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CURSO DE VIRTUDES MORALES
MORAL SEXUAL
CURSO 2008
NOTAS INTRODUCTORIAS I
Pbro. Gustavo Irrazabal
1 APROXIMACIÓN AL MISTERIO DE LA SEXUALIDAD HUMANA.......................................................1
1.1 EL TEMOR A LA SEXUALIDAD.........................................................................................................................1
1.2 LA ATRACCIÓN POR LA SEXUALIDAD.............................................................................................................1
1.3 LA IGLESIA ANTE LA SEXUALIDAD.................................................................................................................2
2 EL DATO BIOLÓGICO.....................................................................................................................................3
2.1 SIGNIFICADO Y LÍMITES DEL DATO BIOLÓGICO..............................................................................................4
2.2 EL SEXO BIOLÓGICO HUMANO........................................................................................................................4
3 APORTES DE LA PSICOLOGÍA ....................................................................................................................5
3.1 ETAPAS DE LA EVOLUCIÓN PSICO-SEXUAL.....................................................................................................5
3.2 FUNCIONES DE LA SEXUALIDAD.....................................................................................................................7
3.3 LA SEXUALIDAD COMO COMPORTAMIENTO SIMBÓLICO.................................................................................8
3.4 LOS PROBLEMAS SEXUALES. CONDUCTAS COMPULSIVAS..............................................................................8
4 OTRAS APROXIMACIONES DESDE LAS CIENCIAS..............................................................................10
4.1 ANTROPOLOGÍA CULTURAL..........................................................................................................................10
4.2 EL ANÁLISIS SOCIO-CULTURAL.....................................................................................................................10
5 LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA......................................................................................................................12
5.1 LA RELACIÓN SEXUALIDAD – PERSONA........................................................................................................12
5.2 EL SIGNIFICADO INTER-PERSONAL................................................................................................................12
5.3 EL PLACER SEXUAL......................................................................................................................................13
5.4 EL PUDOR.....................................................................................................................................................14
5.5 LA DIMENSIÓN SOCIO-POLÍTICA...................................................................................................................15
5.6 APERTURA A LA TRASCENDENCIA................................................................................................................15
6 LA SEXUALIDAD EN LA BIBLIA.................................................................................................................16
6.1 UNA RADICAL SECULARIZACIÓN..................................................................................................................16
6.2 UNA NUEVA COMPRENSIÓN RELIGIOSA........................................................................................................18
7 LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA......................................................................................................................19
8 EL CAMINO DE LA NORMATIVA MORAL..............................................................................................21
8.1 LA ÉTICA SEXUAL EN LA BIBLIA..................................................................................................................21
8.2 EL DESARROLLO DE LA TRADICIÓN ECLESIAL..............................................................................................22
9 TEOLOGÍA MORAL Y SEXUALIDAD........................................................................................................23
9.1 CRITERIO DE VALORACIÓN MORAL DE LA CONDUCTA SEXUAL ...................................................................23
9.2 LOS PECADOS SEXUALES..............................................................................................................................25
MORAL SEXUAL
Notas introductorias
Partimos de una concepción de la moral como un proyecto de vida, es decir, como el desafío
de integrar las diferentes tendencias de nuestra naturaleza de modo de orientarlas hacia
nuestra realización plena en cuanto personas. Debemos preguntarnos, pues, qué función y
significado adquiere nuestra sexualidad en dicho proyecto.
1 Aproximación al misterio de la sexualidad humana
Comenzamos por una aproximación fenomenológica: cómo se nos manifiesta, o, lo que es
igual, cómo percibimos espontáneamente la sexualidad. A continuación, intentaremos una
primera definición conceptual.
La sexualidad es un fenómeno que entra en la categoría de misterio: produce en nosotros dos
reacciones opuestas, el temor y la fascinación1
.
1.1 El temor a la sexualidad
Desde siempre la sexualidad ha sido percibida como una realidad poderosa y, por eso mismo,
peligrosa. Ese temor se ha expresado, a nivel religioso, en la categoría de tabú: aquello que
inspira temor es rodeado de prohibiciones cuya trasgresión produce una «mancha» o
«impureza» y genera una sanción automática (pensemos en las prohibiciones vinculadas a la
sangre en el Levítico).
En el pensamiento antiguo, esta actitud negativa se expresó en el rigorismo (por ejemplo, en
los estoicos, los maniqueos, ciertas corrientes cristianas influidas por ellos). Frente al ideal de
la razón y del espíritu, la sexualidad representa el reclamo del cuerpo y de la materia, que
priva al hombre de su verdadera dignidad. Es clara la antropología dualista, en sentido
espiritualista, que funda esta visión.
1.2 La atracción por la sexualidad
En el ámbito religioso, la tendencia opuesta en relación a la sexualidad se manifiesta en el
mito: la sexualidad se atribuye a los dioses, como modo de reconciliarse con ella. El hombre,
en su actividad sexual, imita a los dioses, comulga con ellos, participa de su actividad
fecundante (pensemos en el culto cananeo de la fecundidad).
En el ámbito secular, esta actitud es prolongada a través del hedonismo contemporáneo. La
sexualidad es una realidad inofensiva, que no debe ser sometida a otra norma que no sea la de
1
Seguimos aquí a E. LÓPEZ AZPITARTE, Ética de la sexualidad y del matrimonio, 11-41; ID, Amor, sexualidad,
21-34.
su libre disfrute, so pena de provocar represión y neurosis (W. Reich). Subyace aquí también
de una antropología dualista, esta vez de tipo materialista.
No podemos dejar de pensar en el influjo que tiene la vida contemporánea en la visión
hedonista de la sexualidad. El hombre que durante todo el día vive oprimido por los
mecanismos de la sociedad (que le impone lo que ha de hacer, lo que ha de pensar, lo que
ha de consumir, etc.), busca en la actividad sexual un desahogo y una liberación (cfr.
Marcusse, El hombre unidimensional2
)
1.3 La Iglesia ante la sexualidad
En ambos casos, nos hemos encontrado ante un dualismo antropológico, para el cual el sexo
es una realidad puramente biológica, temida por los espiritualistas o aceptada sin reservas por
los naturalistas. Frente a ellos ¿cuál ha sido la posición de la Iglesia?
Contra ambos dualismos, la Iglesia ha sostenido una antropología unitaria (pensemos en el
dogma de la resurrección de la carne). En el contexto de esta visión del hombre, la sexualidad
es buena por ser obra de Dios (contra el espiritualismo); pero es una fuerza ambigua a causa
de nuestra condición pecadora (contra el naturalismo).
Sin embargo, desde el punto de vista histórico, se ve con claridad la influencia del pesimismo
de la cultura griega en relación a este tema (por ejemplo, la preferencia de la virginidad como
«castidad perfecta» sobre el matrimonio, como «castidad imperfecta»; lo mismo puede
decirse del concepto de «uso del matrimonio»).
En el ámbito de la educación, ello se tradujo sea en un fomento involuntario del erotismo,
(exacerbado a través de los silencios, las cosas dichas a medias, es decir, la dialéctica
«visto – no visto»), sea en un espiritualismo exagerado que favorece la represión en vez
de la integración.
Esta ambigüedad histórica de la Iglesia en relación a la sexualidad humana nos hace
comprender la necesidad de realizar un esfuerzo permanente de profundización en sus
fundamentos antropológicos en orden a alcanzar una comprensión cada vez más adecuada de
un misterio que resiste toda pretensión de objetivación exhaustiva.
Primera parte: Antropología y sexualidad
La antropología sexual, en su tarea de individualizar las estructuras básicas de la sexualidad,
no puede prescindir del aporte de las ciencias humanas (biología, sociología, psicología
profunda, antropología cultural, etc.), cuyos aportes debe releer y repensar en una perspectiva
de conjunto, con el fin de lograr una aproximación fenomenológica comprensiva al misterio
de la sexualidad.
Según la Declaración Persona humana3
, n.1:
2
Un resumen de su visión puede leerse en E. LÓPEZ AZPITARTE, Ética de la sexualidad y del matrimonio, 141-
142.
3
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual, Persona
humana, en. de 1976 (en adelante, PH).
2
“La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está
de tal manera marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre
los factores que caracterizan la vida de los hombres. A la verdad, en el
sexo radican las notas características que constituyen a las personas,
como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual,
teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la
sociedad.”4
Frente a la visión más tradicional de la sexualidad, reducida a la dimensión genital, este
concepto, al tiempo que abarca las raíces biológicas (sexo cromosómico, gonádico,
morfológico), tiene presente cómo aquélla permea la totalidad de la persona (plano
psicológico y espiritual). Incluso trasciende al individuo para adquirir una dimensión social
(el tema de la diferencia de roles sociales, que si bien tiene connotaciones culturales e
históricas, no por ello es menos necesaria).
Debemos diferenciar, entonces, entre:
a) Sexualidad general: es todo el complejo de elementos y factores, desde los biológicos hasta
aquellos psicológicos y espirituales, que hacen de un individuo humano una persona sexuada,
es decir, de sexo masculino o femenino. Es la sexualidad en su conjunto, como dimensión de
la persona, uno de los constitutivos de la persona humana concreta.
b) Sexualidad genital: alude a la base biológica y reproductora del sexo, y al ejercicio de los
órganos correspondientes.
Esta pluridimensionalidad del fenómeno de la sexualidad hace necesaria una aproximación
interdisciplinar a sus diversas dimensiones, construcción que constituye una legítima e
ineliminable precomprensión de la palabra de Dios.
La perspectiva de esta exposición acerca de la sexualidad será de carácter hermenéutico, en el
sentido de que tomaremos como punto de partida la comprensión que el hombre tiene de sí
como ser sexuado, y desde ella interpelaremos la palabra de Dios y la tradición eclesial. De
esta “fusión de horizontes” surgirán las líneas de un proyecto capaz de interpretar
correctamente las exigencias de la sexualidad humana, y de fundar indicaciones operativas
para valorar éticamente las conductas en este ámbito5
.
2 El dato biológico
Veremos primero la trascendencia que tiene el dato biológico para la reflexión ética sobre la
sexualidad, y luego haremos una descripción del componente biológico de la misma.
4
En un modo similar, dice el CEC 2332: «La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la
unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de
procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con el otro».
5
Las reflexiones que siguen sobre antropología sexual están tomadas, en su mayor parte de G. PIANA,
Orientamenti di etica sessuale, en T. GOFFI – G. PIANA (ed.), Corso di morale, II. Etica della persona,
Queriniana, 282-377
3
2.1 Significado y límites del dato biológico
El nivel biológico, que es el fondo vital de la sexualidad humana, introduce en la comprensión
de la misma las dimensiones de la procreación y del placer. Es inevitable que los progresos en
la fisiología produzcan un profundo cambio en la conciencia de sí, y en la valoración ética de
los comportamientos sexuales.
1. Un dato relevante es el descubrimiento de la sobreabundancia de elementos fecundantes
respecto de los fecundados. Por cada óvulo producido por la mujer, el hombre emplea para la
fecundación decenas de millones de espermatozoides, de los cuales uno o dos fecundan el
óvulo, perdiéndose todos los demás. Este descubrimiento ha contribuido a desmitificar el
esperma, antiguamente “sacralizado” en cuanto portador de vida. La diferencia ética entre la
emisión de esperma con el fin de procreación y la que tiene lugar en un acto de masturbación
habrá que buscarla en el plano personal e inter-subjetivo.
2. Otro dato biológico, aun de mayor importancia, es el descubrimiento de los mecanismos
del deseo en el hombre y la mujer. Se sabe hoy que el deseo en el varón no es provocado por
la acumulación del esperma, sino que es fruto de un mecanismo más complejo, de carácter
psicológico. Por eso, el deseo sexual no puede ser equiparado con necesidades fisiológicas,
caracterizadas por la acumulación y la necesidad de expulsión (ej. defecación).
Como las glándulas salivales, las glándulas sexuales funcionan al mínimo mientras no
subentra una exitación psíquica, sensorial o imaginaria. En consecuencia, el deseo sexual
masculino y femenino no tienen una periodicidad fija, sino que se desarrolla en virtud de
factores no estrictamente fisiológicos. Lo mismo debe decirse en cuanto a la mujer. Entre los
animales, el deseo de la hembra está ligado directamente al fenómeno de la ovulación. En el
caso de la mujer, además de una proliferación ovárica desproporcionada en relación a las
posibilidades reales de gestación, el deseo sexual está dirigido por otros elementos. De ahí
que su deseo no se limite a los ciclos fértiles, e incluso pueda tener lugar durante la gestación.
3. Por lo tanto, la diferencia entre el comportamiento sexual de los animales y el del hombre
está ligado al hecho de que este último no esta restringido a los límites de una periodicidad
preestablecida. Existe en el hombre una impulsividad sexual excedente. Además, la
sexualidad humana goza de una plasticidad, que le confiere una apertura a una instancia de
regulación superior, racional. La sexualidad es un fenómeno psíquico: el sexo se continúa en
el eros, se reviste de lenguaje, se encarna en símbolos.
2.2 El sexo biológico humano
A este nivel se habla de sexo cromosómico (o genético), sexo gonádico (o genital) y sexo
hormonal6
.
1. Sexo cromosómico (determinación genética del sexo)
En todas las células del cuerpo hay un número determinado de cromosomas (portadores de
genes). Se trata de 23 pares de cromosomas. De ellos, 22 pares son cromosomas “somáticos”
(autosomas) y un par son cromosomas “sexuales” (heterocromosomas o gonosomas). La
fórmula cromosómica difiere según el sexo: varón, 44 A + XY; hembra, 44 A + XX.
2. Sexo gonádico (formación de órganos sexuales masculinos y femeninos, internos y
externos)
6
Cf. M. VIDAL, Moral de Actitudes, II.2º. Moral del amor y de la sexualidad, PS, Madrid 1991, 16s.
4
La fórmula cromosomática, entre otros factores, determina directamente el tipo de glándula
genital (ovario o testículo), pero no determina más que indirectamente los caracteres
secundarios, estando éstos determinados por la acción de sustancias químicas u hormonas que
elabora la glándula genital y que, pasando al medio humoral, influyen en todo el organismo.
3. Sexo hormonal (aparición de los caracteres secundarios)
A partir de la pubertad, las hormonas sexuales, producidas más abundantemente acentúan la
diferenciación sexual. El ovario produce estrona y progesterona; el testículo produce
testosterona. A partir de esta edad aparece formado y diferenciado el sexo con todos los
caracteres secundarios.
Como veremos más adelante, el sexo biológico puede no coincidir con la percepción de la
propia identidad sexual, debido a factores intrapsíquicos, o recibir sobredeterminaciones de
origen socio-cultural (problema del género).
3 Aportes de la psicología
Desarrollamos este punto recurriendo a la perspectiva del psicoanálisis. La incursión en el
psicoanálisis7
comporta ciertos peligros: en el mismo hay una tendencia al desconocimiento
de la base biológica de la sexualidad y al intimismo; pero, por otro lado, brinda aportes
valiosos para la comprensión de la función relacional de aquélla8
.
La sexualidad participa del carácter evolutivo de toda la persona humana, y se desarrolla
pasando por diversas etapas, desde formas inmaduras y parciales a una progresiva madurez.
Es mérito de Freud el haber puesto en evidencia estas diferentes fases del desarrollo sexual,
liberando la sexualidad de dos formas de reducción: la reducción genital y la reducción
temporal. El sexo aparece como una energía que alcanza la totalidad de la persona, y cuya
maduración consiste en su integración, a través de etapas históricas, al dinamismo general de
la persona, hasta adquirir su significado inter-personal y dialógico.
3.1 Etapas de la evolución psico-sexual
El estudio de las etapas de la evolución de la sexualidad nos ayuda a comprender que la
orientación hacia el otro sexo no es un efecto espontáneo de la naturaleza, o de la genética,
sino un delicado y complejo proceso. Ello traerá aparejadas consecuencias de peso para la
concepción de la sexualidad y su tratamiento a nivel moral.
Comencemos por indicar que la sexualidad infantil tiene las siguientes notas específicas9
:
7
El psicoanálisis es una disciplina fundada por S. Freud que pretende la investigación de las causas de ciertos
trastornos psicológicos y su tratamiento basándose en la hipótesis de que muchos problemas psicológicos están
alimentados por el residuo de impulsos y conflictos reprimidos en la niñez. Los psicoanalistas tratan de llevar
estos sentimientos reprimidos al plano del conocimiento consciente, donde el paciente, en teoría, podría
resolverlos, cf. “Psicoanálisis”, en J.M. FARRÉ MARTÍ (dir.), Diccionario de psicología, Océano, Barcelona
1999, 280.
8
Para ampliar este tema, se puede consultar: X. THÉVENOT, «Cristianismo y desarrollo sexual», Concilium 175
(1982), 228-240; ID., «Nuevas orientaciones en moral sexual», Concilium 193 (1984) 471-479.
9
Un tratamiento claro y resumido, M. VIDAL, Moral de actitudes, II.2, 35-36.
5
- es autoerótica o narcisista: independiente de la función reproductiva, y regida
únicamente por el principio del placer, no se vincula a un objeto exterior sino que se
satisface con el propio cuerpo;
- es enclítica: se asocia a otras funciones fisiológicas;
- evoluciona por etapas: se va desplazando por diferentes partes del cuerpo, por
diferentes «regiones eróticas». La energía de la líbido (energía sexual) se concentra en
la función fisiológica central de esa etapa.
a) Fase oral (hasta el 1º año): es una etapa pasiva, en la cual la necesidad psicológica
esencial es la recepción de cariño, siendo central, aun para la constitución biológica del niño,
la relación de ternura y seguridad con la madre. El nombre de esta etapa alude a que la
actividad central en ella es la succión del seno materno, que constituye el primer objeto
erótico, mientras que la boca se convierte en el primer órgano de placer.
b) Fase anal o esfintereana (1º a 3º año): Es una etapa activa, en que el niño empieza a
descubrir múltiples capacidades: movimiento y lenguaje. El desafío de esta etapa es responder
a los reclamos de control esfintereano por parte de los padres. El dominio de sí es vivido por
el niño como respuesta de amor o agresividad hacia la madre que lo insta a controlarse. La
deposición se convierte así en la actividad que polariza la líbido y la zona erógena
correspondiente es la zona anal.
c) Fase fálica (3º a 5º año): Hacia los tres años, el autoerotismo se localiza en la región
genital. Lo central en esta etapa es la relación afectiva con los padres. Es la fase en la que se
desarrolla el proceso conocido como complejo de Edipo, en el cual el niño debe renunciar a la
madre como objeto sexual para identificarse con el padre. Analizamos este tema con más
detenimiento en el apartado dedicado al psicoanálisis.
El éxito en la superación de esta etapa debe llevar a:
- la primacía de la región genital sobre las demás regiones erógenas (las cuales
permanecerán, pero subordinadas a la primera);
- el paso del autoerotismo al amor «objetual», aceptando la propia sexualidad y
abriéndose a la relación con objetos externos
4. Etapa de latencia: Superada la etapa edípica, se entra en una etapa de serenidad que
permite al individuo el desarrollo de sus facultades superiores, inteligencia y voluntad.
5. Etapa genital: se inicia con la adolescencia y desemboca, en condiciones normales, en la
madurez, caracterizada por el primado de la genitalidad, la orientación interpersonal y
fecunda.
En el curso de esta evolución, pueden producirse problemas vinculados con la privación o la
excesiva gratificación, en el transcurso de las primeras etapas. El posible resultado de estas
dificultades es la fijación en una etapa determinada. Ello puede expresarse en síntomas
neuróticos durante la madurez (la repetición del acto deseado en forma reprimida) o
perversiones (repetición del acto deseado en forma directa).
En la raíz de todas las crisis evolutivas, a lo largo de las diferentes fases, se encuentra el
conflicto entre el egoísmo y la donación, el encerrarse en sí mismo y el abrirse a los otros, y
su superación está ligada a la superación de la propia tenencia egótica para ponerse
correctamente en relación a los otros.
Si en la fase anal el conflicto es todavía entre la alegría de crear y el miedo de perder algo de
sí, a partir de la crisis edípica, el conflicto toma el camino de la confrontación con el otro y se
6
manifiesta como el deseo de suprimir al padre, resuelto sucesivamente en la introyección-
imitación, la cual presupone su plena aceptación.
Esta estructura relacional del conflicto se hace más evidente en la adolescencia, cuando la
tensión entre el deseo de salir de sí mismo y el miedo ante el mundo del otro se resuelve en
una actitud de progresiva donación de sí vivida en el cuadro de las relaciones intersubjetivas.
La sexualidad, a través de estos procesos, revela su efectiva naturaleza. Ella no es sólo
genitalidad, es decir, deseo de satisfacer los propios impulsos fisiológicos, sino sobre todo
impulso hacia los otros, que conduce al sujeto a devenir persona en una comunidad de
personas10
.
El sexo como identidad de género, consiste en la percepción que cada individuo tiene de la
propia sexualidad, cómo siente suya cierta identidad sexual y la ve reconocida por otros. La
misma se desarrolla entre los dos y tres primeros años de vida.
