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Lecciones finales
del Dios de Jeremías
E
l Dios de Jeremías es un Dios de amor. Lo hemos apreciado en todo su
trato con Israel, su pueblo, y en todos sus mensajes a través de Jere­
mías, su siervo. Su amor se hace especialmente evidente en la revela­
ción codificada de su carácter, su santa Ley. El mandamiento que se
destaca como su sello en la misma —el cuarto— no lo dio por una motivación
egoísta, centrada en sí mismo; lo dio por amor a sus criaturas y por su miseri­
cordia compasiva para los menos favorecidos de la sociedad, los siervos, los
extranjeros, e incluyó aun a los animales! «Seis días trabajarás, pero el séptimo
día reposarás, para que descansen tu buey y tu asno, y tomen refrigerio el hijo
de tu sierva y el extranjero» (Exo. 23: 12).
Por lo tanto, no le agradan nuestras costosas ofrendas y sacrificios si van des­
provistos del amor reflejado en la obediencia. No las acepta cuando no estamos
dispuestos a darle nuestro corazón (Deut. 6: 5) y a humillamos a sus pies como
lo hizo María (Mat. 26: 6-13). El Dios de Jeremías pregunta a quienes preten­
den adorarlo siguiendo el mero formalismo de la religión: «¿Para qué me traéis
este incienso de Sabá y la buena caña olorosa de tierra lejana?» y agrega, «Vues­
tros holocaustos no son aceptables ni vuestros sacrificios me agradan» (Jer. 6: 20).
Espera que lo adoremos y sirvamos con todo nuestro corazón, no pretendien­
do satisfacerlo con un culto meramente rutinario, no vivo, engañándonos a
nosotros mismos con la tranquilidad de haber cumplido. Espera que nuestra
profesión de fe y ejercicios espirituales en el templo sean coherentes con las
acciones de nuestra vida diaria cuando fuera de él nos encontramos. Espera
que no descansemos en la falsa seguridad de que nuestra salvación está asegu­
rada porque adoramos en el lugar correcto o en la verdadera iglesia (Jer. 7: 1-10).
146 • El Dios de Jeremías
El Dios de Jeremías espera que vivamos vidas confiadas, tranquilas, que
testifiquen de la paz que resulta de nuestra confianza en él, sin dejamos atemo­
rizar por «las señales del cielo», como los gentiles que viven en temor y ansie­
dad porque no lo reconocen como su Dios. Nos asegura que todo aquel que
sintiéndose acosado por el temor ponga su confianza en él, será librado: «en
aquel día yo te libraré, dice Jehová, y no serás entregado en manos de aquellos
a quienes tú temes. Ciertamente te libraré y no caerás a espada, sino que tu vida
te será por botín, porque tuviste confianza en mí, dice Jehová» (Jer. 39:17,18).
El es el Dios libertador, capaz de protegemos del peligro y del cumplimien­
to de las amenazas de nuestros enemigos. «No temas delante de ellos, porque
contigo estoy para librarte», nos asegura (Jer. 1:8). El Dios de Jeremías está
siempre a nuestro lado. Cuando nos dedicamos a él, no necesitamos temerle a
ningún poder, ni aun al rey más poderoso de la tierra (véase 42: 11).
Es, entonces, nuestro privilegio poner nuestra confianza en él y no en la
obra de nuestras manos; apoyamos en él y no en el brazo humano el cual es
débil y obra movido por motivos egoístas que nosotros no conocemos puesto
que anidan en el corazón. Por eso el Dios de Jeremías nos recuerda que «Enga­
ñoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?»
(Jer. 17: 9). Pregunta a la que él mismo responde: «¡Yo, Jehová, que escudriño
la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según
el fruto de sus obras!» (vers. 10).
En consecuencia, el Dios de Jeremías espera que desechemos todo aquello,
ya sea objeto, persona, idea, hábito o práctica que haya venido a ocupar en
nuestras vidas el lugar que solo a él le pertenece convirtiéndose entonces en un
ídolo. Anhela que reconozcamos que nadie es semejante a él como Creador y
Sustentador de todo cuanto existe y que lo hagamos el único Señor de nuestras
vidas (Jer. 10: 1-15).
El Dios de Jeremías es el Buen Pastor de su pueblo y vela por todas sus ne­
cesidades. «El que dispersó a Israel, lo reunirá y guardará, como el pastor a su
rebaño» (Jer. 31: 10). Por eso espera que los líderes espirituales de su pueblo
apacentemos su rebaño y de ningún modo lo destruyamos y dispersemos y,
que al cuidar de él, seamos diligentes pues nos emplazará y tendrá por respon­
sables si descuidamos a las ovejas de su prado. Nos llama a tener misericordia
de nuestra grey cuando sus miembros yerren, y a que usemos todos los recursos
espirituales que él ha puesto a nuestro alcance para hacerlos volver del error de
13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 147
sus caminos. Él nos invita a hablar y actuar siguiendo siempre el amor y la
justicia en nuestro trato con todos aquellos a quienes ha encomendado a nues­
tro cuidado (Jer. 23: 1-8).
El Dios de Jeremías es fiel. Espera que reflejemos su carácter y también sea­
mos fieles en nuestra relación con él y en el trato con nuestros semejantes.
Conoce nuestra vida y la historia de nuestro andar con él y se duele cuando, al
mirar atrás, se da cuenta de que hemos perdido la fidelidad con la que celosa­
mente le servimos en los días de nuestro primer amor. Por eso mandó a Jere­
mías para que a voz en cuello se lo dijera a su pueblo: «Anda y proclama a los
oídos de Jerusalén, diciendo que así dice Jehová: "Me he acordado de ti, de la
fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí
en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová, primicias de sus
nuevos frutos"» (Jer. 2: 2, 3).
Israel, su pueblo de la antigüedad, perdió su primer amor y con él, perdió
su fidelidad. «Ixs dirás, por tanto: "Esta es la nación que no escuchó la voz de
Jehová, su Dios, ni admitió corrección; pereció la fidelidad, de la boca de ellos
fue arrancada"» (7: 28). Nosotros, pueblo suyo en la modernidad, hemos de
aprender la lección del pueblo antiguo, evitar creemos mejores que ellos, y re­
cordar que «por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque
nunca decayeron sus misericordias; nuevas son cada mañana» pues grande es
su fidelidad (Lam. 3: 22, 23). En respuesta, hemos de volver a nuestro primer
amor, procurando un reavivamiento de nuestra piedad primera y haciendo las
reformas correspondientes en nuestra vida.
