una mujer es un signo de debilidad del
procreador. Esta cultura, anclada en ocasiones en los textos sagrados (la Biblia
y el Corán), ha estado siempre al servicio de la economía política dominante
que, en los tiempos modernos, ha sido el capitalismo y el colonialismo. En Tres
Guineas (1938), en respuesta a una petición de apoyo financiero para el
esfuerzo de la guerra, Virginia Woolf, recordando la exclusión histórica de las
mujeres de la vida social, política y pública de la nación, declara
provocativamente: “Como mujer, no tengo país. Como mujer, no quiero un país.
Como mujer, mi país es el mundo entero”.
2. Durante la dictadura portuguesa, las Nuevas cartas portuguesas, publicadas en
1972 por María Isabel Barreno, María Teresa Horta y María Velho da Costa,
denunciaban el patriarcado como parte de la estructura fascista que sostenía la
guerra colonial en África. “Angola es nuestra” era el correlato de “las mujeres
son nuestras (de nosotros, los hombres)” y mediante el sexo de ellas se
defendía la honra de ellos. El libro fue requisado de inmediato, precisamente
por considerarlo un libelo contra la guerra colonial y las autoras no fueron
juzgadas porque entretanto estalló la Revolución de los Claveles el 25 de abril
de 1974.
La violencia que la opresión sexual implica se presenta bajo dos formas:
hardcore y softcore. La versión hardcore es el catálogo de la vergüenza y del
horror del mundo. En Portugal, murieron 43 mujeres en 2010 víctimas de la
violencia de género. En Ciudad Juárez (México) fueron asesinadas en los
últimos años 427 mujeres, todas jóvenes y pobres, trabajadoras en las fábricas
del capitalismo salvaje, las maquilas, un crimen organizado hoy conocido como
feminicidio. En varios países de África sigue practicándose la mutilación genital
femenina. En Arabia Saudí, las mujeres, hasta hace poco, ni siquiera tenían
partida de nacimiento. En Irán, la vida de una mujer vale la mitad que la del
hombre en un accidente de tráfico; en el tribunal, el testimonio de un hombre
vale tanto como el de dos mujeres; las mujeres pueden ser lapidadas hasta la
muerte en caso de adulterio, una práctica, por otro lado, prohibida en la
mayoría de los países de cultura islámica.
La versión softcore es insidiosa y silenciosa y se da en el seno de las familias,
instituciones y comunidades, no porque las mujeres sean inferiores, sino
porque, por el contrario, se las considera superiores en su espíritu de
abnegación y disponibilidad para ayudar en los momentos difíciles. Como si se
tratase de una disposición natural. Ni siquiera hay que preguntarles si aceptan
los encargos o en qué condiciones. En Portugal, por ejemplo, los recortes del
gasto social del Estado actualmente en curso victimizan particularmente a las
mujeres. Ellas son las principales proveedoras de cuidado a las personas
dependientes (niños, ancianos, personas enfermas, personas con
discapacidad). Si con el cierre de centros de salud mental los enfermos
mentales son devueltos a sus familias, el cuidado queda a cargo de las
mujeres. La imposibilidad de conciliar el trabajo remunerado con el trabajo
doméstico hace que Portugal tenga una de las tasas más bajas de fecundidad
del mundo. Cuidar de los vivos se vuelve incompatible con desear más vivos.
Pero la cultura patriarcal tiene, en ciertos contextos, otra dimensión
particularmente perversa: la de crear la idea en la opinión pública de que las
mujeres están oprimidas y, como tales, son víctimas indefensas y silenciosas.
Este estereotipo permite ignorar o restar importancia a las luchas de resistencia
y a la capacidad de innovación política de las mujeres. Se ignora, así, el papel
fundamental de las mujeres en la revolución democrática de Egipto o en la
lucha contra el saqueo de la tierra en la India; la acción política de las mujeres
que lideran municipios en muchas pequeñas ciudades africanas y su lucha
contra el machismo de los líderes del partido que bloquean su acceso al poder
político nacional; la lucha incesante y llena de riesgos por la punición de los
3. criminales llevada a cabo por las madres de las jóvenes asesinadas en Ciudad
Juárez; las conquistas de las mujeres indígenas e islámicas en la lucha por la
igualdad y el respeto por la diferencia, transformando desde dentro las culturas
a las que pertenecen; las prácticas innovadoras de defensa de la agricultura
familiar y las semillas tradicionales de mujeres de Kenia y de muchos otros
países africanos; la respuesta de las mujeres palestinas cuando, al ser
interrogadas por autoconvencidas feministas europeas sobre el uso de
anticonceptivos, contestan: “en Palestina tener hijos es luchar contra la
limpieza étnica que Israel impone a nuestro pueblo”.
Traducido por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas
Edición N° 00247 - Semana del 18 al 24 de Marzo de 2011