3.1.1 Conclusiones
El psicoanálisis nos ayuda, por lo tanto, a comprender cómo la realización efectiva de los
valores morales no es sólo fruto de la libre decisión, sino también la consecuencia de la
adquisición de un adecuado equilibrio psicológico. Las frustraciones y complejos no
resueltos juegan un rol determinante sobre el obrar humano, sobre todo en el campo de la
sexualidad, porque producen una dilatación desmesurada del inconsciente, el cual interfiere
profundamente sobre las decisiones del hombre, incluso sobre aquellas que se pretenden más
libres y responsables.
En el contexto de la investigación psicoanalítica, la madurez sexual y personal significa,
entonces, la renuncia a la pretensión totalitaria del placer, que no reconoce medida ni ley, y al
mismo tiempo, la renuncia al perfeccionismo de una moral de tipo narcisístico, que persigue
la realización de una imagen gratificante de sí, negándose a tomar conciencia de las propias
pulsiones. Es necesario superar la dicotomía entre la pulsión y un espiritualismo fruto de la
remoción, a través de la apertura a las relaciones interpersonales, la fecundidad, el trabajo, la
reciprocidad, etc.
3.2 Funciones de la sexualidad
A la luz de los aportes de la psicología, podemos ver de un modo más claro las funciones de
la sexualidad11
:
1. relacional:
El Catecismo afirma que la sexualidad se refiere «a la aptitud de establecer vínculos de
comunión con otro» (CEC 2332), caracterizados por la diferencia y la complementariedad
(CEC 2333).
2. erótica: el placer. Lo estudiamos en el punto 5.3.
10
F. FORNARI ha desarrollado ampliamente la contraposición entre el carácter predatorio y alucinatorio de la
sexualidad infantil o pregenital fundada en el principio del placer y en el principio de la apropiación, y el
carácter consciente y realista de la sexualidad madura o genitalidad, fundada en el reconocimiento de la
complementariedad y por consiguiente, en la necesidad recíproca por la cual es constituida y sobre el principio
del intercambio que la hace funcional a una convivencia social verdaderamente humana, mientras la
pregenitalidad es destructiva y funcional al instinto de muerte (Genitalidad y cultura, Milán 1979).
11
Cfr. X. THÉVENOT, Homosexualités masculines, 269-270.
7
3. Función procreadora. La desconfianza tradicional de la Iglesia en relación a la sexualidad
llevó en el pasado a considerarla en sí una realidad sospechosa, que sólo puede «excusarse»
por su «uso» con el fin procreador. Se le daba así un valor meramente instrumental y no
estructurante de la existencia. La procreación constituía así el único criterio de la moralidad.
Hoy se ve con más claridad la unidad del significado procreador y unitivo.
3.3 La sexualidad como comportamiento simbólico
Todo acto humano puede ser simbólico: además de su significado objetivo, puede tener un
significado subjetivo, sea éste consciente o inconsciente. Es importante llegar a una
integración y no conflictividad de estos tres aspectos12
.
La sexualidad tiene dos características que hacen de ella una de las áreas más directamente
implicadas en el comportamiento simbólico:
- omnipresencia: puede servir a muchas necesidades (agresividad, dependencia afectiva,
dominación, estima de sí, etc.)
- plasticidad: puede tener motivaciones que tienen poco y nada que ver con el sexo
como tal.
Ello nos permite entender dos afirmaciones:
1. Los comportamientos no sexuales pueden manifestar conflictos sexuales: conductas de
manipulación, seducción, exhibicionismo, etc., pueden esconder problemáticas sexuales
inconscientes.
2. Los comportamientos sexuales pueden tener motivaciones no sexuales: dominación,
dependencia, agresividad, compensación de una escasa identidad personal, etc.
La medida en que la sexualidad promueve la humanización depende del significado
subjetivo que le da la persona. Por ejemplo, las relaciones sexuales en búsqueda de la
positividad del propio yo. Siendo el conflicto inconsciente, se está dando al acto sexual
una función que no le pertenece. Por ello, el problema permanece, y más aún, se instaura
un proceso repetitivo que con el tiempo agrava las dificultades.
Ejemplos de necesidades y sentimientos no sexuales: alivio de la tensión, deseo de quedar
embarazada, prueba de identidad masculina o femenina, sentirse deseado o competente,
defensa contra los sentimientos homosexuales, huida de la soledad y el sufrimiento,
dominación, rabia, deseo infantil de protección, etc.
En conclusión, para poder interpretar el significado de los comportamientos sexuales de una
persona, es preciso ponerlos en relación con su existencia y su personalidad. La relación
sexual expresa una dinámica que se realiza fuera y antes de ella: la dinámica psíquica interna
e interpersonal y el grado de madurez son los que determinan las características de la vida
sexual. No es, pues, la actividad genital la que produce la maduración del sujeto, sino a la
inversa: su grado de madurez se expresará en su vida sexual.
3.4 Los problemas sexuales. Conductas compulsivas
De lo dicho concluimos que la sexualidad es una variable consecuente, no antecedente: es el
efecto y el medio de expresión más que la causa de los conflictos psicológicos. De ahí que,
12
A. CENCINI – A. MANENTI, «Psicología y formación», 275-285.
8
para determinar la naturaleza de los problemas sexuales es preciso ir del efecto (sexualidad) a
la causa (personalidad en general: necesidades, actitudes, valores, defensas, emociones, etc.).
Por lo mismo, es claro que la solución de la debilidad sexual (conducta exterior) no implica
necesariamente la resolución del problema sexual en cuanto problema de personalidad: puede
haber una sustitución del síntoma, mientras se advierten signos de la permanencia del
problema de fondo: aumento de la agresividad, intolerancia, dependencia infantil, etc.
Se puede buscar, por ejemplo, disminuir la tensión a través de una satisfacción
compensatoria, que produce la ilusión de haber resuelto el problema. También se puede
cambiar el objeto o instrumento para obtener la disminución de tensión: ya que el
instrumento sexual es problemático (produce culpa, crisis de autoestima, temor al castigo,
etc.), se desplaza a otros instrumentos (por ejemplo, represión incondicionada de los
sentimientos, rigidez, voluntarismo, etc.). Con ello no se hace otra cosa que transferir el
problema sexual a otras áreas de la vida cotidiana.
Un tema particularmente importante es el de las conductas denominadas compulsivas. Es
preciso no confundir consciente con voluntario. Es posible que alguien tenga plena
advertencia de la propia conducta y, sin embargo, no pueda evitarla13
.
La compulsividad de la que nos habla la moderna psicología prolonga la intuición de
teólogos moralistas de los siglos pasados que hablaban de «mal hábito» y de
«reincidentes» (por ejemplo, San Alfonso, en relación a los homosexuales, en
determinadas condiciones).
Lo relevante es determinar cuándo una conducta es globalmente compulsiva, para no encerrar
a la persona en deberes imposibles ni someterla a falsos discursos acerca de la misericordia de
Dios.
Hablamos de conductas «globalmente» compulsivas, ya que el sujeto puede experimentar
que, a pesar de sus fuertes condicionamientos, algunos pasajes al acto podrían haber sido
evitados. Esto no impide que, de un modo general, su conducta pueda ser calificada de
compulsiva.
A fin de efectuar esta determinación, es importante situar las dificultades sexuales dentro
de un cuadro clínico más vasto: «estas dificultades, ¿son mal asumidas? ¿se inscriben
dentro de una historia de vida muy atormentada? ¿hay en el sujeto otros síntomas que los
sexuales: angustias, insomnios, miedos relacionales, deseos de morir? La conducta del
sujeto, ¿es degradante para otras personas?»14
.
Se puede presumir la existencia de compulsividad cuando la persona ha ensayado con
seriedad los medios clásicos del combate espiritual: oración asidua, vida sacramental
profunda, apertura a un director espiritual, don real de sí a los otros, ascesis seria,
voluntad de romper el círculo de la soledad, y no ha logrado resultados15
13
X. THÉVENOT, «Vivre chrétiennement des difficultés sexuelles», en Repères Étiques, 54-59.
14
X. THÉVENOT, «Repères éthiques», 57.
15
X. THÉVENOT, «Repères éthiques», 57.
9
4 Otras aproximaciones desde las ciencias
Después de habernos aproximado al fenómeno de la sexualidad desde el punto de vista
fisiológico y psicológico, es conveniente agregar algunos datos relevados por la antropología
cultural y la sociología16
.
4.1 Antropología cultural
Las investigaciones etnológicas y antropológico-culturales revelan que en todas las culturas y
en todas las épocas ha existido una regulación de la sexualidad, que aparece como el
fundamento mismo de la vida social.
1. Ciertamente hay grandes variaciones en cuanto al contenido concreto y el grado de
obligatoriedad, pero se pueden señalar convergencias de particular importancia. En primer
lugar, el hecho de que la sexualidad nunca es regulada por la pura y simple dimensión
biológica, es decir, a nivel del instinto, sino a través de una intervención exterior
racionalizadora. En segundo lugar, la prohibición o el tabú del incesto, que “no es tanto una
regla que prohíbe esposar a la madre, a la hermana o a la hija, cuanto la regla que obliga a dar
a la madre, a la hermana o a la hija” (C. Lévy-Strauss). La sexualidad se convierte así en un
intercambio de dones, en un instrumento de comunicación, un lenguaje con reglas
reconocidas en el interior del grupo.
La necesidad de esas reglas puede ser reconducida a la estructural labilidad instintiva de
sexualidad humana, la cual, desde este punto de vista, es menos perfecta y determinada que la
de los animales, cuyos instintos orientan sus impulsos según ritmos mecánicamente
ordenados. Pero precisamente esta imperfección es el signo de una apertura hacia una plena
auto-posesión, un señorío del hombre sobre su propia sexualidad, a través e sus facultades
superiores, a través de una continua reelaboración de sus significados en el cuadro del
contexto social y cultural.
2. La antropología cultural nos enseña, además, la importancia de tener en cuenta tener los
diversos contextos en los que las normas se originan, y la exigencia de su continua
resignificación a la luz del cuadro histórico en el que están colocadas. (Por ej. la diferencia
entre los sexos, que la antropología cultural nos ha enseñado a remitir a las situaciones
històrico-culturales y a la diversidad de roles sociales, en los cuales se cristalizó en dominio
del hombre y la servidumbre de la mujer).
4.2 El análisis socio-cultural
La experiencia actual de la sexualidad está marcada por la conflictualidad, por un estado de
disociación: tensión entre la concepción tabuística-negativa del pasado y la permisivo-
consumística hoy dominante, y la dialéctica no resuelta entre público y privado.
16
Los capítulos 4 a 6 y 8 son, en su mayor parte, traducción y resumen de G. PIANA, Orientamenti di etica
sessuale, en T.GOFFI – G.PIANA (ed.), Corso di Morale, II, Etica della persona, Queriniana, Brescia 1990, 281-
377.
10
4.2.1 Algunas constantes fundamentales
1. Un dato preocupante que emerge del análisis cultural es la cada vez más marcada hiper-
genitalización de la sexualidad. La revolución sexual ha conducido de hecho a una
“degradación” o “falsa mistificación” de la sexualidad, reducida a mercadería de consumo o
prestación erótica, en modo análogo a la lógica frenética de producción-consumo que rige el
mercado del trabajo.
Ello configura una situación profundamente ambivalente. Por un lado, se da una regresión a
una etapa “infantil”, y por ello de signo “patológico”, que transforma la sexualidad en una
forma de alienación del sujeto. Por otro lado, puede favorecer la superación de una
concepción represiva del sexo, para dar lugar a una sociedad basada no ya en la represión,
sino en la sublimación de los impulsos sexuales que les permitan trascender su objeto
inmediato.
2. Existe, sin embargo, una tendencia a seguir la dirección negativa, debido a una cada vez
mayor privatización del sexo, inducida por la cultura burguesa. Amenazado por el
disciplinamiento en el presente contexto social, la sexualidad se sobredimensiona al ser
cargada con significados de defensa de la intimidad y del espacio privado. Ello se acentúa por
la creciente desconexión entre familia y sociedad. La pérdida del significado social y público
del matrimonio produce una ruptura del ligamen tradicional entre sexualidad e institución,
vistos incluso como valores recíprocamente incompatibles, como si toda normatividad fuera
fatalmente opresiva y alienante de la libertad del amor. Una consecuencia de ello, es la
separación entre sexualidad y procreación. Pero si éste es el aspecto más evidente, el
problema es más profundo: se duda de la aptitud de la institución matrimonial para realizar el
valor de la sexualidad.
En resumen, este proceso de decadencia de las formas de comportamiento ritualizado, pueden
favorecer una mayor libertad individual, y una más grande autenticidad expresiva en las
relaciones, superando los vínculos impuestos por la sociedad; pero entraña el peligro de una
privatización radical del amor, con la acentuación de la búsqueda del placer y la disociación
de la actividad sexual de la fecundidad.
4.2.2 Influencias ideológicas
1. En el análisis de las ciencias humanas, a menudo es evidente una reducción “cientista”
del dato fenoménico, consecuencia de una mentalidad positivista. La sexualidad es reducida,
según los casos, a su dimensión biológica, o psicológica o sociocultural. La cultura
consumista encuentra en esta ideología un punto de apoyo. Pero la búsqueda del placer como
fin en sí mismo, como pura necesidad, priva a la sexualidad de su profundo significado
relacional y termina a menudo por alimentar peligrosos sentimientos de culpa, que crean
estados de angustia y de ansiedad neurótica.
2. La misma oscilación entre privatización y politización de la sexualidad es el resultado de
la dialéctica entre ideología liberal-capitalista e ideología marxista. El ideal del amor
romántico se corresponde con la ideología burguesa, que ha terminado por aislar a la familia,
mediante la pérdida de su función social y su reducción cuantitativa, para hacerla funcional al
sistema económico-productivo. La alienación del hombre en el mundo productivo, y más en
general, en el cuadro de la vida social, genera, por reacción, la búsqueda de gratificaciones en
el terreno de la vida privada, imponiendo a la familia un peso psíquico insoportable, justo en
el momento en que se se presenta con características de mayor fragilidad e impotencia. La
11
sexualidad es vivida a menudo como un refugio y una compensación frente a la frustración,
con el consiguiente riesgo de banalizarla.
En el pasado, la ideología marxista, había tomado la dirección opuesta: desconoció los valores
ligados a la autenticidad y a la intimidad de la esfera personal, y se volcó a una politización
total de la vida y a una visión funcional de la sexualidad, reducida a un instrumento de
relaciones sociales, llegando incluso a la negación de las instituciones privadas (como el
matrimonio y la familia), consideradas como expresiones del sistema que debía superarse.
Es preciso alcanzar un nuevo equilibrio entre lo público y lo privado, superando la actual
contraposición, lo cual implica, como se ve, entrar en consideraciones estructurales y en
críticas ideológicas.
5 La reflexión filosófica
La aproximación fenomenológica a la sexualidad a través de diferentes disciplinas científicas
nos ha permitido comprender ya la sexualidad como una fuerza o impulso de trascendencia
radicado en la persona. Ya en el nivel biológico, ello queda de manifiesto tanto en su función
procreadora como en su excedencia respecto a la misma. En el nivel psicológico, las
diferentes etapas evolutivas constituyen desafíos y oportunidades de apertura al otro, así como
el correlativo riesgo de regresión y repliegue en sí mismo. La antropología cultural permite
constatar en la regulación racional de la sexualidad su función en la construcción de la
sociedad, mientras que la banalización y la privatización de aquélla en la cultura
contemporánea ponen en peligro esta función.
La reflexión filosófica debe delinear las estructuras de significado que están en la base de la
experiencia sexual humana, para lo cual acoge estos estímulos de la investigación científica y
de las interpretaciones ideológicas y las sitúa en un cuadro antropológico más amplio.
5.1 La relación sexualidad – persona
El sexo es considerado cada vez más como una realidad que implica radicalmente a la persona
humana en su ser y en su existir. Ello es consecuencia de la corporeidad que no es un dato
accidental o puramente instrumental, sino que es parte integrante y necesaria del ser personal.
Es preciso superar, entonces, cierta concepción tradicional de la sexualidad que tendía a
tratarla como una función biológica, la función generativa, en cierta manera extrínseca a la
persona, de modo que la cuestión moral era planteada en términos de licitud o ilicitud del uso
de esta facultad, y del placer venéreo.
La sexualidad es una conformación estructural del ser humano, una forma o estilo de
existencia (Merleau-Ponty), una modalidad del ser en el mundo (Heidegger). Su influencia no
se reduce, pues, a su ámbito específico, sino que repercute en todas las manifestaciones de la
existencia personal. Entre sexualidad y persona se establece una relación de circularidad: la
sexualidad revela el misterio de la persona, y a su vez, el misterio de la persona revela la
naturaleza última de la sexualidad humana.
5.2 El significado inter-personal
En este contexto, la sexualidad asume el significado de instrumento y signo del encuentro
interpersonal. Ella aparece como la puerta de salida de sí mismo y el ingreso al mundo de las
12
personas, como la posibilidad misma del encuentro. Es el lugar donde el hombre experimenta
su indigencia existencial y vive la apertura hacia los otros.
1. La diferenciación entre masculino y femenino es vivida, en el ámbito humano,
específicamente bajo la forma de encuentro, es decir, de diferenciación relacional. Conocer
al otro es llegar a ser uno mismo. El hombre y la mujer no son dos individuos que deben ser
puestos en relación, sino que llegan a ser aquello que son únicamente en la reciprocidad del
“cara a cara” corpóreo que los compromete mutuamente. Experimentan aquello que soy
solamente en la reciprocidad.
2. El destino al cual tiende la sexualidad por sí misma, y a la cual el hombre debe
progresivamente orientarla si no quiere bloquear su evolución y traicionar su significado, es
la capacidad de una relación oblativa, que es el vértice de la maduración personal. La
existencia sexuada es un radical descubrimiento de la reciprocidad, y por ello, de la necesidad
y el deseo del otro. El amor emerge, en este contexto, como la expresión del deseo del hombre
de realizarse en la comunicación. Ello puede realizarse en la medida en que el varón y la
mujer se reconocen y se aceptan recíprocamente como seres diversos y, precisamente por ello,
tienden a la total comunión. El gesto sexual es el “lugar humano” de esa revelación recíproca.
3. La sexualidad emerge así como la raíz y el lenguaje del amor humano. El amor tiene una
estructura cuasi-sacramental: en ella, la sexualidad tiene el rol de medio expresivo de una
realidad que la trasciende. El amor humano no se realiza fuera o más allá de la sexualidad,
sino a través de la misma.
Ello, sin embargo, no debe ocultar el carácter estructuralmente ambivalente del lenguaje
sexual. El encuentro sexual puede hacerse instrumento de encierro narcisístico y de
reificación del otro, sin real encuentro humano. Por ello la sexualidad debe ser
constantemente humanizada, ayudada a integrarse en la dinámica de la relación interpersonal.
5.3 El placer sexual
Estas conclusiones pueden ser apoyadas desde el análisis fenomenológico del deseo sexual en
sí mismo, tema muchas veces descuidado. “¿Qué es lo que deseamos en el deseo sexual?”17
En el deseo sexual encontramos una polaridad básica:
• se dirige a algo sensible, pero incluye en sí el deseo de algo más. Por un lado, busca el
placer sensual, poder saciar la tensión que se experimenta frente al valor sexual.
• Pero, en el hombre, conocer sensiblemente es ya conocer intelectualmente. El deseo
sensible esconde, por lo tanto, un deseo espiritual.
No se trata de dos deseos distintos, sino de dos polos del mismo deseo. Entre ellos existe una
desproporción constitutiva: se busca el placer sensible, pero se pretende la felicidad. El valor
del placer sensible reside en que testimonia la bondad del cuerpo, y es una invitación para que
el hombre se auto-trascienda. Pero no puede procurar por sí mismo la felicidad, puesto que se
dirige a bienes concretos, por lo que es incapaz de abrazar toda la vida y plenificarla.
El deseo sexual es un deseo de poseer al otro. Pero no simplemente su cuerpo, sino sobre todo
su reconocimiento, a través del cual el que desea se reconoce a sí mismo. Se introduce así un
17
En este tema sigo a J. NORIEGA, El destino del eros. Perspectivas de moral sexual, Palabra, Madrid 2005, 76-
87.
13
elemento de reciprocidad. Por ello la satisfacción sexual no puede reducirse al mero placer
físico. En su misma estructura están inscritos los rasgos de la alteridad.
Nuestra interpretación del placer depende de nuestro concepto de la felicidad. Si aceptamos el
giro subjetivista del concepto moderno de felicidad, como un estado de satisfacción de los
deseos y necesidades, el placer sexual será visto como una realidad meramente instrumental.