Como creador de todo, el Dios de Jeremías es Señor; es el Gobernante su­
premo. Es el Rey de reyes y el Señor de los señores que señorea en el trono de
las naciones y a quien él quiere lo da. «Porque así ha dicho Jehová de los ejér­
citos, Dios de Israel: "Yugo de hierro puse sobre el cuello de todas estas nacio­
nes, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y han de servirle; y
aun también le he dado las bestias del campo"» (Jer. 28: 14). Y no solo lo fue
en los días de Jeremías, también quiere ser Señor de nuestras vidas hoy. Para
poder llegar a serlo, espera hasta que le cedamos el trono de nuestro corazón
pues sabe que como resultado, le rendiremos la completa obediencia que él
demanda (Jer. 1: 7).
Como Rey y Soberano del universo, el Dios de Jeremías tiene el poder para
damos una misión mundial, como también lo hizo al encamarse (Mat. 28: 18-20).
No solo delega responsabilidad sino también la autoridad con la cual nos in­
viste para hablar en su nombre ante los dignatarios de naciones y reinos. Lo
148 • El Dios de Jeremías
hizo con Jeremías a quien le dijo: «He puesto mis palabras en tu boca. Mira que
te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y destruir,
para arruinar y derribar, para edificar y plantar» (Jer. 1: 10). Lo ha hecho tam­
bién con nosotros, y el mensaje que nos ha dado es de igual importancia; de
hecho, es de tanta trascendencia que, como está implicado en el versículo cita­
do, reinos y naciones permanecen, o finalmente caerán, según sea su respuesta
a los mensajes que el Dios de Jeremías les envía. Por eso quiere que seamos luz
para las naciones e instrumentos de su salvación hasta lo último de la tierra
(Isa. 49: 6).
Con el Dios de Jeremías a nuestro lado somos invencibles. En las luchas de
la vida y especialmente al trabajar en su obra, él hace que seamos como ciudad
fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce contra los ataques
de los poderosos de la tierra. Su promesa acerca de nuestros enemigos es, «Pe­
learán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo, dice Jehová, para
librarte» (Jer. 1: 18, 19). Este pasaje también revela, como tantos otros, que el
Dios de Jeremías conoce el futuro y sabe lo que nos vendrá, que nada le toma
por sorpresa y que ha hecho provisión suficiente para que podamos enfrentar
exitosamente el porvenir.
Con un Dios así, no tenemos por qué temerle al mañana y lo que pueda
traer. Él tiene buenos planes para nuestro futuro y el de nuestros hijos. «Espe­
ranza hay también para tu porvenir, dice Jehová» (Jer. 31: 17). Para cumplir sus
planes espera nuestra respuesta y cooperación, teniéndolo siempre como nues­
tro Padre, sin apartamos de sus caminos (Jer. 3: 19). Solo nuestra persistencia
en la iniquidad puede impedir el cumplimiento de sus buenos planes para
nosotros (vers. 25).
El Dios de Jeremías espera que recibamos no solo sus mensajes de esperan­
za sino también los de reprensión aun cuando vayan en contra de lo que que­
remos escuchar. Sus amonestaciones son motivadas por su amor. Y porque nos
ama es un Dios siempre accesible a todo aquél que acude a él. «Clama a mí y
yo te responderé —nos invita—, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no
conoces» (Jer. 33: 3).
El Señor de Jeremías
Es una fuente inagotable: El Señor de Jeremías es la única fuente inagotable de
agua viva (Jer. 2:13). Esto significa que hallaremos insatisfactoria cualquier otra
fuente a la cual acudamos. En su manifestación encamada, en el Nuevo Testa­
13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 149
mentó, él nos dice a ti y a mí, «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que
te dice: "Dame de beber", tú le pedirías, y él te daría agua viva» (Juan 4: 10).
Cuando bebemos del agua de vida que él nos ofrece, su Espíritu en nosotros
hará que de nuestro interior broten «ríos de agua viva» para refrigerar a otros
(7: 38, 39), convirtiéndonos así en instrumentos en sus manos para bendición
de los demás.
Es digno de ser temido. El Señor de Jeremías es Dios digno de nuestro temor
y reverencia. No es el temor del miedo sino el del supremo reconocimiento y
respeto que produce obediencia. Él es el Dios cuyo estatuto obedece el impo­
nente mar y respetan sus impetuosas olas. Él nos pregunta: «¿Amí no me teme­
réis?, dice Jehová. ¿No os amedrentaréis ante mí, que puse la arena por límite
al mar, por estatuto eterno que no quebrantará? Se levantarán tempestades,
mas no prevalecerán. Bramarán sus olas, mas no lo traspasarán» (Jer. 5: 22) sin
que lo permita su voluntad.
No justificará al malvado. El Señor de Jeremías es «Dios fiel, que guarda el pac­
to y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta por
mil generaciones» (Deut. 7: 9), pero que de ningún modo justifica al malvado
porque es Dios amante de la equidad y la justicia (Éxo. 34: 6, 7). Le dijo a Jere­
mías su siervo: «Así ha dicho Jehová acerca de los hombres de Anatot que buscan
tu vida, diciendo: "No profetices en nombre de Jehová, para que no mueras a
nuestras manos". Así, pues, ha dicho Jehová de los ejércitos: "Yo los castigaré: los
jóvenes morirán a espada, sus hijos y sus hijas morirán de hambre. No quedará
ni un resto de ellos, pues yo traeré el mal sobre los hombres de Anatot, en el año
de su castigo"» (Jer. 11: 22). Él es el Juez justo de toda la tierra (Gén. 18: 25).
Ama con amor eterno. El Señor de Jeremías nos dice: «Con amor eterno te he
amado; por eso, te prolongué mi misericordia» (Jer. 31: 3).Su amor es eterno,
permanente, constante. Por lo tanto su misericordia, un derivado de su amor,
no se agota y nos cubrirá a término indefinido a menos que nosotros, con re­
beldía, la rechacemos definitivamente (véase 3: 6, 7).
Es Dios del cansado y del triste. El Señor de Jeremías ve nuesuas cargas y pe­
sares. «Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningu­
nas» (Isa. 40: 29). Es el consuelo de toda alma entristecida. Podemos descansar
en su promesa: «Porque satisfaré al alma cansada y saciaré a toda alma entris­
tecida» (Jer. 31: 25). Independientemente de cuál sea nuestra carga podemos
aceptar su invitación neotestamentaria, «Venid a mí todos los que estáis traba­
jados y cargados, y yo os haré descansar» (Mat. 11:28).
