Shanto sale de la chabola donde habita en Dhaka, la congestionada capital de Bangladesh, todos los días a las 12 del mediodía. La economía de absoluta subsistencia de su hogar le obliga a pasar sus tardes en cuclillas o sentado en un diminuto taburete en un taller, frente a una pila de objetos de aluminio que debe hacer pedazos con un martillo. Por esa labor recibe seis euros al mes. A una rutina similar se ve obligada Aklima, de 8 años y, en todo Bangladesh, más de 7 millones de niños menores de 14 años. Aklima cocina y limpia en casas de familias y en la suya propia. Shanto y Aklima comparten hoy una oportunidad: la de acceder a la educación primaria gracias al apadrinamiento, la de introducir el futuro en sus vidas como una posibilidad.