Pero un signo de que este modo de pensar no es correcto, es el hecho de que el placer no lo
buscamos directamente. Lo que buscamos en modo directo es la realidad objetiva que nos
satisface: viajar, saber, amar, contemplar, etc. En el fondo, lo que buscamos es una plenitud
última, una vida lograda:
“El deseo natural de felicidad es la estructura formal de todo deseo humano, con un
influjo decisivo en cada deseo, ya que lo abre a una plenitud que va más allá de lo que
inmediatamente busca”18
La sexualidad juega un papel decisivo en la determinación de aquello en lo que consiste la
verdadera felicidad: adecuadamente interpretado, el deseo sexual muestra un ideal de vida
buena, consistente en la plenitud de una comunión entre el varón y la mujer, que se realiza de
un modo específico en la entrega sexual. El placer sexual tiene una dimensión figurativa que
consiste precisamente en remitir a esta plenitud.
5.4 El pudor
El sentimiento del pudor hace referencia a la impulsividad que caracteriza muchas reacciones
en el hombre y la mujer, que se presentan como imponiéndose a la propia conciencia. El
pudor reviste, en consecuencia, diversos significados19
:
1) Por un lado, la experiencia de que ciertas fuerzas vitales fraccionan y coaccionan la
subjetividad, y hacen que la persona pierda el control de sus reacciones y acciones, y que
vea distorsionada su imagen de la realidad. Si el ser humano reacciona con vergüenza ante
su impulsividad sexual, ello es signo de que es a él a quien corresponde gobernarla, en
razón de su dignidad como persona.
2) Pero del mismo modo que el pudor testimonia la originalidad de nuestra subjetividad,
también muestra la originalidad de la relación interpersonal que posibilita la sexualidad.
El hombre y la mujer experimentan una reacción de vergüenza ante la tendencia del
propio deseo sexual a reducir la persona del otro a sus valores corporales o afectivos. El
pudor protege a quien lo experimenta y al otro de la unilateralidad del deseo.
Lo que busca el pudor es evitar una reacción contraria a la dignidad de la persona. Se tienden
a ocultar los valores sexuales para que no se genere en la otra persona una reacción
incompatible con la propia dignidad. De este modo el pudor custodia, en la relación
interpersonal del hombre y la mujer, la subjetividad de ambos. No se trata de ocultar algo
negativo, sino de no generar, en sí mismo o en la otra persona, una intencionalidad contraria
al valor de la persona. Y aquí se agrega un nuevo aspecto:
3) Si el pudor retrae de toda manifestación ambigua de la sexualidad, no es por simple temor
hacia ella, sino también y principalmente para redirigir la mirada hacia la persona que
detenta tales valores, suscitando el amor personal. De este modo, el pudor es asumido (y
conservado) en el amor.
18
J. NORIEGA, El destino del eros, 81.
19
Sigo en este tema a J. NORIEGA, El destino del eros, 154-159.
14
5.5 La dimensión socio-política
Si bien es cierto que la relación interpersonal representa el significado más profundo e
inmediato de la sexualidad humana, es necesario evitar el peligro de dar a tal relación un
carácter excluyente, esterilizando su misma dualidad por la incapacidad de percibir su más
amplio significado social y político.
1. El sexo es un factor fundamental de socialización humana. El mismo proceso de
personalización, tan ligado a la presencia determinante de la sexualidad, se da en el interior de
un complejo itinerario de socialización, por las que el individuo entabla más allá del ámbito
interpersonal más inmediato, relaciones cada vez más extendidas. incluyendo las estructuras
sociales, que constituyen mediaciones necesarias de las relaciones humanas. Por otro lado, las
normas e instituciones que regulan la sexualidad, son testimonio del rol que se le reconoce a
la misma como función originaria de la vida social.
2. La dimensión social de la sexualidad esta inscripta en la estructura biológica de la misma.
La diferencia sexual es inmediatamente funcional a la reproducción. Esto no se contrapone a
la visión personalista: el encuentro interpersonal no puede cerrarse en sí mismo; la fecundidad
es una connotación esencial del encuentro auténtico. La dimensión procreadora es la forma
más inmediata a través de la cual se realiza esta apertura del amor. Y en este contexto la
procreación adquiere su pleno valor humano.
Pero además, el servicio a la vida, siendo la forma más natural y privilegiada de la fecundidad
conyugal, no agota toda su riqueza. La pareja está llamada a vivir otras formas de
compromiso hacia los demás (sociedad e iglesia), a través de las cuales el amor humano
explicita su dimensión de servicio del mundo. La fecundidad, por lo tanto, no es solamente
procreativa, sino socio-política.
3. Nuestra época se caracteriza por haber puesto en relieve la relación recíproca entre
sexualidad y vida social. Hay una interdependencia entre la alienación sexual y la alienación
producida por las estructuras sociales de convivencia. Nuestra cultura consumística no sólo ha
mercificado las relaciones humanas, sino que las ha privatizado, empujando a la familia hacia
una concepción crecientemente individualista y privatizada, traicionando el sentido pleno de
la sexualidad. La verdadera liberación sexual no puede llevarse a cabo sin una transformación
del sistema dominante. En esta línea H. Marcuse, en vez de propugnar una mayor libertad
cuantitativa, que lleva fatalmente a una instrumentalización genital de la sexualidad, propone
una transformación cualitativa, que dé a la sexualidad un contenido nuevo y humanamente
enriquecedor.
5.6 Apertura a la trascendencia
Hoy también se da una toma de conciencia de la apertura existencial de la sexualidad a la
trascendencia, no en el sentido de una re-sacralización, típica de las culturas primitivas, sino
en el sentido de una lectura más profunda del significado antropológico de aquélla.
1. La sexualidad es el lugar en el cual el hombre hace experiencia de sus infinitas
posibilidades, y al mismo tiempo, de sus límites. Por un lado, en el ejercicio de la sexualidad,
la persona experimenta la plenitud del encuentro; pero al mismo tiempo, choca con la
fugacidad de esa experiencia y el ansia de un encuentro totalmente apagante y sin límites. Y
esto último sucede no sólo en el encuentro fallido, sino, y más radicalmente, en el encuentro
logrado y auténtico.
15
2. Así, el momento del éxtasis sexual, en su fugacidad pone en evidencia el límite y la
precariedad de la actuación humana en el tiempo, a la vez que abre al hombre a la esperanza
de un futuro absoluto. Ya hemos hecho referencia a la estructura compleja del placer (cf.
supra, 3.3). En cuanto expresión de la totalidad de la persona, la sexualidad es, en su
estructura antropológica, no sólo el lugar de la relación con el “tu” y con el “nosotros”, sino el
camino de apertura al “Tu” absoluto y trascendente como respuesta radical a la inquietud del
corazón humano.
Parte II: La sexualidad en el contexto cristiano
La esencial apertura de la sexualidad humana al misterio de la trascendencia constituye el
punto de partida antropológico para la comprensión del significado cristiano.
6 La sexualidad en la Biblia
En la Biblia, el discurso sobre la sexualidad no se sostiene a sí mismo, sino que se desarrolla
en el interior de una reflexión más global sobre el misterio del amor nupcial, el lugar
privilegiado en el cual la sexualidad humana revela toda la plenitud de su potencialidad.
6.1 Una radical secularización
El primer dato que emerge de la revelación bíblica es aquél de una radical secularización de la
sexualidad, que aparece como un valor profano y mundano, entregado al hombre para que se
haga responsable de él.
1. La originalidad de la Biblia se manifiesta claramente en la total rotura que la religión
judaica opera en relación con las otras religiones ambientales. En los pueblos vecinos, la
sexualidad era considerada como participación en un arquetipo divino, es decir, en un
acontecimiento al inicio de los tiempos, narrado por los mitos, y que debía ser imitado por el
hombre en el curso del tiempo. Así, el hombre se sentía más directamente partícipe de las
energías vitales y cósmicas divinizadas. Israel rompe con este cuadro ideológico y ritual. En
el relato bíblico, la sexualidad es ante todo un “don bueno” del Dios creador, y como tal, no
exige ser sacralizada desde el exterior (cf. Gn 1 – 2).
La función primaria del sexo viene presentada en la más antigua tradición yahvista (Gn 2)
como relación, posesión recíproca, conectada con el problema de la soledad del hombre (Gn
2,18.24); mientras que la tradición sacerdotal subraya la función procreadora, vista como una
bendición de Dios (Gn 1,28).
2. Ello consiente a la Biblia tejer el elogio del amor humano en su realidad natural y
profana. El Cantar de los Cantares, colección antiquísima de cantos de amor, cuya
interpretación alegórica es considerada por los exégetas como secundaria y tardía, contiene no
sólo la afirmación de la bondad terrena de la relación sexual, sino también la exaltación
gozosa de la belleza del erotismo humano. Antes que como procreación, la sexualidad es
presentada como eros, es decir como búsqueda, como satisfacción del deseo, en la
reciprocidad de una relación descripta sin falsos pudores, aunque transfigurada poéticamente
para no caer en el peligro de la obscenidad o la ambigüedad morbosa. La religiosidad del sexo
es recuperada en la limpieza de su profanidad.
16
3. Esta visión altamente positiva no excluye, naturalmente, una atención solícita al carácter
ambivalente y dramático de la sexualidad humana como consecuencia del pecado. Las cosas,
después de lo narrado en Gn 3, no son más como al principio; el sexo y todos los otros valores
de la existencia no están más disponibles en estado puro, sino que aparecen marcados por una
actitud de egoísmo y posesión, de tendencia al dominio del otro. Por ello el hombre se siente
desnudo y se avergüenza de su propia sexualidad (Gn 3,7). La Biblia conoce la capacidad que
la pasión posee de arrastrar al hombre a la ruina. Los libres del A.T. nos muestran diversas
historias de parejas que ilustran los aspectos de hostilidad y enemistad, de violencia y de
dominio que pueden darse en este modo de relación (Sodoma, Gn 19,11; Lot y sus hijas, Gn
19,30ss.; rapto de Dina, Gn 34,1ss., incesto de Rubén, Gn 35,21s.; etc.).
Sin embargo, esta ambigüedad, ligada a la experiencia primordial del pecado, no es
capaz de destruir las potencialidades positivas de la sexualidad. Ésta continúa siendo
una realidad sustancialmente buena, aunque debe ser vivida (como toda realidad
humana) con circunspección y sentido de la medida, y sobre todo con discernimiento,
si no se quiere traicionar su significado originario: el del proyecto de Dios.
4. Hemos dicho que la idea de creación desmitifica la sexualidad, pero no la convierte en una
realidad simplemente profana: en tanto creada por Dios, revela su bondad; es santa, no en
virtud de ciertos ritos sagrados, sino en virtud del gran rito consacratorio que realizó Dios en
la creación misma20
.
Sin embargo, sobrevivió un aspecto profundamente ambivalente de esa sacralización
sobrevivió en los ritos de lo puro y lo impuro21
. En ellas se manifiesta un afán de regular y
ordenar esta potencia misteriosa, peligrosa y ambigua, que parece escapar al control subjetivo.
Ahora bien, tanto la concepción mítica de la sexualidad como el concepto de pureza ritual,
constituyen modos de sacralización que tienen por efecto la des-responsabilización del
hombre ante sus conductas sexuales, sea a través de la proyección de las mismas al mundo
divino, sea por el intento de purificarlas en un plano meramente exterior y ritual. Ello sólo
será superado con la plena asunción de la sexualidad en el ámbito de la responsabilidad
humana, que se producirá en el NT.
5. Las consecuencias de tal presentación del discurso cristiano sobre el misterio de la
sexualidad, son múltiples:
a) La reflexión sobre la profanidad de la sexualidad, y por lo tanto, de su fundamental
bondad y autonomía, comporta, también para el creyente, el deber de prestar atención
al dato antropológico, a la estructura del sexo, a su evolución socio-cultural, y a los
aportes de las ciencias humanas.
b) En segundo lugar, en la concepción cristiana de la vida, la ambivalencia de la
sexualidad no se explica sin tener en cuenta el pecado, es decir, la fragilidad de la
voluntad humana y sus potencialidades negativas. No se puede hablar como creyentes
de la sexualidad sin terminar hablando también de sufrimiento, de renuncia, de
tentación y de lucha. En otras palabras, sin pasar a través del misterio de la cruz de
Cristo, que todo discípulo debe aceptar y seguir.
20
Cfr. E. LÓPEZ AZPITARTE, Ética de la sexualidad, 84.
21
Ver por ejemplo los ritos unidos al parto (Lv 12,6), al flujo menstrual (Lv 15,19-30), a la polución nocturna
(Lv 15,1-7; Dt 23,11), a las relaciones sexuales que no hacen idóneo para el culto (cfr. Lv 15,18), especialmente
a los sacerdotes (cfr. Ex 20,26), etc.
17
6.2 Una nueva comprensión religiosa
La Biblia no se contenta con presentar una visión secularizada de la sexualidad, sino que hace
de tal adquisición el presupuesto para una nueva comprensión religiosa de la misma.
1. El Eros, en cuanto expresión del pacto nupcial, entra en la esfera verdadera y propia de la
revelación como símbolo privilegiado para expresar las relaciones existentes entre Dios y la
humanidad22
. Sobre todo los profetas, en el A.T., se servirán del drama del amor y de la
infidelidad, de la fecundidad y de la esterilidad de la pareja humana como de la mejor imagen
para expresar, comprender y significar el drama de la relación de Dios con Israel (Os 1,3; Jer
2,20-25; 3,1-5; 31,2-6; Ez 23; Is 54,6-8; 62, 2-5). El amor humano, entrando en el ámbito de
la Alianza, en toda la riqueza de sus dimensiones, sin excluir la sexual, es radicalmente
transformado. Hay un arquetipo a realizar: el amor de Dios hacia su pueblo. Se establece así
una esencial circularidad entre amor humano y amor de Dios. Si inicialmente el amor
humano sirve como término de comparación para expresar la relación Yahvé-Pueblo, esta
evocación de la alianza “arroja una luz retrospectiva sobre la realidad humana que le sirve de
punto de partida” (Grelot).
Por otro lado, el profundo contenido religioso del encuentro humano sexual está ya implícito
en el mismo relato de la Creación (Gn 1,27). El varón y la mujer constituyen juntos, en la
reciprocidad de sus relaciones, la “imagen” de Dios, aunque esto no debe ser entendido en
un sentido exclusivo. Ello significa que la diferenciación sexual, que está en la raíz de la
relacionalidad humana, pertenece a la semejanza del hombre con Dios.
2. A la luz del NT, podemos hablar de una sexualidad pascual23
. En efecto, Jesús en la Última
Cena hace don de su Cuerpo: “Esto es mi cuerpo entregado por ustedes”. La Eucaristía como
el sexo se centran en el don del cuerpo, la conciencia de haber recibido, que tiende por su
naturaleza a convertirse en bien dado. Teológicamente ser «hijo» es ser consciente de que
todo lo que tengo lo he recibido y debo darlo; y esto es lo que hace Cristo. La primera carta de
Pablo a los Corintios se mueve entre estos dos temas: sexualidad y Eucaristía. Pablo sabe que
necesitamos comprender una a la luz de la otra.24
Esta visión supone el paso definitivo a una nueva concepción de la santidad en el ámbito
sexual. Ella no se deriva ya de modo automático de ciertos rituales, ni se recupera por
prácticas de purificación. La santidad ahora surge de “la inserción en un pueblo hecho santo
por la presencia del Espíritu de Dios, gracias al cual el mismo cuerpo está santificado en todas
sus partes, sexualidad incluida”25
(cfr. 1 Cor 6,15-20).
Siendo el cuerpo templo del Espíritu Santo, está bajo la nueva Ley de la libertad. Pero esta
libertad no des-responsabiliza al cristiano, porque implica la ascesis, la lucha contra todo
aquello que puede esclavizarlo. La sexualidad es uno de los ámbitos típicos de la lucha entre
la “Ley de la carne” y la “Ley del Espíritu” (cfr. Rom 7,18-19; 2 Cor 12,7), que se prolonga a
lo largo de toda la vida terrena. “Pero precisamente este es el precio del paso de la lógica
sacral a la lógica liberadora de una santidad difícil y responsable”26
.
22
Sobre la relación entre eros y ágape, cf. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 3-15.
23
Esta reflexión es tomada de A. CENCINI, “La virginidad como revelación de la verdad del corazón humano”,
Boletín OSAR 23 (mayo 2005), 23-39.
24
A. CENCINI, “La virginidad”, 32.
25
A. CENCINI, Por amor, 235.
26
Cfr. A. CENCINI, Por amor, 236.
18
“Si el pecado original había quitado al hombre su libertad, el don del Espíritu se la
«restituye», o pone al hombre en condición de tender responsablemente hacia la conquista de
la libertad de amar a la manera de Dios”27
3. En este contexto debe ser colocada la relativización de la sexualidad, e incluso del
matrimonio, contenida en la Biblia, que no es, sin embargo, la negación de su validez
intrínseca. La perspectiva escatológica del Reino, ya presente y todavía no consumado, hace
comprensible la elección de la virginidad y del celibato (Mt 19,12; 22,30; Lc 20,36; 1 Cor
15,28), que se configura como elección del todo en lugar de la realización parcial, como
signo, y como servicio a la venida definitiva del Reino.
7 La reflexión teológica
Este desarrollo bíblico nos muestra de un modo progresivamente claro que la sexualidad es un
modo de sentir, expresar y vivir el amor humano.
La sexualidad, orientada, elevada e integrada por el amor, adquiere verdadera madurez humana.
En el marco del desarrollo biológico y psíquico, crece armónicamente y se realiza en sentido
pleno solo con la conquista de la madurez afectiva, que se manifiesta en el amor desinteresado y
en la total entrega de uno mismo”.28
En esta comprensión de la sexualidad, el cuerpo desarrolla una función importante: es como
una especie de sacramento primordial, es decir, el signo visible del misterio de la vocación
humana. El cuerpo revela al hombre, manifiesta su persona, y su llamada a la comunión
personal, y por medio de ella, a la comunión con Dios.29
Y especialmente la sexualidad es la
evidencia carnal, concreta, tangible de que el hombre ha sido hecho para otro, está dirigido a
otro.
Esta primera expresión del llamado a la autodonación, escrita ya en la naturaleza biológica del
hombre, sólo puede realizarse a través de una opción responsable. Esta opción requiere:
1. la libertad de recibir, es decir, la capacidad de acoger el don que el otro hace de sí mismo.
Esa acogida es ya una apertura de sí y un primer don para el otro. Sin la capacidad de recibir
el don gratuito del otro es imposible a su vez, darse a sí mismo: “el don de sí que fuera
solamente un dar sin recibir, terminaría inevitablemente por ser una imposición de sí al otro,
por tanto dominio más que don”30
2. A partir de la libertad de recibir y la gratitud por lo recibido, nace la libertad de darse. Aquí
termina de expresarse la reciprocidad sexual, que no es mera complementariedad a nivel
fisiológico-sexual, sino también y sobre todo, la complementariedad del don de acoger y de
dar, que origina la comunión de personas.
En la visión cristiana, el misterio de la sexualidad se revela en su última profundidad a la luz
del misterio trinitario. El Dios cristiano se revela en Cristo como Ágape, no como Dios
solitario, sino como comunión de personas. La participación del hombre en el misterio
trinitario es participación del amor tal como existe en Dios. “La vida trinitaria es el absoluto
de la vida de relación; ella es don, arquetipo real y perfecto de la imperfecta vida de relación”
27
Cfr. A. CENCINI, Por amor, 238.
28
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Orientaciones educativas sobre el amor humano (1983), 6.
29
Aunque sea implícitamente, el consentimiento a la comunión personal en la diferencia sexual, con todas sus
implicancias, importa el consentimiento a la alianza con el Creador de tales diferencias y de su sentido. Cf. J.
NORIEGA, El destino del eros, 72-73.
30
G. BRESCIANI, Personalismo e morale sessuale, citato por A. CENCINI, Por amor, 286.
19
(M. Oraison). Sexo, eros, filía deben ser integrados, pues, en el Ágape, principio operativo
último de la vida cristiana.
La autodonación como realización del hombre constituye un reflejo de la vida trinitaria.
“La kenosis primaria está en la generación del Hijo, en la que el Padre le da todo su ser. Esta
generación establece una absoluta e infinita distancia. La respuesta del Hijo al don de la posesión
consustancial de la divinidad puede ser solo un eterno agradecimiento (eucaristía) al Padre, fuente
y origen del don, agradecimiento tan libre de egoísmo y de cálculo como la primera autodonación
del Padre. En las dos sopla el mismo Espíritu, que mantiene la infinita diferencia (como esencia
del amor) y la confirma, y al mismo tiempo, las une. Esta Kenosis eterna es el fundamento
ontológico de la kenosis histórica de Cristo, como dice Fil 2,5-11”31
.
Refiriéndose a esta ley de la autodonación, dice Lewis:
“Esta no es una ley celestial que nosotros podemos evitar siendo terrenos, ni es una ley terrena
que se puede evitar con una salvación celestial. Lo que se encuentra fuera de la lógica de la
autodonación no es tierra, ni naturaleza, ni “vida ordinaria”, sino simple y llanamente infierno”32
.