150 • E l Dios de Jeremías
Rituales y pecado: El engaño del pueblo de Dios
En los días de la peregrinación de Israel en el desierto, Jehová el Señor, Dios
de Jeremías, había establecido el sistema cúltico de la nación judía. En su deseo de
inculcar en ellos la gravedad del pecado y su disposición para perdonar, les había
dado instrucciones sobre los sacrificios, ritos y ceremonias que ilustraban el
plan para su salvación. Por siglos estos se habían llevado a cabo primero en el
santuario y luego en el magnífico templo de Salomón.
Con el transcurso del tiempo, el pueblo, habiéndose tornado infiel al pacto
con su Dios, falló una y otra vez en seguir los lineamientos trazados por él para
que su adoración le fuera aceptable. A pesar de ello, y a fin de asegurarse de
contar con la protección y otras bendiciones del Dios del cielo, el pueblo se­
guía cumpliendo con los requisitos extemos de la religión sin vivir el espíritu
de la misma. Así, el deterioro espiritual que se acentuó desde el reinado de Ma-
nasés había alcanzado su punto más bajo en los días de Jeremías.
Los miembros del pueblo se sentían seguros por ser descendientes de Abraham,
así que no sentían necesidad de que su religión brotara del corazón. Como re­
sultado, su adoración se había vuelto formal, meramente ritualista. Por lo que
el Dios de Jeremías protestó diciéndoles: «¿Para qué me traéis este incienso de
Sabá y la buena caña olorosa de tierra lejana? Vuestros holocaustos no son
aceptables ni vuestros sacrificios me agradan» (Jer. 6: 20).A1 tiempo que se pre­
sentaban en el templo con ofrendas costosas y devoción de labios, en su diario
vivir seguían cometiendo pecados que, según Jeremías 10: 1-11, incluían los
siguientes:
• Pronunciaban y confiaban en palabras mentirosas.
• Cometían injusticias en el trato, de negocio y de otros tipos, con sus seme­
jantes.
• Oprimían al extranjero, al huérfano y a la viuda.
• Hurtaban habitualmente.
• Robaban a los adoradores que ofrendaban en el templo, convirtiéndolo en
cueva de ladrones.
• Cometían adulterio.
• Incurrían en falsos juramentos.
• Mataban, derramando sangre inocente.
13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 151
• Ofrendaban a Baal y se iban en pos de otros dioses extraños.
• Por participar del culto y dar ofrendas se creían libres de sus culpas.
Los israelitas habían llegado a creer que por ser el pueblo elegido sus ritos y
ceremonias cubrían sus pecados y que, por lo tanto, podían seguir cometiéndo­
los. ¡Qué engaño! Y qué advertencia para nosotros que también somos descen­
dientes deAbraham (Gál. 3: 29).
La religión que Dios aprecia: La del corazón
Aunque hay una dimensión corporativa del pueblo de Dios, evidente tanto
en los días de Jeremías como en los nuestros como iglesia, la religión de la Bi­
blia y la salvación son, en esencia, asuntos personales. La dimensión corpora­
tiva no reemplaza la individual. «De manera que cada uno de nosotros dará a
Dios cuenta de sí» (Rom. 14: 12). La adoración en familia no debe reemplazar
la devoción personal con Dios. Esto implica que el padre, o la madre cabeza de
familia, han de velar no solamente por el culto familiar sino también motivar
a cada miembro de su casa a darle el primer lugar a Dios en sus vidas, cada
mañana, instando así a sus hijos (individualmente) y a su casa (corporativa­
mente) a «que guarden el camino de Jehová» (Gén. 18: 19).
Notemos las palabras que el Dios de Jeremías dirigió a su pueblo cuando
iniciaba su peregrinaje en el desierto: «Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová
uno es. Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con
todas tus fuerzas» (Deut. 6: 4, 5). Es importante notar que este pronunciamien­
to solemne (conocido como la shemá) comienza con un preámbulo que desta­
ca la dimensión corporativa, «oye Israel», en referencia al pueblo y que, sin
embargo, el mandamiento que le sigue está en singular, segunda persona, «tú»
(amarás al Señor). Todo Israel debía oír a su Dios, pero era cada israelita quien
debía amarlo. Y debía hacerlo con todo el corazón. Esa es la religión que Dios
aprecia.
Nótese cómo se realza el aspecto personal en los siguientes pasajes inspira­
dos por el Dios de Jeremías y enviados a través de su siervo. Hemos destacado
las palabras principales que hacen hincapié en lo individual, personal:
• Jeremías 17: 7: «¡Bendito el hombre que confía en Jehová, cuya confianza
está puesta en Jehová!»
152 • El Dios de Jeremías
• Jeremías 17: 10: «¡Yo, Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el cora­
zón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras!».
• Jeremías 9: 23, 24: «Así ha dicho Jehová: No se alabe el sabio en su sabidu­
ría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas.
Mas alábese en esto el que haya de alabarse: en entenderme y conocerme,
que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra, porque
estas cosas me agradan, dice Jehová».
Los servicios de culto eran populares en Israel. El problema no era el descui­
do de la religión sino su naturaleza.1No era una religión del corazón. El Dios
de Jeremías, que escudriña la mente y el corazón (Jer. 11: 20), espera que cada
uno de sus hijos le busque, y que lo haga de corazón porque su trato para con
ellos sale del corazón (3: 15). Él nos promete que al hacerlo, lo hallaremos:
«Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón»
(29: 13).
Los ídolos: Falsos sustitutos de Dios
Uno de los grandes pecados con el cual el pueblo de Jeremías tuvo que lu­
char constantemente, y tal vez el mayor si es que el pecado puede ser categori-
zado, fue la idolatría: el apartarse del Dios viviente para servir a dioses falsos.
Esos dioses, que la Biblia llama ídolos, no son más que sustitutos falsos del
Dios verdadero. Su veneración, la idolatría, es caracterizada en libro de Jere­
mías de la siguiente manera (véase Jer. 10: 1-15):
1. Es una práctica de los pueblos cuyas costumbres son vanidad.
2. Es atractiva por cuanto sus dioses (ídolos) son obra maestra de peritos artí­
fices.
3. Es engañosa por cuanto los ídolos no pueden hacer mal ni tienen poder
para hacer el bien.
4. Aparta del Dios verdadero, aquel a quien nadie es semejante y quien sí tiene
el poder.
5. Practicarla es infatuarse, entontecerse, es carecer de sabiduría y de entendi­
miento.
6. Está destinada al fracaso rotundo pues los dioses que no hicieron los cielos
ni la tierra desaparecerán de la tierra y de debajo de los cielos.
13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 153
7. Ofrece un sustituto totalmente insatisfactorio de la esperanza de ayuda y
salvación que solamente el Dios de Jeremías puede otorgar.
