2. Inicio
• Cuando Gregorio Samsa despertó aquella mañana,
luego de un sueño agitado, se encontró en su cama
convertido en un insecto monstruoso. Estaba echado
sobre el quitinoso caparazón de su espalda, y al
levantar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su
vientre oscuro, surcado por curvadas durezas, cuya
prominencia apenas si podía aguantar la colcha,
visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo.
Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en
comparación con el grosor ordinario de sus piernas,
ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin
consistencia.
3. Nudo
• Aquella herida tan grave, de la cual tardó más de
un mes en curar -nadie se atrevió a quitarle la
manzana, que así quedó empotrada en su carne,
como visible testimonio de lo ocurrido-, pareció
recordar, incluso al padre, que Gregorio, pese a lo
triste y repulsivo de su forma actual, era un
miembro de la familia, a quien no se debía tratar
como a un enemigo, sino, por el contrario, con
todos los respetos, y que era un elemental deber
de familia sobreponerse a la repugnancia y
resignarse. Resignarse y nada más.
4. Desenlace
• Y cuando, al llegar al fin del viaje, la hija se
levantó y estiró sus formas juveniles, pareció
como si confirmase con ello los nuevos
proyectos y las sanas intenciones de sus
padres.