Estas afirmaciones nos ayudan a comprender el significado esponsal del cuerpo:
1. “Desde el principio” (cfr. Mt 19,8-9) el significado esponsal del cuerpo está inscrito en la
estructura personal del hombre y la mujer. El cuerpo manifiesta en sí mismo que procede del
don de otro y su vocación es también la de ser don, es decir, que es capacidad de reciprocidad
y comunión. Este significado es evidente sean las que sean después las opciones de vida de
cada individuo: tanto el amor conyugal como el amor virginal33
deben expresar este
significado esponsal del cuerpo.
2. Al fin de los tiempos, esa esponsalidad del cuerpo se revelará definitivamente como
esponsalidad virginal. Ya “no se tomará ni mujer ni marido” (Mt 22,30), sino que se
manifestará la virginidad escatológica del hombre resucitado, que está destinado a la unión
esponsal con Dios mismo. La persona humana es, pues, una realidad escatológicamente
esponsal (Grygiel). Pero esa esponsalidad es virginal, porque “ser sujeto significa ser
prometido esposo de la trascendencia”34
.
Esta esponsalidad virginal de la persona humana se realiza en todos los estados: en la
virginidad y el matrimonio. Y como el matrimonio recuerda de algún modo a la virginidad el
carácter esponsal de la vida humana, así también la virginidad recuerda al matrimonio el
carácter virginal del ser humano, o sea, su destino y esponsalidad escatológica. El hombre es
libre no solo porque puede elegir entre dos estados de vida, sino que es libre en la medida en
que realiza la llamada a la esponsalidad en uno de ellos, mediante la donación de sí hecha en
el amor.
31
Cfr. H. U. VON BALTHASAR, Teodramática, citado por A. CENCINI, Por amor, 288.
32
C.S. LEWIS, El problema del mal.
33
“La continencia por el reino de Dios, se hace en relación a la masculinidad o feminidad de la persona que hace
tal opción, se realiza de acuerdo con la plena conciencia del significado esponsal que la masculinidad y la
feminidad contienen dentro de sí”, JUAN PABLO II, «Virginidad o celibato “por el reino de los Cielos”»,
Catequesis, 1982.
34
S. GRYGIEL, Verginitá, citado por A. CENCINI, Por amor, 194.
20
8 El camino de la normativa moral
El aporte de la revelación cristiana a la comprensión de la sexualidad debe buscarse más en el
terreno de la mística que en el de la ética. Aquél consiste ante todo en una cosmovisión sobre
el hombre y su realización histórica, que abre un nuevo horizonte de sentido y un nuevo
ámbito dentro del cual la sexualidad puede ser vivida. Lo cual no quita que en la Biblia se
encuentren numerosas prescripciones concretas, cuya normatividad, sin embargo, debe ser
discernida a través de un esfuerzo de lectura hermenéutica.
8.1 La ética sexual en la Biblia
La Biblia no es un tratado de ética sexual; no provee respuestas precisas para todos los
posibles comportamientos, aunque no vacila en tomar posición con relación a muchos de
ellos. Intentaremos reunir algunos datos esenciales, en vista a su correcta lectura e
interpretación.
1. Las costumbres sexuales de Israel, sobre todo en los comienzos, no son muy diversas de las
de los pueblos vecinos. La normativa ético-teológica está determinada por un derecho
consuetudinario prácticamente idéntico a aquél de las culturas limítrofes. No sorprende,
entonces, que dicho derecho no excluya del todo restos de poliandria, matriarcado y de
prostitución sagrada y que se funde sobre una moral de clan tolerante hacia la poligamia, el
divorcio y la simple fornicación.
2. El A.T. presenta una notable diversidad de actitudes hacia el sexo que pueden referirse a
dos sistemas simbólicos e ideológicos fundamentales.
- El primero proviene del tema del don. Todo lo que ha sido creado por Dios es bueno,
santo y bendito; el don debe ser aceptado gozosamente para extenderlo a los otros
según una lógica de solidaridad. Es la línea tradicional del Génesis, del Cantar de los
Cantares y de los profetas.
- El segundo sistema, en cambio, está conectado con la organización social del templo
y con la forma patriarcal de matrimonio y familia. Este sistema está asentado en el
binomio “puro-impuro”, que dio lugar a toda una legislación, referida en modo
particular al cuerpo y a la sexualidad. A menudo, este esquema predomina en
desmedro de la dimensión moral, que exige relaciones de paridad, igualdad, donación
y amor.
Es difícil distinguir netamente entre los dos niveles, ya que las normas morales y rituales se
mezclan de un modo inextricable.
Por otro lado, también es llamativa la combinación de rigidez en relación con ciertas
conductas, con la indulgencia frente a otras que no vacilaríamos en condenar. Pero se debe
recordar que la pedagogía de Yahvé se funda en la dialéctica condescendencia-exigencia. La
revelación del significado profundo de la sexualidad se va dando progresivamente, en un
proceso de interiorización.
2. En el N.T. existen indicaciones morales acerca de la gestión de la vida sexual, aunque en
términos genéricos que no contienen precisiones ni detalles35
. Con frecuencia, estas normas
35
Un caso especialmente delicado es el del término porneia, que aparece a menudo en los catálogos de vicios
que excluyen del Reino de los Cielos, y que puede revestir el significado genérico de conducta sexual contraria a
la fe en Cristo, o designar pecados específicos como adulterio, incesto (1 Cor 5,1-5), fornicación u
21
aparecen bajo la forma de catálogos de vicios y virtudes, provenientes del tardo judaísmo con
influencias helenísticas (Gal 5,16-26; Ef 4,25ss.; Col 3,18ss.). Existen también indicaciones
operativas con motivo de problemas que se plantea la comunidad (1 Cor 6,12 – 7,40), o de
situaciones concretas (1 Cor 5; 2 Cor 5,11), que procuran ser respuestas desde el mensaje de
Cristo, aunque trasunten también influencias ideológicas y culturales.
3. La cuestión de fondo es, en definitiva, qué es lo que debe buscarse en la Biblia a los efectos
de una ética de la sexualidad. En la S. Escritura encontramos orientaciones globales sobre el
sentido de la sexualidad, y también normas específicas. Entre ellas, algunas, sobre todo
negativas, tienen carácter universal, mientras que otras dependen estrechamente del contexto
cultural. Aun en relación con estas últimas, el trabajo hermenéutico debe procurar sacar a la
luz el modelo interpretativo subyacente, que en el contexto de la revelación opera el pasaje
entre el significado global de la sexualidad y las conductas concretas.
8.2 El desarrollo de la tradición eclesial
Todavía más difícil es deslindar el contenido revelado de las incrustaciones culturales e
ideológicas en la tradición eclesial. El cristianismo, en el dominio de la sexualidad, ha
liberado al hombre de la tiranía de la carne, pero también ha contribuido en ciertas épocas a
una represión del instinto realmente neurótica (M. Bellet).
1. Desde la época patrística la elaboración de las normativas éticas relativas a la gestión de
la sexualidad acusan fuertemente el impacto de los condicionamientos del tiempo y de los
distintos ambientes culturales. Es mérito de los Padres el haber puesto de relieve valores
cristianos como la virginidad y la castidad conyugal, y de haber individualizado, a la luz de la
revelación, criterios concretos de comportamiento aplicables a las nuevas situaciones. Pero
ello no quita que, por influjo del dualismo helenístico, en particular del neoplatonismo y del
estoicismo, hayan tenido una valoración negativa del acto conyugal y un pesimismo global en
relación con la sexualidad, manifiesto en una concepción restrictiva de la castidad y en la
exaltación del ascetismo como medio para una vida más pura y dedicada a la contemplación.
La rigidez resultante, se explica también como reacción al contexto ambiental, caracterizado
por la decadencia de las costumbres.
Se debe esperar a la gran escolástica medieval, con San Alberto y S. Tomás de Aquino, para
salir del rigorismo del pasado y ver abrirse un camino de valoración ética positiva de la
sexualidad. S. Alberto, bajo la influencia de Aristóteles, pone de relieve el carácter natural y
honesto de la relación conyugal y del placer, que en modo normal acompaña el ejercicio de
toda función natural. Con Alberto entra en la moral el soporte “natural” (la “base
antropológica”, diríamos hoy) de la ética sexual, que Tomás desarrolla ulteriormente,
inscribiendo el tema de la sexualidad en el ámbito de la virtud, y más concretamente, en el
cuadro de la virtud de la temperancia. Lo cual no quita que su juicio continúe siendo
gravemente negativo en relación con el uso de la sexualidad fuera del contexto del
matrimonio y de la finalidad procreadora.
2. Más que la posición de los autores en particular, sin embargo, merecen ser analizados los
criterios de valoración de la existencia del pecado sexual y el juicio relativo a su gravedad.
El criterio fundamental para la definición del pecado sexual, en el cuadro de la moral
casuística, es de orden rígidamente biológico. La referencia esencial es, entonces, el uso
desordenado de una facultad, la generativa, y la búsqueda y aceptación desordenada del
placer venéreo. El orden sexual era determinado mediante el recurso a la naturaleza y a la
homosexualidad (Rom 1,26-27).
22
finalidad biológica del acto sexual, que es la función procreadora. Las normas protegían este
confín intangible, afirmando la ilicitud moral de toda “delectación venérea” fuera del contexto
matrimonial, o contra natura, es decir, contra la finalidad procreadora de la sexualidad.
En los manuales, que se desarrollan a partir del s. XIX, destinados sobre todo a la formación
de los confesores, la prioridad del criterio de la procreación se refleja en la distinción
fundamental entre pecados sexuales secundum natura y los pecados sexuales contra natura.
Los primeros (fornicación, adulterio, incesto, estupro y rapto) dejan intacta la posibilidad de
la procreación, y por lo tanto son considerados, prescindiendo de otros factores, como una
violación menos grave del orden moral. Los segundos (masturbación, sodomía,
homosexualidad y bestialidad), en cuanto eluden la finalidad procreadora, son juzgados como
culpas más graves.
3. Fundándose en estos presupuestos extremadamente rigurosos, la doctrina tradicional de los
moralistas, sobre todo a partir de S. Alfonso, ha considerado que el acto de lujuria, completa e
incompleta (externa o interna) directamente y en sí mismo voluntario, es pecado mortal ex
toto genere suo, no admitiendo, por lo tanto, en el ámbito de la sexualidad, la parvedad de
materia. Las razones de la gravedad eran las indicaciones del NT al respecto, y la
consideración de la violación del fin establecido por Dios, que es para la sexualidad la función
generativa. La extensión de la gravedad al acto de lujuria incompleta era motivada en base al
nexo intrínseco existente entre éste y la satisfacción completa, sea porque, por su naturaleza,
el placer inicial está ordenado al placer completo, sea porque, dada la fragilidad humana, es
imposible contener la concupiscencia dentro de ciertos límites: el acto incompleto constituye,
por tanto, un peligro próximo.
La superación de estas posiciones se ha producido gracias a la adquisición relativamente
reciente de una concepción más amplia y personalista de la antropología sexual. El Concilio
Vaticano II ha inaugurado una nueva era con relación a los problemas de la sexualidad. La
Gaudium et spes señala la persona humana como el centro de integración de los diversos
componentes del sexo, llamando la atención sobre la cualidad humana de las variadas
expresiones sexuales, y sobre la necesidad de prestar atención a sus componentes sociales y
comunitarios (cf. GS 47-52). Análoga impostación de fondo encontramos en la Declaración
sobre algunas cuestiones de ética sexual (Persona humana) de la Congregación para la
doctrina de la fe. En ella, la sexualidad es considerada sobretodo en relación al desarrollo de
la persona y de la comunidad humana, teniendo en cuenta la necesaria gradualidad que tal
desarrollo comporta (cf. PH 1-9)
9 Teología moral y sexualidad
Nos ocuparemos en este capítulo de dos temas. En primer lugar, tras habernos aproximado a
la sexualidad desde las perspectivas fenomenológica y bíblico-teológica, formularemos
criterios para la valoración moral de las conductas sexuales, que no constituyan meros límites
exteriores sino que respondan a su sentido intrínseco. En segundo lugar, estudiaremos los
criterios para determinar la gravedad objetiva y la imputabilidad subjetiva de los pecados
sexuales.
9.1 Criterio de valoración moral de la conducta sexual
La valoración moral de los actos sexuales «no depende solamente de la sincera intención y
apreciación de los motivos, sino de criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona
23
y de sus actos» (PH 5.4, subrayado nuestro). El criterio fundamental consiste en que dichos
actos «guarden íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación en el
contexto del amor verdadero» (PH 5, 7, 9).
La determinación del valor moral de un acto sexual requiere saber distinguir entre los motivos
y el significado del acto en sí: es posible, con buenos motivos, realizar actos cuya estructura
misma es incompatible con el pleno significado de la sexualidad. No son sólo los motivos,
sino el respeto de la finalidad objetiva lo que asegura la honestidad del acto (PH 5.5).
Es preciso, a continuación, profundizar en las implicancias de este criterio.
9.1.1 La castidad
La tarea de la ética sexual es la de explicitar en términos de deber moral el sentido inherente a
la sexualidad humana. Los diversos niveles de la misma deben ser asumidos, inscribiéndolos
en el proceso de crecimiento global de la persona en su relación con los otros y con Dios. En
ello consiste la virtud de la castidad, que regula el comportamiento sexual.
El CEC, al referirse a la vocación a la castidad (2337s.), pone de manifiesto dos dimensiones
de esta virtud:
1) El aspecto personal: “La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la
persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (2337).
Esa integridad debe entenderse no como una armonía auto-referencial, sino como capacidad
de amor: “La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor
depositadas en ella” (2338).
2) El aspecto inter-personal: “La sexualidad ... se hace personal y verdaderamente humana
cuando está integrada en la relación de persona a persona, en don mutuo total y
temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer” (2337). “La virtud de la castidad se
desarrolla en la amistad” (2346); expresa especialmente en la amistad con el prójimo ...
conduce a la comunión espiritual” (2347). Estas afirmaciones no deben sorprendernos si
reconocemos la sexualidad como la energía afectiva del amor.
Entraremos más de cerca en ambos aspectos.
9.1.2 Respeto por la naturaleza de la persona
Esta visión personalista de la sexualidad se arraigua, a su vez, en el respeto de las estructuras
naturales de la persona36
. Dichas estructuras no consisten en meros mecanismos fisiológicos
pre-personales, porque éstos están ya integrados ontológicamente en la unidad de la persona,
y tienen por naturaleza, un dinamismo intrínseco propiamente humano. Si dichos mecanismos
no son orientados por la libertad del hombre en esa dirección, no se convierten en dinamismos
“animales” (en el animal, la pulsión está suficientemente regulada por el instinto), sino en
dinamismos inhumanos. Concretamente, la falta de respeto de la estructura de la sexualidad
humana, hace a esta incapaz de realizar el amor entre el hombre y la mujer en esa forma
específica consistente en la unión corporal.
1. Esta estructura de la sexualidad consiste en sus dos significados: unitivo y procreativo, y su
respeto consiste en la atención a la inseparabilidad de los mismos. La correcta interpretación
de este principio requiere ciertas aclaraciones.
36
Este criterio lo tomo de M. RHONHEIMER, Ética de la procreación, RIALP, Madrid 2004, 64-131.
24
No es lo mismo hablar de significados de la sexualidad que de funciones. El significado es el
sentido humano del acto sexual; la función se refiere a su eficacia actual, de hecho. La
función se puede separar del acto sexual, aunque no siempre sea lícito (ej. las relaciones en
períodos infértiles, o la anticoncepción). Al hablar de dos significados no nos estamos
refiriendo a dos funciones meramente combinadas o yuxtapuestas. El principio de su
inseparabilidad debe entenderse, pues, no en que no sea lícito separar los significados, sino en
que no es posible hacerlo: los mismos se incluyen recíprocamente; cada uno sólo puede ser
adecuadamente entendido por referencia al otro.
2. Para comprender esto es necesario tener en cuenta que el acto sexual es por su objeto un
acto de amor y entrega corporal que está naturalmente ordenado a la procreación. Es espiritual
y corporal al mismo tiempo, cuerpo y alma son principios que co-actúan en él. La
procreación, para ser plenamente humana, requiere el amor espiritual, y este último, a su vez,
en cuanto amor entre hombre y mujer que tiende a consumarse en la unión corporal, posee en
virtud de su naturaleza, una dimensión procreativa.
Privado del significado unitivo, la procreación pierde su calidad humana. Y a su vez, como
explicaremos más adelante, privado del significado procreativo, el acto sexual pierde su
capacidad objetiva de expresar ese amor. La lógica de la pulsión, orientada a la propia
satisfacción, ya no puede ser integrada en la lógica del espíritu, de la comunión, con lo cual se
inicia un proceso desintegrador por el que ambos sujetos tienden a replegarse
progresivamente sobre sí.
9.1.3 La valoración del aspecto socio-político
A los anteriores debe incorporarse un criterio habitualmente descuidado en la ponderación de
las conductas sexuales, que es su interacción con su contexto socio-político. Este criterio
abarca dos aspectos:
1) La repercusión de los factores sociales en el funcionamiento de las normas y en el
significado de las conductas. Por ej., según hemos visto, el carácter alienante que puede
revestir el trabajo y el consumo en las sociedades modernas; la progresiva privatización de la
familia y la sexualidad; el creciente rechazo de lo institucional, etc. No es posible una
auténtica liberación sexual que no sea, simultáneamente, liberación cultural, social y política.
2) La referencia de las conductas sexuales al bien común. El ámbito de la sexualidad no
puede ser considerado como estrictamente privado, porque conlleva inevitablemente
consecuencias sociales de máxima importancia. De ahí que en todas las épocas la comunidad
se haya considerado facultada para regular la vida sexual de sus miembros, en la medida en
que la misma afecta la subsistencia y estructuración social, y comporta relaciones de justicia.
Esta dimensión pública de la sexualidad se hace patente, en primer lugar, en el matrimonio.
9.2 Los pecados sexuales
Aun cuando por aplicación de los criterios de valoración moral se identifica una falta sexual
objetiva, queda en pie la cuestión de la responsabilidad subjetiva. ¿Cómo se articula la
dimensión del acto objetivo con la dimensión personal subjetiva?
25
9.2.1 Paradigma tradicional
Se funda en la distinción entre moralidad objetiva y subjetiva. Es el aplicado por el
Magisterio. Según el mismo, para que haya pecado grave se requiere:
- materia grave (objeto moral)
- plena advertencia
- voluntad deliberada
El primero es el aspecto objetivo, los dos últimos, subjetivos. En la medida en que no hayan
impedimentos para conocer y consentir el acto, si la materia es grave, el acto constituye un
pecado mortal.
- gravedad objetiva de los pecados sexuales: A este respecto, confirma PH la doctrina
según la cual en materia sexual no hay parvedad de materia.
«según la tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, y como también lo reconoce la
recta razón, el orden moral de la sexualidad comporta para la vida humana valores tan
elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente grave» (n. 10)
Esta doctrina se remonta al siglo XVII (decreto del Santo oficio, 1666, DH 2060; y
anteriormente, decreto de Acquaviva, 1612, prohibiendo a los jesuitas defender la parvedad de
materia).
El fundamento racional es controvertido. PH señala los valores humanos implicados
directamente en la actividad sexual. Ha sido tradicional el argumento de la «incoación»:
cualquier pecado de índole sexual pone en marcha un dinamismo que tiende al acto completo
y que el sujeto se arriesga a no poder controlar.
Ninguno de estos argumentos es concluyente para justificar que «toda violación» del orden
sexual sea objetivamente grave.: la importancia de esta materia y los riesgos inherentes son
claros; pero si el criterio es válido para este ámbito ¿no debería aplicarse también en otros
ámbitos, por ejemplo, en el de la veracidad?
- Responsabilidad subjetiva: Sin embargo, esta afirmación de que toda falta en el orden
sexual es objetivamente grave, debe ser equilibrada con la exhortación a la «cautela» en la
apreciación de la responsabilidad subjetiva. Ello no significa, sin embargo, negar la
posibilidad de pecado mortal (PH 10.7).
PH admite el recurso a la psicología moderna, mientras no se niegue «como regla general» la
existencia de responsabilidad grave (PH 9.4).
En referencia a la masturbación, el Catecismo expresa un criterio que puede aplicarse a
otras ofensas contra la castidad: «Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad
moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la
inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros
factores psíquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la
culpabilidad moral» (CEC 2352.2)37
.
37
La versión corregida en 1997 de este número decía: «otros factores ... que reducen e incluso anulan la
culpabilidad moral» (subrayado nuestro). No se comprende con claridad el motivo del cambio: si el acto es
compulsivo, realizado sin libertad, no hay lugar para la responsabilidad moral, ni siquiera atenuada.
26
9.2.2 Una interpretación renovada
A los efectos de una interpretación actualizada de este paradigma, es preciso tener presente:
- La apreciación del grado de responsabilidad debe realizarse a la luz de la ley del
crecimiento: su maduración moral se da a través de diferentes etapas, marcadas por la
imperfección y, muy a menudo, por el pecado (cfr. CEC 2343).