En cambio, la adoración del Dios del cielo nos pone en contacto directo con
el Dios vivo, fuente de vida y, como tal, Creador nuestro y Sustentador de todo
cuanto existe. No hay nadie semejante; grande es él y grande en poder es su
nombre (Jer. 10: 6). De allí que Jeremías preguntara: «¿Quién no te temerá, Rey
de las naciones? A ti es debido el temor, porque entre todos los sabios de las
naciones y en todos sus reinos, no hay nadie semejante a ti» (vers. 7).
Laveneración de ídolos es falsedad. Practicarla es insensatez (véase Jer. 10: 14)
por cuanto «Jehová es el Dios verdadero: él es el Dios vivo y el Rey eterno; ante
su ira tiembla la tierra, y las naciones no pueden sufrir su indignación [...]. Él
hizo con su poder la tierra, con su saber puso en orden el mundo y con su sa­
biduría extendió los cielos» (vers. 10, 12). ¿Qué acerca de nosotros? ¿Habrá al­
guna persona (incluyendo nuestro yo), artefacto electrónico o alguna otra cosa,
sea fama, dinero o posesión, afición o pensamiento, etcétera, que se haya con­
vertido en ídolo en nuestra vida?
El remanente de Dios
En medio de la apostasía generalizada que les hacía rechazar los mensajes
que el Dios de Jeremías les enviaba, unos pocos fieles anhelaban la salvación que
solo ese Dios, Señor de Israel, podía proveer. Cuando los ejércitos caldeos sitia­
ron Jemsalén por tercera vez, la esperanza huyó de los corazones y la desespe­
ración llegó para ocupar su lugar. Pero aunque Jeremías había sido echado en
prisión por proclamarles los mensajes de advertencia que a través de él les ha­
bía enviado, su Dios no abandonó a la desesperanza al pequeño remanente
que se mantuvo fiel.
El Dios de Jeremías siempre ha tenido un remanente fiel, independiente­
mente de cuán pequeño haya sido (Jer. 23: 3) y esto es evidente en los escritos
de otros profetas. Por ejemplo, Isaías se refiere a ese remanente como «los que
hayan quedado de Israel y los que hayan quedado de la casa de Jacob» (Isa. 10:
20), «el resto de su pueblo» (11: 16) y, directamente como «un remanente» que
«volverá», codificado en el nombre de su hijo Sear-Jasub (7: 3). Miqueas lo
llama «el resto de Israel» y «el remanente de Jacob» (Miq. 2: 12; 5: 7). Sofonías
lo describe como «el resto de la casa de Judá» (Sof. 2: 7), y Zacarías habla de «el
154 • El Dios de Jeremías
resto de este pueblo» que habitaría en Jerusalén (Zac. 2: 6). En todos los casos,
«remanente» llegó a significar el núcleo espiritual de la nación que sobreviviría
los juicios de Dios y llegaría a ser el germen del nuevo pueblo del Altísimo.2
El Renuevo. Algunos emditos del Antiguo Testamento han visto Jeremías 23:
5, 6 como una profecía Mesiánica: «Vienen días, dice Jehová, en que levantaré
a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso y actuará con­
forme al derecho y la justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel
habitará confiado; y este será su nombre con el cual lo llamarán: "Jehová, jus­
ticia nuestra"». Profecía que sería cumplida a través del verdadero linaje de
David, el «renuevo justo», Cristo Jesús. La predicción se cumplió tan solo par­
cialmente en la primera venida de Jesús (Mat. 1: 1; 21: 7-9; Juan 12: 12, 13), y
se cumplirá final y plenamente mediante su segunda venida, en el estableci­
miento de su reino eterno (Dan. 7: 13, 14).
Vislumbres adicionales del Dios de Jeremías
El carácter del renuevo justo, que en su encamación habría de visitar a los
descendientes de Israel, fue una de las manifestaciones mediante las cuales el
Dios de Jeremías se reveló a sus hijos rebeldes en los días del profeta. En con­
traste con las injusticias habituales de sus reyes, él se les manifestó como Rey
dispuesto a traerles paz y alegría; como un Rey que actuaba conforme al dere­
cho y la jusücia en la tierra (Jer. 23: 5) y que constantemente los exhortaba di-
ciéndoles «¡convertios, hijos rebeldes, y yo os sanaré de vuestras rebeliones!»
(3:21).
Dios puede convertir en triunfo aun nuestras circunstancias más deses­
peranzadas, (Jer. 30:17). Y en el proceso, hará justicia contra nuestros adversarios
(vers. 16).
La perseverancia en el amor y la firmeza de propósito del Dios de Jeremías
se muestran claramente en que, a pesar de la dureza de cerviz del pueblo y de
sus descendientes quienes rechazarían al Mesías, él, en su invariable fidelidad,
haría que su buen propósito para con ellos se cumpliera: «He aquí vienen días,
dice Jehová, en que yo confirmaré la buena palabra que he hablado a la casa de
Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a Da­
vid un Renuevo justo, que actuará conforme al derecho y la justicia en la tierra.
En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura. Y se le llamará:
"Jehová, justicia nuestra"» (33: 14-16). Esta profecía Mesiánica verá su cumpli­
miento definitivo en el reino de Cristo, en la regeneración de todas las cosas.
13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 155
«El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Ja­
cob para siempre y su Reino no tendrá fin» (Luc. 1: 32, 33).
La seguridad del cumplimiento de esta y otras promesas, revelan el carácter
firme y confiable del Dios de Jeremías. Su pacto es permanente. «Así ha dicho
Jehová: Si pudiera invalidarse mi pacto con el día y mi pacto con la noche, de
tal manera que no hubiera día ni noche a su debido tiempo, podría también
invalidarse mi pacto con mi siervo David, para que deje de tener un hijo que
reine sobre su trono, y mi pacto con los levitas y sacerdotes, mis ministros» (Jer.
33: 20, 21). Los reyes del pueblo, también descendientes de David como él,
fueron infieles, pero no así el Renuevo. La promesa de la permanencia del sa­
cerdocio levítico también se cumpliría finalmente en el inmutable sumo sacer­
docio de Cristo (Heb. 7: 11-25).
Todas estas características del Dios de Jeremías corroboran que «Jehová es el
Dios verdadero: él es el Dios vivo y el Rey eterno; ante su ira tiembla la tierra, y
las naciones no pueden sufrir su indignación» (Jer. 10: 10). Ese Dios sigue sien­
do el mismo hoy. Si bien su siervo Jeremías murió, el Dios de Jeremías no ha
muerto, «porque Israel y Judá no han enviudado de su Dios, Jehová de los
ejércitos, aunque su tierra fue llena de pecado contra el Santo de Israel» (51:5).