- La doctrina preconciliar de los impedimentos en el nivel cognitivo (ignorancia,
inadvertencia, error, olvido) aparece como insuficiente38
. El conocimiento de los valores tiene
un marcado componente afectivo: el conocimiento intelectual de un valor no basta para su
adecuada percepción39
.
- En cuanto a la voluntad, los manuales preconciliares indicaban una serie de impedimentos
del voluntario (concupiscencia, miedo, hábito, pasiones, etc.). La moderna psicología muestra,
desde una perspectiva más amplia, la complejidad de las motivaciones del obrar humano, en
el que interactúan factores conscientes e inconscientes.
A través de estos criterios se busca no ya simplemente conocer los límites de la comprensión
y la libertad del obrar, sino sobre todo descubrir su sentido: enfatizan la necesidad de una
«hermenéutica del acto moral», en el contexto de la biografía del sujeto, haciendo justicia de
este modo a su dimensión histórica.
38
Se puede ver un ejemplo en A. ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, 49ss.
39
Para una descripción del complejo proceso de percepción de los valores: E. LÓPEZ AZPITARTE,
Fundamentación de la ética cristiana, 132-135.
27

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sexualidad moral

  • 1. CURSO DE VIRTUDES MORALES MORAL SEXUAL CURSO 2008 NOTAS INTRODUCTORIAS I Pbro. Gustavo Irrazabal 1 APROXIMACIÓN AL MISTERIO DE LA SEXUALIDAD HUMANA.......................................................1 1.1 EL TEMOR A LA SEXUALIDAD.........................................................................................................................1 1.2 LA ATRACCIÓN POR LA SEXUALIDAD.............................................................................................................1 1.3 LA IGLESIA ANTE LA SEXUALIDAD.................................................................................................................2 2 EL DATO BIOLÓGICO.....................................................................................................................................3 2.1 SIGNIFICADO Y LÍMITES DEL DATO BIOLÓGICO..............................................................................................4 2.2 EL SEXO BIOLÓGICO HUMANO........................................................................................................................4 3 APORTES DE LA PSICOLOGÍA ....................................................................................................................5 3.1 ETAPAS DE LA EVOLUCIÓN PSICO-SEXUAL.....................................................................................................5 3.2 FUNCIONES DE LA SEXUALIDAD.....................................................................................................................7 3.3 LA SEXUALIDAD COMO COMPORTAMIENTO SIMBÓLICO.................................................................................8 3.4 LOS PROBLEMAS SEXUALES. CONDUCTAS COMPULSIVAS..............................................................................8 4 OTRAS APROXIMACIONES DESDE LAS CIENCIAS..............................................................................10 4.1 ANTROPOLOGÍA CULTURAL..........................................................................................................................10 4.2 EL ANÁLISIS SOCIO-CULTURAL.....................................................................................................................10 5 LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA......................................................................................................................12 5.1 LA RELACIÓN SEXUALIDAD – PERSONA........................................................................................................12 5.2 EL SIGNIFICADO INTER-PERSONAL................................................................................................................12 5.3 EL PLACER SEXUAL......................................................................................................................................13 5.4 EL PUDOR.....................................................................................................................................................14 5.5 LA DIMENSIÓN SOCIO-POLÍTICA...................................................................................................................15 5.6 APERTURA A LA TRASCENDENCIA................................................................................................................15 6 LA SEXUALIDAD EN LA BIBLIA.................................................................................................................16 6.1 UNA RADICAL SECULARIZACIÓN..................................................................................................................16 6.2 UNA NUEVA COMPRENSIÓN RELIGIOSA........................................................................................................18 7 LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA......................................................................................................................19 8 EL CAMINO DE LA NORMATIVA MORAL..............................................................................................21 8.1 LA ÉTICA SEXUAL EN LA BIBLIA..................................................................................................................21 8.2 EL DESARROLLO DE LA TRADICIÓN ECLESIAL..............................................................................................22 9 TEOLOGÍA MORAL Y SEXUALIDAD........................................................................................................23 9.1 CRITERIO DE VALORACIÓN MORAL DE LA CONDUCTA SEXUAL ...................................................................23 9.2 LOS PECADOS SEXUALES..............................................................................................................................25
  • 2. MORAL SEXUAL Notas introductorias Partimos de una concepción de la moral como un proyecto de vida, es decir, como el desafío de integrar las diferentes tendencias de nuestra naturaleza de modo de orientarlas hacia nuestra realización plena en cuanto personas. Debemos preguntarnos, pues, qué función y significado adquiere nuestra sexualidad en dicho proyecto. 1 Aproximación al misterio de la sexualidad humana Comenzamos por una aproximación fenomenológica: cómo se nos manifiesta, o, lo que es igual, cómo percibimos espontáneamente la sexualidad. A continuación, intentaremos una primera definición conceptual. La sexualidad es un fenómeno que entra en la categoría de misterio: produce en nosotros dos reacciones opuestas, el temor y la fascinación1 . 1.1 El temor a la sexualidad Desde siempre la sexualidad ha sido percibida como una realidad poderosa y, por eso mismo, peligrosa. Ese temor se ha expresado, a nivel religioso, en la categoría de tabú: aquello que inspira temor es rodeado de prohibiciones cuya trasgresión produce una «mancha» o «impureza» y genera una sanción automática (pensemos en las prohibiciones vinculadas a la sangre en el Levítico). En el pensamiento antiguo, esta actitud negativa se expresó en el rigorismo (por ejemplo, en los estoicos, los maniqueos, ciertas corrientes cristianas influidas por ellos). Frente al ideal de la razón y del espíritu, la sexualidad representa el reclamo del cuerpo y de la materia, que priva al hombre de su verdadera dignidad. Es clara la antropología dualista, en sentido espiritualista, que funda esta visión. 1.2 La atracción por la sexualidad En el ámbito religioso, la tendencia opuesta en relación a la sexualidad se manifiesta en el mito: la sexualidad se atribuye a los dioses, como modo de reconciliarse con ella. El hombre, en su actividad sexual, imita a los dioses, comulga con ellos, participa de su actividad fecundante (pensemos en el culto cananeo de la fecundidad). En el ámbito secular, esta actitud es prolongada a través del hedonismo contemporáneo. La sexualidad es una realidad inofensiva, que no debe ser sometida a otra norma que no sea la de 1 Seguimos aquí a E. LÓPEZ AZPITARTE, Ética de la sexualidad y del matrimonio, 11-41; ID, Amor, sexualidad, 21-34.
  • 3. su libre disfrute, so pena de provocar represión y neurosis (W. Reich). Subyace aquí también de una antropología dualista, esta vez de tipo materialista. No podemos dejar de pensar en el influjo que tiene la vida contemporánea en la visión hedonista de la sexualidad. El hombre que durante todo el día vive oprimido por los mecanismos de la sociedad (que le impone lo que ha de hacer, lo que ha de pensar, lo que ha de consumir, etc.), busca en la actividad sexual un desahogo y una liberación (cfr. Marcusse, El hombre unidimensional2 ) 1.3 La Iglesia ante la sexualidad En ambos casos, nos hemos encontrado ante un dualismo antropológico, para el cual el sexo es una realidad puramente biológica, temida por los espiritualistas o aceptada sin reservas por los naturalistas. Frente a ellos ¿cuál ha sido la posición de la Iglesia? Contra ambos dualismos, la Iglesia ha sostenido una antropología unitaria (pensemos en el dogma de la resurrección de la carne). En el contexto de esta visión del hombre, la sexualidad es buena por ser obra de Dios (contra el espiritualismo); pero es una fuerza ambigua a causa de nuestra condición pecadora (contra el naturalismo). Sin embargo, desde el punto de vista histórico, se ve con claridad la influencia del pesimismo de la cultura griega en relación a este tema (por ejemplo, la preferencia de la virginidad como «castidad perfecta» sobre el matrimonio, como «castidad imperfecta»; lo mismo puede decirse del concepto de «uso del matrimonio»). En el ámbito de la educación, ello se tradujo sea en un fomento involuntario del erotismo, (exacerbado a través de los silencios, las cosas dichas a medias, es decir, la dialéctica «visto – no visto»), sea en un espiritualismo exagerado que favorece la represión en vez de la integración. Esta ambigüedad histórica de la Iglesia en relación a la sexualidad humana nos hace comprender la necesidad de realizar un esfuerzo permanente de profundización en sus fundamentos antropológicos en orden a alcanzar una comprensión cada vez más adecuada de un misterio que resiste toda pretensión de objetivación exhaustiva. Primera parte: Antropología y sexualidad La antropología sexual, en su tarea de individualizar las estructuras básicas de la sexualidad, no puede prescindir del aporte de las ciencias humanas (biología, sociología, psicología profunda, antropología cultural, etc.), cuyos aportes debe releer y repensar en una perspectiva de conjunto, con el fin de lograr una aproximación fenomenológica comprensiva al misterio de la sexualidad. Según la Declaración Persona humana3 , n.1: 2 Un resumen de su visión puede leerse en E. LÓPEZ AZPITARTE, Ética de la sexualidad y del matrimonio, 141- 142. 3 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual, Persona humana, en. de 1976 (en adelante, PH). 2
  • 4. “La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la vida de los hombres. A la verdad, en el sexo radican las notas características que constituyen a las personas, como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad.”4 Frente a la visión más tradicional de la sexualidad, reducida a la dimensión genital, este concepto, al tiempo que abarca las raíces biológicas (sexo cromosómico, gonádico, morfológico), tiene presente cómo aquélla permea la totalidad de la persona (plano psicológico y espiritual). Incluso trasciende al individuo para adquirir una dimensión social (el tema de la diferencia de roles sociales, que si bien tiene connotaciones culturales e históricas, no por ello es menos necesaria). Debemos diferenciar, entonces, entre: a) Sexualidad general: es todo el complejo de elementos y factores, desde los biológicos hasta aquellos psicológicos y espirituales, que hacen de un individuo humano una persona sexuada, es decir, de sexo masculino o femenino. Es la sexualidad en su conjunto, como dimensión de la persona, uno de los constitutivos de la persona humana concreta. b) Sexualidad genital: alude a la base biológica y reproductora del sexo, y al ejercicio de los órganos correspondientes. Esta pluridimensionalidad del fenómeno de la sexualidad hace necesaria una aproximación interdisciplinar a sus diversas dimensiones, construcción que constituye una legítima e ineliminable precomprensión de la palabra de Dios. La perspectiva de esta exposición acerca de la sexualidad será de carácter hermenéutico, en el sentido de que tomaremos como punto de partida la comprensión que el hombre tiene de sí como ser sexuado, y desde ella interpelaremos la palabra de Dios y la tradición eclesial. De esta “fusión de horizontes” surgirán las líneas de un proyecto capaz de interpretar correctamente las exigencias de la sexualidad humana, y de fundar indicaciones operativas para valorar éticamente las conductas en este ámbito5 . 2 El dato biológico Veremos primero la trascendencia que tiene el dato biológico para la reflexión ética sobre la sexualidad, y luego haremos una descripción del componente biológico de la misma. 4 En un modo similar, dice el CEC 2332: «La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con el otro». 5 Las reflexiones que siguen sobre antropología sexual están tomadas, en su mayor parte de G. PIANA, Orientamenti di etica sessuale, en T. GOFFI – G. PIANA (ed.), Corso di morale, II. Etica della persona, Queriniana, 282-377 3
  • 5. 2.1 Significado y límites del dato biológico El nivel biológico, que es el fondo vital de la sexualidad humana, introduce en la comprensión de la misma las dimensiones de la procreación y del placer. Es inevitable que los progresos en la fisiología produzcan un profundo cambio en la conciencia de sí, y en la valoración ética de los comportamientos sexuales. 1. Un dato relevante es el descubrimiento de la sobreabundancia de elementos fecundantes respecto de los fecundados. Por cada óvulo producido por la mujer, el hombre emplea para la fecundación decenas de millones de espermatozoides, de los cuales uno o dos fecundan el óvulo, perdiéndose todos los demás. Este descubrimiento ha contribuido a desmitificar el esperma, antiguamente “sacralizado” en cuanto portador de vida. La diferencia ética entre la emisión de esperma con el fin de procreación y la que tiene lugar en un acto de masturbación habrá que buscarla en el plano personal e inter-subjetivo. 2. Otro dato biológico, aun de mayor importancia, es el descubrimiento de los mecanismos del deseo en el hombre y la mujer. Se sabe hoy que el deseo en el varón no es provocado por la acumulación del esperma, sino que es fruto de un mecanismo más complejo, de carácter psicológico. Por eso, el deseo sexual no puede ser equiparado con necesidades fisiológicas, caracterizadas por la acumulación y la necesidad de expulsión (ej. defecación). Como las glándulas salivales, las glándulas sexuales funcionan al mínimo mientras no subentra una exitación psíquica, sensorial o imaginaria. En consecuencia, el deseo sexual masculino y femenino no tienen una periodicidad fija, sino que se desarrolla en virtud de factores no estrictamente fisiológicos. Lo mismo debe decirse en cuanto a la mujer. Entre los animales, el deseo de la hembra está ligado directamente al fenómeno de la ovulación. En el caso de la mujer, además de una proliferación ovárica desproporcionada en relación a las posibilidades reales de gestación, el deseo sexual está dirigido por otros elementos. De ahí que su deseo no se limite a los ciclos fértiles, e incluso pueda tener lugar durante la gestación. 3. Por lo tanto, la diferencia entre el comportamiento sexual de los animales y el del hombre está ligado al hecho de que este último no esta restringido a los límites de una periodicidad preestablecida. Existe en el hombre una impulsividad sexual excedente. Además, la sexualidad humana goza de una plasticidad, que le confiere una apertura a una instancia de regulación superior, racional. La sexualidad es un fenómeno psíquico: el sexo se continúa en el eros, se reviste de lenguaje, se encarna en símbolos. 2.2 El sexo biológico humano A este nivel se habla de sexo cromosómico (o genético), sexo gonádico (o genital) y sexo hormonal6 . 1. Sexo cromosómico (determinación genética del sexo) En todas las células del cuerpo hay un número determinado de cromosomas (portadores de genes). Se trata de 23 pares de cromosomas. De ellos, 22 pares son cromosomas “somáticos” (autosomas) y un par son cromosomas “sexuales” (heterocromosomas o gonosomas). La fórmula cromosómica difiere según el sexo: varón, 44 A + XY; hembra, 44 A + XX. 2. Sexo gonádico (formación de órganos sexuales masculinos y femeninos, internos y externos) 6 Cf. M. VIDAL, Moral de Actitudes, II.2º. Moral del amor y de la sexualidad, PS, Madrid 1991, 16s. 4
  • 6. La fórmula cromosomática, entre otros factores, determina directamente el tipo de glándula genital (ovario o testículo), pero no determina más que indirectamente los caracteres secundarios, estando éstos determinados por la acción de sustancias químicas u hormonas que elabora la glándula genital y que, pasando al medio humoral, influyen en todo el organismo. 3. Sexo hormonal (aparición de los caracteres secundarios) A partir de la pubertad, las hormonas sexuales, producidas más abundantemente acentúan la diferenciación sexual. El ovario produce estrona y progesterona; el testículo produce testosterona. A partir de esta edad aparece formado y diferenciado el sexo con todos los caracteres secundarios. Como veremos más adelante, el sexo biológico puede no coincidir con la percepción de la propia identidad sexual, debido a factores intrapsíquicos, o recibir sobredeterminaciones de origen socio-cultural (problema del género). 3 Aportes de la psicología Desarrollamos este punto recurriendo a la perspectiva del psicoanálisis. La incursión en el psicoanálisis7 comporta ciertos peligros: en el mismo hay una tendencia al desconocimiento de la base biológica de la sexualidad y al intimismo; pero, por otro lado, brinda aportes valiosos para la comprensión de la función relacional de aquélla8 . La sexualidad participa del carácter evolutivo de toda la persona humana, y se desarrolla pasando por diversas etapas, desde formas inmaduras y parciales a una progresiva madurez. Es mérito de Freud el haber puesto en evidencia estas diferentes fases del desarrollo sexual, liberando la sexualidad de dos formas de reducción: la reducción genital y la reducción temporal. El sexo aparece como una energía que alcanza la totalidad de la persona, y cuya maduración consiste en su integración, a través de etapas históricas, al dinamismo general de la persona, hasta adquirir su significado inter-personal y dialógico. 3.1 Etapas de la evolución psico-sexual El estudio de las etapas de la evolución de la sexualidad nos ayuda a comprender que la orientación hacia el otro sexo no es un efecto espontáneo de la naturaleza, o de la genética, sino un delicado y complejo proceso. Ello traerá aparejadas consecuencias de peso para la concepción de la sexualidad y su tratamiento a nivel moral. Comencemos por indicar que la sexualidad infantil tiene las siguientes notas específicas9 : 7 El psicoanálisis es una disciplina fundada por S. Freud que pretende la investigación de las causas de ciertos trastornos psicológicos y su tratamiento basándose en la hipótesis de que muchos problemas psicológicos están alimentados por el residuo de impulsos y conflictos reprimidos en la niñez. Los psicoanalistas tratan de llevar estos sentimientos reprimidos al plano del conocimiento consciente, donde el paciente, en teoría, podría resolverlos, cf. “Psicoanálisis”, en J.M. FARRÉ MARTÍ (dir.), Diccionario de psicología, Océano, Barcelona 1999, 280. 8 Para ampliar este tema, se puede consultar: X. THÉVENOT, «Cristianismo y desarrollo sexual», Concilium 175 (1982), 228-240; ID., «Nuevas orientaciones en moral sexual», Concilium 193 (1984) 471-479. 9 Un tratamiento claro y resumido, M. VIDAL, Moral de actitudes, II.2, 35-36. 5
  • 7. - es autoerótica o narcisista: independiente de la función reproductiva, y regida únicamente por el principio del placer, no se vincula a un objeto exterior sino que se satisface con el propio cuerpo; - es enclítica: se asocia a otras funciones fisiológicas; - evoluciona por etapas: se va desplazando por diferentes partes del cuerpo, por diferentes «regiones eróticas». La energía de la líbido (energía sexual) se concentra en la función fisiológica central de esa etapa. a) Fase oral (hasta el 1º año): es una etapa pasiva, en la cual la necesidad psicológica esencial es la recepción de cariño, siendo central, aun para la constitución biológica del niño, la relación de ternura y seguridad con la madre. El nombre de esta etapa alude a que la actividad central en ella es la succión del seno materno, que constituye el primer objeto erótico, mientras que la boca se convierte en el primer órgano de placer. b) Fase anal o esfintereana (1º a 3º año): Es una etapa activa, en que el niño empieza a descubrir múltiples capacidades: movimiento y lenguaje. El desafío de esta etapa es responder a los reclamos de control esfintereano por parte de los padres. El dominio de sí es vivido por el niño como respuesta de amor o agresividad hacia la madre que lo insta a controlarse. La deposición se convierte así en la actividad que polariza la líbido y la zona erógena correspondiente es la zona anal. c) Fase fálica (3º a 5º año): Hacia los tres años, el autoerotismo se localiza en la región genital. Lo central en esta etapa es la relación afectiva con los padres. Es la fase en la que se desarrolla el proceso conocido como complejo de Edipo, en el cual el niño debe renunciar a la madre como objeto sexual para identificarse con el padre. Analizamos este tema con más detenimiento en el apartado dedicado al psicoanálisis. El éxito en la superación de esta etapa debe llevar a: - la primacía de la región genital sobre las demás regiones erógenas (las cuales permanecerán, pero subordinadas a la primera); - el paso del autoerotismo al amor «objetual», aceptando la propia sexualidad y abriéndose a la relación con objetos externos 4. Etapa de latencia: Superada la etapa edípica, se entra en una etapa de serenidad que permite al individuo el desarrollo de sus facultades superiores, inteligencia y voluntad. 5. Etapa genital: se inicia con la adolescencia y desemboca, en condiciones normales, en la madurez, caracterizada por el primado de la genitalidad, la orientación interpersonal y fecunda. En el curso de esta evolución, pueden producirse problemas vinculados con la privación o la excesiva gratificación, en el transcurso de las primeras etapas. El posible resultado de estas dificultades es la fijación en una etapa determinada. Ello puede expresarse en síntomas neuróticos durante la madurez (la repetición del acto deseado en forma reprimida) o perversiones (repetición del acto deseado en forma directa). En la raíz de todas las crisis evolutivas, a lo largo de las diferentes fases, se encuentra el conflicto entre el egoísmo y la donación, el encerrarse en sí mismo y el abrirse a los otros, y su superación está ligada a la superación de la propia tenencia egótica para ponerse correctamente en relación a los otros. Si en la fase anal el conflicto es todavía entre la alegría de crear y el miedo de perder algo de sí, a partir de la crisis edípica, el conflicto toma el camino de la confrontación con el otro y se 6
  • 8. manifiesta como el deseo de suprimir al padre, resuelto sucesivamente en la introyección- imitación, la cual presupone su plena aceptación. Esta estructura relacional del conflicto se hace más evidente en la adolescencia, cuando la tensión entre el deseo de salir de sí mismo y el miedo ante el mundo del otro se resuelve en una actitud de progresiva donación de sí vivida en el cuadro de las relaciones intersubjetivas. La sexualidad, a través de estos procesos, revela su efectiva naturaleza. Ella no es sólo genitalidad, es decir, deseo de satisfacer los propios impulsos fisiológicos, sino sobre todo impulso hacia los otros, que conduce al sujeto a devenir persona en una comunidad de personas10 . El sexo como identidad de género, consiste en la percepción que cada individuo tiene de la propia sexualidad, cómo siente suya cierta identidad sexual y la ve reconocida por otros. La misma se desarrolla entre los dos y tres primeros años de vida. 3.1.1 Conclusiones El psicoanálisis nos ayuda, por lo tanto, a comprender cómo la realización efectiva de los valores morales no es sólo fruto de la libre decisión, sino también la consecuencia de la adquisición de un adecuado equilibrio psicológico. Las frustraciones y complejos no resueltos juegan un rol determinante sobre el obrar humano, sobre todo en el campo de la sexualidad, porque producen una dilatación desmesurada del inconsciente, el cual interfiere profundamente sobre las decisiones del hombre, incluso sobre aquellas que se pretenden más libres y responsables. En el contexto de la investigación psicoanalítica, la madurez sexual y personal significa, entonces, la renuncia a la pretensión totalitaria del placer, que no reconoce medida ni ley, y al mismo tiempo, la renuncia al perfeccionismo de una moral de tipo narcisístico, que persigue la realización de una imagen gratificante de sí, negándose a tomar conciencia de las propias pulsiones. Es necesario superar la dicotomía entre la pulsión y un espiritualismo fruto de la remoción, a través de la apertura a las relaciones interpersonales, la fecundidad, el trabajo, la reciprocidad, etc. 3.2 Funciones de la sexualidad A la luz de los aportes de la psicología, podemos ver de un modo más claro las funciones de la sexualidad11 : 1. relacional: El Catecismo afirma que la sexualidad se refiere «a la aptitud de establecer vínculos de comunión con otro» (CEC 2332), caracterizados por la diferencia y la complementariedad (CEC 2333). 2. erótica: el placer. Lo estudiamos en el punto 5.3. 10 F. FORNARI ha desarrollado ampliamente la contraposición entre el carácter predatorio y alucinatorio de la sexualidad infantil o pregenital fundada en el principio del placer y en el principio de la apropiación, y el carácter consciente y realista de la sexualidad madura o genitalidad, fundada en el reconocimiento de la complementariedad y por consiguiente, en la necesidad recíproca por la cual es constituida y sobre el principio del intercambio que la hace funcional a una convivencia social verdaderamente humana, mientras la pregenitalidad es destructiva y funcional al instinto de muerte (Genitalidad y cultura, Milán 1979). 11 Cfr. X. THÉVENOT, Homosexualités masculines, 269-270. 7
  • 9. 3. Función procreadora. La desconfianza tradicional de la Iglesia en relación a la sexualidad llevó en el pasado a considerarla en sí una realidad sospechosa, que sólo puede «excusarse» por su «uso» con el fin procreador. Se le daba así un valor meramente instrumental y no estructurante de la existencia. La procreación constituía así el único criterio de la moralidad. Hoy se ve con más claridad la unidad del significado procreador y unitivo. 3.3 La sexualidad como comportamiento simbólico Todo acto humano puede ser simbólico: además de su significado objetivo, puede tener un significado subjetivo, sea éste consciente o inconsciente. Es importante llegar a una integración y no conflictividad de estos tres aspectos12 . La sexualidad tiene dos características que hacen de ella una de las áreas más directamente implicadas en el comportamiento simbólico: - omnipresencia: puede servir a muchas necesidades (agresividad, dependencia afectiva, dominación, estima de sí, etc.) - plasticidad: puede tener motivaciones que tienen poco y nada que ver con el sexo como tal. Ello nos permite entender dos afirmaciones: 1. Los comportamientos no sexuales pueden manifestar conflictos sexuales: conductas de manipulación, seducción, exhibicionismo, etc., pueden esconder problemáticas sexuales inconscientes. 2. Los comportamientos sexuales pueden tener motivaciones no sexuales: dominación, dependencia, agresividad, compensación de una escasa identidad personal, etc. La medida en que la sexualidad promueve la humanización depende del significado subjetivo que le da la persona. Por ejemplo, las relaciones sexuales en búsqueda de la positividad del propio yo. Siendo el conflicto inconsciente, se está dando al acto sexual una función que no le pertenece. Por ello, el problema permanece, y más aún, se instaura un proceso repetitivo que con el tiempo agrava las dificultades. Ejemplos de necesidades y sentimientos no sexuales: alivio de la tensión, deseo de quedar embarazada, prueba de identidad masculina o femenina, sentirse deseado o competente, defensa contra los sentimientos homosexuales, huida de la soledad y el sufrimiento, dominación, rabia, deseo infantil de protección, etc. En conclusión, para poder interpretar el significado de los comportamientos sexuales de una persona, es preciso ponerlos en relación con su existencia y su personalidad. La relación sexual expresa una dinámica que se realiza fuera y antes de ella: la dinámica psíquica interna e interpersonal y el grado de madurez son los que determinan las características de la vida sexual. No es, pues, la actividad genital la que produce la maduración del sujeto, sino a la inversa: su grado de madurez se expresará en su vida sexual. 3.4 Los problemas sexuales. Conductas compulsivas De lo dicho concluimos que la sexualidad es una variable consecuente, no antecedente: es el efecto y el medio de expresión más que la causa de los conflictos psicológicos. De ahí que, 12 A. CENCINI – A. MANENTI, «Psicología y formación», 275-285. 8
  • 10. para determinar la naturaleza de los problemas sexuales es preciso ir del efecto (sexualidad) a la causa (personalidad en general: necesidades, actitudes, valores, defensas, emociones, etc.). Por lo mismo, es claro que la solución de la debilidad sexual (conducta exterior) no implica necesariamente la resolución del problema sexual en cuanto problema de personalidad: puede haber una sustitución del síntoma, mientras se advierten signos de la permanencia del problema de fondo: aumento de la agresividad, intolerancia, dependencia infantil, etc. Se puede buscar, por ejemplo, disminuir la tensión a través de una satisfacción compensatoria, que produce la ilusión de haber resuelto el problema. También se puede cambiar el objeto o instrumento para obtener la disminución de tensión: ya que el instrumento sexual es problemático (produce culpa, crisis de autoestima, temor al castigo, etc.), se desplaza a otros instrumentos (por ejemplo, represión incondicionada de los sentimientos, rigidez, voluntarismo, etc.). Con ello no se hace otra cosa que transferir el problema sexual a otras áreas de la vida cotidiana. Un tema particularmente importante es el de las conductas denominadas compulsivas. Es preciso no confundir consciente con voluntario. Es posible que alguien tenga plena advertencia de la propia conducta y, sin embargo, no pueda evitarla13 . La compulsividad de la que nos habla la moderna psicología prolonga la intuición de teólogos moralistas de los siglos pasados que hablaban de «mal hábito» y de «reincidentes» (por ejemplo, San Alfonso, en relación a los homosexuales, en determinadas condiciones). Lo relevante es determinar cuándo una conducta es globalmente compulsiva, para no encerrar a la persona en deberes imposibles ni someterla a falsos discursos acerca de la misericordia de Dios. Hablamos de conductas «globalmente» compulsivas, ya que el sujeto puede experimentar que, a pesar de sus fuertes condicionamientos, algunos pasajes al acto podrían haber sido evitados. Esto no impide que, de un modo general, su conducta pueda ser calificada de compulsiva. A fin de efectuar esta determinación, es importante situar las dificultades sexuales dentro de un cuadro clínico más vasto: «estas dificultades, ¿son mal asumidas? ¿se inscriben dentro de una historia de vida muy atormentada? ¿hay en el sujeto otros síntomas que los sexuales: angustias, insomnios, miedos relacionales, deseos de morir? La conducta del sujeto, ¿es degradante para otras personas?»14 . Se puede presumir la existencia de compulsividad cuando la persona ha ensayado con seriedad los medios clásicos del combate espiritual: oración asidua, vida sacramental profunda, apertura a un director espiritual, don real de sí a los otros, ascesis seria, voluntad de romper el círculo de la soledad, y no ha logrado resultados15 13 X. THÉVENOT, «Vivre chrétiennement des difficultés sexuelles», en Repères Étiques, 54-59. 14 X. THÉVENOT, «Repères éthiques», 57. 15 X. THÉVENOT, «Repères éthiques», 57. 9
  • 11. 4 Otras aproximaciones desde las ciencias Después de habernos aproximado al fenómeno de la sexualidad desde el punto de vista fisiológico y psicológico, es conveniente agregar algunos datos relevados por la antropología cultural y la sociología16 . 4.1 Antropología cultural Las investigaciones etnológicas y antropológico-culturales revelan que en todas las culturas y en todas las épocas ha existido una regulación de la sexualidad, que aparece como el fundamento mismo de la vida social. 1. Ciertamente hay grandes variaciones en cuanto al contenido concreto y el grado de obligatoriedad, pero se pueden señalar convergencias de particular importancia. En primer lugar, el hecho de que la sexualidad nunca es regulada por la pura y simple dimensión biológica, es decir, a nivel del instinto, sino a través de una intervención exterior racionalizadora. En segundo lugar, la prohibición o el tabú del incesto, que “no es tanto una regla que prohíbe esposar a la madre, a la hermana o a la hija, cuanto la regla que obliga a dar a la madre, a la hermana o a la hija” (C. Lévy-Strauss). La sexualidad se convierte así en un intercambio de dones, en un instrumento de comunicación, un lenguaje con reglas reconocidas en el interior del grupo. La necesidad de esas reglas puede ser reconducida a la estructural labilidad instintiva de sexualidad humana, la cual, desde este punto de vista, es menos perfecta y determinada que la de los animales, cuyos instintos orientan sus impulsos según ritmos mecánicamente ordenados. Pero precisamente esta imperfección es el signo de una apertura hacia una plena auto-posesión, un señorío del hombre sobre su propia sexualidad, a través e sus facultades superiores, a través de una continua reelaboración de sus significados en el cuadro del contexto social y cultural. 2. La antropología cultural nos enseña, además, la importancia de tener en cuenta tener los diversos contextos en los que las normas se originan, y la exigencia de su continua resignificación a la luz del cuadro histórico en el que están colocadas. (Por ej. la diferencia entre los sexos, que la antropología cultural nos ha enseñado a remitir a las situaciones històrico-culturales y a la diversidad de roles sociales, en los cuales se cristalizó en dominio del hombre y la servidumbre de la mujer). 4.2 El análisis socio-cultural La experiencia actual de la sexualidad está marcada por la conflictualidad, por un estado de disociación: tensión entre la concepción tabuística-negativa del pasado y la permisivo- consumística hoy dominante, y la dialéctica no resuelta entre público y privado. 16 Los capítulos 4 a 6 y 8 son, en su mayor parte, traducción y resumen de G. PIANA, Orientamenti di etica sessuale, en T.GOFFI – G.PIANA (ed.), Corso di Morale, II, Etica della persona, Queriniana, Brescia 1990, 281- 377. 10
  • 12. 4.2.1 Algunas constantes fundamentales 1. Un dato preocupante que emerge del análisis cultural es la cada vez más marcada hiper- genitalización de la sexualidad. La revolución sexual ha conducido de hecho a una “degradación” o “falsa mistificación” de la sexualidad, reducida a mercadería de consumo o prestación erótica, en modo análogo a la lógica frenética de producción-consumo que rige el mercado del trabajo. Ello configura una situación profundamente ambivalente. Por un lado, se da una regresión a una etapa “infantil”, y por ello de signo “patológico”, que transforma la sexualidad en una forma de alienación del sujeto. Por otro lado, puede favorecer la superación de una concepción represiva del sexo, para dar lugar a una sociedad basada no ya en la represión, sino en la sublimación de los impulsos sexuales que les permitan trascender su objeto inmediato. 2. Existe, sin embargo, una tendencia a seguir la dirección negativa, debido a una cada vez mayor privatización del sexo, inducida por la cultura burguesa. Amenazado por el disciplinamiento en el presente contexto social, la sexualidad se sobredimensiona al ser cargada con significados de defensa de la intimidad y del espacio privado. Ello se acentúa por la creciente desconexión entre familia y sociedad. La pérdida del significado social y público del matrimonio produce una ruptura del ligamen tradicional entre sexualidad e institución, vistos incluso como valores recíprocamente incompatibles, como si toda normatividad fuera fatalmente opresiva y alienante de la libertad del amor. Una consecuencia de ello, es la separación entre sexualidad y procreación. Pero si éste es el aspecto más evidente, el problema es más profundo: se duda de la aptitud de la institución matrimonial para realizar el valor de la sexualidad. En resumen, este proceso de decadencia de las formas de comportamiento ritualizado, pueden favorecer una mayor libertad individual, y una más grande autenticidad expresiva en las relaciones, superando los vínculos impuestos por la sociedad; pero entraña el peligro de una privatización radical del amor, con la acentuación de la búsqueda del placer y la disociación de la actividad sexual de la fecundidad. 4.2.2 Influencias ideológicas 1. En el análisis de las ciencias humanas, a menudo es evidente una reducción “cientista” del dato fenoménico, consecuencia de una mentalidad positivista. La sexualidad es reducida, según los casos, a su dimensión biológica, o psicológica o sociocultural. La cultura consumista encuentra en esta ideología un punto de apoyo. Pero la búsqueda del placer como fin en sí mismo, como pura necesidad, priva a la sexualidad de su profundo significado relacional y termina a menudo por alimentar peligrosos sentimientos de culpa, que crean estados de angustia y de ansiedad neurótica. 2. La misma oscilación entre privatización y politización de la sexualidad es el resultado de la dialéctica entre ideología liberal-capitalista e ideología marxista. El ideal del amor romántico se corresponde con la ideología burguesa, que ha terminado por aislar a la familia, mediante la pérdida de su función social y su reducción cuantitativa, para hacerla funcional al sistema económico-productivo. La alienación del hombre en el mundo productivo, y más en general, en el cuadro de la vida social, genera, por reacción, la búsqueda de gratificaciones en el terreno de la vida privada, imponiendo a la familia un peso psíquico insoportable, justo en el momento en que se se presenta con características de mayor fragilidad e impotencia. La 11
  • 13. sexualidad es vivida a menudo como un refugio y una compensación frente a la frustración, con el consiguiente riesgo de banalizarla. En el pasado, la ideología marxista, había tomado la dirección opuesta: desconoció los valores ligados a la autenticidad y a la intimidad de la esfera personal, y se volcó a una politización total de la vida y a una visión funcional de la sexualidad, reducida a un instrumento de relaciones sociales, llegando incluso a la negación de las instituciones privadas (como el matrimonio y la familia), consideradas como expresiones del sistema que debía superarse. Es preciso alcanzar un nuevo equilibrio entre lo público y lo privado, superando la actual contraposición, lo cual implica, como se ve, entrar en consideraciones estructurales y en críticas ideológicas. 5 La reflexión filosófica La aproximación fenomenológica a la sexualidad a través de diferentes disciplinas científicas nos ha permitido comprender ya la sexualidad como una fuerza o impulso de trascendencia radicado en la persona. Ya en el nivel biológico, ello queda de manifiesto tanto en su función procreadora como en su excedencia respecto a la misma. En el nivel psicológico, las diferentes etapas evolutivas constituyen desafíos y oportunidades de apertura al otro, así como el correlativo riesgo de regresión y repliegue en sí mismo. La antropología cultural permite constatar en la regulación racional de la sexualidad su función en la construcción de la sociedad, mientras que la banalización y la privatización de aquélla en la cultura contemporánea ponen en peligro esta función. La reflexión filosófica debe delinear las estructuras de significado que están en la base de la experiencia sexual humana, para lo cual acoge estos estímulos de la investigación científica y de las interpretaciones ideológicas y las sitúa en un cuadro antropológico más amplio. 5.1 La relación sexualidad – persona El sexo es considerado cada vez más como una realidad que implica radicalmente a la persona humana en su ser y en su existir. Ello es consecuencia de la corporeidad que no es un dato accidental o puramente instrumental, sino que es parte integrante y necesaria del ser personal. Es preciso superar, entonces, cierta concepción tradicional de la sexualidad que tendía a tratarla como una función biológica, la función generativa, en cierta manera extrínseca a la persona, de modo que la cuestión moral era planteada en términos de licitud o ilicitud del uso de esta facultad, y del placer venéreo. La sexualidad es una conformación estructural del ser humano, una forma o estilo de existencia (Merleau-Ponty), una modalidad del ser en el mundo (Heidegger). Su influencia no se reduce, pues, a su ámbito específico, sino que repercute en todas las manifestaciones de la existencia personal. Entre sexualidad y persona se establece una relación de circularidad: la sexualidad revela el misterio de la persona, y a su vez, el misterio de la persona revela la naturaleza última de la sexualidad humana. 5.2 El significado inter-personal En este contexto, la sexualidad asume el significado de instrumento y signo del encuentro interpersonal. Ella aparece como la puerta de salida de sí mismo y el ingreso al mundo de las 12
  • 14. personas, como la posibilidad misma del encuentro. Es el lugar donde el hombre experimenta su indigencia existencial y vive la apertura hacia los otros. 1. La diferenciación entre masculino y femenino es vivida, en el ámbito humano, específicamente bajo la forma de encuentro, es decir, de diferenciación relacional. Conocer al otro es llegar a ser uno mismo. El hombre y la mujer no son dos individuos que deben ser puestos en relación, sino que llegan a ser aquello que son únicamente en la reciprocidad del “cara a cara” corpóreo que los compromete mutuamente. Experimentan aquello que soy solamente en la reciprocidad. 2. El destino al cual tiende la sexualidad por sí misma, y a la cual el hombre debe progresivamente orientarla si no quiere bloquear su evolución y traicionar su significado, es la capacidad de una relación oblativa, que es el vértice de la maduración personal. La existencia sexuada es un radical descubrimiento de la reciprocidad, y por ello, de la necesidad y el deseo del otro. El amor emerge, en este contexto, como la expresión del deseo del hombre de realizarse en la comunicación. Ello puede realizarse en la medida en que el varón y la mujer se reconocen y se aceptan recíprocamente como seres diversos y, precisamente por ello, tienden a la total comunión. El gesto sexual es el “lugar humano” de esa revelación recíproca. 3. La sexualidad emerge así como la raíz y el lenguaje del amor humano. El amor tiene una estructura cuasi-sacramental: en ella, la sexualidad tiene el rol de medio expresivo de una realidad que la trasciende. El amor humano no se realiza fuera o más allá de la sexualidad, sino a través de la misma. Ello, sin embargo, no debe ocultar el carácter estructuralmente ambivalente del lenguaje sexual. El encuentro sexual puede hacerse instrumento de encierro narcisístico y de reificación del otro, sin real encuentro humano. Por ello la sexualidad debe ser constantemente humanizada, ayudada a integrarse en la dinámica de la relación interpersonal. 5.3 El placer sexual Estas conclusiones pueden ser apoyadas desde el análisis fenomenológico del deseo sexual en sí mismo, tema muchas veces descuidado. “¿Qué es lo que deseamos en el deseo sexual?”17 En el deseo sexual encontramos una polaridad básica: • se dirige a algo sensible, pero incluye en sí el deseo de algo más. Por un lado, busca el placer sensual, poder saciar la tensión que se experimenta frente al valor sexual. • Pero, en el hombre, conocer sensiblemente es ya conocer intelectualmente. El deseo sensible esconde, por lo tanto, un deseo espiritual. No se trata de dos deseos distintos, sino de dos polos del mismo deseo. Entre ellos existe una desproporción constitutiva: se busca el placer sensible, pero se pretende la felicidad. El valor del placer sensible reside en que testimonia la bondad del cuerpo, y es una invitación para que el hombre se auto-trascienda. Pero no puede procurar por sí mismo la felicidad, puesto que se dirige a bienes concretos, por lo que es incapaz de abrazar toda la vida y plenificarla. El deseo sexual es un deseo de poseer al otro. Pero no simplemente su cuerpo, sino sobre todo su reconocimiento, a través del cual el que desea se reconoce a sí mismo. Se introduce así un 17 En este tema sigo a J. NORIEGA, El destino del eros. Perspectivas de moral sexual, Palabra, Madrid 2005, 76- 87. 13