Tú y yo, estimado lector, podemos depositar toda nuestra confianza en él. Di­
rijamos nuestra mirada al rielo y digámosle: «Aquí estamos, venimos a ti, por­
que tú, Jehová [Dios de Jeremías], eres nuestro Dios» (3: 22).
Referencias
1. AUB, p. 956.
2. NIVCDB, «Remnant».

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Libro complementario | Capítulo 13 | Lecciones finales del Dios de Jeremías | Escuela Sabática

  • 1. 13 Lecciones finales del Dios de Jeremías E l Dios de Jeremías es un Dios de amor. Lo hemos apreciado en todo su trato con Israel, su pueblo, y en todos sus mensajes a través de Jere­ mías, su siervo. Su amor se hace especialmente evidente en la revela­ ción codificada de su carácter, su santa Ley. El mandamiento que se destaca como su sello en la misma —el cuarto— no lo dio por una motivación egoísta, centrada en sí mismo; lo dio por amor a sus criaturas y por su miseri­ cordia compasiva para los menos favorecidos de la sociedad, los siervos, los extranjeros, e incluyó aun a los animales! «Seis días trabajarás, pero el séptimo día reposarás, para que descansen tu buey y tu asno, y tomen refrigerio el hijo de tu sierva y el extranjero» (Exo. 23: 12). Por lo tanto, no le agradan nuestras costosas ofrendas y sacrificios si van des­ provistos del amor reflejado en la obediencia. No las acepta cuando no estamos dispuestos a darle nuestro corazón (Deut. 6: 5) y a humillamos a sus pies como lo hizo María (Mat. 26: 6-13). El Dios de Jeremías pregunta a quienes preten­ den adorarlo siguiendo el mero formalismo de la religión: «¿Para qué me traéis este incienso de Sabá y la buena caña olorosa de tierra lejana?» y agrega, «Vues­ tros holocaustos no son aceptables ni vuestros sacrificios me agradan» (Jer. 6: 20). Espera que lo adoremos y sirvamos con todo nuestro corazón, no pretendien­ do satisfacerlo con un culto meramente rutinario, no vivo, engañándonos a nosotros mismos con la tranquilidad de haber cumplido. Espera que nuestra profesión de fe y ejercicios espirituales en el templo sean coherentes con las acciones de nuestra vida diaria cuando fuera de él nos encontramos. Espera que no descansemos en la falsa seguridad de que nuestra salvación está asegu­ rada porque adoramos en el lugar correcto o en la verdadera iglesia (Jer. 7: 1-10).
  • 2. 146 • El Dios de Jeremías El Dios de Jeremías espera que vivamos vidas confiadas, tranquilas, que testifiquen de la paz que resulta de nuestra confianza en él, sin dejamos atemo­ rizar por «las señales del cielo», como los gentiles que viven en temor y ansie­ dad porque no lo reconocen como su Dios. Nos asegura que todo aquel que sintiéndose acosado por el temor ponga su confianza en él, será librado: «en aquel día yo te libraré, dice Jehová, y no serás entregado en manos de aquellos a quienes tú temes. Ciertamente te libraré y no caerás a espada, sino que tu vida te será por botín, porque tuviste confianza en mí, dice Jehová» (Jer. 39:17,18). El es el Dios libertador, capaz de protegemos del peligro y del cumplimien­ to de las amenazas de nuestros enemigos. «No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte», nos asegura (Jer. 1:8). El Dios de Jeremías está siempre a nuestro lado. Cuando nos dedicamos a él, no necesitamos temerle a ningún poder, ni aun al rey más poderoso de la tierra (véase 42: 11). Es, entonces, nuestro privilegio poner nuestra confianza en él y no en la obra de nuestras manos; apoyamos en él y no en el brazo humano el cual es débil y obra movido por motivos egoístas que nosotros no conocemos puesto que anidan en el corazón. Por eso el Dios de Jeremías nos recuerda que «Enga­ ñoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jer. 17: 9). Pregunta a la que él mismo responde: «¡Yo, Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras!» (vers. 10). En consecuencia, el Dios de Jeremías espera que desechemos todo aquello, ya sea objeto, persona, idea, hábito o práctica que haya venido a ocupar en nuestras vidas el lugar que solo a él le pertenece convirtiéndose entonces en un ídolo. Anhela que reconozcamos que nadie es semejante a él como Creador y Sustentador de todo cuanto existe y que lo hagamos el único Señor de nuestras vidas (Jer. 10: 1-15). El Dios de Jeremías es el Buen Pastor de su pueblo y vela por todas sus ne­ cesidades. «El que dispersó a Israel, lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño» (Jer. 31: 10). Por eso espera que los líderes espirituales de su pueblo apacentemos su rebaño y de ningún modo lo destruyamos y dispersemos y, que al cuidar de él, seamos diligentes pues nos emplazará y tendrá por respon­ sables si descuidamos a las ovejas de su prado. Nos llama a tener misericordia de nuestra grey cuando sus miembros yerren, y a que usemos todos los recursos espirituales que él ha puesto a nuestro alcance para hacerlos volver del error de
  • 3. 13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 147 sus caminos. Él nos invita a hablar y actuar siguiendo siempre el amor y la justicia en nuestro trato con todos aquellos a quienes ha encomendado a nues­ tro cuidado (Jer. 23: 1-8). El Dios de Jeremías es fiel. Espera que reflejemos su carácter y también sea­ mos fieles en nuestra relación con él y en el trato con nuestros semejantes. Conoce nuestra vida y la historia de nuestro andar con él y se duele cuando, al mirar atrás, se da cuenta de que hemos perdido la fidelidad con la que celosa­ mente le servimos en los días de nuestro primer amor. Por eso mandó a Jere­ mías para que a voz en cuello se lo dijera a su pueblo: «Anda y proclama a los oídos de Jerusalén, diciendo que así dice Jehová: "Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos"» (Jer. 2: 2, 3). Israel, su pueblo de la antigüedad, perdió su primer amor y con él, perdió su fidelidad. «Ixs dirás, por tanto: "Esta es la nación que no escuchó la voz de Jehová, su Dios, ni admitió corrección; pereció la fidelidad, de la boca de ellos fue arrancada"» (7: 28). Nosotros, pueblo suyo en la modernidad, hemos de aprender la lección del pueblo antiguo, evitar creemos mejores que ellos, y re­ cordar que «por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias; nuevas son cada mañana» pues grande es su fidelidad (Lam. 3: 22, 23). En respuesta, hemos de volver a nuestro primer amor, procurando un reavivamiento de nuestra piedad primera y haciendo las reformas correspondientes en nuestra vida. Como creador de todo, el Dios de Jeremías es Señor; es el Gobernante su­ premo. Es el Rey de reyes y el Señor de los señores que señorea en el trono de las naciones y a quien él quiere lo da. «Porque así ha dicho Jehová de los ejér­ citos, Dios de Israel: "Yugo de hierro puse sobre el cuello de todas estas nacio­ nes, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y han de servirle; y aun también le he dado las bestias del campo"» (Jer. 28: 14). Y no solo lo fue en los días de Jeremías, también quiere ser Señor de nuestras vidas hoy. Para poder llegar a serlo, espera hasta que le cedamos el trono de nuestro corazón pues sabe que como resultado, le rendiremos la completa obediencia que él demanda (Jer. 1: 7). Como Rey y Soberano del universo, el Dios de Jeremías tiene el poder para damos una misión mundial, como también lo hizo al encamarse (Mat. 28: 18-20). No solo delega responsabilidad sino también la autoridad con la cual nos in­ viste para hablar en su nombre ante los dignatarios de naciones y reinos. Lo
  • 4. 148 • El Dios de Jeremías hizo con Jeremías a quien le dijo: «He puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y destruir, para arruinar y derribar, para edificar y plantar» (Jer. 1: 10). Lo ha hecho tam­ bién con nosotros, y el mensaje que nos ha dado es de igual importancia; de hecho, es de tanta trascendencia que, como está implicado en el versículo cita­ do, reinos y naciones permanecen, o finalmente caerán, según sea su respuesta a los mensajes que el Dios de Jeremías les envía. Por eso quiere que seamos luz para las naciones e instrumentos de su salvación hasta lo último de la tierra (Isa. 49: 6). Con el Dios de Jeremías a nuestro lado somos invencibles. En las luchas de la vida y especialmente al trabajar en su obra, él hace que seamos como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce contra los ataques de los poderosos de la tierra. Su promesa acerca de nuestros enemigos es, «Pe­ learán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte» (Jer. 1: 18, 19). Este pasaje también revela, como tantos otros, que el Dios de Jeremías conoce el futuro y sabe lo que nos vendrá, que nada le toma por sorpresa y que ha hecho provisión suficiente para que podamos enfrentar exitosamente el porvenir. Con un Dios así, no tenemos por qué temerle al mañana y lo que pueda traer. Él tiene buenos planes para nuestro futuro y el de nuestros hijos. «Espe­ ranza hay también para tu porvenir, dice Jehová» (Jer. 31: 17). Para cumplir sus planes espera nuestra respuesta y cooperación, teniéndolo siempre como nues­ tro Padre, sin apartamos de sus caminos (Jer. 3: 19). Solo nuestra persistencia en la iniquidad puede impedir el cumplimiento de sus buenos planes para nosotros (vers. 25). El Dios de Jeremías espera que recibamos no solo sus mensajes de esperan­ za sino también los de reprensión aun cuando vayan en contra de lo que que­ remos escuchar. Sus amonestaciones son motivadas por su amor. Y porque nos ama es un Dios siempre accesible a todo aquél que acude a él. «Clama a mí y yo te responderé —nos invita—, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces» (Jer. 33: 3). El Señor de Jeremías Es una fuente inagotable: El Señor de Jeremías es la única fuente inagotable de agua viva (Jer. 2:13). Esto significa que hallaremos insatisfactoria cualquier otra fuente a la cual acudamos. En su manifestación encamada, en el Nuevo Testa­
  • 5. 13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 149 mentó, él nos dice a ti y a mí, «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le pedirías, y él te daría agua viva» (Juan 4: 10). Cuando bebemos del agua de vida que él nos ofrece, su Espíritu en nosotros hará que de nuestro interior broten «ríos de agua viva» para refrigerar a otros (7: 38, 39), convirtiéndonos así en instrumentos en sus manos para bendición de los demás. Es digno de ser temido. El Señor de Jeremías es Dios digno de nuestro temor y reverencia. No es el temor del miedo sino el del supremo reconocimiento y respeto que produce obediencia. Él es el Dios cuyo estatuto obedece el impo­ nente mar y respetan sus impetuosas olas. Él nos pregunta: «¿Amí no me teme­ réis?, dice Jehová. ¿No os amedrentaréis ante mí, que puse la arena por límite al mar, por estatuto eterno que no quebrantará? Se levantarán tempestades, mas no prevalecerán. Bramarán sus olas, mas no lo traspasarán» (Jer. 5: 22) sin que lo permita su voluntad. No justificará al malvado. El Señor de Jeremías es «Dios fiel, que guarda el pac­ to y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta por mil generaciones» (Deut. 7: 9), pero que de ningún modo justifica al malvado porque es Dios amante de la equidad y la justicia (Éxo. 34: 6, 7). Le dijo a Jere­ mías su siervo: «Así ha dicho Jehová acerca de los hombres de Anatot que buscan tu vida, diciendo: "No profetices en nombre de Jehová, para que no mueras a nuestras manos". Así, pues, ha dicho Jehová de los ejércitos: "Yo los castigaré: los jóvenes morirán a espada, sus hijos y sus hijas morirán de hambre. No quedará ni un resto de ellos, pues yo traeré el mal sobre los hombres de Anatot, en el año de su castigo"» (Jer. 11: 22). Él es el Juez justo de toda la tierra (Gén. 18: 25). Ama con amor eterno. El Señor de Jeremías nos dice: «Con amor eterno te he amado; por eso, te prolongué mi misericordia» (Jer. 31: 3).Su amor es eterno, permanente, constante. Por lo tanto su misericordia, un derivado de su amor, no se agota y nos cubrirá a término indefinido a menos que nosotros, con re­ beldía, la rechacemos definitivamente (véase 3: 6, 7). Es Dios del cansado y del triste. El Señor de Jeremías ve nuesuas cargas y pe­ sares. «Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningu­ nas» (Isa. 40: 29). Es el consuelo de toda alma entristecida. Podemos descansar en su promesa: «Porque satisfaré al alma cansada y saciaré a toda alma entris­ tecida» (Jer. 31: 25). Independientemente de cuál sea nuestra carga podemos aceptar su invitación neotestamentaria, «Venid a mí todos los que estáis traba­ jados y cargados, y yo os haré descansar» (Mat. 11:28).