  • 15. elemento de reciprocidad. Por ello la satisfacción sexual no puede reducirse al mero placer físico. En su misma estructura están inscritos los rasgos de la alteridad. Nuestra interpretación del placer depende de nuestro concepto de la felicidad. Si aceptamos el giro subjetivista del concepto moderno de felicidad, como un estado de satisfacción de los deseos y necesidades, el placer sexual será visto como una realidad meramente instrumental. Pero un signo de que este modo de pensar no es correcto, es el hecho de que el placer no lo buscamos directamente. Lo que buscamos en modo directo es la realidad objetiva que nos satisface: viajar, saber, amar, contemplar, etc. En el fondo, lo que buscamos es una plenitud última, una vida lograda: “El deseo natural de felicidad es la estructura formal de todo deseo humano, con un influjo decisivo en cada deseo, ya que lo abre a una plenitud que va más allá de lo que inmediatamente busca”18 La sexualidad juega un papel decisivo en la determinación de aquello en lo que consiste la verdadera felicidad: adecuadamente interpretado, el deseo sexual muestra un ideal de vida buena, consistente en la plenitud de una comunión entre el varón y la mujer, que se realiza de un modo específico en la entrega sexual. El placer sexual tiene una dimensión figurativa que consiste precisamente en remitir a esta plenitud. 5.4 El pudor El sentimiento del pudor hace referencia a la impulsividad que caracteriza muchas reacciones en el hombre y la mujer, que se presentan como imponiéndose a la propia conciencia. El pudor reviste, en consecuencia, diversos significados19 : 1) Por un lado, la experiencia de que ciertas fuerzas vitales fraccionan y coaccionan la subjetividad, y hacen que la persona pierda el control de sus reacciones y acciones, y que vea distorsionada su imagen de la realidad. Si el ser humano reacciona con vergüenza ante su impulsividad sexual, ello es signo de que es a él a quien corresponde gobernarla, en razón de su dignidad como persona. 2) Pero del mismo modo que el pudor testimonia la originalidad de nuestra subjetividad, también muestra la originalidad de la relación interpersonal que posibilita la sexualidad. El hombre y la mujer experimentan una reacción de vergüenza ante la tendencia del propio deseo sexual a reducir la persona del otro a sus valores corporales o afectivos. El pudor protege a quien lo experimenta y al otro de la unilateralidad del deseo. Lo que busca el pudor es evitar una reacción contraria a la dignidad de la persona. Se tienden a ocultar los valores sexuales para que no se genere en la otra persona una reacción incompatible con la propia dignidad. De este modo el pudor custodia, en la relación interpersonal del hombre y la mujer, la subjetividad de ambos. No se trata de ocultar algo negativo, sino de no generar, en sí mismo o en la otra persona, una intencionalidad contraria al valor de la persona. Y aquí se agrega un nuevo aspecto: 3) Si el pudor retrae de toda manifestación ambigua de la sexualidad, no es por simple temor hacia ella, sino también y principalmente para redirigir la mirada hacia la persona que detenta tales valores, suscitando el amor personal. De este modo, el pudor es asumido (y conservado) en el amor. 18 J. NORIEGA, El destino del eros, 81. 19 Sigo en este tema a J. NORIEGA, El destino del eros, 154-159. 14
  • 16. 5.5 La dimensión socio-política Si bien es cierto que la relación interpersonal representa el significado más profundo e inmediato de la sexualidad humana, es necesario evitar el peligro de dar a tal relación un carácter excluyente, esterilizando su misma dualidad por la incapacidad de percibir su más amplio significado social y político. 1. El sexo es un factor fundamental de socialización humana. El mismo proceso de personalización, tan ligado a la presencia determinante de la sexualidad, se da en el interior de un complejo itinerario de socialización, por las que el individuo entabla más allá del ámbito interpersonal más inmediato, relaciones cada vez más extendidas. incluyendo las estructuras sociales, que constituyen mediaciones necesarias de las relaciones humanas. Por otro lado, las normas e instituciones que regulan la sexualidad, son testimonio del rol que se le reconoce a la misma como función originaria de la vida social. 2. La dimensión social de la sexualidad esta inscripta en la estructura biológica de la misma. La diferencia sexual es inmediatamente funcional a la reproducción. Esto no se contrapone a la visión personalista: el encuentro interpersonal no puede cerrarse en sí mismo; la fecundidad es una connotación esencial del encuentro auténtico. La dimensión procreadora es la forma más inmediata a través de la cual se realiza esta apertura del amor. Y en este contexto la procreación adquiere su pleno valor humano. Pero además, el servicio a la vida, siendo la forma más natural y privilegiada de la fecundidad conyugal, no agota toda su riqueza. La pareja está llamada a vivir otras formas de compromiso hacia los demás (sociedad e iglesia), a través de las cuales el amor humano explicita su dimensión de servicio del mundo. La fecundidad, por lo tanto, no es solamente procreativa, sino socio-política. 3. Nuestra época se caracteriza por haber puesto en relieve la relación recíproca entre sexualidad y vida social. Hay una interdependencia entre la alienación sexual y la alienación producida por las estructuras sociales de convivencia. Nuestra cultura consumística no sólo ha mercificado las relaciones humanas, sino que las ha privatizado, empujando a la familia hacia una concepción crecientemente individualista y privatizada, traicionando el sentido pleno de la sexualidad. La verdadera liberación sexual no puede llevarse a cabo sin una transformación del sistema dominante. En esta línea H. Marcuse, en vez de propugnar una mayor libertad cuantitativa, que lleva fatalmente a una instrumentalización genital de la sexualidad, propone una transformación cualitativa, que dé a la sexualidad un contenido nuevo y humanamente enriquecedor. 5.6 Apertura a la trascendencia Hoy también se da una toma de conciencia de la apertura existencial de la sexualidad a la trascendencia, no en el sentido de una re-sacralización, típica de las culturas primitivas, sino en el sentido de una lectura más profunda del significado antropológico de aquélla. 1. La sexualidad es el lugar en el cual el hombre hace experiencia de sus infinitas posibilidades, y al mismo tiempo, de sus límites. Por un lado, en el ejercicio de la sexualidad, la persona experimenta la plenitud del encuentro; pero al mismo tiempo, choca con la fugacidad de esa experiencia y el ansia de un encuentro totalmente apagante y sin límites. Y esto último sucede no sólo en el encuentro fallido, sino, y más radicalmente, en el encuentro logrado y auténtico. 15
  • 17. 2. Así, el momento del éxtasis sexual, en su fugacidad pone en evidencia el límite y la precariedad de la actuación humana en el tiempo, a la vez que abre al hombre a la esperanza de un futuro absoluto. Ya hemos hecho referencia a la estructura compleja del placer (cf. supra, 3.3). En cuanto expresión de la totalidad de la persona, la sexualidad es, en su estructura antropológica, no sólo el lugar de la relación con el “tu” y con el “nosotros”, sino el camino de apertura al “Tu” absoluto y trascendente como respuesta radical a la inquietud del corazón humano. Parte II: La sexualidad en el contexto cristiano La esencial apertura de la sexualidad humana al misterio de la trascendencia constituye el punto de partida antropológico para la comprensión del significado cristiano. 6 La sexualidad en la Biblia En la Biblia, el discurso sobre la sexualidad no se sostiene a sí mismo, sino que se desarrolla en el interior de una reflexión más global sobre el misterio del amor nupcial, el lugar privilegiado en el cual la sexualidad humana revela toda la plenitud de su potencialidad. 6.1 Una radical secularización El primer dato que emerge de la revelación bíblica es aquél de una radical secularización de la sexualidad, que aparece como un valor profano y mundano, entregado al hombre para que se haga responsable de él. 1. La originalidad de la Biblia se manifiesta claramente en la total rotura que la religión judaica opera en relación con las otras religiones ambientales. En los pueblos vecinos, la sexualidad era considerada como participación en un arquetipo divino, es decir, en un acontecimiento al inicio de los tiempos, narrado por los mitos, y que debía ser imitado por el hombre en el curso del tiempo. Así, el hombre se sentía más directamente partícipe de las energías vitales y cósmicas divinizadas. Israel rompe con este cuadro ideológico y ritual. En el relato bíblico, la sexualidad es ante todo un “don bueno” del Dios creador, y como tal, no exige ser sacralizada desde el exterior (cf. Gn 1 – 2). La función primaria del sexo viene presentada en la más antigua tradición yahvista (Gn 2) como relación, posesión recíproca, conectada con el problema de la soledad del hombre (Gn 2,18.24); mientras que la tradición sacerdotal subraya la función procreadora, vista como una bendición de Dios (Gn 1,28). 2. Ello consiente a la Biblia tejer el elogio del amor humano en su realidad natural y profana. El Cantar de los Cantares, colección antiquísima de cantos de amor, cuya interpretación alegórica es considerada por los exégetas como secundaria y tardía, contiene no sólo la afirmación de la bondad terrena de la relación sexual, sino también la exaltación gozosa de la belleza del erotismo humano. Antes que como procreación, la sexualidad es presentada como eros, es decir como búsqueda, como satisfacción del deseo, en la reciprocidad de una relación descripta sin falsos pudores, aunque transfigurada poéticamente para no caer en el peligro de la obscenidad o la ambigüedad morbosa. La religiosidad del sexo es recuperada en la limpieza de su profanidad. 16
  • 18. 3. Esta visión altamente positiva no excluye, naturalmente, una atención solícita al carácter ambivalente y dramático de la sexualidad humana como consecuencia del pecado. Las cosas, después de lo narrado en Gn 3, no son más como al principio; el sexo y todos los otros valores de la existencia no están más disponibles en estado puro, sino que aparecen marcados por una actitud de egoísmo y posesión, de tendencia al dominio del otro. Por ello el hombre se siente desnudo y se avergüenza de su propia sexualidad (Gn 3,7). La Biblia conoce la capacidad que la pasión posee de arrastrar al hombre a la ruina. Los libres del A.T. nos muestran diversas historias de parejas que ilustran los aspectos de hostilidad y enemistad, de violencia y de dominio que pueden darse en este modo de relación (Sodoma, Gn 19,11; Lot y sus hijas, Gn 19,30ss.; rapto de Dina, Gn 34,1ss., incesto de Rubén, Gn 35,21s.; etc.). Sin embargo, esta ambigüedad, ligada a la experiencia primordial del pecado, no es capaz de destruir las potencialidades positivas de la sexualidad. Ésta continúa siendo una realidad sustancialmente buena, aunque debe ser vivida (como toda realidad humana) con circunspección y sentido de la medida, y sobre todo con discernimiento, si no se quiere traicionar su significado originario: el del proyecto de Dios. 4. Hemos dicho que la idea de creación desmitifica la sexualidad, pero no la convierte en una realidad simplemente profana: en tanto creada por Dios, revela su bondad; es santa, no en virtud de ciertos ritos sagrados, sino en virtud del gran rito consacratorio que realizó Dios en la creación misma20 . Sin embargo, sobrevivió un aspecto profundamente ambivalente de esa sacralización sobrevivió en los ritos de lo puro y lo impuro21 . En ellas se manifiesta un afán de regular y ordenar esta potencia misteriosa, peligrosa y ambigua, que parece escapar al control subjetivo. Ahora bien, tanto la concepción mítica de la sexualidad como el concepto de pureza ritual, constituyen modos de sacralización que tienen por efecto la des-responsabilización del hombre ante sus conductas sexuales, sea a través de la proyección de las mismas al mundo divino, sea por el intento de purificarlas en un plano meramente exterior y ritual. Ello sólo será superado con la plena asunción de la sexualidad en el ámbito de la responsabilidad humana, que se producirá en el NT. 5. Las consecuencias de tal presentación del discurso cristiano sobre el misterio de la sexualidad, son múltiples: a) La reflexión sobre la profanidad de la sexualidad, y por lo tanto, de su fundamental bondad y autonomía, comporta, también para el creyente, el deber de prestar atención al dato antropológico, a la estructura del sexo, a su evolución socio-cultural, y a los aportes de las ciencias humanas. b) En segundo lugar, en la concepción cristiana de la vida, la ambivalencia de la sexualidad no se explica sin tener en cuenta el pecado, es decir, la fragilidad de la voluntad humana y sus potencialidades negativas. No se puede hablar como creyentes de la sexualidad sin terminar hablando también de sufrimiento, de renuncia, de tentación y de lucha. En otras palabras, sin pasar a través del misterio de la cruz de Cristo, que todo discípulo debe aceptar y seguir. 20 Cfr. E. LÓPEZ AZPITARTE, Ética de la sexualidad, 84. 21 Ver por ejemplo los ritos unidos al parto (Lv 12,6), al flujo menstrual (Lv 15,19-30), a la polución nocturna (Lv 15,1-7; Dt 23,11), a las relaciones sexuales que no hacen idóneo para el culto (cfr. Lv 15,18), especialmente a los sacerdotes (cfr. Ex 20,26), etc. 17
  • 19. 6.2 Una nueva comprensión religiosa La Biblia no se contenta con presentar una visión secularizada de la sexualidad, sino que hace de tal adquisición el presupuesto para una nueva comprensión religiosa de la misma. 1. El Eros, en cuanto expresión del pacto nupcial, entra en la esfera verdadera y propia de la revelación como símbolo privilegiado para expresar las relaciones existentes entre Dios y la humanidad22 . Sobre todo los profetas, en el A.T., se servirán del drama del amor y de la infidelidad, de la fecundidad y de la esterilidad de la pareja humana como de la mejor imagen para expresar, comprender y significar el drama de la relación de Dios con Israel (Os 1,3; Jer 2,20-25; 3,1-5; 31,2-6; Ez 23; Is 54,6-8; 62, 2-5). El amor humano, entrando en el ámbito de la Alianza, en toda la riqueza de sus dimensiones, sin excluir la sexual, es radicalmente transformado. Hay un arquetipo a realizar: el amor de Dios hacia su pueblo. Se establece así una esencial circularidad entre amor humano y amor de Dios. Si inicialmente el amor humano sirve como término de comparación para expresar la relación Yahvé-Pueblo, esta evocación de la alianza “arroja una luz retrospectiva sobre la realidad humana que le sirve de punto de partida” (Grelot). Por otro lado, el profundo contenido religioso del encuentro humano sexual está ya implícito en el mismo relato de la Creación (Gn 1,27). El varón y la mujer constituyen juntos, en la reciprocidad de sus relaciones, la “imagen” de Dios, aunque esto no debe ser entendido en un sentido exclusivo. Ello significa que la diferenciación sexual, que está en la raíz de la relacionalidad humana, pertenece a la semejanza del hombre con Dios. 2. A la luz del NT, podemos hablar de una sexualidad pascual23 . En efecto, Jesús en la Última Cena hace don de su Cuerpo: “Esto es mi cuerpo entregado por ustedes”. La Eucaristía como el sexo se centran en el don del cuerpo, la conciencia de haber recibido, que tiende por su naturaleza a convertirse en bien dado. Teológicamente ser «hijo» es ser consciente de que todo lo que tengo lo he recibido y debo darlo; y esto es lo que hace Cristo. La primera carta de Pablo a los Corintios se mueve entre estos dos temas: sexualidad y Eucaristía. Pablo sabe que necesitamos comprender una a la luz de la otra.24 Esta visión supone el paso definitivo a una nueva concepción de la santidad en el ámbito sexual. Ella no se deriva ya de modo automático de ciertos rituales, ni se recupera por prácticas de purificación. La santidad ahora surge de “la inserción en un pueblo hecho santo por la presencia del Espíritu de Dios, gracias al cual el mismo cuerpo está santificado en todas sus partes, sexualidad incluida”25 (cfr. 1 Cor 6,15-20). Siendo el cuerpo templo del Espíritu Santo, está bajo la nueva Ley de la libertad. Pero esta libertad no des-responsabiliza al cristiano, porque implica la ascesis, la lucha contra todo aquello que puede esclavizarlo. La sexualidad es uno de los ámbitos típicos de la lucha entre la “Ley de la carne” y la “Ley del Espíritu” (cfr. Rom 7,18-19; 2 Cor 12,7), que se prolonga a lo largo de toda la vida terrena. “Pero precisamente este es el precio del paso de la lógica sacral a la lógica liberadora de una santidad difícil y responsable”26 . 22 Sobre la relación entre eros y ágape, cf. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 3-15. 23 Esta reflexión es tomada de A. CENCINI, “La virginidad como revelación de la verdad del corazón humano”, Boletín OSAR 23 (mayo 2005), 23-39. 24 A. CENCINI, “La virginidad”, 32. 25 A. CENCINI, Por amor, 235. 26 Cfr. A. CENCINI, Por amor, 236. 18
  • 20. “Si el pecado original había quitado al hombre su libertad, el don del Espíritu se la «restituye», o pone al hombre en condición de tender responsablemente hacia la conquista de la libertad de amar a la manera de Dios”27 3. En este contexto debe ser colocada la relativización de la sexualidad, e incluso del matrimonio, contenida en la Biblia, que no es, sin embargo, la negación de su validez intrínseca. La perspectiva escatológica del Reino, ya presente y todavía no consumado, hace comprensible la elección de la virginidad y del celibato (Mt 19,12; 22,30; Lc 20,36; 1 Cor 15,28), que se configura como elección del todo en lugar de la realización parcial, como signo, y como servicio a la venida definitiva del Reino. 7 La reflexión teológica Este desarrollo bíblico nos muestra de un modo progresivamente claro que la sexualidad es un modo de sentir, expresar y vivir el amor humano. La sexualidad, orientada, elevada e integrada por el amor, adquiere verdadera madurez humana. En el marco del desarrollo biológico y psíquico, crece armónicamente y se realiza en sentido pleno solo con la conquista de la madurez afectiva, que se manifiesta en el amor desinteresado y en la total entrega de uno mismo”.28 En esta comprensión de la sexualidad, el cuerpo desarrolla una función importante: es como una especie de sacramento primordial, es decir, el signo visible del misterio de la vocación humana. El cuerpo revela al hombre, manifiesta su persona, y su llamada a la comunión personal, y por medio de ella, a la comunión con Dios.29 Y especialmente la sexualidad es la evidencia carnal, concreta, tangible de que el hombre ha sido hecho para otro, está dirigido a otro. Esta primera expresión del llamado a la autodonación, escrita ya en la naturaleza biológica del hombre, sólo puede realizarse a través de una opción responsable. Esta opción requiere: 1. la libertad de recibir, es decir, la capacidad de acoger el don que el otro hace de sí mismo. Esa acogida es ya una apertura de sí y un primer don para el otro. Sin la capacidad de recibir el don gratuito del otro es imposible a su vez, darse a sí mismo: “el don de sí que fuera solamente un dar sin recibir, terminaría inevitablemente por ser una imposición de sí al otro, por tanto dominio más que don”30 2. A partir de la libertad de recibir y la gratitud por lo recibido, nace la libertad de darse. Aquí termina de expresarse la reciprocidad sexual, que no es mera complementariedad a nivel fisiológico-sexual, sino también y sobre todo, la complementariedad del don de acoger y de dar, que origina la comunión de personas. En la visión cristiana, el misterio de la sexualidad se revela en su última profundidad a la luz del misterio trinitario. El Dios cristiano se revela en Cristo como Ágape, no como Dios solitario, sino como comunión de personas. La participación del hombre en el misterio trinitario es participación del amor tal como existe en Dios. “La vida trinitaria es el absoluto de la vida de relación; ella es don, arquetipo real y perfecto de la imperfecta vida de relación” 27 Cfr. A. CENCINI, Por amor, 238. 28 CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Orientaciones educativas sobre el amor humano (1983), 6. 29 Aunque sea implícitamente, el consentimiento a la comunión personal en la diferencia sexual, con todas sus implicancias, importa el consentimiento a la alianza con el Creador de tales diferencias y de su sentido. Cf. J. NORIEGA, El destino del eros, 72-73. 30 G. BRESCIANI, Personalismo e morale sessuale, citato por A. CENCINI, Por amor, 286. 19