  • 6. 150 • E l Dios de Jeremías Rituales y pecado: El engaño del pueblo de Dios En los días de la peregrinación de Israel en el desierto, Jehová el Señor, Dios de Jeremías, había establecido el sistema cúltico de la nación judía. En su deseo de inculcar en ellos la gravedad del pecado y su disposición para perdonar, les había dado instrucciones sobre los sacrificios, ritos y ceremonias que ilustraban el plan para su salvación. Por siglos estos se habían llevado a cabo primero en el santuario y luego en el magnífico templo de Salomón. Con el transcurso del tiempo, el pueblo, habiéndose tornado infiel al pacto con su Dios, falló una y otra vez en seguir los lineamientos trazados por él para que su adoración le fuera aceptable. A pesar de ello, y a fin de asegurarse de contar con la protección y otras bendiciones del Dios del cielo, el pueblo se­ guía cumpliendo con los requisitos extemos de la religión sin vivir el espíritu de la misma. Así, el deterioro espiritual que se acentuó desde el reinado de Ma- nasés había alcanzado su punto más bajo en los días de Jeremías. Los miembros del pueblo se sentían seguros por ser descendientes de Abraham, así que no sentían necesidad de que su religión brotara del corazón. Como re­ sultado, su adoración se había vuelto formal, meramente ritualista. Por lo que el Dios de Jeremías protestó diciéndoles: «¿Para qué me traéis este incienso de Sabá y la buena caña olorosa de tierra lejana? Vuestros holocaustos no son aceptables ni vuestros sacrificios me agradan» (Jer. 6: 20).A1 tiempo que se pre­ sentaban en el templo con ofrendas costosas y devoción de labios, en su diario vivir seguían cometiendo pecados que, según Jeremías 10: 1-11, incluían los siguientes: • Pronunciaban y confiaban en palabras mentirosas. • Cometían injusticias en el trato, de negocio y de otros tipos, con sus seme­ jantes. • Oprimían al extranjero, al huérfano y a la viuda. • Hurtaban habitualmente. • Robaban a los adoradores que ofrendaban en el templo, convirtiéndolo en cueva de ladrones. • Cometían adulterio. • Incurrían en falsos juramentos. • Mataban, derramando sangre inocente.
  • 7. 13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 151 • Ofrendaban a Baal y se iban en pos de otros dioses extraños. • Por participar del culto y dar ofrendas se creían libres de sus culpas. Los israelitas habían llegado a creer que por ser el pueblo elegido sus ritos y ceremonias cubrían sus pecados y que, por lo tanto, podían seguir cometiéndo­ los. ¡Qué engaño! Y qué advertencia para nosotros que también somos descen­ dientes deAbraham (Gál. 3: 29). La religión que Dios aprecia: La del corazón Aunque hay una dimensión corporativa del pueblo de Dios, evidente tanto en los días de Jeremías como en los nuestros como iglesia, la religión de la Bi­ blia y la salvación son, en esencia, asuntos personales. La dimensión corpora­ tiva no reemplaza la individual. «De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Rom. 14: 12). La adoración en familia no debe reemplazar la devoción personal con Dios. Esto implica que el padre, o la madre cabeza de familia, han de velar no solamente por el culto familiar sino también motivar a cada miembro de su casa a darle el primer lugar a Dios en sus vidas, cada mañana, instando así a sus hijos (individualmente) y a su casa (corporativa­ mente) a «que guarden el camino de Jehová» (Gén. 18: 19). Notemos las palabras que el Dios de Jeremías dirigió a su pueblo cuando iniciaba su peregrinaje en el desierto: «Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es. Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Deut. 6: 4, 5). Es importante notar que este pronunciamien­ to solemne (conocido como la shemá) comienza con un preámbulo que desta­ ca la dimensión corporativa, «oye Israel», en referencia al pueblo y que, sin embargo, el mandamiento que le sigue está en singular, segunda persona, «tú» (amarás al Señor). Todo Israel debía oír a su Dios, pero era cada israelita quien debía amarlo. Y debía hacerlo con todo el corazón. Esa es la religión que Dios aprecia. Nótese cómo se realza el aspecto personal en los siguientes pasajes inspira­ dos por el Dios de Jeremías y enviados a través de su siervo. Hemos destacado las palabras principales que hacen hincapié en lo individual, personal: • Jeremías 17: 7: «¡Bendito el hombre que confía en Jehová, cuya confianza está puesta en Jehová!»
  • 8. 152 • El Dios de Jeremías • Jeremías 17: 10: «¡Yo, Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el cora­ zón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras!». • Jeremías 9: 23, 24: «Así ha dicho Jehová: No se alabe el sabio en su sabidu­ ría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que haya de alabarse: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra, porque estas cosas me agradan, dice Jehová». Los servicios de culto eran populares en Israel. El problema no era el descui­ do de la religión sino su naturaleza.1No era una religión del corazón. El Dios de Jeremías, que escudriña la mente y el corazón (Jer. 11: 20), espera que cada uno de sus hijos le busque, y que lo haga de corazón porque su trato para con ellos sale del corazón (3: 15). Él nos promete que al hacerlo, lo hallaremos: «Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón» (29: 13). Los ídolos: Falsos sustitutos de Dios Uno de los grandes pecados con el cual el pueblo de Jeremías tuvo que lu­ char constantemente, y tal vez el mayor si es que el pecado puede ser categori- zado, fue la idolatría: el apartarse del Dios viviente para servir a dioses falsos. Esos dioses, que la Biblia llama ídolos, no son más que sustitutos falsos del Dios verdadero. Su veneración, la idolatría, es caracterizada en libro de Jere­ mías de la siguiente manera (véase Jer. 10: 1-15): 1. Es una práctica de los pueblos cuyas costumbres son vanidad. 2. Es atractiva por cuanto sus dioses (ídolos) son obra maestra de peritos artí­ fices. 3. Es engañosa por cuanto los ídolos no pueden hacer mal ni tienen poder para hacer el bien. 4. Aparta del Dios verdadero, aquel a quien nadie es semejante y quien sí tiene el poder. 5. Practicarla es infatuarse, entontecerse, es carecer de sabiduría y de entendi­ miento. 6. Está destinada al fracaso rotundo pues los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra desaparecerán de la tierra y de debajo de los cielos.