  • 21. (M. Oraison). Sexo, eros, filía deben ser integrados, pues, en el Ágape, principio operativo último de la vida cristiana. La autodonación como realización del hombre constituye un reflejo de la vida trinitaria. “La kenosis primaria está en la generación del Hijo, en la que el Padre le da todo su ser. Esta generación establece una absoluta e infinita distancia. La respuesta del Hijo al don de la posesión consustancial de la divinidad puede ser solo un eterno agradecimiento (eucaristía) al Padre, fuente y origen del don, agradecimiento tan libre de egoísmo y de cálculo como la primera autodonación del Padre. En las dos sopla el mismo Espíritu, que mantiene la infinita diferencia (como esencia del amor) y la confirma, y al mismo tiempo, las une. Esta Kenosis eterna es el fundamento ontológico de la kenosis histórica de Cristo, como dice Fil 2,5-11”31 . Refiriéndose a esta ley de la autodonación, dice Lewis: “Esta no es una ley celestial que nosotros podemos evitar siendo terrenos, ni es una ley terrena que se puede evitar con una salvación celestial. Lo que se encuentra fuera de la lógica de la autodonación no es tierra, ni naturaleza, ni “vida ordinaria”, sino simple y llanamente infierno”32 . Estas afirmaciones nos ayudan a comprender el significado esponsal del cuerpo: 1. “Desde el principio” (cfr. Mt 19,8-9) el significado esponsal del cuerpo está inscrito en la estructura personal del hombre y la mujer. El cuerpo manifiesta en sí mismo que procede del don de otro y su vocación es también la de ser don, es decir, que es capacidad de reciprocidad y comunión. Este significado es evidente sean las que sean después las opciones de vida de cada individuo: tanto el amor conyugal como el amor virginal33 deben expresar este significado esponsal del cuerpo. 2. Al fin de los tiempos, esa esponsalidad del cuerpo se revelará definitivamente como esponsalidad virginal. Ya “no se tomará ni mujer ni marido” (Mt 22,30), sino que se manifestará la virginidad escatológica del hombre resucitado, que está destinado a la unión esponsal con Dios mismo. La persona humana es, pues, una realidad escatológicamente esponsal (Grygiel). Pero esa esponsalidad es virginal, porque “ser sujeto significa ser prometido esposo de la trascendencia”34 . Esta esponsalidad virginal de la persona humana se realiza en todos los estados: en la virginidad y el matrimonio. Y como el matrimonio recuerda de algún modo a la virginidad el carácter esponsal de la vida humana, así también la virginidad recuerda al matrimonio el carácter virginal del ser humano, o sea, su destino y esponsalidad escatológica. El hombre es libre no solo porque puede elegir entre dos estados de vida, sino que es libre en la medida en que realiza la llamada a la esponsalidad en uno de ellos, mediante la donación de sí hecha en el amor. 31 Cfr. H. U. VON BALTHASAR, Teodramática, citado por A. CENCINI, Por amor, 288. 32 C.S. LEWIS, El problema del mal. 33 “La continencia por el reino de Dios, se hace en relación a la masculinidad o feminidad de la persona que hace tal opción, se realiza de acuerdo con la plena conciencia del significado esponsal que la masculinidad y la feminidad contienen dentro de sí”, JUAN PABLO II, «Virginidad o celibato “por el reino de los Cielos”», Catequesis, 1982. 34 S. GRYGIEL, Verginitá, citado por A. CENCINI, Por amor, 194. 20
  • 22. 8 El camino de la normativa moral El aporte de la revelación cristiana a la comprensión de la sexualidad debe buscarse más en el terreno de la mística que en el de la ética. Aquél consiste ante todo en una cosmovisión sobre el hombre y su realización histórica, que abre un nuevo horizonte de sentido y un nuevo ámbito dentro del cual la sexualidad puede ser vivida. Lo cual no quita que en la Biblia se encuentren numerosas prescripciones concretas, cuya normatividad, sin embargo, debe ser discernida a través de un esfuerzo de lectura hermenéutica. 8.1 La ética sexual en la Biblia La Biblia no es un tratado de ética sexual; no provee respuestas precisas para todos los posibles comportamientos, aunque no vacila en tomar posición con relación a muchos de ellos. Intentaremos reunir algunos datos esenciales, en vista a su correcta lectura e interpretación. 1. Las costumbres sexuales de Israel, sobre todo en los comienzos, no son muy diversas de las de los pueblos vecinos. La normativa ético-teológica está determinada por un derecho consuetudinario prácticamente idéntico a aquél de las culturas limítrofes. No sorprende, entonces, que dicho derecho no excluya del todo restos de poliandria, matriarcado y de prostitución sagrada y que se funde sobre una moral de clan tolerante hacia la poligamia, el divorcio y la simple fornicación. 2. El A.T. presenta una notable diversidad de actitudes hacia el sexo que pueden referirse a dos sistemas simbólicos e ideológicos fundamentales. - El primero proviene del tema del don. Todo lo que ha sido creado por Dios es bueno, santo y bendito; el don debe ser aceptado gozosamente para extenderlo a los otros según una lógica de solidaridad. Es la línea tradicional del Génesis, del Cantar de los Cantares y de los profetas. - El segundo sistema, en cambio, está conectado con la organización social del templo y con la forma patriarcal de matrimonio y familia. Este sistema está asentado en el binomio “puro-impuro”, que dio lugar a toda una legislación, referida en modo particular al cuerpo y a la sexualidad. A menudo, este esquema predomina en desmedro de la dimensión moral, que exige relaciones de paridad, igualdad, donación y amor. Es difícil distinguir netamente entre los dos niveles, ya que las normas morales y rituales se mezclan de un modo inextricable. Por otro lado, también es llamativa la combinación de rigidez en relación con ciertas conductas, con la indulgencia frente a otras que no vacilaríamos en condenar. Pero se debe recordar que la pedagogía de Yahvé se funda en la dialéctica condescendencia-exigencia. La revelación del significado profundo de la sexualidad se va dando progresivamente, en un proceso de interiorización. 2. En el N.T. existen indicaciones morales acerca de la gestión de la vida sexual, aunque en términos genéricos que no contienen precisiones ni detalles35 . Con frecuencia, estas normas 35 Un caso especialmente delicado es el del término porneia, que aparece a menudo en los catálogos de vicios que excluyen del Reino de los Cielos, y que puede revestir el significado genérico de conducta sexual contraria a la fe en Cristo, o designar pecados específicos como adulterio, incesto (1 Cor 5,1-5), fornicación u 21
  • 23. aparecen bajo la forma de catálogos de vicios y virtudes, provenientes del tardo judaísmo con influencias helenísticas (Gal 5,16-26; Ef 4,25ss.; Col 3,18ss.). Existen también indicaciones operativas con motivo de problemas que se plantea la comunidad (1 Cor 6,12 – 7,40), o de situaciones concretas (1 Cor 5; 2 Cor 5,11), que procuran ser respuestas desde el mensaje de Cristo, aunque trasunten también influencias ideológicas y culturales. 3. La cuestión de fondo es, en definitiva, qué es lo que debe buscarse en la Biblia a los efectos de una ética de la sexualidad. En la S. Escritura encontramos orientaciones globales sobre el sentido de la sexualidad, y también normas específicas. Entre ellas, algunas, sobre todo negativas, tienen carácter universal, mientras que otras dependen estrechamente del contexto cultural. Aun en relación con estas últimas, el trabajo hermenéutico debe procurar sacar a la luz el modelo interpretativo subyacente, que en el contexto de la revelación opera el pasaje entre el significado global de la sexualidad y las conductas concretas. 8.2 El desarrollo de la tradición eclesial Todavía más difícil es deslindar el contenido revelado de las incrustaciones culturales e ideológicas en la tradición eclesial. El cristianismo, en el dominio de la sexualidad, ha liberado al hombre de la tiranía de la carne, pero también ha contribuido en ciertas épocas a una represión del instinto realmente neurótica (M. Bellet). 1. Desde la época patrística la elaboración de las normativas éticas relativas a la gestión de la sexualidad acusan fuertemente el impacto de los condicionamientos del tiempo y de los distintos ambientes culturales. Es mérito de los Padres el haber puesto de relieve valores cristianos como la virginidad y la castidad conyugal, y de haber individualizado, a la luz de la revelación, criterios concretos de comportamiento aplicables a las nuevas situaciones. Pero ello no quita que, por influjo del dualismo helenístico, en particular del neoplatonismo y del estoicismo, hayan tenido una valoración negativa del acto conyugal y un pesimismo global en relación con la sexualidad, manifiesto en una concepción restrictiva de la castidad y en la exaltación del ascetismo como medio para una vida más pura y dedicada a la contemplación. La rigidez resultante, se explica también como reacción al contexto ambiental, caracterizado por la decadencia de las costumbres. Se debe esperar a la gran escolástica medieval, con San Alberto y S. Tomás de Aquino, para salir del rigorismo del pasado y ver abrirse un camino de valoración ética positiva de la sexualidad. S. Alberto, bajo la influencia de Aristóteles, pone de relieve el carácter natural y honesto de la relación conyugal y del placer, que en modo normal acompaña el ejercicio de toda función natural. Con Alberto entra en la moral el soporte “natural” (la “base antropológica”, diríamos hoy) de la ética sexual, que Tomás desarrolla ulteriormente, inscribiendo el tema de la sexualidad en el ámbito de la virtud, y más concretamente, en el cuadro de la virtud de la temperancia. Lo cual no quita que su juicio continúe siendo gravemente negativo en relación con el uso de la sexualidad fuera del contexto del matrimonio y de la finalidad procreadora. 2. Más que la posición de los autores en particular, sin embargo, merecen ser analizados los criterios de valoración de la existencia del pecado sexual y el juicio relativo a su gravedad. El criterio fundamental para la definición del pecado sexual, en el cuadro de la moral casuística, es de orden rígidamente biológico. La referencia esencial es, entonces, el uso desordenado de una facultad, la generativa, y la búsqueda y aceptación desordenada del placer venéreo. El orden sexual era determinado mediante el recurso a la naturaleza y a la homosexualidad (Rom 1,26-27). 22
  • 24. finalidad biológica del acto sexual, que es la función procreadora. Las normas protegían este confín intangible, afirmando la ilicitud moral de toda “delectación venérea” fuera del contexto matrimonial, o contra natura, es decir, contra la finalidad procreadora de la sexualidad. En los manuales, que se desarrollan a partir del s. XIX, destinados sobre todo a la formación de los confesores, la prioridad del criterio de la procreación se refleja en la distinción fundamental entre pecados sexuales secundum natura y los pecados sexuales contra natura. Los primeros (fornicación, adulterio, incesto, estupro y rapto) dejan intacta la posibilidad de la procreación, y por lo tanto son considerados, prescindiendo de otros factores, como una violación menos grave del orden moral. Los segundos (masturbación, sodomía, homosexualidad y bestialidad), en cuanto eluden la finalidad procreadora, son juzgados como culpas más graves. 3. Fundándose en estos presupuestos extremadamente rigurosos, la doctrina tradicional de los moralistas, sobre todo a partir de S. Alfonso, ha considerado que el acto de lujuria, completa e incompleta (externa o interna) directamente y en sí mismo voluntario, es pecado mortal ex toto genere suo, no admitiendo, por lo tanto, en el ámbito de la sexualidad, la parvedad de materia. Las razones de la gravedad eran las indicaciones del NT al respecto, y la consideración de la violación del fin establecido por Dios, que es para la sexualidad la función generativa. La extensión de la gravedad al acto de lujuria incompleta era motivada en base al nexo intrínseco existente entre éste y la satisfacción completa, sea porque, por su naturaleza, el placer inicial está ordenado al placer completo, sea porque, dada la fragilidad humana, es imposible contener la concupiscencia dentro de ciertos límites: el acto incompleto constituye, por tanto, un peligro próximo. La superación de estas posiciones se ha producido gracias a la adquisición relativamente reciente de una concepción más amplia y personalista de la antropología sexual. El Concilio Vaticano II ha inaugurado una nueva era con relación a los problemas de la sexualidad. La Gaudium et spes señala la persona humana como el centro de integración de los diversos componentes del sexo, llamando la atención sobre la cualidad humana de las variadas expresiones sexuales, y sobre la necesidad de prestar atención a sus componentes sociales y comunitarios (cf. GS 47-52). Análoga impostación de fondo encontramos en la Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual (Persona humana) de la Congregación para la doctrina de la fe. En ella, la sexualidad es considerada sobretodo en relación al desarrollo de la persona y de la comunidad humana, teniendo en cuenta la necesaria gradualidad que tal desarrollo comporta (cf. PH 1-9) 9 Teología moral y sexualidad Nos ocuparemos en este capítulo de dos temas. En primer lugar, tras habernos aproximado a la sexualidad desde las perspectivas fenomenológica y bíblico-teológica, formularemos criterios para la valoración moral de las conductas sexuales, que no constituyan meros límites exteriores sino que respondan a su sentido intrínseco. En segundo lugar, estudiaremos los criterios para determinar la gravedad objetiva y la imputabilidad subjetiva de los pecados sexuales. 9.1 Criterio de valoración moral de la conducta sexual La valoración moral de los actos sexuales «no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino de criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona 23
  • 25. y de sus actos» (PH 5.4, subrayado nuestro). El criterio fundamental consiste en que dichos actos «guarden íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación en el contexto del amor verdadero» (PH 5, 7, 9). La determinación del valor moral de un acto sexual requiere saber distinguir entre los motivos y el significado del acto en sí: es posible, con buenos motivos, realizar actos cuya estructura misma es incompatible con el pleno significado de la sexualidad. No son sólo los motivos, sino el respeto de la finalidad objetiva lo que asegura la honestidad del acto (PH 5.5). Es preciso, a continuación, profundizar en las implicancias de este criterio. 9.1.1 La castidad La tarea de la ética sexual es la de explicitar en términos de deber moral el sentido inherente a la sexualidad humana. Los diversos niveles de la misma deben ser asumidos, inscribiéndolos en el proceso de crecimiento global de la persona en su relación con los otros y con Dios. En ello consiste la virtud de la castidad, que regula el comportamiento sexual. El CEC, al referirse a la vocación a la castidad (2337s.), pone de manifiesto dos dimensiones de esta virtud: 1) El aspecto personal: “La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (2337). Esa integridad debe entenderse no como una armonía auto-referencial, sino como capacidad de amor: “La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella” (2338). 2) El aspecto inter-personal: “La sexualidad ... se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer” (2337). “La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad” (2346); expresa especialmente en la amistad con el prójimo ... conduce a la comunión espiritual” (2347). Estas afirmaciones no deben sorprendernos si reconocemos la sexualidad como la energía afectiva del amor. Entraremos más de cerca en ambos aspectos. 9.1.2 Respeto por la naturaleza de la persona Esta visión personalista de la sexualidad se arraigua, a su vez, en el respeto de las estructuras naturales de la persona36 . Dichas estructuras no consisten en meros mecanismos fisiológicos pre-personales, porque éstos están ya integrados ontológicamente en la unidad de la persona, y tienen por naturaleza, un dinamismo intrínseco propiamente humano. Si dichos mecanismos no son orientados por la libertad del hombre en esa dirección, no se convierten en dinamismos “animales” (en el animal, la pulsión está suficientemente regulada por el instinto), sino en dinamismos inhumanos. Concretamente, la falta de respeto de la estructura de la sexualidad humana, hace a esta incapaz de realizar el amor entre el hombre y la mujer en esa forma específica consistente en la unión corporal. 1. Esta estructura de la sexualidad consiste en sus dos significados: unitivo y procreativo, y su respeto consiste en la atención a la inseparabilidad de los mismos. La correcta interpretación de este principio requiere ciertas aclaraciones. 36 Este criterio lo tomo de M. RHONHEIMER, Ética de la procreación, RIALP, Madrid 2004, 64-131. 24
  • 26. No es lo mismo hablar de significados de la sexualidad que de funciones. El significado es el sentido humano del acto sexual; la función se refiere a su eficacia actual, de hecho. La función se puede separar del acto sexual, aunque no siempre sea lícito (ej. las relaciones en períodos infértiles, o la anticoncepción). Al hablar de dos significados no nos estamos refiriendo a dos funciones meramente combinadas o yuxtapuestas. El principio de su inseparabilidad debe entenderse, pues, no en que no sea lícito separar los significados, sino en que no es posible hacerlo: los mismos se incluyen recíprocamente; cada uno sólo puede ser adecuadamente entendido por referencia al otro. 2. Para comprender esto es necesario tener en cuenta que el acto sexual es por su objeto un acto de amor y entrega corporal que está naturalmente ordenado a la procreación. Es espiritual y corporal al mismo tiempo, cuerpo y alma son principios que co-actúan en él. La procreación, para ser plenamente humana, requiere el amor espiritual, y este último, a su vez, en cuanto amor entre hombre y mujer que tiende a consumarse en la unión corporal, posee en virtud de su naturaleza, una dimensión procreativa. Privado del significado unitivo, la procreación pierde su calidad humana. Y a su vez, como explicaremos más adelante, privado del significado procreativo, el acto sexual pierde su capacidad objetiva de expresar ese amor. La lógica de la pulsión, orientada a la propia satisfacción, ya no puede ser integrada en la lógica del espíritu, de la comunión, con lo cual se inicia un proceso desintegrador por el que ambos sujetos tienden a replegarse progresivamente sobre sí. 9.1.3 La valoración del aspecto socio-político A los anteriores debe incorporarse un criterio habitualmente descuidado en la ponderación de las conductas sexuales, que es su interacción con su contexto socio-político. Este criterio abarca dos aspectos: 1) La repercusión de los factores sociales en el funcionamiento de las normas y en el significado de las conductas. Por ej., según hemos visto, el carácter alienante que puede revestir el trabajo y el consumo en las sociedades modernas; la progresiva privatización de la familia y la sexualidad; el creciente rechazo de lo institucional, etc. No es posible una auténtica liberación sexual que no sea, simultáneamente, liberación cultural, social y política. 2) La referencia de las conductas sexuales al bien común. El ámbito de la sexualidad no puede ser considerado como estrictamente privado, porque conlleva inevitablemente consecuencias sociales de máxima importancia. De ahí que en todas las épocas la comunidad se haya considerado facultada para regular la vida sexual de sus miembros, en la medida en que la misma afecta la subsistencia y estructuración social, y comporta relaciones de justicia. Esta dimensión pública de la sexualidad se hace patente, en primer lugar, en el matrimonio. 9.2 Los pecados sexuales Aun cuando por aplicación de los criterios de valoración moral se identifica una falta sexual objetiva, queda en pie la cuestión de la responsabilidad subjetiva. ¿Cómo se articula la dimensión del acto objetivo con la dimensión personal subjetiva? 25
  • 27. 9.2.1 Paradigma tradicional Se funda en la distinción entre moralidad objetiva y subjetiva. Es el aplicado por el Magisterio. Según el mismo, para que haya pecado grave se requiere: - materia grave (objeto moral) - plena advertencia - voluntad deliberada El primero es el aspecto objetivo, los dos últimos, subjetivos. En la medida en que no hayan impedimentos para conocer y consentir el acto, si la materia es grave, el acto constituye un pecado mortal. - gravedad objetiva de los pecados sexuales: A este respecto, confirma PH la doctrina según la cual en materia sexual no hay parvedad de materia. «según la tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, y como también lo reconoce la recta razón, el orden moral de la sexualidad comporta para la vida humana valores tan elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente grave» (n. 10) Esta doctrina se remonta al siglo XVII (decreto del Santo oficio, 1666, DH 2060; y anteriormente, decreto de Acquaviva, 1612, prohibiendo a los jesuitas defender la parvedad de materia). El fundamento racional es controvertido. PH señala los valores humanos implicados directamente en la actividad sexual. Ha sido tradicional el argumento de la «incoación»: cualquier pecado de índole sexual pone en marcha un dinamismo que tiende al acto completo y que el sujeto se arriesga a no poder controlar. Ninguno de estos argumentos es concluyente para justificar que «toda violación» del orden sexual sea objetivamente grave.: la importancia de esta materia y los riesgos inherentes son claros; pero si el criterio es válido para este ámbito ¿no debería aplicarse también en otros ámbitos, por ejemplo, en el de la veracidad? - Responsabilidad subjetiva: Sin embargo, esta afirmación de que toda falta en el orden sexual es objetivamente grave, debe ser equilibrada con la exhortación a la «cautela» en la apreciación de la responsabilidad subjetiva. Ello no significa, sin embargo, negar la posibilidad de pecado mortal (PH 10.7). PH admite el recurso a la psicología moderna, mientras no se niegue «como regla general» la existencia de responsabilidad grave (PH 9.4). En referencia a la masturbación, el Catecismo expresa un criterio que puede aplicarse a otras ofensas contra la castidad: «Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la culpabilidad moral» (CEC 2352.2)37 . 37 La versión corregida en 1997 de este número decía: «otros factores ... que reducen e incluso anulan la culpabilidad moral» (subrayado nuestro). No se comprende con claridad el motivo del cambio: si el acto es compulsivo, realizado sin libertad, no hay lugar para la responsabilidad moral, ni siquiera atenuada. 26
  • 28. 9.2.2 Una interpretación renovada A los efectos de una interpretación actualizada de este paradigma, es preciso tener presente: - La apreciación del grado de responsabilidad debe realizarse a la luz de la ley del crecimiento: su maduración moral se da a través de diferentes etapas, marcadas por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado (cfr. CEC 2343). - La doctrina preconciliar de los impedimentos en el nivel cognitivo (ignorancia, inadvertencia, error, olvido) aparece como insuficiente38 . El conocimiento de los valores tiene un marcado componente afectivo: el conocimiento intelectual de un valor no basta para su adecuada percepción39 . - En cuanto a la voluntad, los manuales preconciliares indicaban una serie de impedimentos del voluntario (concupiscencia, miedo, hábito, pasiones, etc.). La moderna psicología muestra, desde una perspectiva más amplia, la complejidad de las motivaciones del obrar humano, en el que interactúan factores conscientes e inconscientes. A través de estos criterios se busca no ya simplemente conocer los límites de la comprensión y la libertad del obrar, sino sobre todo descubrir su sentido: enfatizan la necesidad de una «hermenéutica del acto moral», en el contexto de la biografía del sujeto, haciendo justicia de este modo a su dimensión histórica. 38 Se puede ver un ejemplo en A. ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, 49ss. 39 Para una descripción del complejo proceso de percepción de los valores: E. LÓPEZ AZPITARTE, Fundamentación de la ética cristiana, 132-135. 27