  • 9. 13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 153 7. Ofrece un sustituto totalmente insatisfactorio de la esperanza de ayuda y salvación que solamente el Dios de Jeremías puede otorgar. En cambio, la adoración del Dios del cielo nos pone en contacto directo con el Dios vivo, fuente de vida y, como tal, Creador nuestro y Sustentador de todo cuanto existe. No hay nadie semejante; grande es él y grande en poder es su nombre (Jer. 10: 6). De allí que Jeremías preguntara: «¿Quién no te temerá, Rey de las naciones? A ti es debido el temor, porque entre todos los sabios de las naciones y en todos sus reinos, no hay nadie semejante a ti» (vers. 7). Laveneración de ídolos es falsedad. Practicarla es insensatez (véase Jer. 10: 14) por cuanto «Jehová es el Dios verdadero: él es el Dios vivo y el Rey eterno; ante su ira tiembla la tierra, y las naciones no pueden sufrir su indignación [...]. Él hizo con su poder la tierra, con su saber puso en orden el mundo y con su sa­ biduría extendió los cielos» (vers. 10, 12). ¿Qué acerca de nosotros? ¿Habrá al­ guna persona (incluyendo nuestro yo), artefacto electrónico o alguna otra cosa, sea fama, dinero o posesión, afición o pensamiento, etcétera, que se haya con­ vertido en ídolo en nuestra vida? El remanente de Dios En medio de la apostasía generalizada que les hacía rechazar los mensajes que el Dios de Jeremías les enviaba, unos pocos fieles anhelaban la salvación que solo ese Dios, Señor de Israel, podía proveer. Cuando los ejércitos caldeos sitia­ ron Jemsalén por tercera vez, la esperanza huyó de los corazones y la desespe­ ración llegó para ocupar su lugar. Pero aunque Jeremías había sido echado en prisión por proclamarles los mensajes de advertencia que a través de él les ha­ bía enviado, su Dios no abandonó a la desesperanza al pequeño remanente que se mantuvo fiel. El Dios de Jeremías siempre ha tenido un remanente fiel, independiente­ mente de cuán pequeño haya sido (Jer. 23: 3) y esto es evidente en los escritos de otros profetas. Por ejemplo, Isaías se refiere a ese remanente como «los que hayan quedado de Israel y los que hayan quedado de la casa de Jacob» (Isa. 10: 20), «el resto de su pueblo» (11: 16) y, directamente como «un remanente» que «volverá», codificado en el nombre de su hijo Sear-Jasub (7: 3). Miqueas lo llama «el resto de Israel» y «el remanente de Jacob» (Miq. 2: 12; 5: 7). Sofonías lo describe como «el resto de la casa de Judá» (Sof. 2: 7), y Zacarías habla de «el
  • 10. 154 • El Dios de Jeremías resto de este pueblo» que habitaría en Jerusalén (Zac. 2: 6). En todos los casos, «remanente» llegó a significar el núcleo espiritual de la nación que sobreviviría los juicios de Dios y llegaría a ser el germen del nuevo pueblo del Altísimo.2 El Renuevo. Algunos emditos del Antiguo Testamento han visto Jeremías 23: 5, 6 como una profecía Mesiánica: «Vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso y actuará con­ forme al derecho y la justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual lo llamarán: "Jehová, jus­ ticia nuestra"». Profecía que sería cumplida a través del verdadero linaje de David, el «renuevo justo», Cristo Jesús. La predicción se cumplió tan solo par­ cialmente en la primera venida de Jesús (Mat. 1: 1; 21: 7-9; Juan 12: 12, 13), y se cumplirá final y plenamente mediante su segunda venida, en el estableci­ miento de su reino eterno (Dan. 7: 13, 14). Vislumbres adicionales del Dios de Jeremías El carácter del renuevo justo, que en su encamación habría de visitar a los descendientes de Israel, fue una de las manifestaciones mediante las cuales el Dios de Jeremías se reveló a sus hijos rebeldes en los días del profeta. En con­ traste con las injusticias habituales de sus reyes, él se les manifestó como Rey dispuesto a traerles paz y alegría; como un Rey que actuaba conforme al dere­ cho y la jusücia en la tierra (Jer. 23: 5) y que constantemente los exhortaba di- ciéndoles «¡convertios, hijos rebeldes, y yo os sanaré de vuestras rebeliones!» (3:21). Dios puede convertir en triunfo aun nuestras circunstancias más deses­ peranzadas, (Jer. 30:17). Y en el proceso, hará justicia contra nuestros adversarios (vers. 16). La perseverancia en el amor y la firmeza de propósito del Dios de Jeremías se muestran claramente en que, a pesar de la dureza de cerviz del pueblo y de sus descendientes quienes rechazarían al Mesías, él, en su invariable fidelidad, haría que su buen propósito para con ellos se cumpliera: «He aquí vienen días, dice Jehová, en que yo confirmaré la buena palabra que he hablado a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a Da­ vid un Renuevo justo, que actuará conforme al derecho y la justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura. Y se le llamará: "Jehová, justicia nuestra"» (33: 14-16). Esta profecía Mesiánica verá su cumpli­ miento definitivo en el reino de Cristo, en la regeneración de todas las cosas.
  • 11. 13. Lecciones finales del Dios de Jeremías • 155 «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Ja­ cob para siempre y su Reino no tendrá fin» (Luc. 1: 32, 33). La seguridad del cumplimiento de esta y otras promesas, revelan el carácter firme y confiable del Dios de Jeremías. Su pacto es permanente. «Así ha dicho Jehová: Si pudiera invalidarse mi pacto con el día y mi pacto con la noche, de tal manera que no hubiera día ni noche a su debido tiempo, podría también invalidarse mi pacto con mi siervo David, para que deje de tener un hijo que reine sobre su trono, y mi pacto con los levitas y sacerdotes, mis ministros» (Jer. 33: 20, 21). Los reyes del pueblo, también descendientes de David como él, fueron infieles, pero no así el Renuevo. La promesa de la permanencia del sa­ cerdocio levítico también se cumpliría finalmente en el inmutable sumo sacer­ docio de Cristo (Heb. 7: 11-25). Todas estas características del Dios de Jeremías corroboran que «Jehová es el Dios verdadero: él es el Dios vivo y el Rey eterno; ante su ira tiembla la tierra, y las naciones no pueden sufrir su indignación» (Jer. 10: 10). Ese Dios sigue sien­ do el mismo hoy. Si bien su siervo Jeremías murió, el Dios de Jeremías no ha muerto, «porque Israel y Judá no han enviudado de su Dios, Jehová de los ejércitos, aunque su tierra fue llena de pecado contra el Santo de Israel» (51:5). Tú y yo, estimado lector, podemos depositar toda nuestra confianza en él. Di­ rijamos nuestra mirada al rielo y digámosle: «Aquí estamos, venimos a ti, por­ que tú, Jehová [Dios de Jeremías], eres nuestro Dios» (3: 22). Referencias 1. AUB, p. 956. 2. NIVCDB, «Remnant».